Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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5 de junio de 2018

El final de la primavera ...

... se va acercando en la meseta castellana. Poco a poco, casi imperceptiblemente, algunos campos van amarilleando a pesar de las lluvias, chaparrones y tormentas que parecen no querernos abandonar. Los primeros campos de cereal ya comienzan a perder el verde intenso con el que han crecido y algunas praderas se van lentamente tornado pardas. Los fondos cambian en nuestras fotos y nos abren nuevas posibilidades con los mismos personajes. Ambientes distintos, la misma ilusión.







14 de diciembre de 2017

Mi sexto cumpleaños

Poquito a poco Cuaderno de un Nómada va madurando y creciendo, y aunque parezca que hace nada que comenzó a navegar por la red aquella primera entrada de presentación, hoy se suman seis años de andadura y más de trescientas entradas y cien mil visitas. Habrá a quien seis años le pueda parecer poco tiempo, y en cierta modo lo es; y habrá también quien pueda pensar que supone en sí mismo todo un logro, que el mero hecho de haber sobrevivido ese tiempo en la vorágine que acorrala nuestras existencias en este mundo tan complejo y difícil, puede representar ya un primer objetivo cumplido per se. Yo, en mi fuero interno, espero que mantenga su razón de ser durante una etapa mucho más amplia, a la vez que deseo no intervenir demasiado en esa decisión, pues quiero que sea él mismo el que se retro-alimente en el tiempo y que explore autónomamente los contenidos que quiera mostrar a sus seguidores. Me eximo, pues, de esa responsabilidad y en ese proceso me quedaré en un segundo plano.

Y viendo a la criatura con un poco de perspectiva, se hacen evidentes las diferencias que existen entre el blog que arrancó hace seis años y el que ahora tenemos delante. La deriva que el año pasado ya se hizo plenamente constatable en la temática de las entradas, se ha consolidado definitivamente a lo largo de este agonizante año que termina. Así, la fotografía que en los comienzos -como fuente y motor de inspiración por sí misma- me pedía y hasta exigía escudriñar y reflejar el mundo global que me rodeaba, como si a través de la mirilla de una puerta espiara o como si fuera un simple viajero curioseando por la ventanilla del tren cómo el mundo se deslizaba del otro lado del cristal, se ha transformado en la actualidad en la llave a través de la cual observo y muestro específicamente la naturaleza más cercana y la fauna salvaje que en ella encontramos. La fotografía ha perdido en parte sus mayúsculas y se ha convertido ahora en la herramienta, el utensilio, el altavoz necesario a través del cual busco revelar pequeños retazos de la vida que encierran nuestros campos a quienes quieran comprenderla y amarla, desentrañar cohibidas miradas a quienes se atrevan a mirar de frente, retratos de otros seres sin voz que comparten con nosotros el planeta. Yo, sin embargo, al igual que al principio, no he cambiado mi roll y sigo siendo un simple mediador, el "cooperador necesario" para que estas imágenes y las miradas que hay en ellas lleguen hasta vosotros. No sé si con ello aportaré un modesto granito de arena en pos de la necesaria preservación del medio ambiente, pero anhelo que así sea. Espero que la simple belleza de los animales fotografiados me ayude a conseguirlo. En definitiva, ya no es La Fotografía con mayúsculas la fuente de inspiración de estas páginas, sino la propia Fauna; este es ahora y por el momento el verdadero motor de Cuaderno de un Nómada. Mi motor.

En cualquier caso, en esta ocasión para celebrar el año que se despide he escogido imágenes de una docena de especies de aves fotografiadas a lo largo de estos últimos doce meses. Ha sido un año intenso, con muchas horas de espera tras la cámara, con muchas satisfacciones, con más fracasos que éxitos -como siempre-, y sobre todo con mucho, mucho trabajo para conseguir algunas de estas instantáneas. Supongo que ha merecido la pena. He aprendido mucho del comportamiento de algunas de estas especies, y salvar sus miedos y su distancia de seguridad siempre ha supuesto un reto primero y una recompensa después, aún cuando la imagen no fuera la imaginada. La experiencia me ayudará en los siguientes sueños y me hará más efectivo (o al menos eso quiero pensar).

Así pues, ofrezco este pequeño manojo de fotografías, seleccionadas de entre las que más satisfecho me han dejado a lo largo de dos mil diez y siete; apenas un pequeño puñado de efímeras instantáneas que han dado sentido por sí mismas a todo el trabajo que hay detrás de ellas. Salud, compañeros, para el año que se acerca, espero poderos mostrar otras cuantas imágenes más en el séptimo cumpleaños.













18 de abril de 2017

Otra primavera

Una nueva primavera nos ha pillado de lleno. La observo alrededor de mi casa, en mis paseos cotidianos. No solo en el verde intenso de los cereales y en las hojas nuevas de los árboles. Cogujadas, tarabillas, collalbas, abubillas, gorriones, estorninos, verderones, mirlos,... todos se afanan en cantar, atraer compañera, en elaborar el nido, ... Algunos ya están cebando, incluso.

Me acerco como cada año a mis rincones preferidos, al encuentro con los pájaros que nos rodean, esos que por cotidianos pasan desapercibidos. Los olvidados de muchos fotógrafos. Si en la entrada anterior fueron nuestras cotidianas perdices rojas, la "patiroja" que llaman los cazadores, hoy son las cogujadas comunes (Galerida cristata) las que reclaman mi atención. Modestas, pero de canto estridente que llega a envolver nuestros campos como una banda sonora de fondo. Curiosas, con su cresta enhiesta. Cercanas, cuando las vemos por nuestras carreteras y en nuestros pueblos y ciudades, correteando delante nuestro. Ellas posan para mí con amabilidad una primavera más, y se lo agradezco. Desde el interior del hide las veo picoteando el suelo en busca de algún insecto y de pequeñas semillas, entre los tomillares del erial. Solo de vez en cuando se posan sobre alguno de los posaderos y debo andar vivo para no perder mi oportunidad. Encuadro, enfoco el ojo y disparo una corta ráfaga cuando la luz directa del sol lo hace brillar. Si tiene a bien cantar, busco el pico abierto, mientras mantengo ese ojito marrón y su brillo enfocados. Una nueva ráfaga sale desde el interior del escondite de tela. Se "centrifuga" y disparo otra ráfaga más. Ella ni se inmuta. Sigue durante unos segundos a lo suyo, pendiente de otras cogujadas y de cuanto le rodea. Poco tiempo después se va.

Yo, me quedo de nuevo esperando la siguiente oportunidad.




25 de abril de 2016

Primavera

Pasa desapercibida para esos paseantes que recorren páramos y eriales en sus ratos de asueto, allá por los alrededores de sus pueblos en gran parte de la geografía peninsular. Cotidiana y discreta, en la cogujada montesina (Galerida theklae) pocos reparan a pesar de su cercanía. Sin embargo, sus cantos alegran escandalosamente nuestras primaveras de forma casi machacona e incansable, unas veces cerniéndose sobre nuestras cabezas y otras sobre un posadero prominente -a menudo sobre un arbusto, lo que rara vez hace su pariente próxima, la cogujada común, de la que a veces resulta complicado de distinguir-. Andarina incansable, ya sabéis que me trae viejos recuerdos y que se deja querer, aunque esta vez los encuadres demasiado apretados me obligarán a volver. ¡Qué sacrificio compartir con estos familiares aláudidos primaveras, cantos estridentes, colores verdes y atardeceres lentos!




25 de julio de 2015

Modestia

El viejo Seat 1500 de Félix recorría las carreteras bacheadas del norte de la provincia salmantina. En él viajábamos con despreocupación dos familias del bloque donde residíamos, con destino a unos encinares perdidos para pasar, como muchos otros domingos, una jornada en el campo. Con seguridad iríamos ese día en el vehículo más de los permitidos, pues entre las dos familias sumábamos siete personas. ¡En fin! En un momento dado, el elegante "tanque" se acerca peligrosamente a un pájaro que aparece posado en la carretera y que, al revés de como reaccionaría cualquier ave de un modo natural, no levanta el vuelo cuando nos acercamos. El pequeño animal desaparece bajo el morro del vehículo agazapado contra el asfalto cuando nosotros pasamos justo por encima y ... Miramos para atrás y ahí sigue, aterrorizado. Paramos el vehículo y lo recogemos. Lleva un ala medio colgando, no vuela quizás por el impacto contra otro vehículo que circulara por aquella carreterucha antes que nosotros. El resto del día lo pasé con él. No hacía ni amagos de huir, supongo que por la tensión y el estrés que estaba soportando. Estaba el pobre animal paralizado.

Tras pasar la jornada campera de rigor, regresamos a nuestras casas. Pero con nosotros se vino la pequeña cogujada común (Galerida cristata).

Contra todo pronóstico, el animal se adaptó sin mucho problema y pasó a formar parte de los recuerdos de mi infancia. Pasó semanas y quizás unos pocos meses (mi memoria ya no me da para tanta precisión) en la terraza de mi casa, hasta llegar el invierno. No recuperó nunca la capacidad de volar, pero comía de mi mano sin problema y aún recuerdo como si fuera ayer que al acabar el grano que yo le ofrecía, él picoteaba con insistencia el pequeño lunar que aún se me aprecia en la palma de mi mano diestra.


De plumaje modesto y críptico donde las haya, las cogujadas comunes me traen siempre viejos recuerdos de mi infancia. Siempre lo harán.