Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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5 de febrero de 2024

Escandinavia, ¿paraíso natural?


Tras varias entradas en este blog narrando nuestra experiencia por las seductoras tierras escandinavas, me veo en la necesidad de cambiar de tercio y mostrar la cara oculta de la luna, haciendo un símil con el fraudulento eslogan de "Asturias, paraíso natural", falaz y trolero lo mires por donde lo mires, lo que cada día que pasa resulta más obvio. Pues al igual que sucede en el campo asturiano que, aún siendo un escaparate maravilloso -lo cual nadie discute- oculta una trastienda oscura llena de odio al lobo, de furtivismo endémico, de uso descontrolado del fuego como herramienta para hacer daño consciente, y anacronismos humanos ligados a unas rancias instituciones públicas, en la región escandinava sus gobiernos tienen así mismo entre sus bambalinas otro tanto que ocultar y sus ciudadanos no poco de lo que avergonzarse en lo que a conservación de la biodiversidad se refiere. 

Veamos, pues, qué se cuece entre los bastidores del Gran Norte.


Escandinavia es una región geográfica y cultural formada por tres países nórdicos -Dinamarca, Noruega y Suecia-, aunque aquí también hablaremos de Finlandia aun no siendo formalmente incluida en el término. En la actualidad estos cuatro países disfrutan de un bienestar social y un nivel de vida económico envidiables, habiéndose convertido en los últimos tiempos en países realmente prósperos al implementar políticas económicas y sociales avanzadas y modernas, consiguiendo generalizar bajos niveles de desempleo y desigualdad, así como altos niveles educativos, incluso en el medio rural. Como dato curioso y descriptivo nos llamará la atención, en contraste con lo que vemos en nuestro país, que sus granjas agrícolas o ganaderas están impolutas y ordenadas, sin zaleos por todas partes como ocurre aquí, además de sorprender la gran cantidad de ellas que tienen aparcadas en la puerta roulottes o autocaravanas, lo que parece venir a demostrarnos que para la mentalidad de esta gente hay vida más allá del futbol, los encierros y las tascas del pueblo (de las que, por otro lado, tampoco disponen). 


No verás basura por las cunetas, ni en las apartaderos y zonas de descanso de las carreteras, y no digamos ya escombros en los caminos o carritos de supermercado en los ríos. El contacto con la naturaleza representa allí una tradición interiorizada en sus vidas y el civismo forma parte de su idiosincrasia, lo que comprenderemos cuando observamos con envidia los cientos de baños públicos que se reparten por todas las carreteras en perfecto estado de uso, limpios no, lo siguiente, con calefacción y ¡¡¡sin las firmas de nadie por sus paredes!!! (aquí debemos tener tanta gente con la autoestima por los suelos, que para enorgullecerse de sí mismos necesitan imperiosamente dejar constancia de su paso por nuestros lavabos). Los conductores allí incluso respetan los límites de velocidad -salvo sorprendentes excepciones- aunque no haya radares cerca, y aun teniendo generalmente límites de velocidad muy bajos, mayoritariamente entre los 70 y 80 km/h.



De esta forma en la mayoría de las curiosas listas de los países más felices del mundo Finlandia se sitúa en primera posición, Dinamarca en segunda, Noruega en tercera y solo Suecia se descuelga a la séptima. Así las cosas, desde el sur de Europa observamos con una cierta envidia a estos países nórdicos por lo avanzados, modernos y prósperos que son, además de preocupados por la conservación del medioambiente y lo vinculados que se sienten emocionalmente a la naturaleza. Y si a todo eso le añadimos que se venden a sí mismos como una región geográfica envidiable por los magníficos espacios abiertos de los que pueden disfrutar, donde la libertad de tránsito es casi absoluta en unos ecosistemas prístinos y casi casi infinitos, pues tenemos el coctel perfecto para que nos pongan la venda en los ojos y nosotros mismos nos la anudemos. Me explico.

Hay que partir de que no se pueden negar ciertas evidencias. Sus paisajes son extraordinarios realmente, con vastas extensiones bien conservadas y una población humana reducida, lo que posibilita una interesante biodiversidad ligada a ecosistemas eurosiberianos y subárticos. 



Así, por ejemplo, Noruega tenía en 2023 una densidad de población de 16,95 hab/km2, mientras que en Finlandia era en 2015 de 16,41 y en Suecia de 22,97 en 2020. En comparación, nosotros somos actualmente algo más de 95 habitantes por kilómetro cuadrado en España. Dinamarca es un caso aparte dentro de su entorno ya que alcanza una cifra muy superior a la de sus vecinos del norte, siendo hace tres años de 135,90 hab/km2, lo que puede ser explicado por su ubicación dentro del continente. Sin embargo, estas densidades relativamente bajas para unos países modernos no implican que no haya impacto humano alguno en sus territorios. De hecho, una gran parte de la población está diseminada en granjas y casas por todas partes, salpicando de puntitos el paisaje, junto a las carreteras, en los bosques, a orillas de las lagunas y fiordos, en la taiga o en la tundra, lo que compromete un cierto nivel de afectación en el entorno.



También es una evidencia que gran parte de sus áreas naturales más o menos bien conservadas son extensas, sobre todo en el norte, pero no menos cierto es que, por ejemplo, la industria maderera en Suecia explota gigantescas superficies de bosque boreal que muchos turistas incautos, al transitar por sus interminables carreteras, consideran verdaderos bosques, cuando en realidad son re-naturalizaciones sin los procesos ecológicos de un auténtico bosque maduro, y que muy poco tienen que ver con los verdaderos paisajes conservados que deberían ser.


No poco llama también la atención a quienes visitan por primera vez la región poniendo atención en los detalles la cantidad tan enorme de torres cinegéticas (puestos de caza construidos con troncos de madera) que salpican las lindes de las zonas arboladas y que se ven a simple vista desde las carreteras -sobre todo en el sur-, lo que ya nos va dando alguna pista también de cómo es la relación de una parte relevante de la población con su preciada naturaleza. En definitiva, no todo es tan idílico y bucólico como nos lo venden, aunque nos lo metan por los ojos.

Si visitamos las webs oficiales noruegasueca o finlandesa sobre sus atractivos turísticos, veremos que una parte fundamental de lo que nos van a vender son sus valores paisajísticos y naturales, el derecho a vagar libremente por ellos y a disfrutar de un medioambiente salvaje y extraordinario, incluso en las propiedades privadas siempre que no estén cultivadas o valladas, ley tradicional que en Noruega denominan Allemannsretten, y conocida popularmente como la ley del libre albedrío, plasmada en 1957 en su ordenamiento jurídico como Ley de Ocio en Exteriores. El enorme turismo que tienen -especialmente Noruega- no es un turismo de museos, catedrales o monumentos históricos de hace un puñado de siglos, al estilo del centro y sur de Europa. Su turismo está fundamentalmente ligado a la naturaleza, e incluso muchos de sus atractivos culturales están indirectamente vinculados a ella, al ubicarse en entornos naturales alejados de las grandes urbes, como bien saben las hordas de turistas que visitan los hermosos pueblecitos de las Islas Lofoten y las clásicas iglesias de madera noruegas, la mayoría de ellas de los siglos XII y XIII, ...







... o los mucho menos numerosos visitantes de los clásicos molinos de viento o las piedras hincadas con alfabeto rúnico del siglo IV en adelante de la isla sueca de Öland, por poner algunos ejemplos.






Visto todo lo cual, desde el sur de Europa se ha normalizado pensar que en los países nórdicos el amor por la naturaleza está interiorizado en el alma de sus ciudadanos, de sus gobernantes y de sus políticas medioambientales. Y hete aquí que no es siempre así. 

No deja de ser una paradoja que un país -Noruega, en este caso- que se vende a sí mismo como profundamente unido a su maravillosa naturaleza y que muestra al mundo con orgullo los porcentajes de vehículos eléctricos vendidos, con la extraordinaria cifra de un 82,9% del total entre enero y julio de 2023 (lo que lo sitúa a años luz por delante de Islandia, con un 37,8%, Suecia con el 37,3%, Finlandia con 31,9% y Dinamarca con el 31,1%, que lo siguen en el ranking), sea a la vez un importante productor mundial de petróleo -en el puesto nº 11, con el 2% de la cuota de barriles mundiales-, extraído y comercializado precisamente para abastecer esa otra industria automovilística responsable de gran parte de las emisiones de CO2 al planeta y del calentamiento global y cambio climático. Difícil equilibrar ese doble rasero, lo que nos invita a no idealizar en exceso el autoproclamado amor por la naturaleza de esta u otras naciones, ni, por extensión, de sus sociedades, aun siendo comprensivos con el hecho de que alcanzar el necesario Estado del Bienestar para sus ciudadanos tiene un precio, que es, además de ambiental, también ético. Si un país pone en una balanza dinero y naturaleza, siempre se decantará por el primero.

Pero todos estos preliminares que has leído hasta ahora sirven solo para poner en contexto otra cuestión mucho más específica, e infinitamente decepcionante: las masacres que tan "civilizados" países y "amantes incondicionales" de su naturaleza realizan sobre una especie de la que aquí hemos hablado largo y tendido en muchas ocasiones, y de la que seguro seguiremos hablando en el futuro (por desgracia): el lobo (Canis lupus), animal venerado y odiado por igual y del que hemos tratado numerosas aristas del conflicto que mantiene con el hombre. Podríamos pensar que en estos países tan respetuosos con el medioambiente, tan conservacionistas, tan grandes geográficamente, con tan bajas densidades de población humana, con tan pocas cabezas de ganado, y con áreas forestales y montañosas tan extensas el lobo, el lince boreal, el glotón o el oso serían especies ampliamente distribuidas que vivirían felices y que comerían perdices (nivales, por supuesto). Pues no, señores, lamento desengañaros. El lobo en concreto es literalmente masacrado en estos países auto-etiquetados de "verdes"; y cuando utilizo este participio de pasado no es una licencia literaria, ni un modo de hablar, es preciso y textual: son masacrados sin piedad. Los países escandinavos son todo lo "verdes" que los votos permiten a sus gobiernos, y si ser conservacionista te quita votos en las urnas ... pues nada, les pegamos unos tiritos a los lobos y los exterminamos, y aquí paz y luego gloria, que luego yo ya, si eso, me encargo de hacer unas buenas campañas publicitarias de lo amantes que somos de la naturaleza y de lo conectados espiritualmente que estamos a ella.

Sabiendo las implicaciones que tiene eliminar especies predadoras apicales y en concreto conociendo las consecuencias que se derivan de la caza del lobo, veamos cómo se las gastan en estos países en su relación con el gran depredador del Holártico, lo que sin duda a más de uno le quitará las ganas de compararse con nuestros vecinos del lejano norte.


En Noruega, lo mismo que en España, el odio al lobo está profundamente imbricado en las instituciones, principalmente porque allí también resta votos. En el año 2011 contaban con la abrumadora cifra de 28 lobos en el país. Sí, habéis leído perfectamente, chicos: ¡¡¡28 lobos!!! en un país que supera ampliamente los 300.000 km2, con una población de solo cinco millones y medio de habitantes concentrados principalmente en el sur y las grandes ciudades, y con enormes extensiones de bosques y montañas donde prácticamente no hay ganado. Tres años después la cifra era prácticamente idéntica, solo 30 animales parecía haber en 2014, dejando patente que la caza furtiva estos años estaba impidiendo la evolución de su población. Pero aunque aquí generalmente no nos llegan noticias de estos países, a finales del año 2015 nos pudimos enterar que 11.571 noruegos aspiraban a matar a uno de los 16 lobos que las autoridades decidieron autorizar, de los 30 que seguían calculando tener aquel año en el país, así como otras 10.930 solicitudes para cazar 18 osos pardos, aunque apenas les quedaban un puñado de ellos, con unas cifras difíciles de conocer con exactitud, pero sabiendo que eran aproximadamente 127 osos en 2017. Pero es que al año siguiente, 2016, también pudimos leer la noticia de que se autorizaba la matanza del 70 % de los lobos que habían conseguido malvivir en su territorio cuando se estimó una población de ... ¡tachín, tachín! ... redoble de campanasssss ... solo ¡¡¡¡68 animales!!!! Sí, amigos, autorizaron matar a 47 de los 68 lobos censados.


Este escándalo sin parangón fue criticado por la prensa de todo el mundo, e incluso al otro lado del charco se hicieron eco de la hipocresía de un país que se define así mismo como valedor del medioambiente y la conservación al tiempo que planea alevosamente darle la puntilla a una especie que se encuentra en estado crítico en la Unidad de Cuidados Intensivos, caminando sobre la cuerda floja de la extinción.


Dos años más tarde, en 2018 el gobierno noruego fue denunciado ante un tribunal por WWF por el exterminio del 25% de los lobos que a duras penas aguantaban en el país, al ejecutar a 27 de los menos de cien que quedaban. ¿Se puede considerar verdaderamente amante de la naturaleza -como ellos se venden mentirosamente a sí mismos- un país que autoriza rematar a una especie en peligro crítico de extinción? Obviamente no lo es. Es más, ni siquiera lo sería sin esa medida brutal cuando previamente tenían designados territorios en los que esta especie sí podía vivir y otros en los que no, decidiendo dónde puede y dónde no puede desarrollarse la vida natural en completa libertad; esto no es, señores, amar la naturaleza, no es convivir con ella, es aprovechar de un modo utilitario sus recursos naturales y eliminar de un plumazo todo lo que en ella pueda suponer un conflicto, un contratiempo o una dificultad: lo que no me produce o no me vale, fuera, a freír espárragos. Tras extinguirse el cánido en Noruega en los años 70 su llegada desde Suecia no está siendo fácil, con graves problemas además de endogamia provocada por cuellos de botella en la poblaciones sueca y finlandesa -igualmente maltratadas y perseguidas- de cuyas poblaciones derivan los actuales ejemplares noruegos. Y que se puedan además cazar especies como linces u osos tampoco ayuda a considerarlo un país verde y conservacionista. En las tres últimas temporadas de caza entre 2020 y 2023 se mataron legalmente en el país 3 osos de las 21 licencias expedidas, 58 lobos de los 135 autorizados, 172 glotones de los 447 permitidos y 162 linces de las 208 licencias emitidas. Una salvajada; legal, sí, pero salvajada al fin y al cabo. Estaría muy bien que existieran estadísticas igual de exhaustivas con los números de carnívoros muertos furtivamente, porque las cifras del exterminio de los grandes carnívoros del país son, sin duda, abrumadoras.


En Suecia las noticias que nos llegan son aún peores. Desde 2010 el gobierno sueco está empeñado en reducir la ya exigua población de este cánido a pesar de que la geografía del país y la mínima presencia de ganado doméstico justificaría semejante decisión, ni siquiera desde un punto de vista de conflicto social. El 2 de enero del citado año comenzó la masacre anual, y en el primer día ya mataron 21 de los 27 lobos autorizados. La polémica estuvo servida ante las protestas de los sectores conservacionistas del país y de Europa, pero no sirvieron de nada. En 2011 se concedió autorización para matar otros 20 más, aunque tras un evidente y avisado procedimiento de infracción de la UE se paralizaron las matanzas en 2012 y 2013, aunque los lobos siguieron cayendo de forma furtiva, por supuesto. La posible multa de 11 millones de euros que podría imponer Europa al gobierno sueco no le impidió en 2014 retomar la persecución institucional con la muerte de otros 30 lobos. Durante ese año y el siguiente se sumaron entre Noruega y Suecia un total de 100 lobos más eliminados (o más probablemente 101, como los dálmatas), la mayoría tiroteados legalmente. Desde 2020 el gobierno sueco persigue la eliminación anual de un importante número de ejemplares, como si ya se tratara de una tradición. Así, en el año 2022 autorizaron la masacre de la mitad de la población de lobos (a la par que de un centenar de linces boreales), mientras que en 2023 aprobó la eliminación del 16% de los 460 lobos que estimaban habitaban en su territorio, 75 animales que supusieron un trágico golpe para la especie, pero solo un paso más para alcanzar el objetivo último de reducir su población a la mitad. Además, en el año pasado duplicaron los permisos para matar 201 linces, lo que representaba el 13,86 % de la población, estimada en 1.450 ejemplares en 2023 (unos 300 animales menos que los censados una año antes). 


Por su parte, en Finlandia la población de lobos ha tenido en las últimas décadas un ritmo claramente decreciente. Si en 2005 se estimaban unas cifras que rondaban los 250 animales en un país algo mayor que Noruega, tan solo seis años después su población se había reducido a unos 150 individuos, lo que resulta una cifra simplemente ridícula para un territorio tan enorme y tan despoblado. De nuevo la persecución legal y furtiva que se hace de la especie puede ser considerada sencillamente de salvaje (se me acaban los adjetivos). El Instituto Finlandés de la Fauna Salvaje autoriza un número arbitrario de permisos para que los cazadores deportivos practiquen tan insensible actividad, alegando, por ejemplo, conceder "... permiso a dos ciudadanos la posibilidad de cazar siete lobos en un corto período de tiempo, como medida de gestión y en evitación de daños por estos animales a los perros y la inquietud de la población local", como podemos leer en esta sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que da un tirón de orejas en 2019 al citado organismo finlandés por regatear unos años antes la prohibición de sacrificar ejemplares de la especie con excusas no motivadas científicamente. 

De esta forma, en 2015, por ejemplo, concedieron permisos para la masacre de 46 lobos grises de los 250 que se calcularon habitaban en su territorio, algunos de ellos compartidos con Rusia, para, según justificaban, evitar la caza furtiva de la especie. ¡Manda narices! hay que tenerlos muy gordos para justificar el exterminio de un tercio de la población de una especie en peligro de extinción como medida para luchar contra la muerte furtiva de dichos animales. Pero es que además, según el artículo, estas autorizaciones se dieron en áreas que no abarcan las grandes extensiones de cría de renos, en cuyo caso "... se entregan permisos especiales a los ganaderos por un período de 21 días para matar exclusivamente a los animales que hayan atacado a reses". Esto plantea dos cuestiones; la primera es cómo diablos sabe un ganadero, cuando le pega un tiro a un lobo, que fue ese precisamente el que le mató un reno la semana anterior; ¿alguien me lo puede explicar?, porque tan kafkiana justificación apesta a asqueroso subterfugio para el exterminio. Y la segunda es que este modo de actuación implica un descontrol absoluto sobre el número real de animales eliminados, que ya siempre será superior a esos 46, y a cuyo total -ya desconocido, puesto que no sabemos cuántos lobos matan los criadores de renos- habrá que añadir los ejecutados furtivamente, como se desprende en una pregunta parlamentaria llevada por escrito en el año 2009 al Parlamento Europeo (Pregunta Escrita E-3765/09), furtivismo que en Finlandia no está muy perseguido que digamos y que, cuando es sancionado, lo es con una sanción que simplemente da risa. 

Vamos, exactamente como aquí en España. Un disparate absoluto. En el año 2020 se estimó una población lobuna de unos 200 ejemplares solo, repartidos en 15 manadas en territorio íntegramente finés, más otras 7 que se adentraban del otro lado de la frontera rusa. En Finlandia además del lobo también se pueden tirotear osos y linces, lo que para las sociedades del centro y sur de Europa puede resultar simplemente repugnante. Respecto del oso en la temporada cinegética pasada (2023) se abatieron allí legalmente 76 plantígrados, de los 930 o 990 que se calcula merodean por el país, algunos con áreas de campeo que incluían territorio ruso, es decir entre el 8,17% y el 7,67% del total de la población (en 2020 se habían calculado unos 1.200 ejemplares, incluyendo los compartidos con Rusia).


Y en cuanto al lince boreal en 2013 fijaron un cupo de 589 linces abatibles, lo que representaba el 20% de la población. Para cualquier persona amante de la naturaleza, o sencillamente consciente y sensible con la necesidad de fomentar un cambio de modelo en la relación del hombre con el medio natural, resulta verdaderamente vomitiva esta política de muerte, máxime cuando de lo que se le acusa al lince es, en el peor de los casos, simplemente de alimentarse de sus presas naturales, sin más. Pero claro, sus pieles son muy cotizadas y sus cabezas decapitadas como trofeo en una pared también. No puedo por menos de hacerme de nuevo las mismas preguntas retóricas que me asaltan la cabeza cada vez que nos enteramos de sucesos tan descabellados, insensatos y horribles como estos, ¿es de verdad amante de la naturaleza un pueblo que irracionalmente masacra por diversión a sus depredadores a pesar de ser piezas fundamentales en el mantenimiento del equilibrio natural de los ecosistemas? ¿Es divertido de verdad tirotear un lince? ¿Es tan placentero arrebatarle la vida a otro ser vivo?, ¿de verdad?, porque obviamente necesario no lo es, ni lo será nunca, sino más bien ya todo lo contrario, resulta medieval y rancio bien entrados en el siglo XXI. Una abyecta vileza, arcaica y mezquina.

Pero vamos a terminar ya este repaso con Dinamarca, donde vemos que sucede algo parecido. Siendo un país densamente poblado y con un territorio mucho más pequeño, el regreso del lobo en 2012/2013 tras años de ausencia supuso también el regreso del furtivismo desenfrenado, reproduciéndose la misma persecución ilegal sobre la especie que se puede estimar en el resto de países del marco escandinavo, y convirtiéndose por ello en otro sumidero de lobos más. Al igual que en el resto de países de su entorno, buena parte de responsabilidad en estas masacres la tiene el sector cinegético, dado que la ganadería es muy escasa, siendo delictiva y furtiva una parte importante de esta infame persecución.

Resumiendo, junto con los criadores de reno en la Laponia del norte, los cazadores de estos países odian al cánido porque se alimentan de algo que consideran suyo: la fauna salvaje, ciervos rojos, alces y corzos principalmente. Es así de simple y subrealista. Una vez más el mundo de la caza se convierte en uno de los motores principales en la deriva de extinciones y problemas de biodiversidad que arrastramos en el planeta, además de representar una actividad coercitiva para el resto de usuarios del campo. 


Vamos, amigos, nada nuevo bajo el sol, no nos podemos extrañar de nada, pues seguimos hablando de lo mismo: el nauseabundo egoísmo de esta especie patética a la que pertenecemos. Aquí, en España sucede exactamente igual: aparte de los ganaderos porque el lobo les mata a veces terneros u ovejas (generalmente sin proteger adecuadamente), los guardas de las reservas regionales de caza y los cazadores en sus cotos odian y eliminan lobos porque comen ciervos, rebecos, cabras monteses o corzos. Pues allí igual. Y no penséis que al ser países que se venden como apasionados amantes de su naturaleza su relación con ella va a ser siempre tan idílica. Ni en broma. Ellos tienen los mismos odios que nosotros y los mismos egoísmos y defectos humanos que nosotros. Y el furtivismo es en Escandinavia un factor clave para comprender los minúsculos números poblacionales de esta especie. Así, en un estudio publicado en 2011 pero desarrollado entre 1999 y 2009, se estableció que "... la población de lobos escandinavos (Canis lupus) como ejemplo ilustrativo, mostramos que la caza furtiva representó aproximadamente la mitad de la mortalidad total y más de dos tercios de la caza furtiva total no fue detectada por los métodos convencionales, una fuente de mortalidad que denominamos "caza furtiva críptica". Nuestras simulaciones sugieren que sin la caza furtiva durante la última década, la población habría sido casi cuatro veces mayor en 2009". O lo que es lo mismo, la caza furtiva redujo la población de 990 a 263 lobos. Para entender toda esta absurda situación hay que saber de la fuerte presencia y poder mediático que tienen los cazadores en estos países nórdicos, formando un grupo de presión muy importante, a cuyos deseos y exigencias se pliegan muchas instituciones. En Noruega, por ejemplo, 537.375 personas estaban inscritas en el registro de cazadores la temporada 2022-2023, lo que supone el 9,79 % de la población, aunque de ellos pagaron la licencia anual 192.788, o lo que es lo mismo, el 3,51 % de los noruegos (más del doble que en nuestro país, que en 2021 era del 1,4 % de la población -681.023 licencias-). Durante la temporada 2009-10 sumaban en Suecia, en números redondos, 264.000 cazadores, lo que representaba en aquel momento un 2,83 % del total de habitantes, mientras que en Finlandia se alcanzaba el 5,53 % de la población en el año 2021, cuando 307.155 finlandeses pagaron la correspondiente licencia de caza. Como vemos, la actividad cinegética está muy arraigada en los pueblos nórdicos y, consiguientemente, el furtivismo es imposible de controlar realmente, primero por las propias características de su naturaleza, con vastas extensiones de bosques despoblados que son literalmente imposibles de vigilar, y segundo por una más que evidente falta de interés de las instituciones; ¿os suena esto de algo?: Caza, furtivismo y descontrol / ¿Ninguneamos el furtivismo?.

Vamos, que, en definitiva, el caso es dar rienda suelta al odio cultural al lobo, justificándolo porque come ciervos o alces que son considerados propiedad de los cazadores, o bien porque matan a sus perros cuando andan descontrolados por la taiga, o bien porque los renos que se apropió el pueblo sami hace siglos y que viven en completa libertad todo el año en descomunales extensiones de la Laponia son alimento del cánido, incluso porque algunos temen ataques al ser humano. ¿Y creíamos que eran gente a emular estos nórdicos?, pues no, hay odios viscerales que bloquean las neuronas de la gente en todas partes, y allí no iban a ser menos.

Escandinavia, ¿paraíso natural? ¡ja!, que no me cuenten milongas. Escandinavia, vergüenza natural, eso sí que sí.

28 de noviembre de 2023

Miss Guapo del Bosque

Tras el rápido inciso de mi entrada previa, regreso con los recuerdos de nuestro reciente viaje a tierras escandinavas, y de las que ya visteis algunas fotos de ciervos. El ciervo rojo (Cervus elaphus), como ya vimos, es un animal eminentemente forestal al que bien podríamos denominar como "el señor del bosque"; ¡cuántos documentalistas y escritores habrán utilizado ese calificativo para referirse al majestuoso y poderoso ciervo!, entre otros el irrepetible Félix. Obviamente dicho rumiante resulta ser una criatura extraordinaria gracias, entre otras cosas, a su porte, tamaño y cornamenta, no existiendo en nuestra geografía ningún otro animal silvestre de sus dimensiones (dejando a un lado, claro, las recientes naturalizaciones de ejemplares de bisonte europeo, Bison bonasus, traslocados a fincas cerradas). Por ello es normal que el venado sea blanco de nuestra atención y admiración.

Sin embargo, desde mi punto de vista, en un desfile de modelos ungulados masculinos (y también femeninos) el gamo (Dama dama) ganaría en hermosura con bastante diferencia. Con toda seguridad se llevaría el título de "Miss Guapo del Bosque" con los votos de gran parte del jurado, muy especialmente si en la pasarela del certamen desfilara con su elegante chaquetón estival de moteado clásico sobre fondo rojizo.

El gamo resulta ser, es cierto, mucho más modesto en tamaño que su pariente el ciervo, y contra él tampoco podría competir en las sensaciones que transmite su primo mayor cuando proclama su poderío durante la berrea, y que pueden llegar a ser indescriptibles cuando hace retumbar todo el paisaje otoñal desde lo más profundo del bosque -es en esos momentos cuando comprendes plenamente porqué se le apoda el Señor del Bosque. En comparación, escuchar la ronca del gamo más bien da grima, pues perfectamente puede parecernos que se le ha roto algo en la garganta o que se ha atragantado con algo que no le pasa por el gaznate.

Sin embargo, a su favor hay que señalar que su cornamenta es sencillamente pura filigrana, una pieza de orfebrería muy difícil de superar en el mundo de los astados -si no imposible-, una obra de arte de la que uno solo puede enamorarse, lo que junto con su llamativo corpachón moteado lo convierten en un ungulado hermoso como pocos. Esta sobresaliente belleza es también su perdición frente al ser humano, convirtiéndolo en blanco de muchas miras telescópicas. Robarle la vida a criaturas tan espléndidas es algo que puede ser calificado de muchas cosas menos de humano.

Taxonómicamente, del gamo se diferencian dos especies en la actualidad, el gamo europeo (Dama dama), que es el que nosotros vemos en reducidas poblaciones desperdigadas por la geografía ibérica -la mayoría de ellas en fincas privadas destinadas a la explotación cinegética-, y el gamo persa o mesopotámico  (Dama mesopotámica), catalogado en Peligro de Extinción y residente en una pequeña región de Irán, limítrofe con Irak. Hay que decir que, no obstante, no todos los autores están de acuerdo con esta sistemática, siendo englobados por algunos en una única especie, diferenciada, eso sí, en dos subespecies distintas: Dama dama dama para el europeo, y Dama dama mesopotámica en el caso del gamo persa.

Se trata de un rumiante con unas notables diferencias en el pelaje en función de la época del año en la que los observemos. En términos generales, durante los meses estivales su librea presenta el bonito patrón de motas blancas tan típico de la especie y que vemos en todas estas fotos. En la parte inferior del cuerpo estas manchas tienden a alargarse y juntarse en una banda blanca más o menos difusa. Cuando el animal muda su pelaje para afrontar los rigores del invierno este moteado tan llamativo desaparece, volviéndose de un pardo grisáceo, más oscuro y modesto. Tampoco resulta excepcional que exista una variación ostensible en la coloración de la capa de algunos individuos, como bien podemos ver entre los ejemplares de este grupo donde uno de ellos, con una cuerna especialmente desarrollada pero extrañamente deformada en su pala izquierda, presenta un pelaje sensiblemente más oscuro que el de sus compañeros.



Estas alteraciones del color del pelaje pueden alcanzar en ocaciones ambos extremos, pudiéndose llegar a observar individuos de capa blanca o leucísticos -que no albinos, como se puede comprobar en sus ojos, cuya coloración es normal- o prácticamente negra -estos sí, melánicos debido a una mutación genética que afecta a la melanina del pelaje y que provoca un exceso de pigmentación que lo oscurece. Aquí podemos ver cómo tres ejemplares cruzan delante de nuestro objetivo por un camino en el bosque, como luciéndose para mostrarnos este otro aspecto de su biología que los vuelve, si cabe, más atractivos aún.

Es notable el dimorfismo sexual del gamo, similar a como ocurre en otros cérvidos. De cuerpo más fuerte, compacto y grande, los machos son los únicos que presentan cuernas y, como ocurriera con los ciervos donde la actividad cinegética del hombre impide a los especímenes llegar a viejos y portar cornamentas más destacables, en los gamos nos tenemos que lamentar de lo mismo. Como todos sabemos, las cuernas de todos los cérvidos son mudadas anualmente, cuando se les desprenden tras la época del celo en lo que conocemos como "desmogue". En los gamos el desmogue sucede a finales del invierno, dando paso al crecimiento de la nueva poco tiempo después, en los inicios de esa misma primavera. A los machos se les desarrolla su primera cornamenta a lo largo de su segundo año de vida, formada por dos simples varas, limpias y rectas. A estos jóvenes se les denomina por ello "varetos", exactamente igual a como se hace en el caso de su pariente, el ciervo. En años sucesivos estas defensas irán creciendo un poco más cada temporada, ganando en puntas y superficie de la pala, siendo a partir de los 4 o 5 años cuando podemos decir que las cuernas ya tienen el aspecto clásico de la especie, alcanzando su máximo desarrollo con unos 10 años de vida.

Cuando el animal alcanza la senectud sus cuernas inician un proceso contrario, decreciendo un poco más cada año hasta quedar reducidas a unos meros muñones sobre la cabeza.

Fuera del cortejo, los gamos viven en manadas segregadas por sexos, los machos por un lado -algunos de modo solitario- y las hembras y sus crías por otro. Esta separación tiende a disminuir al final del verano y desaparece por completo con la llegada del otoño y su consiguiente época de celo, momento en el que los machos se vuelven muy agresivos con otros ejemplares de su mismo género y posesivos con los harenes de hembras.


Su alimentación depende sustancialmente de la vegetación herbácea, que si es accesible consumirá a lo largo de todo el año. Solo cuando su disponibilidad es escasa aprovechará otro tipo de recursos, ramoneando hojas y ramas o consumiendo frutos silvestres. Dada su amplia distribución mundial debido a las introducciones llevadas a cabo por el hombre con fines cinegéticos, es también muy amplio el abanico de biotopos en los que sobrevive. Aún así, y condicionado por sus hábitos alimenticios, podemos generalizar que el espacio vital del gamo se asocia a entornos más abiertos que los de su pariente el ciervo -aunque siempre con cierta cobertura arbórea-, con amplias praderas donde alimentarse, claros del bosque, límites de las masas forestales o, por ejemplo, encinares, pinares o robledales aclarados. En el Parque Nacional de Doñana, por ejemplo, ocupa a menudo la periferia de las marismas. No obstante, la existencia de arbolado sigue siendo una característica fundamental de los ecosistemas donde vive, proporcionándoles la necesaria cobertura protectora y refugio.



Su belleza es indiscutible y poderlos observar emergiendo del arbolado como fantasmas camino de sus zonas de alimentación será algo que no olvidaremos nunca, habiendo sido un magnífico regalo compartir espacio y tiempo con estas fantásticas criaturas. La luz del atardecer envuelve al macho cruzando orgulloso por entre las hayas, portando su corona sobre la testuz. Serán nuestras últimas fotos en el lugar, ¿existe mejor manera de despedirse de él y sus habitantes? Yo creo que no, habrá que volver.


22 de noviembre de 2023

A contracorriente

Eso es lo que se me venía a la mente cuando, quemando kilómetros con nuestra furgoneta hacia el Gran Norte, veíamos los bandos de grullas volar en dirección contraria. Sí, ya sé que generalmente se viaja al norte cuando los días son más largos, las temperaturas más suaves y la fauna está ocupada sacando a su descendencia anual. Hasta las grullas lo saben, y eso que tienen el cerebro bastante más pequeño que el mío. Primavera y comienzos de verano constituyen la época más adecuada para nomadear más allá del Circulo Polar Ártico, y no el mes de octubre. Peeero ... ... cuando no se puede, no se puede, y además es ...

Pues eso, vosotros mismos habéis terminado la frase: "imposible".

Noruega y Suecia se nos resistían desde el trágico 2020, cuando un confinamiento, hoy ya olvidado por la sociedad, nos truncó la experiencia de subir a dichos países escandinavos. 2021 tampoco iba a ser mejor año para hacerlo, pues las fronteras aún se cerraban intermitentemente debido a los temibles rebrotes, pudiendo suceder que nos dejaran encerrados en algún país durante semanas. ¡Y será por fronteras!, seis hay que cruzar, y no solo de ida, que hay que regresar también. Era, pues, arriesgado viajar hasta allí en el corto espacio de tiempo de unas vacaciones y pretender tener la seguridad de que el primer día de trabajo tras el supuesto regreso se iba a estar de verdad en el puesto de trabajo. En 2022 no se pudo porque no se pudo, así de sencillo, así que este año 2023 no nos preocupó demasiado ni el precio del combustible, ni las pocas horas de luz, ni las bajas temperaturas, ni que la fauna estuviera escapando de allí, bajándose al sur a favor de la corriente con sus pequeños cerebros, o dispersándose por los océanos de medio mundo desde sus colonias de cría en los acantilados costeros. Octubre iba a ser el mes, sí o sí. Y todo esto iba a ser así porque octubre nos regalaba algo con lo que nunca habíamos contado en nuestro periplo soñado originalmente al Gran Norte: podríamos ver los cielos del Ártico encendidos en llamas. La decisión estaba tomada, sería esta la oportunidad definitiva de dejar zanjados tres largos años de espera.

La primera escala sería en Dinamarca, solo para desentumecer los músculos después de tres días y medio de conducción. Bueno, solo para eso y para comenzar a llenar las tarjetas de memoria. Objetivo primero: los ciervos rojos (Cervus elaphus sp.) -que deberían estar en plena berrea- y los gamos (Dama dama) -con su particular ronca- que pueblan los espacios boscosos de algunos parques del país. Estos enclaves rodeados de ciudades y urbanizaciones son áreas de esparcimiento habitual de muchos daneses, por lo que los cérvidos están habituados a la presencia de la gente desde hace generaciones sin que se los tiroteé, lo que facilita enormemente su observación y, por supuesto, su fotografía. Nosotros nos acercaremos primero a Hindsgavl en la isla de Fionia, y después a Jægersborg, en la de Selandia. Poder cargar con el equipo por fin y pasear por sus pistas y caminos entre descomunales robles y hayas tras estos animales es todo un privilegio, y observarlos sin que huyan despavoridos ante nuestra presencia, como si fuéramos la mismísima encarnación del diablo, como sucede en nuestro país, supone, además, un disfrute increíble para cualquier amante de la fauna.


Que es un ciervo rojo del norte de Europa es algo que se ve a le legua viendo las dos imágenes superiores, ya que en nuestra piel de toro no resulta creíble que sobreviva suficiente tiempo uno de nuestros ciervos como para llegar a tener 24 puntas. Solo si son custodiados en alguna finca privada de caza intensiva para alcanzar trofeos más prestigiosos, o si permanecen reservados para personalidades especialmente importantes (la vida de una criatura relegada a una mera cuestión de márketing) seríamos capaces de encontrar ejemplares con unas defensas así de desarrolladas. Que un bicho de estos te mire así con ese candelabro de muchos kilos encima y esos ojos enormes que no te pierden de vista es algo que alucina. Con el robledal como telón de fondo, este animal y los dos colegas que le acompañaban en el interior del bosque no se fiaban demasiado de nuestra presencia. No nos perdieron ojo. Ni ojo ... ni pabellones auditivos, porque hay que ver cómo los desplegaban para no perder detalle de nuestras evoluciones.

Que la caza, mal llamada deportiva, es en sí misma una actividad que me supera es algo obvio por muchos motivos ya mencionados aquí en otras ocasiones. Y este que trasciende en estas imágenes es uno de ellos: no se pueden mantener los hipotéticos beneficios ecológicos de la actividad cinegética cuando lo que se practica realmente es una involución de las especies de caza mayor: se eliminan los sujetos más fuertes y desarrollados, llevando a cabo exactamente todo lo contrario de lo que la teoría de la evolución hace con la selección natural. Hastía escuchar cansinamente lo necesario que resulta para los ecosistemas eso de "matar por diversión", cuando la realidad lo desmiente constantemente, siendo este otro magnífico ejemplo de ello. ¡Basta ya de vendernos la moto, hombre! Matar los ejemplares más capacitados para engendrar la siguiente generación es rotundamente negativo para las especies, lo mires como lo mires.


El ciervo rojo es un herbívoro ampliamente distribuido por todo el hemisferio norte. Se conocen de él numerosas subespecies, pero los autores no se ponen de acuerdo en el número real que hay de ellas, oscilando entre la docena y casi treinta. Esto no debe sorprendernos, dado que en la actualidad estamos siendo testigos de una pequeña gran revolución en la sistemática debido a los avances en genética aplicada, mucho más exacta y realista que las antiguas y obsoletas fórmulas diferenciadoras de especies, subespecies y poblaciones que se basaban en aspectos casi exclusivamente morfológicos. Tal es así, que en los próximos años seguiremos siendo testigos de numerosos reclasificaciones taxonómicas, lo que representará implicaciones directas, no solo en el propio conocimiento de la realidad filogenética de las especies, sino también incluso en la conservación de los seres vivos que pueblan la Tierra. Imaginemos, por ejemplo, cómo podría afectar a la recuperación de la población aislada de un animal el que este dejase de ser considerado en un momento dado como subespecie, si dicho animal estuviese en ese momento dado catalogado como en Peligro Crítico de Extinción: simplemente desaparecerían todos los recursos humanos y económicos destinados a su conservación si fuese integrado en otra subespecie o en la especie nominal, y si esta no tuviese la misma catalogación en los países o regiones donde aún habitase. O imaginemos un supuesto en el que ocurriera todo lo contrario, que una población animal aislada y adscrita a otra subespecie o a la especie nominal fuera extraída de allí y fuera catalogada repentinamente como subespecie o especie y con una población muy reducida y en clara regresión; se implementarían ipso facto medidas urgentes para su conservación desde ámbitos públicos y privados. 

Sin duda alguna, la realidad genética de las especies y sus parentescos, así como las implicaciones que ello tiene en la conservación de las mismas es un tema realmente apasionante y que dará mucho que hablar en los próximos años.

Regresando al ciervo rojo, hay en la actualidad un amplio debate incluso de si el icónico wapiti (Cervus canadensis), habitante de Asia Central y Norteamérica, es una especie diferente del ciervo rojo o no, relegándolo por algunos genetistas a la categoría de subespecie, como Cervus elaphus canadensis


Por su parte, las poblaciones ibéricas pertenecen a la subespecie Cervus elaphus hispanicus, no presentando la corpulencia de sus parientes del centro y norte de Europa, ni tampoco el desarrollo de su cornamenta, sensiblemente menor en los nuestros (muy a pesar de los chicos del gatillo). Y como no podía ser de otra manera, ello ha llevado en más de una ocasión al irresponsable manejo cinegético de algunas poblaciones de ciervo en la península ibérica que ha provocando un impacto negativo en la conservación de este herbívoro como consecuencia de la introgresión genética que se está llevando a cabo mediante la introducción de ejemplares de dichas subespecies centroeuropeas -principalmente de Cervus elaphus hyppelaphus-, más corpulentas y con cornamentas más desarrolladas, o mediante la llegada de material genético (semen) con fines reproductores. Estos animales foráneos están siendo traslocados a nuestro país con el fin de hibridarlos con los autóctonos y aumentar así el tamaño de lo que ellos llaman "trofeos", aunque ello implique la contaminación y degradación genética de la subespecie hispanicus. Las cercas cinegéticas y su consecuente fragmentación de las poblaciones, la desproporción de sexos y la continuada selección artificial de los reproductores acentúan, además, la pérdida de variabilidad genética de nuestra subespecie. Otro ejemplo más de las "bondades" ecológicas del gatillo y la mira telescópica, y de la lamentable corresponsabilidad de nuestras administraciones que permiten este modelo de gestión de las especies cinegéticas. 

Con un otoño que aún no asomaba el hocico por ningún sitio, el señor del bosque descansa tras semanas de intenso ajetreo. Con el celo en gran medida pasado (o muy flojo, ¡a saber!) nos tenemos que conformar con fotografiar a estas maravillosas criaturas en actitudes cotidianas, sin poder inmortalizar esos rituales que todos hemos grabado en nuestras retinas cientos de veces: berridos con la cabeza echada para atrás, esas peleas a empellones, o esas montas fugaces. No me quejo, hombre, el disparador no para de hacer click y los gigas se acumulan.

Así, inmortalizamos cómo algún semental lame solícito y con ternura la cara de varias de las hembras de su harén.


O cómo los grandes machos pasean tranquilos e indolentes en las proximidades de sus harenes, mientras que los ejemplares de edades y corpulencia inferior aún andan midiéndose las fuerzas, no se sabe muy bien si como entrenamiento quizás para el futuro, o para descargar las tensiones propias del inevitable estrés que provoca una época de celo en la que ellos son relegados a un segundo plano por los grandes sementales, que son los que al final acaparan todas las hembras.



Y también podemos observar y fotografiar cómo olfatean las feromonas femeninas que flotan en el aire con su órgano vomeronasal o de jacobson, con el que "huelen" el estado de receptividad de las ciervas. No se trata de un órgano olfatorio como tal (pituitaria, nervios olfatorios, etc), sino de uno asociado a dicho sentido localizado en el hueso vomer situado en la parte inferior de la cavidad nasal, sobre el paladar. Este órgano cuenta con células receptoras de ciertos compuestos químicos, como las feromonas. Todos hemos visto a las serpientes sacando y metiendo sus lenguas para "oler" a sus presas; pues bien, lo que están haciendo es impregnar sus lenguas de esas sustancias químicas que flotan en el aire e introducirlas en su boca hasta ponerlas en contacto con su órgano vomeronasal en el paladar. Gran parte de los mamíferos cuentan con dicho órgano, incluidos nosotros mismos, aunque aún existe controversia al respecto de su funcionalidad en humanos, siendo considerado por algunos autores como un órgano meramente vestigial, heredado de nuestros ancestros y hoy en día sin funcionalidad alguna, mientras que otros aseguran que en humanos adultos provoca respuestas conductuales concretas. Bueno, el caso es que algunos animales mejoran la captación de las feromonas levantando los labios superiores, en lo que se conoce como "reflejo de Flehmen", que consiste en el levantamiento y retracción del labio superior. ¿Quién no ha visto en algún documental a caballos o leones regalándonos estas muecas?  




El bicharraco permanece tumbado sobre la hierba en un claro del bosque; me mira de vez en cuando mientras yo realizo una aproximación más que lenta, como distraído, mirando siempre para otro lado, zigzageando en oblicuo. No quiero que piense que él es el centro de mi atención. La luz es escasa pero buena para evitar los contrastados claroscuros al borde del robledal. Está tranquilo. Y si él lo está yo también. 

Parece descansar tras haber cumplido con su obligación. Habrá cubierto a unas cuantas ciervas en estas últimas semanas, y aún tendrá que cubrir algunas más los próximos días. Un año más habrá ayudado a perpetuar la especie.