Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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30 de noviembre de 2023

Mi lugar de confort

La montaña es mi lugar de confort. Lo ha sido siempre desde la adolescencia. En ella siento que estoy en casa. Aún no había regresado del Gran Norte y en mi mente ya se estaba decantando la idea de cómo sería la nueva temporada de celo de la cabra montés (Capra pyrenaica vitoriae). Unos días después de los ciervos y gamos daneses, mi cámara y mi objetivo estaban a punto de fijarse un año más en este emblemático rumiante del Sistema Central. Regresaba a mis montañas. Así, a las primeras de cambio ya me encontraba caminando con el clarear de un nuevo día por mi zona de confort, ladera arriba, por aquellos roquedos, llambrias y piornales de mi querida sierra de Gredos. Lugares que siempre me han dado buenos resultados fotográficos con las cabras. A mi lado camina un gran amigo, además de magnífico fotógrafo, y no solo de fauna.


Como los últimos años, el celo de esta temporada vuelve a ser ... "raro", un poco anodino y soso (por no decir "un mucho").

Nos encontramos la sierra sin un copo de nieve, absolutamente limpia, lo que para caminar y pasar el día resulta muy cómodo, pero para el celo de la especie y para nuestras expectativas fotográficas supone en realidad un desastre. Tras una mañana perdida en la que los rebaños parecen haber desaparecido del lugar, alcanzamos a ver dos manadas en una misma ladera ya cerca del mediodía. No hemos sabido buscar bien, parece. Con uno de los grupos de cabras están ya un par de fotógrafos, así que nosotros nos dirigimos hacia el otro para no molestar.

Aunque las muestras de celo serán por parte de los machos insulsas y desaboridas durante toda la jornada, el primer contacto directo que tendremos con nuestro rebaño va a ser con este magnífico ejemplar que olfateaba el aire buscando feromonas femeninas que le indicaran una posible receptividad sexual, con esa peculiar mueca conocida como "reflejo de Fehmen", y de la que ya hemos hablado en la entrada dedicada a los ciervos, entre otras. Al mismo tiempo, el macho orina sobre la hierba para marcar con su propio olor el lugar, exactamente igual a como haría tan solo unos minutos después otro ejemplar más joven.

Hacer fotos a los rebaños de cabras puede parecer sencillo; y puede parecerlo porque lo es. No tiene ningún secreto. O como mucho uno: hay que intentar fotografiarlos allí donde estén habituadas a la presencia de excursionistas, de esa forma te aseguras que tu presencia cercana no represente para ellas ningún peligro. Dicho esto, lo primero será buscar un grupo de hembras, que en estas fechas siempre andarán acompañadas de los pesados de los machos, que las van atosigando a unas y otras casi sin descanso (aunque no es el caso de este año, como ya he dicho). Una vez localizado un rebaño y en condiciones normales, podrás acompañarlo durante varias horas, incluso a veces a lo largo de todo el día. Comes tus viandas mientras ellas rumian tumbadas. Buscas composiciones interesantes y encuadres ortodoxos mientras ellas posan sobre las rocas. Te acercas. Te alejas. Retratas a los chivos, luego a las madres y por supuesto a los machos. Buscas escenas. Vuelves a picar algo, sacas el termo. En fin, te vuelves casi un componente más del rebaño.


Lo más probable es que las hembras estén a lo suyo. Los chivos nacidos en la primavera ya están muy crecidos y son bastante independientes, aunque aún se mantienen cerca de ellas e incluso aún se toman su ración de leche de vez en cuando. Siempre es bueno no centrarse única y exclusivamente en los grandes e impactantes machos, las hembras también existen, no las discrimines. Vale, es cierto que para nosotros los grandes machos son el principal centro de atención, el objetivo de nuestras sesiones, pero ellas son al final las que cortan el bacalao durante los cortejos; observarlas implica no solo que puedas obtener fotografías atractivas también de ellas, sino que puedas identificar la que está a punto de dejarse montar por el sherif del lugar. De esa forma puede que aciertes a fotografiar alguna cópula. 




Como la vida en la manada suele ser tranquila, la jornada del cabrero tampoco será la mar de estresante. Desde luego, tendrás tiempo para descansar, seguro, y para disfrutar del paisaje. Podrás dejar el mochilón junto a una piedra y acompañar a uno u otro ejemplar por los alrededores. Todos los individuos del grupo acabarán posarán para nosotros como si supieran que nos gustaría que lo hicieran, como si alguien les hubiera dicho que deben hacerlo.

Uno macho de pelaje lustroso mira al horizonte, como pensativo; desde la montaña el mundo se ve muy pequeñito y lejano.


Otro se tumba sobre una piedra y deja pasar la tarde tranquilo, y hay quien se hace el dormido y con el peso de la cornamenta se le acaba cayendo la cabeza.



Los más posan para nosotros con su mejor perfil, grandes y viejos.




No es complicado, pues, hacer fotos de cabras en Gredos. Son mansas con la gente y nos aceptan a poca distancia. Basta con no molestarlas. Yo, normalmente hasta me tengo que alejar para que semejantes corpachones entren en el encuadre sin que queden constreñidos en él, aunque reconozco que no siempre lo consigo. Ellas están ocupadas y tú eres sólo un elemento más del ecosistema en el que se mueven.

Moverse tranquilo y dejarse ver en todo momento, no sobresaltándolas nunca emergiendo bruscamente desde detrás de una loma o una gran roca, son dos buenos consejos para no ahuyentarlas. Y por ende, para fotografiarlas. Eso, y tener siempre contigo el pertinente permiso fotográfico, no vaya a ser el guarda el que te ahuyente a ti. No cuesta nada solicitarlo cada año, así que ... sería una tontería no hacerlo. Por lo demás, tú solo has de buscar las posturas rituales que describan su comportamiento, y esas poses señoriales tan elegantes que nos regalan a veces, estar atento y ágil con el enfoque y el dedo índice en el momento de disparar para inmortalizarlas.

La belleza ya la ponen ellas, tú solo has de capturarla en la tarjeta.



Y así resulta imposible no quedarse prendado de estos toros de lidia cuando te posan de estas maneras. Elegantes, serenos y poderosos. Espectaculares, solemnes y regios.


7 de diciembre de 2022

La rueda de la vida

Como cada otoño saco un par de días para acercarme a las laderas de Gredos en busca de los grandes machos de cabra montés (Capra pyrenaica victoriae) que por estas fechas andan con sus escarceos amorosos. La mayor parte de los combates habrán tenido ya lugar, pues suelen ser más habituales al comienzo de la época de celo cuando las jerarquías se establecen entre ellos, principalmente a base de medirse, molestarse, empujarse y demostrarse unos a otros su propia fortaleza, de modo que el combate sea solo el último recurso. Atrás quedaron los meses en los que los rebaños permanecían segregados por sexos. Ahora los machos de todas las edades se arremolinan alrededor de las hembras, a las cuales atosigan sin descanso. Debajo, vemos a una hembra situada en el medio del grupo, rodeada literalmente por ocho machos de diversas edades.

Los rebaños, ahora mixtos, permanecerán así varias semanas, e incluso varios meses, pues no es raro que a finales de febrero aún aguanten no pocos machos en compañía de las hembras y sus crías del año anterior. Debajo vemos una estampa clásica de este período: algunos grandes machos acompañando a algunas hembras con sus chivos del año. Los machos conocen su posición en el grupo y en caso de que alguna hembra entre en estro el semental más poderoso será el que consiga sus favores (siempre que no se descuide y algún otro ejemplar se le adelante en una distracción).


Esta época de celo está llena de detalles y gestos que resultan de indudable interés para cualquier naturalista. Si estamos atentos observaremos cómo los machos de cualquier edad encorvan la espalda y bajan su cabeza volviéndola hacia atrás. Si los tenemos de perfil y a una distancia óptima podremos comprobar cómo se orinan a sí mismos las patas delanteras, el vientre y su propia cara: las feromonas que se desprenden con la orina se impregnan así en su pelaje y sirven para enviar señales químicas a las hembras y machos de alrededor. Este es un comportamiento común a otros ungulados y es sencillo, por ejemplo, observar imágenes de ciervos o gamos con sus barrigas literalmente negras durante la berrea o la ronca.

Todos conocemos los rituales posturales clásicos de esta época en los machos, son gestos que hemos visto en cientos de fotos cada nueva temporada de celo: la cola la mantienen levantada, echan la cabeza y su enorme cornamenta hacia atrás al tiempo que la agachan, a veces adelantan una de las manos hacia la hembra, dan pasos hacia adelante y hacia atrás, sacan la lengua azulada, generalmente inclinándola hacia abajo, ... En esta tesitura, si ella no está aún receptiva o el pretendiente no le parece el adecuado como padre de su futura descendencia, amagará con sus cuernos contra él, dejándole claro que está molestando, que no es el momento y que haría bien en marcharse a dar la brasa a otra parte. No llega a cornearlo, pero lo aparta como vemos en las fotos siguientes.


Ellas, que aún estarán acompañadas de las crías de ese año, indican si están ovulando o no mediante señales olorosas desprendidas a los cuatro vientos mediante las feromonas que contiene su propia orina. Y serán estas señales químicas las recogidas por un órgano especial asociado al sentido del olfato (existente en un gran número de mamíferos, excepto algunos primates), denominado órgano vomeronasal o de Jacobson, situado en el hueso vómer, entre la nariz y la boca -se trata del mismo órgano que sirve a las serpientes para "oler" con su lengua esas sustancias químicas que flotan en el ambiente. Todos hemos visto imágenes de caballos levantando el labio superior en una actitud curiosa, con un gesto entre grotesco y divertido denominado "reflejo de Flehmen"; pues bien, ese mismo gesto es el que podremos ver en los machos monteses si estamos atentos. En las dos fotos inferiores vemos cómo la hembra orina sobre la roca y el macho que la está cortejando inmediatamente huele la información que proporciona pegando su nariz contra la misma. Acto seguido levanta el labio superior y "olfatea" con el órgano vomeronasal las feromonas que pueda haber en el aire.



Los galanteos comienzan como ya sabemos, con ese protocolo ritual de los machos y ese "hacerse de rogar" de las hembras.


Él se arremolina alrededor de ella, la agasaja por un lado, por otro, adelanta una de las manos, con la que a veces toca las patas traseras de ella, apoya su morro o cabeza contra el flanco de ella, frotándola, como acariciándola, ...


... se acerca por sus cuertos traseros y la vuelve a oler por enésima vez, ...


... hay que lanzarse ya, ... se anima por fin e intenta montarla, ...


... pero para ella no es el momento aún, se mueve impidiendo la cubrición; habrá que esperar un poquito más. 



Pero ella, con su cola levantada, le sigue enviando señales químicas de que sí, solo se está haciendo la interesante.


Nuevo acercamiento a la grupa de ella, ... con sutileza, ... sin forzar la situación más de la cuenta; al final siempre será ella la que decida el momento adecuado.



Y vuelta a probar suerte.


Pero nada, que no hay manera. La cabra, escurridiza, se escabulle otra vez más. Así sucede durante varios intentos y un buen rato. Nosotros, naturalistas voyeurs, cruzamos los dedos y esperamos ser testigos del inevitable desenlace final, de ese momento en el que una nueva generación de criaturas se geste en un instante; ser espectadores del inicio en un solo segundo de la futura nueva generación de cabras monteses.

Tras no menos de tres intentos, ...



...ella se lo permite finalmente. Un nuevo ciclo se ha puesto en marcha un año más y podemos decir que la próxima generación de criaturas ya está en camino.

Amigos, la rueda de la vida sigue dando vueltas.

12 de octubre de 2022

Por fin están con nosotros


Hacía años que en todas mis salidas a Gredos no perdía la ocasión de identificar a todos los grandes planeadores que volaban por encima. Aunque fuera atento al suelo buscando indicios de mamíferos, o estuviera acompañando a los grupos de cabras monteses que se mueven por sus laderas con el fin de hacerles algunas fotografías, siempre miraba de reojo hacia arriba, por si tocaba la flauta. El fin de semana pasado sonó por fin.


Revisando un gran bando de buitres leonados (Gyps fulvus) y alguno negro (Aegypius monachus) que volaba sobre un collado cualquiera, y mientras algunos de ellos permanecían posados en una pradera, un bicho negro que en algún instante pareció tener la cola más larga de lo habitual nos llamó la atención. Lo seguimos con los prismáticos durante unos momentos sin poderlo identificar. Era muy oscuro y se confundía con el piornal en sombra sobre el que sobrevolaba; la pobre luz ambiente que provocaban las densas nubes de tormenta que nos estaban amenazando no ayudaba en absoluto. No me lo podía creer. Menciono casi con miedo un "parece un quebranta". Atentos a sus evoluciones, pasan unos pocos minutos de intriga, mientras nos da la sensación de que ... "vuela diferente al resto de buitres". Finalmente se recorta unos instantes contra las nubes y aquella silueta definitivamente disipó cualquier duda sobre la identidad de la rapaz. Se trataba de un juvenil de quebrantahuesos (Gypaetus barbatus).


Tras no perderlo de vista durante un rato más, y mientras lo estamos siguiendo con los prismáticos, por el rabillo del ojo veo que se cruza otra mancha oscura por el campo visual que resulta ser un segundo ejemplar de quebrantahuesos. ¡¡Dos quebrantas nos regalan durante media hora la sorpresa del día!! Es la primera vez que vemos esta especie que estuvo a finales del siglo XX a punto de extinguirse en nuestro país, aquí, en Gredos, en nuestra casa. Hoy, aunque su estado de conservación sigue siendo preocupante, la población se ha multiplicado después de años de esfuerzos humanos y económicos, en los que han colaborado numerosas instituciones y algunas empresas privadas, lo que aporta un rayo de esperanza.


Dos fechas quedarán marcadas en la historia del regreso del quebrantahuesos a las gargantas de Gredos. La primera será el 17 de mayo de 2022 cuando dos pollos de esta especie son trasladados desde el valle de Ordesa, donde han sido cuidados con mimo en unas instalaciones especiales desde su estado embrionario en el huevo. Ese 17 de mayo Galana -una hembra- y Risco -un macho- serán por fin los primeros ocupantes de los jaulones que conforman el hacking desde el que se adaptarán al entorno del lugar. La segunda fecha histórica, y si cabe más relevante, será el 16 de junio cuando las puertas de esas jaulas que han hecho las veces de nido en las alturas se abrieron definitivamente, dejando libres a estos dos exploradores de los vientos.


¿Serán estos dos ejemplares los que pudimos ver en aquel collado hace apenas unos días? Probablemente sí lo eran, aunque la distancia y la pésima luz que nos envolvía por aquellas nubes plomizas no nos permitieron distinguir ninguna marca alar de las que ahora identifican a los dos animales liberados, como si de su carnet de identidad se tratara. Damos la espalda a la cabezacera de la garganta y ponemos demasiado pronto rumbo al coche. La satisfacción de haber visto por fin nuestros primeros quebrantahuesos de la sierra de Gredos compensará el cansancio de la jornada y la rabia de no haber podido llegar hasta donde hubiéramos deseado por la amenaza de tormenta cuando ya habíamos superado casi todo el desnivel. La satisfacción ... y la emoción. No en vano el quebrantahuesos es una especie fetiche para mí, a la que he dedicado varios viajes exclusivos a Pirineos y de la que he disfrutado incluso en el Himalaya.

Hoy la biodiversidad de estas sierras es un poco más completa; estamos ya muy cerca de recuperar otra pieza perdida del puzzle. Con la llegada del lobo hace unos años, y el reciente desembarco del quebranta, Gredos es hoy un poco más Gredos. 

NOTA: Ninguna de las imágenes de quebrantahuesos que acompañan a esta entrada corresponde con los ejemplares vistos en Gredos, siendo fotografías realizadas en los Pirineos de ejemplares con un plumaje similar al observado en la sierra abulense.

8 de agosto de 2022

Un poco pirata

Con tanto incendio asolando nuestras áreas naturales más habituales, se quedan en el tintero algunas imágenes que nacieron para ser compartidas. De una ya lejanísima primavera quedaba en el disco duro este amigo que siempre me ha parecido un poco pirata. Rodeado de piornos en flor, es uno de los pajarillos más habituales de la alta montaña gredense, cotidiano en muchas sesiones fotográficas, a las que no suele faltar. El escribano montesino (Emberiza cia) se distribuye por buena parte de Europa y Asia Central, así como por el Norte de África, alimentándose de semillas y pequeños insectos que buscan por laderas altas y montañosas, cubiertas de matorral y pequeños arboles dispersos. Aquí, en el Sistema Central, es sencillo encontrarse con ellos y su peculiar dibujo facial tan característico.




Cuando otros habitantes más escasos se nos resisten, estos discretos paseriformes siempre acuden a la llamada para salvar nuestra sesión.

6 de julio de 2022

La vieja alambrada

Me acerco a la sierra como otras temporadas para intentar ligar con los pajarillos que revolotean entre los piornos. Me amanece por fin subiendo a sus laderas. Todo huele a primavera. Todo suena como la primavera. Los cantos de decenas de aves ya retumban en esta incipiente mañana como la banda sonora de un documental.

Interiorizada como tengo la mecánica de la sesión fotográfica de tanto repetirla una y otra vez, rehago, como si de un protocolo establecido se tratara, todos los pensamientos y movimientos de otras mañanas parecidas. Sin prisas. Pero también sin pausa. No quiero olvidar nada que sea importante. Recojo todos los bártulos, el equipo fotográfico, el de camuflaje, el hide, los posaderos, la mochilita pequeña con algunas herramientas útiles y "porsiacasos", mi comida, un poco de agua, el móvil,... Repaso mentalmente lo que necesito por última vez y, tras cerciorarme de que no me dejo nada y de que el vehículo queda cerrado, me pongo a caminar. Poco tiempo después estoy ya instalado en un lugar conocido de otros años que siempre me ha dado buenos resultados. Frente a mí sitúo el pequeño trozo que me he traído de la vieja alambrada oxidada y cubierta de líquenes que he encontrado días atrás, y lo apaño alrededor de un madero -no menos viejo- que, a su vez, he rescatado de uno de los cientos de vertederos ilegales que salpican, contaminan y afean nuestros campos. Queda situado, junto con una llamativa piedra encontrada a cientos de kilómetros de la provincia en donde yo resido, sobre una enorme y conspicua roca que corta sobre una ladera de la sierra. Su visible y prominente posición hacen que se convierta en un potente reclamo visual para varias especies de pequeñas aves que la utilizan de manera habitual como un perfecto púlpito desde el que cantar a los cuatro vientos, como atalaya desde la que acechar a los insectos de los que se alimentan o, simplemente, para posarse, descansar o vigilar sus alrededores.

El lugar no falló tampoco en esta ocasión, como no lo hicieron tampoco algunos de sus habitantes, y, como no podía ser de otra manera, al poco de salir el sol esta hembra de tarabilla común (ente otros ciudadanos del piornal) se acercó a la atalaya para amenizarme la mañana. El macho anduvo cerca, hermoso con su plumaje nupcial, pero en esta ocasión se mantuvo a una distancia prudencial. No importa, la belleza de ella no le va a la zaga y a mí me compensó la mañana. No es que me conforme ni con poco ni con menos, es solo que los especímenes modestos me reclaman la misma atención.