Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

30 de noviembre de 2020

Y sigue el goteo ...

 ... de ejemplares muertos de oso pardo (Ursus arctos) en nuestro país. Coincidiendo con la temporada de caza dos hembras de oso han caído el mismo día bajo los disparos de sendos cazadores, una en los Pirineos y la otra en la montaña palentina.


La osa Sarousse lo hizo ayer domingo 29 de noviembre en un valle del Pirineo oscense, lo que suma el tercer ejemplar de esta especie muerto en esta cordillera en lo que llevamos de año, tras la muerte el 9 de abril en extrañas circunstancias del macho Cachou en la vertiente española y de otro ejemplar más en la vertiente francesa con varios disparos de arma de fuego. Cabe reseñar que el miércoles 18 de noviembre, siete meses después de la muerte de Cachou, fue detenido y posteriormente puesto en libertad con cargos un agente forestal del Conselh Generau d'Aran acusado de un delito contra la fauna, otro de prevaricación y uno más de revelación de secretos, relacionados con la muerte de dicho animal, algo que tiene pocos precedentes en nuestro país, donde siempre ha salido gratis matar a esta especie. La muerte de este último ejemplar de oso en los Pirineos, la vieja osa conocida como Sorousse, tuvo lugar durante el transcurso de una batida al jabalí, modalidad cinegética que se ha demostrado en ya demasiadas ocasiones trágica para la especie, pero que se sigue practicando sin remordimiento alguno en todo nuestro territorio nacional, independientemente de que se conozca en la zona la presencia de las especies protegidas más emblemáticas de nuestra fauna, como en el caso de los propios osos pardos en el norte de nuestra geografía, o de linces, buitres negros, águilas imperiales, reales o perdiceras en el resto de la península, e incluso durante la temporada reproductora. Nunca nos cansaremos de criticar abiertamente estas modalidades cinegéticas debido al estrés brutal que provoca en todas las especies animales que puedan vivir en la zona sobre la que se practica la batida, el gancho o la montería.


Por su parte, también caía ayer víctima de otro cazador una hembra de oso pardo del reducido núcleo oriental de la especie, en el término municipal de Cervera de Pisuerga -en la montaña palentina-, durante el transcurso de otra cacería al jabalí, ¡cómo no!, la enésima que acaba de esta trágica manera. Y esto sucedió a pesar de que en esta ocasión la partida de caza estaba acompañada por dos celadores ambientales y un miembro de la Patrulla Oso de la Junta de Castilla y León, lo que parece indicar que alguna sospecha de la presencia de ejemplares había, aunque la Junta haya anunciado que en los días previos se rastreó la zona y no se había podido constatar este hecho. Yo, personalmente, no me lo creo dado el historial que arrastra tras de sí la siempre judicializada Junta de Castilla y León en materia medioambiental, y la lamentable trayectoria que ostenta del más profundo desprecio a nuestro patrimonio natural.

Este nuevo suceso ocurre en uno de los sumideros de osos pardos más vergonzosos de nuestro país: la Reserva Regional de Caza de Fuentes Carrionas, donde en las últimas décadas no han dejado de aparecer cadáveres de osos muertos por disparos y veneno a pesar del pequeño número de individuos con que cuenta, que durante varias décadas estuvo limitado a dos o tres decenas. La diferencia en el número de ejemplares muertos en este núcleo oriental -que cuenta con unos 50 ejemplares en la actualidad- es muy poco significativa respecto de los osos muertos en el vecino núcleo occidental, que mantenía una población de aproximadamente 280 ejemplares en 2018. Es verdaderamente escandaloso que Parques Naturales como este de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre-Montaña Palentina, sean a la vez Reservas Regionales de Caza, en donde la muerte de la fauna por diversión se prioriza sobre el uso conservacionista del mismo espacio físico. No hay palabras para explicar este sinsentido y debería sonrojar a la propia Consejería de Fomento y Medio Ambiente si tuvieran un mínimo de dignidad. Y ya que estamos con este asunto, no estaría demás que, al igual que a los cotos privados de caza se les sanciona con un número determinado de temporadas sin poder realizar actividades cinegéticas cuando en su interior se cometen delitos contra la fauna, como por ejemplo el uso del veneno, a las propias Reservas Regionales de Caza se les aplicara un protocolo similar cuando en su interior ocurren sucesos tan graves como el de Fuentes Carrionas.


Este espacio natural protegido se ha convertido desde hace muchas décadas en un territorio muy peligroso para el oso (y otros animales como el lobo), donde la caza por diversión y el furtivismo están realizando estragos en la reducida población osera del núcleo oriental. Cuando el ejemplar muerto es además una hembra, la gravedad se multiplica exponencialmente, representando un duro golpe para su recuperación. Y esto es así por la desproporcionada relación que existe en la subpoblación oriental entre machos y hembras. La sex ratio se inclina abrumadoramente a favor de los machos respecto del género opuesto. En las últimas temporadas se han venido reproduciendo del orden de seis osas en este núcleo, lo que representa un porcentaje muy pequeño con respecto del número de machos existente. Esto tiene dos consecuencias directas: en primer lugar el alto riesgo de infanticidio que emana de la gran densidad de machos dispuestos a aparearse con tan pocas hembras, derivando en un evidente menor éxito reproductor. Y en segundo lugar, dificulta la expansión de su área de distribución, impidiendo así la deseada conexión con la subpoblación occidental que evitaría los riesgos de la consanguinidad. Esto sucede por la marcada "filopatría" que presentan las hembras de esta especie, que hace que las osas jóvenes se queden en las proximidades de sus lugares de nacimiento una vez alcanzada la madurez sexual, provocando una gran lentitud en la ampliación de su área de distribución.


Pero no nos engañemos, el problema que la práctica de la caza acaba provocando en la población osera de la Cordillera Cantábrica y el furtivismo desaforado que encontramos en ambas vertientes montañosas, ocupadas por ya demasiadas Reservas Regionales de Caza (las de Fuentes Carrionas, Riaño y Mampodre en Castilla y León, y hasta 11 más en la vertiente asturiana que afectan a prácticamente la totalidad de la vertiente norte de la cordillera, casi sin interrupción) perjudica por igual a los dos núcleos oseros, como ya vimos en una entrada del blog publicada este verano y titulada "Osos: venenos, lazos y tiros". Nos encontramos ante un problema sistémico en la cordillera, donde caza y furtivismo están íntimamente ligados a esta magnífica espina dorsal, y en donde limitar la primera y luchar contra el segundo parece hoy en día un objetivo difícil de alcanzar.

Estas dos osas no serán los últimos ejemplares de oso pardo que morirán en nuestras montañas ante la desidia de nuestras administraciones, que se ponen de perfil ante un serio problema de conservación, como si las cuestión no fuera con ellos. Hoy por hoy, tocar la caza parece tarea imposible y perseguir el furtivismo una verdadera quimera.

ÚLTIMA HORA: cuando ya han pasado más de una semana desde que publiqué esta entrada, me hago eco del levantamiento del sumario decretado por la jueza que investiga la muerte del oso Cachou, para lamentar que el delito fue premeditado y estudiado con detenimiento. Este caso ha puesto de manifiesto la existencia hasta de un grupo de WhatsApp denominado Plataforma Antioso compuesta por un gran número de personajes (llegó a contar con casi 150 miembros), algunos de los cuales incluso tenían o habían tenido (como el detenido) cargos de responsabilidad en el Consell d'Arán que gobierna en El Valle de Arán, incluido el presunto cabecilla de la trama. Cachou fue envenenado con anticongelante presuntamente por un investigado que trabajaba como funcionario de Medio Ambiente, cuyas funciones eran precisamente el seguimiento de los osos, y que tenía por lo tanto acceso directo a la localización exacta de los animales radiomarcados. Incluso habría bravuconeado en alguna ocasión diciendo que lo envenenaría de esta manera.

Solo esperamos que todo el peso de la Ley recaiga sobre todos los responsables del envenenamiento y sobre sus encubridores.

28 de noviembre de 2020

Política, ideología y fantasía

Que la política lo impregna todo en nuestras vidas lo sabemos a la perfección. Que la ideología al final afecta a la conservación de nuestro medioambiente en función de intereses políticos y de partido es algo sobre lo que tampoco es necesario insistir demasiado. Y que la fantasía es, además, la base de la demagogia habitual en las declaraciones que hay detrás de esos intereses políticos, ideológicos y partidistas tampoco tiene mucha discusión. Si a ese cóctel le añadimos argumentos económicos ya tenemos montado el collage en el que se desenvuelven nuestras administraciones en la gestión de los intereses del bien común.

Hace unos pocos días nos desayunábamos con la noticia de que el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico había paralizado la tramitación administrativa iniciada en 2019 por la cual se iba a incluir toda la población de lobo ibérico en el Real Decreto 139/2011 que desarrolla el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, así como el Catálogo Español de Especies Amenazadas. Esta solicitud se basaba en el Dictamen de Comité Científico del propio Ministerio, que así lo aprobaba indicando que "Se recomienda la inclusión de todas las poblaciones de lobo ibérico en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial". Lo curioso del caso es que este renuncio del Ministerio se enmascara con el borrador de una nueva Estrategia para la Conservación y Gestión del Lobo en España, en la que "... propone homogeneizar el estatus de protección de la especie a nivel nacional, incluyendo a todas las poblaciones españolas en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, y unas líneas de acción prioritarias para que la gestión y conservación del lobo sea coherente en todo el territorio español, ...", reconociendo implícitamente que la gestión que nuestro país hace de este animal tiene de todo menos de coherente.

Recordemos que en Castilla y León, Cantabria, Galicia y La Rioja se la maneja como una especie cinegética más, al contrario que en Asturias donde no lo es, pero donde su población es controlada muy intensamente por parte del personal del Principado, haciendo gala de que será un Paraíso Natural solo si interesa y según para qué especies de nuestra fauna, con Programas de Control anuales verdaderamente duros con la especie. Por su parte el País Vasco, donde siempre ha sido un sumidero por su política de "Territorio Libre de Lobos", está protegido por el Catálogo Vasco de Especies Amenazadas, aunque no cuenta todavía con ningún Plan de Conservación y se la "controla" también de un modo riguroso impidiendo de facto su asentamiento en la comunidad. Extremadura, Andalucía y Castilla-La Mancha, que han contado hasta hace muy pocos años con poblaciones residuales, hoy extintas, no cuenta tampoco con Planes de Conservación alguno. En el resto de comunidades españolas o no está incluido en ningún catálogo de especies protegidas o aparece como "Extinto". Por último, y como para demostrarnos que nuestra legislación sobre la conservación de la especie es un caos vergonzoso, Portugal (no podemos obviar que se trata de una única población que no entiende de fronteras administrativas) lo regula dentro de la máxima figura de protección, siendo catalogado "En Peligro de Extinción". Un lobo portugués, protegido con la máxima figura en el país vecino, puede ser abatido en Zamora o Galicia sin mayor problema, como así sucede en más de una ocasión. Si esto no es un descontrol, decirme entonces qué es.


¿Pero qué significa formar parte de este Listado y Catálogo?. Transcribiendo el texto del Real Decreto 139/2011 "... en el Listado se incluirán las especies, subespecies y poblaciones merecedoras de una atención y protección particular en función de su valor científico, ecológico, cultural, singularidad, rareza o grado de amenaza, así como aquellas que figuran como protegidas en los anexos de las directivas y los convenios internacionales ratificados por España" Este caso es el del lobo, que figura en el Anexo II -Especies de Fauna Estrictamente Protegidas- del Convenio de Berna,  que nuestro país ratificó en 1986, aunque incluyendo de modo específico al lobo en el Anexo III -Especies de Fauna Protegidas-. Cuando este convenio fue actualizado dos años más tarde España no realizó ninguna indicación u observación al respecto de esta especie, por lo que según algunas interpretaciones pasó a estar incluida en el Anexo II. Sea como fuere, esté incluida en el Anexo II o en el Anexo III, lo cierto es que la inclusión en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial y en el Catálogo Español de Especies Amenazadas es un mandato europeo administrativo que España está obligado a concluir. Y este Ministerio ha paralizado el trámite ya iniciado para, simplemente, decir que hay que hacerlo. De vergüenza.

Y más allá de todo esto ¿qué implica formar parte del mismo? Pues simple y llanamente que no se puede gestionar a la especie matándola, ni mediante la caza deportiva por diversión, ni con controles letales de manera predeterminada como se hace en Asturias. La gestión de numerosas especies se basa en la inclusión del taxón en cuestión en uno u otro listado, y solo a partir de estos Catálogos se pueden elaborar supuestas estrategias con contenido. La nueva "Estrategia para la Conservación y Gestión del Lobo en España" elaborada por el Ministerio no tiene ningún valor normativo o jurídico, ni obliga a las comunidades absolutamente a nada. Es solo un regalo envenenado para quien crea que la conservación "coherente" del lobo en España está mas cerca. Un escaparate vacío de contenido para contentar a unos y acallar a otros. Las principales Comunidades Autónomas con presencia del gran cánido no están ni obligadas ni dispuestas a cambiar su gestión de la especie, por lo que la citada Estrategia es más "papel mojado" sobre la misma. Y valgan como ejemplo las declaraciones de Javier Brea, diputado del PP de Asturias, en las que tira del catálogo de frases hechas, demagogas, fantasiosas y manipuladoras: que si la protección del lobo "... pone en riesgo el mantenimiento de la ganadería en Asturias...", que si "... la especie que estará en peligro será el ganadero ...", incitando al enfrentamiento entre conservacionistas y mundo rural diciendo que sería "... plegarse a los intereses de los ecologistas ...", o que los ganaderos " ... sacrifiquen su ganado en pro de los caprichos de algunos colectivos que se creen con el derecho de gobernar en casa ajena", y habla de "empecinamiento ideológico". No tienen desperdicio sus declaraciones aparecidas en el artículo de prensa, aunque son simplemente más de lo mismo, mostrándose no solo radicalmente en contra de su inclusión en ningún listado, o haciendo propaganda de que la mejor gestión que se puede hacer de la especie es la cinegética, sino que incluso llega a afirmar la necesidad de establecer regiones libres de presencia del lobo, que es una manera eufemística de hablar de su exterminio en amplias regiones. Termina pidiendo al MITERDO que se mantenga firme en la paralización de su inclusión en el mencionado Decreto 139/2011.

Efectivamente, como podemos leer entre líneas, el Ministerio no ha tenido las agallas ni la responsabilidad que hay que tener para concluir un trámite administrativo ya iniciado, presionado por las Comunidades Autónomas más beligerantes contra protección del lobo -CyL, Galicia, Asturias y Cantabria, principalmente- que se deben a sus ideologías conservadoras, que hacen política de los conflictos inventados en busca de réditos electorales y que fantasean con las repercusiones de un problema amplificado, y a los que solo les falta argumentar sobre el riesgo que corre Caperucita en el bosque. 

No podemos por menos de lamentar que el MITERDO haya puesto el pie en el freno, y hasta nos produce hastío y cabreo a gran parte de los ciudadanos españoles comprobar cómo, otra vez más, los intereses generales en pro de la conservación ambiental se supeditan a otros intereses políticos. Y ha tenido tan pocas agallas el Ministerio para seguir adelante con la tramitación, que simplemente la pospone, dejando la patata caliente para otros que vengan detrás. Paraliza la inclusión en el listado para directamente proponer que se incluya. Sería cómico sino fuera porque ello va a suponer la continuidad de la gestión letal de cientos de lobos cada año en nuestro país.


La población situada al sur del Río Duero de Canis lupus signatus sí se encuentra incluida en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial y el Catálogo Español de Especies Amenazadas del citado Real Decreto, pero el resto de la población española se encuentra abandonada a la discreción política, ideológica y partidista de quienes gobiernan en base a acechanzas electorales, lo que provoca que un mismo lobo pueda ser indultado en un punto de nuestra geografía y ejecutado a un km de distancia. Coherencia y lógica en estado puro. 

Entre tanto, se siguen matando más y más lobos, se sigue promoviendo la caza deportiva de una pieza clave de los ecosistemas, se sigue fomentando el odio a la especie y el enfrentamiento entre mundo rural y conservacionista, en base a intereses políticos, ideológicos y de partido, y haciendo ostentación de la fantasía propia de quienes nos administran a golpe de demagogia y manipulación.

24 de noviembre de 2020

Luces de invierno

Un año más nos acercamos al encuentro de uno de los espectáculos naturales que marcan como un reloj la llegada del frío. Un imprescindible de cada invierno. Este año tan extraño me ha impedido disfrutar plenamente de algunos de los momentos más intensos que nos regala la naturaleza, y que cada año marco en mi calendario con una cruz, pero este al menos no lo podíamos dejar pasar por alto. A media tarde los bandos gigantescos de grullas revolotean nerviosos de unos campos a otros impregnando con su sonido inconfundible la tarde. Charlan entre ellas, ruidosas, elegantes, formando una algarabía inconfundible. Su trompeteos, que a mí me recuerdan a un llamativo burbujeo, invaden la atmósfera decadente de otro atardecer más en el azud. ¡Qué mejor disculpa para disfrutar de las delicadas luces que nos brinda el ocaso!, cambiantes, tenues, con suaves degradados. El cielo despejado nos indica que esta noche volverá a helar. 

Son los sonidos y las luces del invierno.

























NOTA: todas las imágenes se presentan con los encuadres originales, sin recortes y sin clonados de ejemplares en los bordes u otras manipulaciones.

6 de noviembre de 2020

A vueltas con la caza










Valgan las imágenes anteriores para hacer notar que somos muchos los ciudadanos (sin duda, mayoría) que no comprendemos cuál es la diversión que se puede encontrar en pegarle un tiro a animales tan bellos como los de las mismas, y que nos parece incomprensible que el mismo ser humano que se vanagloria de sus valores morales sea el que justifique el sufrimiento gratuito del resto de seres vivos de La Tierra para su simple diversión. Es obvio que el modelo de relación que tenemos con el propio planeta tiene que cambiar si queremos sobrevivir a la terribles consecuencias que nuestra desafección está provocando, algo que incluso en estos tiempos de pandemia muchos negacionistas no acaban de comprender. Disfrutar matando y haciendo sufrir a nuestros compañeros de viaje no tiene justificación moral alguna en nuestros días para una gran mayoría de la sociedad.

Pero hoy no voy a hablar de las disyuntivas morales que implica esta afición en la actualidad. Tengo que reconocer que en mis años de juventud era mucho más permisivo y condescendiente con la caza deportiva que en la actualidad, no sé muy bien si por la patente falta de información al respecto en aquellos años, o por la numerosa que ahora recabo. Si lo normal es que con la suma de los años los seres humanos nos volvamos más tolerantes que en aquella dorada juventud cuando nos queríamos revelar contra el mundo y contestar sus superficialidades, sus formalidades, sus normas establecidas y sus costumbres, en este tema suele pasarle a muchos naturalistas justamente lo contrario. Nos hemos vuelto mucho más contestatarios con los años. Una buena explicación a este curioso hecho lo podemos comprender leyendo entre líneas en aquella entrada que ya realizara en su momento (28/junio/2017) sobre los aspectos negativos de esta actividad, socialmente considerada por muchos como "deportiva" y que titulé Caza y biodiversidad. En aquel post hacía un repaso a los motivos por los cuales la actividad cinegética deportiva tendría que ser regulada de un modo mucho más restrictivo, con importantes limitaciones y muchas más prohibiciones si queríamos luchar contra la pérdida de biodiversidad del planeta, por una parte, y contra las nuevas problemáticas sociales que nos plantea en la actualidad, por otro lado. En una de estas últimas cuestiones nos vamos a fijar en este nuevo capítulo, pues nos afecta de un modo directo a muchísimos ciudadanos que hacemos uso y disfrute de la naturaleza mediante otras muchas prácticas, esta vez sostenibles, debido a la coacción que supone el desarrollo de la caza para nuestras propias actividades, y de un modo mucho más directo aún cuando el resultado del encuentro se salda con lesiones o muertos. 

Vamos a hablar de los accidentes de caza.

En aquella entrada utilizaba apenas el párrafo que transcribo a continuación para hablar de esta cuestión: 

"También podríamos mencionar los propios peligros que para cualquier persona implica que miles de armas potencialmente mortales se paseen por nuestros campos en manos de gente a la que no se les exige una rigurosa cualificación para portarlas. Así lo demuestra la media de fallecidos por arma de fuego durante la práctica de la caza que nos ofrecen las estadísticas en España, y que es superior a los 20 muertos anuales, a los que habrá que sumar los centenares de heridos que se producen cada temporada. Se vuelve incuestionable la peligrosidad de esta actividad que afecta no solo a los propios cazadores sino, en muchos de los casos, al resto de usuarios de la naturaleza. Somos mayoría los que también nos preguntamos por qué no se aprueba por Ley la prohibición de ingerir alcohol para todo aquel que vaya a empuñar un arma de caza y por qué no se generalizan de una vez por todas rigurosos controles de alcoholemia a los practicantes de esta actividad de riesgo, para preservar así la integridad física de todos los usuarios del medio natural, incluida la de los propios cazadores -recordemos que varios miles de ellos, además, son menores de edad de entre 14 y 18 años (en España algo más de 13.000 niños tienen licencia de armas). Si a la sociedad le parece lógico hacerlo para alguien que tiene un volante entre las manos, ¿qué problema habría para quien sujeta un arma cargada?"

Sin embargo, este año 2020, y a pesar de los meses de confinamiento domiciliario, las estadísticas se han disparado: 605 personas víctimas de un disparo por arma de fuego durante la práctica de la caza, 51 de las cuales fallecieron. Resulta una verdadera barbaridad que nos debería hacer reflexionar como sociedad si tenemos en cuenta, además, primero, que estas cifras se han alcanzado en solo 9 meses -desde el 1 de enero al 6 de septiembre-, segundo, que no todo el año ni en todo el territorio se puede cazar y, tercero y último, que no están incluidos en esos números los siniestros ocurridos en Cataluña o el País Vasco. 

Estas devastadoras cifras las sabemos gracias a una pregunta que el senador de Compromís, Carles Mulet García formulara al gobierno a finales de agosto, y que fue respondida con el correspondiente informe. Es una lástima que en este documento no se explique con números también cuántas de esas víctimas eran igualmente cazadores (obviamente la mayoría) y cuántas eran ciudadanos que en su libre derecho de disfrutar del medio ambiente o durante la realización de actividades profesionales o de otro tipo, coincidieron desafortunadamente en el espacio y en el tiempo con una partida de caza, lo que les resultó fatal. Estoy convencido que se pueden obtener interesantes respuestas del análisis de los datos de dicho documento, pero me centraré solo en unas cifras que me llaman poderosamente la atención. Por un lado, el hecho de que algunas provincias acumulen un número de siniestros significativamente superior al del resto. Por ejemplo, las más de dos decenas de víctimas de un disparo ocurridas en Albacete, Asturias, Badajoz, Cáceres, Córdoba, Cuenca, Jaén, Sevilla y, sobre todo, Ciudad Real con medio centenar, y Toledo con 67 personas tiroteadas. No menos llamativa es la barbaridad de 4 fallecidos en Orense, 5 en Asturias y 6 nuevamente en Toledo. También me llama la atención que en ninguna de las provincias haya habido 0 siniestros, en todas ellas han ocurrido al menos algún accidente de caza. No menos llamativo es el que las mujeres víctimas de un disparo durante la actividad cinegética representen un número significativamente pequeño -15, de las cuales 3 de ellas lo fueron también en Toledo- respecto al de los varones accidentados (590), algo que tiene mucho que ver con el machismo y la supuesta virilidad que para el género masculino representa el uso de las armas y la propia violencia como medio de diversión o de resolución de problemas. De todos estos accidentes en 2 ocasiones el autor del disparo ha sido un menor de edad, una de las cuales tuvo lugar nuevamente en Toledo, provincia que se despega de las demás como "especialmente peligrosa". Además, 17 fueron los menores que recibieron algún disparo accidental durante la práctica de la caza -1 de los cuales falleció en Valladolid-, lo que no debería dejar de hacernos reflexionar en profundidad. Todavía me enervo cada que vez que recuerdo las jornadas escolares que la Junta de Castilla y León subvencionó para fomentar la caza entre nuestros chavales fruto de un convenio con la Federación de Caza Castellano-Leonesa, cuyo Presidente criticó duramente lo que él consideraba restrictivas normas relativas a la concesión del permiso de armas a menores.

Por poner solo algunos ejemplos, a amigos míos y a mí nos ha silbado alguna bala muy cerca, segundos antes de que un jabalí cruzara corriendo en medio de un robledal, perseguido por varios perros a escasísimos metros de nuestro grupo de excursionistas, y sin que mediara señalización de caza alguna. Me han sonado escopetazos a escasas decenas de metros mientras yo permanecía escondido en mi hide haciendo fotos de fauna. O me han llegado los perdigones a los pies, clavándose alrededor mío como flechas en el limo de un pantano cuando cazadores desde la orilla contraria han disparado sus escopetas contra unos patos. He recibido desairadas palabras de cazadores malhumorados que con sus perros de muestra atravesaban jarales inmensos solo porque mi compañero y yo le espantábamos la caza hablando en alto (precisamente para que nos oyera con tiempo de evitar un accidente). ¿Y quién no ha visto cazadores con el arma cargada caminando junto a autovías o carreteras, o a distancias relativamente cortas de algún núcleo habitado?

Sinceramente, y aún siendo un convencido de que la libertad personal debe primar por encima de cualquier cosa, no puedo por menos de plantearme la necesidad de limitar en cierta medida este pseudodeporte responsable cada año no solo del sufrimiento de tantas familias españolas, sino además de la generación de tantísimas secuelas medioambientales. Lo cierto es que su libertad personal, la de los cazadores, choca en multitud de ocasiones con la del resto de usuarios de la naturaleza. Quien salga de modo habitual al campo y no haya tenido alguna vez un encuentro "delicado" con la caza se debe dar por afortunado. Así, entre mi equipo de campo durante la temporada cinegética siempre va un chaleco reflectante y algún gorro de color llamativo para evitar entrar a formar parte de esas estadísticas odiosas que tanto miedo nos dan. Y me pregunto cómo nos hemos llegado a acostumbrar a salir al campo con estos temores, cómo hemos llegado a normalizar esta situación de peligro en pleno siglo XXI. ¿Es lógica esta situación?, ¿es justa?, ¿o puede ser en gran medida evitada?. Yo creo que sí, que una legislación mucho más restrictiva respecto de la adquisición del permiso de armas y la tenencia de las mismas, una vigilancia mucho más directa y estricta de las actividades cinegéticas en general, y la directa prohibición de ciertas modalidades de caza en particular, así como una reducción tajante de los lugares en los que esa actividad se puede seguir practicando es, no solo posible, sino necesaria y muy urgente en nuestros días, para evitar que los peligros inherentes a este mal llamado deporte nos sigan afectando a todos, incluidos, además, a los que no comulgamos con él. No podemos permitirnos seguir sumando cada año docenas de muertos y centenares de heridos por armas de fuego en siniestros similares. Son tragedias humanas que destrozarán familias y amigos y que afectarán, además, a mucha gente de alrededor de la propia víctima, sean o no del mundo de la caza.

Vista la evidente peligrosidad inherente a esta práctica comienza a ser normal que muchos ciudadanos nos hayamos ido volviendo menos tolerantes con el paso de los años respecto de lo que, al final, no es sino matar animales por diversión, y porque cuando peinamos canas muchos de nosotros dejamos de admitir su insostenibilidad en nuestros campos. Nuestra sociedad no puede por menos de alegrarse de que el número de licencias de armas de caza que cada año se expiden en nuestro país se venga reduciendo en cada ejercicio, como no podía ser de otra manera en una sociedad que quiera mirar hacia adelante. Si en 2017 hubo un total de 2.603.569 licencias de armas de tipo D -caza mayor- y E -escopetas de caza y armas de tiro deportivo-, al siguiente año se bajó a 2.596.547 (7.022 licencias menos) y el año pasado se redujo de nuevo a 2.576.495 (20.052 licencias menos). Poco a poco vamos en el buen camino, es cierto, pero ... muy despacio.

Demasiado despacio para un planeta que se desmorona ambientalmente con nuestro insostenible modo de vida y la suicida relación que mantenemos con él. Dos millones y medio de armas campando por nuestra geografía siguen siendo demasiadas y demasiado peligrosas para todos.