Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

29 de mayo de 2012

Mi pared

Este blog es la pared de mi oficina, igual que la de cualquier oficina en la que un funcionario agobiado entre pilas de papeles y burocracia pincha con unas chinchetas las fotos de sus hijos. Al lado del perchero tiene un póster en el que un cocotero, enraizado en una sábana de arena blanca inmaculada, parece desafiar las leyes de la gravedad rozando un increíble mar azul turquesa. Igual que a él el póster le sirve para sobrellevar las horas en el interior de la hura, a mi las fotos pinchadas en mi pared virtual, pintada de gris neutro, me ayudan a recordar historias pasadas y a evadirme ahora también, ¿por qué no?, del presente y de los calores que ya empiezan a hacer acto de presencia y que tan poco me gustan.

Pasadas algo las 9:00 de la mañana de hoy, ya caminaba a lo largo de la orilla del río buscando las sombras de los chopos, que estos días tapizan de blanco los remansos de agua con su pelusa algodonosa. Media hora antes, la hembra de halcón ha dado en círculo varias vueltas y ha entrado en el nido tras haber recogido una presa que tenía abandonada en un posadero, mientras el macho permanecía en su atalaya habitual. La semana pasada pude ver un pollo encaramado a unos metros del nido; ya tiene el tamaño de los adultos, pero hoy no he podido comprobar si ya vuela o aún permanece en su cálido hogar, orientado a la salida del sol. No sé, siquiera, si hay uno o varios hermanos. 

Mi mente abandona estos momentos recién pasados y bruscamente vuelve a la realidad buscando la sombra mientras acelero el paso. Los reclamos de verderones, ruiseñores bastardos y carriceros tordales me relajan, lo mismo que la presencia de un azulón, que al verme se aleja de la orilla dejando ver tras de sí con movimientos rítmicos sus patitas naranjas. Voy pensando en el invierno pasado y huyo con sus imágenes y recuerdos. Y cuando se termina la sombra y el sol me da de nuevo una bofetada de calor en la cara, decido vengarme y pinchar en mi pared dos recuerdos que me ayuden a olvidarme de lo que aún es futuro, del verano que se acerca y del calor que ya nos lo anticipa; dos recuerdos de escarcha y rocío, de mañanas húmedas en Villafáfila y Doñana.

Dos fotos de frío en mi pared.


17 de mayo de 2012

El arpón (Ixobrychus minutus)

Llevo más de una hora en el interior del hide cuando, para mi sorpresa, descubro delante de mí a una hembra de avetorillo (Ixobrychus minutus) que no sé ni cómo ha llegado al lugar, ni desde cuándo está ahí quieta. Llevo planeando la fotografía de esta especie desde hace unas semanas, pero no imaginaba que se me presentara tan pronto: esta es sólo mi segunda sesión de hide. ¿Pero cómo diablos ha llegado hasta ahí sin que la viera?. Probablemente abriéndose paso entre las cañas desde el otro lateral del brazo de vegetación que tengo delante de mí. Bueno, no importa, el caso es que ahí la tengo por fin, todo mimetismo, tensión muscular, una mirada que hipnotiza y atraviesa y un arpón que no perdona, a tan sólo trece metros de distancia. Se mueve pausadamente y permanece inmóvil mucho tiempo a la espera de que sus presas se pongan a tiro de pico. Así pues, no hay prisa, haz las cosas despacio y con calma; pensando; si tienes suerte quizás se pase buena parte de la tarde posando para ti.

Mientras la inmortalizo repetidas veces, ella se mueve sigilosamente entre las cañas de enea con la mirada fija en algún pececillo que, por fortuna para él, no llega a ponerse a la distancia adecuada. Pero para mi disgusto, no tarda mucho en cansarse del lugar. Veinte intensos minutos después de aparecer en escena trepa por las espadañas hasta lo alto de las mismas, se mantiene allí un poco más y levanta el vuelo en busca de otro lugar diferente. Apenas me ofrece tiempo para un pequeño puñado de fotos de este último momento, cuando el cuerpecillo de la más pequeña de las garzas españolas sobresale limpiamente de entre la vegetación.

Después de haberla tenido tan cerca, sin duda me quedo con su mirada.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 500 mm / 4 L IS USM. Teleconvertidor 1,4x III. Trípode Manfrotto 055 NAT y rótula Tripo DG3. Prioridad a la Velocidad, F/8 - 1/400 sg. 100 ISO. Imagen sin recorte, ni reencuadre. 

15 de mayo de 2012

Mayo día 15, o el punto de inflexión

Ayer, mientras circulaba en mi coche de regreso a casa, escuchaba al contertulio de un programa de radio indignado mientras denunciaba el engaño sufrido por muchos clientes de un banco a los que este les había endosado los famosos bonos preferentes. A ello otro colega de la mesa redonda, replicaba que “debían haberse asesorado”, descargando así la responsabilidad en las víctimas. Mientras escuchaba atónito el debate, me preguntaba qué era más patético y detestable, si la respuesta del segundo interlocutor que menospreciaba así el sufrimiento de las víctimas y que, además, representa el modus operandi de aquellos que de una forma u otra aprovechan en su beneficio el gran poder que ostentan sobre el pueblo, o si el hecho real y palpable de que vivimos en una sociedad cruel e injusta  en la que el más fuerte oprime y suprime al más débil, en la que la miseria de los pobres no inhibe la voracidad de los acaudalados y en donde los poderosos se hacen más poderosos a costa de arruinar engañando a los más desfavorecidos.

Ante esta realidad y como todos sabemos, el germen de una revolución pacífica nace el 15 de mayo de hace ahora un año, fruto del hastío y del cansancio de una sociedad apartada de la toma de decisiones, harta de ser sumisa, y enarbolando la filosofía de Stéphane Hessel. En el resto del mundo se toma el testigo y, al igual que hizo la Primavera Árabe, se advirtió a los gobiernos que el pueblo exige un cambio profundo en esta sociedad corrupta, y que él quiere participar de ese cambio.

Para los responsables de la situación que actualmente atravesamos, agencias de calificación, políticos trajeados y amplia sonrisa, patronales, sectores financieros, especuladores y corruptos, somos sólo números, estadísticas y gráficos. De muchos de ellos conocemos sus caras y sus nombres, de otros no. Pero no importa, son todos iguales, clones de la misma codicia.



13 de mayo de 2012

Érase una vez un lugar

Érase una vez un lugar remoto y escondido en el que vivía una comunidad, sin lugar a dudas especial, formada por amigos de diferentes ciudades y pueblos. Un lugar común. Un lugar de encuentro. El lugar perfecto.

Extremeños y salmantinos nos juntábamos cada fin de semana en aquel rincón olvidado; secreto y desconocido excepto para nosotros, los locales. Gentes de Plasencia, Cáceres, Cabezuela, Zafra, Salamanca o Candelario. Del Placentino, del Valcorchero, del Monfragüe, del Candelariense o del Grupo Salmantino de Montaña, clubes todos ellos amigos y hermanos. Cada uno con sus mochilas, motivaciones y sueños, los escaladores y montañeros de mis recuerdos formábamos una entrañable comunidad, ahora irrepetible en este mundo globalizado. Cada fin de semana del invierno o del verano nos reencontrábamos y se renovaba aquella pequeña sociedad, y durante dos días vivíamos, escalábamos, pateábamos y soñábamos viajes y montañas. El domingo por la tarde la hermandad se desvanecía y aquel lugar perfecto quedaba de nuevo solitario durante los siguientes cinco días, silencioso hasta que la llegada de un nuevo viernes aceleraba las prisas por abandonar la jungla atroz de la ciudad y regresábamos de nuevo a aquel hoyo glaciar que era nuestra casa.

Cuando ahora regreso al que fue mi hogar y mi escuela, lo reconozco de la misma manera que el emigrante que dejó su aldea siendo un niño la reconoce en los cambios y en la transformación. Ahora mucha gente conoce el lugar pero pasa de largo; algunos incluso vivaquean y escalan en él, igual que lo hacíamos en los 80 y 90; aparece en las revistas y en los libros, y por supuesto en la red que lo democratiza todo. Pero ahora, cuando yo camino por entre sus bloques de piedra y levanto la cabeza para mirar sus paredes negras, siento que algo no encaja, que falla algo en aquel escenario maravilloso, y me embarga la sensación de que ha mutado, mientras respiro un ambiente aséptico e impersonal. Siento que hay algo que lo hace distinto. Diferente. Extraño. Será que ya no veo aquella comunidad de amigos cuyas voces aún parecen rebotar en mis oídos mientras escalaban cada fin de semana las negras paredes de aquel lugar.

Aquel lugar se llama Hoya Moros.




3 de mayo de 2012

Siguiendo las nubes, buscando recuerdos

Una persona que yo conocía insistía en que ella no necesitaba tomar fotografías porque todo lo que mereciera la pena ser recordado lo guardaba en su cabeza.

Yo, mientras persigo la luz y sigo las nubes, voy buscando lo que serán mis recuerdos en el futuro. A cada disparo guardado, me enriquezco en imágenes que son retazos de historias, momentos fugaces como flashazos de mi vida.

¿Cómo recordar, si no, la luz?, ¿cómo hacerlo con el tono de un color?, ¿con un cielo, con una nube?. ¿Cómo recordar de otra forma un paisaje cuajado de nubarrones caprichosos y cambiantes?. ¿Cómo recordar un instante?. ¿Y como no olvidar otros muchos?

Una fotografía es la llave que abre tu memoria cuando buscas recuerdos de tu vida en los que algo más formó parte de ti, quizás una luz o el tono de un color. A través de las fotografías conectas con tu pasado y con lo que viste. Pero también con lo que fuiste.

La semana pasada me preguntaban cuál era mi posesión más preciada. Yo les respondía que mis álbums de fotos, en ellos guardo mis recuerdos y a través de sus transparencias enmarcadas recupero esos instantes efímeros de mi pasado.

Recupero lo imposible, la luz.

Castillo de Belvis de Monroy. Cáceres.

Faro de Saint Mathiu, en la Bretaña francesa.

Castillo de Chambord. Valle del Loira. Francia.

Palacio de Versalles. Francia.

Ermita del Viso. Monterrubio de la Armuña. Salamanca.

Alpes de las Dolomitas. Italia.

Valdesangil. Sierra de Béjar. Salamanca.

Encinar en La Orbada. Salamanca.

Dehesa de robles en Herguijuela del Campo. Salamanca.

Antiguas fincas anegadas por el embalse de La Almendra. Monleras. Salamanca.

Campos de cereales en Villares de la Reina. Salamanca.

Cortinas de agua de una tormenta veraniega en Carpiobernardo. Salamanca.


Arcoiris en la comarca de La Armuña. Salamanca.