Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

21 de diciembre de 2014

Cada mañana, ese vacío inútil

Veo las islas arruinadas por las excavadoras y las motosierras cada mañana. Cada mañana el humo de las hogueras se eleva entre las ramas de los pocos árboles que los operarios han respetado, y la intrincada maraña de vegetación donde las aves se refugiaban junto al viejo puente romano de mi ciudad ha desaparecido por completo. En su lugar solo veo roderas de retroescavadoras en lo que antes fue un retazo de naturaleza, madera apilada lista para ser cargada y transportada, y un inmenso vacío a través del cual veo la antigua aceña que hace tan solo unos días simplemente nos la teníamos que imaginar. El muro de vegetación, esa pantalla de ramas y hojas de gran valor ambiental, paisajístico y estético, es ahora un inmenso vacío a través del cual veo cada mañana la estulticia de los políticos locales, su necedaz y su vomitiva ignorancia. Sí, cada mañana se me encoge el corazón recordando lo que fue y en lo que su irracional despropósito ha convertido los alrededores del histórico lugar. Lo que ayer era una cinta verde de biodiversidad dentro de la ciudad, una burbuja de vida, un regalo para la vista y el espíritu de ese hombre que, alejado de sus orígenes animales entre asfalto y contaminación, necesita sentirla cerca de él para no volverse gris, anodino y vano, hoy se ha convertido en un vacío inútil y huero. Un inmenso vacío que me veo obligado a observar cada mañana, con rabia y desesperación.








18 de diciembre de 2014

16 de diciembre de 2014

Agujas de hielo

Me sumerjo en un mundo paralelo de finos cristales de hielo, de blancas agujas frías. Es un espacio sin sonidos, onírico. Un ensueño donde me rodean extrañas formas retorcidas, onduladas, a veces simétricas, a veces caóticas, enrevesadas. Líneas suaves, blandas, aterciopeladas por pilosas texturas congeladas. Un universo pasajero, efímero y mutante. La sombra de la maraña se desliza sobre el suelo, y se acorta y encoge. Merodea el sol a mi alrededor, y finalmente nos alcanzan sus añorados rayos en esta fría mañana de invierno, a mí y a mi ensoñación. Y mi ensoñación se apaga, como se apaga una vida, desaparece, como expira un último aliento. Se extingue entre etéreos vahos a los que el contraluz otorga vida propia. Se metamorfosea. El frío en calor. La noche en día. La oscuridad en luz. El negro en color. Ese último aliento en la primera inhalación.

El sueño en realidad. Amanece.













14 de diciembre de 2014

Y van tres veces doce

Hoy se cumple el tercer año de edad de este Cuaderno de un Nómada. Aunque haciendo balance de estos dos últimos meses del año veo que últimamente he estado un poco perdido, con muy pocas sesiones fotográficas y, por consiguiente, también un número muy reducido de entradas en el blog, tengo que reconocer que globalmente no ha sido un mal año desde el punto de vista fotográfico. A los escasos viajes realizados a lo largo de este 2014 que ya tímidamente comienza a despedirse, tanto a Pirineos, como Doñana, Daimiel, Río Tinto, Monfragüe, Picos de Europa, etc., debo añadir, por el contrario, numerosas jornadas fotográficas en las que nuestra fauna ha sido la gran protagonista. Algunas de esas escapadas han sido más o menos exitosas, lo que me ha permitido regresar a casa con alguna lección aprendida, además de algún puñado de imágenes para el recuerdo; el resto de las sesiones fueron, como os podéis suponer, infructuosas, evidentemente, pero hay que decir para no faltar a la verdad que de ellas he aprendido probablemente mucho más que de las primeras, por lo que no me arrepiento de nada. Por lo demás, es innecesario comentar que de todas ellas he disfrutado de un modo u otro. Ya os lo suponíais, ¿verdad?

Para celebrar de alguna manera los primeros doce meses de vida de este diario virtual os dejé en su momento doce fotos de grandes montañas. En la segunda oportunidad os mostré otra docena de imágenes que resumían otros tantos momentos vividos a lo largo del 2013. Y por seguir con la tradición, en esta ocasión entresacaré doce fotografías que ya os mostré en su momento de algunos de los compañeros de travesía fotografiados a lo largo de este año que expira. Son solo una pequeña selección de especies, hubo algunas más.

Viéndolas ahora, pienso que no fue un mal año, aunque ... podía haber sido mejor ¿no? Pero bueno, no importa, eso lo dejaremos para el 2015 que ya llama a la puerta.

Gracias a todos por estar ahí detrás.
 











5 de diciembre de 2014

Autorretrato IV

Camino como en un sueño extraño, ajeno a mí, flotando sobre el suelo mullido del bosque. Bajo mi peso se hunde varios centímetros la capa gruesa y esponjosa de acículas mojadas. Aquí dentro todo se ha vuelto oscuro, la luz intenta penetrar sin mucha fortuna bajo la techumbre de copas agolpadas. Hace ya un largo rato que dejé de oír incluso los reclamos de los pájaros; parece no haber seres vivos dentro de este lugar sombrío y misterioso. Opresivo y solitario, cargado de troncos ondulantes, rotos y a veces caídos; de ramas arrugadas sobre el suelo que obstaculizan arrebujadas mi paso. Parezco estar solo en este lugar vacío. ¿O acaso no lo estoy tanto?: cruje una rama que se parte y quiebra sonoramente en algún rincón apartado, fuera de mi vista. No veo a nadie, sin embargo. Me quedo parado, en absoluto silencio y no escucho nada, excepto el rumor del viento por encima de la bóveda del bosque. Espero, aguanto un rato y renuevo el camino sigilosamente, más despacio y expectante que antes, hundiéndome de nuevo en ese manto blando hasta que, de repente, vuelve a sonar el ruido seco de una rama que se troncha y se astilla bajo el peso ... ¿de quién o de qué?. El corazón se acelera y mi  soledad es ahora más intensa que antes. Ese chasquido se encarga de desenmascarar mi vulnerabilidad, mi fragilidad. Dejo pasar los minutos en absoluta quietud, sin hacer el más mínimo de los sonidos, petrificado contra el auxilio protector de un grueso árbol. Noto dentro de mí el corazón bombeando acelerado, mientras mi cabeza planea entre los troncos y las ramas, bajo la fronda de la arboleda intentando conocer quién me acompaña en este despoblado lugar sin yo saberlo.

Pasan los minutos y permanezco inmóvil.

Observo y soy observado.











12 de noviembre de 2014

Celo

No es hasta que regresamos a primera hora de la tarde a la plataforma de Gredos que vemos por fin un grupo de hembras y algunos machos a lo lejos, en lo alto de una loma, a nuestra altura pero enfrente de nosotros. Entre medias tenemos el valle y nos planteamos si arriesgarnos a subir hasta ellos sin la seguridad de que se presten a posar para nosotros tras el esfuerzo de llegar hasta donde se encuentran. Llevamos toda la mañana pateando por la sierra, teñida inesperadamente de blanco por la nevada de esta noche, y apenas hemos visto, y siempre de lejos o muy lejos, a dos machos grandes y solitarios, o las huellas de algún otro ejemplar. Durante la bajada al valle tomamos la decisión de ascender hacia el rebaño de cabras monteses (Capra pyrenaica victoriae). Nos arriesgamos, pues.

Nuestro calzado cede ante la persistencia de la nieve y ya ascendemos con los pies mojados. Ganamos altura entre escobonares cubiertos de blanco y canchales desagradablemente camuflados por unos pocos centímetros de nieve. Con cuidado para no tener un accidente entre las piedras resbaladizas y los huecos escondidos entre ellas, vamos subiendo hasta ponernos a la altura del rebaño. Abajo, muy abajo, queda la carretera que remata en la plataforma.

Buscamos los machos grandes que adivinábamos con los prismáticos desde la loma situada ahora del otro lado del valle. El rebaño sigue con sus tareas cotidianas y se desplaza a tirones. Nosotros lo seguimos sin prisas, buscando piedras planas que nos hagan más cómoda la fotografía. Poco a poco nos vemos inmersos por fin entre las cabras. Nos centramos en los encuadres y las luces. Y cuando sale el sol intentamos aprovecharlo.

Cuando ya se alejan demasiado para andar corriendo detrás de ellas, Pablo escucha no muy lejos nuestro el ruido de un testarazo. Paramos y escuchamos. Un segundo testarazo nos indica la dirección a seguir. A no mucha distancia aparecen dos ejemplares grandes que se han alejado del rebaño. Están solos. A lo suyo. Midiéndose. Empujándose. Uno rojizo y el otro negro. Ambos muy oscuros. No encuentro lugar para situarme a suficiente distancia. No me entran en el encuadre con el potente objetivo que he traído, y aunque voy de un lado a otro, me resulta imposible. La orografía me impide separarme lo suficiente, y si me alejo se ocultan. Aunque no consigo hacer ni una sola foto realmente atractiva de la pelea, los observo de muy cerca a través de los prismáticos y disfruto como nunca observando su respiración cansada, los golpes secos de sus cornamentas, fatigados, extenuados. Uno presenta la nariz ensangrentada. En el otro vemos sus defensas manchadas de la savia roja del contrincante. Pasan los minutos y se acercan a nosotros hasta poco más de diez metros de Pablo. Impresionante. Abandonan definitivamente la arena de la contienda y van subiendo la ladera. Parece que uno no ha resistido más y el otro lo sigue, apabullándolo y expulsándolo.

Más de media hora de confrontación, no ha estado mal. Y como queriendo despedirse la sierra de nosotros, dos ejemplares de águila real nos sobrevuelan tranquilos a unos quince metros de nuestras cabezas. Puedo mirarles a los ojos según planean y nos observan. ¡Qué más se puede esperar de un día como hoy en el que, como un mal presagio, desde que salimos de casa a las cinco de la mañana no había dejado de llover durante todo el viaje en carretera! Con la mirada de aquel inmaduro de águila real guardada en nuestras retinas nos despedimos de Gredos una vez más, hasta que también una vez más podamos regresar. ¿Podremos hacer un nuevo intento al celo de las monteses esta temporada?

Yo cruzo los dedos.






















Podéis ver fotos de la lucha de estos dos titanes en el blog LaculpanoesdePablo.com