Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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17 de mayo de 2018

Fotógrafos naturalistas

Hace muchos años, perteneciendo yo a un foro naturalista, un compañero envió un mensaje al mismo en el que tras hacer una relación exhaustiva de sus observaciones en un determinado lugar, apostillaba su aportación diciendo más o menos:

- "...he visto tal y tal y tal especie. Por último, había en una de las orillas un fotógrafo dentro de un hide y, por supuesto, llamé al SEPRONA". 

Nadie del foro mostró públicamente su extrañeza o asombro por la denuncia, y menos aún un atisbo de reprimenda por la reacción del compañero ante la presencia del fotógrafo. Casos como este pueden parecernos sorprendentes a algunos, pero no dejan de ser sintomáticos de cuál parece ser la relación entre naturalistas y fotógrafos de naturaleza, o mejor dicho aún, cuál es la apreciación que muchos naturalistas tienen de los fotógrafos de fauna, al menos por donde yo me muevo. Aquel hecho, ya lejano en el tiempo, no me parecería más que una lamentable y triste anécdota sino fuera porque intermitentemente hay gente que me expresa, más o menos dogmáticamente, el convencimiento de que numerosos fotógrafos de fauna constituyen una molestia real para los animales que fotografían, lo que me lleva a plantearme qué hay de cierto en esto y qué hay de exageración.


Obviamente, hay fotógrafos a los que no les supone mucho desasosiego obtener la foto deseada aunque para ello se vean en la coyuntura de incordiar seriamente al ejemplar a fotografiar; yo no los conozco, pero sería absurdo negarlo, igual que lo sería en el caso de algunos naturalistas y ornitólogos con un comportamiento ético también un poco laxo y relajado; podríamos muy bien aquí aplicar aquellos dos dichos populares de que "en todos los sitios cuecen habas" o de que "quien esté libre de pecado que tire la primera piedra". Pero volvamos a los fotógrafos, que es a quienes se nos juzga. Aunque parece lógico pensar que algunos de esos fotógrafos son plenamente conscientes de su falta de ética, la creencia generalizada entre algunos que se arrogan para sí el sello de "naturalistas" y la solemnidad de "verdaderos amantes de la naturaleza" de que esa falta de escrúpulos es algo normal entre nosotros peca, sin duda, de exagerada, pero sobre todo de injusta. Lo más probable es que si un fotógrafo de fauna actúa de un modo inadecuado, esto sea fruto de su ignorancia o falta de experiencia. Estaremos todos de acuerdo en que esto tampoco disculpa una mala praxis a la hora de trabajar con animales, pero también estaréis conmigo en que cuando reviste mayor gravedad el hecho en sí de hacer las cosas mal es cuando se es consciente de ello, pues mientras que en el caso de hacerlas por ignorancia será suficiente con ganar experiencia y adquirir la capacidad técnica necesaria para no volver a incurrir en errores, independientemente de si trata de un fotógrafo o de un naturalista, en el otro supuesto lo que hay que cambiar es la actitud del desaprensivo; y eso sí que es bastante más complejo. Sea como fuere, está claro que ambas situaciones deben ser evitadas, pues las posibles consecuencias para el animal son al final las mismas, se hayan producido con conocimiento de causa o sin él.


¿La proporción de colegas con malas prácticas es importante o despreciable dentro del total del colectivo de fotógrafos de fauna, relevante o intrascendente, mayoritaria o minoritaria? ¿Y en qué proporción de esos casos, además, es el resultado de la ignorancia e inexperiencia, o de esa falta de escrúpulos y ética a la que aludíamos antes y que se nos otorga a la mayoría? No lo sabemos. Y no lo sabemos ni nosotros ni los compañeros naturalistas que generalizan con elocuencia las críticas al conjunto del colectivo. Mi experiencia me hace pensar que los fotógrafos de fauna son mayoritariamente apasionados por la naturaleza que buscan plasmar su pasión, la belleza del mundo natural y los momentos vividos en contacto con ella en sus imágenes. Nada que a priori haga pensar que anteponemos la obtención de la fotografía a la tranquilidad de las especies fotografiadas. Por ello, pienso que sentenciar que esta supuesta relajación ética es algo relativamente habitual en nuestro gremio resulta ser muy atrevido, inquisitorio y, como decía más arriba, injusto, pues parece partir de meros prejuicios.

Quizás esa distinción que flota en el ambiente entre "naturalistas" y "fotógrafos de fauna" no tenga sentido en la mayoría de los casos. Yo mismo soy y me considero ante todo naturalista y desde mucho tiempo antes de poderme llamar fotógrafo, pero es algo que, además, no tiene ninguna relevancia, lo que vuelve inoportuno por parte de algunos naturalistas el hecho de secuestrar para sí tal etiqueta, ninguneando la pasión que todos los fotógrafos de fauna también sentimos por el mundo natural; como si fueran más nobles y loables sus intenciones de simple observador que las de aquellos que buscamos traernos además una instantánea de regreso a casa; como si su actividad fuera pura y desinteresada y la nuestra mercantilista y egoísta; como si el deseo de traernos una foto no pudiera ser pareja a la pasión por la propia observación de la fauna fotografiada.



Sin embargo, aquí todos somos auténticos amantes de la fauna. Sus intereses son los mismos que los nuestros -como ya expresara en el post Fotografía y conservación-, y su pasión por la naturaleza es exactamente la misma que la nuestra, o si lo prefieres: nuestra pasión por la naturaleza es tan grande como la suya. En definitiva, que todos somos miembros de un mismo colectivo, unos con prismáticos y telescopios, otros con prismáticos y teleobjetivos.

Ahora bien, dicho esto, hay que dejar claro que es obligación de los fotógrafos hacer las cosas bien, con responsabilidad y cautela, dando prioridad siempre el principio de precaución y ajustando nuestros métodos de trabajo al menos al decálogo de AEFONA, sino siendo más estrictos y conservadores aún. Comprometernos con el total respeto a la naturaleza debe suponer siempre el punto de partida de cualquier actividad humana, entre las que se encuentran, por supuesto, la fotografía de animales salvajes, y como dice esta misma asociación "... con el ánimo de ser un ejemplo de integridad y comportamiento, especialmente para las nuevas generaciones de fotógrafos", o dicho de otra manera: mantener en todos nuestros trabajos una ética escrupulosa y además hacer que ello sea de conocimiento público (¿recordáis el dicho aquel de que "no solo hay que ser bueno, sino además parecerlo"?, pues eso, que nosotros además de hacer las cosas correctamente debemos demostrarlo -pienso que por desgracia, dicho sea de paso-).


La fotografía de fauna puede ser realmente dura y sacrificada. No sería posible obtener grandes y estéticas imágenes de animales en estado salvaje que remuevan conciencias, que eduquen, si nuestra pasión por ellos no fuera muy superior a la propia afición a la fotografía. Y los resultados llegan solo tras mucho tiempo de patear por el campo observando el comportamiento animal con los prismáticos colgados del cuello, y tras largas horas dentro del hide, frías a veces, en ocasiones asfixiantes, o tumbados a ras del suelo con los riñones y el cuello maltratados, madrugando mucho más que en una jornada laboral, conduciendo en ocasiones durante horas para estar en el hide antes incluso de amanecer, o dando largas caminatas cargados con el equipo, restando tiempo de la familia y de otras aficiones. Todos estos sacrificios no son precisamente ningún aliciente para quien no sienta verdadero amor por la vida silvestre. Si esto, que es un hecho incuestionable, lo admitimos todos, entonces también todos sabremos que caminamos juntos para conseguir un mismo y único fin, la conservación y protección de la misma. Aprendamos entonces unos de otros, para hacer todos las cosas de un modo correcto.


Y quizás así, un día, aquel naturalista entusiasta vea con su telescopio un hide cerca de una colonia de abejarucos o junto a la orilla de un río a treinta metros de unos cormoranes solazándose y no tenga el arranque instintivo de llamar a las autoridades para que lo sancionen y lo levanten de aquel paraje tranquilo, a donde habrá llegado quizás tras muchos kilómetros de conducción, en donde habrá montado su escondite de tela amparado por la oscuridad de la noche, y se habrá sentado a esperar durante un montón de tiempo para realizar esas fotos fantásticas que luego, irónicamente, quizás preste altruístamente a alguna asociación conservacionista para luchar por la defensa y protección de la vida salvaje; asociación a la que, de nuevo quizás, ese delator bienintencionado pero ignorante, pertenezca, y quién sabe sino también el propio fotógrafo. Y también quizás así, un día, ese mismo naturalista entusiasta en vez de cabrearse por lo que él considera una molestia para la fauna (no así esta, que se presta inconsciente a la sesión fotográfica sin saberlo si quiera frente a un arbusto extraño en el que de vez en cuando suena un click repetitivo) sienta sana envidia al comprender que el esfuerzo de aquel fotógrafo le está deparando unas vivencias que ya quisiera él para sí mismo, del martín pescador peinando sus plumas a seis o siete metros de distancia. Y desde el interior del hide a su vez, el fotógrafo observará también con envidia sana al naturalista, al que verá disfrutar de un paseo maravilloso, cómodo y fructífero con sus prismáticos colgados del cuello, entre praderas y bosquecillos de ribera, mientras él permanece encerrado en su cárcel de tela con la espalda o el cuello doloridos.

17 de agosto de 2016

De safaris fotográficos y otras telas

Los fotógrafos de fauna estamos acostumbrados a buscar fórmulas para sortear el miedo que los animales tienen al hombre y que dificulta, o incluso impide, esa proximidad necesaria para poderlos retratar. Esto se traduce en la necesidad imperiosa de utilizar potentes teleobjetivos, usar sistemas de ocultación como hides y redes de camuflaje, así como multitud de cachibaches y accesorios, además de contar con la herramienta más poderosa e imprescindible de todas: la paciencia.


Salvo un puñado pequeño de especies que se muestran confiadas ante la presencia humana y que hacen las delicias de los fotógrafos de fauna, como las cabras monteses de Gredos o los rebecos y chovas piquigüaldas de Picos, por poner algunos ejemplos de la fauna ibérica, lo cierto es que en nuestra vieja piel de toro nos vemos obligados a perseverar y armarnos de paciencia para poder obtener alguna fotografía de fauna que merezca el calificativo de "correcta", dado que la inmensa mayoría de los animales mantienen distancias de seguridad con respecto de nosotros bastante elevadas. Por desgracia, en ello les va la vida muchas veces. El resto de tomas obtenidas "a salto de mata" no pasarán de ser meros documentos, muchas veces lejanos y casi siempre de mediocre calidad.



Sin embargo, yo creo que en este juego del gato y el ratón está en gran medida la clave para entender el enorme interés que tiene la fotografía de fauna como disciplina altamente especializada dentro de la fotografía general; para comprender por qué engancha tanto a quien la practica. Si fuera sencillo sería aburrido y monótono, ¿no? Además, poder observar de cerca y sin ser vistos a la fauna salvaje manteniendo comportamientos completamente naturales es un sueño para cualquier apasionado de la naturaleza.



No obstante, y como para compensar tanta dificultad, a veces viene bien desempolvar los sueños y dar rienda suelta al dedo que aprieta el disparador de la cámara y dirigir nuestros esfuerzos a ciertas especies que por su falta de temor al hombre las vuelven atractivas y cercanas, incluso osadas. No todo va a ser horas de espera dentro de un reducido hide, pasando calor o frío. Todos hemos deseado alguna vez ir a un safari fotográfico y volver a casa cargados sin demasiada dificultad con Gigas y Gigas de archivos fotográficos de animales exóticos que no huyen de nosotros. Y siempre que usamos esa expresión -safari fotográfico- pensamos en África. Pero ¿por qué? Tenemos otros destinos en los que liberar nuestro hambre de fotografía y nuestra necesidad vital de sentir el esplendor de la fauna salvaje a nuestro alrededor, sin barreras, sin temores, sin huidas precipitadas. Y algunos de esos destinos los tenemos muy próximos a nosotros, aunque nos suene realmente muy extraño usar para ellos la palabra "safari". Pensemos sin prejuicios en lo que significa y vayamos pues de safari fotográfico aquí al lado, a la vuelta de casa.

Este verano, después de varios años acariciando la idea, hemos podido por fin materializar nuestros anhelos un poco nómadas como reza la cabecera de este blog, un poco vagabundos, y hemos pisado algunas de las reservas naturales más emblemáticas del Reino Unido, principalmente en Escocia e Inglaterra, pero también del oeste galés. Y sí, podemos asegurar que ha sido un verdadero safari fotográfico abarrotado de alcatraces, frailecillos, araos, alcas, focas y un sin fin de especies más. Y sí, también los hemos tenido muy cerca, aves confiadas que viven en bulliciosas comunidades que cubren islas o acantilados, que envuelven el lugar con el olor acre de sus excrementos, y que tapizan con ellos de blanco el suelo y a los propios vecinos que vivan por debajo. Y sí, también hemos dado rienda suelta a nuestro deseo de llenar las tarjetas con miles de imágenes sin las complicaciones de la fotografía desde un hide. Las colonias de aves marinas del Mar del Norte y el Océano Atlántico son un verdadero espectáculo de la vida salvaje que nos dejará sin palabras, y quizás también sin Gigas.




En las próximas entradas me voy a desviar un poco de la línea general que tiene Cuaderno de un Nómada y haré pequeños compendios de lo que podemos encontrar en algunas de las principales reservas naturales que nosotros hemos visitado, en aquellas más relevantes desde el punto de vista fotográfico, con la esperanza de que sirvan de ayuda y guía a otros fotógrafos o naturalistas. Ya no tendréis disculpa el próximo verano, reservad un hueco en la segunda quincena de junio o la primera de julio y regalaros un safari fotográfico por algunas de las colonias con mayor número de aves por metro cuadrado que podáis esperar. Son lugares increíbles que no os podéis perder, y están ahí, a la vuelta de la esquina, al ladito mismo de casa.

2 de febrero de 2016

Abstracciones

Miro hacia arriba mientras descanso sobre la colchoneta, esperando un sonido, una zambullida en el agua que me haga enderezarme como un resorte, como un detonante que anime esta tarde monótona y aburrida. La garceta grande se ha quedado muuuuy lejos de donde estoy, igual que su prima la garza real. El pato cuchara idem de idem, y respecto de los simpáticos zampullines chicos que nadan en la orilla de enfrente ... pues eso, que son muy chicos para que merezca la pena hacerles fotos desde mi posición. Nada, mi cormorán grande me ha dado plantón, lo mismo que el bando de cercetas comunes y de azulones que cada día se dejan caer por este lugar apartado, en el interior de la finca particular de un conocido.

En fin, ¿qué se puede hacer ante una tarde con "calma chicha" en el ambiente. Pues buscar con la compacta moscas y hormigas que recorran mi chajurdo. Sombras, líneas y manchas.







20 de abril de 2013

Amanecer

Por el horizonte clarea la franja azulada del próximo alba mientras alcanzo el lugar donde voy a pasar las próximas dos horas. El reclamo inconfundible, persistente, penetrante y agudo de las cigüeñuelas (Himantopus himantopus) delata su presencia a pocos metros de distancia, en la oscuridad de los últimos latidos de la noche. Me acerco sin linterna, a hurtadillas, como un bandido que quisiera hurtar algún bien preciado. Las botas no impiden que unos pocos metros más adelante tenga los pies mojados mientras camino sin ver dónde hay agua y dónde tierra firme; bueno, mejor dicho, dónde hay "fango firme". Busco como puedo, a veces tocando el suelo con los dedos de la mano, una pequeña porción cerca de la orilla que no rezume. Cuando ya estoy decidido a regresar de vacío a casa, la encuentro. Descargo la pequeña mochila con las redes de camuflaje, esterillas y equipo fotográfico. Me acomodo como puedo, tumbado de frente, con las punteras de los pies en un charco; ¡qué más da, al fin y al cabo ya están mojados! La faena son los dos grados de temperatura de esta sosegada mañana.

Cuando termino de prepararme ya se medio ve. Reclaman aflautados una pareja de chorlitejos. Se intuyen las formas y las aves. Las que habían levantado el vuelo ante una sombra deambulando por la orilla, regresan, sobrevolándome a pocos metros de altura. Se posan. Espero. Amanece.






25 de junio de 2012

Momentos

Estamos llenos de momentos, efímeros instantes que, como fotogramas de una película, van formando nuestras vidas. Gotas de agua en un cristal, una ráfaga de aire, una mirada, un vistazo a algo, un encuentro fortuito, un sonido, un salto, un sobresalto, un juego, una sonrisa, una espera, una sorpresa,... Todos ellos se suman y acaban formando parte de nosotros mismos, como una cadena engarzada. Fotograma a fotograma.