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8 de diciembre de 2023

Tras el fósil de la Edad del Hielo

Después del alto en el camino que hicimos en Dinamarca, donde ciervos (Cervus elaphus) y gamos (Dama dama) me sirvieron para desentumecer el dedo índice, llegamos por fin al Parque Nacional de Dovrefjell-Sunndalsfjella, en el centro-sur de Noruega. Este espacio natural protegido ocupa 1.693 kilómetros cuadrados de superficie del área montañosa de Dovrefjell, una cordillera fuertemente erosionada. El término dovre hace referencia al topónimo de la zona, lo que sumado a fjell, cuyo significado es "montaña", viene a traducirse como la montaña de Dovre. Desde los 2.286 metros de su cota más elevada, en la cumbre del Snoetta, podremos observar un paisaje duro e inhóspito donde la biodiversidad necesariamente se vuelve escasa en estas fechas, pues ni hay recursos suficientes para albergar un gran número de especies, ni muchas de ellas son capaces de adaptarse a las condiciones climáticas y ecológicas del lugar durante los meses más fríos. El contraste con la época estival, cuando miles de aves migratorias asaltan el Ártico para reproducirse, es brutal. Pero sobrevivir ahora no resulta fácil en este lugar tan rotundamente severo, con largos, muy largos y fríos inviernos, y estaciones estivales cortas, muy cortas, realmente demasiado breves. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno; pues entonces aquí el período estival debe ser fabuloso a juzgar por lo breve que llega a ser.


En las partes de menor altitud del parque podemos encontrar los clásicos abedules y sauces de porte bajo, y a veces hasta achaparrado, adaptados a las inclemencias meteorológicas propias de una región geográfica pre-ártica. Toda la vegetación restante que encontraremos la veremos a ras de suelo. La "tundra alpina subpolar" -como la denominan los ecólogos- propia de este parque nacional también se extiende por encima de la línea de árboles, pero esta vez por el efecto de la altura de la cordillera en vez de por la latitud, como sucedería con la tundra ártica. Al igual que en esta región biogeográfica conocida por todos, estas tundras alpinas se caracterizan también por la ausencia de arbolado y por un tapiz vegetal muy ralo, que apenas se despega del suelo para luchar contra las adversas condiciones de viento y frío. El suelo permanece helado -aunque no esté realmente constituido por lo que conocemos como permafrost- y cubierto por la nieve gran parte del año. Este suelo, además, a menudo se encontrará encharcado formando turberas pobres en oxígeno y, por lo tanto, con pésima descomposición de la materia orgánica. Así las cosas, caminaremos sobre un tapiz increíble de musgos y líquenes que puede abarcar hasta donde alcanza la vista.







Este ecosistema no puede mantener durante el período invernal una gran variedad de fauna pero, a cambio, la que resiste es extraordinariamente interesante dadas las condiciones ambientales tan adversas a las que se ha de enfrentar para sobrevivir a la estación y prosperar. Serán verdaderos especialistas. Nosotros nos cruzamos, por ejemplo, con algún rastro de liebre variable (Lepus timidus) y de perdiz nival (Lagopus muta) o lagópodo escandinavo (Lagopus lagopus) -a saber quién era el autor de estas últimas huellecitas en cuestión-. Pero, además, seres como el lemming (Lemmus lemmus), tan fundamental en este paisaje de tundra como base alimenticia de los depredadores que aquí sobreviven, tales como los zorros árticos (Vulpes lagopus, o a veces también como Alopex lagopus), glotones (Gulo gulo) o los búhos nivales (Bubo escandiacus), así como algunas de las últimas manadas de renos salvajes (Rangifer tarandus), son criaturas tan especiales y asombrosas que forman parte de nuestro imaginario colectivo cuando pensamos en el mítico Ártico. 



Pero si hay una estrella indiscutible en este parque nacional, ese es sin ningún género de duda, el buey almizclero (Ovidos moschatus). Por todos los lados vemos referencias a este herbívoro, y encontraremos numerosos carteles advirtiéndonos de su peligrosidad en caso de tener un encuentro excesivamente cercano con él.


Los carteles, ubicados por diversos sitios, rezan en noruego, inglés y alemán:

ATENCIÓN - BUEYES ALMIZCLEROS. Ahora usted está en un área con bueyes almizcleros. El buey almizclero es un herbívoro pacífico, pero puede atacar si usted se acerca demasiado. ¡Entonces usted correrá un gran peligro! Si accidentalmente se encuentra con un buey almizclero en su camino, retroceda despacio y de un gran rodeo a su alrededor. Por su propia seguridad: NUNCA SE ACERQUE A MENOS DE 200 METROS. USTED ES EL ÚNICO RESPONSABLE EN CASO DE ACCIDENTE.

¡Vaya ánimos que dan!, jejeje.

Habrá que remangarse para trabajar y ponerse a buscarlo. Nos hemos dado un par de jornadas para intentar llevarnos algún retrato de esta maravilla prehistórica, así que no hay tiempo que perder ya que las horas de luz en estas fechas tampoco ayudan. El hielo en los senderos inferiores y la capa de nieve más arriba ralentizan la marcha, pero a cambio nos puede facilitar la localización de los bueyes sobre el blanco elemento, si aciertan a moverse por alguna ladera nevada. El fuerte viento ha barrido la nieve en muchas zonas del parque y todo cobra un aspecto confuso. Localizado el primer día un pequeño grupo en la lejanía compuesto por unos cinco ejemplares, toca dirigirse hacia ellos. No será sencillo, y cuando alcancemos el lugar -las cercanías de una suave cumbre- parecen haberse volatilizado. Ya no los veremos por ningún lado. 





Las huellas aquí y allá nos indican que solo un rato antes pasaron por aquí; pero, no habiendo obstáculos tras los que esconderse, nos parece mentira que unos bichos tan grandes hayan desaparecido sin que los hayamos visto. Nos va a resultar complicado volverlos a encontrar.





El buey almizclero, por muy aspecto de buey que tenga, y por mucho nombre de buey que lleve, es en realidad una cabra disfrazada. El Género Ovidos -del que es la única especie que vive en la actualidad- es uno de los once en que se divide la subfamilia Caprinae. Esta bestia parda tiene, pues, un parentesco filogenético mucho más cercano a las cabras, los muflones y las ovejas que a las vacas, los búfalos y los verdaderos bueyes, pertenecientes todos ellos a la subfamilia Bovinae. Podríamos decir que el buey almizclero es una cabra que se ha pasado de la raya haciendo pesas y dopándose con esteroides anabolizantes para desarrollar su volumen corporal, hasta el punto de ser un buen ejemplo de "convergencia evolutiva" al presentar unas características morfológicas similares a las de los miembros de Bovinae, siendo él, como hemos indicado, un destacado miembro de Caprinae.




Durante épocas glaciares ocuparon gran parte de Eurasia y Norteamérica al encontrar condiciones ecológicas adecuadas para su expansión, alcanzando incluso la península Ibérica. Luego corrieron una suerte pareja a la de los mamuts y fueron desapareciendo de gran parte de su área de distribución, a lo que se sumó finalmente la caza abusiva en épocas ya históricas (¡cómo no!, de nuevo la psicopatía humana aparece detrás de otra extinción), hasta quedar relictos en unos pocos enclaves del Ártico canadiense y groenlandés, allá por los siglos XIX y XX. Desde entonces su población ha ido en aumento, de la mano de las regulaciones cinegéticas y las reintroducciones en diversos puntos de su histórica área de distribución, hasta alcanzar en nuestros días un total de entre 80.000 y 125.000 individuos en todo el Holártico.

Este es el caso también de Dovrefjell, en Noruega, donde unos trescientos ejemplares prosperan perfectamente en la actualidad, habiendo incluso servido de núcleo fuente para colonizar de modo natural alguna otra área cercana en la región fronteriza entre Suecia y Noruega. En estas tundras alpinas de Dovrejell fueron reintroducidos por primera vez en 1932, aunque de nuevo la caza los volvió a exterminar (¡no aprendemos, somos una verdadera plaga!) durante la segunda contienda mundial, lo que obligó de nuevo a "re-reintroducir" más individuos a partir de 1947.

Hasta 400 kilos de músculo bruto acabados en unos cuernos afilados y una testuz con la que los machos se enfrentan en la época de celo a velocidades a veces de 40-60 km/h como trenes descarrilados, dan para pensárselo mucho antes de acercarse a estas bestias lanudas de la Edad del Hielo. En especial los que nos ponemos delante de ellos por primera vez, recordando las advertencias de los cartelitos en cuestión y de todas las webs oficiales consultadas antes del viaje. El buey almizclero es de las pocas especies de ungulados que son capaces de enfrentarse a sus depredadores y salir victoriosos del encuentro; aparte del búfalo cafre frente a los leones, no se me ocurren muchos más. Mientras lo habitual es que, ante una amenaza, un herbívoro salga huyendo, estos animales del Pleistoceno reaccionan de forma diferente, atacando de un modo agresivo sin muchas contemplaciones, siendo famosa su férrea defensa de los terneros mediante la formación de un círculo de adultos con los cuernos hacia el exterior y los terneros protegidos entre ellos. No, no les debe resultar nada fácil a una manada de lobos hacerse con un buey almizclero, siendo estos cánidos en la actualidad sus únicos depredadores allí donde sus áreas de distribución aún coinciden, lo que sucede en el Ártico canadiense y ruso, pero no en Noruega o Suecia. En estos países tan "civilizados y modernos" el odio paranoico y fanático al cánido consiguió exterminarlo en los años 70 del pasado siglo, y hoy solo regresa a duras penas desde Finlandia y Rusia a unos territorios donde la persecución institucional, tanto en Noruega como en Suecia, continúa siendo sencillamente medieval en pleno siglo XXI. Las luchas encarnizadas entre un buey almizclero adulto y un grupo de lobos solo se terminan tras el agotamiento del buey, quizás tras horas de persecución y enfrentamiento, lo que solo puede asombrarnos y provocarnos un profundo respeto por la capacidad de supervivencia que ostentan ambos mamíferos.

No nos lo podemos creer, cuando por fin los tenemos frente a frente, la distancia es verdaderamente corta para que pueda trabajar con tranquilidad y eficacia. Tan cerca que no me puedo mover como debiera para encuadrar y componer imágenes agradables en este entorno tan hermoso. 


Los animales están tumbados en una minúscula hondonada. Las fotografías en estas condiciones no son lo que nosotros esperábamos conseguir. Sin opciones de moverme alrededor con soltura, ni de fotografiarlos en actitudes o poses diferentes, no nos quedará más opción que conformarnos con un manojo de fotografías repetidas y la emoción de haber estado a unas pocas decenas de metros de ellos, formando por unos momentos parte de su mundo. El macho, de potentes cuernos, de vez en cuando abre los ojos y me mantiene controlado. Está amodorrado como el resto de su equipo, un ternero y varias hembras. Y así permanecerán el resto del día.



Sin inmutarse. Las pocas horas de luz que ya se empiezan a notar durante el mes de octubre en estas latitudes nos obliga a dejarlos allí sin poderlos disfrutar realmente, pastando de pie, moviéndose e interactuando entre ellos. Nada. Aguantaron tumbados estoicamente durante horas, desde última hora de la mañana hasta bien entrada la tarde. Nosotros paseamos y esperamos; comimos y esperamos; charlamos y esperamos; seguimos paseando por los alrededores y esperamos; ... y nada, no se les vio prisa alguna por moverse en ningún momento.


¿Y los 200 metros esos de los cartelitos? pareció preguntarme una hembra mientras me lanzó una mirada desde no más de 50. Yo, en el borde que dominaba la hondonada también me lo pregunté.

Toca, pues, recoger y regresar a la seguridad del valle y de la furgoneta. Habrá más oportunidades en el futuro. Por esta vez será suficiente.