Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

17 de noviembre de 2017

Retratos

Siempre me han sorprendido estos animales; por muchas veces que los tenga delante, no dejará de asombrarme su presencia masiva y fuerte, su poderío, pero sobre todo la eficiencia de su modo de vida. Mi entrañable amigo Roberto me brinda la oportunidad -gracias por ello, compañero- de buscar retratos cercanos con los que poder apreciar cada detalle tanto de su anatomía como de su mirada, penetrante y severa, hosca. Sus ojos de color miel se clavan en todo lo que les rodea, como si tuvieran la capacidad de atravesar la materia. Escuchan los disparos de nuestras cámaras solo cuando la pitanza se ha acabado, porque hasta ese momento todo ha sido bullicio, reyertas y escaramuzas, prisas por comer en medio de la trifulca, por engullir atropelladamente, por robar, en una urgencia desaforada por tragar precipitadamente para seguir comiendo, por continuar atiborrándose hasta el atragantamiento con materia pútrida. Solo los más fuertes, los más belicosos, los más descarados y atrevidos se hacen un hueco en medio del tumulto y consiguen llenar el buche.Y para ser buitre inevitablemente hay que ser pendenciero y luchador. Agresivo y valiente. Beligerante, combativo y tenaz.

Son perfectos, están construidos para desgarrar y consumir lo que a nosotros nos haría vomitar, para limpiar de cuerpos descompuestos y en putrefacción los campos. Con sus picos y su potencia son capaces de despedazar los cueros más duros, y su falta de escrúpulos les permite tragar las vísceras más malolientes y desagradables de los cadáveres. Así son los buitres leonados (Gyps fulvus), consumadas máquinas de limpiar el paisaje, de despejarlo de posibles transmisores de enfermedades, de reciclar la materia muerta en energía. Imprescindibles. Su seducción radica en esa perfección, en su adaptación, en la inapelable necesidad de su existencia.

Terminado el banquete -algo que con ellos siempre sucede con prontitud- levantan el vuelo y desaparecen con la misma rapidez con la que llegaron. Con sus enormes alas desplegadas se convierten en cometas mecidas por el viento. La belleza hecha planeo.







12 de noviembre de 2017

El ciclo continúa

La difusa línea de la sombra se arrastra ladera abajo al tiempo que el sol gana altura en el cielo tras la ladera opuesta. Ha amanecido con un frío soportable, muy de agradecer tras estos meses de altas temperaturas y prácticamente nulas lluvias. Las piedras en la umbría se muestran traicioneramente resbaladizas con la fina capa de humedad congelada que las tapiza. La hostilidad de una noche alpina, con sus temperaturas mortales, da paso lentamente a una mañana soleada y tibia, humana y agradable. Sin embargo, el lugar se encuentra extrañamente vacío.

Yo me pongo en marcha. Un año más me acerco a los roquedos de la sierra de Gredos a cotillear cómo anda el celo de las cabras monteses (Capra pyrenaica). No tengo, sin embargo, muchas esperanzas de coincidir con el combate de dos grandes machos porque, en general, una climatología extraña da como resultado celos "raros" en la fauna. Las cabras no son una excepción, y si el año pasado ya hubo un cortejo con poco movimiento, este parece llevar la misma dirección. No obstante, la cita con los grandes machos negros se me hace ineludible.

Tras deambular un rato largo por la incómoda umbría, cambio de ladera y me mantengo en las cercanías de un par de manadas de cabras que se desperezan en la solana de la sierra. Fotografío contraluces; como algo; descanso aunque no esté cansado; fotografío machos jóvenes persiguiendo hasta el aburrimiento a las hembras que aún no están receptivas; me siento a esperar; fotografío algún gran macho más animado; paseo por la zona con las manos en los bolsillos; me siento a comer algo de fruta; vuelvo a fotografíar posturas, estiramientos, poses; me distraigo observando manadas lejanas con los prismáticos; me detengo sin prisas en el comportamiento de algunos ejemplares, de grupos de machos que se miden; fotografío ejemplares sesteando; ...

Pasa el tiempo.










Pasa el tiempo y el poco movimiento que observo aún me anima a quedarme con un viejo macho, de cornamenta "amuflonada" si se observa de frente, casi como si de un carnero se tratara. Elegante, serio. Hermoso. En realidad se trata de un macho bastante viejo, que ya he fotografiado a lo largo de la mañana un par de veces en la parte inferior de la ladera. Lo he visto llegar hace un rato hasta la zona donde yo estoy, hostigado por un ejemplar más fuerte y joven que lo ha perseguido ladera arriba, probablemente alejándolo de las hembras. El macho joven finalmente se ha detenido y no ha dejado de observar a su contrincante hasta que se ha perdido de vista tras un repecho de la montaña; luego ha dado la vuelta sobre sus pasos y ha regresado por el mismo camino por el que había aparecido. El viejo ejemplar de cuernos cerrados y desgastados se tumba a no mucha distancia de donde me encuentro, y se relaja. Dormita a ratos y decido acompañarlo en su soledad. Me lo imagino como en un destierro, humillado, recordando tiempos mejores cuando su fortaleza lo haría valedor de las hembras del harén. Tengo la sensación de haberlo fotografiado ya el año pasado, aunque luego comprobaré en casa que no, que el ejemplar que fotografiara la temporada pasada era otro de similar cornamenta, aunque menos desgastada y mellada.

Dejo pasar los últimos momentos de la tarde en su compañía. Su imponente belleza me llama la atención, no lo puedo evitar, me gusta, sobre todo por esa cornamenta, considerablemente más cerrada y curvada que en la mayoría de sus congéneres, lo que le confiere un porte especialmente noble. Decenas de fotos después no me queda otra opción que moverme, y me resigno a la cruda realidad del reloj. Lo dejo allí, pastando solo, con su imponente presencia, mientras yo desciendo hacia la seguridad de la civilización, de mi vehículo y su calefacción. Dejo atrás mi montaña, sus laderas y sus rocas, y quedan tras de mí el declinar del sol, el descenso de las temperaturas y el avance de esa difusa línea de sombras que se arrastra, ahora ladera arriba.