Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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27 de marzo de 2024

¡Pero qué pesados!


¿De verdad no es posible que las administraciones hagan bien su trabajo? ¿No tienen acaso importantes equipos jurídicos que les asesoren de lo que está permitido y lo que no?, para que no acaben despilfarrando, digo, el dinero de los ciudadanos pagando siempre las costas procesales de juicios que están perdidos de antemano. ¿De verdad son tan mediocres nuestros gobernantes como para que una y otra vez tiren nuestro dinero por un sumidero, cargando además de trabajo a un sistema judicial ya de por sí muy saturado, ralentizando con su irresponsabilidad otros procesos judiciales más urgentes? Llamarlos mediocres es quedarse corto.

Dice la RAE del término "Lamentable" que es algo "... digno de llorarse". Pues nuestros políticos y lo que hacen lo son. Son lamentables y muchas más cosas. Por ejemplo, patéticos (penosos, lamentables o ridículos), pésimos (sumamente malos, que no pueden ser peores), detestables (execrables, aborrecibles), cínicos (que actúan con desvergüenza descarada), arrogantes (soberbios), prepotentes (que abusan de su poder), y un largo etc. En fin, que son realmente unos pesados, o, lo que es lo mismo, unos servidores de lo público "insufribles, y difíciles de soportar" según el diccionario, además de unos asquerosos en su acepción de personas "que causan repulsión moral".

Vale, ya me he desfogado, aunque la lista de adjetivos que usaría sería mucho más larga, pero entonces la línea que los diferenciaría del insulto se volvería demasiado fina, y yo prefiero limitarme a "calificar". En un momento de nuestra historia en la que la sociedad española está hasta la mismísima coronilla de nuestros políticos y del modo en el que mancillan lo que debería ser una política generosa y servicial, resulta realmente muy difícil no ser crítico con ellos, y verdaderamente complicado no ser duro con esa casta que se cree superior, por encima del bien y del mal, mirándonos con un cierto desprecio desde lo alto de sus tribunas. Y da igual el nivel al que se haga la política, ya sea de ámbito nacional, autonómico o provincial. "Esos señores de los que usted me habla" tienen un serio problema de desconexión con la sociedad de la que son servidores, lo que está provocando un insoportable hartazgo y una desafección de la sociedad que va a costar muchos años recuperar.


El 22 de marzo podíamos leer en la web de Onda Cero un titular que decía lo siguiente: EL TSJC declara nula la extracción de lobos autorizada por el Gobierno de Cantabria en 2022. Y en el subtítulo previo al desarrollo de la noticia leíamos que Estima el recurso de Ecologistas en Acción al entender que no se ha justificado que no haya alternativas a matar ejemplares. Esta noticia de Onda Cero hace referencia a la sentencia dictada por la Sala Contencioso-Administrativa del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria sobre el único recurso presentado por dicha asociación ecologista contra una de las seis resoluciones del ejecutivo cántabro mediante las cuales pretendía matar 10 ejemplares de lobo en la región. 

Tras leer aquella noticia hace unos días, era evidente que dicho tribunal sentenciaría en la misma línea en el resto de recursos presentados con igual propósito por ASCEL contra las seis resoluciones aprobadas por el gobierno de Cantabria en el verano de 2022, a pesar de que una especie protegida NO SE PUEDE MATAR, "y lo saben", parafraseando a Julio Iglesias. Pues el caso es que, efectivamente, ayer pudimos leer en El diario digital de Cantabria y en ifomo Noticias, entre otros medios, la confirmación de que el TSJC da un nuevo tirón de orejas a estos políticos que gobiernan dicha comunidad como si fuera su cortijo, sentenciando lo mismo en tres de los seis recursos presentados por ASCEL y resueltos ya por el tribunal. Faltan aún las sentencias de los tres juicios restantes, pero ya nadie espera que los juzgados den la razón al gobierno cántabro dado que tanto las resoluciones del ejecutivo como los recursos son idénticos. Alguno me dirá que tendría que estar contento en vez de enfadado, pues al fin y al cabo el tribunal nos ha vuelto a dar la razón una vez más a los que anteponemos la protección del lobo a la sinrazón y falta de argumentaciones de sus perseguidores. Pero lo cierto es que no lo estoy. En absoluto. Todo lo contrario, estoy muy enfadado porque estoy harto de estos políticos a los que pagamos sueldos que no se merecen y que nos provocan una enorme repulsa moral; estoy harto de la pésima gestión de esas administraciones, lo que les hace perder numerosas veces los juicios a los que son llevados por la sociedad civil, que se ve obligada a fiscalizar sus acciones y decisiones constantemente; estoy harto de que seamos los ciudadanos los que paguemos con nuestros impuestos las costas judiciales que las CCAA pierden; y, además, estoy harto de que gestionar mal les salga gratis. Son las ONGs una vez más las que tienen que velar porque esos pésimos señores cumplan las leyes y hagan las cosas bien, o al menos que no las hagan mal. 

¿Por qué me cabrean tanto estas nuevas noticias?, ¿tienen acaso algo que las diferencie de otras muchas similares publicadas con anterioridad, en esta y otras comunidades con presencia del lobo? Pues lo cierto es que en el fondo, aunque son iguales, más de lo mismo, esta vez observamos un pequeño gran matiz: el hecho de que en este caso se hace muy difícil ocultar la mala intención del gobierno cántabro. Sí, digo bien, su alevosía. 

Me explico. Si el ejecutivo autonómico tenía decidido eliminar 10 lobos en la región, llama mucho la atención que para ello apruebe ¡6 resoluciones distintas! en vez de solo una. Entonces, ¿por qué decidieron hacerlo así?, se preguntará alguno. Pues nada es casualidad, chicos. Os resultará muy sencillo de entender el por qué si pensáis que cada Recurso Contencioso-Administrativo que una modesta asociación conservacionista tenga que elevar por separado ante la sala judicial implica un desgaste económico independiente, y por lo tanto mayor. Exactamente seis veces mayor que presentar uno solo. A ello habría que añadir, además, el subsiguiente desgaste de trabajo humano, también superior aunque no cuantificable. Sinceramente lo pienso, hay que ser malas personas para, siendo servidores de lo público, elucubrar la manera de esquivar la vigilancia de esa sociedad civil a la que dicen servir. Si sabes que estás haciendo las cosas bien, ¿qué más te da que una ONG te denuncie ante los tribunales?, estos últimos al fin y al cabo te darán la razón. Pero claro, si sabes que tu gestión comporta en sí misma una mala praxis buscas un modo de sortear la supervisión de esas asociaciones ciudadanas altruistas, haciéndolas daño en donde más les duela, si es posible. En sus arcas, por ejemplo. ¡Qué!, ¿os suena de algo eso de fraccionar en seis un macro-proyecto para esquivar, por ejemplo, los temidos Estudios de Impacto Ambiental?, pues eso mismo es lo que han pretendido hacer desde el Gobierno cántabro, solo que intentando que las ONGs no puedan asumir los gastos de tantos Recursos de Alzada, primero, y Contencioso-Administrativos, después, además de procuradores, etc. Cualquier ciudadano que tenga un mínimo de mente analítica se dará cuenta de ello. Pero les ha salido rana, porque los tribunales nos han vuelto a dar la razón, oooootra vez.


Pareciera que somos la sociedad civil su enemigo, ¿verdad?, cuando se suponía que ellos son servidores del interés general nuestro. Pero se os ha visto el plumero por enésima vez, señores. Cumplir la ley a rajatabla en materia de medioambiente no os debe parecer algo muy relevante en vuestra guerra sucia contra el lobo, sabiendo que esas resoluciones no se ajustaban a Ley para ejecutarse. Añoráis los años de las Juntas de Extinción de Animales Dañinos y Protección de la Caza, porque sois iguales a aquellos funcionarios de mediado el siglos XX, habiéndose quedado a vivir vuestra mentalidad anclada en décadas muy, muy, muy lejanas. Sois prehistoria ya. El tiro y la mira telescópica es el pasado. El presente es la sostenibilidad, la conservación y la protección. 

Y os da igual pagar las costas de 6 resoluciones contrarias en vez de una sola -como debería haber sucedido si no hubiérais decidido fragmentar la que debería ser una única resolución en seis distintas para hacer daño a ASCEL-, simplemente porque no lo hacéis con vuestros salarios. Sí, por desgracia la democracia no es perfecta, porque si lo fuera os cuidaríais mucho más de hacer las cosas bien, para no tener que abonar de vuestros exclusivos bolsillos los perjuicios económicos que causáis a la sociedad con vuestra mala intención y con vuestra nefasta gestión, que es lo que debería suceder. 

¿Cómo no voy a estar muy enfadado con estos pésimos gestores de lo nuestro cuando lo único que me causan es una profunda repulsa moral?

Imposible no estarlo, ¿no os parece?

¡¡Chapeau por ASCEL y por los juzgados, que esta vez sí acordaron como medidas cautelares la prohibición de matar esos diez lobos hasta la resolución de los juicios!!, lo que en otras ocasiones no ha ocurrido, habiendo muerto decenas de lobos que los juzgados no supieron proteger con medidas cautelares obvias.

26 de febrero de 2024

Prohibir matar animales por diversión


El domingo pasado regresé a casa muy enfadado, otra vez. No puedo por menos de estarlo, sin que se me pase el mosqueo desde hace mucho tiempo. Años. Recuerdo mis años jóvenes cuando la rebeldía y el ceño fruncido contra una sociedad adormilada eran el signo de identidad de toda una generación que quería cambiar las cosas. Los últimos años del franquismo que hoy algunos maquillan y añoran, y los primeros de una democracia que otros santifican como intocable coincidieron con toda una generación contestataria e inconformista. Aún existían "los grises", y no se me olvidan a una cierta distancia frente a nosotros. Sin embargo, recuerdo bien que en aquellos años rebeldes e insumisos formaba parte de mi biblia naturalista que la caza deportiva (nunca entenderé qué tiene de deporte matar seres vivos) era, en el peor de los casos, un mal necesario. Así me lo creí ingenuamente a base de oírselo decir a unos y a otros, desde notorios personajes públicos a gente anónima, blanqueando la brutalidad de dicho entretenimiento. Hoy en día, en la actualidad, con lo que sabemos, con la experiencia acumulada de cientos de encuentros con esta actividad, con las consecuencias que acarrea para la biodiversidad, y para la libertad de tránsito y la integridad física del resto de las personas, no puedo opinar igual.


Cuando las canas me tiñen el pelo desde hace bastante más de lo que quisiera, ya no comparto aquella tolerancia de mi juventud. Ahora soy más radical que entonces. Me "han hecho ser" más radical que entonces, para ser exactos. No comprendo la caza, me resulta imposible ser ya indulgente con esa mierda que cada año se lleva por delante la vida de demasiados millones de animales masacrados en nuestro país por diversión, por mero entretenimiento, además de acabar también con un pequeño, pero siempre excesivo, puñado de seres humanos, esta vez por negligencia o accidente. Y ya no la comprendo ni por experiencia personal, ni por lógica; probablemente porque razone más las cosas y porque el sentido común me avala.


La media anual de animales masacrados para mero esparcimiento fue de 20.219.696 cada año, teniendo en cuenta que se trata de cifras que hacen referencia solo a las especies cinegéticas que han sido abatidas legalmente, de acuerdo a cupos establecidos y contabilizadas oficialmente por el MITERD. Ni que decir tiene que el volumen real debe ser obviamente muy superior, pues no es una práctica esporádica que se sobrepasen dichos cupos, que muchos cazadores y/o cotos no transmitan sus capturas reales a la administración y que se furtivee muy por encima de lo imaginable, como ya dejamos claro en la Caza, furtivismo y descontrol. Pero es que, además, habría que añadir la ingente cantidad de animales protegidos y/o no cazables que mueren en controles de predadores en los cotos y fincas cinegéticas (gatos monteses, garduñas, meloncillos, etc.). Basta un dato sangrante para demostrar la irresponsabilidad de la que el sector cinegético hace gala en nuestro país: al menos 7.380.277 tórtolas europeas (o comunes) fueron muertas en esa década a pesar de ser una especie cuyos efectivos poblacionales se venían reduciendo brutal y alarmantemente desde hacía tiempo. Solo en 2020 el Ministerio aprobó por fin una moratoria de capturas que dura hasta nuestros días, aunque no se excluyó a la tórtola europea de la lista de especies cinegéticas, lo que viene siendo una demanda recurrente desde sectores conservacionistas y científicos.

Pero vayamos al grano, que me ramifico.

Sí, amigos, prohibir la caza es algo de sentido común en, al menos, determinadas circunstancias. Y en el resto de casos debería serlo como mínimo por ética. Esa es al menos mi opinión. Hablemos de las primeras.

Hay varias coyunturas en las que esta actividad debería ser vetada radicalmente desde ya. La primera CUANDO SE PRACTICA EN UN ESPACIO NATURAL PROTEGIDO (ENP), ya sea un parque nacional (hoy en día prohibida por Ley desde diciembre de 2020) o cualquier otra figura de protección, ya sean parques, reservas o monumentos naturales, por ejemplo, y que se hayan constituido públicamente para conservar y proteger los valores naturales y paisajísticos de un área concreta.

No tiene ningún sentido que, mientras al conjunto de la ciudadanía se le exige el más estricto respeto a la fauna que habita un área protegida, como es lógico, y bajo la pena de ser sancionada administrativamente si la molesta o perturba, como también es lógico, luego pueda venir un cazador y matarla con todos los beneplácitos administrativos. ¿Alguien lo entiende? Porque si hay algo que a la fauna le molesta especialmente es que la maten, ¿no os parece?

Protegemos la vida salvaje de un entorno pero al mismo tiempo permitimos que unos privilegiados mercadeen con el derecho a dispararla y matarla. Señores pensantes, no es compatible proteger la fauna y a la vez matarla, ¿no os dais cuenta de ese curioso detalle? ¿No os habéis percatado aún que el fundamento de la declaración de áreas protegidas es preservar la vida y el funcionamiento que esos ecosistemas encierran?, ¿es de verdad tan difícil de entender que matar es lo contrario de proteger? Si es que es del más aplastante sentido común, señores, hasta el punto de que cualquier niño lo entiende. De purita lógica, que dirían en Latinoamérica. O proteges o matas, pero las dos filosofías no pueden ética o moralmente desarrollarse en el mismo espacio. Y si, además, el desarrollo de esa actividad impide al resto de ciudadanos disfrutar de ese entorno para la realización de otras actividades, esta vez sí, inocuas para el medio ambiente, ... pues entonces apaga y vámonos: prevalece arbitrariamente el gatillo y sus privilegios al senderismo, la observación de fauna, el ciclismo, la fotografía, o lo que quiera que cada cual desee practicar en la naturaleza.


Y enlazando con lo anterior, hay una segunda cuestión que me trae de cabeza: la URGENTE DESAPARICIÓN DE LAS RESERVAS REGIONALES DE CAZA y del resto de cotos públicos de todo el país gestionados y declarados por las administraciones: es absolutamente inadmisible que sigan existiendo en nuestros días, en pleno siglo XXI. Ahondando en la paradoja anteriormente expuesta respecto del absurdo hecho de que se pueda cazar en un Espacio Natural Protegido salpicado de cotos privados de caza, pienso y razono lo injusto y anticuado que supone, además, que muchas de esas áreas cinegéticas sean, por el contrario, públicas y gestionadas directamente por los gobiernos autonómicos. Porque aquí, además de implicar la contradicción de matar por un lado la misma fauna que protegemos por otro, existe un componente que lo hace mucho más hiriente y surrealista todavía, como lo es que estas Reservas Regionales o Nacionales de Caza las mantengamos todos con nuestro dinero, a pesar de que en España aproximadamente el 98,5 % de los ciudadanos ni somos cazadores, ni compartimos la necesidad de la caza, ni mucho menos su ética, constituyendo una amplia mayoría la que abogamos por una dura restricción de la misma o, incluso, su total prohibición a nivel particular. Por Ley habría que hacer desaparecer de un plumazo todos estos cotos públicos de caza, por anacrónicos y medievales, como viejos vestigios de lo que fueron los antiguos cotos reales, por ser actualmente injustos con una sociedad no cazadora que no tiene porqué mantenerlas económicamente, y máxime cuando además coincidan en el espacio con figuras legales de protección. ¿Cómo puede no enfadar a nuestra sociedad que el conjunto de los ciudadanos que se opone mayoritariamente a matar animales por diversión corra, para mayor afrenta, con los gastos que conlleva el mantenimiento de estas reservas de caza?, ¿se están mofando de nosotros? Obviamente, se trata de una burla más que la sociedad tenga que poner dinero encima de la mesa para esta reprobable actividad. 

Y, por último, una tercera cuestión que me preocupa especialmente y me saca de mis casillas, porque es tan evidente y palmaria que da vergüenza: que SE LES PROHIBA A LOS CAZADORES MOLESTAR A LAS ESPECIES PROTEGIDAS de una vez por todas, ¡que ya está bien hombre!. ¿Alguien ve lógico que, aún no siendo en un Espacio Natural Protegido -donde es todavía más reprochable-, los cazadores sí puedan perturbar la vida diaria de las especies protegidas del entorno en el que desarrollan su antiecológica actividad?. Casos tenemos muchos para demostrarlo, como las habituales batidas en manchas de monte donde se tiene constancia de la presencia de osos, e incluso de osas con crías o de camadas de lobo, por poner unos casos que son de lo más corrientes en nuestro país. Pero pondré un ejemplo menos conocido pero que igualmente se permite todos los años. Veamos, estamos en una sierra del centro peninsular, cubierta de monte mediterráneo. Las laderas con una fuerte pendiente guardan como verdaderos tesoros algunas plataformas de buitre negro, y durante varios meses al año la Junta de Castilla y León (en este caso, pero sucede en todas partes) pincha cartelitos a la entrada de todos los senderos y pistas prohibiendo el acceso a todos para preservar la tranquilidad de esta especie necrófaga durante su ciclo anual reproductor.


Nada, nos tendremos que dar la vuelta, porque caminar en un relativo silencio con la cámara o los prismáticos colgados del cuello "molesta" a las aves carroñeras y puede perturbarlas en tan delicado período. Vale, todos de acuerdo ¿no? Sí, así es, todos de acuerdo, al menos los que nos colgamos unos prismáticos del cuello. Entonces, ... ¡hay amigo!, ... ¿porqué se autorizan batidas con decenas de perros de reala y un determinado número de ojeadores vociferando gritos como si no hubiera un mañana para batir precisamente esas manchas de monte donde están incubando o dando calor a los pollos de buitre recién nacidos, para mover las "presas" hacia la línea de escopetas? ¡¡Es que pasan a veces por debajo mismo de algunos de los nidos!! Es una barbaridad y una indecencia. El estrés que representa esta abusiva y horrible modalidad de caza es brutal en todo el entorno en el que se desarrolla, porque no afecta solo a las especies objetivo (jabalíes, ciervos, corzos y zorros, básicamente, y a veces también gamos y muflones), sino a todas las criaturas en su conjunto, incluyendo también a todas las especies protegidas (linces, osos, rapaces, lobos,...) del lugar, con el importante riesgo existente de que alguna de ellas pueda, además, morir en la jornada, como ya hemos sufrido en tantas ocasiones.

Efectivamente, sí, el domingo regresé a casa enfadado y no puedo por menos de estarlo aunque no tuve en esta ocasión ningún encuentro desafortunado con estos personajes. No me prohibieron pasar porque hubiera una montería, ni tampoco silbó próxima una bala perdida como en alguna otra ocasión, ni me han llegado cerca de los pies los perdigones de un par de cartuchos disparados desde el otro lado de un pequeño azud tras describir en el cielo una parábola en busca de algún pato. No me ha puesto nadie mala cara, ni he tenido que oír improperios de ningún señor armado porque "le espanto SU caza" en mi trasiego por el monte, ni me ha interrogado ningún engreído guarda privado del coto social de turno como si el delincuente fuera yo. Pero aún así fue imposible no regresar muy enfadado a mi casa cuando caminar por el Parque Regional de la Sierra de Gredos es observar el compendio de todas esas circunstancias sin ningún sentido común a las que me he referido en los párrafos anteriores.


Porque no es de recibo que me vea obligado a escoger en época de caza vestir con los colores más fosforitos que tenga por casa para parecer un semáforo viviente y evitar así que me peguen un tiro en un Parque Regional, confundido con un bicho porque sigue habiendo muchos disparos a bulto. Porque no es de recibo que mis impuestos paguen las nóminas de una guardería que mata animales en una Reserva Regional de Caza, en vez de protegerlos. Porque no es de recibo que mis actividades estén supeditadas a las suyas, ni que su libertad de tránsito coaccione -cuando no prohibe- la mía propia. Porque no es de recibo que los cazadores, en el ejercicio de una actividad lúdica, no ganadera o agrícola, tengan autorización para meter sus vehículos hasta donde les de la gana. Porque no es de recibo que con nuestro dinero esas Reservas Regionales de Caza abran pistas para los cazadores y lo empleen en labores que alteran el entorno, como la construcción de refugios, el levantamiento de vallados cinegéticos, la introducción de especies cinegéticas exóticas (arrui, muflón, faisán, ...). Porque no es de recibo que ellos tengan privilegios y derechos que al resto de los ciudadanos se nos niegan, prevalenciendo su actividad sobre las del resto de españoles, con plena libertad de movimientos cuando a los demás se nos puede impedir el paso. Porque no es de recibo la coacción que nos supone el riesgo de sus armas, ni la autorización que tienen para meter sus vehículos hasta lo más profundo del monte, ni la de salir a pegar tiros durante el confinamiento cuando al resto se nos obligaba a quedarnos en casa. No es de recibo que se les permita dejar el monte lleno de cintas de colores sin recoger y de cartuchos tirados por el suelo. Y no es de recibo que muchos desfoguen sus frustraciones contra la señalización que se encuentran.



En fin, ¿cómo no voy a estar enfadado? El tiro al plato sí es deporte, señores cazadores, matar animales por diversión es, muy por el contrario, una actividad indigna y humillante para el ser humano actual, por lo insensible de la misma, por su falta de empatía, por la violencia que lleva implícita y hasta por la agresividad que muchas veces trasciende de ella, y sobre todo por antinatural y perjudicial para la biodiversidad. Una actividad con la que no comulga el aproximadamente 98,5 % de la población española que no es cazadora, pero a los que, sin embargo, nos afecta su presencia.

Prohibir la caza deportiva en todos los Espacios Naturales Protegidos, eliminar las obsoletas Reservas Regionales de Caza y resto de instituciones públicas análogas y prohibirles a los cazadores que provoquen molestias a las especies animales protegidas es lo mínimo a lo que se debería aspirar en una país civilizado que se precie, moderno y preocupado por la conservación medioambiental, eliminando de paso todos esos injustos privilegios que el resto de los españoles no comprendemos y que socavan la convivencia entre unos y otros. Todos estos aspectos son, como mínimo, del más obvio sentido común.

Ambicionar menos de eso es seguir viviendo en el medievo.

29 de diciembre de 2023

El que faltaba

Tras las entradas en este blog dedicadas a los ciervos, primero, los gamos después y finalmente los alces, además de una cuarta sobre el prehistórico buey almizclero, alguno se pensará que dónde diablos están las fotos que todo el mundo se suele traer de tierras escandinavas de los renos (Rangifer tarandus). Bueno, pues aquí está la especie que faltaba (denominada caribu en Norteamérica).


Si hay un gran mamífero que no es difícil de ver viajando por esas carreteras del Gran Norte ese es el reno, desde luego.

La inmensa mayoría de los que vemos en Escandinavia son semi-domésticos. ¡Tienen dueño! Así, en Noruega, por ejemplo, solo un par de áreas naturales protegidas albergan manadas de renos salvajes, descendientes de los originarios renos salvajes, valga la redundancia. Todos los demás son animales propiedad de ganaderos que viven todo el año en completa libertad (los animales, no los ganaderos). Dicho lo cual, solemos pensar ingenuamente que será relativamente sencillo obtener alguna imagen chula de ellos, puesto que cruzan las carreteras como en nuestras cordilleras lo hacen las vacas, y los vemos desde nuestros vehículos cuando viajamos como aquí vemos las ovejas. Error 404. Señores, no es así en absoluto. O al menos eso no fue así en absoluto para nosotros. Al problema añadido que ya comenté en la entrada que dedicamos al alce respecto de que en muchas ocasiones las condiciones reales, físicas, de las carreteras no te permiten parar donde quisieras, con lo que se pierden muchas oportunidades fotográficas de animales de los que te tienes que olvidar, hay que añadir que los renos que nosotros hemos visto serán semi-domésticos, pero eso no quiere decir en absoluto que sean confiados. En realidad nada más lejos de lo que nosotros pudimos comprobar. No digo que no los haya acostumbrados a la presencia del hombre, que los habrá, pero a los que a nosotros nos tocó en el sorteo ya os digo yo que no les hizo ninguna gracia cruzarse con aquellos tipos de dos patas. 


Las fotos están hechas en el sueco Parque Nacional de Abisko, gracias también a un poco de picardía como en el caso de las fotos de sus primos los alces. Pero no pidáis más, he guardado cinco fotos contadas, y da gracias, porque las cinco son casi iguales y de este mismo momento. Vamos, lo que viene siendo por lo menos penoso, cuando no patético. Aquí veis tres de ellas.

En aquella jornada ya habíamos visto en dos ocasiones más sendos grupos pequeños de estos cérvidos entre los bosques raquíticos de abedules del parque. En ambas oportunidades habían puesto pies en polvorosa en cuanto nos detectaron. En esta tercera ocasión actuaron exactamente igual, pero intuimos nosotros hacia dónde se dirigían ligeros y, aprovechando la cobertura que nos proporcionaba el bosque, rodeamos medio corriendo hasta la linde de una zona despejada para esperarlos aparecer. Y aparecieron. 


Que los muy capullos no se pararan un par de minutos a observarnos ya me pareció mal por su parte, pues no se trata así a alguien que viene desde tan lejos para verlos, ¡hombre por Dios! Así pues, mientras se alejaban raudos medio al trote, medio al paso, pude retratarlos cinco veces medio bien, y otras tantas desenfocados o movidos. De toda aquella intentona me guardo ese manojo de fotos en las que aparecen un par de hembras realmente chulas y bonitas -especialmente la que aparece en dos fotos-, con cuernos menos desarrollados que los de los machos adultos. ¿Recordáis que os dije en el artículo sobre el alce que la única excepción al hecho generalizado de que solo los machos de los cérvidos presentan cornamentas era el caso del reno? pues aquí tenemos la prueba, la excepción que confirma la regla, unas hembras preciosas, orgullosas mostrándonos su cuernas.

No quedará más remedio que regresar al Ártico alguna vez más para buscar más encuentros furtivos con esta especie tan hermosa. Merecerá la pena, seguro, ¿a que sí?.

12 de diciembre de 2023

El espíritu del bosque

Parece que seguimos con las pezuñas. Tras los ciervos y gamos daneses, las cabras monteses de nuestro solar ibérico, y los bueyes almizcleros de las tundras alpinas noruegas, ahora le toca el turno a otro ungulado simplemente increíble, el espíritu del bosque, un animal que muchos llevamos asociado en nuestro imaginario colectivo a los inmensos mares de píceas de la taiga boreal. El alce (Alces alces).


Se trata del mayor cérvido del planeta y de una mole de más de 2 metros de altura en la cruz y hasta 700 u 800 kilogramos de peso en los machos alaskeños más grandes. Dentro de la familia Cervidae pertenece a la subfamilia Capreolinae, lo que lo emparenta más con el corzo que con los propios ciervos. Esta familia Capreolinae se subdivide a su vez en tres tribus, siendo nuestro protagonista el único representante actual de una de ellas, la Alcinae. La especie se distribuye por el cinturón de bosques subpolares de la taiga y caducifolios a lo largo del Holártico. Hasta no hace mucho se clasificaba en dos especies (el eurasiático -Alces alces-, y el americano -Alces americanus-, subdivididas en 9 subespecies, una de ellas extinta), pero en la actualidad se tiende a considerar en base a estudios moleculares una sola especie que cuenta, eso sí, con esas ocho subespecies diferentes (cuatro en Eurasia y cuatro en América del Norte), además de la extinta en Eurasia. Según esta corriente, este animal de las fotos pertenece a la subespecie nominal Alces alces alces, descrita para Escandinavia, Rusia occidental, Polonia, Países Bálticos, etc. y hoy en día en tímida recuperación tras la fuerte regresión sufrida en el pasado por la caza excesiva, recuperando territorios tanto por el sur (Alemania, Austria, etc.) como por la tundra ártica.

Patas largas y cuerpo robusto definen a esta criatura, de la que nos llama rápidamente la atención esa cabezota enorme, con esa nariz grande y extraña que usan para filtrar el aire frío y calentarlo antes de que llegue a sus pulmones, adaptación clara a esos ambientes pre-árticos en los que prospera. Este ejemplar se nos pone adrede de perfil para que observemos esa piel colgante de la papada tan característica de los machos y con el que las hembras no cuentan, al igual a como sucede con la cornamenta.


La envergadura de sus astas puede llegar a los 2 metros, pero en general ronda el metro o metro y medio. En estas fotos se la vemos aún teñida del rojo sanguinolento que sigue al descorreo de su piel muerta. Y es que como en el resto de sus parientes cérvidos, los alces pierden y renuevan su cornamenta cada temporada. Hablemos un poco de ello y aclaremos algunas confusiones al respecto.

Llamamos cuernos a aquellos apéndices óseos que emergen de los cráneos de ciertos animales. Surgen desde el hueso frontal generalmente, o en algunos casos más raros del parietal. Pero nunca lo hacen desde la nariz, aunque lo denominemos de igual forma, dado que lo que les crece a los rinocerontes no es materia ósea, sino queratinosa, como nuestras uñas y pelo. En las jirafas machos y hembras, y en los machos de okapis tampoco son cuernos propiamente dichos, sino los denominados Osiconos, que no son sino protuberancias cartilaginosas osificadas, recubiertas, además, siempre de piel y pelo (en las hembras de jirafa estas protuberancias acaban en un plumero de pelos, con el que los machos no cuentan). Los verdaderos cuernos son siempre permanentes y fijos, con un núcleo de hueso y una funda queratinosa que los cubre, creciendo continuamente a lo largo de la vida del animal. Nunca se les cae y los observaremos tanto en los machos como en las hembras, aunque en ellas suelen estar a menudo menos desarrollados. En el caso de las hembras de ovejas y muflones, a veces los presentan y a veces no. Vacas, búfalos, antílopes, bisontes, cabras, bueyes almizcleros, ... todos ellos tienen cuernos.

Las astas, por el contrario, están formadas enteramente de hueso, sin ningún tipo de funda, se caen anualmente y vuelven a crecer cada temporada. Solo cuentan con ellas los machos de la familia Cervidae, con una excepción: las hembras de reno también las portan en sus cabezas.


Las astas arrancan del cráneo desde unas protuberancias denominadas pedúnculos o pivotes óseos, cuyo diámetro va aumentando cada año para poder soportar el propio aumento del tamaño de la cornamenta a medida que el animal va sumando años. A partir de este pivote óseo se genera una estructura cartilaginosa que poco a poco va ganando consistencia y densidad. En estos primeros compases del crecimiento la cornamenta está recubierta del famoso terciopelo o borra, que no es otra cosa que piel. Hueso y terciopelo están profusamente irrigados a través de numerosos vasos sanguíneos que alimentan la estructura mientras crece. Al término de su desarrollo se van depositando sales de calcio que endurecen la estructura interna del hueso y taponan la irrigación de la piel. Esta se vuelve más reseca y quebradiza hasta secarse y caer, en el proceso que se denomina descorrear, cuando el animal se frota la cornamenta compulsivamente contra ramajes, árboles y arbustos. Tras el celo de los animales en otoño, unas células denominadas osteoclastos atacan la base de la cuerna hasta que esta se desprende; es el desmogue, que suele tener lugar durante el invierno. Con la llegada de la inminente primavera el nacimiento de una nueva cornamenta se reanuda, esta vez de mayor tamaño.


Los alces entran en celo en septiembre y octubre, momento en el que los machos llegan a combatir entre sí en peleas muy violentas que acaban ocasionalmente con la muerte de alguno de los gladiadores. En esta época vocalizan unos particulares reclamos de aspecto nasal y profundo, que escuchado en lo más escondido y denso del bosque te pone los pelos de punta, hueco y poderoso, y que nosotros pudimos escucharlo junto a un lago congelado dentro del Parque Nacional de Abisko, en Suecia. Nos pareció algo cuasi sobrenatural, telúrico.

El macho, que no me perdió de vista mientras yo lo fotografiaba (no me quitaba ojo, desconfiado), al tiempo que controlaba la posición de su hembra oculta en el interior del bosque -y a la que yo no había alcanzado a ver en un principio, a pesar de tener constancia de su presencia-, se reunió por fin con ella. Los sigo durante unos pocos metros y los observo ya juntos, ella algo más pequeña que él. Parecen tranquilos. Ella incluso come algo antes de echarme también una mirada tierna y melosa como pidiéndome que los deje tranquilos en la intimidad de sus amoríos. 

Tras unos minutos, los espíritus del bosque giran sobre sí mismos y emprenden un caminar pausado hacia el interior de su taiga, donde desaparecerán definitivamente. Yo quedaré marcado por esos pocos minutos de contacto. El alce siempre será un animal ligado simbólicamente a la última frontera, aquella que nos acerca a la tundra salvaje y fría del Gran Norte.

8 de diciembre de 2023

Tras el fósil de la Edad del Hielo

Después del alto en el camino que hicimos en Dinamarca, donde ciervos (Cervus elaphus) y gamos (Dama dama) me sirvieron para desentumecer el dedo índice, llegamos por fin al Parque Nacional de Dovrefjell-Sunndalsfjella, en el centro-sur de Noruega. Este espacio natural protegido ocupa 1.693 kilómetros cuadrados de superficie del área montañosa de Dovrefjell, una cordillera fuertemente erosionada. El término dovre hace referencia al topónimo de la zona, lo que sumado a fjell, cuyo significado es "montaña", viene a traducirse como la montaña de Dovre. Desde los 2.286 metros de su cota más elevada, en la cumbre del Snoetta, podremos observar un paisaje duro e inhóspito donde la biodiversidad necesariamente se vuelve escasa en estas fechas, pues ni hay recursos suficientes para albergar un gran número de especies, ni muchas de ellas son capaces de adaptarse a las condiciones climáticas y ecológicas del lugar durante los meses más fríos. El contraste con la época estival, cuando miles de aves migratorias asaltan el Ártico para reproducirse, es brutal. Pero sobrevivir ahora no resulta fácil en este lugar tan rotundamente severo, con largos, muy largos y fríos inviernos, y estaciones estivales cortas, muy cortas, realmente demasiado breves. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno; pues entonces aquí el período estival debe ser fabuloso a juzgar por lo breve que llega a ser.


En las partes de menor altitud del parque podemos encontrar los clásicos abedules y sauces de porte bajo, y a veces hasta achaparrado, adaptados a las inclemencias meteorológicas propias de una región geográfica pre-ártica. Toda la vegetación restante que encontraremos la veremos a ras de suelo. La "tundra alpina subpolar" -como la denominan los ecólogos- propia de este parque nacional también se extiende por encima de la línea de árboles, pero esta vez por el efecto de la altura de la cordillera en vez de por la latitud, como sucedería con la tundra ártica. Al igual que en esta región biogeográfica conocida por todos, estas tundras alpinas se caracterizan también por la ausencia de arbolado y por un tapiz vegetal muy ralo, que apenas se despega del suelo para luchar contra las adversas condiciones de viento y frío. El suelo permanece helado -aunque no esté realmente constituido por lo que conocemos como permafrost- y cubierto por la nieve gran parte del año. Este suelo, además, a menudo se encontrará encharcado formando turberas pobres en oxígeno y, por lo tanto, con pésima descomposición de la materia orgánica. Así las cosas, caminaremos sobre un tapiz increíble de musgos y líquenes que puede abarcar hasta donde alcanza la vista.







Este ecosistema no puede mantener durante el período invernal una gran variedad de fauna pero, a cambio, la que resiste es extraordinariamente interesante dadas las condiciones ambientales tan adversas a las que se ha de enfrentar para sobrevivir a la estación y prosperar. Serán verdaderos especialistas. Nosotros nos cruzamos, por ejemplo, con algún rastro de liebre variable (Lepus timidus) y de perdiz nival (Lagopus muta) o lagópodo escandinavo (Lagopus lagopus) -a saber quién era el autor de estas últimas huellecitas en cuestión-. Pero, además, seres como el lemming (Lemmus lemmus), tan fundamental en este paisaje de tundra como base alimenticia de los depredadores que aquí sobreviven, tales como los zorros árticos (Vulpes lagopus, o a veces también como Alopex lagopus), glotones (Gulo gulo) o los búhos nivales (Bubo escandiacus), así como algunas de las últimas manadas de renos salvajes (Rangifer tarandus), son criaturas tan especiales y asombrosas que forman parte de nuestro imaginario colectivo cuando pensamos en el mítico Ártico. 



Pero si hay una estrella indiscutible en este parque nacional, ese es sin ningún género de duda, el buey almizclero (Ovidos moschatus). Por todos los lados vemos referencias a este herbívoro, y encontraremos numerosos carteles advirtiéndonos de su peligrosidad en caso de tener un encuentro excesivamente cercano con él.


Los carteles, ubicados por diversos sitios, rezan en noruego, inglés y alemán:

ATENCIÓN - BUEYES ALMIZCLEROS. Ahora usted está en un área con bueyes almizcleros. El buey almizclero es un herbívoro pacífico, pero puede atacar si usted se acerca demasiado. ¡Entonces usted correrá un gran peligro! Si accidentalmente se encuentra con un buey almizclero en su camino, retroceda despacio y de un gran rodeo a su alrededor. Por su propia seguridad: NUNCA SE ACERQUE A MENOS DE 200 METROS. USTED ES EL ÚNICO RESPONSABLE EN CASO DE ACCIDENTE.

¡Vaya ánimos que dan!, jejeje.

Habrá que remangarse para trabajar y ponerse a buscarlo. Nos hemos dado un par de jornadas para intentar llevarnos algún retrato de esta maravilla prehistórica, así que no hay tiempo que perder ya que las horas de luz en estas fechas tampoco ayudan. El hielo en los senderos inferiores y la capa de nieve más arriba ralentizan la marcha, pero a cambio nos puede facilitar la localización de los bueyes sobre el blanco elemento, si aciertan a moverse por alguna ladera nevada. El fuerte viento ha barrido la nieve en muchas zonas del parque y todo cobra un aspecto confuso. Localizado el primer día un pequeño grupo en la lejanía compuesto por unos cinco ejemplares, toca dirigirse hacia ellos. No será sencillo, y cuando alcancemos el lugar -las cercanías de una suave cumbre- parecen haberse volatilizado. Ya no los veremos por ningún lado. 





Las huellas aquí y allá nos indican que solo un rato antes pasaron por aquí; pero, no habiendo obstáculos tras los que esconderse, nos parece mentira que unos bichos tan grandes hayan desaparecido sin que los hayamos visto. Nos va a resultar complicado volverlos a encontrar.





El buey almizclero, por muy aspecto de buey que tenga, y por mucho nombre de buey que lleve, es en realidad una cabra disfrazada. El Género Ovidos -del que es la única especie que vive en la actualidad- es uno de los once en que se divide la subfamilia Caprinae. Esta bestia parda tiene, pues, un parentesco filogenético mucho más cercano a las cabras, los muflones y las ovejas que a las vacas, los búfalos y los verdaderos bueyes, pertenecientes todos ellos a la subfamilia Bovinae. Podríamos decir que el buey almizclero es una cabra que se ha pasado de la raya haciendo pesas y dopándose con esteroides anabolizantes para desarrollar su volumen corporal, hasta el punto de ser un buen ejemplo de "convergencia evolutiva" al presentar unas características morfológicas similares a las de los miembros de Bovinae, siendo él, como hemos indicado, un destacado miembro de Caprinae.




Durante épocas glaciares ocuparon gran parte de Eurasia y Norteamérica al encontrar condiciones ecológicas adecuadas para su expansión, alcanzando incluso la península Ibérica. Luego corrieron una suerte pareja a la de los mamuts y fueron desapareciendo de gran parte de su área de distribución, a lo que se sumó finalmente la caza abusiva en épocas ya históricas (¡cómo no!, de nuevo la psicopatía humana aparece detrás de otra extinción), hasta quedar relictos en unos pocos enclaves del Ártico canadiense y groenlandés, allá por los siglos XIX y XX. Desde entonces su población ha ido en aumento, de la mano de las regulaciones cinegéticas y las reintroducciones en diversos puntos de su histórica área de distribución, hasta alcanzar en nuestros días un total de entre 80.000 y 125.000 individuos en todo el Holártico.

Este es el caso también de Dovrefjell, en Noruega, donde unos trescientos ejemplares prosperan perfectamente en la actualidad, habiendo incluso servido de núcleo fuente para colonizar de modo natural alguna otra área cercana en la región fronteriza entre Suecia y Noruega. En estas tundras alpinas de Dovrejell fueron reintroducidos por primera vez en 1932, aunque de nuevo la caza los volvió a exterminar (¡no aprendemos, somos una verdadera plaga!) durante la segunda contienda mundial, lo que obligó de nuevo a "re-reintroducir" más individuos a partir de 1947.

Hasta 400 kilos de músculo bruto acabados en unos cuernos afilados y una testuz con la que los machos se enfrentan en la época de celo a velocidades a veces de 40-60 km/h como trenes descarrilados, dan para pensárselo mucho antes de acercarse a estas bestias lanudas de la Edad del Hielo. En especial los que nos ponemos delante de ellos por primera vez, recordando las advertencias de los cartelitos en cuestión y de todas las webs oficiales consultadas antes del viaje. El buey almizclero es de las pocas especies de ungulados que son capaces de enfrentarse a sus depredadores y salir victoriosos del encuentro; aparte del búfalo cafre frente a los leones, no se me ocurren muchos más. Mientras lo habitual es que, ante una amenaza, un herbívoro salga huyendo, estos animales del Pleistoceno reaccionan de forma diferente, atacando de un modo agresivo sin muchas contemplaciones, siendo famosa su férrea defensa de los terneros mediante la formación de un círculo de adultos con los cuernos hacia el exterior y los terneros protegidos entre ellos. No, no les debe resultar nada fácil a una manada de lobos hacerse con un buey almizclero, siendo estos cánidos en la actualidad sus únicos depredadores allí donde sus áreas de distribución aún coinciden, lo que sucede en el Ártico canadiense y ruso, pero no en Noruega o Suecia. En estos países tan "civilizados y modernos" el odio paranoico y fanático al cánido consiguió exterminarlo en los años 70 del pasado siglo, y hoy solo regresa a duras penas desde Finlandia y Rusia a unos territorios donde la persecución institucional, tanto en Noruega como en Suecia, continúa siendo sencillamente medieval en pleno siglo XXI. Las luchas encarnizadas entre un buey almizclero adulto y un grupo de lobos solo se terminan tras el agotamiento del buey, quizás tras horas de persecución y enfrentamiento, lo que solo puede asombrarnos y provocarnos un profundo respeto por la capacidad de supervivencia que ostentan ambos mamíferos.

No nos lo podemos creer, cuando por fin los tenemos frente a frente, la distancia es verdaderamente corta para que pueda trabajar con tranquilidad y eficacia. Tan cerca que no me puedo mover como debiera para encuadrar y componer imágenes agradables en este entorno tan hermoso. 


Los animales están tumbados en una minúscula hondonada. Las fotografías en estas condiciones no son lo que nosotros esperábamos conseguir. Sin opciones de moverme alrededor con soltura, ni de fotografiarlos en actitudes o poses diferentes, no nos quedará más opción que conformarnos con un manojo de fotografías repetidas y la emoción de haber estado a unas pocas decenas de metros de ellos, formando por unos momentos parte de su mundo. El macho, de potentes cuernos, de vez en cuando abre los ojos y me mantiene controlado. Está amodorrado como el resto de su equipo, un ternero y varias hembras. Y así permanecerán el resto del día.



Sin inmutarse. Las pocas horas de luz que ya se empiezan a notar durante el mes de octubre en estas latitudes nos obliga a dejarlos allí sin poderlos disfrutar realmente, pastando de pie, moviéndose e interactuando entre ellos. Nada. Aguantaron tumbados estoicamente durante horas, desde última hora de la mañana hasta bien entrada la tarde. Nosotros paseamos y esperamos; comimos y esperamos; charlamos y esperamos; seguimos paseando por los alrededores y esperamos; ... y nada, no se les vio prisa alguna por moverse en ningún momento.


¿Y los 200 metros esos de los cartelitos? pareció preguntarme una hembra mientras me lanzó una mirada desde no más de 50. Yo, en el borde que dominaba la hondonada también me lo pregunté.

Toca, pues, recoger y regresar a la seguridad del valle y de la furgoneta. Habrá más oportunidades en el futuro. Por esta vez será suficiente.

30 de noviembre de 2023

Mi lugar de confort

La montaña es mi lugar de confort. Lo ha sido siempre desde la adolescencia. En ella siento que estoy en casa. Aún no había regresado del Gran Norte y en mi mente ya se estaba decantando la idea de cómo sería la nueva temporada de celo de la cabra montés (Capra pyrenaica vitoriae). Unos días después de los ciervos y gamos daneses, mi cámara y mi objetivo estaban a punto de fijarse un año más en este emblemático rumiante del Sistema Central. Regresaba a mis montañas. Así, a las primeras de cambio ya me encontraba caminando con el clarear de un nuevo día por mi zona de confort, ladera arriba, por aquellos roquedos, llambrias y piornales de mi querida sierra de Gredos. Lugares que siempre me han dado buenos resultados fotográficos con las cabras. A mi lado camina un gran amigo, además de magnífico fotógrafo, y no solo de fauna.


Como los últimos años, el celo de esta temporada vuelve a ser ... "raro", un poco anodino y soso (por no decir "un mucho").

Nos encontramos la sierra sin un copo de nieve, absolutamente limpia, lo que para caminar y pasar el día resulta muy cómodo, pero para el celo de la especie y para nuestras expectativas fotográficas supone en realidad un desastre. Tras una mañana perdida en la que los rebaños parecen haber desaparecido del lugar, alcanzamos a ver dos manadas en una misma ladera ya cerca del mediodía. No hemos sabido buscar bien, parece. Con uno de los grupos de cabras están ya un par de fotógrafos, así que nosotros nos dirigimos hacia el otro para no molestar.

Aunque las muestras de celo serán por parte de los machos insulsas y desaboridas durante toda la jornada, el primer contacto directo que tendremos con nuestro rebaño va a ser con este magnífico ejemplar que olfateaba el aire buscando feromonas femeninas que le indicaran una posible receptividad sexual, con esa peculiar mueca conocida como "reflejo de Fehmen", y de la que ya hemos hablado en la entrada dedicada a los ciervos, entre otras. Al mismo tiempo, el macho orina sobre la hierba para marcar con su propio olor el lugar, exactamente igual a como haría tan solo unos minutos después otro ejemplar más joven.

Hacer fotos a los rebaños de cabras puede parecer sencillo; y puede parecerlo porque lo es. No tiene ningún secreto. O como mucho uno: hay que intentar fotografiarlos allí donde estén habituadas a la presencia de excursionistas, de esa forma te aseguras que tu presencia cercana no represente para ellas ningún peligro. Dicho esto, lo primero será buscar un grupo de hembras, que en estas fechas siempre andarán acompañadas de los pesados de los machos, que las van atosigando a unas y otras casi sin descanso (aunque no es el caso de este año, como ya he dicho). Una vez localizado un rebaño y en condiciones normales, podrás acompañarlo durante varias horas, incluso a veces a lo largo de todo el día. Comes tus viandas mientras ellas rumian tumbadas. Buscas composiciones interesantes y encuadres ortodoxos mientras ellas posan sobre las rocas. Te acercas. Te alejas. Retratas a los chivos, luego a las madres y por supuesto a los machos. Buscas escenas. Vuelves a picar algo, sacas el termo. En fin, te vuelves casi un componente más del rebaño.


Lo más probable es que las hembras estén a lo suyo. Los chivos nacidos en la primavera ya están muy crecidos y son bastante independientes, aunque aún se mantienen cerca de ellas e incluso aún se toman su ración de leche de vez en cuando. Siempre es bueno no centrarse única y exclusivamente en los grandes e impactantes machos, las hembras también existen, no las discrimines. Vale, es cierto que para nosotros los grandes machos son el principal centro de atención, el objetivo de nuestras sesiones, pero ellas son al final las que cortan el bacalao durante los cortejos; observarlas implica no solo que puedas obtener fotografías atractivas también de ellas, sino que puedas identificar la que está a punto de dejarse montar por el sherif del lugar. De esa forma puede que aciertes a fotografiar alguna cópula. 




Como la vida en la manada suele ser tranquila, la jornada del cabrero tampoco será la mar de estresante. Desde luego, tendrás tiempo para descansar, seguro, y para disfrutar del paisaje. Podrás dejar el mochilón junto a una piedra y acompañar a uno u otro ejemplar por los alrededores. Todos los individuos del grupo acabarán posarán para nosotros como si supieran que nos gustaría que lo hicieran, como si alguien les hubiera dicho que deben hacerlo.

Uno macho de pelaje lustroso mira al horizonte, como pensativo; desde la montaña el mundo se ve muy pequeñito y lejano.


Otro se tumba sobre una piedra y deja pasar la tarde tranquilo, y hay quien se hace el dormido y con el peso de la cornamenta se le acaba cayendo la cabeza.



Los más posan para nosotros con su mejor perfil, grandes y viejos.




No es complicado, pues, hacer fotos de cabras en Gredos. Son mansas con la gente y nos aceptan a poca distancia. Basta con no molestarlas. Yo, normalmente hasta me tengo que alejar para que semejantes corpachones entren en el encuadre sin que queden constreñidos en él, aunque reconozco que no siempre lo consigo. Ellas están ocupadas y tú eres sólo un elemento más del ecosistema en el que se mueven.

Moverse tranquilo y dejarse ver en todo momento, no sobresaltándolas nunca emergiendo bruscamente desde detrás de una loma o una gran roca, son dos buenos consejos para no ahuyentarlas. Y por ende, para fotografiarlas. Eso, y tener siempre contigo el pertinente permiso fotográfico, no vaya a ser el guarda el que te ahuyente a ti. No cuesta nada solicitarlo cada año, así que ... sería una tontería no hacerlo. Por lo demás, tú solo has de buscar las posturas rituales que describan su comportamiento, y esas poses señoriales tan elegantes que nos regalan a veces, estar atento y ágil con el enfoque y el dedo índice en el momento de disparar para inmortalizarlas.

La belleza ya la ponen ellas, tú solo has de capturarla en la tarjeta.



Y así resulta imposible no quedarse prendado de estos toros de lidia cuando te posan de estas maneras. Elegantes, serenos y poderosos. Espectaculares, solemnes y regios.