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25 de febrero de 2016

Historia de la polla y el visón

Lo siento, señores, no lo puedo evitar, lo asumo, siempre que observo alguna de las, por otro lado cada día más escasas, pollas de agua (Gallinula chloropus) pienso en otro bicho. Sí, es cierto, tengo que reconocerlo, le soy infiel. Es verlas ... y pensar en el visón americano, no lo puedo evitar.

Recuerdo mis primeras andanzas naturalistas por las márgenes de mi cercano río Tormes -al que, dicho sea de paso, tanto están maltratando últimamente- portando en el cuello aquellos viejos y queridos prismáticos de marca indescifrable, made in URSS, duros como ellos solos y que ahora reposan en una estantería de mi despacho cual viejo cacharro que solo sirve para adornar. Desde las orillas del curso fluvial contabilizaba con matemática estadística cada especie que avistaba y el número de veces que lo hacía. La polla de agua o gallineta ciega (nunca entendí de dónde provenía dicho adjetivo) era por aquel entonces un ave cercana y familiar, común entre los juncales y carrizales de ríos, charcas y embalses próximos a poco que contaran con algo de vegetación en sus orillas. Uno de esos bichos a los que se les prestaba relativa poca atención por lo habitual y familiar del mismo, así como por sus tonos apagados, prestándoles por aquellos años bastante más dedicación a otras especies que podían parecernos más escasas o llamativas.

¡Cuánto han cambiado las cosas desde aquellos primeros años de adolescente bicherío! Ahora mismo, a pesar de vivir frente a una bonita aceña junto al río, cubierta de vegetación apropiada hasta casi ocultarla, se pasan las semanas y hasta los meses sin que observe algún ejemplar de esta especie de la familia Rallidae. La depredación de polluelos y nidadas por parte del invasor americano parece ser la única causa plausible, o por lo menos la principal.

Se me vienen ahora a la cabeza algunos párrafos del interesante libro que Miguel Delibes de Castro -el biólogo, por lo tanto- publicó en 2001 (Ediciones Temas de Hoy S.A.) "Vida, la naturaleza en peligro" en el que analiza los orígenes de la actual y alarmante pérdida de biovidersidad. En esta publicación de carácter divulgativo podemos leer un epígrafe titulado "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" parafraseando o haciendo una traducción libre de lo que el biólogo norteamericano Jared Diamond denominó como "el cuarteto del diablo", en alusión a los cuatro motivos principales responsables de las extinciones. En este epígrafe Delibes hijo ahonda en las causas del proceso actual del que él considera que estamos siendo testigos: la sexta gran extinción en la historia del planeta Tierra. Ahí es nada, sobre todo teniendo en cuenta, además, que esta sexta aniquilación masiva de la diversidad planetaria es responsabilidad directa de la especie humana. Pues bien, uno de esos cuatro jinetes apocalípticos que traen de cabeza a la biodiversidad de esta nuestra casa, una, por lo tanto, de las cuatro grandes causas de la dramática situación que vivimos actualmente es, precisamente, la invasión por parte de infinidad de especies exóticas de muchos de los diferentes ecosistemas del planeta.

Ya a título informativo y para acabar de hundirnos la moral, hay que saber que las otras tres principales circunstancias propiciatorias de las extinciones son, por un lado, la persecución directa de la fauna (caza, muerte, sobrepesca,...); por otro, la destrucción y fragmentación del hábitat (poco que discutir tampoco en este apartado, pues con siete mil millones de almas sobre el planeta poco espacio puede quedar para el resto de los seres vivos, desde las cada día más exiguas selvas de Borneo hasta el cada año más cálido Ártico); y por último, el efecto dominó y las transformaciones en las comunidades vivas como consecuencia directa de la desaparición previa de otras especies (en los ecosistemas todos dependen -dependemos- de todos, y si unos desaparecen, otros se verán -nos veremos- afectados igualmente, produciéndose a menudo extinciones en cadena).

Volviendo a nuestro amigo, el visón americano, todo parece indicar que constituye el elemento clave en la disminución -al menos con carácter local- de algunas especies faunísticas propias, como en el caso de la misma polla de agua que nos ocupa ahora, aún cuando, en descargo del mustélido, debemos decir que no llega a dejarla en una situación grave, ya que el pequeño carnívoro solo ocupa algunas cuencas fluviales de la Península Ibérica, mientras que la gallineta mantiene un área de distribución mucho más amplia. Obviando esta relación "predador-presa" concreta, no puedo olvidar, sin embargo, que la existencia de este mustélido alóctono sí que afecta de modo mucho más severo y trágico a otras especies de gran valor por su alarmante disminución poblacional y su reducida distribución geográfica. En estos supuestos podríamos citar, por llamativos, los casos de su pariente, el visón europeo, con el que compite directamente, desplazándolo, o el del desmán de los Pirineos, sobre el que depreda intensamente allí donde aún existe. Por todo esto, siempre que veo un ejemplar de polla de agua, me acuerdo del visón americano, no lo puedo evitar.

Y por eso también, cuando observo ahora una de estas gallinetas picotear inquisitivamente entre la vegetación de cualquier humedal, disfruto más intensamente de su observación, pues en las cuencas fluviales en las que el invasor se ha hecho fuerte, hace ya años que no es tan sencillo de encontrar. Simpática, curiosa con su escudete facial de color sorprendentemente rojo, acabado en un contrastado extremo amarillo, y con sus largos dedos amarillo verdosos, que le sirven para caminar sobre las plantas acuáticas, es nuestra familiar y querida polla de agua.



4 de noviembre de 2014

Globalización

Regreso a las orillas del Tormes acompañado por Pablo otra mañana soleada de este otoño amable. El viejo embarcadero nos recibe al mismo tiempo que los rayos del sol comienzan a acariciar las aguas mansas que se deslizan hasta el molino y su aceña, allí donde diversas ardeidas esperan perezosas a iniciar su jornada y donde los martines pescadores tienen algunos de sus posaderos. Como en otros puntos del río, no tardan en aparecer repentinamente un par de visones americanos (Mustela vison) y, como si fuéramos invisibles, pasan entre nosotros persiguiéndose y peleándose. Una vez dirimidas sus disputas se queda uno de ellos por la zona cotilleando nuestra mochila, los trípodes e incluso el hueco oscuro del parasol de mi objetivo; hueco en donde llega introducir toda la cabeza para averiguar a dónde diablos va a parar esa "madriguera" extraña. Una vez aclarado todo, vuelve a sus tareas cotidianas, trasteando por los alrededores, a lo suyo, zambulléndose en el agua y saliendo de ella, inquieto, nervioso, con el cuerpo encorvado típico de los mustélidos. Con su pequeño tamaño, este precioso animal se ha convertido sin quererlo en el azote de diversas cuencas hidrográficas de la Península Ibérica desde la última mitad del siglo pasado. Desde entonces hasta nuestros días, y siempre aprovechando el curso de los ríos, se ha expandido de modo imparable por gran parte del territorio nacional, ocupando cinco núcleos poblacionales en Galicia, País Vasco, Meseta Norte, Cataluña y Comunidad Valenciana-Teruel, y sin que las autoridades competentes hagan nada verdaderamente serio para controlar la expansión y la hipotética erradicación de esta especie invasora. En estas regiones es la causante de la disminución alarmante de especies de aves ligadas a los medios acuáticos que nidifican en el suelo, como gallinetas, fochas, rascones o cigüeñuelas, ejerciendo de la misma manera una fuerte presión predatoria sobre especies tan sensibles como la rata de agua o el desmán de los pirineos, así como sobre el cangrejo autóctono y diversos anfibios y peces. Por si fuera poco, es un difícil competidor para otros pequeños carnívoros autóctonos, como visones europeos y turones principalmente, a los que desplaza por tamaño y agresividad, así como por éxito reproductor.







Que un animal tan peligroso para la conservación de los ecosistemas ibéricos como este se desenvuelva con la soltura que lo hace entre nosotros, parece delatar el nulo interés que las administraciones competentes tienen en materia de conservación. Y es que no se puede entender de otra forma que no se lleven urgentemente a cabo tareas adecuadas de erradicación y control del visón americano en toda su área de distribución. En nuestro caso, aquí, en la comunidad autónoma de Castilla y León, es verdaderamente aberrante que se institucionalicen los continuos "controles" de predadores (generalmente deberíamos hablar de "masacres") sobre diversas especies de carnívoros a través de numerosos métodos de captura (trampas, lazos, cacerías, ...), incluso en casos tan polémicos como el del lobo en el interior del mismísimo Parque Nacional de los Picos de Europa, empleando en ello, además, grandes esfuerzos y excusas políticas, y provocando un fuerte enfrentamiento social con una inmensa mayoría de la sociedad española que no apoya la caza, y que por el contrario se inhiban de su obligación cuando se pone sobre la mesa la necesidad imperiosa de realizar trabajos serios y prolongados de control de, por lo menos, algunas de las especies invasoras más peligrosas para la conservación de los ecosistemas españoles que podemos hoy en día encontrar en nuestro territorio.

Entre tanto yo pienso en estas cuestiones, el visón me deleita con sus idas y venidas por el entablado de la orilla del río, olisqueando e investigando cada resquicio de su nuevo mundo. Me lamento, pero parece que el visón americano ha venido para quedarse definitivamente.