20 de diciembre de 2024
Feliz 2025
14 de diciembre de 2024
Pasito a pasito ...
... este blog va entrando en la adolescencia. Tal día como hoy, el 14 de diciembre de 2011 publicaba la primera entrada de Cuaderno de un Nómada. Han pasado 13 años ya. A veces me parecen demasiados, tengo que reconocerlo, sobre todo cuando comparas aquella vida virtual de comienzos de década con la que se vive actualmente, donde se ha impuesto la tiranía de la inmediatez, la superficialidad, el postureo y la comunicación vacía y hueca de muchas redes sociales, cuando no de bulos y mentiras. Reflexionar parece que no está muy de moda. Leer textos largos ... como que tampoco. Cada vez somos menos los blogs que se obstinan en sobrevivir en una blogosfera cada vez más reducida; hoy solo interesan los videoblogs, los youtubers, influencers, instagramers y tuiteros (me niego a cambiarle el nombre). Cuando TikTok está generando serios problemas de salud mental entre los jóvenes, los viejos blogueros estamos desahuciados. Sí, lo sé, estoy desfasado, ¡y qué!, asumo la culpa. Pero no menos anticuado de lo que estáis también todos los que seguís de vez en cuando entrando en alguno de estos escasos espacios en desuso, y en los que perdéis el tiempo en leer parrafadas de más de seis o siete líneas. Asumir también vosotros vuestra propia obsolescencia.
Pero bueno, como todos los años anteriores, hoy 14 de diciembre recapitulo y veo por qué derroteros ha navegado este nómada en los últimos doce meses. Y el resumen no puede ser más desalentador, conformando el extracto de mi indignación y pesadumbre, porque a lo largo de estos trecientos sesenta y cinco días pasados la mierda de la caza y las miserias de los políticos que destruyen nuestro medio ambiente han sido un foco importante en muchos de los post. En la mayoría, para ser exactos.
Aunque empecé muy bien con un enero en el que solo paisajes y maravillas naturales llenaron sus entradas, ya en febrero desenmascaré las masacres de carnívoros que se vienen promoviendo desde los gobiernos de los países nórdicos, a la par que se venden como verdes y amantes de la naturaleza. Después alerté de los oscuros intereses que hay detrás del radiomarcaje de lobos (Canis lupus signatus) en Castilla y León. Seguí más tarde haciendo un alegato contra la barbaridad que representa matar muchos más de 20 millones de animales salvajes al año solo en nuestro país, para ... ... ... sí, sí, para lo que todos pensáis, ... para ¡¡¡divertirse!!!, señores, para divertirse, se dice pronto. ¡Qué absoluta falta de humanidad y sensibilidad! Y para rematar el mes de enero me hacía eco de una sentencia judicial condenatoria contra un cazador que había matado a un oso (Ursus arctos arctos) en una cacería, sentencia que, a la par, responsabilizaba indirectamente a la Junta de Castilla y León por autorizar la citada actividad cinegética a sabiendas de la presencia del plantígrado en la zona.
En marzo me hacía eco de otra resolución judicial más, esta vez del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria que declaraba nula la extracción de lobos autorizada por el gobierno cántabro en 2022. Qué raro, ¿no?, ¿cómo ha podido suceder? Y qué manipulador resulta que se usen eufemismos como "extracción" cuando de lo que realmente se está hablando es de "muerte", "matanzas", "matar", "eliminar", "perseguir", "exterminar"...
Tras un agradable paréntesis en abril con una sola entrada en la que un ratonero (Buteo buteo) y una vieja encina muerta eran los protagonistas, en mayo la agricultura biodiversicida me cabreó de nuevo por culpa de la autorización que la Junta de Castilla y León (otra vez los mismos "bulldozers ambientales" de siempre) firmó para transformar una gran superficie de secano y pradera en regadío, destruyendo el que probablemente era el mejor lek de avutardas (Otis tarda) de la provincia.
Junio tampoco fue un buen mes; divertido no, desde luego. Primero fue la perdiz (Alectoris rufa) la que me sirvió de descargo para seguir hablando de las bondades de mi amiga la caza. Y después lo fue el zorro (Vulpes vulpes) y el odio analfabeto que se le dispensa en el medio rural, donde las masacres que sigue sufriendo a manos de un sector cinegético terriblemente inculto e ignorante son idénticas a las que se llevaban a cabo en la época de las Juntas de Extinción de Animales Dañinos y Protección de la Caza de la época franquista. Exactamente idénticas. Y si ya estaba siendo malo junio, ese mes tuvimos que hacernos eco de la muerte de un personaje único en la esfera conservacionista de nuestro país, había fallecido Luis Mariano Barrientos, una figura absolutamente irremplazable en la defensa del lobo ibérico.
Julio comenzó bien con un par de entradas sobre la cigüeña blanca (Ciconia ciconia) y la gaviota patiamarilla (Larus michahellis), pero acabó con otra sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que daba otro varapalo judicial más a la deplorable Junta de Castilla y León, que ya debe estar inmunizada contra los tirones de orejas judiciales que recibe constantemente.
Si en agosto el único post lo dediqué en exclusiva a las incongruencias del sector ganaduro respecto de su convivencia con el lobo, en septiembre hice lo propio respecto de la gigantesca responsabilidad que tienen los medios de comunicación en la exageración de un conflicto que no debería ser tal entre el hombre y el gran cánido.
Para variar un poco, en octubre empecé divagando de nuevo sobre el esperpéntico mundo desfasado, obsoleto y rancio que rodea al mundo de la caza, y continué exigiéndole a nuestro lamentable Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio -ese ser llamado Juan Carlos Suárez-Quiñones- que dimitiera, tras oooootra nueva decisión judicial contraria a su gestión, esta vez del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, que declaraba ilegal los cupos de extracción (de nuevo este mismo y maldito eufemismo) de lobos que aprobó la patética Junta (y es que se me acaban los adjetivos con esta gente) para los años 2019-2022.
En noviembre encontramos tres entradas. Las tres en la misma línea. En la primera de ellas nos acordamos de nuevo del citado consejero, Juan Carlos Suarez-Quiñones, por las bobadas que dijo en la rueda de prensa que dio a raíz de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León citada más arriba. En la segunda entrada analizaba por enésima vez la incultura y la ignorancia ambiental del sector cinegético y el poder mediático que llegan a tener -como buen lobby que son- y que en esta ocasión fueron decisivos para que se desestimara la provincia de Zamora como futuro lugar para la reintrodución del lince (Lynx pardinus) en nuestra comunidad. Y para rematar el mes, una tercera entrada ya completamente alucinante, más propia del guion surrealista de una película de Buñuel que de personas con cerebro; en ella me hago eco de la estupidez que demuestra la Junta de Castilla y León (siempre la misma administración) por boca de Carlos Javier Fernandez Carriedo, a la sazón portavox de la Junta, cuando afirma en sus declaraciones que matar animales hace aumentar sus poblaciones, en referencia a que matar cientos y miles de lobos es bueno para la especie. En fin, corramos un estúpido velo, porque estos seres a los que les pagamos un sueldo que no se merecen nos toman a los ciudadanos por gilipollas. Perdón por la indignación.
Y ya para terminar este repaso rápido, en diciembre he intentado desintoxicarme -sin mucho éxito, todo hay que decirlo- de tanto político y tanta matanza innecesaria centrándome como todos los años en hacer fotos de cabras monteses (Capra pyrenaica victoriae) durante su celo, desahogándome con dos primeras entradas donde ellas y su incuestionable belleza son las protagonistas absolutas, además de su interesante comportamiento. Sin embargo, a la tercera me han vencido y no he podido resistirme, y mis instintos más bajos me han obligado, en contra mi voluntad, a desenmascarar lo que generalmente hay detrás de la caza de machos monteses en nuestras sierras y la vileza del ser humano que los ajusticia. El título de esa tercera entrada lo dice todo: "Ejecutar no es cazar"
Este es el resumen, gente. Veintisiete entradas en las que pesan mucho -demasiado, por desgracia- los disparates ambientales de nuestros políticos y nuestras patéticas administraciones, así como las consecuencias e impactos que la actividad cinegética provoca. Afecciones negativas, en definitiva, que dañan nuestro patrimonio natural, un insulto a nuestra inteligencia y una enorme insensatez por parte de los responsables últimos: políticos y cazadores. En definitiva, un año lacerante y desolador.
Como todos los 14 de diciembre y para compensar todo lo que hemos tenido que soportar en estos doce de meses, os dejaré una docena de fotografías donde solo aparezcan lugares maravillosos y criaturas hermosas.
Feliz cumpleaños, chicos, may the force be with us, que la vamos a necesitar.
5 de febrero de 2024
Escandinavia, ¿paraíso natural?
Escandinavia es una región geográfica y cultural formada por tres países nórdicos -Dinamarca, Noruega y Suecia-, aunque aquí también hablaremos de Finlandia aun no siendo formalmente incluida en el término. En la actualidad estos cuatro países disfrutan de un bienestar social y un nivel de vida económico envidiables, habiéndose convertido en los últimos tiempos en países realmente prósperos al implementar políticas económicas y sociales avanzadas y modernas, consiguiendo generalizar bajos niveles de desempleo y desigualdad, así como altos niveles educativos, incluso en el medio rural. Como dato curioso y descriptivo nos llamará la atención, en contraste con lo que vemos en nuestro país, que sus granjas agrícolas o ganaderas están impolutas y ordenadas, sin zaleos por todas partes como ocurre aquí, además de sorprender la gran cantidad de ellas que tienen aparcadas en la puerta roulottes o autocaravanas, lo que parece venir a demostrarnos que para la mentalidad de esta gente hay vida más allá del futbol, los encierros y las tascas del pueblo (de las que, por otro lado, tampoco disponen).
No verás basura por las cunetas, ni en las apartaderos y zonas de descanso de las carreteras, y no digamos ya escombros en los caminos o carritos de supermercado en los ríos. El contacto con la naturaleza representa allí una tradición interiorizada en sus vidas y el civismo forma parte de su idiosincrasia, lo que comprenderemos cuando observamos con envidia los cientos de baños públicos que se reparten por todas las carreteras en perfecto estado de uso, limpios no, lo siguiente, con calefacción y ¡¡¡sin las firmas de nadie por sus paredes!!! (aquí debemos tener tanta gente con la autoestima por los suelos, que para enorgullecerse de sí mismos necesitan imperiosamente dejar constancia de su paso por nuestros lavabos). Los conductores allí incluso respetan los límites de velocidad -salvo sorprendentes excepciones- aunque no haya radares cerca, y aun teniendo generalmente límites de velocidad muy bajos, mayoritariamente entre los 70 y 80 km/h.
De esta forma en la mayoría de las curiosas listas de los países más felices del mundo Finlandia se sitúa en primera posición, Dinamarca en segunda, Noruega en tercera y solo Suecia se descuelga a la séptima. Así las cosas, desde el sur de Europa observamos con una cierta envidia a estos países nórdicos por lo avanzados, modernos y prósperos que son, además de preocupados por la conservación del medioambiente y lo vinculados que se sienten emocionalmente a la naturaleza. Y si a todo eso le añadimos que se venden a sí mismos como una región geográfica envidiable por los magníficos espacios abiertos de los que pueden disfrutar, donde la libertad de tránsito es casi absoluta en unos ecosistemas prístinos y casi casi infinitos, pues tenemos el coctel perfecto para que nos pongan la venda en los ojos y nosotros mismos nos la anudemos. Me explico.
Así, por ejemplo, Noruega tenía en 2023 una densidad de población de 16,95 hab/km2, mientras que en Finlandia era en 2015 de 16,41 y en Suecia de 22,97 en 2020. En comparación, nosotros somos actualmente algo más de 95 habitantes por kilómetro cuadrado en España. Dinamarca es un caso aparte dentro de su entorno ya que alcanza una cifra muy superior a la de sus vecinos del norte, siendo hace tres años de 135,90 hab/km2, lo que puede ser explicado por su ubicación dentro del continente. Sin embargo, estas densidades relativamente bajas para unos países modernos no implican que no haya impacto humano alguno en sus territorios. De hecho, una gran parte de la población está diseminada en granjas y casas por todas partes, salpicando de puntitos el paisaje, junto a las carreteras, en los bosques, a orillas de las lagunas y fiordos, en la taiga o en la tundra, lo que compromete un cierto nivel de afectación en el entorno.
También es una evidencia que gran parte de sus áreas naturales más o menos bien conservadas son extensas, sobre todo en el norte, pero no menos cierto es que, por ejemplo, la industria maderera en Suecia explota gigantescas superficies de bosque boreal que muchos turistas incautos, al transitar por sus interminables carreteras, consideran verdaderos bosques, cuando en realidad son re-naturalizaciones sin los procesos ecológicos de un auténtico bosque maduro, y que muy poco tienen que ver con los verdaderos paisajes conservados que deberían ser.
No poco llama también la atención a quienes visitan por primera vez la región poniendo atención en los detalles la cantidad tan enorme de torres cinegéticas (puestos de caza construidos con troncos de madera) que salpican las lindes de las zonas arboladas y que se ven a simple vista desde las carreteras -sobre todo en el sur-, lo que ya nos va dando alguna pista también de cómo es la relación de una parte relevante de la población con su preciada naturaleza. En definitiva, no todo es tan idílico y bucólico como nos lo venden, aunque nos lo metan por los ojos.
... o los mucho menos numerosos visitantes de los clásicos molinos de viento o las piedras hincadas con alfabeto rúnico del siglo IV en adelante de la isla sueca de Öland, por poner algunos ejemplos.
En Noruega, lo mismo que en España, el odio al lobo está profundamente imbricado en las instituciones, principalmente porque allí también resta votos. En el año 2011 contaban con la abrumadora cifra de 28 lobos en el país. Sí, habéis leído perfectamente, chicos: ¡¡¡28 lobos!!! en un país que supera ampliamente los 300.000 km2, con una población de solo cinco millones y medio de habitantes concentrados principalmente en el sur y las grandes ciudades, y con enormes extensiones de bosques y montañas donde prácticamente no hay ganado. Tres años después la cifra era prácticamente idéntica, solo 30 animales parecía haber en 2014, dejando patente que la caza furtiva estos años estaba impidiendo la evolución de su población. Pero aunque aquí generalmente no nos llegan noticias de estos países, a finales del año 2015 nos pudimos enterar que 11.571 noruegos aspiraban a matar a uno de los 16 lobos que las autoridades decidieron autorizar, de los 30 que seguían calculando tener aquel año en el país, así como otras 10.930 solicitudes para cazar 18 osos pardos, aunque apenas les quedaban un puñado de ellos, con unas cifras difíciles de conocer con exactitud, pero sabiendo que eran aproximadamente 127 osos en 2017. Pero es que al año siguiente, 2016, también pudimos leer la noticia de que se autorizaba la matanza del 70 % de los lobos que habían conseguido malvivir en su territorio cuando se estimó una población de ... ¡tachín, tachín! ... redoble de campanasssss ... solo ¡¡¡¡68 animales!!!! Sí, amigos, autorizaron matar a 47 de los 68 lobos censados.
Este escándalo sin parangón fue criticado por la prensa de todo el mundo, e incluso al otro lado del charco se hicieron eco de la hipocresía de un país que se define así mismo como valedor del medioambiente y la conservación al tiempo que planea alevosamente darle la puntilla a una especie que se encuentra en estado crítico en la Unidad de Cuidados Intensivos, caminando sobre la cuerda floja de la extinción.
Dos años más tarde, en 2018 el gobierno noruego fue denunciado ante un tribunal por WWF por el exterminio del 25% de los lobos que a duras penas aguantaban en el país, al ejecutar a 27 de los menos de cien que quedaban. ¿Se puede considerar verdaderamente amante de la naturaleza -como ellos se venden mentirosamente a sí mismos- un país que autoriza rematar a una especie en peligro crítico de extinción? Obviamente no lo es. Es más, ni siquiera lo sería sin esa medida brutal cuando previamente tenían designados territorios en los que esta especie sí podía vivir y otros en los que no, decidiendo dónde puede y dónde no puede desarrollarse la vida natural en completa libertad; esto no es, señores, amar la naturaleza, no es convivir con ella, es aprovechar de un modo utilitario sus recursos naturales y eliminar de un plumazo todo lo que en ella pueda suponer un conflicto, un contratiempo o una dificultad: lo que no me produce o no me vale, fuera, a freír espárragos. Tras extinguirse el cánido en Noruega en los años 70 su llegada desde Suecia no está siendo fácil, con graves problemas además de endogamia provocada por cuellos de botella en la poblaciones sueca y finlandesa -igualmente maltratadas y perseguidas- de cuyas poblaciones derivan los actuales ejemplares noruegos. Y que se puedan además cazar especies como linces u osos tampoco ayuda a considerarlo un país verde y conservacionista. En las tres últimas temporadas de caza entre 2020 y 2023 se mataron legalmente en el país 3 osos de las 21 licencias expedidas, 58 lobos de los 135 autorizados, 172 glotones de los 447 permitidos y 162 linces de las 208 licencias emitidas. Una salvajada; legal, sí, pero salvajada al fin y al cabo. Estaría muy bien que existieran estadísticas igual de exhaustivas con los números de carnívoros muertos furtivamente, porque las cifras del exterminio de los grandes carnívoros del país son, sin duda, abrumadoras.
En Suecia las noticias que nos llegan son aún peores. Desde 2010 el gobierno sueco está empeñado en reducir la ya exigua población de este cánido a pesar de que la geografía del país y la mínima presencia de ganado doméstico justificaría semejante decisión, ni siquiera desde un punto de vista de conflicto social. El 2 de enero del citado año comenzó la masacre anual, y en el primer día ya mataron 21 de los 27 lobos autorizados. La polémica estuvo servida ante las protestas de los sectores conservacionistas del país y de Europa, pero no sirvieron de nada. En 2011 se concedió autorización para matar otros 20 más, aunque tras un evidente y avisado procedimiento de infracción de la UE se paralizaron las matanzas en 2012 y 2013, aunque los lobos siguieron cayendo de forma furtiva, por supuesto. La posible multa de 11 millones de euros que podría imponer Europa al gobierno sueco no le impidió en 2014 retomar la persecución institucional con la muerte de otros 30 lobos. Durante ese año y el siguiente se sumaron entre Noruega y Suecia un total de 100 lobos más eliminados (o más probablemente 101, como los dálmatas), la mayoría tiroteados legalmente. Desde 2020 el gobierno sueco persigue la eliminación anual de un importante número de ejemplares, como si ya se tratara de una tradición. Así, en el año 2022 autorizaron la masacre de la mitad de la población de lobos (a la par que de un centenar de linces boreales), mientras que en 2023 aprobó la eliminación del 16% de los 460 lobos que estimaban habitaban en su territorio, 75 animales que supusieron un trágico golpe para la especie, pero solo un paso más para alcanzar el objetivo último de reducir su población a la mitad. Además, en el año pasado duplicaron los permisos para matar 201 linces, lo que representaba el 13,86 % de la población, estimada en 1.450 ejemplares en 2023 (unos 300 animales menos que los censados una año antes).
Y en cuanto al lince boreal en 2013 fijaron un cupo de 589 linces abatibles, lo que representaba el 20% de la población. Para cualquier persona amante de la naturaleza, o sencillamente consciente y sensible con la necesidad de fomentar un cambio de modelo en la relación del hombre con el medio natural, resulta verdaderamente vomitiva esta política de muerte, máxime cuando de lo que se le acusa al lince es, en el peor de los casos, simplemente de alimentarse de sus presas naturales, sin más. Pero claro, sus pieles son muy cotizadas y sus cabezas decapitadas como trofeo en una pared también. No puedo por menos de hacerme de nuevo las mismas preguntas retóricas que me asaltan la cabeza cada vez que nos enteramos de sucesos tan descabellados, insensatos y horribles como estos, ¿es de verdad amante de la naturaleza un pueblo que irracionalmente masacra por diversión a sus depredadores a pesar de ser piezas fundamentales en el mantenimiento del equilibrio natural de los ecosistemas? ¿Es divertido de verdad tirotear un lince? ¿Es tan placentero arrebatarle la vida a otro ser vivo?, ¿de verdad?, porque obviamente necesario no lo es, ni lo será nunca, sino más bien ya todo lo contrario, resulta medieval y rancio bien entrados en el siglo XXI. Una abyecta vileza, arcaica y mezquina.
Vamos, amigos, nada nuevo bajo el sol, no nos podemos extrañar de nada, pues seguimos hablando de lo mismo: el nauseabundo egoísmo de esta especie patética a la que pertenecemos. Aquí, en España sucede exactamente igual: aparte de los ganaderos porque el lobo les mata a veces terneros u ovejas (generalmente sin proteger adecuadamente), los guardas de las reservas regionales de caza y los cazadores en sus cotos odian y eliminan lobos porque comen ciervos, rebecos, cabras monteses o corzos. Pues allí igual. Y no penséis que al ser países que se venden como apasionados amantes de su naturaleza su relación con ella va a ser siempre tan idílica. Ni en broma. Ellos tienen los mismos odios que nosotros y los mismos egoísmos y defectos humanos que nosotros. Y el furtivismo es en Escandinavia un factor clave para comprender los minúsculos números poblacionales de esta especie. Así, en un estudio publicado en 2011 pero desarrollado entre 1999 y 2009, se estableció que "... la población de lobos escandinavos (Canis lupus) como ejemplo ilustrativo, mostramos que la caza furtiva representó aproximadamente la mitad de la mortalidad total y más de dos tercios de la caza furtiva total no fue detectada por los métodos convencionales, una fuente de mortalidad que denominamos "caza furtiva críptica". Nuestras simulaciones sugieren que sin la caza furtiva durante la última década, la población habría sido casi cuatro veces mayor en 2009". O lo que es lo mismo, la caza furtiva redujo la población de 990 a 263 lobos. Para entender toda esta absurda situación hay que saber de la fuerte presencia y poder mediático que tienen los cazadores en estos países nórdicos, formando un grupo de presión muy importante, a cuyos deseos y exigencias se pliegan muchas instituciones. En Noruega, por ejemplo, 537.375 personas estaban inscritas en el registro de cazadores la temporada 2022-2023, lo que supone el 9,79 % de la población, aunque de ellos pagaron la licencia anual 192.788, o lo que es lo mismo, el 3,51 % de los noruegos (más del doble que en nuestro país, que en 2021 era del 1,4 % de la población -681.023 licencias-). Durante la temporada 2009-10 sumaban en Suecia, en números redondos, 264.000 cazadores, lo que representaba en aquel momento un 2,83 % del total de habitantes, mientras que en Finlandia se alcanzaba el 5,53 % de la población en el año 2021, cuando 307.155 finlandeses pagaron la correspondiente licencia de caza. Como vemos, la actividad cinegética está muy arraigada en los pueblos nórdicos y, consiguientemente, el furtivismo es imposible de controlar realmente, primero por las propias características de su naturaleza, con vastas extensiones de bosques despoblados que son literalmente imposibles de vigilar, y segundo por una más que evidente falta de interés de las instituciones; ¿os suena esto de algo?: Caza, furtivismo y descontrol / ¿Ninguneamos el furtivismo?.
19 de enero de 2024
Taiga
Si siempre ha habido para mí un lugar en el planeta mitificado desde crío, ese lo constituyeron las infinitas extensiones de bosque boreal de Alaska y del Yukón canadiense. La mítica "última frontera" era en mi mentalidad de niño un lugar de aventuras y emociones, de tramperos y buscadores de oro, de gente solitaria que vivía en los bosques sin ver a nadie durante meses. Un lugar de gente dura y hecha a sí misma. Años más tarde, en la adolescencia, veía una y otra vez las fotos y releía hasta desgastar las letras del fascículo nº 3 de la colección de Félix Rodríguez de la Fuente "La aventura de la vida, crónicas de viajes" en el que convivía durante unas jornadas con el trampero suizo Jürguen Jöffer y su mujer Jane en una concesión de caza en los territorios del Yukón, tras abandonar las comodidades de su país en la civilizada Europa y acudir a la llamada de los bosques.
Así que recorrer las infinitas extensiones de coníferas de la taiga escandinava ha sido un poco como acercarme a cumplir aquel sueño imposible de mi infancia, como aproximarme tímidamente a hacer realidad aquella quimera adolescente. Este puñado de fotos bien puede sintetizar el paisaje de esa taiga boreal infinita, eterna y mítica, anhelada desde niño. El sueño de una vida vagando por los territorios inexplorados del Gran Norte imposible ya de ser vivida, la utopía de formar parte de aquel pedazo de historia, en la verdadera y legendaria última frontera.
Poniendo los pies en el suelo habría que decir que la taiga, palabra rusa de origen yakuto, ocupa una franja verde ininterrumpida en la región subártica del hemisferio norte, conformando un cinturón forestal de dimensiones simplemente descomunales, hasta el punto de ser la masa forestal más grande del planeta rozando los 17 millones de kilómetros cuadrados. Este biotopo limita al norte con la tundra ártica y con los bosques templados de frondosas al sur. El estrato arbóreo está compuesto fundamentalmente por coníferas de hoja perenne de los géneros Piceas (píceas), Abies (abetos) y Pinus (pinos) y de hoja caduca del género Larix (alerces), aunque en latitudes meridionales se vuelve común la mezcolanza con algunas especies de frondosas intercaladas, como las de los géneros Betula (abedules), Alnus (alisos), Salix (sauces) o Populus (álamos).
El clima que impera en estas remotas regiones del planeta es subártico, con temperaturas medias anuales de entre -5ºC y 5ºC, siendo incluso más frías que las que encontraremos en la propia tundra a pesar de ser un ecosistema más meridional. Esto es debido a la continentalidad de las regiones ocupadas por estos mares de coníferas, con temperaturas verdaderamente bajas en invierno, que alcanzan fácilmente en las regiones más frías de Siberia entre -40ºC y -50ºC. La temperatura bajo cero más extrema jamás registrada fuera de los polos ha sido de -71'2ºC, y se midió en el pueblo de Oymyakón, en la región de Yakutia, incluida en la Siberia oriental rusa. Respecto a las precipitaciones, estas no son excesivamente elevadas, y gran parte de ellas lo son en forma de lluvia durante los meses estivales. Con inviernos así de duros se hace patente que bastantes meses al año el suelo aparece cubierto de nieve y las masas de agua congeladas. Estas condiciones ambientales son las que justifican las características del estrato arbóreo existente: inviernos extremadamente fríos, períodos vegetativos relativamente cortos y muchas horas de luz durante bastantes meses al año hacen que las hojas en forma de agujas sean más ventajosas de cara a combatir las temperaturas extremas y la evaporación, al tiempo que estas acículas al ser perennes aprovechan la función fotosintética al máximo posible. Además, que las coníferas tengan sus troncos verticales y rectos y sus ramas cortas es una adaptación añadida que busca evitar el exceso de nieve, y por lo tanto de peso, que los pueda dañar. El sistema radicular del arbolado es extenso y poco profundo, puesto que a poca distancia de la superficie el suelo está ya congelado -en lo que conocemos como permafrost- en grandes extensiones del bosque boreal; suelo que ya de por sí es bastante pobre, entre otras razones porque el frío clima ártico entorpece el proceso de descomposición de la materia muerta y ralentiza el reciclaje de sus nutrientes, algo que debemos tener siempre presente. A su vez este mismo terreno, helado durante todo o gran parte del año, es el responsable de que el agua pluvial o del deshielo no se filtre, dando lugar a las numerosas turberas y áreas pantanosas que salpican este ecosistema.
Pero los bosques boreales son mucho más que la descripción escueta y meramente física de este ecosistema, y entroncan con un sentimiento profundo dentro de nosotros, hurgando en ese alma primitiva que aún se esconde en un rinconcito de nuestros corazones y que, cuando aflora de nuestro interior, nos recuerda nuestra ancestral vulnerabilidad en la inmensidad del bosque, oscuro y misterioso; vulnerabilidad primigenia, atávica, reminiscencia de una época en la que nosotros, además de cazadores, también éramos presa. El bosque prístino nos proporcionaba abrigo y sustento al ser humano, pero también ocultaba amenazadas. Muchos milenios después el hombre regresa a esos mismos paisajes forestales para reencontrarse con la esencia de nuestros ancestros. Obedece a la llamada de los bosques.
A finales del siglo XIX se abandonó en la zona la explotación maderera facilitando que el bosque que hoy en día observamos haya recuperado sus procesos naturales y en cierta medida su riqueza originaria. Este bosque de Skule, situado en una región relativamente meridional y húmeda dentro del cinturón forestal holártico y con un clima más benigno, mantiene una comunidad vegetal mucho más profusa y densa respecto de lo que veríamos en una taiga más norteña, aquella que limita directamente con la tundra ártica, más seca y fría, y en donde los árboles se dispersarían dejando espacio a grandes áreas abiertas.
Entrar en estos bosques es como entrar en un templo. El silencio domina un ambiente enigmático, secreto, solo roto por el sonido de nuestros propios pasos. La atmósfera se ha vuelto simplemente mágica y misteriosa, y caminar por su interior se ha vuelto una experiencia seductora que difícilmente olvidaremos. Pisar los mismos senderos por los que trasiegan osos o linces boreales en medio de ese mutismo opresor, casi religioso, te deja una huella dentro que desearás repetir. Nos atrapa el embrujo de la taiga.
Arandaneras, multitud de plantas de escaso porte, además de numerosos musgos -algunos de gran tamaño- y líquenes variados tapizan el suelo, junto a algunos serbales de cazadores y muchos helechos que prosperan aquí o allá. El viento arroja las hojas amarillas de los abedules entre las coníferas y, junto con la madera muerta de los árboles que yacen por todas partes, alimentan el pobre suelo de la taiga. El día, nublado, ayuda a observar con detalle cada rincón del bosque. No hay contrastes molestos.
La taiga, ese entorno homogéneo, monótono y, para más de uno, aburrido desde la carretera, hay que conocerlo desde dentro. Entonces se transforma. El segundo bioma terrestre más grande del mundo después de los desiertos, se vuelve un lugar especialmente hermoso, atractivo e increíblemente interesante, además de provocar en nosotros sentimientos que creíamos olvidados. Hermoso porque la naturaleza primigenia lo es. Atractivo porque nos atrapa y seduce dicha belleza. Interesante porque sus procesos naturales, más allá de la monotonía de esta extensión infinita de coníferas, son extraordinarios para adaptarse a las duras condiciones abióticas de las regiones subárticas. Y respecto de los sentimientos que provoca solo puedo decir que en ello influye la sensibilidad de cada cual y sus sueños particulares, pero muchos aún sentimos esa llamada de los bosques.
La taiga, el bosque inabarcable que se tiñe de auroras boreales en las eternas noches invernales del Gran Norte, nos retrotrae a nuestros ancestros cazadores y recolectores, o nos transporta a la edad dorada de las exploraciones en la última frontera.