Acaba paulatinamente un ciclo más para la cabra montés (Capra pyrenaica victoriae) de la sierra de Gredos. Despacio, se diluye estos días un período en el que los animales intentan perpetuar la especie legando su herencia genética, y con los últimos coletazos de sus cortejos nupciales nosotros rematamos también lo que ha sido un intenso esfuerzo por captar los comportamientos de estos mamíferos increíbles. Lo cierto es que esta temporada ha sido -en palabras de otros compañeros y de la propia guardería- "rara". Todos coincidimos en que las altas temperaturas de estas semanas pasadas y el tiempo más primaveral que otoñal del que hemos disfrutado (o padecido, según se mire) ha trastocado el celo de los rebaños, desluciéndolo en gran medida, fotográficamente hablando.
El resultado puede haber sido la reducción del número de combates de machos adultos, de los que yo he tenido la fortuna de disfrutar de únicamente tres o cuatro, aunque de muy corta duración todos ellos, sin opción alguna a plasmarlos en el sensor de mi cámara. También he sido afortunado al observar en mi última jornada un intento de cópula por parte del macho que veis acompañando a la hembra unas fotos más abajo. Las fotografías de aquel intento fueron directas a la papelera del ordenador por las condiciones de luz en las que ya fueron hechas. Sin embargo, y a pesar de la ausencia de imágenes de estos dos hechos, el resto de comportamientos nupciales los hemos podido plasmar sin demasiado contratiempo, y como habréis podido observar y leer en un par de entradas anteriores dedicadas a estas sesiones (Cortesanos y No me saques la lengua... todavía).
En esta nuestra última jornada por las laderas graníticas de Gredos, pudimos comprobar cómo los grandes machos se encontraban muy encelados, al contrario de lo que ocurriera en jornadas previas, persiguiendo con gran insistencia a las hembras que llegaban a correr en desbandada en numerosas oportunidades, hostigadas por aquellos. Sí se observaban algunas cabras receptivas, que se dejaban cortejar sin problema. No obstante, los rebaños fueron difíciles de acompañar, presentando una gran movilidad a lo largo de diversas laderas muy abruptas. El terreno, a menudo peligroso, y el ritmo alto de desplazamiento del rebaño hicieron que muchas de las fotos tuvieran que ser realizadas a excesiva distancia, nos gustara o no. También nos lamentamos de los pocos momentos de descanso que se regalaba el rebaño y que suelo aprovechar para realizar los acercamientos a los mismos. Apenas se tumbaron para descansar, al contrario de lo que suele suceder con esta especie, generalmente bastante inactiva en las horas centrales del día. Sea como fuere, y a pesar de las dificultades, las siguientes imágenes son una pequeña muestra de lo que dio de sí nuestra última salida al celo de las monteses. Todas ellas sin excepción son imágenes sin recorte alguno, tal cual las obtuve del momento, y como curiosidad, reseñar que encontramos un segundo macho marrón de menor edad que el que ya encontráramos unas jornadas atrás, en otras laderas diferentes de Gredos.
Una jornada muy intensa y más que complicada, en definitiva, que comenzó y terminó con las mejores luces y con la que damos por concluidas estas sesiones fotográficas, a la par que termina en la vida de esta especie su período nupcial, dando para ellas así el pistoletazo de salida al nuevo período de embarazos y crianza que, tras el duro paréntesis invernal, llenará las laderas y peñascales de pequeños y simpáticos cabritillos.
22 de noviembre de 2015
17 de noviembre de 2015
Hombre y naturaleza
En lo más profundo de su ser, el hombre tiene un impulso incontenible por regresar a la naturaleza de la que, sin embargo, paradojas de la vida, parece quererse desvincular.
Esa necesidad de regresar a la naturaleza y a nuestros orígenes la podemos observar en la felicidad que siente un niño cuando juega con cualquiera de sus más cotidianos elementos -palos, piedras, agua, árboles, animales,...- o en el regreso a la misma a través de cualquiera de las actividades que, ya de mayores, desarrollamos en el medio natural, desde la mera contemplación, a su estudio e investigación; desde aquellos deportes y actividades que se desarrollan en los rincones más apartados de las regiones más remotas, y que nos ayudan no solo a explorar aquellos lejanos lugares, sino nuestros propios límites humanos, hasta nuestra introspectiva actividad fotográfica que nos liga, además de al paisaje y a la fauna en sí mismos, también a la búsqueda de la belleza que nos rodea. El ser humano, cuanto más próximo vive la naturaleza más feliz es y más en paz consigo mismo se siente. Por el contrario, cuanto más alejado de la misma se encuentra, más pobre su alma se vuelve.
Somos parte del planeta, formamos una pieza esencial de la Madre Tierra, un engranaje clave de la gran maquinaria planetaria. La Pachamama como hoy la conocemos depende de nosotros y nosotros de ella. De ser conscientes de ello dependerá en un futuro, más próximo que lejano, nuestra propia supervivencia.
Pero soy pesimista y creo realmente que nuestra ceguera es tal, que ni agonizando entre estertores nos daremos cuenta de nuestra propia e inminente expiración.
Esa necesidad de regresar a la naturaleza y a nuestros orígenes la podemos observar en la felicidad que siente un niño cuando juega con cualquiera de sus más cotidianos elementos -palos, piedras, agua, árboles, animales,...- o en el regreso a la misma a través de cualquiera de las actividades que, ya de mayores, desarrollamos en el medio natural, desde la mera contemplación, a su estudio e investigación; desde aquellos deportes y actividades que se desarrollan en los rincones más apartados de las regiones más remotas, y que nos ayudan no solo a explorar aquellos lejanos lugares, sino nuestros propios límites humanos, hasta nuestra introspectiva actividad fotográfica que nos liga, además de al paisaje y a la fauna en sí mismos, también a la búsqueda de la belleza que nos rodea. El ser humano, cuanto más próximo vive la naturaleza más feliz es y más en paz consigo mismo se siente. Por el contrario, cuanto más alejado de la misma se encuentra, más pobre su alma se vuelve.
Somos parte del planeta, formamos una pieza esencial de la Madre Tierra, un engranaje clave de la gran maquinaria planetaria. La Pachamama como hoy la conocemos depende de nosotros y nosotros de ella. De ser conscientes de ello dependerá en un futuro, más próximo que lejano, nuestra propia supervivencia.
Pero soy pesimista y creo realmente que nuestra ceguera es tal, que ni agonizando entre estertores nos daremos cuenta de nuestra propia e inminente expiración.
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11 de noviembre de 2015
Cortesanos
Amanece una mañana más de este otoño extrañamente cálido. A estas alturas ya se me ha olvidado que el despertador sonó a las cinco de la mañana y que dos horas de conducción nocturna por carreteras sinuosas me dejaron, cansado, en la plataforma de Gredos una vez más. Ahora estoy pletórico, sin embargo. Acaba de salir el sol por detrás de una loma y colorea la cálida luz matinal sobre un macho de cabra montés (Capra pyrenaica victoriae) atravesando una pradera de festucas amarillas. Tengo todo el día por delante y yo disparo sin parar.
Así da comienzo una nueva sesión en compañía de este noble y bello animal. Machos y hembras, juntos durante unas pocas semanas al año, representan en estas fechas una gran oportunidad para disfrutar del privilegio de su cercanía y confianza, un hecho este que nos ofrecen muy pocas especies de la fauna ibérica y que yo gusto de aprovechar varias veces al año, tanto en Gredos como en la sierra de Francia. Unos ejemplares se desperezan, otros nos regalan cabriolas sobre las paredes como funámbulos de la roca y como pretendiendo dar envidia a cualquier escalador, otros simplemente reposan, vigilan o pastan. Con el pertinente permiso de la administración del parque bien guardado en la mochila, comienza para mi y mi acompañante una nueva oportunidad fotográfica con esta especie emblemática.
Tengo de nuevo la oportunidad de fotografiar a un semental especial del que podemos adivinar que a sus, aproximadamente, catorce años de vida se encuentra ya en las postrimerías de su etapa vital. A lo llamativo de la impresionante cornamenta que exhibe este viejo conocido de alguna sesión anterior, se le suma un pelaje completamente atípico para un ejemplar de esta edad de la subespecie victoriae. Su capa marrón, similar a la de cualquier hembra, lo vuelve rápidamente diferenciable de sus congéneres, a los que yo comparo a veces con toros de lidia por su corpachón casi completamente negro. Dicho esto, es bueno conocer que las hembras en libertad tienen una esperanza de vida de entre diez y ocho y veintidós años debido a que su esfuerzo en la reproducción tiene lugar durante todo el año de un modo repartido. Por el contrario, los machos suelen alcanzar solo los catorce o quince años de edad como consecuencia del enorme desgaste que supone para ellos los períodos de celo. Y como curiosidad e información añadida a lo dicho anteriormente, diremos que las hembras residentes en regiones con una cubierta vegetal más pobre desde el punto de vista nutricional, aparentemente son más longevas que aquellas que se alimentan en áreas de vegetación más nutritiva, debido a que las segundas se reproducen un mayor número de veces y con mayor posibilidad de partos gemelares, lo que supone en definitiva un mayor desgaste físico.
Al igual que en jornadas previas sigue reclamando nuestra atención la excitación de los machos más jóvenes, a los que sí vemos pelear como quisiéramos que hicieran los más viejos y corpulentos. Y hasta observamos insistentes intentos de cópula por parte de un jovenzuelo con cara aún de niño, de menor peso y talla incluso que la propia hembra que intentaba montar, y de la que se diferenciaba por sus cuernos notablemente más gruesos, aparte de por la erección evidente.
Los experimentados sementales, sin embargo, con la paciencia y delicadeza que les caracteriza, persiguen de modo educado a las hembras que parecen aún poco receptivas. Ponen en marcha toda la parafernalia del cortejo y nos permiten asistir en primera fila a sus corteses atenciones para con las futuras madres de sus chivos. En ocasiones varios ejemplares de diferentes edades se arremolinan alrededor de la cabra olfateando su estado hormonal intentando detectar su posible ovulación, conformando una abanico de hocicos y cuernas con las que componer las imágenes.
Van pasando las horas y el sol acaricia rápido la ladera opuesta a aquella en la que por la mañana lo vimos aparecer. Deprisa se nos va la luz con prisas, y aprovechamos nosotros los postreros rayos para hacer las últimas fotografías de estos animales increíbles. Bueno,... digamos mejor las penúltimas fotografías, pues siempre vendrán más. Con una ligera tristeza por no haber sido espectadores de alguno de sus combates recogemos el equipo, cansados de tanto ir y venir de un lado para otro tras los animales, de cruzar arroyos crecidos por las lluvias de la última semana, de subir y bajar laderas y habiendo apenas parado para comer un poco, en una jornada que ha sido, sin duda y cuanto menos, intensa y gratificante. Nos despedimos, sí, pero cruzando los dedos para que el próximo fin de semana la climatología nos respete una nueva jornada en los roquedos y praderas de esta mi querida sierra de Gredos.
4 de noviembre de 2015
No me saques la lengua ... todavía
Si hay algo interesante en la fotografía de fauna es que, en general, el largo tiempo que se suele estar con algunas especies permite observar de cerca diversos aspectos de su comportamiento, algo que para mi resulta fundamental. Cuando llega el otoño varios son los eventos faunísticos que podríamos calificar como de llamativos para un fotógrafo: la llegada de las aves migratorias, entre las que destacan sin ningún género de dudas los siempre melancólicos bandos de grullas, la espectacular berrea del ciervo cargada de testosterona y el cortesano celo de las cabras monteses, siempre ritualizado y protocolario. A los que vivimos en el centro nos merece la pena, pues, acercarnos a la sierra de Gredos y pasar al lado de alguno de los rebaños de esta especie tan gregaria largas horas observando y fotografiando los siempre imponentes machos.
Tras velar las armas durante el mes de octubre, podemos comprobar como poco a poco los grupos de machos y los de hembras se van acercando y "conectando" con el cambio de mes y su progresiva disminución de horas de luz y el aumento del frío. Se barrunta ya el período de celo.
Las hembras aún van acompañadas de las crías nacidas esa temporada, y podemos apreciar incluso la diferencia de edad que hay entre ellas, algunas de las cuales parecen haber nacido quizás demasiado tarde para soportar el duro invierno que atenazará la sierra más pronto que tarde. En la cabra montés -Capra pyrenaica victoriae en el caso de la subespecie que habita el Sistema Central- el índice de mortalidad en el primer año de vida es muy alto, disminuyendo en las edades intermedias y volviendo a aumentar notablemente en los últimos estadios de su vida.
En estos primeros momentos del celo comprobaremos cómo los grandes machos aún se mantienen a una relativa distancia de las hembras (a menudo en la periferia de los rebaños), mostrando una experimentada indiferencia hacia aquellas, ya que aún no están receptivas. Sin embargo, los impetuosos jóvenes, muy inexpertos y ya excitados, van detrás de las mismas persiguiéndolas y atosigándolas incansablemente, insistiendo de una a otra cabra cansinamente. Comenzamos así a observar los primeros cortejos, principalmente de los adolescentes. Levantan la cola diluyendo en la atmósfera el olor de sus glándulas anales, husmean el aire y olfatean la receptividad de las hembras, voltean la cabeza hacia atrás, girándola a veces lateralmente, sacan la lengua en un gesto inconfundible, adelantan alguna pata delantera,...
... y se orinan así mismos cabeza y patas delanteras para marcarse y desprender su propio olor.
Tímidamente algún gran macho realiza todo el ceremonial gestual del cortejo cuando alguna hembra pasa cerca, para seguir posteriormente pastando indolentes y frotándose la testuz contra los matorrales. Las hembras sestean sobre las piedras acompañadas de sus chivos sin mayor interés y, con movimientos defensivos de sus cabezas coronadas de pequeños cuernos, hacen ver a los machos que molestan y que aún no ha llegado el momento. Parecen decirles: no me saques la lengua, tío.
Con estos primeros escarceos amorosos arranca así una nueva temporada reproductora que se prolongará a lo largo de noviembre y principios de diciembre, dando paso al duro invierno. Un año más comienza el espectáculo más representativo de la vida y del comportamiento animal en la alta montaña gredense; el celo de su habitante más emblemático, el de los grandes machos monteses, dueños y señores de riscos y pedrizas alpinas. Poder un año más estar allí observando el comportamiento de esta especie endémica de la Península Ibérica es, sin duda, una suerte, además de una gran oportunidad para disfrutar de la fotografía de estos grandes colosos negros.
Tras velar las armas durante el mes de octubre, podemos comprobar como poco a poco los grupos de machos y los de hembras se van acercando y "conectando" con el cambio de mes y su progresiva disminución de horas de luz y el aumento del frío. Se barrunta ya el período de celo.
Las hembras aún van acompañadas de las crías nacidas esa temporada, y podemos apreciar incluso la diferencia de edad que hay entre ellas, algunas de las cuales parecen haber nacido quizás demasiado tarde para soportar el duro invierno que atenazará la sierra más pronto que tarde. En la cabra montés -Capra pyrenaica victoriae en el caso de la subespecie que habita el Sistema Central- el índice de mortalidad en el primer año de vida es muy alto, disminuyendo en las edades intermedias y volviendo a aumentar notablemente en los últimos estadios de su vida.
En estos primeros momentos del celo comprobaremos cómo los grandes machos aún se mantienen a una relativa distancia de las hembras (a menudo en la periferia de los rebaños), mostrando una experimentada indiferencia hacia aquellas, ya que aún no están receptivas. Sin embargo, los impetuosos jóvenes, muy inexpertos y ya excitados, van detrás de las mismas persiguiéndolas y atosigándolas incansablemente, insistiendo de una a otra cabra cansinamente. Comenzamos así a observar los primeros cortejos, principalmente de los adolescentes. Levantan la cola diluyendo en la atmósfera el olor de sus glándulas anales, husmean el aire y olfatean la receptividad de las hembras, voltean la cabeza hacia atrás, girándola a veces lateralmente, sacan la lengua en un gesto inconfundible, adelantan alguna pata delantera,...
... y se orinan así mismos cabeza y patas delanteras para marcarse y desprender su propio olor.
Tímidamente algún gran macho realiza todo el ceremonial gestual del cortejo cuando alguna hembra pasa cerca, para seguir posteriormente pastando indolentes y frotándose la testuz contra los matorrales. Las hembras sestean sobre las piedras acompañadas de sus chivos sin mayor interés y, con movimientos defensivos de sus cabezas coronadas de pequeños cuernos, hacen ver a los machos que molestan y que aún no ha llegado el momento. Parecen decirles: no me saques la lengua, tío.
Con estos primeros escarceos amorosos arranca así una nueva temporada reproductora que se prolongará a lo largo de noviembre y principios de diciembre, dando paso al duro invierno. Un año más comienza el espectáculo más representativo de la vida y del comportamiento animal en la alta montaña gredense; el celo de su habitante más emblemático, el de los grandes machos monteses, dueños y señores de riscos y pedrizas alpinas. Poder un año más estar allí observando el comportamiento de esta especie endémica de la Península Ibérica es, sin duda, una suerte, además de una gran oportunidad para disfrutar de la fotografía de estos grandes colosos negros.
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