Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

22 de marzo de 2014

La primavera

Llegaron las primaveras, amigos, tanto la oficial como la real. Sale el sol un poquito más temprano cada día, y cada día se oculta un poquito más tarde. Dos minutos más de sol diario se suman rápidos y en apenas una semana comprobamos cómo tenemos un cuarto de hora más de rayos solares. Una hora en un mes. Los pájaros están como locos cantando y algunas especies ya están incluso incubando. De los árboles brotan jóvenes yemas tiernas y los trigos crecen verdes. Ha llegado otra primavera.

20 de marzo de 2014

Lo que a unos les sobra ...




Esta es una imagen de una flor de orquídea con doble aparato reproductor, que curiosamente ha crecido junto a otra flor contigua atrofiada y que presenta exclusivamente los pétalos de la misma y la columna. En fin, como la vida misma, lo que a unos les falta a otros les sobra. Por misterios de la informática me ha sido imposible añadir una imagen de la flor atrofiada en clave alta

18 de marzo de 2014

Los ojos de Kill Bill

Paseo por los viejos muros de mi ciudad, de esa otra ciudad olvidada que no se parece a la idealizada capital que venden los folletos turísticos y las guías de viajes, pero que, sin duda, es más palpitante, mucho más viva que la de esos museos y monumentos engominados en los que todo está prohibido y encorsetado: no puedes tocar, no puedes hacer fotos, no puedes entrar si no pagas, tu perro se ha de quedar fuera, las cámaras te vigilan, cordoncitos de bonito color rojo te menosprecian el paso y carteles de No Pasar aparecen por doquier; monumentos muertos en donde te ven, en definitiva, o con cara de dolar, o con cara de delincuente. Paseo, pues, por esos otros rincones desheredados pero vitales y encuentro numerosas miradas que me observan entre desconchones de pintura y enmohecidos jarreados. Veo algunos personajes conocidos junto a otros que ya conozco solo de pasar junto a ellos una y otra vez, y me detengo delante de su mirada estropeada, de su cara agrietada por el hostigo de las inclemencias, y con los pómulos despellejados por el transcurrir del tiempo. Ella no me mira a mi, lo hace de reojo, como siempre, esperando a quién sabe qué. Quizás, ¿por qué no?, observando a esa otra ciudad adornada e imaginaria, la de la vitrina y el escaparate.

13 de marzo de 2014

El baile de los estorninos

Se apagan las últimas luces de esta tarde solitaria, un viernes cualquiera en las postrimerías del invierno. Los tonos rosados del ocaso se reflejan en las mansas aguas de la palentina laguna de La Nava, entre carrizos y juncales. Llevo varios días viajando solo en mi casa con ruedas y recalo en estos campos amplios este atardecer pausado y tranquilo, suave, con los mejores colores aterciopelados del día. Estoy solo. Los aparcamientos están vacíos y el silencio me recarga de energía. Disfruto de esta soledad en el campo. Las fochas se persiguen aún con los últimos escarceos amorosos de la jornada, aunque mañana, sin duda, habrá más. Escucho los reclamos de los patos. Algún grupito pequeño de ánsares aún me sobrevuelan en un par de ocasiones, perezosos ante la inminente migración, no en vano el grueso de sus compañeros ya iniciaron hace días el largo regreso a sus cuarteles estivales. Los últimos vuelos del aguilucho lagunero baten el terreno una última vez, provocando el miedo en los habitantes de la laguna. El espectáculo indescriptible del atardecer en el humedal se ve culminado por los vuelos acrobáticos de los grandes bandos de estorninos, dibujando figuras blandas y garabateando esponjosas bolas negras que se estiran y se encogen, se unen y se separan, elásticas, mullidas. Pasan sobre mi cabeza con el ruido denso del aleteo de miles de alas. Van y vienen, posándose y levantándose de nuevo, para, instantes después, volverse a posar, en lo que parece ser el acto final de la jornada. Poco a poco, lentamente, muere sin hacer ruido la levedad rosada de este cuadro apaisado en los lavajos de La Nava. Agoniza el día y crecen las sombras de la noche.





10 de marzo de 2014

Tierra de Campos

El viento sopla con ráfagas intensas y hace que las nubes pasen veloces, como no podía ser de otra manera. Soporto los últimos coletazos de esta enésima borrasca embozado en mi abrigo de plumas, en un día verdaderamente desapacible, esperando que un rayo de sol se deslice furtivo por un resquicio del cielo encapotado e ilumine de manera precisa el palomar junto al que me encuentro de pie, esperando pacientemente. Veo cómo algunos escuetos rayos de sol intermitentemente iluminan los campos a mi alrededor, mientras pasan los minutos. A veces observo cómo se acercan burlones desde la lejanía hacia mi posición, pero una y otra vez, para cuando quieren alcanzarnos a mi y al palomar la rendija entre las nubes da un cerrojazo y me exige más paciencia todavía.

Entre tanto, paseo alrededor de mi, ya amigo, palomar, y ubico mentalmente desde dónde voy a poder hacer la siguiente foto: cuando llegue el rayo que tanto se hace desear, tendré apenas dos o tres minutos para aprovechar su luz, e intentar al menos un par de tomas distintas de la construcción de adobe. Cuando uno de esos claros parece ser más amplio de lo normal, me anima incluso a correr todo lo rápido que el trípode desplegado y la cámara me permiten y alcanzo fatigado por las rastrojeras blandas y semiencharcadas un nuevo palomar. ¡Premio! he llegado a tiempo y el cielo plomizo ha sido condescendiente conmigo y me ha dejado realizar una nueva foto de otro palomar diferente. Soy feliz. Me lo he merecido. Ahora me voy a por otro, ya con más calma, aprovechando que se ha vuelto a nublar.