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6 de noviembre de 2020

A vueltas con la caza










Valgan las imágenes anteriores para hacer notar que somos muchos los ciudadanos (sin duda, mayoría) que no comprendemos cuál es la diversión que se puede encontrar en pegarle un tiro a animales tan bellos como los de las mismas, y que nos parece incomprensible que el mismo ser humano que se vanagloria de sus valores morales sea el que justifique el sufrimiento gratuito del resto de seres vivos de La Tierra para su simple diversión. Es obvio que el modelo de relación que tenemos con el propio planeta tiene que cambiar si queremos sobrevivir a la terribles consecuencias que nuestra desafección está provocando, algo que incluso en estos tiempos de pandemia muchos negacionistas no acaban de comprender. Disfrutar matando y haciendo sufrir a nuestros compañeros de viaje no tiene justificación moral alguna en nuestros días para una gran mayoría de la sociedad.

Pero hoy no voy a hablar de las disyuntivas morales que implica esta afición en la actualidad. Tengo que reconocer que en mis años de juventud era mucho más permisivo y condescendiente con la caza deportiva que en la actualidad, no sé muy bien si por la patente falta de información al respecto en aquellos años, o por la numerosa que ahora recabo. Si lo normal es que con la suma de los años los seres humanos nos volvamos más tolerantes que en aquella dorada juventud cuando nos queríamos revelar contra el mundo y contestar sus superficialidades, sus formalidades, sus normas establecidas y sus costumbres, en este tema suele pasarle a muchos naturalistas justamente lo contrario. Nos hemos vuelto mucho más contestatarios con los años. Una buena explicación a este curioso hecho lo podemos comprender leyendo entre líneas en aquella entrada que ya realizara en su momento (28/junio/2017) sobre los aspectos negativos de esta actividad, socialmente considerada por muchos como "deportiva" y que titulé Caza y biodiversidad. En aquel post hacía un repaso a los motivos por los cuales la actividad cinegética deportiva tendría que ser regulada de un modo mucho más restrictivo, con importantes limitaciones y muchas más prohibiciones si queríamos luchar contra la pérdida de biodiversidad del planeta, por una parte, y contra las nuevas problemáticas sociales que nos plantea en la actualidad, por otro lado. En una de estas últimas cuestiones nos vamos a fijar en este nuevo capítulo, pues nos afecta de un modo directo a muchísimos ciudadanos que hacemos uso y disfrute de la naturaleza mediante otras muchas prácticas, esta vez sostenibles, debido a la coacción que supone el desarrollo de la caza para nuestras propias actividades, y de un modo mucho más directo aún cuando el resultado del encuentro se salda con lesiones o muertos. 

Vamos a hablar de los accidentes de caza.

En aquella entrada utilizaba apenas el párrafo que transcribo a continuación para hablar de esta cuestión: 

"También podríamos mencionar los propios peligros que para cualquier persona implica que miles de armas potencialmente mortales se paseen por nuestros campos en manos de gente a la que no se les exige una rigurosa cualificación para portarlas. Así lo demuestra la media de fallecidos por arma de fuego durante la práctica de la caza que nos ofrecen las estadísticas en España, y que es superior a los 20 muertos anuales, a los que habrá que sumar los centenares de heridos que se producen cada temporada. Se vuelve incuestionable la peligrosidad de esta actividad que afecta no solo a los propios cazadores sino, en muchos de los casos, al resto de usuarios de la naturaleza. Somos mayoría los que también nos preguntamos por qué no se aprueba por Ley la prohibición de ingerir alcohol para todo aquel que vaya a empuñar un arma de caza y por qué no se generalizan de una vez por todas rigurosos controles de alcoholemia a los practicantes de esta actividad de riesgo, para preservar así la integridad física de todos los usuarios del medio natural, incluida la de los propios cazadores -recordemos que varios miles de ellos, además, son menores de edad de entre 14 y 18 años (en España algo más de 13.000 niños tienen licencia de armas). Si a la sociedad le parece lógico hacerlo para alguien que tiene un volante entre las manos, ¿qué problema habría para quien sujeta un arma cargada?"

Sin embargo, este año 2020, y a pesar de los meses de confinamiento domiciliario, las estadísticas se han disparado: 605 personas víctimas de un disparo por arma de fuego durante la práctica de la caza, 51 de las cuales fallecieron. Resulta una verdadera barbaridad que nos debería hacer reflexionar como sociedad si tenemos en cuenta, además, primero, que estas cifras se han alcanzado en solo 9 meses -desde el 1 de enero al 6 de septiembre-, segundo, que no todo el año ni en todo el territorio se puede cazar y, tercero y último, que no están incluidos en esos números los siniestros ocurridos en Cataluña o el País Vasco. 

Estas devastadoras cifras las sabemos gracias a una pregunta que el senador de Compromís, Carles Mulet García formulara al gobierno a finales de agosto, y que fue respondida con el correspondiente informe. Es una lástima que en este documento no se explique con números también cuántas de esas víctimas eran igualmente cazadores (obviamente la mayoría) y cuántas eran ciudadanos que en su libre derecho de disfrutar del medio ambiente o durante la realización de actividades profesionales o de otro tipo, coincidieron desafortunadamente en el espacio y en el tiempo con una partida de caza, lo que les resultó fatal. Estoy convencido que se pueden obtener interesantes respuestas del análisis de los datos de dicho documento, pero me centraré solo en unas cifras que me llaman poderosamente la atención. Por un lado, el hecho de que algunas provincias acumulen un número de siniestros significativamente superior al del resto. Por ejemplo, las más de dos decenas de víctimas de un disparo ocurridas en Albacete, Asturias, Badajoz, Cáceres, Córdoba, Cuenca, Jaén, Sevilla y, sobre todo, Ciudad Real con medio centenar, y Toledo con 67 personas tiroteadas. No menos llamativa es la barbaridad de 4 fallecidos en Orense, 5 en Asturias y 6 nuevamente en Toledo. También me llama la atención que en ninguna de las provincias haya habido 0 siniestros, en todas ellas han ocurrido al menos algún accidente de caza. No menos llamativo es el que las mujeres víctimas de un disparo durante la actividad cinegética representen un número significativamente pequeño -15, de las cuales 3 de ellas lo fueron también en Toledo- respecto al de los varones accidentados (590), algo que tiene mucho que ver con el machismo y la supuesta virilidad que para el género masculino representa el uso de las armas y la propia violencia como medio de diversión o de resolución de problemas. De todos estos accidentes en 2 ocasiones el autor del disparo ha sido un menor de edad, una de las cuales tuvo lugar nuevamente en Toledo, provincia que se despega de las demás como "especialmente peligrosa". Además, 17 fueron los menores que recibieron algún disparo accidental durante la práctica de la caza -1 de los cuales falleció en Valladolid-, lo que no debería dejar de hacernos reflexionar en profundidad. Todavía me enervo cada que vez que recuerdo las jornadas escolares que la Junta de Castilla y León subvencionó para fomentar la caza entre nuestros chavales fruto de un convenio con la Federación de Caza Castellano-Leonesa, cuyo Presidente criticó duramente lo que él consideraba restrictivas normas relativas a la concesión del permiso de armas a menores.

Por poner solo algunos ejemplos, a amigos míos y a mí nos ha silbado alguna bala muy cerca, segundos antes de que un jabalí cruzara corriendo en medio de un robledal, perseguido por varios perros a escasísimos metros de nuestro grupo de excursionistas, y sin que mediara señalización de caza alguna. Me han sonado escopetazos a escasas decenas de metros mientras yo permanecía escondido en mi hide haciendo fotos de fauna. O me han llegado los perdigones a los pies, clavándose alrededor mío como flechas en el limo de un pantano cuando cazadores desde la orilla contraria han disparado sus escopetas contra unos patos. He recibido desairadas palabras de cazadores malhumorados que con sus perros de muestra atravesaban jarales inmensos solo porque mi compañero y yo le espantábamos la caza hablando en alto (precisamente para que nos oyera con tiempo de evitar un accidente). ¿Y quién no ha visto cazadores con el arma cargada caminando junto a autovías o carreteras, o a distancias relativamente cortas de algún núcleo habitado?

Sinceramente, y aún siendo un convencido de que la libertad personal debe primar por encima de cualquier cosa, no puedo por menos de plantearme la necesidad de limitar en cierta medida este pseudodeporte responsable cada año no solo del sufrimiento de tantas familias españolas, sino además de la generación de tantísimas secuelas medioambientales. Lo cierto es que su libertad personal, la de los cazadores, choca en multitud de ocasiones con la del resto de usuarios de la naturaleza. Quien salga de modo habitual al campo y no haya tenido alguna vez un encuentro "delicado" con la caza se debe dar por afortunado. Así, entre mi equipo de campo durante la temporada cinegética siempre va un chaleco reflectante y algún gorro de color llamativo para evitar entrar a formar parte de esas estadísticas odiosas que tanto miedo nos dan. Y me pregunto cómo nos hemos llegado a acostumbrar a salir al campo con estos temores, cómo hemos llegado a normalizar esta situación de peligro en pleno siglo XXI. ¿Es lógica esta situación?, ¿es justa?, ¿o puede ser en gran medida evitada?. Yo creo que sí, que una legislación mucho más restrictiva respecto de la adquisición del permiso de armas y la tenencia de las mismas, una vigilancia mucho más directa y estricta de las actividades cinegéticas en general, y la directa prohibición de ciertas modalidades de caza en particular, así como una reducción tajante de los lugares en los que esa actividad se puede seguir practicando es, no solo posible, sino necesaria y muy urgente en nuestros días, para evitar que los peligros inherentes a este mal llamado deporte nos sigan afectando a todos, incluidos, además, a los que no comulgamos con él. No podemos permitirnos seguir sumando cada año docenas de muertos y centenares de heridos por armas de fuego en siniestros similares. Son tragedias humanas que destrozarán familias y amigos y que afectarán, además, a mucha gente de alrededor de la propia víctima, sean o no del mundo de la caza.

Vista la evidente peligrosidad inherente a esta práctica comienza a ser normal que muchos ciudadanos nos hayamos ido volviendo menos tolerantes con el paso de los años respecto de lo que, al final, no es sino matar animales por diversión, y porque cuando peinamos canas muchos de nosotros dejamos de admitir su insostenibilidad en nuestros campos. Nuestra sociedad no puede por menos de alegrarse de que el número de licencias de armas de caza que cada año se expiden en nuestro país se venga reduciendo en cada ejercicio, como no podía ser de otra manera en una sociedad que quiera mirar hacia adelante. Si en 2017 hubo un total de 2.603.569 licencias de armas de tipo D -caza mayor- y E -escopetas de caza y armas de tiro deportivo-, al siguiente año se bajó a 2.596.547 (7.022 licencias menos) y el año pasado se redujo de nuevo a 2.576.495 (20.052 licencias menos). Poco a poco vamos en el buen camino, es cierto, pero ... muy despacio.

Demasiado despacio para un planeta que se desmorona ambientalmente con nuestro insostenible modo de vida y la suicida relación que mantenemos con él. Dos millones y medio de armas campando por nuestra geografía siguen siendo demasiadas y demasiado peligrosas para todos.

18 de marzo de 2020

COVID-19 y la caza en CyL. La Junta va por libre.


Cuando medio mundo está con las manos aún en la cabeza sorprendidos de la evolución que la pandemia del COVID-19 está teniendo y de cómo nos está influyendo ya en nuestra vida cotidiana, y cuando el virus se está llevando por delante a demasiada gente en todo el mundo, la Junta de Castilla y León, haciendo gala de su más que demostrada obsesiva defensa de la caza, nos sorprende una vez más (y muchos creíamos que ya nada que emanara de ella nos podría sorprender, después de que subvencionaran unas despreciables jornadas de enseñanza de la caza a los niños de primaria en los colegios de la comunidad) con un comunicado fechado en Valladolid, a 17 de marzo de 2020, y firmado por el nefasto Director General de Patrimonio Natural y Política Forestal, el incalificable José Ángel Arranz Sanz, en el que da permiso a los cazadores para saltarse las prohibiciones expresas impuestas a todos los ciudadanos españoles en el Real Decreto 463/2020 de 14 de marzo aprobado por el Consejo de Ministros de nuestro gobierno.

Según esta Dirección General comandada por Arranz (lo siento, me niego a calificarlo de señor), con el fin de aclarar la situación en la que queda una instrucción de 2018 sobre los controles poblacionales de fauna silvestre cinegética (conejo, jabalí, ciervo y corzo) tras las restricciones impuestas por el citado Real Decreto 463/2020, desea aclarar que "... comprendiendo que la protección de las explotaciones agrarias frente a agentes nocivos es parte de la actividad profesional agraria, ..." establece que:

1.- Controles poblacionales sobre especies de caza mayor (jabalí,
     ciervo, corzo):
     .... Por tanto, únicamente se autorizarán las modalidades de aguardo o
     espera. 

2.- Controles poblaciones sobre especies de caza menor (conejo): Se
     autorizarán modalidades practicadas por una sola persona (espera, al
     salto o a rabo) y modalidades de caza colectivas (incluida caza con hurón)
     restringiendo el número máximo de participantes a 4 personas.

Nuestra patética Junta de Castilla y León pretende calificar como necesaria la labor (¿labor?) de los cazadores y darles permiso para realizar su actividad deportiva (¿deportiva?) contradiciendo lo expresado por el Gobierno de España y flirteando, no ya con la Ley, que también, sino con la propia moralidad, el sentido común y la rabia contenida de una sociedad que mayoritariamente odia la caza. Y estoy convencido de no equivocarme al usar esta palabra, sí, la despreciamos mayoritariamente. Y lo hacemos, entre otras muchísimas razones, gracias a hechos tan irresponsables como este, emanados de la prepotencia de una Junta que defiende a ultranza una actividad minoritaria y cada vez más denostada por una sociedad que día a día está, en contraposición a la ceguera de la Junta, más involucrada en la conservación de la naturaleza y preocupada por el bienestar del planeta, una sociedad para la que la diversión mediante el sufrimiento animal no es ni humano, ni civilizado. Y acciones como la que comento no hacen sino aumentar el desapego social frente a ese mundo violento, sangriento y responsable de una enorme pérdida de biodiversidad. A quien dude de los perjuicios de la actividad cinegética y aún se crea ese mantra completamente falso de que es necesaria su práctica para conservar los ecosistemas, que lea con detenimiento el post que apareció en este mismo espacio hace ya tiempo: "Más allá de las cifras".

Pero la Junta ha demostrando una vez más que en materia de medio ambiente gobierna para un puñado reducido de ciudadanos y no para el interés general, busca blanquear una flagrante perversión de sus responsabilidades, permitiendo a los cazadores que salgan a pegar tiros por nuestros campos mientras los demás españoles nos confinamos por responsabilidad u obligación en nuestras casas; y para más mofa a la sociedad, lo hace argumentando que cazar forma "... parte de la actividad profesional agraria..." ¿Pero de qué guindo se ha caído este sujeto? ¿de verdad cazar forma parte de la actividad agraria? Por favor, que este señor se vaya a la cola del paro cuanto antes, no merece dirigir el futuro inmediato de nuestro medio natural. ¡Pero que se vaya YA! Solo así hará un verdadero servicio a la sociedad castellano-leonesa y a nuestro medio ambiente.



NOTA: Cuando ya  han pasado 7 días desde que publiqué la presente entrada y diez del inicio del confinamiento en nuestras casas para luchar contra la expansión del COVID-19, me llegan nuevas noticias de los patéticos dirigentes de nuestras administraciones autonómicas, que se vienen a sumar a la que yo he comentado en este post. Si la Junta de Castilla y León enviaba su nota interna el 17 de marzo y el 18 debía rectificar y retractarse, la Consejería de Desarrollo Rural, Agroganadería y Pesca, del Principado de Asturias (parece una mofa que se vendan públicamente como Paraíso Natural) emitía una nota de prensa el día 21 en la que exponía que "... Sin embargo, se ha habilitado un procedimiento de autorización de aguardos individuales de control de jabalí en el coto de Navia", y al día siguiente, día 22 de marzo, la Secretaría General Técnica de la Consejería de Presidencia, Administraciones Públicas y Justicia de la Xunta de Galicia, publicaba en el Diario Oficial de Galicia una Resolución en la que se contemplaba que "Excepcionalmente, y como medida de control, podrán autorizarse acciones de caza de especies cinegéticas que deberán ser ejecutadas por un solo cazador, ..." En los tres casos ASCEL puso estos hechos en conocimiento de las correspondientes Delegaciones del Gobierno en cada una de las autonomías y ante el Ministerio del Interior por si los hechos fueran constitutivos de delito por incumplimiento del Estado de Alarma, y posteriormente ante el Ministerio de Transición Ecológica. En todos los casos, las administraciones autonómicas hubieron de rectificar. Patético.

30 de enero de 2020

Andújar, mucho más que el lince



Cuando hablamos de la sierra de Andújar muchos pensamos automáticamente en el lince ibérico. Hasta allí nos desplazamos cada año en alguna ocasión desde todos los puntos de la geografía peninsular y diversos países europeos -principalmente Francia y Reino Unido- con el sueño de poder cruzar nuestra mirada con la del gran gato. El lugar y las circunstancias lo merecen, no siempre se tiene la oportunidad de admirar a esta especie que estuvo hace tan solo un puñado de años muy cerca de la extinción. Pero que el objetivo primordial sea observar a este felino no tiene porqué impedir que seamos capaces de admirar este entorno de un modo integral, con nuestra mente abierta y receptiva a todo lo que nos ofrece, que es, desde luego, mucho más que solo el lince.

El Parque Natural Sierra de Andújar está encuadrado en la esquina noroccidental de la provincia de Jaén en un corto tramo de la suave y alomada Sierra Morena, limitando al norte con la provincia de Ciudad Real. Esta erosionada cordillera montañosa es una de las más antiguas de la península ibérica y está formada por una alineación de dóciles relieves de modesta altitud, que superan por muy poco los 1.300 m. en la conocida como Sierra Madrona, justo al norte de la sierra de Andújar y ya en territorio castellano manchego. Aquí la sierra se eleva sobre la agrícola depresión bética, salpicada de pueblos. El monte mediterráneo que almohadilla sus laderas desciende con ellas hasta toparse con la llanura jienense, donde se transformará bruscamente en extensos olivares, hoy convertidos en una de las más importantes fuentes de ingresos en la amplia vega del Guadalquivir.


La parte occidental del parque limita con la provincia de Córdoba y su también Parque Natural Sierra de Cardeña y Montoro. El nexo de unión entre ambas provincias y espacios naturales está marcado por el río con el inspirador nombre de Yeguas, al que podemos ver en las siguientes fotografías tomadas desde la provincia cordobesa. La artificiosa divisoria política y administrativa que representa este cauce fluvial en ningún caso podría considerarse de frontera real, puesto que los paisajes que se extienden más allá de ambas orillas dan forma a una unidad física y ecológica única e indisoluble. La fragosidad del monte mediterráneo se hace aquí patente en un intrincado terreno, con un río Yeguas que se encaja entre las dos provincias accidentando cada vez más el valle.


En el otro extremo, buena parte del límite oriental del Parque Natural Sierra de Andújar lo forma el jienense río Jándula, afluente del Guadalquivir al igual que el Yeguas. El entorno del Jándula es apacible y sosegado, con praderas que invitan a descansar y relajarse sin prisas, y desde las que observar la fauna ligada al curso fluvial. Mientras que en algunos tramos este río conserva una importante comunidad botánica característica de las riberas fluviales, con sauces (Salix salviifolia y S. pedicellata), alisos (Alnus glutinosa) o almences (Celtis australis), por ejemplo,



en otros el bosque de ribera fue completamente barrido por la edificación de dos presas que embalsaron sus aguas y lo domesticaron a partir de 1932, año en el que se finalizaron las obras de las dos infraestructuras: el embalse del Encinarejo, aguas abajo, que anega 150 hectáreas y embalsa un volumen de 15 hectómetros cúbicos, y


justo a continuación y por encima, el del Jándula, con una capacidad de 332 hectómetros cúbicos y una superficie inundable de 1.231 hectáreas, y que podemos imaginar viendo las dos siguientes instantáneas.



Como resultado de la construcción de estas dos infraestructuras hidráulicas se generó una importante barrera natural difícil de franquear para numerosas especies de mamíferos y reptiles, máxime cuando una presa se alza casi inmediatamente a continuación del reculaje de la otra, completando una verdadera muralla de más de 30 km. lineales de lámina de agua cuando ambos embalses se encuentran al cien por cien de su capacidad.

Esto no es problema, sin embargo, para la nutria (Lutra ultra), la gran dama del río que, con una buena dosis de paciencia e insistencia, puede ser observada pescando y jugando en sus orillas.



Si analizamos el aspecto general del paisaje andujareño nos quedaremos principalmente con tres características que lo definen. La primera de ellas serían sus masas forestales.

Por un lado encontramos los cultivos (que no bosques) de pinos con los que se invadieron numerosas áreas de la región entre la década de los 40 y la de los 80: piñoneros (Pinus pinea) por un lado, y rodenos -o negrales- (Pinus pinaster) por otro. Estas repoblaciones se llevaron a cabo para explotarlos económicamente mediante la cosecha del piñón en el primer caso, y de la extracción de su madera, en el segundo. También se alegó que servirían para frenar la erosión en las laderas (en especial tras la construcción de los embalses del Encinarejo y Jándula, lo que evitaría una aceleración de la colmatación de los mismos) y hasta para crear empleo; pero al final, como consecuencia de todo ello y como vino ocurriendo en toda la península ibérica, el que sufrió las secuelas negativas de la nefasta política forestal del momento fue el propio entorno; consecuencias trágicas que se siguen sufriendo en nuestros días aún en muchas regiones españolas, en forma de incendios, de destrucción de los ecosistemas originarios, de pérdida de biodiversidad, de erosión, de pérdida de otros recursos, etc. Aún así, algunas de estas manchas de pino piñonero se encuentran hoy en día bastante integradas -no así las de pino rodeno-, permitiendo la aparición de sotobosque y pasto bajo sus copas, lo que ha posibilitado la supervivencia de diversas especies animales. Se calcula que aproximadamente el 20% de la superficie del parque está ocupada por estos cultivos de pino, de los cuales el 80% lo serían de Pinus pinea.




Otra buena parte del paisaje -hasta un 15% aproximadamente- se encuentra cubierto por dehesas de encinas (Quercus ilex) de pequeño porte, y en menor medida de alcornoques (Quercus suber), a lo que habría que sumar reducidos enclaves con otras quercíneas residuales como quejigos (Quercus fajinea) y robles (Quercus pyrenaica). Grandes sectores de estas superficies en su momento fueron dedicadas a actividades agropecuarias, aunque en nuestros días están consagradas casi en exclusiva a la actividad venatoria, que precisa de una gestión muy similar a la ganadera. Este cambio en el uso del suelo ha permitido la recuperación de la importantísima comunidad arbustiva, contra la que antaño se luchaba decididamente para favorecer la mayor extensión posible de pasto adecuado para el ganado vacuno y ovino. Esta restauración del matorral representa un aspecto fundamental en la regeneración integral del propio monte mediterráneo y sustenta gran parte de la biodiversidad animal que este hábitat lleva asociada. La extensión de matorral con arbolado disperso dentro de los límites del parque puede alcanzar al menos el 18% de su superficie, a lo que habría que añadir otro 22% con comunidades arbustivas más degradadas, sin arbolado. Gran parte del monte bajo que ocupa estos amplios parajes del parque está formado por jara pringosa (Cistus ladinefer).





Aunque como ya hemos visto, en gran medida y, debido al uso cinegético actual de muchas de estas fincas privadas, se ha indultado a parte de la diversidad arbustiva del monte mediterráneo, aún hoy podemos encontrar retazos de esas dehesas ganaderas que todos entendemos como tales, con espacios donde el pasto libre de matorral constituye el aprovechamiento fundamental, y en el que los pies de encina propios de un bosque ahuecado suponen un lucro suplementario al meramente pascícola (ganadero), mediante la montanera, podas, sombra para las reses durante los duros períodos estivales, cobertura de cara a las heladas invernales, mayor riqueza alimenticia con el crecimiento de una mayor variedad de leguminosas y gramíneas bajo sus copas, etc.



La comunidad arbustiva está compuesta por diversas especies -además de la ya mencionada jara-, entre las que podemos señalar diversas plantas aromáticas como el romero (Rosmarinus officinalis) o la lavanda (Lavaldula stoechas), así como carrascos y algunas plantas del género de las pistáceas como, por ejemplo, el más que interesante lentisco (Pistacea lentiscus), que proporciona alimento y refugio en su denso follaje a un gran número de vertebrados, entre los que se encuentra el propio lince ibérico,



o su pariente, la cornicabra (Pistacea terebhintus), con una distribución mucho más dispersa y escasa. Además, también podemos encontrar acebuches (Olea europaea sylvestris) en todo tipo de suelos, aunque en lugares resguardados al no soportar bien las heladas y, en enclaves más húmedos y con suelos más profundos y bien drenados, el conocido madroño (Arbustus unedo), arbusto que brinda también un importante aporte alimenticio a numerosas especies animales cuando maduran sus frutos rojos.


Rematando este resumen rápido sobre el elenco botánico del parque y como ya indicamos más arriba de soslayo, hay que añadir que los principales cursos de agua que lo atraviesan mantienen una vegetación típica de ribera bastante bien conservada, compuesta de los sauces y alisos ya mencionados, además de fresnos (Fraxinus angustifolia) y adelfas (Nerium oleander), entre otros. Allí donde el río Jándula se encuentra represado este rico ecosistema fluvial se ha visto alterado por completo, trazando esa barrera infranqueable que ya conocemos para muchos seres terrestres, apareciendo las conocidas bandas áridas cuando los pantanos no están llenos al cien por cien de su capacidad, y afectando muy negativamente a buena parte de la fauna invertebrada e ictícola del río.

La segunda característica que define este espacio natural jienense lo componen sus característicos afloramientos rocosos constituidos por grandes bolos de granito amontonados en llamativos berrocales desordenados. Esto se debe al afloramiento en la región del conocido como Batolito de los Pedroches, que presenta una longitud de unos 200 kms. y que ocupa buena parte de la zona sur de la sierra de Andújar. Aunque por superficie ocupada destacan las pizarras y cuarcitas -principalmente en el centro y norte del parque-, es el granito el que el visitante podrá observar mayoritariamente, dado que ocupa la zona sur del mismo, donde se concentran la mayor parte de las escasas infraestructuras turísticas del mismo (senderos, miradores, merenderos, pistas susceptibles de ser transitadas, etc).




Vegetación y roquedos componen un tándem perfecto para proveer abrigo seguro a numerosas especies vertebradas, tanto para descansar con tranquilidad como para sacar adelante a su descendencia con la seguridad necesaria que proporciona un buen refugio. A poco que observemos con detenimiento estas áreas lo podremos comprender fácilmente.

La tercera y última particularidad que carateriza al conjunto del parque y, probablemente, la que más afecta al deseable desarrollo turístico de este espacio, es la proliferación de kilómetros y kilómetros de mallado cinegético que llega, no solo a compartimentar a la fauna de mayor porte, condicionando muy gravemente su libre circulación y afectando por lo tanto muy negativamente a su comportamiento y a las relaciones inter e intraespecíficas, sino que incluso convierte en imposible casi cualquier desplazamiento turístico por el mismo. Tal es así, que solo se puede calificar de minimalista la existencia de lo que la Administración ostentosamente denomina "red de senderos del parque", dado que en realidad la mayoría de ellos son simples pistas para vehículos en las que el turista camina encerrado entre dos vallados cinegéticos sin posibilidad de poder pisar una brizna de hierba, subirse a un bolo de granito o asomarse al reflejo de algún arroyo. Estas cercas de alambre representan un serio impedimento para que el ciudadano pueda disfrutar de ese patrimonio natural que la Administración le gestiona sin demasiado acierto. Y allí donde no hay alambre enjaulándonos en el interior de las pistas de tierra, los propietarios te recuerdan insistentemente y casi de manera obsesiva y compulsiva, con carteles cada pocos metros, que lo que hay más allá de la cuneta es propiedad privada y que te está vetado.







En algunos de estos grandes cercados de cientos de hectáreas se tiene a bien abrir pequeñas aberturas para que los mamíferos de mediano porte puedan pasar de un lado a otro con comodidad, aunque estos son los que menos lo necesitan, dado que ya pasan por entre la propia alambrada, como en el caso del lince, que lo hace con extraordinaria soltura y habilidad.


Con todo, el mayor atentado contra la biodiversidad del lugar lo supuso la reciente e irrefutable desaparición del mayor depredador de la península ibérica, el lobo, que fue perseguido en estas intrincadas serranías de manera implacable durante siglos (exactamente con el mismo encono que en el resto de la península) hasta que en años muy recientes el desenlace fue definitivo, y quién sabe si, además, irreversible. La dolorosa pérdida del cánido para gran parte de la sociedad, no representó sino un alivio para la administración andaluza, que nunca hizo nada por su conservación y que permitió con su inacción el furtivismo más desenfrenado contra él, con armas, lazos, cepos y veneno; antes para proteger al ganado doméstico, y luego para evitar que se alimentara del "ganado silvestre". Que la especie estuviera protegida por la Ley desde hacía cuatro décadas y que su responsabilidad les obligara a hacer efectiva esa protección, no significó nada para los gestores de nuestro medio ambiente; era una patata muy, muy, muy caliente, y su extinción total significó para ellos un problema menos.

No es más que escarnio a la sociedad que sean ellos ahora los que, irónicamente, dirijan el "LIFE-El lobo en Andalucía: cambiando actitudes", quién sabe si por el simple y deleznable interés de acceder al dinero que llega de la UE para la conservación de la biodiversidad, y persiguiendo también, ¿por qué no?, un lavado de imagen que no cuela ante una sociedad mayoritariamente conservacionista, pero que no es tonta. ¿Un LIFE para ustedes? ¿para qué, señores? ¿para llenarse la boca con verborrea hipócrita haciendo ver ahora a los votantes que es una especie imprescindible en el ecosistema, cuando fueron ustedes los que consintieron su extinción? Señores, tuvieron mucho tiempo para trabajar en favor de la especie, pero prefirieron mirar para otro lado y ponerse de perfil ante la masacre que sufrió hasta su total erradicación de Andalucía. No nos cuenten ahora milongas, intentándonos hacer creer que quieren que regrese el lobo a esta comunidad autónoma. Si lo quieren de verdad, cambien, como dicen en su web, la percepción social que se tiene de este animal en el medio rural y después, directamente, tengan los arrestos que hay que tener y trasloquen ejemplares del norte de España donde se les tirotea y persigue con odio y rencor como no se hace con ninguna otra especie. Indulten a un puñado de esos lobos, ya sentenciados por las otras patéticas y lobicidas administraciones españolas donde aún campea la especie y se les gestiona a tiro limpio, y libérenlos en Sierra Morena. Amnistíenlos. Pero no, esto nunca lo harán, lo sabemos todos. Se limitarán a seguir cobrando dinero de todos los europeos para emplearlo en acciones huecas y palabrería más que barata. Parece una burla que sigan utilizando su imagen como símbolo de una naturaleza salvaje inalterada, o seguir leyendo en sus folletos turísticos sobre la existencia aún de algunos ejemplares en el norte de la sierra cuando ya todos sabemos que solo es una mentira más, no existen lobos desde hace unos pocos años en Andalucía y ustedes lo saben. Decirlo una y otra vez no va a hacer que revivan, y se transforma solo en otra mofa más respecto del turista ingenuo que lea sus publicaciones.

Buena prueba de ello es la propia página web del "LIFE-El lobo en Andalucía: cambiando actitudes", donde no podemos encontrar ni una sola medida implantada sobre el terreno, o que se vaya a realizar en un futuro próximo o lejano para conservar la especie; ni trabajos de campo, ni censos, ni estimas poblacionales, ni nada que sustente la existencia actual de la especie, solo medidas de educación ambiental tendentes a cambiar esa percepción que los sectores rural y cinegético tiene de un lobo que ya no existe. Percepción contra la que la propia Administración nunca luchó. Y no pueden implementar medidas de campo, como sí se hizo y se sigue haciendo con el lince, el águila imperial o el quebrantahuesos y otras especies en peligro de extinción, porque simplemente no queda ningún lobo al que ayudar en el campo andaluz, ni posibilidades de que lleguen y se establezcan de manera natural, al menos a corto y medio plazo. ¿Quieren cambiar la percepción que del lobo existe en el medio rural? adelante, pues, es una medida necesaria, desde luego, al menos allí donde quedan ejemplares o en donde pueden regresar de modo natural, pero sean sinceros desde el principio y adviertan que será de cara a una hipotética vuelta de la especie a Sierra Morena, no vengan engañando ni a la sociedad ni a quienes aportan financiación para el LIFE con respecto de la actual extinción del lobo en Andalucía.

Dejando a un lado el punto de inflexión que supone hablar de estas dolorosas cuestiones relacionadas con las afecciones que se infligen al medio ambiente en Sierra Morena -pero sin olvidarnos de ellas y siendo conscientes plenamente de su existencia-, continuamos con el repaso que veníamos haciendo respecto de los valores ambientales de la comarca. Y como exponentes claros de esa relevante biodiversidad no podemos dejar de mencionar la sorpresa que encarnan las grandes rapaces ibéricas que a menudo se dejarán observar planeando sobre nuestras cabezas. Águilas reales (Aquila crhysaetos) e imperiales (Aquila adalberti) serán las observaciones más codiciadas, aunque serán nuestras necrófagas más habituales, buitres negros (Aegypius monachus) y leonados (Gyps fulvus), las que más a menudo se dejen contemplar. Por su parte, alimoches (Neophron percnopterus) y cigüeñas negras (Ciconia negra), dos verdaderas joyas de nuestra fauna alada, ambas migradoras que pasan los meses invernales en el continente africano, también nos regalarán sus vuelos a su regreso a la península.

El compendio de seres vivos y paisajes que dan cuerpo al Parque Natural Sierra de Andújar, y las posibilidades que presenta para la observación de gran parte de su fauna y el disfrute de dichos paisajes -aunque sea con las limitaciones de hacerlo desde detrás de un mallado cinegético-, hacen de él un lugar digno de ser visitado en numerosas oportunidades, aunque en especial en invierno y primavera, cuando heladas y nieblas aportan más belleza si cabe a estas vallejadas.






El paisaje que vemos a nuestro alrededor es, obviamente, el resultado de los usos que el hombre ha hecho del entorno a lo largo de muchos siglos explotando sus recursos. Estos aprovechamientos tradicionales han venido evolucionando con el paso de los años, y mientras unos se han rarificado, otros se han desarrollado exponencialmente. La apicultura es un claro ejemplo de ello ya que si en siglo XVII Andújar llegó a contar con más de 40.000 colmenas, este número se redujo hasta menos de las 9.000 en los siglos siguientes, volviendo en los últimos tiempos a protagonizar un importante crecimiento y protagonismo, sumando en la actualidad las 20.000 colmenas en el interior del parque.

Por su parte, la vocación ganadera de Sierra Morena, y por extensión del Parque Natural Sierra de Andújar, se debe a sus condicionantes físicos que la hacen poco proclive a hacer una manejo agrícola de la región. Merinas (Ovis orientalis aries), cabras castizas (Capra Aegagrus hircus) y toros de lidia (Bos primigenios taurus) fueron de siempre animales que campearon por el interior del parque, aunque desde mediados del siglo XIX el auge del sector cinegético fue acabando con muchos de estos aprovechamientos ganaderos, que mudaron hacia este nuevo recurso de un modo natural, como si de otra especie de ganado se tratara, esta vez silvestre. En nuestros días pastan por el parque un pequeño puñado de encastes con unos 400 ejemplares de toros de lidia.







Por su parte, el sector turístico también ha cobrado un importante auge en las últimas dos décadas como consecuencia directa del turismo de observación de fauna, algo que el sector tiene que agradecer principalmente a la existencia del lince ibérico. Este tipo de turismo constituye un recurso sostenible siempre que se lleve a cabo con un estricto respeto a la fauna y a la propiedad privada, por lo que se hace necesario un código de conducta autoimpuesto que deberíamos observar escrupulosamente todos los naturalistas que nos acerquemos a los puntos públicos de observación con el deseo de ver al gran gato. No me gustan las restricciones ni las prohibiciones impuestas desde la Administración como mera herramienta de gestión (es más sencillo prohibir directamente que legislar y vigilar), pero está en nuestras manos que ello no sea necesario mediante el seguimiento de unas buenas prácticas en el desarrollo de nuestra actividad.


Sería un error no recordar que, aparte de este turismo de observación, el parque oferta una, más que pobre yo diría que exigua y claramente insuficiente, red de senderos que nos permitan en alguna medida caminar y estirar las piernas al tiempo que conocemos mejor el entorno del propio parque. De hecho, el senderismo podría llegar a ser un magnífico reclamo para la comarca, mucho más importante de lo que es en la actualidad de cara a seducir a ese turismo sostenible que tanto se valora hoy en día. Bastaría con que se lo planteara con seriedad la propia Administración del parque, dado que, con más de 74.000 ha, tiene espacio más que suficiente para crear una verdadera red de senderos que nos permitiría a los visitantes conocer y "vivir" de verdad el entorno, y a la vez disfrutar de él sin sentirnos encerrados entre alambradas cinegéticas, como si fuéramos auténticos delincuentes de los que fuera necesario proteger al campo.

Y cuando hablo de senderos empleo la literalidad de la palabra, olvidándonos de las pistas de coches a las que la dirección del parque se empeña en calificar como senderos, no siéndolo. Esto es incluso más sencillo de conseguir si tenemos en cuenta que la Administración es propietaria de dos amplias fincas públicas (Lugar Nuevo y Selladores-Contadero), por lo que la dificultad que conlleva que buena parte del territorio sea de titularidad privada se minimizaría.

Esto se entenderá un poco mejor si comprobamos que en el propio buscador de la web de la Junta de Andalucía aparecen señalados 19 senderos en el Parque Natural Sierra de Andújar. Sin embargo, de ellos solo 9 están realmente dentro del mismo, por lo que no deja de ser realmente inaudito que incluyan dentro de su red de senderos del Espacio Natural Protegido caminos y pistas que ni rozan el parque y que pueden estar incluso lejos del mismo. Parece una broma, pero no lo es. De aquellos que sí están dentro de sus límites, dos en realidad son uno solo: el camino romero de subida a la Virgen de la Cabeza desde Andújar que, curiosamente, lo dividen en dos tramos, el de San Ginés a Lugar Nuevo, más el de Lugar Nuevo al santuario. Otros dos más no se pueden calificar como senderos, ya que uno tiene solo 600 m. (Mirador del Rey), y el otro apenas 700 m. (Mirador del Coscojar), lo que vuelve a parecer otra broma de mal gusto. Una quinta ruta es una pista de coches de poco más de 2,5 km junto a las mesas y barbacoas del área recreativa del Encinarejo (¡¡qué vergüenza da leer en su web que "Se trata de un sendero que está DISEÑADO en torno al Río Jándula"!!; señores, es la pista que va a la presa, no hay diseño de ningún tipo, y menos aún un sendero). La sexta ruta vuelve a ser otra vez una pista de coches flanqueada por vallado del que uno no puede salir (El Junquillo). Otro sendero más roza los ridículos 2 km. desde el santuario al área recreativa del Jabalí, y que debería unirse al que procede del Encinarejo hasta el mismo área recreativa formando en realidad, de nuevo, uno solo (del Encinarejo al Santuario). Y por último el sendero de Cuatro Términos que, esta vez sí, estando en el interior del parque se puede calificar como tal. En resumen, solo esta última ruta, la del Camino Viejo al santuario y la que uniría El Encinarejo con el santuario se pueden calificar realmente de senderos. Tres en todo el parque natural (tres que para ellos son cinco). Lamentable. Pero lamentable sobre todo la broma que supone intentar hacernos colar como senderos las pistas de tierra, varias de ellas fuera del Parque Natural Sierra de Adújar. En fin...

A este puñado de rutas en el interior del parque debemos añadir el GR-48 que, pasando por el santuario de la Virgen de la Cabeza desciende hacia Marmolejo procedente de las Viñas de Peñallana, realizando una buena kilometrada por carretera, como si no hubiera campo para poder evitar el asfalto.



Sin embargo, somos unos convencidos de que sí es posible compaginar la dedicación de la actividades tradicionales y el respeto a la propiedad privada de las fincas, con el desarrollo de otro tipo de turismo que posibilite el conocimiento real de todo el entorno del parque, un turismo sostenible, amante de la naturaleza y respetuoso con ella. No se nos puede ni se nos debe prohibir el acceso por ejemplo a las fincas del estado, lo que es como decir nuestras fincas, y se hace imperioso identificar públicamente todos y cada uno de los caminos de acceso público que el turista no puede conocer, facilitando así el trasiego por ellos y haciendo valer nuestros derechos frente a la usurpación de los mismos por parte de los propietarios de las fincas.

Dejando esta cuestión tan surrealista a un lado, al conocer la sierra de Andújar todos comprendemos que el principal uso al que está destinado el parque en nuestros días no es el turístico, sino el cenegético. Enormes extensiones del territorio se han transformado en descomunales cercados en los que los ungulados pueden parecer libres, cuando en realidad no lo están. La estrella es, desde luego, el ciervo (Cervus elaphus), objeto principal de los deseos de muchos gatillos.









Acompañando al ciervo podemos ver otros ungulados, entre los que destacan el hermosísimo gamo (Dama dama), que no desmerece en absoluto del poderoso ciervo. Su elegancia y su espectacular cornamenta los convierten también en un objetivo codiciado por los cazadores.



En mucho menor número podemos cruzarnos también con los muflones (Ovis orientales musimon) parientes cercanos de nuestras ovejas, desconfiados y huidizos.




Y por último, si nos movemos por enclaves concretos también completarán nuestro listado de observaciones las cabras monteses (Capra Pyrenaica hispanica) con las que se han empezado a repoblar algunas fincas.




Sin embargo, no son estos ungulados ni los jabalíes -pendientes aún de poderlos fotografiar en Sierra Morena- la pieza más importante del puzzle que da forma al sistema ecológico que denominamos monte mediterráneo. Es cierto que su relevancia puede ser muy grande, en especial con respecto a las afecciones que podría llegar a suponer su herbivoría para la comunidad botánica, pero no personifican la pieza clave del ecosistema. Como supongo que todos sabemos ya desde los documentales del Hombre y la Tierra, si hay un animal que sin lugar a dudas representa la ficha fundamental de la que depende por completo el equilibrio y la armonía en el sistema natural mediterráneo, ese es el conejo (Oryctolagus cuniculus).




Presa fundamental para diversos depredadores de la península ibérica, ha sido objeto de numerosos estudios y labores encaminados a su protección y conservación. Dos enfermadades son la causa directa de su reducción hasta unos números que se vuelven trágicos para las especies que se alimentan de él. Primero la mixotmatosis y luego la hemorrágico vírica han llevado a sus poblaciones a mínimos peligrosos. Aunque ya no es posible ver en Andújar tantos trabajos de mejora de la especie, aún podemos encontrar majanos en el interior de algunas fincas, construidos con distintas técnicas para facilitar un poco la vida del conejo. Bajo estas líneas unos majanos artificiales elaborados con montones de leña procedentes de las podas de las encinas, y que son utilizados como refugio para los conejos o incluso como vivares.



Bebederos, siembras para que tengan alimento, clareos del matorral, repoblaciones, vacunaciones, etc, fueron durante un tiempo labores fundamentales para facilitar el aumento de sus poblaciones como herramienta imprescindible para que el lince ibérico y el águila imperial salieran de la UVI en donde se encontraban. Si bien el águila imperial parece estar alejándose de aquel bache, colonizando de manera natural muchos de los territorios que le pertenecieron en el pasado en diversas provincias del centro y sur peninsular, el lince, sin embargo, aún habiendo aumentado sus cifras gracias a los programas de conservación alimentados con fondos públicos, continúa estando en una situación peligrosa. Y el factor fundamental es la baja densidad de conejo en grandes áreas de la península.

Sin llegar a tener la relevancia que tiene el conejo como base de la cadena trópica en el ecosistema del bosque mediterráneo, la perdiz (Alectoris rufa) también forma parte de la despensa del gran gato (y de otros muchos depredadores, obviamente), y no es extraño que en Sierra Morena le de caza con una relativa asiduidad.






Y todos estos esfuerzos de conservación han estado destinados a la especie estrella del Parque Natural Sierra de Andújar, el lince ibérico (Lynx parninus). Este animal es el objeto de todos los desvelos de los naturalistas que nos acercamos hasta estas sierras cada año. La descomunal cifra de más de 37 millones de euros que llevamos empleados en su recuperación mediante proyectos LIFE, han conseguido lo que al principio parecía imposible, conjurar su inminente extinción. Se evitó lo que parecía inevitable, con mucho dinero encima de la mesa (seguro que no todo bien empleado) y el apoyo decidido de las administraciones, los investigadores y los propietarios de las fincas cinegéticas. Mucho dinero, sí, que desde luego no tienen otras especies que se encuentran en situaciones igual de lamentables, y que por supuesto tampoco reciben grupos sociales marginados y marginales que sobreviven en el más que evidente desamparo. Esto nos debería replantearnos algunas cuestiones, pues destruir para luego reconstruir no es ni lógico ni, obviamente, económico.


¿Es necesario emplear tantos esfuerzos humanos y económicos en salvar una sola especie? Desde luego la respuesta es un sí rotundo. No puede ser de otra forma. El lince ibérico se ha convertido en un icono de la conservación en Europa y en el mundo; el proyecto de recuperación ha trascendido mucho más allá de nuestras fronteras, y los recursos empleados han sido fundamentales para conseguirlo. El cambio de tendencia en la situación del lince ibérico es un ejemplo de conservación que se estudia a nivel mundial. Nuestro mayor felino se ha convertido en una especie "paraguas", algo que hemos oído en centenares de ocasiones. No es la única especie emblemática en soportar esa responsabilidad. Muchas de ellas llevan detrás un enorme esfuerzo de conservación, y mantener en buen estado sus poblaciones significa proteger la buena salud de otras muchas especies que cohabitan con ellas.

Como quiera que prácticamente no existen senderos por los que caminar dentro del Parque Natural Sierra de Andújar, no resultará sencillo toparnos con indicios de la presencia del felino. Pero trasteando por unos sitios y otros, será posible localizar algunos de sus excrementos si vamos muy atentos,




con sus rastros y huellas,



e incluso con las marcas dejadas por sus dedazos tras mover la tierra para enterrar sus deposiciones,


o con los restos de alguna de sus cacerías, como esta perdiz que pasó a mejor vida, con los raquis de sus plumas cortados por los incisivos del gato.


Antes o después, los que lo buscan lo acaban encontrando, el gran felino de la Europa mediterránea, de pelaje moteado, termina por dejarse ver, se deja querer. Acechando junto a un lentisco, alejándose de nosotros, paseándose por delante o mirándonos directamente a cámara.



Dará igual, observar al felino más grande de la península será la guinda del pastel para quienes lo busquen, pero será solo eso, la guinda; nunca será lo único importante de nuestra visita a estas sierras jienenses. Y si alguien lo piensa así se equivoca. Me produce profunda tristeza que un amante de la naturaleza y la fauna no comprenda que lo más transcendental es el todo, la experiencia completa de conocer este entorno, con sus inconvenientes y sus obsequios, lo bueno y lo malo, lo interesante de observar a todos sus habitantes y comprender la importancia que cada uno de ellos ostenta en el ecosistema, desde la más pequeña curruca a la descomunal águila imperial.

Andújar es mucho más que el lince.




Nota: Todas las imágenes de este post están obtenidas en el propio Parque Natural Sierra de Andújar o en su área de influencia, excepto las dos fotografías del río Yeguas, como se indica en el texto. Todas, además, están realizadas desde pistas forestales o senderos públicos, como no podía ser de otra manera. Todas ellas se muestran sin recortes ni reencuadres, en su formato original, siendo la última toma del gato la captura de pantalla de un archivo de vídeo.