Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
Mostrando entradas con la etiqueta Sierra de Gredos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sierra de Gredos. Mostrar todas las entradas

12 de octubre de 2022

Por fin están con nosotros


Hacía años que en todas mis salidas a Gredos no perdía la ocasión de identificar a todos los grandes planeadores que volaban por encima. Aunque fuera atento al suelo buscando indicios de mamíferos, o estuviera acompañando a los grupos de cabras monteses que se mueven por sus laderas con el fin de hacerles algunas fotografías, siempre miraba de reojo hacia arriba, por si tocaba la flauta. El fin de semana pasado sonó por fin.


Revisando un gran bando de buitres leonados (Gyps fulvus) y alguno negro (Aegypius monachus) que volaba sobre un collado cualquiera, y mientras algunos de ellos permanecían posados en una pradera, un bicho negro que en algún instante pareció tener la cola más larga de lo habitual nos llamó la atención. Lo seguimos con los prismáticos durante unos momentos sin poderlo identificar. Era muy oscuro y se confundía con el piornal en sombra sobre el que sobrevolaba; la pobre luz ambiente que provocaban las densas nubes de tormenta que nos estaban amenazando no ayudaba en absoluto. No me lo podía creer. Menciono casi con miedo un "parece un quebranta". Atentos a sus evoluciones, pasan unos pocos minutos de intriga, mientras nos da la sensación de que ... "vuela diferente al resto de buitres". Finalmente se recorta unos instantes contra las nubes y aquella silueta definitivamente disipó cualquier duda sobre la identidad de la rapaz. Se trataba de un juvenil de quebrantahuesos (Gypaetus barbatus).


Tras no perderlo de vista durante un rato más, y mientras lo estamos siguiendo con los prismáticos, por el rabillo del ojo veo que se cruza otra mancha oscura por el campo visual que resulta ser un segundo ejemplar de quebrantahuesos. ¡¡Dos quebrantas nos regalan durante media hora la sorpresa del día!! Es la primera vez que vemos esta especie que estuvo a finales del siglo XX a punto de extinguirse en nuestro país, aquí, en Gredos, en nuestra casa. Hoy, aunque su estado de conservación sigue siendo preocupante, la población se ha multiplicado después de años de esfuerzos humanos y económicos, en los que han colaborado numerosas instituciones y algunas empresas privadas, lo que aporta un rayo de esperanza.


Dos fechas quedarán marcadas en la historia del regreso del quebrantahuesos a las gargantas de Gredos. La primera será el 17 de mayo de 2022 cuando dos pollos de esta especie son trasladados desde el valle de Ordesa, donde han sido cuidados con mimo en unas instalaciones especiales desde su estado embrionario en el huevo. Ese 17 de mayo Galana -una hembra- y Risco -un macho- serán por fin los primeros ocupantes de los jaulones que conforman el hacking desde el que se adaptarán al entorno del lugar. La segunda fecha histórica, y si cabe más relevante, será el 16 de junio cuando las puertas de esas jaulas que han hecho las veces de nido en las alturas se abrieron definitivamente, dejando libres a estos dos exploradores de los vientos.


¿Serán estos dos ejemplares los que pudimos ver en aquel collado hace apenas unos días? Probablemente sí lo eran, aunque la distancia y la pésima luz que nos envolvía por aquellas nubes plomizas no nos permitieron distinguir ninguna marca alar de las que ahora identifican a los dos animales liberados, como si de su carnet de identidad se tratara. Damos la espalda a la cabezacera de la garganta y ponemos demasiado pronto rumbo al coche. La satisfacción de haber visto por fin nuestros primeros quebrantahuesos de la sierra de Gredos compensará el cansancio de la jornada y la rabia de no haber podido llegar hasta donde hubiéramos deseado por la amenaza de tormenta cuando ya habíamos superado casi todo el desnivel. La satisfacción ... y la emoción. No en vano el quebrantahuesos es una especie fetiche para mí, a la que he dedicado varios viajes exclusivos a Pirineos y de la que he disfrutado incluso en el Himalaya.

Hoy la biodiversidad de estas sierras es un poco más completa; estamos ya muy cerca de recuperar otra pieza perdida del puzzle. Con la llegada del lobo hace unos años, y el reciente desembarco del quebranta, Gredos es hoy un poco más Gredos. 

NOTA: Ninguna de las imágenes de quebrantahuesos que acompañan a esta entrada corresponde con los ejemplares vistos en Gredos, siendo fotografías realizadas en los Pirineos de ejemplares con un plumaje similar al observado en la sierra abulense.

8 de agosto de 2022

Un poco pirata

Con tanto incendio asolando nuestras áreas naturales más habituales, se quedan en el tintero algunas imágenes que nacieron para ser compartidas. De una ya lejanísima primavera quedaba en el disco duro este amigo que siempre me ha parecido un poco pirata. Rodeado de piornos en flor, es uno de los pajarillos más habituales de la alta montaña gredense, cotidiano en muchas sesiones fotográficas, a las que no suele faltar. El escribano montesino (Emberiza cia) se distribuye por buena parte de Europa y Asia Central, así como por el Norte de África, alimentándose de semillas y pequeños insectos que buscan por laderas altas y montañosas, cubiertas de matorral y pequeños arboles dispersos. Aquí, en el Sistema Central, es sencillo encontrarse con ellos y su peculiar dibujo facial tan característico.




Cuando otros habitantes más escasos se nos resisten, estos discretos paseriformes siempre acuden a la llamada para salvar nuestra sesión.

18 de marzo de 2022

Sahara

La palabra "Sahara" siempre ha tenido para mí un trasfondo especial, me evoca el misterio de los desiertos salvajes y solitarios, de esas tierras incógnitas y enigmáticas, fértiles en aventuras del siglo XIX. Solo lo rocé con las yemas de los dedos y los pies descalzos para sentir la arena ardiente de sus dunas en un lejano viaje donde nuestro moderno autobús alcanzó el final de una, entonces destartalada, carretera, en la pequeña aldea de Mhamid, en Marruecos y a poco más de una veintena de kms de la frontera argelina. Hoy el desierto ha querido visitarnos de alguna manera y ha viajado por Europa cubriéndonos como un manto de neblina marrón. El Sahara se ha depositado en nuestros campos y ha tapizado suelos, tejados, coches y ... nieve. 

Hemos aterrizado en una explanada de tierra sin poder ver ni dónde comenzaba la nieve, lo que nos hubiera venido muy bien para decidir qué botas deberíamos subir. Al final las botas de nieve se han quedado abajo y hemos comenzado a caminar con otras mucho más cómodas. Los guetres serán una solución intermedia ante la imposibilidad de saber dónde diablos está la nieve. Sabemos que nevó hace tan solo un par de noches, pero las altas temperaturas se han llevado buena parte de la capa caída.




Si desde el pie de la montaña no se veía lo alto de las laderas, según subimos la visibilidad no mejora en absoluto. Desde abajo no se distinguen las cumbres, y desde arriba no se divisan las praderas inferiores ni la pista de donde procedemos. De hecho, ni siquiera se alcanzan a ver las laderas contrarias de la misma garganta en la que nos hayamos. El ambiente es fantasmagórico y apocalíptico, pero caminar entre semana, por un sendero recóndito que casi nunca recorre nadie, y con este ambiente teñido de desierto no tiene precio, por lo irrepetible del fenómeno. Llevamos la botas teñidas de marrón del simple roce con la hierba. Los primeros parches de nieve terminan por aparecer, aunque altísimos y, como no podía ser de otra manera, pintada de Sahara como probablemente no volvamos a verla nunca más.




Los pétalos de algunas Crocus carpetanus asoman por la nieve como queriendo observar un suceso que tardará en repetirse; aún no se han abierto pero nos recuerdan que la primavera ya está aquí al lado. Por la senda olvidada vamos observando los rastros que nos vamos topando, principalmente de perdices y cabras monteses, además de indicios de algún zorrete, jabalíes, ciervos y poco más. El avistamiento de un corzo en los bosques inferiores al poco de dejar el coche compensó el madrugón.






Sumaremos pues a sus huellas nuestras huellas sobre una nieve teñida de desierto. Teñida de الصحراء الكبرى




20 de diciembre de 2021

Cerrando el ciclo

Este año no ha sido un buen año para mis sesiones de fotos con las cabras monteses (Capra pyrenaica victoriae) puesto que de las tres sesiones que les he podido hacer he sacado poco material original; o menos que poco, casi nada. De la primera visita a Gredos ya visteis algo de lo que fotografié en el post El momento de la cabras, publicado a mediados de noviembre. En aquella ocasión la sierra estaba aún limpia de nieve, algo normal por esas fechas pero muy poco interesante de cara a los resultados fotográficos.

Para la segunda sesión esperé a que entrara un frente húmedo y frío al centro peninsular que dejó nieve abundante. Mi intención, como en otros inviernos, era la de conseguir imágenes con ambiente alpino, donde el blanco de la nevada envolviera a las cabras en celo en una atmósfera de alta montaña invernal. Peeeeero ..., aunque el día prometía -hacía un tiempo verdaderamente de perros, con fortísimas ráfagas que movían la furgoneta aparcada-, en esa jornada el único rebaño al que pudimos acceder decidió largarse de la zona buena. Mala suerte, imposible seguirlos. Lo sentí especialmente porque hasta allí habían subido dos fotógrafos desde Granada y no les pude ayudar a conseguir esas fotos chulas que se hubieran diferenciado del resto de miles de imágenes que circulan de esta especie en internet.

En la tercera y última sesión de la temporada me pilló el amanecer ya aparcado en el lugar. De nuevo yo solo como en el primer intento, había hecho coincidir una vez más mi viaje a la sierra con un día de mal tiempo, aunque no contaba con que a dos mil metros de altitud las precipitaciones de aquella jornada fueran en forma de agua en vez de nieve. No me lo podía creer. Deseaba una jornada nevando que tapizara las testuces de la cabras y sus corpachones de nieve, y que esta dibujara puntos o líneas blancas borrosas en el aire mientras caían vaporosamente, y en vez de eso me esperaba un día de fina lluvia que ayudó y mucho a derretir parte de la nieve caída en el Sistema Central. En fin, podía ser peor, pensaba yo mientras fotografiaba a un grupito de hembras y sus crías en una de las zonas más interesantes.






Todo parecía "progresar adecuadamente" hasta que el pequeño rebaño decidió desplazarse del lugar. No mucho, solo lo suficiente para que las fotos ya no tuvieran el mismo ambiente.



Pero la jornada iba a estropearse definitivamente, ¿cómo?, pues desapareciendo el rebaño del todo. Pianito, pianito, se fueron por unas llambrias y no volví a ver al grupo.

Deambulando por la zona en busca de algún otro animal acabé en la furgoneta. Descargé trastos y peso, me quité la ropa que se había mojado y decidí dejar pasar el tiempo. Siempre puede aparecer otro grupo con la misma rapidez con la que el anterior había desaparecido, no era plan de regresar a casa todavía.

Finalmente el grupo apareció subiendo paralelo a la carretera. De hecho, llegaron hasta el aparcamiento dos rebaños distintos, con algunos machos veteranos. Uno con pocos ejemplares, y otro con bastantes más. Ya el resto de la imágenes de la jornada iban a ser el resultado (peor que mediocre) de lo que se pudiera hacer. Ambos grupos -uno a cada lado de la carretera- se movieron por una zona realmente fea, con multitud de piedras pequeñas, con hierba y piornos que "ensuciaban" las fotos. No di por concluida la sesión porque el vicio es el vicio, y estar cerca de estos animales siempre te reporta alguna experiencia. Hermosísimos los machos más grandes con las cuernas empapadas de la lluvia y goteando agua de sus extremos; siempre es atractivo, además, el pelaje de los mamíferos cuando está completamente empapado.






Por muchos desenfoques que pudiera aplicar a las imágenes poco se puede hacer cuando el entorno es un barullo de rocas, manchas de color, líneas,... La limpieza y pureza de las dos o tres primeras fotos no se pueden conseguir en este terreno. 

Lo que, sin embargo, siempre será interesante es observar detenidamente su comportamiento. No es, ni mucho menos, la primera vez que las veo alimentarse de líquenes, mordisqueando las piedras con su dentición inferior, pero en esta ocasión me sirvió de entretenimiento. Es habitual que la cabra complete su alimentación rebañando los líquenes, no teniendo nada que ver con una hipotética dificultad de acceso a otros alimentos más nutritivos y habituales (pasto o matorral). Curiosamente, y al igual que en otras ocasiones, en esta oportunidad también lo hicieron varios ejemplares al mismo tiempo, lo que con toda seguridad tiene alguna razón concreta.





Pero si, mientras hacía estas fotos, pensaba que el día no podía empeorar me equivocaba de largo: acabó saliendo el sol, lo que era justo todo lo contrario a lo que yo necesitaba para conseguir instantáneas con un ambiente invernal. Me reía por dentro, pensando: "Ya habrá más oportunidades ... pero ...otras temporadas. Esta se acabó."

Sin embargo, a pesar de que el día ya estaba perdido, no dejaba de observar detenidamente a un macho y una hembra que parecían estar especialmente encelados. Total, ya daba igual aguantar allí una hora más o una hora menos, no me iba a volver a casa a esas alturas. Además, el resto de machos estaban igualmente a lo suyo, tras las hembras, gesticulando las poses típicas del cortejo, y orinándose el pelaje y las patas, como el de la siguiente foto.



Finalmente la hembra permitió que el macho más grande la cubriera, y no una vez sino hasta cinco veces seguidas, mientras subían por la ladera.





No todos los días se tiene la oportunidad de ver sus cópulas, y hoy había sido el día. Lástima de entorno (feo), ambiente (primaveral) y distancia (excesiva), pero el ver esta parte fundamental de su ciclo reproductor es la guinda a cualquier sesión, haya sido buena o mala, como esta. Nos compensaron así de tanta fatalidad. El ciclo se había cerrado, al menos para ella, los desvelos de las últimas semanas concluían ahora con aquellas cinco cópulas. El macho aún perseguirá a unas cuantas hembras más hasta que también para ellos se cierre el ciclo por este año.

Se acabó por este año la temporada más espectacular de la cabra montés en Gredos. Se cierra un ciclo, pero empieza otro.

20 de noviembre de 2021

El momento de las cabras

Para los amantes de la naturaleza hay momentos a lo largo del año que tienen un protagonista inequívoco. Pasa con la berrea del ciervo, con la llegada de las aves migratorias en bandos espectaculares hasta nuestros humedales, con los cantos de los pequeños pájaros cantores en primavera. En Gredos, el mes de noviembre y parte de diciembre es el momento de las cabras monteses (Capra pyrenaica victoriae), sin ningún género de dudas. Coma cada año, con el permiso fotográfico que me exige el Parque Regional de la Sierra de Gredos guardado en la mochila, me acerco a la sierra para reencontrarme con estos colosos espectaculares.




Incluso ya en octubre podemos observar ciertos comportamientos que nos indican que se están calentando los motores. Los grupos de machos, que hasta entonces se han mantenido compactos y segregados de las manadas de hembras y chivos, comienzan a disgregarse y a acercarse a estas últimas. Entre ellos podemos observar tensiones por delimitar su situación en una jerarquía cada vez más marcada: caminan en paralelo a veces largos trechos, al tiempo que se empujan con sus cuerpos, se frotan unos contra otros, se intentan echar la zancadilla utilizando para ello su cornamenta, molestándose, se producen los primeros combates a testarazos, ... se están midiendo, en definitiva. El celo está comenzando, pues, y su comportamiento de cortejo supone un atractivo al que no me quiero resistir. Además, con la llegada del invierno estos viejos machos presentan el pelaje de un color casi negro por completo, lo que a mí personalmente me resulta mucho más hermoso que el marrón que muestran con la muda de verano.

Así pues, este momento del año es el momento de las cabras monteses. No hay excusa para no acercarse un otoño más a patear entre el granito gredense en busca de esas fotos que nos pintarán una sonrisa en la cara.



Todos los años regresamos a estos rincones, yo y otros muchos fotógrafos de naturaleza, con la esperanza de poder fotografiar algún combate entre dos grandes sementales, parejos, con fuerzas y cabezonería similares. Dos machos que se peleen en una zona abierta, sin interferencias de matorrales o pequeñas piedras que "ensucien" las tomas, y a una distancia adecuada, además, para que ambos ejemplares entren en el encuadre de un modo correcto. Por supuesto, no es sencillo coincidir con todas esas circunstancias. Pero no importa si no somos testigos de alguno de estos combates, ello será motivo suficiente para buscar una nueva oportunidad y regresar. Simplemente con poderlos fotografiar ya es suficiente recompensa. Su belleza, su presencia, seria e imponente, compensará siempre cualquier madrugón. Delante de estos bichos nunca puede haber decepción.

Incluso los machos más jóvenes son atractivos para cualquier naturalista. Su comportamiento inexperto es algo diferente al de los grandes machos. Con pocas posibilidades de cubrir a las hembras cuando en las cercanías se encuentran uno o varios ejemplares de mayor edad, su estrategia pasa por insistir con todas las hembras desde el principio de la época de celo, quizás así, en un descuido de alguno de los sementales consiga alguna cópula. No será sencillo.


No muchas especies se muestran tan confiadas con el ser humano como las cabras monteses, y poder estar a poca distancia de cualquiera de estos individuos es un privilegio. Esto es posible solo en lugares concretos de su área de distribución, allí donde se han acostumbrado a la continua presencia de excursionistas y caminantes, conocedoras de que estos no representan ningún peligro. O eso creen ellas, porque no podemos olvidar que, increíble y lamentablemente, este Parque Regional es, además, Reserva Regional de Caza y, como matadero que es, a ella viene también mucha testosterona a divertirse con sus rifles, haciendo lo que mejor saben hacer para demostrar su virilidad: matando. Por suerte, en otras zonas del área de distribución de la especie menos transitadas por humanos, la cabra montés se muestra mucho más arisca y precavida ante nuestra presencia; obviamente, por la cuenta que le tiene. Aquí, donde te puedes acercar a escasos 10 metros de estos machos, la caza es un simple ejercicio de ejecución, sin escrúpulos ni sensibilidad. 

Pero abstraigámonos ahora de estas prácticas que considero (yo e infinidad de gente) inaceptables en pleno Espacio Natural Protegido. Aquí las cabras nos miran casi anodinamente, nos observan sin temor y nos permiten deambular alrededor del rebaño sin que les cause mayor preocupación, siempre y cuando nos movamos sin brusquedades. Ellos, los machos, están a lo que hay que estar en época de celo, van y vienen olfateando a las hembras para confirmar si están o no receptivas, con intención  de cubrirlas. Con la cola levantada desprendiendo sus efluvios se acercan a unas y otras para comprobarlas, poniéndoles posturitas y haciéndoles carantoñas como para convencerlas.

Ellas, por su parte, van a su bola también, sin hacer todavía ningún caso a estos insistentes machos. Comen, se tumban a rumiar, descansan, siguen comiendo. Aún no ha llegado el momento, es un poco pronto todavía. Las cubriciones vendrán más adelante. "No seáis pesados", parecen pensar ellas, "qué cansinos".



En general, las hembras suelen estar más atentas que los machos a la gente por si representáramos o no un cierto peligro para sus crías. Estas ya tienen una edad aproximada de medio año, más o menos, pero la relación que mantienen con sus madres sigue siendo a estas alturas muy estrecha, no separándose apenas de ellas aunque ya pasten de manera habitual y hayan cobrado una cierta independencia. Los mimos y lametazos que les prodigan las cabras a sus chivines refuerza esa relación maternofilial y cuando sestean siempre lo hacen uno junto al otro. Los cabritillos parecen a veces clones en miniatura de sus madres.


Cuando paren en primavera, las cabras se alejan a roquedos bastante inaccesibles y no resulta nada sencillo poder fotografiar a los pequeños, pero a estas alturas del año ya sí. Las madres realizan con ellos sus trasiegos cotidianos y en las regiones muy transitadas por excursionistas no es extraño que mantengan distancias relativamente cortas entre la unidad familiar y la gente. Es una delicia ver cómo estos pequeños se desenvuelven entre las piedras junto a sus madres y a otros compañeros de juegos. Se puede apreciar incluso la diferencia de edad entre unos y otros, pues con estas edades crecen rápido y las diferencias físicas se vuelven ostensibles. Es imposible no quedarse embobado con ellos.




Pero si esta época atrae a muchos naturalistas y fotógrafos a las sierras es para observar los cortejos de la especie, por supuesto. Y entre siesta y siesta, ...



... no dejarán de regalarnos toda esa serie de posturas rituales mientras van de una hembra a otra, testando su posible estro.

Comienza el espectáculo.