Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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20 de diciembre de 2021

Cerrando el ciclo

Este año no ha sido un buen año para mis sesiones de fotos con las cabras monteses (Capra pyrenaica victoriae) puesto que de las tres sesiones que les he podido hacer he sacado poco material original; o menos que poco, casi nada. De la primera visita a Gredos ya visteis algo de lo que fotografié en el post El momento de la cabras, publicado a mediados de noviembre. En aquella ocasión la sierra estaba aún limpia de nieve, algo normal por esas fechas pero muy poco interesante de cara a los resultados fotográficos.

Para la segunda sesión esperé a que entrara un frente húmedo y frío al centro peninsular que dejó nieve abundante. Mi intención, como en otros inviernos, era la de conseguir imágenes con ambiente alpino, donde el blanco de la nevada envolviera a las cabras en celo en una atmósfera de alta montaña invernal. Peeeeero ..., aunque el día prometía -hacía un tiempo verdaderamente de perros, con fortísimas ráfagas que movían la furgoneta aparcada-, en esa jornada el único rebaño al que pudimos acceder decidió largarse de la zona buena. Mala suerte, imposible seguirlos. Lo sentí especialmente porque hasta allí habían subido dos fotógrafos desde Granada y no les pude ayudar a conseguir esas fotos chulas que se hubieran diferenciado del resto de miles de imágenes que circulan de esta especie en internet.

En la tercera y última sesión de la temporada me pilló el amanecer ya aparcado en el lugar. De nuevo yo solo como en el primer intento, había hecho coincidir una vez más mi viaje a la sierra con un día de mal tiempo, aunque no contaba con que a dos mil metros de altitud las precipitaciones de aquella jornada fueran en forma de agua en vez de nieve. No me lo podía creer. Deseaba una jornada nevando que tapizara las testuces de la cabras y sus corpachones de nieve, y que esta dibujara puntos o líneas blancas borrosas en el aire mientras caían vaporosamente, y en vez de eso me esperaba un día de fina lluvia que ayudó y mucho a derretir parte de la nieve caída en el Sistema Central. En fin, podía ser peor, pensaba yo mientras fotografiaba a un grupito de hembras y sus crías en una de las zonas más interesantes.






Todo parecía "progresar adecuadamente" hasta que el pequeño rebaño decidió desplazarse del lugar. No mucho, solo lo suficiente para que las fotos ya no tuvieran el mismo ambiente.



Pero la jornada iba a estropearse definitivamente, ¿cómo?, pues desapareciendo el rebaño del todo. Pianito, pianito, se fueron por unas llambrias y no volví a ver al grupo.

Deambulando por la zona en busca de algún otro animal acabé en la furgoneta. Descargé trastos y peso, me quité la ropa que se había mojado y decidí dejar pasar el tiempo. Siempre puede aparecer otro grupo con la misma rapidez con la que el anterior había desaparecido, no era plan de regresar a casa todavía.

Finalmente el grupo apareció subiendo paralelo a la carretera. De hecho, llegaron hasta el aparcamiento dos rebaños distintos, con algunos machos veteranos. Uno con pocos ejemplares, y otro con bastantes más. Ya el resto de la imágenes de la jornada iban a ser el resultado (peor que mediocre) de lo que se pudiera hacer. Ambos grupos -uno a cada lado de la carretera- se movieron por una zona realmente fea, con multitud de piedras pequeñas, con hierba y piornos que "ensuciaban" las fotos. No di por concluida la sesión porque el vicio es el vicio, y estar cerca de estos animales siempre te reporta alguna experiencia. Hermosísimos los machos más grandes con las cuernas empapadas de la lluvia y goteando agua de sus extremos; siempre es atractivo, además, el pelaje de los mamíferos cuando está completamente empapado.






Por muchos desenfoques que pudiera aplicar a las imágenes poco se puede hacer cuando el entorno es un barullo de rocas, manchas de color, líneas,... La limpieza y pureza de las dos o tres primeras fotos no se pueden conseguir en este terreno. 

Lo que, sin embargo, siempre será interesante es observar detenidamente su comportamiento. No es, ni mucho menos, la primera vez que las veo alimentarse de líquenes, mordisqueando las piedras con su dentición inferior, pero en esta ocasión me sirvió de entretenimiento. Es habitual que la cabra complete su alimentación rebañando los líquenes, no teniendo nada que ver con una hipotética dificultad de acceso a otros alimentos más nutritivos y habituales (pasto o matorral). Curiosamente, y al igual que en otras ocasiones, en esta oportunidad también lo hicieron varios ejemplares al mismo tiempo, lo que con toda seguridad tiene alguna razón concreta.





Pero si, mientras hacía estas fotos, pensaba que el día no podía empeorar me equivocaba de largo: acabó saliendo el sol, lo que era justo todo lo contrario a lo que yo necesitaba para conseguir instantáneas con un ambiente invernal. Me reía por dentro, pensando: "Ya habrá más oportunidades ... pero ...otras temporadas. Esta se acabó."

Sin embargo, a pesar de que el día ya estaba perdido, no dejaba de observar detenidamente a un macho y una hembra que parecían estar especialmente encelados. Total, ya daba igual aguantar allí una hora más o una hora menos, no me iba a volver a casa a esas alturas. Además, el resto de machos estaban igualmente a lo suyo, tras las hembras, gesticulando las poses típicas del cortejo, y orinándose el pelaje y las patas, como el de la siguiente foto.



Finalmente la hembra permitió que el macho más grande la cubriera, y no una vez sino hasta cinco veces seguidas, mientras subían por la ladera.





No todos los días se tiene la oportunidad de ver sus cópulas, y hoy había sido el día. Lástima de entorno (feo), ambiente (primaveral) y distancia (excesiva), pero el ver esta parte fundamental de su ciclo reproductor es la guinda a cualquier sesión, haya sido buena o mala, como esta. Nos compensaron así de tanta fatalidad. El ciclo se había cerrado, al menos para ella, los desvelos de las últimas semanas concluían ahora con aquellas cinco cópulas. El macho aún perseguirá a unas cuantas hembras más hasta que también para ellos se cierre el ciclo por este año.

Se acabó por este año la temporada más espectacular de la cabra montés en Gredos. Se cierra un ciclo, pero empieza otro.

20 de noviembre de 2021

El momento de las cabras

Para los amantes de la naturaleza hay momentos a lo largo del año que tienen un protagonista inequívoco. Pasa con la berrea del ciervo, con la llegada de las aves migratorias en bandos espectaculares hasta nuestros humedales, con los cantos de los pequeños pájaros cantores en primavera. En Gredos, el mes de noviembre y parte de diciembre es el momento de las cabras monteses (Capra pyrenaica victoriae), sin ningún género de dudas. Coma cada año, con el permiso fotográfico que me exige el Parque Regional de la Sierra de Gredos guardado en la mochila, me acerco a la sierra para reencontrarme con estos colosos espectaculares.




Incluso ya en octubre podemos observar ciertos comportamientos que nos indican que se están calentando los motores. Los grupos de machos, que hasta entonces se han mantenido compactos y segregados de las manadas de hembras y chivos, comienzan a disgregarse y a acercarse a estas últimas. Entre ellos podemos observar tensiones por delimitar su situación en una jerarquía cada vez más marcada: caminan en paralelo a veces largos trechos, al tiempo que se empujan con sus cuerpos, se frotan unos contra otros, se intentan echar la zancadilla utilizando para ello su cornamenta, molestándose, se producen los primeros combates a testarazos, ... se están midiendo, en definitiva. El celo está comenzando, pues, y su comportamiento de cortejo supone un atractivo al que no me quiero resistir. Además, con la llegada del invierno estos viejos machos presentan el pelaje de un color casi negro por completo, lo que a mí personalmente me resulta mucho más hermoso que el marrón que muestran con la muda de verano.

Así pues, este momento del año es el momento de las cabras monteses. No hay excusa para no acercarse un otoño más a patear entre el granito gredense en busca de esas fotos que nos pintarán una sonrisa en la cara.



Todos los años regresamos a estos rincones, yo y otros muchos fotógrafos de naturaleza, con la esperanza de poder fotografiar algún combate entre dos grandes sementales, parejos, con fuerzas y cabezonería similares. Dos machos que se peleen en una zona abierta, sin interferencias de matorrales o pequeñas piedras que "ensucien" las tomas, y a una distancia adecuada, además, para que ambos ejemplares entren en el encuadre de un modo correcto. Por supuesto, no es sencillo coincidir con todas esas circunstancias. Pero no importa si no somos testigos de alguno de estos combates, ello será motivo suficiente para buscar una nueva oportunidad y regresar. Simplemente con poderlos fotografiar ya es suficiente recompensa. Su belleza, su presencia, seria e imponente, compensará siempre cualquier madrugón. Delante de estos bichos nunca puede haber decepción.

Incluso los machos más jóvenes son atractivos para cualquier naturalista. Su comportamiento inexperto es algo diferente al de los grandes machos. Con pocas posibilidades de cubrir a las hembras cuando en las cercanías se encuentran uno o varios ejemplares de mayor edad, su estrategia pasa por insistir con todas las hembras desde el principio de la época de celo, quizás así, en un descuido de alguno de los sementales consiga alguna cópula. No será sencillo.


No muchas especies se muestran tan confiadas con el ser humano como las cabras monteses, y poder estar a poca distancia de cualquiera de estos individuos es un privilegio. Esto es posible solo en lugares concretos de su área de distribución, allí donde se han acostumbrado a la continua presencia de excursionistas y caminantes, conocedoras de que estos no representan ningún peligro. O eso creen ellas, porque no podemos olvidar que, increíble y lamentablemente, este Parque Regional es, además, Reserva Regional de Caza y, como matadero que es, a ella viene también mucha testosterona a divertirse con sus rifles, haciendo lo que mejor saben hacer para demostrar su virilidad: matando. Por suerte, en otras zonas del área de distribución de la especie menos transitadas por humanos, la cabra montés se muestra mucho más arisca y precavida ante nuestra presencia; obviamente, por la cuenta que le tiene. Aquí, donde te puedes acercar a escasos 10 metros de estos machos, la caza es un simple ejercicio de ejecución, sin escrúpulos ni sensibilidad. 

Pero abstraigámonos ahora de estas prácticas que considero (yo e infinidad de gente) inaceptables en pleno Espacio Natural Protegido. Aquí las cabras nos miran casi anodinamente, nos observan sin temor y nos permiten deambular alrededor del rebaño sin que les cause mayor preocupación, siempre y cuando nos movamos sin brusquedades. Ellos, los machos, están a lo que hay que estar en época de celo, van y vienen olfateando a las hembras para confirmar si están o no receptivas, con intención  de cubrirlas. Con la cola levantada desprendiendo sus efluvios se acercan a unas y otras para comprobarlas, poniéndoles posturitas y haciéndoles carantoñas como para convencerlas.

Ellas, por su parte, van a su bola también, sin hacer todavía ningún caso a estos insistentes machos. Comen, se tumban a rumiar, descansan, siguen comiendo. Aún no ha llegado el momento, es un poco pronto todavía. Las cubriciones vendrán más adelante. "No seáis pesados", parecen pensar ellas, "qué cansinos".



En general, las hembras suelen estar más atentas que los machos a la gente por si representáramos o no un cierto peligro para sus crías. Estas ya tienen una edad aproximada de medio año, más o menos, pero la relación que mantienen con sus madres sigue siendo a estas alturas muy estrecha, no separándose apenas de ellas aunque ya pasten de manera habitual y hayan cobrado una cierta independencia. Los mimos y lametazos que les prodigan las cabras a sus chivines refuerza esa relación maternofilial y cuando sestean siempre lo hacen uno junto al otro. Los cabritillos parecen a veces clones en miniatura de sus madres.


Cuando paren en primavera, las cabras se alejan a roquedos bastante inaccesibles y no resulta nada sencillo poder fotografiar a los pequeños, pero a estas alturas del año ya sí. Las madres realizan con ellos sus trasiegos cotidianos y en las regiones muy transitadas por excursionistas no es extraño que mantengan distancias relativamente cortas entre la unidad familiar y la gente. Es una delicia ver cómo estos pequeños se desenvuelven entre las piedras junto a sus madres y a otros compañeros de juegos. Se puede apreciar incluso la diferencia de edad entre unos y otros, pues con estas edades crecen rápido y las diferencias físicas se vuelven ostensibles. Es imposible no quedarse embobado con ellos.




Pero si esta época atrae a muchos naturalistas y fotógrafos a las sierras es para observar los cortejos de la especie, por supuesto. Y entre siesta y siesta, ...



... no dejarán de regalarnos toda esa serie de posturas rituales mientras van de una hembra a otra, testando su posible estro.

Comienza el espectáculo.



25 de abril de 2021

Siempre Gredos, II

Para muchos asiduos de esta sierra, Gredos y Béjar es solamente montaña, un lugar donde desarrollar algunas actividades deportivas, como la escalada, el montañismo, el senderismo o el esquí de travesía. Un lugar extenso al que regresar cada fin de semana para crecer como deportista en alguna o en todas esas disciplinas deportivas. Durante un tiempo yo también pude parecer uno más de aquellos locos fanáticos que salían a la sierra a vivaquear cada viernes o sábado, en invierno y en verano, y que regresaba a la ciudad el domingo con las pilas cargadas tras dos o tres jornadas intensas en la nieve o en la roca. 





Aquellas viejas, viejísimas diapositivas, descoloridas y llenas de grano, penosamente faltas de definición, son ahora recuerdos preciados e imborrables de aquellos años frenéticos y radicales. A diferencia de todos mis compañeros, para mí "La Montaña", con mayúsculas, no fue solo el terreno de juego donde realizar aquellas actividades con las que necesitábamos doparnos cada semana, era mucho más. A ella había llegado para observar las criaturas salvajes que vivían en las alturas, sus ecosistemas y el conjunto del entorno. Y me quedé.

Me quedé enganchado a ella sin ya poderme bajar. Ahora observaba en ella, in situ, las huellas geológicas que delataban el glaciarismo que dieron forma a estas sierras, su vegetación, su clima y, ¡cómo no!, la fauna que ella habitaba, sus rebecos, su cabras, sus aves rupícuolas, sus reptiles, ... Desde el principio para mí la montaña siempre fue un compendio de valores que iba infinitamente mucho más allá de la mera actividad deportiva o física. Vi vida.





Así pues, el Gredos donde yo crecí siempre fue -y será- mucho más que las actividades que pudiera desarrollar en sus laderas, valles o cumbres. Siempre fue y será mucho más que la casa libre donde me formé como montañero y quiero pensar que como alpinista. Siempre fue y será, simple y sencillamente, naturaleza en estado puro, y una desbordante vida salvaje por descubrir. Es, en sí misma, plenitud para todo aquel que desee recorrerla igual que se recorren las páginas de un libro: aprendiendo, sin olvidarse de ninguna faceta. Y más aún desde una mentalidad naturalística, como gentes de un nuevo renacimiento. Todas las montañas, y también Gredos, son mucho más que bosques, roquedos, hondas gargantas o mares de piornos hasta donde abarca la vista. Tras años disfrutando de su vida salvaje mientras pateaba los lugares más emblemáticos del macizo, gateaba por sus paredes de granito o escalaba por algunos de sus corredores más clásicos, un chip cambió en mi cabeza y cobró, de nuevo, más importancia el conocimiento de la vida íntima y salvaje del lugar que mi propio paso por él.

Volví a mis orígenes.

Gredos infinito. Pura vida.






Conocer Gredos no es recorrer y visitar sus principales lagunas o circos, que también, hay que conocerlo todo, claro. Conocer Gredos es mucho más que eso, es caminar por todos esos senderos que nunca antes habíamos pisado porque no van a ningún sitio emblemático. Sendas que transitan a media ladera, por lugares olvidados y perdidos. Que unen vallejadas sin importancia, minúsculos reductos glaciares alejados de todo, praderías a las que solo se acercan las vacas, descolgadas a media altura. Es descender por cuerdas que siempre pillan a "desmano" de todos los lugares, o ascender por esa ladera cubierta de piornales infinitos que pareciera no tener ningún acceso.

Conocer Gredos no es traerte para casa fotos de las principales cumbres, ni siquiera de las más difíciles. Es llegar a donde solo llega el ganado en verano, y el vaquero cuando toca recogerlas al llegar el mal tiempo. Es abrir las portezuelas de madera de las decenas de cabañas que se encuentran repartidas por el monte, muchas de ellas parecieran perdidas. Es caminar por caminar. Es improvisar en el momento. Es decidir el camino a seguir según nuestra curiosidad nos empuja, aquí y ahora. Es deambular sin rumbo fijo, investigando líneas de hitos que te sumergen en mares verdes de vegetación que parecieran no poderse atravesar, o en laderas desconocidas en mitad de ninguna parte.






Gredos es el cambio de estaciones que te hace vivir montañas distintas en invierno con nieve o el resto del año sin ella. Un lugar deja de ser el mismo lugar.




Pero es también y sobre todo una pletórica vida salvaje que bulle por doquier. A muchas de estas criaturas, generalmente a las de pluma, las podremos ver con facilidad, volando entre las ramas de árboles o arbustos, o sobre nuestras cabezas. Aves pequeñas y grandes que nos llamarán la atención y nos será más o menos sencillo poderlas identificar.

Pero hay otros habitantes de la montaña que se ocultan y a los que habrá que descubrir aprendiendo a leer en el suelo. Estos otros seres no se suelen dejar ver, pero, a cambio, nos dejan pistas para que sepamos de su existencia y sigamos sus andanzas. Como en un libro, el suelo que pisamos se transforma como por arte de magia en una hoja de papel escrito en la que podemos interpretar las firmas de multitud de animales que viven y mueren en la montaña. Por ejemplo, esos pequeños micromamíferos que a saltitos o caminando van dejando sus pequeños rastros; musarañas, ratones y lirones.



O esas perdices que dejan sus pisadas en la nieve mientras "apeonan" y que, de repente, desaparece el rastro porque han levantado el vuelo. O incluso cuando en su rápido aleteo rozan la superficie de una roca dejando la impresión de sus plumas en la nieve que la cubre.


O esos ungulados que pasan desapercibidos durante el día y que, exceptuando la cabra montés cuya excepción confirma la norma de no dejarse ver, deambulan por la sierra generalmente de noche. Son numerosos los peligros que los acechan y es mejor pasar desapercibidos.









Y cómo no, los depredadores, que infunden temor en la fauna sobre la que depredan y la obligan a moverse con sigilo en un juego del gato y el ratón, ancestral e inacabable; depredadores tan imprescindibles para mantener el ecosistema equilibrado como perseguidos y odiados por el hombre inculto (o simplemente egoísta) que nunca entenderá (o le dará igual) que su función es simplemente vital en la naturaleza. Desde la más pequeña comadreja hasta el superdepredador por excelencia de nuestra geografía, el lobo, pueden dejarnos sus marcas para que sepamos de su existencia. Felinos, mustélidos, vivérridos y cánidos campan por Gredos más o menos a sus anchas, escondiéndose no solo de sus presas para poderlas dar caza, sino también de nosotros. No siempre será sencillo identificarlos, a veces incluso nos confundirán los perros y gatos domésticos que también deambulan libres por el monte, pero con paciencia y atención acabaremos descubriendo muchos secretos de la vida salvaje de estas montañas.











El regreso del lobo al Sistema Central no puede más que alegrarnos. Esperamos que su control sobre el exceso de cabras monteses evite que se alcancen en Gredos los problemas que ha provocado su sobrepoblación en Guadarrama, por ejemplo. El control de epizootías que puedan afectar al ganado doméstico solo es posible con poblaciones saludables de herbívoros silvestres, y esto a su vez solo es posible si un animal controla esas poblaciones. Y ese animal solo puede ser uno, el lobo. Pretender que el hombre pueda alguna vez sustituir los servicios ecosistémicos que proporcionan los depredadores mediante la caza es, sencillamente, de una prepotencia e ignorancia infinita.

La sierra de Gredos hoy en día está un poco más completa con el regreso a sus gargantas del gran depredador, aunque se antoja ya imposible que el ecosistema gredense recupere todo el esplendor del pasado, dado que una pieza fundamental del ecosistema no parece que, hoy por hoy, pueda volver a medrar en sus ladras: el oso. La vieja mano del último oso cazado en Gredos hace más de cuatro siglos, que permanece clavada en la puerta de la iglesia de Navacepeda de Tormes, seguirá siendo un mudo recuerdo de la inconsciencia del hombre y de la nefasta influencia que tiene sobre la naturaleza.

Aún así, la vida salvaje bulle en estas montañas, y caminar por ellas mirando atento al suelo, a sus laderas y al cielo no puede entenderse más que como un ejercicio de aprendizaje y de humildad ante las grandes montañas.