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26 de febrero de 2024

Prohibir matar animales por diversión


El domingo pasado regresé a casa muy enfadado, otra vez. No puedo por menos de estarlo, sin que se me pase el mosqueo desde hace mucho tiempo. Años. Recuerdo mis años jóvenes cuando la rebeldía y el ceño fruncido contra una sociedad adormilada eran el signo de identidad de toda una generación que quería cambiar las cosas. Los últimos años del franquismo que hoy algunos maquillan y añoran, y los primeros de una democracia que otros santifican como intocable coincidieron con toda una generación contestataria e inconformista. Aún existían "los grises", y no se me olvidan a una cierta distancia frente a nosotros. Sin embargo, recuerdo bien que en aquellos años rebeldes e insumisos formaba parte de mi biblia naturalista que la caza deportiva (nunca entenderé qué tiene de deporte matar seres vivos) era, en el peor de los casos, un mal necesario. Así me lo creí ingenuamente a base de oírselo decir a unos y a otros, desde notorios personajes públicos a gente anónima, blanqueando la brutalidad de dicho entretenimiento. Hoy en día, en la actualidad, con lo que sabemos, con la experiencia acumulada de cientos de encuentros con esta actividad, con las consecuencias que acarrea para la biodiversidad, y para la libertad de tránsito y la integridad física del resto de las personas, no puedo opinar igual.


Cuando las canas me tiñen el pelo desde hace bastante más de lo que quisiera, ya no comparto aquella tolerancia de mi juventud. Ahora soy más radical que entonces. Me "han hecho ser" más radical que entonces, para ser exactos. No comprendo la caza, me resulta imposible ser ya indulgente con esa mierda que cada año se lleva por delante la vida de demasiados millones de animales masacrados en nuestro país por diversión, por mero entretenimiento, además de acabar también con un pequeño, pero siempre excesivo, puñado de seres humanos, esta vez por negligencia o accidente. Y ya no la comprendo ni por experiencia personal, ni por lógica; probablemente porque razone más las cosas y porque el sentido común me avala.


La media anual de animales masacrados para mero esparcimiento fue de 20.219.696 cada año, teniendo en cuenta que se trata de cifras que hacen referencia solo a las especies cinegéticas que han sido abatidas legalmente, de acuerdo a cupos establecidos y contabilizadas oficialmente por el MITERD. Ni que decir tiene que el volumen real debe ser obviamente muy superior, pues no es una práctica esporádica que se sobrepasen dichos cupos, que muchos cazadores y/o cotos no transmitan sus capturas reales a la administración y que se furtivee muy por encima de lo imaginable, como ya dejamos claro en la Caza, furtivismo y descontrol. Pero es que, además, habría que añadir la ingente cantidad de animales protegidos y/o no cazables que mueren en controles de predadores en los cotos y fincas cinegéticas (gatos monteses, garduñas, meloncillos, etc.). Basta un dato sangrante para demostrar la irresponsabilidad de la que el sector cinegético hace gala en nuestro país: al menos 7.380.277 tórtolas europeas (o comunes) fueron muertas en esa década a pesar de ser una especie cuyos efectivos poblacionales se venían reduciendo brutal y alarmantemente desde hacía tiempo. Solo en 2020 el Ministerio aprobó por fin una moratoria de capturas que dura hasta nuestros días, aunque no se excluyó a la tórtola europea de la lista de especies cinegéticas, lo que viene siendo una demanda recurrente desde sectores conservacionistas y científicos.

Pero vayamos al grano, que me ramifico.

Sí, amigos, prohibir la caza es algo de sentido común en, al menos, determinadas circunstancias. Y en el resto de casos debería serlo como mínimo por ética. Esa es al menos mi opinión. Hablemos de las primeras.

Hay varias coyunturas en las que esta actividad debería ser vetada radicalmente desde ya. La primera CUANDO SE PRACTICA EN UN ESPACIO NATURAL PROTEGIDO (ENP), ya sea un parque nacional (hoy en día prohibida por Ley desde diciembre de 2020) o cualquier otra figura de protección, ya sean parques, reservas o monumentos naturales, por ejemplo, y que se hayan constituido públicamente para conservar y proteger los valores naturales y paisajísticos de un área concreta.

No tiene ningún sentido que, mientras al conjunto de la ciudadanía se le exige el más estricto respeto a la fauna que habita un área protegida, como es lógico, y bajo la pena de ser sancionada administrativamente si la molesta o perturba, como también es lógico, luego pueda venir un cazador y matarla con todos los beneplácitos administrativos. ¿Alguien lo entiende? Porque si hay algo que a la fauna le molesta especialmente es que la maten, ¿no os parece?

Protegemos la vida salvaje de un entorno pero al mismo tiempo permitimos que unos privilegiados mercadeen con el derecho a dispararla y matarla. Señores pensantes, no es compatible proteger la fauna y a la vez matarla, ¿no os dais cuenta de ese curioso detalle? ¿No os habéis percatado aún que el fundamento de la declaración de áreas protegidas es preservar la vida y el funcionamiento que esos ecosistemas encierran?, ¿es de verdad tan difícil de entender que matar es lo contrario de proteger? Si es que es del más aplastante sentido común, señores, hasta el punto de que cualquier niño lo entiende. De purita lógica, que dirían en Latinoamérica. O proteges o matas, pero las dos filosofías no pueden ética o moralmente desarrollarse en el mismo espacio. Y si, además, el desarrollo de esa actividad impide al resto de ciudadanos disfrutar de ese entorno para la realización de otras actividades, esta vez sí, inocuas para el medio ambiente, ... pues entonces apaga y vámonos: prevalece arbitrariamente el gatillo y sus privilegios al senderismo, la observación de fauna, el ciclismo, la fotografía, o lo que quiera que cada cual desee practicar en la naturaleza.


Y enlazando con lo anterior, hay una segunda cuestión que me trae de cabeza: la URGENTE DESAPARICIÓN DE LAS RESERVAS REGIONALES DE CAZA y del resto de cotos públicos de todo el país gestionados y declarados por las administraciones: es absolutamente inadmisible que sigan existiendo en nuestros días, en pleno siglo XXI. Ahondando en la paradoja anteriormente expuesta respecto del absurdo hecho de que se pueda cazar en un Espacio Natural Protegido salpicado de cotos privados de caza, pienso y razono lo injusto y anticuado que supone, además, que muchas de esas áreas cinegéticas sean, por el contrario, públicas y gestionadas directamente por los gobiernos autonómicos. Porque aquí, además de implicar la contradicción de matar por un lado la misma fauna que protegemos por otro, existe un componente que lo hace mucho más hiriente y surrealista todavía, como lo es que estas Reservas Regionales o Nacionales de Caza las mantengamos todos con nuestro dinero, a pesar de que en España aproximadamente el 98,5 % de los ciudadanos ni somos cazadores, ni compartimos la necesidad de la caza, ni mucho menos su ética, constituyendo una amplia mayoría la que abogamos por una dura restricción de la misma o, incluso, su total prohibición a nivel particular. Por Ley habría que hacer desaparecer de un plumazo todos estos cotos públicos de caza, por anacrónicos y medievales, como viejos vestigios de lo que fueron los antiguos cotos reales, por ser actualmente injustos con una sociedad no cazadora que no tiene porqué mantenerlas económicamente, y máxime cuando además coincidan en el espacio con figuras legales de protección. ¿Cómo puede no enfadar a nuestra sociedad que el conjunto de los ciudadanos que se opone mayoritariamente a matar animales por diversión corra, para mayor afrenta, con los gastos que conlleva el mantenimiento de estas reservas de caza?, ¿se están mofando de nosotros? Obviamente, se trata de una burla más que la sociedad tenga que poner dinero encima de la mesa para esta reprobable actividad. 

Y, por último, una tercera cuestión que me preocupa especialmente y me saca de mis casillas, porque es tan evidente y palmaria que da vergüenza: que SE LES PROHIBA A LOS CAZADORES MOLESTAR A LAS ESPECIES PROTEGIDAS de una vez por todas, ¡que ya está bien hombre!. ¿Alguien ve lógico que, aún no siendo en un Espacio Natural Protegido -donde es todavía más reprochable-, los cazadores sí puedan perturbar la vida diaria de las especies protegidas del entorno en el que desarrollan su antiecológica actividad?. Casos tenemos muchos para demostrarlo, como las habituales batidas en manchas de monte donde se tiene constancia de la presencia de osos, e incluso de osas con crías o de camadas de lobo, por poner unos casos que son de lo más corrientes en nuestro país. Pero pondré un ejemplo menos conocido pero que igualmente se permite todos los años. Veamos, estamos en una sierra del centro peninsular, cubierta de monte mediterráneo. Las laderas con una fuerte pendiente guardan como verdaderos tesoros algunas plataformas de buitre negro, y durante varios meses al año la Junta de Castilla y León (en este caso, pero sucede en todas partes) pincha cartelitos a la entrada de todos los senderos y pistas prohibiendo el acceso a todos para preservar la tranquilidad de esta especie necrófaga durante su ciclo anual reproductor.


Nada, nos tendremos que dar la vuelta, porque caminar en un relativo silencio con la cámara o los prismáticos colgados del cuello "molesta" a las aves carroñeras y puede perturbarlas en tan delicado período. Vale, todos de acuerdo ¿no? Sí, así es, todos de acuerdo, al menos los que nos colgamos unos prismáticos del cuello. Entonces, ... ¡hay amigo!, ... ¿porqué se autorizan batidas con decenas de perros de reala y un determinado número de ojeadores vociferando gritos como si no hubiera un mañana para batir precisamente esas manchas de monte donde están incubando o dando calor a los pollos de buitre recién nacidos, para mover las "presas" hacia la línea de escopetas? ¡¡Es que pasan a veces por debajo mismo de algunos de los nidos!! Es una barbaridad y una indecencia. El estrés que representa esta abusiva y horrible modalidad de caza es brutal en todo el entorno en el que se desarrolla, porque no afecta solo a las especies objetivo (jabalíes, ciervos, corzos y zorros, básicamente, y a veces también gamos y muflones), sino a todas las criaturas en su conjunto, incluyendo también a todas las especies protegidas (linces, osos, rapaces, lobos,...) del lugar, con el importante riesgo existente de que alguna de ellas pueda, además, morir en la jornada, como ya hemos sufrido en tantas ocasiones.

Efectivamente, sí, el domingo regresé a casa enfadado y no puedo por menos de estarlo aunque no tuve en esta ocasión ningún encuentro desafortunado con estos personajes. No me prohibieron pasar porque hubiera una montería, ni tampoco silbó próxima una bala perdida como en alguna otra ocasión, ni me han llegado cerca de los pies los perdigones de un par de cartuchos disparados desde el otro lado de un pequeño azud tras describir en el cielo una parábola en busca de algún pato. No me ha puesto nadie mala cara, ni he tenido que oír improperios de ningún señor armado porque "le espanto SU caza" en mi trasiego por el monte, ni me ha interrogado ningún engreído guarda privado del coto social de turno como si el delincuente fuera yo. Pero aún así fue imposible no regresar muy enfadado a mi casa cuando caminar por el Parque Regional de la Sierra de Gredos es observar el compendio de todas esas circunstancias sin ningún sentido común a las que me he referido en los párrafos anteriores.


Porque no es de recibo que me vea obligado a escoger en época de caza vestir con los colores más fosforitos que tenga por casa para parecer un semáforo viviente y evitar así que me peguen un tiro en un Parque Regional, confundido con un bicho porque sigue habiendo muchos disparos a bulto. Porque no es de recibo que mis impuestos paguen las nóminas de una guardería que mata animales en una Reserva Regional de Caza, en vez de protegerlos. Porque no es de recibo que mis actividades estén supeditadas a las suyas, ni que su libertad de tránsito coaccione -cuando no prohibe- la mía propia. Porque no es de recibo que los cazadores, en el ejercicio de una actividad lúdica, no ganadera o agrícola, tengan autorización para meter sus vehículos hasta donde les de la gana. Porque no es de recibo que con nuestro dinero esas Reservas Regionales de Caza abran pistas para los cazadores y lo empleen en labores que alteran el entorno, como la construcción de refugios, el levantamiento de vallados cinegéticos, la introducción de especies cinegéticas exóticas (arrui, muflón, faisán, ...). Porque no es de recibo que ellos tengan privilegios y derechos que al resto de los ciudadanos se nos niegan, prevalenciendo su actividad sobre las del resto de españoles, con plena libertad de movimientos cuando a los demás se nos puede impedir el paso. Porque no es de recibo la coacción que nos supone el riesgo de sus armas, ni la autorización que tienen para meter sus vehículos hasta lo más profundo del monte, ni la de salir a pegar tiros durante el confinamiento cuando al resto se nos obligaba a quedarnos en casa. No es de recibo que se les permita dejar el monte lleno de cintas de colores sin recoger y de cartuchos tirados por el suelo. Y no es de recibo que muchos desfoguen sus frustraciones contra la señalización que se encuentran.



En fin, ¿cómo no voy a estar enfadado? El tiro al plato sí es deporte, señores cazadores, matar animales por diversión es, muy por el contrario, una actividad indigna y humillante para el ser humano actual, por lo insensible de la misma, por su falta de empatía, por la violencia que lleva implícita y hasta por la agresividad que muchas veces trasciende de ella, y sobre todo por antinatural y perjudicial para la biodiversidad. Una actividad con la que no comulga el aproximadamente 98,5 % de la población española que no es cazadora, pero a los que, sin embargo, nos afecta su presencia.

Prohibir la caza deportiva en todos los Espacios Naturales Protegidos, eliminar las obsoletas Reservas Regionales de Caza y resto de instituciones públicas análogas y prohibirles a los cazadores que provoquen molestias a las especies animales protegidas es lo mínimo a lo que se debería aspirar en una país civilizado que se precie, moderno y preocupado por la conservación medioambiental, eliminando de paso todos esos injustos privilegios que el resto de los españoles no comprendemos y que socavan la convivencia entre unos y otros. Todos estos aspectos son, como mínimo, del más obvio sentido común.

Ambicionar menos de eso es seguir viviendo en el medievo.

25 de abril de 2021

Siempre Gredos, II

Para muchos asiduos de esta sierra, Gredos y Béjar es solamente montaña, un lugar donde desarrollar algunas actividades deportivas, como la escalada, el montañismo, el senderismo o el esquí de travesía. Un lugar extenso al que regresar cada fin de semana para crecer como deportista en alguna o en todas esas disciplinas deportivas. Durante un tiempo yo también pude parecer uno más de aquellos locos fanáticos que salían a la sierra a vivaquear cada viernes o sábado, en invierno y en verano, y que regresaba a la ciudad el domingo con las pilas cargadas tras dos o tres jornadas intensas en la nieve o en la roca. 





Aquellas viejas, viejísimas diapositivas, descoloridas y llenas de grano, penosamente faltas de definición, son ahora recuerdos preciados e imborrables de aquellos años frenéticos y radicales. A diferencia de todos mis compañeros, para mí "La Montaña", con mayúsculas, no fue solo el terreno de juego donde realizar aquellas actividades con las que necesitábamos doparnos cada semana, era mucho más. A ella había llegado para observar las criaturas salvajes que vivían en las alturas, sus ecosistemas y el conjunto del entorno. Y me quedé.

Me quedé enganchado a ella sin ya poderme bajar. Ahora observaba en ella, in situ, las huellas geológicas que delataban el glaciarismo que dieron forma a estas sierras, su vegetación, su clima y, ¡cómo no!, la fauna que ella habitaba, sus rebecos, su cabras, sus aves rupícuolas, sus reptiles, ... Desde el principio para mí la montaña siempre fue un compendio de valores que iba infinitamente mucho más allá de la mera actividad deportiva o física. Vi vida.





Así pues, el Gredos donde yo crecí siempre fue -y será- mucho más que las actividades que pudiera desarrollar en sus laderas, valles o cumbres. Siempre fue y será mucho más que la casa libre donde me formé como montañero y quiero pensar que como alpinista. Siempre fue y será, simple y sencillamente, naturaleza en estado puro, y una desbordante vida salvaje por descubrir. Es, en sí misma, plenitud para todo aquel que desee recorrerla igual que se recorren las páginas de un libro: aprendiendo, sin olvidarse de ninguna faceta. Y más aún desde una mentalidad naturalística, como gentes de un nuevo renacimiento. Todas las montañas, y también Gredos, son mucho más que bosques, roquedos, hondas gargantas o mares de piornos hasta donde abarca la vista. Tras años disfrutando de su vida salvaje mientras pateaba los lugares más emblemáticos del macizo, gateaba por sus paredes de granito o escalaba por algunos de sus corredores más clásicos, un chip cambió en mi cabeza y cobró, de nuevo, más importancia el conocimiento de la vida íntima y salvaje del lugar que mi propio paso por él.

Volví a mis orígenes.

Gredos infinito. Pura vida.






Conocer Gredos no es recorrer y visitar sus principales lagunas o circos, que también, hay que conocerlo todo, claro. Conocer Gredos es mucho más que eso, es caminar por todos esos senderos que nunca antes habíamos pisado porque no van a ningún sitio emblemático. Sendas que transitan a media ladera, por lugares olvidados y perdidos. Que unen vallejadas sin importancia, minúsculos reductos glaciares alejados de todo, praderías a las que solo se acercan las vacas, descolgadas a media altura. Es descender por cuerdas que siempre pillan a "desmano" de todos los lugares, o ascender por esa ladera cubierta de piornales infinitos que pareciera no tener ningún acceso.

Conocer Gredos no es traerte para casa fotos de las principales cumbres, ni siquiera de las más difíciles. Es llegar a donde solo llega el ganado en verano, y el vaquero cuando toca recogerlas al llegar el mal tiempo. Es abrir las portezuelas de madera de las decenas de cabañas que se encuentran repartidas por el monte, muchas de ellas parecieran perdidas. Es caminar por caminar. Es improvisar en el momento. Es decidir el camino a seguir según nuestra curiosidad nos empuja, aquí y ahora. Es deambular sin rumbo fijo, investigando líneas de hitos que te sumergen en mares verdes de vegetación que parecieran no poderse atravesar, o en laderas desconocidas en mitad de ninguna parte.






Gredos es el cambio de estaciones que te hace vivir montañas distintas en invierno con nieve o el resto del año sin ella. Un lugar deja de ser el mismo lugar.




Pero es también y sobre todo una pletórica vida salvaje que bulle por doquier. A muchas de estas criaturas, generalmente a las de pluma, las podremos ver con facilidad, volando entre las ramas de árboles o arbustos, o sobre nuestras cabezas. Aves pequeñas y grandes que nos llamarán la atención y nos será más o menos sencillo poderlas identificar.

Pero hay otros habitantes de la montaña que se ocultan y a los que habrá que descubrir aprendiendo a leer en el suelo. Estos otros seres no se suelen dejar ver, pero, a cambio, nos dejan pistas para que sepamos de su existencia y sigamos sus andanzas. Como en un libro, el suelo que pisamos se transforma como por arte de magia en una hoja de papel escrito en la que podemos interpretar las firmas de multitud de animales que viven y mueren en la montaña. Por ejemplo, esos pequeños micromamíferos que a saltitos o caminando van dejando sus pequeños rastros; musarañas, ratones y lirones.



O esas perdices que dejan sus pisadas en la nieve mientras "apeonan" y que, de repente, desaparece el rastro porque han levantado el vuelo. O incluso cuando en su rápido aleteo rozan la superficie de una roca dejando la impresión de sus plumas en la nieve que la cubre.


O esos ungulados que pasan desapercibidos durante el día y que, exceptuando la cabra montés cuya excepción confirma la norma de no dejarse ver, deambulan por la sierra generalmente de noche. Son numerosos los peligros que los acechan y es mejor pasar desapercibidos.









Y cómo no, los depredadores, que infunden temor en la fauna sobre la que depredan y la obligan a moverse con sigilo en un juego del gato y el ratón, ancestral e inacabable; depredadores tan imprescindibles para mantener el ecosistema equilibrado como perseguidos y odiados por el hombre inculto (o simplemente egoísta) que nunca entenderá (o le dará igual) que su función es simplemente vital en la naturaleza. Desde la más pequeña comadreja hasta el superdepredador por excelencia de nuestra geografía, el lobo, pueden dejarnos sus marcas para que sepamos de su existencia. Felinos, mustélidos, vivérridos y cánidos campan por Gredos más o menos a sus anchas, escondiéndose no solo de sus presas para poderlas dar caza, sino también de nosotros. No siempre será sencillo identificarlos, a veces incluso nos confundirán los perros y gatos domésticos que también deambulan libres por el monte, pero con paciencia y atención acabaremos descubriendo muchos secretos de la vida salvaje de estas montañas.











El regreso del lobo al Sistema Central no puede más que alegrarnos. Esperamos que su control sobre el exceso de cabras monteses evite que se alcancen en Gredos los problemas que ha provocado su sobrepoblación en Guadarrama, por ejemplo. El control de epizootías que puedan afectar al ganado doméstico solo es posible con poblaciones saludables de herbívoros silvestres, y esto a su vez solo es posible si un animal controla esas poblaciones. Y ese animal solo puede ser uno, el lobo. Pretender que el hombre pueda alguna vez sustituir los servicios ecosistémicos que proporcionan los depredadores mediante la caza es, sencillamente, de una prepotencia e ignorancia infinita.

La sierra de Gredos hoy en día está un poco más completa con el regreso a sus gargantas del gran depredador, aunque se antoja ya imposible que el ecosistema gredense recupere todo el esplendor del pasado, dado que una pieza fundamental del ecosistema no parece que, hoy por hoy, pueda volver a medrar en sus ladras: el oso. La vieja mano del último oso cazado en Gredos hace más de cuatro siglos, que permanece clavada en la puerta de la iglesia de Navacepeda de Tormes, seguirá siendo un mudo recuerdo de la inconsciencia del hombre y de la nefasta influencia que tiene sobre la naturaleza.

Aún así, la vida salvaje bulle en estas montañas, y caminar por ellas mirando atento al suelo, a sus laderas y al cielo no puede entenderse más que como un ejercicio de aprendizaje y de humildad ante las grandes montañas.