Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

25 de diciembre de 2019

Espacios Naturales ... ¿protegidos?

España cuenta con una amplia red de Espacios Naturales Protegidos. Según obra en la página del Ministerio para la Transición Ecológica son "... aquellas áreas terrestres o marinas que, en reconocimiento a sus valores naturales sobresalientes, están específicamente dedicadas a la conservación de la naturaleza y sujetas, por lo tanto, a un régimen jurídico especial para su protección." La Ley 42/2007, de 13 de diciembre, de Patrimonio Natural y de la Biodiversidad es la que regula en nuestro país estos lugares de un modo general, agrupándolos en tres clases distintas según el régimen jurídico que los originó: Espacios Naturales Protegidos, Espacios Protegidos de la Red Natura 2000, y Áreas Protegidas por Instrumentos Internacionales (Humedales Ramsar, Espacios Patrimonio de la Unesco, Geoparques, Reservas de la Biosfera, etc.)

Los Espacios Naturales Protegidos en nuestro país los podemos, a su vez, clasificar en 5 categorías distintas: Parques, Reservas Naturales, Áreas Marinas Protegidas, Monumentos Naturales y Paisajes Protegidos. Sin embargo, como las competencias en esta materia están transferidas podemos encontrar un maremágnum de hasta 40 denominaciones posibles para los más de 2.000 espacios protegidos de los que podemos disfrutar en España, como patrimonio natural de todos los ciudadanos. Dentro de la clasificación de "Parques" encontramos los buques insignia de nuestra legislación, los Parques Nacionales, sobre los que se especifica que debido a los valores que aconsejen esa protección jurídica "... merecen una atención preferente", o dicho de otra forma, son el máximo exponente de la conservación de nuestra naturaleza, y el régimen jurídico así lo debe contemplar. Pero no es hasta hace unos pocos años que finalmente se aprueba una ley específica que regula el conjunto de Parques Nacionales españoles, la Ley 30/2014 de Parques Nacionales, que se publica finalmente el 4 de diciembre de dicho año en el BOE. De nuevo según reza en la web de MITECO, "Esta nueva Ley refuerza la protección de estos espacios que albergan lo mejor de nuestro patrimonio natural, a través de un modelo de mayor coordinación y apoyo del Estado, reclamado por numerosos expertos y profesionales así como por las entidades conservacionistas." Esto es importante porque a menudo hemos tenido que lamentar la evidencia de que a las presiones cercanas es siempre más difícil resistirse, y cuanto más fuertes son estas, más tentador es para quienes deben velar por la conservación de nuestro patrimonio olvidarse del interés general en favor de otros intereses menos altruistas.

También podemos leer en la web del ministerio el siguiente resumen: "... se refuerza la conservación de estos espacios, con medidas como el refuerzo en situaciones de emergencia por catástrofe ambiental, la intervención en casos de estado de conservación desfavorable, o la prohibición de actividades incompatibles como la pesca deportiva y recreativa, la caza deportiva y comercial, la tala con fines comerciales, así como la imposibilidad general urbanización ni edificación, ..."

En España tenemos a fecha de hoy declarados 15 Parques Nacionales, de los cuales solo uno se localiza en Extremadura, el Parque Nacional de Monfragüe. Su declaración se justificó en base a "... la representatividad del bosque mediterráneo y los valores faunísticos del enclave y en el deseo de preservar estos parajes y la necesidad de acondicionarlos adecuadamente para que puedan ser admirados y disfrutados por generaciones presentes y futuras." Además, el espacio es también declarado ZEPA y Reserva de la Biosfera. Pero cuando la sociedad tiene que convivir con noticias como la que hemos conocido hace apenas unos días nos preguntamos si realmente sus gestores son conscientes de lo que significa que este espacio esté incluido dentro de la máxima figura de conservación y protección del Estado. Pero parece que son sus acciones al frente del parque y no nuestras palabras las que evidencian que no, que no saben lo que realmente significa declarar a Monfragüe -el "Mons Fragorum" como lo denominaron los romanos- Parque Nacional, y que por razones como esta se hacía imprescindible la nueva Ley de Parques Nacionales.



Pero vayamos al meollo. El 20 de diciembre se realizó lo que dentro del Parque Nacional de Monfragüe justifican eufemísticamente como una "acción de control" en la finca Las Cansinas mediante el uso de esa técnica tan cobarde e injustificable por el enorme estrés que provoca en todo el conjunto de la fauna del lugar -incluidas todas aquellas especies estrictamente protegidas por la Ley- y no solo en la especie objetivo, como es la montería, modalidad cinegética que no nos cansaremos nunca de criticar. Unos 300 perros sueltos pertenecientes a 16 rehalas batieron la zona en cuestión hacia 50 puestos por los que se habrían pagado 300 € por cada uno de ellos, más los 600 € que se abonarían por cada venado ajusticiado. Que esto se haya convertido en los últimos años en algo normal dentro de este Parque Nacional no nos puede llenar más que de vergüenza y rabia. Vergüenza porque revela la pobreza profesional y humana de quienes gestionan este parque, vendidos a las presiones del siempre poderoso lobby cinegético; y rabia porque la sociedad les ha encomendado protejer los valores ambientales del lugar y, habiéndoles dado la mejor herramienta posible para ello -la figura legal de mayor protección que se puede conceder a un territorio en nuestro país-, lo que han hecho ha sido olvidarse de ello y de la propia sociedad, comercializando al mejor postor la muerte de animales POR DIVERSIÓN, como bien pudieran haber sido estas ciervas fotografiadas en el propio parque nacional.




Pero lo más grave en esta ocasión no ha sido en sí la propia montería, que lo es también, y mucho. Lo más grave es que en esta oportunidad un lince radiomarcado se encontraba en la zona y fue asustado y movido del lugar. Sí, has leído bien, un lince, ese animal icono de la conservación y en cuya recuperación ya hemos empleado varias decenas de millones de euros de todos los ciudadanos de la Unión Europea. Vergonzoso, infame, miserable, indecente, escandaloso, ... no se me ocurren mejores epítetos para calificar lo sucedido, aunque sí podría ir sumando muchos más, similares todos ellos.

Podemos entender que la protección a ultranza del parque y la ausencia de un predador como el lobo venga provocando una sobrepoblación de ciervo que haya que gestionar eficientemente para que no afecte de un modo negativo a las comunidades botánicas del parque, en detrimento del propio valor ambiental del mismo; pero nunca, bajo ningún concepto, podremos entender ni admitir que esto se haga mediante la caza deportiva. Y repito que nunca y bajo ningún concepto; esto no es negociable. La caza deportiva es una vergonzosa actividad radicalmente opuesta a los valores que justifican la declaración de un Espacio Natural Protegido, en especial si este es, además, un Parque Nacional, figura que representa en España -lo reiteraré hasta la saciedad- la máxima figura de la conservación. Recordamos a estos señores que han venido permitiendo semejantes despropósitos en los últimos años, que al ciudadano normal no se nos permite caminar con nuestros prismáticos por la inmensa mayoría de la superficie del Parque Nacional de Monfragüe, viéndonos limitados a unos ridículos e ínfimos itinerarios y puntos de observación en la carretera (más minimalista en este sentido no se podría ser), pero que, sin embargo, sí se permiten las monterías en esas enormes Zonas de Reserva que constituyen de hecho la casi totalidad del parque. No tiene ni pies ni cabeza; es injustificable, se mire por donde se mire. El Parque Nacional no puede avalar la muerte de seres vivos POR DIVERSIÓN. Y la mejor prueba de ello nos la otorga la nueva Ley de Parques Nacionales que habla directamente de "... la prohibición de actividades incompatibles como la pesca deportiva y recreativa, la caza deportiva y comercial ..." El tiempo nos ha dado la razón a los que nos oponíamos a semejante actividad dentro de un Parque Nacional y sus gestores tienen ahora al menos la obligación administrativa y técnica de buscar una alternativa acorde con los principios de protección de la naturaleza que le son inherentes, porque respecto a su obligación moral y ética de realizar una impecable gestión del interés general de los españoles ya hemos podido comprobar que ha estado durante mucho tiempo escondida en un cajón cerrado con llave. Por mucho que intenten justificar las monterías dentro del P. N. de Monfragüe (o de cualquier otro Espacio Natural Protegido) por la necesidad de reducir el número de ciervos o jabalíes, MATAR POR DIVERSIÓN no encaja con los valores de su declaración. Esa justificación es solo maquillaje. ¿Se les había ocurrido la posibilidad de introducir a su principal depredador como  controlador de las poblaciones de herbívoros, o la de facilitar su llegada de manera natural, la de esterilizar a un número determinado de ejemplares, incluso la de hacer descastes solo por personal de la Junta de Extremadura,...? No, obviamente eso no se les ha ocurrido, es más sencillo ceder ante la presión de los cazadores y de los propietarios de las fincas.



No hablo apenas del lince, este hecho es casi coyuntural. O quizás no, lo mismo se ha desplazado a una zona de peor calidad o más peligrosa donde puede acabar pereciendo. No lo sabemos aún, pero supongo que ya nos acabaremos enterando de qué ha hecho este ejemplar o qué ha sido de él. De lo que sí estamos seguros es de que para llevar a buen puerto la gestión de un Parque Nacional la sociedad no desea tener al frente a funcionarios tan insensibles con esos valores conservacionistas y de protección de la naturaleza que les deberían ser propios. Desde aquí, creo que no es en absoluto descabellado pedir responsabilidades hasta las máximas consecuencias al propio Director del Parque Nacional y al resto de responsables por permitir esta montería coincidiendo con la presencia de un ejemplar de lince radiomarcado. Es lo menos que deberían hacer, dada la gravedad de su negligencia e irresponsabilidad.

Un rayo de esperanza, no obstante, llegará a finales de 2020, cuando la nueva Ley 30/2014 de 4 de diciembre prohiba definitivamente la caza en todos nuestros Parques Nacionales, lo que afectará por fin de forma positiva tanto a Cabañeros como a Monfragüe, y muy a pesar del lobby cinegético que en España está encabezado principalmente por la asociación Artemisan, que no ha dudado en aducir informes socieconómicos intencionados y dirigidos, en un afán claro de manipular a la población e influir en nuestros políticos:

Puede que haya quien piense que este hecho ocurrido el 20 de diciembre no deja de ser un hecho puntual. Sin embargo, la mala y deprimente gestión de nuestra naturaleza parece generalizada en más lugares de nuestra Red de Espacios Naturales Protegidos, y no solo en algunos espacios concretos. Y como ejemplo de esto podemos poner la lupa en varios casos. Muchos conocemos, por ejemplo, la incansable y enconada persecución sin tregua a la que se somete al lobo en nuestro primer Parque Nacional declarado, el de los Picos de Europa, y los indignantes casos de la camada de cachorros muerta a golpes por un biólogo del parque; o el caso de los dos lobos radiomarcados con collar, que eran seguidos en un costoso estudio científico, y que fueron abatidos a tiros en el transcurso de unas pocas semanas por funcionarios de la Junta de Castilla y León (el primero de ellos, llamado Marley, se constituyó tras su muerte a tiros por la Administración del parque en emblema e icono de la lucha por su protección, siendo el germen de la aparición del colectivo Lobo Marley). La persecución de este animal continúa infatigalble en este Parque Nacional, que recientemente pretende aprobar el indecente "Protocolo de Regulación de la Población de Lobo Ibérico en el Parque Nacional de los Picos de Europa".



Pero hay más casos de pésima gestión; hace solamente unos días publicaba aquí una entrada sobre la paradoja injustificable de la coexistencia en un mismo espacio físico de un Parque Regional -cuya figura legal y jurídica es similar a la de Parque Nacional, solo que gestionada por una comunidad autónoma- y dos Reserva Regionales de Caza, una en la vertiente abulense y otra en la extremeña. La imposibilidad de compaginar la protección de la fauna con su explotación comercial mediante la caza por diversión en un mismo espacio se hace más que evidente en lugares así. De hecho, en este caso como ya expliqué en la citada entrada, ya se está allanando el terreno para justificar la muerte de los lobos porque se alimenta de cabras monteses, que, ¡cómo no! son propiedad humana, por lo visto. Es obvio que los intereses y los propios valores que defienden los Parques Naturales y Regionales por un lado, y las Reservas Regionales de caza por otro son completamente opuestos, y hacer que coincidan en un mismo espacio físico es, como mínimo, surrealista.



Esta misma incongruencia, sin embargo, se da en otros muchos enclaves, como en el Parque Natural Las Batuecas-Sierra de Francia que es también Reserva Regional de Caza de Las Batuecas, ...,

Pero hay otros ejemplos donde los gestores de los espacios naturales no parecen entender lo que su responsabilidad implica: hace muy poco pudimos ver con asombro también cómo para celebrar los 25 años de la declaración de la Reserva Natural de la Garganta de los Infiernos, realizaban un espectáculo de fuegos artificiales y sonido de la forma más irrespetuosa y antinatural que se pueda concebir. El absurdo ha llegado a la gestión de nuestros espacios naturales, por lo visto; y la miopía de sus máximos responsables parece requisito sine qua non para encabezar su gestión. Bueno, más que miopía, hablaremos de ceguera total.





¿Y qué podemos decir ya del clásico "Músicos en la Naturaleza" que, sorprendentemente, la Fundación Patrimonio Natural de la Junta de Castilla y León organiza cada año en el Parque Regional de la Sierra de Gredos? Sinceramente resulta imposible explicar cómo se puede compatibilizar un espectáculo cultural cuya característica primordial son los decibelios, las intensas luces y, sobre todo, la masificación del lugar (recuérdese que traen a primeras figuras del rock del panorama internacional: Bod Dylan, Sting, Rod Stewart, Mark Knopfler, ...) con la protección de la naturaleza, y la propia educación medioambiental que debe primar en los valores esenciales de un Parque Regional, máxime cuando para evitar esa misma supuesta masificación turística del entorno han decidido poner una barrera de acceso a la Plataforma y cobrar a cada vehículo que sube, aunque no exista ninguna masificación. Vamos, injustificable desde cualquier punto de vista. Es obvio que existen otros entornos más adecuados donde promocionar estos festivales en lugar de en un Espacio Natural Protegido. Simplemente es aberrante.

Esta gestión irresponsable de nuestra naturaleza no tiene ningún sentido. Es una locura. Retomando el problema que suscita la caza en los ENP, hay que recordar que prácticamente el 80% del territorio nacional está a disposición del 1,8% de los ciudadanos españoles, que son los que tienen licencia de caza; ¿es acaso un disparate que al menos en los Espacios Naturales Protegidos se prohiba esta actividad tan antiecológica, tan peligrosa para la integridad física de las personas, y tan dañina para la biodiversidad? En todos los espacios naturales, independientemente de la calificación o régimen jurídico con que cuenten o al que pertenezcan.

Los Espacios Naturales Protegidos lo son para toda la sociedad, permitir la actividad cinegética en ellos u otro tipo de actividades antinaturales resulta simplemente obsceno, sean del tipo que sean.

13 de diciembre de 2019

Paisaje interior

El sol asoma por el horizonte una mañana más. Por fin.

Una neblina densa se extiende por el lugar como una sábana húmeda y fría que lo cubre todo a ras de suelo. Por encima, el cielo se encuentra completamente despejado. El potente bramido de los machos de ciervo los delata de entre las últimas sombras de la noche y las inesperadas brumas del alba. Están ahí, aunque nos los vemos, enarbolando sus grandes cornamentas, protegidos por las nieblas que nos impiden ver en la alborada a esos otros seres del bosque que a estas horas también deambulan ya hacia sus encames. Aunque no los vemos los imaginamos, los suponemos, caminando, olfateando el aire, escuchando los ecos del bosque, expectantes ante la posible presencia de ciervas en celo o, quizás, de depredadores hambrientos. Los percibimos, los sentimos. Sus berridos constituyen la mejor y más inconfundible sinfonía que nos regala la naturaleza al llegar cada otoño, con sus primeras lluvias. Nosotros, con nuestros teleobjetivos y nuestros telescopios, los esperamos, abrigamos la esperanza de verlos, a estos y a otros seres del bosque, más esquivos y más sigilosos; más perseguidos también.

Pasan los minutos y esperamos que levante la niebla y nos permita ver a unos y otros una vez más. Los hemos seguido con nuestras lentes muchas veces antes, pero siempre querremos observarlos en una nueva y última oportunidad; una más. La última, la penúltima vez más.

Hoy de nuevo formamos parte de este escenario, tantas veces visitado; y de estas vivencias, tantas veces sentidas. Hoy, de nuevo, nosotros formamos parte de aquel -del boque, del paisaje-, y ellas -las vivencias- ya forman parte de nuestros recuerdos, de nosotros.

Pero esta mañana la niebla dichosa no se levantará hasta ya demasiado tarde, cuando los noctámbulos de la noche se hayan encamado para pasar el nuevo día protegidos de las miradas humanas. No importará, la naturaleza es así, caprichosa; desvío, pues, el teleobjetivo hacia el despuntar del sol y busco las luces naranjas del amanecer, de ese amanecer que no se repetirá ya nunca más. Las copas puntiagudas de los pinos parecen germinar de entre la bruma matinal, como soldados de un ejército fantástico. Las busco, las encuadro, y disparo la cámara con mi quinientos. Inmortalizo este amanecer que la naturaleza nos ha regalado. Somos unos privilegiados por estar aquí viviendo estos instantes fugaces, formando parte de estos momentos vitales, alimentándonos de estos paisajes interiores.












27 de noviembre de 2019

El lobo, o justificar lo injustificable

Hace ya varios meses que leía con estupor alguna noticia publicada en numerosos medios de comunicación digitales sobre la problemática que el lobo comienza a suscitar en el Parque Regional de la Sierra de Gredos, en donde los ejemplares que empiezan a campear por este espacio natural se están alimentando principalmente de animales silvestres en lugar de hacerlo de ganado doméstico. La prensa digital se hacía eco de la mayor de las contradicciones en la que podían caer los responsables de la Administración cuando jalean el odio al lobo en base a algo que es, por otro lado, tan deseable como que se esté allí alimentando de fauna salvaje. Los medios de comunicación, una vez más, se transformaban en inmejorables altavoces del sinsentido que resulta de pretender justificar lo injustificable: criminalizar al lobo también por alimentarse de sus presas naturales.


En la prensa escrita podíamos leer que "... el delegado territorial de la Junta, José Francisco Hernández, ha lamentado la declaración del lobo como especie de interés general ...", para añadir posteriormente que "también está causando estragos en los ejemplares de cabra montés". Continúan estos artículos diciendo que "... Manuel Díez  (a la sazón, Director Técnico de la Reserva Regional de Caza de Gredos) ha apuntado que esos "estragos" se han traducido entre enero de 2017 y mayo de 2019 en 150 ejemplares contabilizados muertos por el lobo". Hablar de "estragos" unido al término "también" es ya, como mínimo, tendencioso, además de irresponsable por parte de estos funcionarios que tienen en sus manos la gestión de nuestros ecosistemas.


Continúa Díez cayendo en contradicciones verdaderamente aberrantes respecto del deseable hecho biológico de que el lobo se estuviera alimentando precisamente de los animales menos capaces para sobrevivir y perpetuar la especie. Debemos recordarle a este Director Técnico que la función primordial de cualquier depredador en un ecosistema es contener el número de ejemplares de las especies presa dentro de unos números asumibles por el entorno, liberando en su caso a la comunidad botánica de una presión excesiva por parte de los herbívoros, depredando principalmente sobre esos ejemplares menos aptos para sobrevivir, e impidiendo así la propagación de posibles enfermedades y permitiendo que los más jóvenes y fuertes sean los que perpetúen sus linajes, y mejoren las capacidades de sus descendientes. El periódico lo expresaba de la siguiente forma: "... aunque ha precisado (se refiere al señor Díez) que la acción de estos cánidos está afectando de manera especial a "los más viejos y con peores condiciones para sobrevivir", que son los que cada años son objeto de caza en la Reserva de Gredos". Estas afirmaciones evidencian que la gestión cinegética de la reserva no se basa en esa manida y tradicional afirmación que el sector cinegético siempre intenta vender a la sociedad de que si no fuera por ellos, por los cazadores, las enfermedades acabarían por afectar gravemente a las poblaciones de ungulados. Queda meridianamente claro que su único y exclusivo interés parece ser el beneficio económico, el que proporcionan los trofeos, y que ahora un depredador venga a sustituir su "acción benefactora para con los ecosistemas" les resulta una gran contrariedad, pues los deja en evidencia. La gestión cinegética no se basa, pues, en argumentos biológicos, sino exclusivamente en intereses económicos.


Pero la contradicción no está ya solo en que se lleven las manos a la cabeza porque un depredador se alimente de especies silvestres en un Espacio Natural Protegido, además de criminalizarlo porque depreden los ejemplares enfermos, viejos y menos capaces para sobrevivir, sino porque reconoce que pese a ello los ingresos económicos derivados de la caza están en "máximos históricos" demostrando que en realidad no está afectando a "su negocio", demostrando que en realidad están hablando de un problema que no es tal, demostrando que no existe tal conflicto, demostrando en definitiva que lo que trasciende es simplemente odio atávico a esta especie. Todo ello no encaja con el término de "estragos" que tan grandilocuentemente y de forma tan sensacionalista propagan a los cuatro vientos. Lo dice con las siguientes palabras: "No obstante, Díez ha explicado que pese a la amenaza existente, sobre todo sobre los ejemplares de mayor tamaño y edad, se conseguido este año mantener unas cifras de capturas y de ingresos. Estos se encuentran en máximos históricos, por encima de 1.150.000 euros, debido a una mayor demanda y a una mejor venta".


La propia Federación de Caza de Castilla y León publica su preocupación por la nueva situación generada, haciendo una nueva alusión tan desacertada como ridícula: "Es decir, el lobo acaba con las posibles piezas de caza que podrían ser abatidas para gestionar en beneficio de las poblaciones de esta especie, tan amenazada por enfermedades como la sarna". O dicho de otro modo: las cabras son mías, no del lobo, y soy yo el que las tiene que matar para que no propaguen enfermedades y no él, ¿entendido?.

Se autodefinen en paladines de la conservación de la especie, alegando que si no fuera por su caza se ensañarían con ella las enfermedades, y luego critican que el lobo elimine precisamente esos ejemplares susceptibles de propagar epizootías. Pues nada, amigos cazadores, salvadores de la especie, héroes del equilibrio natural y de la diversidad biológica del planeta, si ya os hace el trabajo el lobo,... ya no es necesario que sigáis sacrificándoos por el bien de los ecosistemas del Parque Regional de la Sierra de Gredos, ¿no?


Yo me pregunto cómo se pueden caer en tantas contradicciones juntas en tan poco rato. No les gusta que el lobo se alimente de animales silvestres. No les gusta que los que cace sean además los más viejos e impedidos. Y tampoco les hace ninguna gracia que el depredador les sustituya en su pseudo-labor reguladora a fin de evitar la propagación de enfermedades. Entonces, a la respuesta a ese tópico que tanto repiten desde las administraciones y el mundo rural y cinegético de que el lobo viva allí donde pueda vivir, solo habría una respuesta aceptable para ellos: en los zoos.

Debajo os dejo algunos de los numerosos enlaces donde se da propaganda a la versión lobicida del enésimo conflicto que los antilobos crean artificialmente donde no debería haberlo, pero son muchos más repitiendo las mismas tesis de la administración de la reserva y de la propia Junta de Castilla y León, y del lobby cinegético.

https://www.abc.es/espana/castilla-leon/abci-lobo-mata-150-ejemplares-cabra-montes-gredos-ultimos-anos-201906111937_noticia.html

https://avilared.com/art/39953/el-lobo-mata-en-gredos-150-ejemplares-de-cabra-monte

http://fedecazacyl.es/lobo-ha-matado-150-ejemplares-cabra-montes-la-sierra-gredos/

Hay que aclarar que la práctica totalidad de la información que circula por internet respecto de la presencia del lobo en esta Reserva Regional de Caza que, recordemos, es también Parque Regional de la Sierra de Gredos, mantiene la misma filosofía de demonizar la acción del cánido. Nada nuevo, pues en el horizonte; ha sido así desde siempre. Pero buceando en la red he encontrado cierta información que contradice lo anteriormente publicado por los medios de comunicación, aunque de esta opinión, sin embargo, apenas se han hecho eco el resto de la prensa digital; sospechosamente, pienso yo, o como mínimo curioso, ¿no?. El enlace siguiente es el único que yo he localizado que advierte de serias dudas sobre la veracidad de lo expuesto públicamente por el delegado territorial de la Junta y el Director Técnico de la reserva, o al menos sobre la exageración de todo lo dicho y, por lo tanto, también sobre la inexactitud de todas sus afirmaciones:

https://www.club-caza.com/actualidad/actualverold2.asp?nn=9262

En él se entrevista a un vecino de la zona, que es presentado como cazador y trabajador de la propia Administración y buen conocedor del problema, pero que se mantiene en el anonimato seguramente para no sufrir las represalias con las que la Administración suele agasajar a los empleados díscolos que vierten informaciones contrarias a sus intereses. Esta persona habla de mala gestión y de falsedad malintencionada al atribuir a los lobos todos los machos encontrados muertos en Gredos. Pero escojo unos párrafos que aparecen en él:

"En la mayoría de Machos Monteses encontrados muertos en la RRC de Gredos, la causa de la muerte no ha sido la depredación por parte del lobo, esto no quita que alguno sí haya sido atacado (...) La mayoría de esos machos que aparecen en la imagen ha muerto por vejez y por mala gestión del medio.
(...)
Mucha casualidad es que la mayor parte de esos agentes son también ganaderos de la zona, Navacepeda, Hoyos del Espino, y son los primeros interesados en demonizar al lobo, pues cuanto más naturalizado y normalizada esté su presencia en la zona, antes cobrarán las subvenciones por posibles daños al ganado.
(...)
Pero a la cúpula de la junta de CyL, de Patrimonio Natural del Parque Regional les conviene echar la culpa al lobo, que no se puede defender con argumentos, mientras que lo realmente importante, es la mala gestión de medio."


Como resultado de todas estas contradicciones que derivan del odio interiorizado que se le tiene a esta especie, ya se realizó un primero "control letal" de un ejemplar macho al que se le ejecutó legalmente en el término de Navalperal de Tormes el 21 de abril:

https://avilared.com/art/39220/primer-lobo-abatido-en-gredos

Pero esto no ha hecho más que empezar porque el lobo ha llegado para quedarse. Y parece, además, que los intereses de la RRC de Gredos prevalecen sobre los que pueda tener el Parque Regional de la Sierra de Gredos. Están en el período de ir allanando el camino, de ir creando opinión, de preparar el terreno con la ayuda de la megafonía que suponen los medios de comunicación para que, cuando llegue el momento de realizar más controles letales sobre el lobo en este Espacio Natural Protegido, la sociedad los acepte sin demasiadas polémicas. Y vendrán más controles letales, sin duda, muchos de ellos en silencio.

Y ya para concluir, una pregunta que subyace en toda esta problemática que venimos comentando: ¿cómo es posible que un mismo territorio físico sea gestionado por dos entes cuyos fines y objetivos primordiales, en sí mismos, son opuestos? ¿Tiene lógica que el mismo territorio sea Parque Regional, máxima figura de la conservación y protección del medio ambiente y emblema del respeto a la biodiversidad de una comunidad autónoma, y a la vez Reserva Regional de Caza, en donde lo que prevalece es exclusivamente el interés económico del sector cinegético a través de la muerte por ocio de seres vivos? Habría que ser valientes desde la administración autonómica y comprender que la sociedad actual se declara claramente conservacionista, y por lo tanto apostar por una gestión de nuestros espacios naturales acorde con ese sentir mayoritario, que deja además también numerosos recursos económicos y muy repartidos en el ámbito rural gracias al turismo de naturaleza.

En vez de decir que "el lobo viva donde deba y pueda vivir" habría que decir muy alto que "las Reservas Regionales de Caza existan allí donde deban y puedan existir" y NO es precisamente compartiendo espacio con parques regionales o naturales donde los controles de animales silvestres deberían estar fundamentados en argumentos exclusivamente biológicos y de conservación, y en tal caso realizados por personal de la administración y no mediante caza deportiva. La existencia de la caza en nuestros días es inevitable, e incluso asumible la de las propias Reservas Regionales de Caza, pero su gestión debe, de una vez por todas, estar supeditada a la conservación de los ecosistemas, y no al revés como sucede actualmente, además de no coincidir nunca con espacios naturales protegidos. Este hecho es en sí mismo una inmensa contradicción difícil de explicar en nuestros días.

NOTA: Todas las imágenes están obtenidas en el Centro del Lobo Ibérico situado en Robledo, Zamora.

15 de septiembre de 2019

Camachuelos

Sirvan esta pareja de camachuelos para retomar este cuaderno que ha quedado dormido durante este largo y extraño verano. Preciosos personajes del norte.


14 de junio de 2019

La anilla

Un centenar de buitres leonados dan cuenta de los despojos peleándose como macarras de barrio en la puerta de un garito. Los vemos y los observamos con el asombro que siempre provocan sus tumultuosos ágapes, llenos de bullicio, amenazas, peleas, picotazos, aleteos y saltos. No sabemos a dónde mirar; en frente nuestro se simultanean broncas en abanico. Pero entre todos ellos hasta seis buitres negros hacen acto de presencia. Son diferentes, sin dejar ningún lugar a la duda. Observan parados la gresca, parecen meditar la situación, deciden cuál va a ser su próximo objetivo y solo entonces avanzan con un movimiento ritualizado que aparta a los leonados a un lado. Su presencia se hace notar. Tras las primeras cortas ráfagas de mi cámara persiguiéndolos entre medias del maremagnum, observo que uno de ellos está marcado en una pata. Me vuelvo loco intentando fotografiar la anilla de PVC que porta en su tarso derecho, acompañando a la metálica que adorna el izquierdo, pero la hierba alta y seca del lugar me lo pone verdaderamente difícil. Solo disparando cuando camina tengo alguna opción, y desde luego olvidándome de que en el encuadre entre su cabeza, está demasiado cerca para sacarlo de cuerpo entero. Me olvido momentáneamente y de forma deliberada de retratar escenas o individuos, hasta que finalmente consigo pillar la numeración de la anilla amarilla después de un rato. Siempre podría ser más relevante la información que estas lecturas de marcas pueden aportar en el conocimiento de la especie que el uso que unas bonitas fotos pudieran conllevar.

Casi sin darnos cuenta se ha pasado el tiempo; la mesa se ha vaciado y los comensales, tras unos momentos de sosiego, levantan el vuelo despidiéndose de nosotros. Ha merecido la pena aunque haya sido muy rápido esta vez: bajaron demasiados al principio para repartirse lo que para ellos habrán sido únicamente unos "entrantes". En las tarjetas solo se han acumulado unos centenares de retratos. Sin duda un pequeño puñado que aún habrá de disminuir más cuando lo cribe en el ordenador y quede reducido al par de decenas de imágenes que finalmente se sumarán al archivo. Una pobre cosecha pudiera parecerle a alguno, pero lo cierto es que, aún volviéndote de vacío, siempre habrá compensado haber sido mudos testigos de estos momentos de verdadera vida salvaje.

Esperamos aún un rato dentro del chajurdo hasta que todos los buitres que planean por encima nuestro desaparezcan en el horizonte y solo entonces salimos del escondite con la sonrisa dibujada en nuestras caras. Ha estado bien, muy bien. Yo no lo olvidaré.





3 de junio de 2019

Tiempo de pechis

Raro es el año que no me acerco, si quiera en una fugaz ocasión y con más o menos fortuna, a ver a mis amigos los pechiazules, desde hace algún tiempo renombrados como ruiseñores pechiazules (Luscinia svecica) (aún no entiendo esta tendencia de actualizar ciertos nombres comunes cuando ello no aporta mucho o nada a la identificación de ciertas especies, aún aclarando que su nombre científico significa en latín "ruiseñor sueco"). En esta ocasión a lo largo de quince días lo he hecho en varias ocasiones. La oportunidad lo merecía y, además de bichear tras otras especies alpinas más esquivas y que de momento se me siguen resistiendo, he tenido la oportunidad de pasar unos buenos ratos con este túrdido espectacular, observando cosas tan curiosas como regurgitar una egagrópila o cazar algún insecto al vuelo, ambos hechos que nunca antes había observado (del primero tengo incluso el documento gráfico, aunque de bastante mediocre calidad). Tardes de cielos despejados y luces que se vuelven cálidas forman ya parte de los recuerdos de esta primavera en la alta montaña; soledad y tranquilidad; un zorro que campea por las praderas con los últimos rayos del sol, un águila calzada (¡ah!, no, ¡¡¡mil perdones!!!, que ahora es "aguililla" calzada), prospectando contra el fuerte viento del norte sobre las cubetas glaciares algo que echarse al pico, y los buitres leonados sobrevolando a muy baja altura sobre las laderas del valle camino de sus dormideros; los gorjeos de los acentores, las collalbas, escribanos hortelanos y de alguna tarabilla, además del potente canto del pechi; ... droseras en los prados de turba, el aroma del piorno que ya envuelve la atmósfera de la sierra en una fragancia embriagadora, su amarillo intenso que vuelve al paisaje único, ...

Los momentos que me ofrece la alta montaña son, de entre todos los que guardo con cariño, los más intensos. Ha sido así desde que tengo mis primeros recuerdos en ella. Aquí he pasado muchas noches estrelladas, con nieve en invierno o con flores en sus cortas primaveras, con buen tiempo y con pésimo, solo e inmejorablemente acompañado. También hubo malos momentos, muy duros algunos, pero fueron los menos. La montaña siempre me ha reconfortado al subir a ella, como quien vuelve a su casa tras un largo viaje en el extranjero. Ella es como es, ni buena ni mala, solamente bella; siempre, pero especialmente en primavera cuando explosiona sin parangón.


Las distintas subespecies de pechiazul existentes ocupan un área de distribución muy amplia, boreal, desde Alaska hasta Europa y Siberia, ocupando latitudes principalmente norteñas con paisajes de taiga e incluso de tundra, o, como en el caso de las poblaciones del centro y sur de Europa, áreas montanas. En todo caso, es una especie claramente migratoria. Así, las aves del norte y centro de Europa alcanzan la península ibérica en sus pasos migratorios hacia la cuenca mediterránea para recalar en las sabanas subsaharianas. Estos ejemplares migradores procedentes del Gran Norte pueden ser vistos de paso a partir de agosto por toda la geografía peninsular, e incluso en los archipiélagos balear y canario, ocupando humedales, desembocadura de ríos y zonas en general bajas. Los que se quedan con nosotros se distribuyen principalmente por el levante español y algunas cuencas del interior, como la del Ebro, el Guadiana y el Tajo hasta febrero o marzo, momento en el que inician el regreso a sus zonas de reproducción.

Como nidificante, en la península ibérica solo ocupa dos regiones montañosas bien diferenciadas, aunque se han detectado algunos casos esporádicos de cría en otros puntos diferentes. Estas dos zonas son, por un lado la Cordillera Cantábrica y los Montes de León, y por otro el Sistema Central, desde Guadarrama a la sierra de Béjar.


En España, por lo tanto, gusta de ocupar sierras altas durante la época de cría, desde los 1.800 m. hasta superar a veces ampliamente los 2.200 sobre el nivel del mar. Es una especie sobre la que tenemos aún amplias lagunas de conocimiento, y de la que no tenemos una idea clara respecto de su estado de conservación, pues no existen trabajos en el pasado que nos permitan valorar la salud y evolución de su población. Sí se han realizado censos parciales que parecen indicar cifras de entre 9.000 y 13.000 parejas reproductoras en España.

Generalmente lo encontraremos clasificado dentro de la familia de los Turdidae, y así lo veremos en publicaciones como la Guía Virtual de Vertebrados Españoles editada por el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, o en la propia página de SEO Birdlife; sin embargo, no es extraño tampoco ver que se le incluye en la de los Muscicapidae. Pero por haber, hay incluso discrepancias respecto de qué subespecie es la que observamos como reproductora en la península. En general se tiende a adscribirlos a L. s. cyanecula (SEO Birlife, por ejemplo) junto con las poblaciones del centro de Europa, pero encontraremos estudios recientes en los que se los clasifica como L. s. azuricollis. A continuación transcribo un pequeño párrafo del estudio realizado por varios autores para el citado Museo Nacional de Ciencias Naturales publicado en febrero de 2011, y que viene a justificar esta última clasificación:

"Contrariamente, un reciente análisis de ADN nuclear (11 microsatélites) sí valida la diferenciación genética de la población de la Península (Johnsen et al., 2006) que, en consecuencia, bien podría clasificarse como L. s. azuricollis, diferenciada de L. s. cyanecula. En concreto, la distancia genética respecto de L. s. cyanecula es superior a la registrada entre el resto de subespecies. Todo ello hace pensar que las poblaciones nidificantes en España se encuentran en un estado avanzado de diferenciación taxonómica (Johnsen et al., 2006). En consecuencia, de aquí en adelante asignaremos la población de Pechiazul en España a la subespecie L. s. azuricollis."

Y viendo lo anterior entenderemos por qué tampoco está ni claro el número de subespecies en que se divide Luscinia svecica, y aunque clásicamente se tendía a justificar diez distintas -otros autores hablaban de once-, los actuales avances en genética molecular harán seguro que este panorama cambie en los próximos años. En definitiva, que hay grandes controversias entre los estudiosos de esta pequeña ave sobre cuestiones básicas. Esta dificultad en determinar las subespecies existentes se debe en parte a las diferencias biométricas observadas entre poblaciones, así como a la enorme variabilidad de plumajes que pueden presentar incluso los distintos ejemplares de una misma población. De este modo, en la subespecie ibérica se suelen observar machos con el babero completamente azul, pero también en menor medida se localizan otros que presentan la clásica medalla blanca en el centro del mismo, y otros incluso la roja.

De hecho esta primavera es la primavera vez que yo consigo fotografiar un ejemplar con medalla, pues en anteriores temporadas siempre habían sido ejemplares con el babero azul limpio. Hay que decir que no siempre se aprecia la medalla y que en función del momento del canto esta se hace más patente o no.





El pechiazul alcanza nuestras sierras del Sistema Central a lo largo de marzo, generalmente a partir de mediados de mes. Se instalan generalmente en la vertiente norte, prefiriendo las laderas umbrías a las de solana. Por entonces los Cytisus purgans o Cytisus oromediterraneus aún están sin flor, y los machos van ocupando pequeñas parcelas a considerable altitud sobre las que proclaman su presencia a base de cantos y más cantos. Como atalayas de sus proclamas aprovechan las ramitas distales de los matorrales (piornos, cambriones, rosales silvestres,...) y las piedras más prominentes. Pero si atendemos a la geografía peninsular, con un variado abanico de comunidades botánicas, podríamos concluir que en España son seleccionadas positivamente las zonas de matorral bajo -los ya mencionados piornos, pero también brezales, genistas, formaciones densas de enebros de pequeño porte y, en algún enclave leonés, incluso en jarales- con áreas abiertas donde alimentarse, como pueden ser los pastizales.

Cualquier objeto que se sitúe a modo de atalaya sobre el colchón de matorral es rápidamente utilizado como púlpito para sus fuertes trinos, aunque también canta en vuelo como si de una cogujada se tratara, por ejemplo. Algunos autores consideran que la función del canto no es tanto la defensa territorial como la formación de la pareja, dado que su mayor intensidad se observa cuando llegan las aves a sus áreas de reproducción y hasta el momento en el que tiene lugar la puesta. Transcurrida esta, parece que disminuye notablemente el interés del macho por ser visible cantando desde lugares prominentes y se vuelve, por el contrario, mucho menos conspicuo y más tímido, cantando principalmente al amanecer, cuando aún no es ni siquiera visible. En su canto incluye numerosas imitaciones de otros sonidos, desde los emitidos por ranas o grillos hasta el de un total de varias decenas de aves distintas. El pechiazul es un ave monógama por regla general. Sus nidos se construyen directamente sobre el suelo, bajo la densa cobertura arbustiva o a poca altura sobre las ramas de un matorral, y en ellos la hembra pone entre cinco y seis huevos azul-verdosos. Tras el período de incubación, que dura catorce días y que corre a cargo de la hembra, ambos progenitores alimentan a su descendencia. Los pollos acaban abandonando el nido transcurridos otros catorce días más desde la eclosión, siendo posteriormente alimentados por los padres en los alrededores.



Por lo demás, es un ave insectívora que en las sierras del centro peninsular encuentra buena parte de su alimentación en las praderas alpinas de festucas o en turbares próximas. Por regla general cazan entre las ramas de los matorrales o directamente en el suelo, desplazándose por él o saltando desde una piedra o rama. Raramente caza al vuelo.







El pechi, como es conocido por todos de modo cariñoso, es un pajarillo extraordinario, confiado y de un plumaje llamativo, con su babero intenso y metalizado. Que unos muestren medallas blancas y otros rojas (yo aún no he visto nunca a uno de estos últimos), o que no muestren ninguna de ellas, representa un acicate para el fotógrafo de fauna, pues cada temporada esperamos ver y retratar a machos con variaciones en su plumaje. Este año ha sido fructífero; pero no siempre es así. Y esto último también es un buen revulsivo para volverlo a intentar en nuevas oportunidades. A mi no me importará, pues me permitirá pasar largas horas de tranquilidad rodeado de la belleza de mis sierras, siendo testigo directo de su vida más efervescente, de sus luces, de sus albas y ocasos.

Formaré parte de estas montañas, que son mi casa, una vez más.

25 de mayo de 2019

En los bosques del pito negro

El relincho aflautado del picamaderos negro, o pito negro, (Dryocopus martius) es para mí uno de los sonidos más misteriosos que se pueden escuchar en los montes cantábricos. Envuelve lo más profundo del bosque en una atmósfera sugerente e intrigante cuando robledales y hayedos se muestran más silenciosos, como si los tiempos arcaicos regresaran, como si un ser fantástico nos observara desde la distancia sin que nosotros pudiéramos advertirlo. ¿Qué extraño animal será el que reclama con aquel canto lastimero y enigmático desde algún rincón oscuro y perdido del bosque? A pesar de su gran tamaño, no es un ave sencilla de ver. Su repiqueteo o tamborileo en el tronco de algún árbol o su canto lejano serán, muy a menudo, la única prueba que tendremos de su presencia.


Este pícido es un ave con una amplísima área de distribución por gran parte de los bosques del Paleártico europeo y asiático, desde el norte de Europa y Rusia hasta la misma península de Kamtchatka o la isla japonesa de Hokkaido, ocupando áreas forestales más meridionales en China o Kazajistán. Existen algunos censos antiguos sobre la población de la especie en la Península Ibérica pero posiblemente estén anticuados, pues los últimos datan de hace dos décadas. Según ellos aparentemente solo se distribuye por la Cordillera Cantábrica, donde se localiza un número reducido de parejas de entre 280 y 320 (Sanz-Zuasti y Velasco, 1999), y por los Pirineos, en donde su número se estimó entre 731 y 1.082 parejas (Simal Ajo y Herrera Calva, 1998). Y digo aparentemente porque hay fuentes que apuntan a una presencia primaveral en sierras del centro peninsular, pero sin datos fidedignos actuales de posible reproducción.

Para su presencia es necesaria la existencia de bosques bien conservados de frondosas como el haya y el roble, o de coníferas como el abeto, el pino silvestre, el pino negro, etc. Los bosques mixtos de varias especies de árboles caducifolios, o de estos y coníferas, son igualmente seleccionados de manera positiva por el picamaderos. En la Cordillera Cantábrica ocupa masas caducifolias de haya y roble principalmente, ocasionalmente mezcladas con abedules. Parece demostrado que el principal factor limitante para la distribución de la especie es precisamente la alteración de su hábitat mediante la desaparición de estos bosques bien desarrollados, resultado directo de la gestión forestal productivista y cortoplacista a la que son sometidos. En ellos son sistemáticamente extraídos los pies más grandes, así como eliminados los viejos y muertos. No será necesario indicar que los árboles maduros son totalmente necesarios para su supervivencia como lugar de nidificación o refugio, mientras que los viejos lo son como lugares de alimentación ya que en ellos viven un buen número de los coleópteros e insectos que constituyen su dieta. Si nuestros bosques no ofrecen refugio ni puntos de alimentación, simplemente la especie desaparecerá. La habremos extinguido.


Desde por la mañana nos encontramos tres amigos apostados en una fuerte pendiente que nos posibilita situarnos a la misma altura que el nido de una pareja de picamaderos negro, encaramado a unos ocho o diez metros del suelo sobre el tronco recto y grueso de un árbol. Este crece en el fondo de una vallejada con una marcada sección en "V". El agua escurre por ella perfectamente encauzada ladera abajo, llenándolo todo con su música vivificante pero monótona. Nos acomodamos como podemos, intentando no resbalar demasiado por la empinada ladera y procurando que nuestros trípodes permanezcan bien anclados al suelo soportando los pesados equipos fotográficos y de vídeo. Nos movemos con mucha precaución, pues un simple descuido y cualquier objeto -o nosotros mismos- podría acabar bastantes metros más abajo, dentro del regato. Mejor no despistarse mucho.

Los polluelos a estas alturas de la primavera ya están creciditos y esperan pacientes a que alguno de los dos progenitores hagan acto de presencia, lo que tiene lugar en no demasiadas ocasiones a lo largo de la jornada. Entre ceba y ceba pueden pasar cuarenta y cinco minutos, o un hora, o incluso hora y media. De hecho, la hembra, fácilmente distinguible por presentar la mancha roja solo en la nuca, y como ya hiciera la primavera pasada, puede espaciar las cebas varias horas e incluso hacerlo solamente en las primeras y ultimas horas de cada jornada, a diferencia del macho que, con el píleo rojo hasta la base del mismo pico, se muestra más atento y diligente con sus tres polluelos. La nidada está formada por un macho y dos hembras, que ya dejan ver ocasionalmente las plumas de sus capirotes cuando trepan por el agujero del tronco y se asoman a reclamar su ración de hormigas o larvas de insectos xilófagos.



El macho es un viejo conocido de mis amigos, que vive en la zona desde hace varios años y se muestra bastante confiado; por el contrario, ella parece mostrarse algo más cauta. Sus comportamientos parecen muy diferentes, cada uno con su propio carácter. Entre tanto tienen a bien regresar con un nuevo aporte de alimento para sus retoños, nosotros charlamos animadamente de bichos e imágenes, de anécdotas y encuentros pasados, dejando pasar las horas y atentos a las entradas al nido, que se suceden con metódica periodicidad. Siempre es el mismo ritual: los vemos acercarse por nuestra derecha, volando entre la espesura de los árboles para dirigirse a algún árbol a cierta distancia del nido (30-40 m) desde el que comprobar que todo es normal por los alrededores, que no hay ningún peligro acechando; es entonces cuando nosotros también comprobamos que continúan en orden los ajustes de nuestras cámaras, que sus parámetros siguen actualizados a la cambiante luz de este día de primavera en el que las nubes van y vienen con celeridad, y nos preparamos para recibirlos a través del visor junto al agujero que han taladrado en el enorme y esbelto álamo ribereño. Llegan, distribuyen sus raciones entre los tres glotones que alborotan la puerta de la casa y después entran a recoger algo de basura y excrementos de los pequeñines y se van pitando a por más hormigas. Sin duda, tres bocas hambrientas creciendo como esas tienen que dar mucho trabajo.


Avanza la jornada y nuestro tiempo con los pitos negros va concluyendo. Los dejamos allí, formando parte del misterio de los bosques cantábricos. Nosotros regresamos con el recuerdo imborrable de una jornada completa con ellos.