Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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12 de diciembre de 2024

Ejecutar no es cazar

La verdad es que no tenía pensado opinar más sobre la caza por estos lares (de momento), pero es que me resulta tan difícil no indignarme ante el hecho injusto de que se gestiona nuestra naturaleza y nuestros ecosistemas en función de los intereses del sector cinegético y en detrimento de una verdadera protección de la fauna, que no puedo por menos de dejar al menos constancia aquí de mi cabreo. No hace demasiado tiempo hablaba de esta actividad con un buen amigo y estábamos de acuerdo en que la caza que se practica hoy en día nada tiene que ver con la que practicaban nuestros padres o abuelos. En la época de la postguerra en muchas casas se comía algo más de carne gracias a que entraban en ella de vez en cuando perdices, conejos o liebres. Hoy, sin embargo, se "consume" caza y se miente alrededor de ella.

Sí, hoy algunos -cada vez menos afortunadamente- consumen la muerte innecesaria de fauna salvaje como se consumen los mal llamados deportes de aventura, el culto al cuerpo, la fotografía o los viajes, por poner cuatro ejemplos. Todo se practica "porque hay que hacer algo", porque la sociedad actual lo demanda, como reclama que, además, tengamos que exhibirlo públicamente. Sin embargo, no siempre hay detrás verdadera pasión, interior, sincera, íntima y vital. Porque sí, detrás de esta práctica tan poco sensible habrá quien también sienta todo eso, aunque la mayoría de la sociedad no seamos capaces de alcanzar a entenderlo nunca, al fin y al cabo gente buena pero insensible con el sufrimiento de los animales también la hay, porque el ser humano es lo más alejado que existe de ser un ser perfecto. Porque decirme ¿todo el mundo que viaja es viajero?, seguro que la mayoría estaréis de acuerdo conmigo en que no. ¿Todo el mundo que sube al Everest es alpinista? obviamente ya sabemos todos que tampoco. ¿Y todo el mundo que caza es cazador?, y en esto también sabemos que hoy en día ... ni en broma, muchos son sencillamente verdugos. Y lo son por simple diversión. Sin necesidad alguna, ni interior ni exterior.

Y aquí llegamos al meollo de la cuestión. Cazar cabra montés (Capra pyrenaica) no es cazar, es ejecutar, y a las pruebas me remito: si la gente a veces les hacemos fotos con el móvil ¿quién se atreve a negar que pegarle un tiro a un macho montés no sea una ejecución en toda regla?, ¿tiene eso algo de caza? Obviamente no, eso no lo aprobaría un verdadero cazador, eso solo lo haría un carnicero.


Si alguien siente algo interior y vital que le arrastra a hacer algo así porque siente pasión por ello, entonces es que tiene algún gen atrofiado. Los cazadores sin duda alegarán que solo son así de confiadas las cabras que coinciden con un turismo masivo de excursionistas y montañeros, en lugares muy concretos. Y tienen en parte algo de razón, pero solo en parte, porque también tenemos razón los que afirmamos que, aún así, se trata de una especie tranquila y pachorrona que no pone tierra de por medio en cuanto ve asomar una persona a cientos de metros de distancia, como sí hacen los ciervos, jabalíes o corzos. La cabra no es así, y lo saben. Con el alcance y precisión de los rifles de que se dispone hoy en día disparar a esta especie es, en la inmensa mayoría de los casos, una ejecución. Y quien piense lo contrario se miente a sí mismo. Y quien diga lo contrario nos miente a los demás. Así, los cazadores ya extinguieron a dos de las cuatro subespecies de cabra montés de la península Ibérica, mientras que de esta otra en concreto de la que vemos estas fotos, la Capra pyrenaica victoriae que habita el Sistema Central, llegaron a sobrevivirles tan solo 12 ejemplares, lo que nunca hubiera sucedido si fuera una especie medianamente esquiva y huidiza ante la presencia humana.


Y señores, no nos dejemos tampoco engañar en esto, también se cazan los machos que se dejan hacer fotos con el móvil en esos lugares concretos en los que son así de confiados debido a que coinciden con ese turismo masivo de excursionistas y montañeros. No solo el cazador y el coto, o la reserva de turno, escogen al animal que van a sentenciar de entre los que habitan en lugares indómitos y escondidos, alejados del coche, a horas de pateo en lo más recóndito de la montaña, sino que también son sentenciados aquellos animales mansos, mansos, mansísimos que viven en estos lugares tan masificados, donde se diferencian muy poco del ganado doméstico. Los mismos animales dóciles que nosotros fotografiamos a unos metros, y que son reservados para aquellossss ..., llamémosles cazadores, que no tienen una forma física que les permita andar realmente por la montaña. 


Así es. Eres un ... llamémosle cazador, joven y con buena forma física ... pues te llevan a ejecutar con tu rifle de última generación a un macho montés que vive en una ladera alejada (un poco solo, eh) de donde quedará aparcado el vehículo 4x4 (que ellos sí pueden meterlo por todas partes porque están autorizados), en algún lugar que seguramente no tiene mucho trasiego montañero, y al que le podrá tirotear a una distancia razonable de unos pocos cientos de metros (o ni eso) mientras los mira sin huir.

Que eres un ... llamémosle también cazador, no tan joven o con un fondo físico pésimo para pinrelar por la montaña ... pues te llevan a ejecutar a uno de estos otros machos monteses que tienen la fortuna o la desgracia de moverse por una de esas otras zonas, masificadas por excursionistas.

Luego, eso sí, venderán al público y a la sociedad la pureza de la actividad, el romanticismo de la lucha de igual a igual con el animal, la necesidad de equilibrar mediante la caza las poblaciones de los herbívoros como si fueran héroes, nos hablarán del conocimiento del medio, de la dificultad de moverse por el terreno hostil de la montaña, de sus riesgos, ... lo adornarán todo poéticamente con una supuesta "pasión por la naturaleza". Nada, no hay nada de ello, todo es pura literatura, propaganda barata. Solo algunos ingenuos se lo creerán, cuando la realidad es mucho más fría, aséptica y soez: mercantilismo puro, yo te pago para que me pongas delante de un ejemplar al que le pueda pegar un tiro para colgar en el salón de mi casa su cabeza cortada. Se trata de una simple transacción económica donde en este caso la administración que mantenemos todos los ciudadanos, a través de la Reserva Regional, ofrece un servicio a un particular.

Y el producto es la vida de un ser que casi se deja tocar.


Estas cuestiones siempre me asaltan cuando, cada temporada de celo de la cabra montés, me acerco a la sierra a hacerles algún reportaje fotográfico. Nos arrimamos a algún rebaño y permanecemos con él durante horas, a veces durante toda la jornada, mientras observamos y retratamos su comportamiento. 


Y cómo no cuestionar que, si de verdad hay que matar a algunos de estos animales (lo que no pongo en duda bajo ciertas circunstancias) en un Espacio Natural Protegido para equilibrar el ecosistema allí donde no haya presencia de lobos -que los deberían controlar de manera natural, gratuita y de modo mucho más eficiente-, por qué tienen que hacerlo unos particulares por diversión y no la administración por oficio. No nos podemos olvidar del despropósito de que a los lobos también se les persigue brutalmente a escondidas porque les comen "sus" cabras monteses, como se comen "sus" ciervos y corzos; porque a todos ellos los consideran suyos, no del medio, ni de sí mismos a pesar de ser salvajes y silvestres, y ni siquiera de todos los españoles, son solo suyos. Y, claro, que un depredador salvaje se alimente de fauna salvaje es algo que no pueden tolerar. El epílogo podía ser el siguiente: "matamos a los herbívoros para que no se desequilibre el ecosistema, a la vez que matamos a los lobos porque se comen a los herbívoros que nosotros queremos matar para que no se desequilibre el ecosistema".

La inteligencia al poder, ¿no? ¿O es la desfachatez?


El caso es que tendremos que tragar con que se ejecuten dóciles cabras monteses en un Espacio Natural Protegido, declarado como tal para conservar y proteger -valga la redundancia- a esa misma fauna, entre otras cosas. Nadie puede molestar a la fauna en un ENP, obviamente, pero los cazadores sí las pueden fusilar después de soltar una pasta gansa. 

Y decía anteriormente que se miente mucho alrededor de esta actividad tan impermeable al dolor y sufrimiento de los animales, porque desde el sector cinegético y desde instituciones públicas y privadas, e incluso desde los medios de comunicación generalistas, se hace un relato de la actividad cinegética romántico e idealizado que está muy alejado de la realidad. Se ensalzan bondades que generalmente no existen, se alegan excusas de carácter medioambiental para que la sociedad deje de rechazar esta actividad, denostada hoy en día, y se ocultan los impactos que genera. El viejo romanticismo que rodeaba antaño esta actividad ha desaparecido en los tiempos mercantilistas que nos ha tocado vivir. Hoy en día no es más que negocio y postureo, además de ideologizado, pues se usa como arma política en el ámbito rural y conservador del país, exactamente igual (y por los mismos) a como se ampara, se protege y se justifica la tortura nacional a la que se someten a los toros de lidia en el ruedo. Luego, los verdugos de cabras monteses fliparán ante sus seguidores en las redes sociales, o ante sus conocidos en los despachos donde cerrarán negocios; hablarán de la dificultad del lance, del conocimiento del medio, del riesgo que asumieron, de la dureza de la alta montaña, de la dificultad del tiro, de la belleza del trofeo ejecutado, de la lucha de igual a igual con el animal, ... 

Y hablarán de su pasión por la naturaleza. 

Palabrería, son solo charlatanes. Y es que cuando hablamos de la crueldad de la caza también hablamos de todas estas cuestiones, porque matar a estos machos monteses solo puede ser calificado de una forma: sadismo.

8 de diciembre de 2024

Siluetas

Estamos acostumbrados a ver por este blog a mis amigas las cabras monteses (Capra pyrenaica vitoriae), generalmente de la sierra de Gredos porque es a donde me suelo acercar cada año, por lo menos una vez en la época de celo y, si puedo, más veces en otras épocas diferentes. Las tengo más cerca, en la sierra de Francia, por ejemplo, pero el paisaje gredense me gusta especialmente por el magnífico ambiente alpino que se dibuja en él. Esta vez he subido a la sierra en tres ocasiones a lo largo de noviembre y entrado diciembre en pos de inmortalizar su comportamiento nupcial. La falta de nieve y las temperaturas templadas de este 2024 no han estropeado su celo, en contraste con las últimas temporadas de celo que fueron bastante sosas y apagadas en los años previos. Nos hemos divertido mucho con la cámara, hemos ampliado el archivo y hemos disfrutado de momentos realmente buenos. Ha habido combates entre machos, ha habido cortejos y posturas nupciales e incluso una cópula que, aunque no pudimos fotografiar por el lugar en el que tuvo lugar, siempre es un hecho interesante para cualquier naturalista. Hemos aprovechado especialmente a realizar tomas de siluetas, que resultan efectistas e interesantes. Hacía tiempo que quería realizar una variedad de fotos de este estilo, y este año se han alineado los astros. Os dejo aquí una pequeña selección de fotos de estas bellezas, espero que las disfrutéis tanto como yo lo hice retratándolas. Me ayudan a revivir los momentos. 














26 de febrero de 2024

Prohibir matar animales por diversión


El domingo pasado regresé a casa muy enfadado, otra vez. No puedo por menos de estarlo, sin que se me pase el mosqueo desde hace mucho tiempo. Años. Recuerdo mis años jóvenes cuando la rebeldía y el ceño fruncido contra una sociedad adormilada eran el signo de identidad de toda una generación que quería cambiar las cosas. Los últimos años del franquismo que hoy algunos maquillan y añoran, y los primeros de una democracia que otros santifican como intocable coincidieron con toda una generación contestataria e inconformista. Aún existían "los grises", y no se me olvidan a una cierta distancia frente a nosotros. Sin embargo, recuerdo bien que en aquellos años rebeldes e insumisos formaba parte de mi biblia naturalista que la caza deportiva (nunca entenderé qué tiene de deporte matar seres vivos) era, en el peor de los casos, un mal necesario. Así me lo creí ingenuamente a base de oírselo decir a unos y a otros, desde notorios personajes públicos a gente anónima, blanqueando la brutalidad de dicho entretenimiento. Hoy en día, en la actualidad, con lo que sabemos, con la experiencia acumulada de cientos de encuentros con esta actividad, con las consecuencias que acarrea para la biodiversidad, y para la libertad de tránsito y la integridad física del resto de las personas, no puedo opinar igual.


Cuando las canas me tiñen el pelo desde hace bastante más de lo que quisiera, ya no comparto aquella tolerancia de mi juventud. Ahora soy más radical que entonces. Me "han hecho ser" más radical que entonces, para ser exactos. No comprendo la caza, me resulta imposible ser ya indulgente con esa mierda que cada año se lleva por delante la vida de demasiados millones de animales masacrados en nuestro país por diversión, por mero entretenimiento, además de acabar también con un pequeño, pero siempre excesivo, puñado de seres humanos, esta vez por negligencia o accidente. Y ya no la comprendo ni por experiencia personal, ni por lógica; probablemente porque razone más las cosas y porque el sentido común me avala.


La media anual de animales masacrados para mero esparcimiento fue de 20.219.696 cada año, teniendo en cuenta que se trata de cifras que hacen referencia solo a las especies cinegéticas que han sido abatidas legalmente, de acuerdo a cupos establecidos y contabilizadas oficialmente por el MITERD. Ni que decir tiene que el volumen real debe ser obviamente muy superior, pues no es una práctica esporádica que se sobrepasen dichos cupos, que muchos cazadores y/o cotos no transmitan sus capturas reales a la administración y que se furtivee muy por encima de lo imaginable, como ya dejamos claro en la Caza, furtivismo y descontrol. Pero es que, además, habría que añadir la ingente cantidad de animales protegidos y/o no cazables que mueren en controles de predadores en los cotos y fincas cinegéticas (gatos monteses, garduñas, meloncillos, etc.). Basta un dato sangrante para demostrar la irresponsabilidad de la que el sector cinegético hace gala en nuestro país: al menos 7.380.277 tórtolas europeas (o comunes) fueron muertas en esa década a pesar de ser una especie cuyos efectivos poblacionales se venían reduciendo brutal y alarmantemente desde hacía tiempo. Solo en 2020 el Ministerio aprobó por fin una moratoria de capturas que dura hasta nuestros días, aunque no se excluyó a la tórtola europea de la lista de especies cinegéticas, lo que viene siendo una demanda recurrente desde sectores conservacionistas y científicos.

Pero vayamos al grano, que me ramifico.

Sí, amigos, prohibir la caza es algo de sentido común en, al menos, determinadas circunstancias. Y en el resto de casos debería serlo como mínimo por ética. Esa es al menos mi opinión. Hablemos de las primeras.

Hay varias coyunturas en las que esta actividad debería ser vetada radicalmente desde ya. La primera CUANDO SE PRACTICA EN UN ESPACIO NATURAL PROTEGIDO (ENP), ya sea un parque nacional (hoy en día prohibida por Ley desde diciembre de 2020) o cualquier otra figura de protección, ya sean parques, reservas o monumentos naturales, por ejemplo, y que se hayan constituido públicamente para conservar y proteger los valores naturales y paisajísticos de un área concreta.

No tiene ningún sentido que, mientras al conjunto de la ciudadanía se le exige el más estricto respeto a la fauna que habita un área protegida, como es lógico, y bajo la pena de ser sancionada administrativamente si la molesta o perturba, como también es lógico, luego pueda venir un cazador y matarla con todos los beneplácitos administrativos. ¿Alguien lo entiende? Porque si hay algo que a la fauna le molesta especialmente es que la maten, ¿no os parece?

Protegemos la vida salvaje de un entorno pero al mismo tiempo permitimos que unos privilegiados mercadeen con el derecho a dispararla y matarla. Señores pensantes, no es compatible proteger la fauna y a la vez matarla, ¿no os dais cuenta de ese curioso detalle? ¿No os habéis percatado aún que el fundamento de la declaración de áreas protegidas es preservar la vida y el funcionamiento que esos ecosistemas encierran?, ¿es de verdad tan difícil de entender que matar es lo contrario de proteger? Si es que es del más aplastante sentido común, señores, hasta el punto de que cualquier niño lo entiende. De purita lógica, que dirían en Latinoamérica. O proteges o matas, pero las dos filosofías no pueden ética o moralmente desarrollarse en el mismo espacio. Y si, además, el desarrollo de esa actividad impide al resto de ciudadanos disfrutar de ese entorno para la realización de otras actividades, esta vez sí, inocuas para el medio ambiente, ... pues entonces apaga y vámonos: prevalece arbitrariamente el gatillo y sus privilegios al senderismo, la observación de fauna, el ciclismo, la fotografía, o lo que quiera que cada cual desee practicar en la naturaleza.


Y enlazando con lo anterior, hay una segunda cuestión que me trae de cabeza: la URGENTE DESAPARICIÓN DE LAS RESERVAS REGIONALES DE CAZA y del resto de cotos públicos de todo el país gestionados y declarados por las administraciones: es absolutamente inadmisible que sigan existiendo en nuestros días, en pleno siglo XXI. Ahondando en la paradoja anteriormente expuesta respecto del absurdo hecho de que se pueda cazar en un Espacio Natural Protegido salpicado de cotos privados de caza, pienso y razono lo injusto y anticuado que supone, además, que muchas de esas áreas cinegéticas sean, por el contrario, públicas y gestionadas directamente por los gobiernos autonómicos. Porque aquí, además de implicar la contradicción de matar por un lado la misma fauna que protegemos por otro, existe un componente que lo hace mucho más hiriente y surrealista todavía, como lo es que estas Reservas Regionales o Nacionales de Caza las mantengamos todos con nuestro dinero, a pesar de que en España aproximadamente el 98,5 % de los ciudadanos ni somos cazadores, ni compartimos la necesidad de la caza, ni mucho menos su ética, constituyendo una amplia mayoría la que abogamos por una dura restricción de la misma o, incluso, su total prohibición a nivel particular. Por Ley habría que hacer desaparecer de un plumazo todos estos cotos públicos de caza, por anacrónicos y medievales, como viejos vestigios de lo que fueron los antiguos cotos reales, por ser actualmente injustos con una sociedad no cazadora que no tiene porqué mantenerlas económicamente, y máxime cuando además coincidan en el espacio con figuras legales de protección. ¿Cómo puede no enfadar a nuestra sociedad que el conjunto de los ciudadanos que se opone mayoritariamente a matar animales por diversión corra, para mayor afrenta, con los gastos que conlleva el mantenimiento de estas reservas de caza?, ¿se están mofando de nosotros? Obviamente, se trata de una burla más que la sociedad tenga que poner dinero encima de la mesa para esta reprobable actividad. 

Y, por último, una tercera cuestión que me preocupa especialmente y me saca de mis casillas, porque es tan evidente y palmaria que da vergüenza: que SE LES PROHIBA A LOS CAZADORES MOLESTAR A LAS ESPECIES PROTEGIDAS de una vez por todas, ¡que ya está bien hombre!. ¿Alguien ve lógico que, aún no siendo en un Espacio Natural Protegido -donde es todavía más reprochable-, los cazadores sí puedan perturbar la vida diaria de las especies protegidas del entorno en el que desarrollan su antiecológica actividad?. Casos tenemos muchos para demostrarlo, como las habituales batidas en manchas de monte donde se tiene constancia de la presencia de osos, e incluso de osas con crías o de camadas de lobo, por poner unos casos que son de lo más corrientes en nuestro país. Pero pondré un ejemplo menos conocido pero que igualmente se permite todos los años. Veamos, estamos en una sierra del centro peninsular, cubierta de monte mediterráneo. Las laderas con una fuerte pendiente guardan como verdaderos tesoros algunas plataformas de buitre negro, y durante varios meses al año la Junta de Castilla y León (en este caso, pero sucede en todas partes) pincha cartelitos a la entrada de todos los senderos y pistas prohibiendo el acceso a todos para preservar la tranquilidad de esta especie necrófaga durante su ciclo anual reproductor.


Nada, nos tendremos que dar la vuelta, porque caminar en un relativo silencio con la cámara o los prismáticos colgados del cuello "molesta" a las aves carroñeras y puede perturbarlas en tan delicado período. Vale, todos de acuerdo ¿no? Sí, así es, todos de acuerdo, al menos los que nos colgamos unos prismáticos del cuello. Entonces, ... ¡hay amigo!, ... ¿porqué se autorizan batidas con decenas de perros de reala y un determinado número de ojeadores vociferando gritos como si no hubiera un mañana para batir precisamente esas manchas de monte donde están incubando o dando calor a los pollos de buitre recién nacidos, para mover las "presas" hacia la línea de escopetas? ¡¡Es que pasan a veces por debajo mismo de algunos de los nidos!! Es una barbaridad y una indecencia. El estrés que representa esta abusiva y horrible modalidad de caza es brutal en todo el entorno en el que se desarrolla, porque no afecta solo a las especies objetivo (jabalíes, ciervos, corzos y zorros, básicamente, y a veces también gamos y muflones), sino a todas las criaturas en su conjunto, incluyendo también a todas las especies protegidas (linces, osos, rapaces, lobos,...) del lugar, con el importante riesgo existente de que alguna de ellas pueda, además, morir en la jornada, como ya hemos sufrido en tantas ocasiones.

Efectivamente, sí, el domingo regresé a casa enfadado y no puedo por menos de estarlo aunque no tuve en esta ocasión ningún encuentro desafortunado con estos personajes. No me prohibieron pasar porque hubiera una montería, ni tampoco silbó próxima una bala perdida como en alguna otra ocasión, ni me han llegado cerca de los pies los perdigones de un par de cartuchos disparados desde el otro lado de un pequeño azud tras describir en el cielo una parábola en busca de algún pato. No me ha puesto nadie mala cara, ni he tenido que oír improperios de ningún señor armado porque "le espanto SU caza" en mi trasiego por el monte, ni me ha interrogado ningún engreído guarda privado del coto social de turno como si el delincuente fuera yo. Pero aún así fue imposible no regresar muy enfadado a mi casa cuando caminar por el Parque Regional de la Sierra de Gredos es observar el compendio de todas esas circunstancias sin ningún sentido común a las que me he referido en los párrafos anteriores.


Porque no es de recibo que me vea obligado a escoger en época de caza vestir con los colores más fosforitos que tenga por casa para parecer un semáforo viviente y evitar así que me peguen un tiro en un Parque Regional, confundido con un bicho porque sigue habiendo muchos disparos a bulto. Porque no es de recibo que mis impuestos paguen las nóminas de una guardería que mata animales en una Reserva Regional de Caza, en vez de protegerlos. Porque no es de recibo que mis actividades estén supeditadas a las suyas, ni que su libertad de tránsito coaccione -cuando no prohibe- la mía propia. Porque no es de recibo que los cazadores, en el ejercicio de una actividad lúdica, no ganadera o agrícola, tengan autorización para meter sus vehículos hasta donde les de la gana. Porque no es de recibo que con nuestro dinero esas Reservas Regionales de Caza abran pistas para los cazadores y lo empleen en labores que alteran el entorno, como la construcción de refugios, el levantamiento de vallados cinegéticos, la introducción de especies cinegéticas exóticas (arrui, muflón, faisán, ...). Porque no es de recibo que ellos tengan privilegios y derechos que al resto de los ciudadanos se nos niegan, prevalenciendo su actividad sobre las del resto de españoles, con plena libertad de movimientos cuando a los demás se nos puede impedir el paso. Porque no es de recibo la coacción que nos supone el riesgo de sus armas, ni la autorización que tienen para meter sus vehículos hasta lo más profundo del monte, ni la de salir a pegar tiros durante el confinamiento cuando al resto se nos obligaba a quedarnos en casa. No es de recibo que se les permita dejar el monte lleno de cintas de colores sin recoger y de cartuchos tirados por el suelo. Y no es de recibo que muchos desfoguen sus frustraciones contra la señalización que se encuentran.



En fin, ¿cómo no voy a estar enfadado? El tiro al plato sí es deporte, señores cazadores, matar animales por diversión es, muy por el contrario, una actividad indigna y humillante para el ser humano actual, por lo insensible de la misma, por su falta de empatía, por la violencia que lleva implícita y hasta por la agresividad que muchas veces trasciende de ella, y sobre todo por antinatural y perjudicial para la biodiversidad. Una actividad con la que no comulga el aproximadamente 98,5 % de la población española que no es cazadora, pero a los que, sin embargo, nos afecta su presencia.

Prohibir la caza deportiva en todos los Espacios Naturales Protegidos, eliminar las obsoletas Reservas Regionales de Caza y resto de instituciones públicas análogas y prohibirles a los cazadores que provoquen molestias a las especies animales protegidas es lo mínimo a lo que se debería aspirar en una país civilizado que se precie, moderno y preocupado por la conservación medioambiental, eliminando de paso todos esos injustos privilegios que el resto de los españoles no comprendemos y que socavan la convivencia entre unos y otros. Todos estos aspectos son, como mínimo, del más obvio sentido común.

Ambicionar menos de eso es seguir viviendo en el medievo.

1 de febrero de 2024

La silueta

En mi última entrada de enero hacía un recordatorio de lo que ganarían en calidad las fotos de aquel atardecer maravilloso si una figura animal se hubiera recortado en el horizonte encendido. La fortuna no quiso complacerme entonces, pero me compensó tiempo después, con otras luces y, esta vez sí, con la silueta de una cierva (Cervus elaphus) perfilada en el horizonte. Apenas asomó unos segundos en aquel punto de la ladera, emergió de la nada, dio unos bocados a las herbáceas que habría por el suelo y desapareció en el negro de la ladera. Me permitió componer rápidamente un encuadre y disparar. Y ya está, se acabó. Al menos el azar se puso de mi lado esta vez por unos instantes fugaces y, levantando la cabeza, me permitió siluetearla con una pose bonita, distinta a la habitual mientras pastan, con la cabeza agachada. Sus grandes orejotas, su hocico, su cuerpo esbelto y sus cuatro patas se recortan contra un cielo "panza-burro" (blanco zaino que me decía otro fotógrafo de fauna) que, medio a contraluz, contrasta lo suficiente para sacarle algo de partido en blanco y negro. Un ciervito macho a su lado con una cuerna guapa hubiera estado muy bien, o uno de esos cielos incendiados.

No pudo ser, pero no pasa nada, esta me satisfizo igualmente y con eso me quedo, pues estar allí viendo esta escena ya constituyó suficiente premio para mí. Al fin y al cabo, la vida natural está repleta de instantes así, y yo tuve la fortuna de formar parte de uno de ellos. ¿Se puede pedir algo más? Sinceramente, yo creo que no. 



25 de enero de 2024

Atardeciendo

19:02 - 10/enero/2024
Son exactamente las siete de la tarde y dos minutos, y comienza el final de la jornada para nosotros, el principio del fin de un día más, que ha sido largo y, como siempre, entretenido. Pero no solo para nosotros, para otros muchos bichos también se acerca la conclusión de este impasse diurno. Por el contrario, en estos mismos momentos habrá quienes se estén desperezando para iniciar su jornada nocturna.

Abandono por unos minutos la búsqueda de fauna y el mismo 500 mm con el que espero fotografiarla me permite centrarme en la parte del paisaje que más interés tiene, en el más sugestivo. Me abstraigo de todo lo demás, que ahora mismo me sobra. Una nube lenticular asoma bajo un oscurísimo nubarrón, desplazándose de derecha a izquierda y componiendo para mí esta fotografía. Sin apenas edición, la foto está prácticamente tal cual la captó el sensor. Maravilloso atardecer, sin duda. Promete.


19:05 - 10/enero/2024
Desaparecen las esbeltas nubes lenticulares del cielo y ahora comienzan a arrebujarse nubes llenas de flecos, vaporosas e inquietas, apenas tres minutos más tarde. Como si de una respiración se tratara, el atardecer se relaja en una suave y prolongada expiración antes de coger de nuevo fuerza y llenar los pulmones hasta el último resquicio. Pareciera estar cogiendo aire para la traca final del espectáculo que nos regalará este día.


19:14 - 10/enero/2024
Espectáculo que muta por momentos y que va cambiando ostensiblemente hasta no parecer la misma tarde que la que nos mostraba la primera instantánea, habiendo transcurrido tan solo un intervalo de doce minutos desde entonces. Tras abandonar por unos momentos el espionaje con los prismáticos de la fauna del lugar en busca de tímidos cuadrúpedos, continúo centrado en los paisajes más lejanos a nosotros, dramatizándolos gracias a la larga focal utilizada. El final del día se va volviendo más y más seductor por momentos. Barro con la lente el horizonte, despacio, de un lado a otro, y en el regreso me detengo en el mismo grupo de encinas de la primera fotografía y en la misma alambrada que cercena el trasiego de los mamíferos de mayor porte. Compongo con ellas una vez más, y aprovecho la suave -y para mí, atractiva- pendiente de la ladera que concede algo de dinamismo a la composición.



19:21 - 10/enero/2024
Se suman otros ocho minutos más desde la imagen previa. Seguimos en el mismo lugar observando cómo el crepúsculo va cobrando más y más fuerza e intensidad. Sin llevar otras lentes (un chapuzas, vamos, ¡a quién se le ocurre!), no puedo buscar un encuadre más abierto que el que me proporciona este teleobjetivo, y me tengo que adaptar a su reducido ángulo de visión; con él busco detalles entre las nubes. Finalmente me ha podido la intensidad del color y el contraste con las nubes oscuras y el cielo pálido. Parece mentira que minuto a minuto la tarde se transforme de esta forma tan radical.

19:24 - 10/enero/2024
Pues tan solo otros tres minutos después, y girando ligeramente la dirección de la cámara, me encuentro con esta brutal exhibición que al sensor le cuesta plasmar sin atascarse con el color. El contraste con las áreas oscuras de las nubes es demasiado grande y lo aprovecho haciendo diversas versiones del mismo grupo de nubes. Es literalmente imposible que la plasticidad de este cielo no nos tenga abstraídos en tanto dure este ocaso in crescendo, aunque instintivamente mi cerebro de fotógrafo echa de menos una silueta en el horizonte mucho más sugerente: árboles grandes y separados, una ermita, un picacho, la silueta de una ciervo, un algo que tuviera un cierto poder de atracción; un centro de atención que compensara el peso de ese cielo incendiado. Aún así ... ¿cómo no estar ocupado con semejante lienzo delante?


19:25 - 10/enero/2024
Simplemente un minuto más tarde de la estampa anterior, el sensor guarda para siempre esta otra escena, tan diferente como bella. Basta con desplazar ligeramente un poco la dirección de la toma para cambiar radicalmente de sensaciones, y si la anterior me provocaba un sentimiento de desazón y tragedia, de drama y hostilidad, de una naturaleza dura y áspera, la siguiente, por el contrario, me evoca serenidad y calma, la calma que inexorablemente siempre sigue después de la tempestad. Ahora sí que sí, la silueta de un mamífero en ese hueco en el horizonte hubiera sido la guinda de un pastel que se iba acabando ya. 



19:30 - 10/enero/2024
El ocaso toca a su fin y la toma que sigue servirá para dar cerrojazo a aquel atardecer que nos proporcionó el regalo de una tarde memorable. Las fotografías siempre serán, como siempre, lo de menos, aunque nos sirvan después para rememorar las sensaciones vividas y los sentimientos provocados. Esas emociones que solo la sensibilidad humana nos puede ayudar a percibir en nuestro interior, aunque sean fruto de la belleza de ese maravilloso mundo que nos rodea. ¡Cuán alejado está el ser humano de esa naturaleza de la que, sin embargo, formamos parte! Naturaleza prostituida por el utilitarismo que hacemos de ella, naturaleza degradada por el egoísmo de algunos y, por supuesto, naturaleza olvidada por la insensibilidad de muchos. Así, esa misma valla cinegética que aparece en estas fotos nos baja a la cruda realidad del día a día. Una valla de muerte en medio de esta belleza superior. Una valla mimetizada ya en nuestro subconsciente, como si formara realmente parte de esa naturaleza tan hermosa. Una alambrada cinegética fea y horrible por lo que provoca, formando parte de nuestros campos, como lo forman los árboles y las rocas. Una alambrada sencillamente asquerosa bajo el atardecer más hermoso que se pueda desear.

La cara y la cruz de nuestro mundo actual, bajo un magnífico atardecer.


8 de diciembre de 2023

Tras el fósil de la Edad del Hielo

Después del alto en el camino que hicimos en Dinamarca, donde ciervos (Cervus elaphus) y gamos (Dama dama) me sirvieron para desentumecer el dedo índice, llegamos por fin al Parque Nacional de Dovrefjell-Sunndalsfjella, en el centro-sur de Noruega. Este espacio natural protegido ocupa 1.693 kilómetros cuadrados de superficie del área montañosa de Dovrefjell, una cordillera fuertemente erosionada. El término dovre hace referencia al topónimo de la zona, lo que sumado a fjell, cuyo significado es "montaña", viene a traducirse como la montaña de Dovre. Desde los 2.286 metros de su cota más elevada, en la cumbre del Snoetta, podremos observar un paisaje duro e inhóspito donde la biodiversidad necesariamente se vuelve escasa en estas fechas, pues ni hay recursos suficientes para albergar un gran número de especies, ni muchas de ellas son capaces de adaptarse a las condiciones climáticas y ecológicas del lugar durante los meses más fríos. El contraste con la época estival, cuando miles de aves migratorias asaltan el Ártico para reproducirse, es brutal. Pero sobrevivir ahora no resulta fácil en este lugar tan rotundamente severo, con largos, muy largos y fríos inviernos, y estaciones estivales cortas, muy cortas, realmente demasiado breves. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno; pues entonces aquí el período estival debe ser fabuloso a juzgar por lo breve que llega a ser.


En las partes de menor altitud del parque podemos encontrar los clásicos abedules y sauces de porte bajo, y a veces hasta achaparrado, adaptados a las inclemencias meteorológicas propias de una región geográfica pre-ártica. Toda la vegetación restante que encontraremos la veremos a ras de suelo. La "tundra alpina subpolar" -como la denominan los ecólogos- propia de este parque nacional también se extiende por encima de la línea de árboles, pero esta vez por el efecto de la altura de la cordillera en vez de por la latitud, como sucedería con la tundra ártica. Al igual que en esta región biogeográfica conocida por todos, estas tundras alpinas se caracterizan también por la ausencia de arbolado y por un tapiz vegetal muy ralo, que apenas se despega del suelo para luchar contra las adversas condiciones de viento y frío. El suelo permanece helado -aunque no esté realmente constituido por lo que conocemos como permafrost- y cubierto por la nieve gran parte del año. Este suelo, además, a menudo se encontrará encharcado formando turberas pobres en oxígeno y, por lo tanto, con pésima descomposición de la materia orgánica. Así las cosas, caminaremos sobre un tapiz increíble de musgos y líquenes que puede abarcar hasta donde alcanza la vista.







Este ecosistema no puede mantener durante el período invernal una gran variedad de fauna pero, a cambio, la que resiste es extraordinariamente interesante dadas las condiciones ambientales tan adversas a las que se ha de enfrentar para sobrevivir a la estación y prosperar. Serán verdaderos especialistas. Nosotros nos cruzamos, por ejemplo, con algún rastro de liebre variable (Lepus timidus) y de perdiz nival (Lagopus muta) o lagópodo escandinavo (Lagopus lagopus) -a saber quién era el autor de estas últimas huellecitas en cuestión-. Pero, además, seres como el lemming (Lemmus lemmus), tan fundamental en este paisaje de tundra como base alimenticia de los depredadores que aquí sobreviven, tales como los zorros árticos (Vulpes lagopus, o a veces también como Alopex lagopus), glotones (Gulo gulo) o los búhos nivales (Bubo escandiacus), así como algunas de las últimas manadas de renos salvajes (Rangifer tarandus), son criaturas tan especiales y asombrosas que forman parte de nuestro imaginario colectivo cuando pensamos en el mítico Ártico. 



Pero si hay una estrella indiscutible en este parque nacional, ese es sin ningún género de duda, el buey almizclero (Ovidos moschatus). Por todos los lados vemos referencias a este herbívoro, y encontraremos numerosos carteles advirtiéndonos de su peligrosidad en caso de tener un encuentro excesivamente cercano con él.


Los carteles, ubicados por diversos sitios, rezan en noruego, inglés y alemán:

ATENCIÓN - BUEYES ALMIZCLEROS. Ahora usted está en un área con bueyes almizcleros. El buey almizclero es un herbívoro pacífico, pero puede atacar si usted se acerca demasiado. ¡Entonces usted correrá un gran peligro! Si accidentalmente se encuentra con un buey almizclero en su camino, retroceda despacio y de un gran rodeo a su alrededor. Por su propia seguridad: NUNCA SE ACERQUE A MENOS DE 200 METROS. USTED ES EL ÚNICO RESPONSABLE EN CASO DE ACCIDENTE.

¡Vaya ánimos que dan!, jejeje.

Habrá que remangarse para trabajar y ponerse a buscarlo. Nos hemos dado un par de jornadas para intentar llevarnos algún retrato de esta maravilla prehistórica, así que no hay tiempo que perder ya que las horas de luz en estas fechas tampoco ayudan. El hielo en los senderos inferiores y la capa de nieve más arriba ralentizan la marcha, pero a cambio nos puede facilitar la localización de los bueyes sobre el blanco elemento, si aciertan a moverse por alguna ladera nevada. El fuerte viento ha barrido la nieve en muchas zonas del parque y todo cobra un aspecto confuso. Localizado el primer día un pequeño grupo en la lejanía compuesto por unos cinco ejemplares, toca dirigirse hacia ellos. No será sencillo, y cuando alcancemos el lugar -las cercanías de una suave cumbre- parecen haberse volatilizado. Ya no los veremos por ningún lado. 





Las huellas aquí y allá nos indican que solo un rato antes pasaron por aquí; pero, no habiendo obstáculos tras los que esconderse, nos parece mentira que unos bichos tan grandes hayan desaparecido sin que los hayamos visto. Nos va a resultar complicado volverlos a encontrar.





El buey almizclero, por muy aspecto de buey que tenga, y por mucho nombre de buey que lleve, es en realidad una cabra disfrazada. El Género Ovidos -del que es la única especie que vive en la actualidad- es uno de los once en que se divide la subfamilia Caprinae. Esta bestia parda tiene, pues, un parentesco filogenético mucho más cercano a las cabras, los muflones y las ovejas que a las vacas, los búfalos y los verdaderos bueyes, pertenecientes todos ellos a la subfamilia Bovinae. Podríamos decir que el buey almizclero es una cabra que se ha pasado de la raya haciendo pesas y dopándose con esteroides anabolizantes para desarrollar su volumen corporal, hasta el punto de ser un buen ejemplo de "convergencia evolutiva" al presentar unas características morfológicas similares a las de los miembros de Bovinae, siendo él, como hemos indicado, un destacado miembro de Caprinae.




Durante épocas glaciares ocuparon gran parte de Eurasia y Norteamérica al encontrar condiciones ecológicas adecuadas para su expansión, alcanzando incluso la península Ibérica. Luego corrieron una suerte pareja a la de los mamuts y fueron desapareciendo de gran parte de su área de distribución, a lo que se sumó finalmente la caza abusiva en épocas ya históricas (¡cómo no!, de nuevo la psicopatía humana aparece detrás de otra extinción), hasta quedar relictos en unos pocos enclaves del Ártico canadiense y groenlandés, allá por los siglos XIX y XX. Desde entonces su población ha ido en aumento, de la mano de las regulaciones cinegéticas y las reintroducciones en diversos puntos de su histórica área de distribución, hasta alcanzar en nuestros días un total de entre 80.000 y 125.000 individuos en todo el Holártico.

Este es el caso también de Dovrefjell, en Noruega, donde unos trescientos ejemplares prosperan perfectamente en la actualidad, habiendo incluso servido de núcleo fuente para colonizar de modo natural alguna otra área cercana en la región fronteriza entre Suecia y Noruega. En estas tundras alpinas de Dovrejell fueron reintroducidos por primera vez en 1932, aunque de nuevo la caza los volvió a exterminar (¡no aprendemos, somos una verdadera plaga!) durante la segunda contienda mundial, lo que obligó de nuevo a "re-reintroducir" más individuos a partir de 1947.

Hasta 400 kilos de músculo bruto acabados en unos cuernos afilados y una testuz con la que los machos se enfrentan en la época de celo a velocidades a veces de 40-60 km/h como trenes descarrilados, dan para pensárselo mucho antes de acercarse a estas bestias lanudas de la Edad del Hielo. En especial los que nos ponemos delante de ellos por primera vez, recordando las advertencias de los cartelitos en cuestión y de todas las webs oficiales consultadas antes del viaje. El buey almizclero es de las pocas especies de ungulados que son capaces de enfrentarse a sus depredadores y salir victoriosos del encuentro; aparte del búfalo cafre frente a los leones, no se me ocurren muchos más. Mientras lo habitual es que, ante una amenaza, un herbívoro salga huyendo, estos animales del Pleistoceno reaccionan de forma diferente, atacando de un modo agresivo sin muchas contemplaciones, siendo famosa su férrea defensa de los terneros mediante la formación de un círculo de adultos con los cuernos hacia el exterior y los terneros protegidos entre ellos. No, no les debe resultar nada fácil a una manada de lobos hacerse con un buey almizclero, siendo estos cánidos en la actualidad sus únicos depredadores allí donde sus áreas de distribución aún coinciden, lo que sucede en el Ártico canadiense y ruso, pero no en Noruega o Suecia. En estos países tan "civilizados y modernos" el odio paranoico y fanático al cánido consiguió exterminarlo en los años 70 del pasado siglo, y hoy solo regresa a duras penas desde Finlandia y Rusia a unos territorios donde la persecución institucional, tanto en Noruega como en Suecia, continúa siendo sencillamente medieval en pleno siglo XXI. Las luchas encarnizadas entre un buey almizclero adulto y un grupo de lobos solo se terminan tras el agotamiento del buey, quizás tras horas de persecución y enfrentamiento, lo que solo puede asombrarnos y provocarnos un profundo respeto por la capacidad de supervivencia que ostentan ambos mamíferos.

No nos lo podemos creer, cuando por fin los tenemos frente a frente, la distancia es verdaderamente corta para que pueda trabajar con tranquilidad y eficacia. Tan cerca que no me puedo mover como debiera para encuadrar y componer imágenes agradables en este entorno tan hermoso. 


Los animales están tumbados en una minúscula hondonada. Las fotografías en estas condiciones no son lo que nosotros esperábamos conseguir. Sin opciones de moverme alrededor con soltura, ni de fotografiarlos en actitudes o poses diferentes, no nos quedará más opción que conformarnos con un manojo de fotografías repetidas y la emoción de haber estado a unas pocas decenas de metros de ellos, formando por unos momentos parte de su mundo. El macho, de potentes cuernos, de vez en cuando abre los ojos y me mantiene controlado. Está amodorrado como el resto de su equipo, un ternero y varias hembras. Y así permanecerán el resto del día.



Sin inmutarse. Las pocas horas de luz que ya se empiezan a notar durante el mes de octubre en estas latitudes nos obliga a dejarlos allí sin poderlos disfrutar realmente, pastando de pie, moviéndose e interactuando entre ellos. Nada. Aguantaron tumbados estoicamente durante horas, desde última hora de la mañana hasta bien entrada la tarde. Nosotros paseamos y esperamos; comimos y esperamos; charlamos y esperamos; seguimos paseando por los alrededores y esperamos; ... y nada, no se les vio prisa alguna por moverse en ningún momento.


¿Y los 200 metros esos de los cartelitos? pareció preguntarme una hembra mientras me lanzó una mirada desde no más de 50. Yo, en el borde que dominaba la hondonada también me lo pregunté.

Toca, pues, recoger y regresar a la seguridad del valle y de la furgoneta. Habrá más oportunidades en el futuro. Por esta vez será suficiente.