Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

29 de septiembre de 2021

Luces de montaña

Contento con la Mención de Honor de una de mis fotografías presentadas al IV Certamen de Fotografía de Naturaleza y Ecoturismo, en Naturcyl, la Feria Internacional de Ecoturismo de Castilla y León, celebrada el pasado fin de semana en Ruesga, Palencia. Suelo concursar poco en estos certámenes fotográficos, o mejor dicho casi nada, de guindas a brevas que diríamos coloquialmente, así que ... pues eso ... contento. Lo mejor del fin de semana, por supuesto los reencuentros con buenos amigos y el bicheo por la zona. Ahí os dejo mi imagen, titulada "Luces de montaña" en honor y recuerdo al enorme fotógrafo de naturaleza, y especialmente de montaña, Galen Rowell y a su libro así titulado, el que ha sido y es, sin duda, libro de cabecera de muchos de nosotros.

Con mi versión personal de sus Luces de Montaña, envío la enhorabuena a todos los finalistas del concurso y en especial a los premiados en las distintas categorías.



27 de septiembre de 2021

Parte del problema

Con la, deseada por unos y temida por otros, noticia de la protección del lobo en todo el territorio nacional y no solo al sur del río Duero, y la consiguiente prohibición de ser cazado, se ha dado un paso más en la normalización de nuestra relación con el medio natural. Peldaño a peldaño este país avanza hacia modelos más racionales de gestión ambiental acordes a los tiempos que corren, le pese a quien le pese.

El lobo ibérico siempre supuso un problema para el hombre. Antiguamente el enfrentamiento era una cuestión de subsistencia entre humildes hombres del medio rural y el depredador. Sin embargo, en nuestros días la confrontación se ha transformado notablemente porque, aún siendo posible una coexistencia real, la magnitud del problema, muy por el contrario, parece haberse acrecentado exponencialmente en vez de reducido. Al eterno conflicto, además, se han venido a sumar otros actores que hacen que la solución tenga un encaje más complejo aún. Por una parte, los defensores del lobo ponemos sobre la mesa nuestro análisis sobre la realidad del debate, basándonos -estoy convencido de ello- en datos contrastados; ahí están algunas de las entradas de este blog sobre el cánido para demostrarlo (El lobo y el ganadero, Lobos, furtivismo y la cuenta la vieja, La caza del lobo ¿de qué estamos hablando? o El lobo y el conflicto de las cifras, por ejemplo). Por otro lado, los medios de comunicación -en especial los de ámbito local o autonómico- tradicionalmente no han hecho más que echar una y otra vez leña al fuego, alimentando el sensacionalismo y la alarma, abusando de fotos truculentas o con titulares advirtiendo del inminente riesgo incluso para las personas, y haciendo bandera solo de una versión del problema. Por su parte, los sindicatos agrarios se han constituido en verdaderos profesionales del vocerío, con soflamas apocalípticas en las que llevamos décadas oyendo hablar de una inminente extinción de la ganadería por culpa del lobo, teatralizando una cuestión menor en una hipérbole que llega a ser ya cansina, y que llegaría a ser hasta cómica sino tuviera graves consecuencias de conservación para la especie, al tiempo que se olvidan de que las circunstancias que de verdad acosan al sector ganadero son otras muchísimo más serias, y que están relacionadas con los bajos precios del mercado, los altos costos de producción, la competencia desigual con los productos importados desde el extranjero, la globalización del sector y la ausencia de relevo generacional, entre otros. Y si éramos pocos a cenar se presentaron sin avisar las Comunidades Autónomas y sus inefables políticos; sí, esas administraciones y esos "servidores de lo público" que no han hecho sino enturbiar el ambiente hasta más allá del infinito. Y todo esto, por si no estaba el escenario ya suficientemente viciado.

En este caso la Junta de Castilla y Léon y su Consejería de Medio Ambiente no solo no es garante de la conservación de nuestro patrimonio natural (lo que vienen demostrando desde hace décadas cada vez que pierden un juicio en los tribunales de justicia) y, por lo tanto, despreciando el interés general castellano-leonés, sino que incluso tiene a bien manipular a la opinión pública con unos fines diametralmente opuestos a los de su cometido, a la vez que parece estar haciendo el trabajo que sería inherente a otras consejerías. No puede ser entendido de otra manera cuando airean a los medios de comunicación cifras desorbitadas del número de lobos que sobreviven en la comunidad completamente irreales.


El pasado día 22 veíamos en la televisión regional de Castilla y León este mapa de la comunidad en el que aparecían estas cifras impresionadas en la pantalla: 152 manadas de lobos al norte del Duero y 27 al sur, sumando en total 1.600 ejemplares de Canis lupus signatus que vendrían a demostrar, por un lado, su buena salud poblacional y su estado de conservación favorable, y, por otro, la expansión de la especie que tanto cacarean a la prensa y a los ingenuos que les quieren escuchar y creer. Vamos a ver, lo diré de un modo claro para que se me entienda: 

Esta cifra de lobos es FALSA.

En el último enlace que señalé arriba (El lobo y el conflicto de las cifras) indicaba el número medio de individuos por manada que manejan los distintos países para establecer el número total de lobos estimado para una población total. Esto se hace así porque resulta imposible censar lobos (no es un animal que se deje ver y contar). Para solventar el problema lo que se hace es intentar censar manadas -mucho más factible que contar individuos- y calcular por métodos científicos cuántos animales pueden constituir de media cada manada antes de los partos. Lo que se obtiene así es una estima aproximada de la población. Esto no sirve para saber cuántos lobos hay de forma tajante, pero sí para determinar otras cuestiones igual de relevantes, como si a lo largo de los años las poblaciones aumentan o disminuyen, en qué medida lo hacen, etc. En Escandinavia se estimó una media de entre 5 y 5'9 ejemplares por manada. En Finlandia 5'4. En Bilowiesza (Polonia) entre 4 y 5'3. En los Cárpatos, también en Polonia, entre 3'9 y 5'6. En Eslovaquia 5'7. En Francia 5'9. En el NW de Croacia entre 4 y 5 ejemplares, mientras que al sur del país entre 5 y 7. En el Cansentinesi italiano 4'2, y solo 3'7 en los Apeninos. En el vecino Portugal para la misma población que la nuestra 4'5 ejemplares por grupo.

Si ponderamos las medias usadas en Europa para determinar a su vez cuál sería la usada en nuestro continente nos sale una cifra de 4'9 lobos por manada.

Peeeero ... en España se han usado medias de entre 7'7 y 10'9 (o 8'4, dependiendo de la fuente). Por su parte, Castilla y León utilizó en su muestreo de 2000-2001 la exagerada cantidad de entre 8 y 10 ejemplares por cada clan familiar. Según el mapa que presentaron a toda la ciudadanía por la televisión 1.600 lobos campan a sus anchas por nuestra comunidad, repartidos entre 179 grupos familiares. Hacer la división es sencillo y enseguida veremos cómo nos proporciona una media de 8'9 lobos por manada. Como podemos ver todos, incluso los detractores de la especie, esto es sencillamente un claro caso de manipulación por parte de la Junta de Castilla y Léon.

De manual, vamos.

El resultado de esta maniobra es que la sociedad cree equivocadamente que hay casi el doble de lobos de los que realmente sobreviven en territorio castellano-leonés. Y lo cree porque se lo cuenta la mismísima Junta de Castilla y León. De hecho, si multiplicáramos la cifra media europea por el número de grupos que hay censados en TODO EL TERRITORIO ESPAÑOL la suma resultante aún sería bastante inferior a los 1.600 lobos que esta lamentable Comunidad Autónoma dice que hay ya en su territorio. En realidad en toda España habría unos 1.455 lobos. Esta manipulación malintencionada siempre ha estado dirigida a justificar la caza y el control letal de la especie, a aumentar la tasa de capturas anuales y a conseguir que la sociedad fuera condescendiente con ese terrible modelo de gestión.

Deplorable. La Junta de Castilla y León parece hacer entrado en un bucle sin fin contra la protección de nuestra biodiversidad, y parece haberse lanzado en barrena contra la especie, para lo que no ha dudado desde siempre en manipular la verdad.

Se han convertido en parte del problema, y no de la solución.

21 de septiembre de 2021

Reflexiones, el lobo y su nueva situación legal

Estos meses pasados hemos sido testigos de un hecho histórico en el amparo y defensa de la biodiversidad en nuestro país, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico acordó prohibir la caza del lobo al incluirlo en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, el LESPRE, proporcionándole una cobertura legal con la que nunca antes había contado esta especie. Esta protección legal entrará en vigor a partir de mañana, día 22 de septiembre, tras su publicación hoy en el BOE.


Esta inclusión en el LESPRE no ha sido sencilla debido a la importante politización que rodea a este animal, pero al final así se acordó en base a varios aspectos fundamentales sobradamente razonados: 

1.- La situación de escasa protección de la especie así lo requería dada la repercusión que para ella representaba la persecución a que se veía sometida desde el ámbito rural, cinegético e institucional. 

2.- Dada la distribución territorial actual respecto de la histórica, cuando ocupaba todo el territorio nacional.

3.- Porque no es coherente -ni administrativa, ni biológicamente- que una especie se pueda gestionar de modo distinto en cada Comunidad Autónoma e incluso en países diferentes que comparten la misma población, como era el caso de la subespecie ibérica. A partir de este momento la población hispano-portuguesa de lobo ibérico tendrá una cobertura administrativa similar en ambos países. 

4.- Porque, además, constituye una parte fundamental de nuestro patrimonio natural y cultural español, y obviamente también portugués.

5.- Y en tanto es asumido que la biodiversidad de nuestros campos forma parte del patrimonio de todos los españoles, se hace incuestionable que todos los ciudadanos y todas las CCAA tenemos el mismo derecho a opinar sobre la inclusión o no de una especie en el listado, acordándose así finalmente la catalogación del lobo exactamente igual a como se hace con el resto de taxones (lince, oso, quebrantahuesos o cualquier otra especie de nuestra fauna), y muy al contrario de lo que las CCAA con presencia del cánido querían imponer, pretendiendo negar al resto de representantes un derecho constitucional que nos son inherentes.

6.- Porque siendo el ámbito agropecuario un sector económico fuertemente subvencionado con el dinero de todos los europeos no se puede entender ese empeño de administraciones autonómicas y ganaderos en impedir la opinión del resto de ciudadanos sobre la sostenibilidad ambiental de sus acciones.

7.- Porque objetivamente, desde el punto de vista de su estado de conservación tendría que estar incluida, no solo en el Listado desde hacía mucho tiempo (porque comparativamente con otras especies en situación similar, o incluso mejor, representaba una discriminación evidente), sino que incluso tendría que formar parte del Catálogo como Especie Vulnerable.

8.- Porque la evolución de la sociedad actual exige modelos productivos sostenibles ambientalmente, donde prevalezcan estándares de conservación de la biodiversidad más modernos y ambiciosos, así como administraciones que realmente custodien esta nueva visión de la sociedad, persiguiendo fórmulas que sean alternativas a la eliminación de fauna silvestre ante cualquier conflicto. 

9.- Y porque la persecución de la especie se ha demostrado ya históricamente ineficaz para minimizar los daños a la ganadería, poniendo en evidencia la necesidad de buscar opciones menos simplistas que la recurrente e inoperante muerte de ejemplares.


Con el paso del tiempo este hito histórico solo será comparable a la protección legal que representó la catalogación del lobo en 1970 como especie cinegética, lo que supuso la regulación a partir de entonces de los métodos y épocas en las que podía ser cazado (que no perseguido, puesto que su persecución ilegal ha sido y sigue siendo indiscriminada).

La paradoja que pudiera parecer el hecho de que incluirlo entre las especies cinegéticas lo salvara de una más que inminente extinción cuando contaba con una minúscula población de unos 200 ejemplares (Valverde, 1970), constituye un argumento esgrimido en la actualidad por las administraciones autonómicas para engatusar a la sociedad española y convencerla de que este modelo de gestión basado en su explotación cinegética es el adecuado per se, y que asegura no solo su conservación, sino incluso su expansión futura. Este análisis, sin embargo, se cae por su propio peso y ya no se sostiene ante el estancamiento que su población ha sufrido en las dos últimas décadas y del que hablábamos también en el link indicado arriba, en el párrafo anterior. En el artículo publicado por ASCEL, titulado Protección del lobo en Europa: tesis versus praxis, dejan patente cómo se recuperan de verdad las poblaciones de lobo cuando se las protege realmente prohibiendo su caza indiscriminada, y lo demuestran con los ejemplos de Polonia e Italia. No podemos por menos de recordar al público que todos los lobos que han llegado a Cataluña y Aragón en las últimas dos décadas lo han hecho desde Italia y no desde Castilla y León, País Vasco o la Rioja, obviamente mucho más cercanas en el espacio. ¿Dónde está entonces la tan cacareada expansión? Este hecho debería bastar a nuestros deplorables políticos y a los penosos técnicos que manejan la especie en nuestro país para sonrojarse.

Un segundo argumento esgrimido con insultante normalidad por las administraciones autonómicas para blanquear la caza del lobo es que facilita la aceptación de la especie en el mundo rural y reduce la aversión hacia ella, reduciendo por consiguiente su persecución ilegal y el conflicto social. Si no se sostenía en pie el argumento anterior, este lo hace menos aún. Lo mires por donde lo mires no hay por dónde cogerlo dado que dicho furtivismo se ha mantenido inamovible en el tiempo y el enfrentamiento actual no solo es enorme, sino que se ha incrementado notablemente en los últimos años.

Dicho todo lo anterior hay que incidir, además, en que se hacía necesario cambiar su estatus legal para no seguir reduciendo su exiguo acerbo genético, ya seriamente comprometido cuando toda la población actual procede de los genotipos de unos 50 ejemplares nada más. Por último, la propia evolución de la sociedad hace igualmente urgente un cambio en los modelos de gestión del medio natural más propios de una civilización que aspira a ser culta y avanzada, basados en la tolerancia del hombre para con el resto de seres vivos del planeta, y alcanzando soluciones nuevas a los posibles conflictos generados por esa coexistencia, soluciones que no impliquen la eterna eliminación de aquellos seres vivos que los generen.

Hoy se ha publicado definitivamente en el BOE la Orden Ministerial que recoge la necesidad de protección de una especie apical imprescindible en los entornos naturales ibéricos, que aporta importantísimos valores ecosistémicos incluso para el propio mundo rural que lo persigue tan implacablemente, como cortafuegos en la transmisibilidad de epizootías hospedadas en ungulados silvestres, como controlador de su número y de las afecciones que pueden llegar a causar al sector agrícola, o manteniendo en números adecuados a los mesodepredadores que, a su vez, dañan a otras especies más pequeñas, incluidas especialmente las de caza menor. Hoy se consuma el segundo gran hito en la conservación de la especie. Han tenido que pasar 50 años. Medio siglo para que el hombre suba un nuevo peldaño en la normalización de su relación de amor-odio con el resto de seres vivos del planeta Tierra. 50 años en los que parece que no hemos avanzado culturalmente nada, si nos atenemos a la bomba mediática que ha supuesto este paso adelante en nuestro respeto a la naturaleza. 

Pero este nuevo hito no supone en realidad su protección definitiva, ni mucho menos, todos lo sabemos y somos conscientes de ello. Plantea en sí mismo un escenario lleno de dudas, donde los sectores sociales contrarios y favorables a su conservación nos deberíamos sentir obligados a converger y, sosegadamente, dialogar sobre la nueva situación.

La primera pregunta que nos deberíamos responder es si de verdad queremos sentarnos a hablar. Si es afirmativo todos saldremos ganando, el mundo rural y el mundo conservacionista, porque en el fondo tenemos que ir de la mano.

El mundo rural no quiere pagar los costos que pueda generar la conservación de la especie; esto es evidente y no requiere explicación alguna. Los conservacionistas por su parte tampoco desean que los ganaderos sean los damnificados que asuman las consecuencias. Este axioma elemental puede necesitar para alguno una explicación en profundidad. Por un lado, si el ganadero tiene daños podría llegar a perseguir ilegalmente al lobo y eso es lo que no queremos, por lo que es útil para nuestros intereses que él no sufra las consecuencias. Por otro lado, el movimiento conservacionista está emocionalmente muy vinculado a la realidad del campo y la naturaleza, campo y naturaleza que procura defender para el bien general de todos los ciudadanos. ¿Dónde está escrito que este movimiento social nacido en las urbes pero profundamente conocedor de los problemas de nuestro entorno, constituidos en verdadera policía ambiental en una sociedad compleja, no le importen los problemas que afecten a la gente que vive en el campo? La manoseada y grosera expresión de que preferimos salvar a los lobos a costa de la extinción de los ganaderos es una frase mentirosa y manipuladora. Es sencillamente falsa. Esta gastada ya. Cualquier opinión en esta dirección es tramposa o está equivocada. El movimiento ecologista históricamente ha sido un movimiento social que ha perseguido la coexistencia en paz del hombre con la naturaleza, sin anteponer nunca a esta sobre aquel. 


Y en medio del mundo rural y los conservacionistas se encuentran los terceros en discordia: las administraciones autonómicas y los sindicatos agrarios con continuas declaraciones incendiarias que no ayudan en nada a sosegar los ánimos, ya de por sí caldeados, de las partes implicadas. Y por si éramos pocos en este diálogo de sordos, como comparsa de estos actores, nos topamos, cómo no, con muchos medios de comunicación que se frotan las manos con más carnaza fresca que vender, amplificando con su megafonía las iracundas declaraciones del catálogo de siempre de políticos, gestores y sindicatos. Por su parte, el mundo de la caza va por libre, y mientras que unos piden que se extermine la especie porque se alimenta de "su ganado silvestre" (ciervos, jabalíes, corzos y cabras monteses, principalmente) y llevando a cabo por ello una persecución infame -en muchos casos "institucionalizada" en las Reservas Regionales de Caza mediante funcionarios a los que mantenemos todos-, otros solicitan que no solo se favorezca su caza deportiva como hasta ahora, sino que incluso se permita también al sur del Duero. Muy lejos está el sector cinegético del sentir mayoritario de la sociedad actual, que llega a ver repulsiva la muerte por diversión de cualquier animal, pero mucho más aún, si cabe, del que en realidad es el padre de todos nuestros perros. Su grotesca falta de sensibilidad es simplemente penosa.

El nuevo panorama se muestra difícil. Delicado. Pero en el fondo tanto el mundo rural como el conservacionista desean lo mismo: que la conservación de la especie no afecte a los intereses económicos de los ganaderos. Si en lo principal estamos de acuerdo, ¿por qué resulta tan complicado armonizar posturas y exigir juntos que las administraciones hagan su trabajo por una vez, que los sindicatos dejen de incendiar el ambiente y que la prensa simplemente sea equidistante de la cuestión y se limite a contar hechos, en vez de vender la ristra de eslóganes irritantes de unos cuantos?


Claro, hay una pega para que nos entendamos todos: hay que basarse en hechos reales, en datos empíricos, científicos; no en emociones o sentimientos. El "adversario" -por llamarlo de alguna manera- común es la Administración que, no solo inflama el ambiente con consejeros embaucadores que politiquean públicamente las mentiras que muchos quieren oír en el medio rural, alimentando un odio ancestral e histórico difícil así de reducir, sino que no ayudan ni a la protección de las cabañas ganaderas ni a la compensación adecuada de los daños allí cuando se producen. Hay que apelar a la responsabilidad del propio ganadero para adoptar verdaderamente las medidas de protección necesarias para cuidar su negocio, exactamente igual que haría cualquier otro empresario de cualquier otro negocio y en cualquier otro sector económico. Hay que añadir un cambio normativo administrativo, integral, que aporte seguridad al sector frente a sus verdaderos problemas, que no son el lobo, sino producto de la economía global: bajos precios de mercado, elevados gastos de producción, competencia con productos traídos de países lejanos, intermediarios que se quedan con los beneficios, etc. No puede ser que el ganadero asuma las pérdidas que la conservación de una especie protegida (cualquier que sea) puede generar, debe ser la sociedad en su conjunto la que asuma el costo de esa convivencia, siempre que el sector adopte las medidas necesarias para proteger su ganado, requisito este último que debe premiar a quienes lo cumplan. 


Aquí el sector agropecuario tiene también mucho que aprender y cambiar, empezando por ver con malos ojos el enorme fraude (mal llamado "picaresca") que existe en el mundo rural. Vasta ya de achacar al lobo lo que en muchísimos casos es perro, o simplemente muerte natural por accidente o enfermedad. La responsabilidad del lobo es muy inferior a la que se carga en sus espaldas, y esto el ganadero lo sabe perfectísimamente. Y los sindicatos agrarios también y, o bien son condescendientes con esta irresponsable y fraudulenta simulación, o bien se aprovechan conscientemente de estas falacias para llorar y exigir a la administración compensaciones, a costa de aumentar artificialmente el conflicto. Así no se puede dialogar. Empecemos por conocer el alcance real de los daños generados por él, que los hay, y suponen un serio problema para muchas familias humildes, es cierto. Pero pongamos encima de la mesa el real, no el supuesto, no el imaginario, no el inventado que todos admiten. Dejemos atrás ya el teatro. Numerosos estudios demuestran que los lobos prefieren predar sobre ungulados silvestres antes que sobre el ganado doméstico, el último de ellos realizado en Mongolia. Sigamos implementando medidas de protección en todo el ámbito ganadero, incluso en aquellos casos en los que el extensivo es difícil de proteger. Indemnicemos con rapidez y sobradamente los daños ocurridos, no intentemos evitar lo más sencillo de todo, cubrir solidariamente entre todos los problemas generados por la especie. Y finalmente, hablemos. Hablemos de verdad, con cifras reales sobre la mesa. El costo público de su persecución institucionalizada por funcionarios que pagamos todos es, con seguridad, muy superior al de los daños generados por la propia especie. Reorientemos pues los gastos que genera, no en su persecución, sino en la protección de los ganados y en su conservación. 

Aquel que suelte la primera frase tendenciosa que sea relevado de la mesa por alguien honesto que se atenga a la puñetera realidad. Seamos, pues, simplemente inteligentes y empáticos. Los unos con los otros. Se trata de algo tan sencillo como eso, usemos la cabeza para que todos quedemos satisfechos por haber hecho las cosas bien, coherentemente. Sin mentiras. Sin demagogias. Sin emociones ni sentimientos. Con realidades y soluciones.

Olvidémonos de matar todo lo que nos estorba. El mundo nos lo está pidiendo a gritos.



11 de septiembre de 2021

El lobo y el ganadero


Desde hace unos días tenía pendiente hacer una pequeña mención en este diario personal sobre un artículo que he leído y que me ha llamado la atención, no por lo que en él se cuenta, que es algo que yo ya conozco sobradamente, sino por la claridad con la que se expresan unos paisanos, ganaderos de ovino en tierra de lobos. El artículo se titula "Leandro y sus hermanos, los lobos y 1.200 ovejas", y fue publicado el 30 de agosto pasado por el diario on-line Público. Me quedo con algunos párrafos que no tienen desperdicio y que dejan en evidencia las llantinas de los sindicatos agrarios y su machacona insistencia con que el lobo y la ganadería no son compatibles. Ahí van algunos:

"Lo primero que nos ha aportado el lobo es que nos ha hecho cambiar el modelo de gestión del ganado hacia un modelo de bienestar animal. Para empezar, a nuestro padre todos los años los lobos le mataban ovejas, algunos años hasta decenas, han sido cientos a lo largo de su vida; a nosotros, en estos 12 años, ninguna. Eran otros tiempos. Pero ahora sabemos lo que hay que hacer. Conocemos las medidas. Y hemos cambiado, cuidamos las ovejas, las pastoreamos. Tenemos perros mastines que las cuidan y que ahuyentan al lobo. Porque no las dejamos a su aire en el monte y vamos a verlas una vez cada 15 días, como hacen otros. Es que hay que ser ganaderos. No ganaeuros, como hay muchos: ellos en el bar y las ovejas en el monte. Hay que ser ganaderos y pastores. Si decides dedicarte a esto, te tienes que dedicar a esto, y ser profesional, como en cualquier otro trabajo; no solo propietario de animales o de terrenos"



Conocedores de los beneficios ecosistémicos que proporcionan los depredadores, incluso para el propio ganadero afirman que "El lobo nos ha dado la lección de que tenemos que cuidar del ganado. Además, el lobo mantiene sana la fauna salvaje, se encarga de limpiar los excedentes o los ejemplares más dañados, y así pone control, por ejemplo, a las epidemias de sarna de los corzos, que se pueden pasar fácilmente al ganado"

Y meten el dedo en la yaga, van a cuestiones que poco tienen que ver con el animal en sí: "Pero no, es muy fácil echarle la culpa de todo al lobo, usarlo como chivo expiatorio para no sentarse a hablar entre todos del futuro de la ganadería extensiva, de las pequeñas explotaciones, de los pueblos. Quizá es que haya muchos intereses en la ganadería industrializada y en el negocio de la caza del lobo, quizás sea que los gestores de montes de la Junta de Castilla y León siguen con el espíritu repoblador y de aprovechamiento a corto plazo del ICONA franquista, quizá sea que los sindicatos agrarios y ganaderos ni sean sindicatos ni agricultores ni ganaderos sino gestores de cotos de caza, y que no se quiera dar salida a esto, que por eso ni siquiera se sientan a hablar. Pero si ni siquiera tenemos un censo fiable de cuántos lobos hay desde hace más de 20 años ... Yo entiendo que mi padre y la gente de su edad en aquellos tiempos quisieran matar al lobo, pero, hombre, no sé, o evolucionamos y progresamos y entendemos lo que es el equilibrio en el campo, la defensa de la biodiversidad y de la agricultura en extensivo ... o nos la pegamos ..., y nos tiramos todos por el barranco, como le pasó a aquel rebaño de mi padre que, ante la llegada del lobo, las ovejas, asustadas, decidieron tirarse peña abajo"


El caso de otros jóvenes ganaderos que han tomado el relevo de sus padres es igual de significativo. Así podemos leer este otro artículo titulado "Pastores que conviven con el lobo: "Estoy a favor de prohibir su caza" ", publicado en elDiario.es en febrero de este año. Nos cuenta el caso de un ganadero de vacas de la comarca sanabresa, donde nunca dejó de haber lobos ni en los peores momentos del siglo pasado, y que viene a demostrar que el vacuno también puede ser protegido eficazmente si se usan las medidas preventivas que tenemos a nuestro alcance. "Le sale más económico -haciendo referencia a la administración castellano leonesa- matar al lobo que dar estas ayudas para la protección del ganado", explica este ganadero de 22 años. En este mismo artículo otro ganadero de la montaña leonesa afirma que "La coexistencia es lo normal aquí, el lobo no supone un problema", y vuelve a poner el foco en la administración al decir que "El problema es más grande que la coexistencia con el lobo, es un tema de la Administración, que no entiende a los ganaderos".

No son los únicos pastores que conviven con el carnívoro, hay otros muchos testimonios igual de esclarecedores que nos hablan de que la coexistencia puede ser una realidad; y de hecho lo es, como lo estamos viendo aquí, cuando se quiere de verdad. 

Querer es poder.

Pero públicamente no tiene tirón hablar de convivencia -debe ser una ñoñería poco comercial-. Seguro que vende mucho más hablar de que el lobo (o lo que quiera que haya sido, que si es perro tampoco pasa nada por achacarlo también a lobo) ha matado, de que la ganadería puede desaparecer si se protege al depredador, de que hay que decidir entre el animal o el hombre de campo, que si se protege al lobo la ganadería está en peligro de extinción, ... y otras palabrerías incendiarias y tendenciosas similares que no buscan consensos, sino caldear el ambiente. Sindicatos agrarios y medios de comunicación tienen que hacérselo mirar, parecen vivir del enfrentamiento, del llanto y la queja, de los aspavientos y el vocerío, del chantaje y las amenazas. Del ruido, en definitiva.


Hace ya unos años Ecologistas en Acción puso en marcha una campaña para fomentar la coexistencia de la ganadería y el depredador conocida como "Vivir con lobos" en la que se implicaron más de medio centenar de explotaciones ganaderas. Según la propia organización ecologista "... se ha iniciado un cambio de mentalidad y de actitud frente al lobo por parte de un número estimable de ganaderas y ganaderos, aunque el cambio es todavía incipiente, sin duda dificultado por unas administraciones que apenas apuestan por la prevención y no tienen una adecuada política de indemnizaciones, así como por unas organizaciones agrarias que no quieren la coexistencia"


A eso añadiría yo que también por unos medios de comunicación para nada profesionales con el tratamiento de las noticas, que casi nunca cotejan ni contrastan los sucesos con la opinión de biólogos y conservacionistas, y que generalmente son redactadas por periodistas muy poco rigurosos y que no tienen ningún conocimiento en materia de medioambiente. Son los medios de comunicación, de hecho, una parte fundamental del problema y, sin duda, su responsabilidad es tan alta como la de los propios sindicatos agrarios. Como yo mismo he escrito en alguna otra ocasión en este blog, matar lobos se ha demostrado ineficaz para evitar el conflicto con las ganaderías, y más aún si el objetivo final de nuestra sociedad es fomentar la coexistencia del mundo rural con él. Usar el rifle en vez del cerebro es el resultado de una gestión inaceptablemente simplista, cortoplacista y miope, que demuestra, por un lado, nuestra nula inteligencia al insistir cazurra e ignorantemente en el tiro limpio como medio de solventar el conflicto, y que, por otro, parece obedecer más bien a una pataleta infantil que a un razonamiento serio y pragmático: 

- Tú me matas ovejas, pues ya no te ajunto, ¡ale!. Ahora vas a ver de lo que soy capaz.

Señores de las administraciones y de las organizaciones agrarias, si matar lobos lleva una eternidad sin solucionar el problema ... ¿es tan complicado darse cuenta en pleno siglo XXI de que hay que buscar otra fórmula para solucionar la cuestión?, ¿es tan complicado ver la demostrada ineficacia del tiro como estrategia para acabar con los posibles ataques de los lobos?, ¿es de verdad imposible fijarse en los muchos ejemplos de ganaderos en extensivo que conviven con el depredador sin que este les ataque su ganado?, ¿por qué se ponen de perfil ante esta evidencia? De verdad es que no soy capaz de comprender semejante cerrazón en solucionar todos los perjuicios que nos pueda causar nuestra compleja relación con el medio natural matando a los seres vivos con los que entramos en conflicto. No lo entenderé nunca.

¡Qué seres más brutos debemos ser!

4 de septiembre de 2021

Infancias robadas

Aparco por un momento los derroteros por los que este diario me arrastra y me quedo clavado mirando unas viejas diapositivas cuyos protagonistas me reclaman poderosamente la atención. Las sensaciones que tengo al verlas son de profunda tristeza. En ellas veo a los niños de una remota aldea perdida en el Karakorum sujetando sus viejas tablillas de madera, que hacían las veces de las pizarras de piedra que nuestros antepasados usaron en la escuela desde la Edad Media hasta el siglo XIX principalmente. En las sobadas tablillas aquellos niños aprendían a leer y escribir, y unas matemáticas rudimentarias, buscando alcanzar un futuro mejor que el de sus padres, intentando salir del agujero de miseria en el que habían nacido. O al menos aprendían con aquella intención.


Muchos no lo habrán conseguido, quizás ninguno. Se arremolinaban alrededor de aquellos tres occidentales que parecerían a sus ojos envidiables extraterrestres, inalcanzables, con sus cámaras fotográficas, sus ropas y calzados buenos, con sus equipos de montaña y con una riqueza que les permitía despilfarrarla volando desde sus lejanos lugares de origen hasta aquel país para recorrer a pie sus montañas, algo excéntrico y absurdo para ellos. Unos críos nos miran como asustados, los más pequeños. Otros se divierten con nuestra presencia, somos una novedad. Otros incluso se muestran especialmente curiosos y se nos acercan decididos. Pero las niñas no. Las niñas están desplazadas, siempre en un segundo plano, bien conocedoras ya de cuál es su roll en aquella sociedad patriarcal y machista, siempre haciéndose cargo de algún hermano pequeño.


Ellas nunca sonrieron, siempre trabajando desde muy pequeñas, sin posibilidad de salir del bucle en el que nacieron, ellas, sus madres, sus abuelas, sus bisabuelas ..., predestinadas desde que fueron engendradas para ser casadas con hombres adultos cuando ellas aún apenas están dejando la infancia -si es que alguna vez la tuvieron-.


En estos tiempos que corren, en los que las noticias nos arrastran a la cruda realidad afgana, mi corazón no puede por menos de llorar cuando veo estas viejas diapositivas y pienso en aquellos niños y niñas, hoy hombres y mujeres, y en cuál habrá sido su destino final, en si habrán conseguido salir de aquel pozo sin fondo en el que yo me los crucé durante unos pocos minutos. E imagino a esos niños y niñas afganas que intuimos en la televisión estos días y a los que nunca llegaremos a conocer. Nosotros, en nuestras acomodadas vidas, al menos tenemos la obligación de pensar en ellos, de no olvidarlos, de no hablar de ellos como de simples números de un noticiario.

Porque los niños siempre son los primeros que pagan las consecuencias de las guerras que hacemos los adultos, y porque, además, las niñas son las que siempre sufren las peores consecuencias de nuestras miserias humanas, hoy pienso en las niñas y los niños afganos. Y los veo a través de los ojos de aquellos otros críos pakistaníes para los que solo fuimos una novedad en aquel lejano día a la salida de la escuela.