- "...he visto tal y tal y tal especie. Por último, había en una de las orillas un fotógrafo dentro de un hide y, por supuesto, llamé al SEPRONA".
Nadie del foro mostró públicamente su extrañeza o asombro por la denuncia, y menos aún un atisbo de reprimenda por la reacción del compañero ante la presencia del fotógrafo. Casos como este pueden parecernos sorprendentes a algunos, pero no dejan de ser sintomáticos de cuál parece ser la relación entre naturalistas y fotógrafos de naturaleza, o mejor dicho aún, cuál es la apreciación que muchos naturalistas tienen de los fotógrafos de fauna, al menos por donde yo me muevo. Aquel hecho, ya lejano en el tiempo, no me parecería más que una lamentable y triste anécdota sino fuera porque intermitentemente hay gente que me expresa, más o menos dogmáticamente, el convencimiento de que numerosos fotógrafos de fauna constituyen una molestia real para los animales que fotografían, lo que me lleva a plantearme qué hay de cierto en esto y qué hay de exageración.
Obviamente, hay fotógrafos a los que no les supone mucho desasosiego obtener la foto deseada aunque para ello se vean en la coyuntura de incordiar seriamente al ejemplar a fotografiar; yo no los conozco, pero sería absurdo negarlo, igual que lo sería en el caso de algunos naturalistas y ornitólogos con un comportamiento ético también un poco laxo y relajado; podríamos muy bien aquí aplicar aquellos dos dichos populares de que "en todos los sitios cuecen habas" o de que "quien esté libre de pecado que tire la primera piedra". Pero volvamos a los fotógrafos, que es a quienes se nos juzga. Aunque parece lógico pensar que algunos de esos fotógrafos son plenamente conscientes de su falta de ética, la creencia generalizada entre algunos que se arrogan para sí el sello de "naturalistas" y la solemnidad de "verdaderos amantes de la naturaleza" de que esa falta de escrúpulos es algo normal entre nosotros peca, sin duda, de exagerada, pero sobre todo de injusta. Lo más probable es que si un fotógrafo de fauna actúa de un modo inadecuado, esto sea fruto de su ignorancia o falta de experiencia. Estaremos todos de acuerdo en que esto tampoco disculpa una mala praxis a la hora de trabajar con animales, pero también estaréis conmigo en que cuando reviste mayor gravedad el hecho en sí de hacer las cosas mal es cuando se es consciente de ello, pues mientras que en el caso de hacerlas por ignorancia será suficiente con ganar experiencia y adquirir la capacidad técnica necesaria para no volver a incurrir en errores, independientemente de si trata de un fotógrafo o de un naturalista, en el otro supuesto lo que hay que cambiar es la actitud del desaprensivo; y eso sí que es bastante más complejo. Sea como fuere, está claro que ambas situaciones deben ser evitadas, pues las posibles consecuencias para el animal son al final las mismas, se hayan producido con conocimiento de causa o sin él.
¿La proporción de colegas con malas prácticas es importante o despreciable dentro del total del colectivo de fotógrafos de fauna, relevante o intrascendente, mayoritaria o minoritaria? ¿Y en qué proporción de esos casos, además, es el resultado de la ignorancia e inexperiencia, o de esa falta de escrúpulos y ética a la que aludíamos antes y que se nos otorga a la mayoría? No lo sabemos. Y no lo sabemos ni nosotros ni los compañeros naturalistas que generalizan con elocuencia las críticas al conjunto del colectivo. Mi experiencia me hace pensar que los fotógrafos de fauna son mayoritariamente apasionados por la naturaleza que buscan plasmar su pasión, la belleza del mundo natural y los momentos vividos en contacto con ella en sus imágenes. Nada que a priori haga pensar que anteponemos la obtención de la fotografía a la tranquilidad de las especies fotografiadas. Por ello, pienso que sentenciar que esta supuesta relajación ética es algo relativamente habitual en nuestro gremio resulta ser muy atrevido, inquisitorio y, como decía más arriba, injusto, pues parece partir de meros prejuicios.
Quizás esa distinción que flota en el ambiente entre "naturalistas" y "fotógrafos de fauna" no tenga sentido en la mayoría de los casos. Yo mismo soy y me considero ante todo naturalista y desde mucho tiempo antes de poderme llamar fotógrafo, pero es algo que, además, no tiene ninguna relevancia, lo que vuelve inoportuno por parte de algunos naturalistas el hecho de secuestrar para sí tal etiqueta, ninguneando la pasión que todos los fotógrafos de fauna también sentimos por el mundo natural; como si fueran más nobles y loables sus intenciones de simple observador que las de aquellos que buscamos traernos además una instantánea de regreso a casa; como si su actividad fuera pura y desinteresada y la nuestra mercantilista y egoísta; como si el deseo de traernos una foto no pudiera ser pareja a la pasión por la propia observación de la fauna fotografiada.
Sin embargo, aquí todos somos auténticos amantes de la fauna. Sus intereses son los mismos que los nuestros -como ya expresara en el post Fotografía y conservación-, y su pasión por la naturaleza es exactamente la misma que la nuestra, o si lo prefieres: nuestra pasión por la naturaleza es tan grande como la suya. En definitiva, que todos somos miembros de un mismo colectivo, unos con prismáticos y telescopios, otros con prismáticos y teleobjetivos.
Ahora bien, dicho esto, hay que dejar claro que es obligación de los fotógrafos hacer las cosas bien, con responsabilidad y cautela, dando prioridad siempre el principio de precaución y ajustando nuestros métodos de trabajo al menos al decálogo de AEFONA, sino siendo más estrictos y conservadores aún. Comprometernos con el total respeto a la naturaleza debe suponer siempre el punto de partida de cualquier actividad humana, entre las que se encuentran, por supuesto, la fotografía de animales salvajes, y como dice esta misma asociación "... con el ánimo de ser un ejemplo de integridad y comportamiento, especialmente para las nuevas generaciones de fotógrafos", o dicho de otra manera: mantener en todos nuestros trabajos una ética escrupulosa y además hacer que ello sea de conocimiento público (¿recordáis el dicho aquel de que "no solo hay que ser bueno, sino además parecerlo"?, pues eso, que nosotros además de hacer las cosas correctamente debemos demostrarlo -pienso que por desgracia, dicho sea de paso-).
La fotografía de fauna puede ser realmente dura y sacrificada. No sería posible obtener grandes y estéticas imágenes de animales en estado salvaje que remuevan conciencias, que eduquen, si nuestra pasión por ellos no fuera muy superior a la propia afición a la fotografía. Y los resultados llegan solo tras mucho tiempo de patear por el campo observando el comportamiento animal con los prismáticos colgados del cuello, y tras largas horas dentro del hide, frías a veces, en ocasiones asfixiantes, o tumbados a ras del suelo con los riñones y el cuello maltratados, madrugando mucho más que en una jornada laboral, conduciendo en ocasiones durante horas para estar en el hide antes incluso de amanecer, o dando largas caminatas cargados con el equipo, restando tiempo de la familia y de otras aficiones. Todos estos sacrificios no son precisamente ningún aliciente para quien no sienta verdadero amor por la vida silvestre. Si esto, que es un hecho incuestionable, lo admitimos todos, entonces también todos sabremos que caminamos juntos para conseguir un mismo y único fin, la conservación y protección de la misma. Aprendamos entonces unos de otros, para hacer todos las cosas de un modo correcto.
Y quizás así, un día, aquel naturalista entusiasta vea con su telescopio un hide cerca de una colonia de abejarucos o junto a la orilla de un río a treinta metros de unos cormoranes solazándose y no tenga el arranque instintivo de llamar a las autoridades para que lo sancionen y lo levanten de aquel paraje tranquilo, a donde habrá llegado quizás tras muchos kilómetros de conducción, en donde habrá montado su escondite de tela amparado por la oscuridad de la noche, y se habrá sentado a esperar durante un montón de tiempo para realizar esas fotos fantásticas que luego, irónicamente, quizás preste altruístamente a alguna asociación conservacionista para luchar por la defensa y protección de la vida salvaje; asociación a la que, de nuevo quizás, ese delator bienintencionado pero ignorante, pertenezca, y quién sabe sino también el propio fotógrafo. Y también quizás así, un día, ese mismo naturalista entusiasta en vez de cabrearse por lo que él considera una molestia para la fauna (no así esta, que se presta inconsciente a la sesión fotográfica sin saberlo si quiera frente a un arbusto extraño en el que de vez en cuando suena un click repetitivo) sienta sana envidia al comprender que el esfuerzo de aquel fotógrafo le está deparando unas vivencias que ya quisiera él para sí mismo, del martín pescador peinando sus plumas a seis o siete metros de distancia. Y desde el interior del hide a su vez, el fotógrafo observará también con envidia sana al naturalista, al que verá disfrutar de un paseo maravilloso, cómodo y fructífero con sus prismáticos colgados del cuello, entre praderas y bosquecillos de ribera, mientras él permanece encerrado en su cárcel de tela con la espalda o el cuello doloridos.