Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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4 de octubre de 2016

Isla de Handa

La isla de Handa es un pequeño islote privado declarado Reserva Natural, gestionado por el Scottish Wildlife Trust y en el que cada año se reúnen bastantes más de cien mil aves de diferentes especies para reproducirse. Así, por ejemplo en dos mil diez lo hicieron cincuenta y seis mil parejas solo de araos, a las que habría que añadir las de gaviotas tridáctilas, alcas, frailecillos, etc. Sin lugar a dudas es un destino ornitológico menos concurrido que otros más famosos y emblemáticos del Reino Unido, y es quizás por ello que tiene un encanto y un atractivo especial que no ofrecen esos otros lugares tan conocidos y a veces tan masificados. Sería realmente imperdonable, por lo tanto, pasar de largo si se está cerca de este paraíso al Norte de Escocia.

Pero vayamos por partes. Lo primero de todo... su ubicación. Para llegar a la isla debemos conducir hasta la recóndita aldea de Tarbet, situada al final de una carretera muy estrecha, de las clásicas de "passing place", llena de curvas y toboganes. El desvío está bien señalizado en la A894, a mitad de camino entre los pueblos de Scourie, al Sur, y de Laxford Bridge, al Este.


Nosotros arribamos al lugar el doce de julio con la intención de visitar la isla a la mañana siguiente, día en el que el pronóstico meteorológico era bueno. Y llegamos sorprendidos por el brusco cambio de paisaje que rodea el pueblecito respecto de los páramos recorridos hasta entonces. Tarbet está compuesto por más o menos seis casas desperdigadas en un paisaje cárstico que nos hizo recordar a nuestros queridos Picos de Europa, y que poco tenía de similar a los espacios abiertos que habíamos recorrido previamente. Sus escasas edificaciones miran a la pequeña cala que sirve de refugio a las embarcaciones de los pescadores y, durante la temporada de nidificación de las aves, también a las zodiac que llevan a los turistas hasta Handa. Denominar "ferry" a este servicio de traslado a la isla es un poco pretencioso, pero el lugar no puede ser más bucólico y encantador. Además, el trato con los responsables del traslado a la isla -recorrido que no dura más de diez minutos- y los voluntarios que allí te atienden no puede ser tampoco más amable. Un lugar perfecto para disfrutar de la naturaleza escocesa en un ambiente tranquilo y relajado.

El precio de los tickets que pagamos por el traslado a la isla en botes fuera-borda y por la entrada a la reserva fue de cuarenta y cinco libras por los cuatro (tres adultos y un niño), y con una estancia en ella de más de siete horas, lo que es un tiempo más que prudencial para disfrutar del lugar y de sus aves. La aldea -también puede ser un poco exagerado denominar así a tan exiguo grupo de casas- tiene poco más que lo que muestran las siguientes tres fotografías, y aunque en el minúsculo embarcadero que hace las veces de puerto se prohibe la pernocta en caravanas o furgonetas, se puede aprovechar un espacio suficientemente amplio al lado de la carretera un kilómetro antes de bajar a la aldea. El lugar no puede ser más bonito.

La primera foto muestra lo que se ve desde el lugar donde pernoctamos: la bajada a Tarbet y la mitad de sus casas. En la segunda el "puerto" y casi el resto de casas. Y en la tercera la caseta donde se expiden los tickets para la isla (no esperéis pagar aquí con tarjeta de crédito). En definitiva, un lugar con un ambiente maravilloso, alejado del bullicio turístico, por el que casi solo se dejan caer naturalistas ansiosos de ver fauna, y que desprende una atmósfera auténtica.


La isla de Handa vista desde el puerto de Tarbet se descubre como una paramera extensa; en su extremo izquierdo se quiere intuir la playa donde se desembarca a los turistas.


Una vez has echado pie a tierra en la preciosa playa de arena blanca y aguas transparentes, uno o dos voluntarios de la Scottish Wlidlife Trust te acompañan hasta una pequeña caseta situada al lado de otra ensenada y explican a los visitantes diversas cuestiones sobre el lugar, aclarando las dudas o las curiosidades de los mismos, explicando las normas de uso de la isla y deseándonos una feliz visita. Después se puede comenzar a caminar por un sendero (a veces entarimado) de unos cinco o seis kilómetros de longitud que recorre la parte occidental de la isla. Es el momento de empezar a disfrutar sin prisas de su fauna, entre la que se incluyen nutrias, focas, lagópodo escocés, y las numerosas especies de aves marinas que todos esperamos fotografiar.



La Isla oculta grandes acantilados que miran principalmente hacia la fachada Oeste y Norte, en los que anidan las especies clásicas que ya conocemos de otros puntos costeros de Inglaterra y Escocia. Como ya dijimos al principio, la colonia de araos comunes (Uria aalge) es importante, siendo de hecho una de las más grandes del mundo, y se mezcla con las habituales gaviotas tridáctilas (Rissa tridactyla). A estas últimas las pudimos ver con los pollos ya casi completamente emplumados y próximos a volar.





Alcas comunes (Alca torda) sobre las rocas.



También los cormoranes moñudos (Phalacrocorax aristotelis) nos ofrecen un rato de entretenimiento mientras comemos cerca de la orilla. Nuestra jornada se caracterizó por un clima muy agradable, soleado y tranquilo, lo que sin duda contribuyó a regresar con un recuerdo inmejorable del lugar.




Por supuesto los fulmares boreales no podían faltar.




Sin embargo, para nosotros el principal objetivo al visitar Handa Island Nature Reserve no eran las colonias de aves criando en los enormes acantilados de hasta ochenta y cinco metros de altura, sino dos especies que utilizan las llanuras herbosas de la isla como lugar de nidificación. Como hemos dicho al principio, buena parte de su superficie está constituida por extensas praderas. En ellas el hombre vivió durante siglos, hasta que una hambruna los echó mediados el siglo diez y nueve. Hoy, sin embargo, son campas abandonadas, recubiertas de gramíneas y pequeñas plantas ideales para que algunas especies las utilicen durante esta época del año.


Y es aquí, y no en los acantilados costeros, en donde podemos encontrar a las dos especies de págalo objeto principal de nuestra visita a la isla. Al págalo grande o eskúa (Stercorarius skua) ya lo habíamos visto en otros momentos de nuestro viaje, siempre volando sobre el mar en pos de algún barco pesquero, o junto a los acantilados en busca de pollos que robar. Aunque aquí no tuvimos demasiada suerte desde el punto de vista fotográfico con esta especie, al menos sí pudimos disfrutar de ella con una relativa cercanía. Se trata de un animal  oportunista, que no duda en depredar sobre los nidos de otras aves, lo que unido a su gran tamaño -casi un metro y medio de envergadura- y ferocidad, lo convierten en el macarra de la zona. Tampoco le hace ascos a la carroña y cuando está en el mar se alimenta principalmente de peces. Su agresividad hacia quien ose arrimarse a su nido es bien conocida, dándole igual qué o quién pueda ser, por lo que no es nada raro que ataque incluso al hombre. Vamos, como los charranes de Inner Farne, pero con un tamaño y un pico bastante más intimidatorios.






Mucho más sencillo nos resultó fotografiar al otro págalo que habita estos mares, el parásito (Stercorarius parasiticus), ya que en varias ocasiones tuvo la amabilidad de posar para nosotros cerca de los senderos habilitados para los turistas, de los que obviamente no podíamos ni debíamos salirnos. También es conocido como eskúa ártico, y no es menos beligerante que su pariente mayor. No fue difícil verlo tumbado sobre las praderas, y no necesariamente sobre el nido, sino vigilante, suponemos que cerca de él. Verlos volar y hacer quiebros sorprendentes sobre nuestras cabezas, en actitud amenazante, representó, sin duda, todo un espectáculo. Su principal alimentación en las zonas de cría son los pequeños roedores que captura en las tundras ventosas del Norte de Europa y Norteamérica. Sin embargo, como buen págalo que es, también captura peces y otros pequeños animales, pollos, etc, y muy a menudo roba a otras aves, o las obliga a regurgitar lo capturado por ellas mientras las persigue por el aire. Viéndolo actuar podemos entender de dónde le viene el nombre de "parásito". La mayor parte de los individuos presentan un plumaje claro por la zona ventral, pero también hay ejemplares de morfo oscuro, como el que podemos ver en la tercera de las fotografías.






Tras disfrutar de la paz que se respira en esta isla inolvidable regresamos sosegadamente a la playa esmeralda en la que nos desembarcaron siete horas atrás, y con una amplia sonrisa en nuestros semblantes subimos al bote desde el curioso y portátil embarcadero de madera con ruedas para, en unos minutos de tranquila travesía, desembarcar en el muelle de Tarbet.


Poco a poco vamos completando destinos y nos vamos acercando a los últimos objetivos naturalísticos del viaje.

NOTA: Todas las imágenes están reproducidas sin recortes ni reencuadres, y las de fauna fueron tomadas con un objetivo de 500mm. al que en determinadas ocasiones se le sumó el teleconvertidor de 1,4 aumentos. Todo sobre un cuerpo de cámara con factor de recorte de 1,6X.

2 de septiembre de 2016

Reserva Natural de Fowlsheugh

Continuando nuestro safari fotográfico por tierras del Reino Unido, cruzamos la frontera escocesa y nos dirigimos hacia el Norte bordeando la costa. De camino a los acantilados de Fowlsheugh visitamos otros lugares también muy interesantes desde el punto de vista faunístico y paisajístico, pero que no presentaban condiciones adecuadas para la fotografía de fauna, como por ejemplo los acantilados de St. Abb's Head, al poco de entrar en tierras escocesas. Sea como fuere, el siguiente enclave digno de visitar con nuestros teleobjetivos fue la reserva de la que hablamos aquí, maravillosa, solitaria y llena también de motivos que plasmar en los sensores de nuestras cámaras.


Estuvimos fotografiando en esta extraordinaria colonia los días cinco y seis de julio, pero llegar a Fowlsheugh no nos resultó sencillo a nosotros porque la reserva no se encontraba señalizada y no llevábamos estudiado desde España cuál era su acceso. Sabíamos, no obstante, que estaba al Sur de la ciudad de Stonehaven, en las cercanías del muy turístico castillo de Dunnottar, ubicado sobre acantilados marinos. Allí mismo preguntamos y no nos supieron responder. ¡No conocían la reserva a pesar de no estar a más de tres o cuatro kilómetros de distancia! Sin embargo, desde el mismo Dunnottar Castle, la colonia de aves marinas que se agolpaba en las paredes abarcaba varios kilómetros de costa hacia el Sur. Por fin, de entre el maremagnum de información que portábamos desde casa, dimos con una escueta nota que nos derivaba a Crawton como la última población previa a este espacio natural. Nos dirigimos a ella con grandes dudas, pues se nos antojaba extraño que no hubiera ningún cartel o señalización informativa, ninguna indicación del camino a tomar. De hecho, estábamos retrocediendo por la misma carretera que habíamos usado para llegar al castillo. Nos desviamos hacia Crawton y seguimos una señalización de "carretera cortada" sin pensarlo, hasta que ... ¡voilà! habíamos llegado al minúsculo aparcamiento de la Reserva Natural de Fowlsheugh.



Muere la citada carreterita unos metros antes del mismo pueblo de Crawton, que está constituido por cinco casas dispersas entre los acantilados y las tierras de cultivo. Junto al cartel que nos indica que hemos dado con el lugar, el pequeño parking y otro apartadero previo aptos para una docena de vehículos es todo lo que nos encontraremos allí. No hay nada más. No hay centro de recepción de visitantes, no hay servicios turísticos, ni voluntarios explicando nada a los ornitólogos que hasta allí se acerquen. No hay turismo. ¡Genial! ¡Estamos solos!

La reserva está gestionada por la RSPB (Royal Society for the Protection of Birds) y en ella anidan cada año unas ciento treinta mil aves marinas, principalmente alcas, araos, fulmares  y gaviotas tridáctilas, aunque también algunos frailecillos y otras aves como argénteas, grajillas, etc. A lo largo de un kilómetro y medio un buen sendero nos permite caminar por el borde de los farallones rocosos hasta el extremo Norte de la reserva, en donde se ha construido un observatorio con todas las comodidades. No obstante, no debemos olvidar que la enorme colonia nidificante se alarga mucho más allá de los reducidos límites del propio espacio natural protegido. Junto al pueblo es posible bajar hasta el mar, pues los desniveles rocosos se moderan momentáneamente.











Es cierto que en este lugar no vamos a ver a los grandes y espectaculares alcatraces, y que si vemos frailecillos no va a ser ni en grandes cantidades ni fáciles de fotografiar -de hecho, nosotros no llegamos a verlos, si quiera-, pero el lugar no puede ser más interesante. Nuevamente y al igual que en Bempton Cliffs, poder presenciar el atardecer y el amanecer rodeado de la bulliciosa colonia ya representa un verdadero atractivo. Si además tienes la oportunidad de viajar en caravana o furgoneta y así dormir en el mismo aparcamiento -ya que no hay indicación de prohibición, al respecto- la sensación de comprender el lugar se acrecienta aún más. Compartir con los pájaros el declinar del sol o el comienzo de un nuevo día constituye un verdadero privilegio.

De nuevo el olor a gallinaza y el continuo griterío de las aves envuelve la atmósfera. Nos reencontramos con los ya cotidianos araos comunes (Uria aalge), como siempre apretujados en las cornisas.




En la foto superior se pueden ver dos araos "embridados", con sendas líneas blancas que bordean los ojos y arrancan hacia la nuca. Es una variedad claramente minoritaria, pero más común cuanto más al Norte de su área de distribución.

Junto a los araos comunes volveremos a ver, como no podía ser de otra forma, a las alcas (Alca torda), a las que observaremos muy a menudo emparejadas y haciéndose carantoñas y mimos en algún posadero.




Si en los lugares visitados con anterioridad la suerte con los fulmares (Fulmarus glacialis) a la hora de fotografiarlos se nos mostró esquiva, aquí nos desquitamos a placer haciendo tomas de los ejemplares en sus nidos o en las repisas donde descansaban a distancias relativamente cortas. Al igual que los álcidos, los fulmares tienen por costumbre apoyarse sobre los tarsos en vez de permanecer de pie sobre sus dedos palmeados, por lo que no resulta fácil fotografiarlas "de cuerpo entero".





En cuanto a las gaviotas, dos son las especies más habituales en Fowlsheugh. Por un lado y en un número de ejemplares claramente inferior, la gaviota argéntea (Larus argentatus), siempre atenta a todo lo que la rodea susceptible de ser alimento ...



... y la ya habitual para nosotros gaviota tridáctila (Rissa tridactyla), ocupando pequeñas repisas donde podemos observar a sus polluelos.





NOTA: Como he venido haciendo en las anteriores entradas y como iré explicando también en las siguientes, todas estas imágenes están editadas con el formato de la cámara, sin recorte ni reencuadre alguno, con un teleobjetivo de quinientos milímetros, ocasionalmente con un teleconvertidor de 1,4 aumentos, montado sobre un cuerpo de cámara con factor de multiplicación de 1,6 aumentos. Obviamente, todas las fotos de aves están realizadas en la propia reserva de Fowlsheugh. Espero que así, con esta información añadida, el lector sea capaz de conocer las posibilidades fotográficas del lugar antes incluso de venir.