Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

5 de febrero de 2021

El lobo, aquel gran proscrito ...

 ..., hoy lo es un poco menos.

Para la RAE un proscrito es simplemente un desterrado, mientras que para el verbo "proscribir" la Real Academia Española dice en su tercera acepción que es "Declarar a alguien malhechor, dando facultad a cualquiera para que le quite la vida y a veces ofreciendo premio a quien lo entregue vivo o muerto".

Hoy el lobo ibérico (Canis lupus signatus) está muy cerca de dejar de ser ese odiado proscrito que Félix Rodríguez de la Fuente conoció hace 60 años. Estoy seguro que ayer y hoy muchos nos hemos acordado de aquel referente irrepetible de la lucha ecologista en nuestro país, que dedicó su vida a la conservación de la naturaleza y especialmente a la protección de nuestro gran carnívoro. Y estoy también convencido de que hoy estaría muy orgulloso de lo que esta sociedad ha conseguido. Hoy Félix luciría una sonrisa en su semblante.



Porque desde ayer el lobo deja de ser ese chivo expiatorio responsable de todos los males del mundo rural, desde la extinción de la ganadería hasta el mismo éxodo rural; deja de ser ese villano infame, perverso y criminal, sediento de sangre al que cualquiera le podía quitar la vida siendo, además, aplaudido y recompensado. Desde ayer ese ser maléfico se ha transformado en un simple animal más, un ser de carne y hueso, real, como lo es el oso, el lince o nuestras rapaces, un ser que ni odia ni tiene sed de sangre y que, muy por el contrario, necesita de una protección eficaz como la que tutela y ampara a los anteriormente citados. Un ser que empieza a tenerse en cuenta, por fin, como una pieza fundamental en nuestros ecosistemas. Ni más, ni menos. Con unos informes científicos y técnicos que han aconsejado y avalan una inequívoca protección que asegure de verdad su conservación y recuperación, algo que estaba seriamente en entredicho con los modelos de gestión que las Comunidades Autónomas le aplicaban, basados exclusivamente en su caza y muerte. El cuento del lobo feroz que busca comerse a Caperucita Roja pasa definitivamente a ser un simple mito. Ahora sencillamente tenemos a un animal más que precisa protección.

Ayer la Comisión Estatal para el Patrimonio Natural votó a favor de incluir a la subespecie ibérica en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, lo que de facto implica que queda prohibida totalmente su caza deportiva. La adopción de esta decisión técnica será efectiva y definitiva cuando el acuerdo sea publicado próximamente en el BOE. Hoy podemos decir que hay un antes y un después del día 4 de febrero de 2021. Hemos sido muchos los que hemos estado pidiendo durante años que esto sucediera, los que hemos estado detrás de las movilizaciones sociales conservacionistas que han luchado a brazo partido por el lobo, hemos sido muchos los que hemos apoyado incondicionalmente cuantas acciones posibles se han podido llevar a cabo, para cambiar, no solo la negativa percepción que la sociedad pudiera tener de la especie, sino también las propias leyes. Desde las redes sociales, desde estos modestos blogs, desde artículos en la prensa, desde la TV, desde el auge del turismo lobero, desde las publicaciones editoriales, desde la sensibilización, ... y, cómo no, desde los juzgados. Hoy en día, las cuotas de muchos socios de estas ONGs cobran más sentido que nunca. A todos, gracias. Especialmente a ASCEL que ha sido la asociación que finalmente ha obligado al Ministerio pertinente a cumplir con un mandato reglado para protegerlo. Han sido necesarios 17 meses y un Recurso Contencioso-Administrativo final para que, por fin, el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico concluyera el trámite administrativo iniciado.




Ayer se hizo justicia en nuestro país, y el único Estado de nuestro entorno que aún mantenía la persecución institucionalizada de la especie, ha tenido que reconocer que estaba obligado por Ley a proteger de un modo eficaz al lobo ibérico. Una vez que el BOE lo haga efectivo, un lobo portugués que pase a España ya no deberá temer que sea aniquilado por un cazador por mera diversión. Seguirá estando estrictamente protegido por las leyes de un lado y del otro de la frontera, en lo que supone un acto de coherencia en sí mismo en tanto estamos hablando de la misma población. El anacronismo que suponía que una especie apical que cuenta, además, con una población tan reducida, siguiera siendo gestionada mediante la caza deportiva va a formar parte del pasado. Del pasado propio de una cultura rancia, incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, anclada en las mismas mentalidades añejas que situaban a la especie humana en el centro del universo, mohosos de egocentrismo y egoísmo. Oponerse a la convivencia del hombre y la naturaleza es oponerse a la vida. Hoy más que nunca, con lo que esta pandemia debería habernos enseñado, el ser humano debe comprender que estamos obligados a conservar la biodiversidad del planeta si queremos sobrevivir nosotros también. No hay otra elección, tenemos que cambiar de actitud en nuestra relación con el medioambiente. Y cada paso cuenta. Ayer la sociedad española se hizo un poco más moderna y dejó atrás el siglo XIX, y los medios de comunicación no tardaron en hacerse eco de la noticia. Las RRSS echaron chispas.



Que la protección legal sea una realidad en breve no implica que de golpe se hayan cambiado actitudes e ideas preconcebidas, ni planteamientos culturales. No va a ser sencillo alcanzar la ansiada convivencia, pero estamos los seres humanos obligados a ser generosos, y solo hay dos opciones, o se está dentro de la Ley, o se cruza la línea. 

Los sectores antilobo se ven ahora en la tesitura de tener que optar. Entre la modernidad o la vieja cultura del lobo feroz; entre la evolución o la Edad Media; entre la ilustración o la obcecación. En definitiva, entre pensar u odiar. No existe ninguna otra especie en España que con unos 1.500 ejemplares se la gestione como especie cinegética; parece una locura solo imaginárselo, más aún si pensamos que de ellos solo unos 600 se reproducen. ¿Es razonable, acaso?. A todas luces, no, ecológicamente es una verdadera esquizofrenia. Sin embargo, ha sido el desequilibrio mental con el que se ha manejado a la especie durante los últimos 50 años, y va a resultar duro frenar esa inercia.


Así pues, hay que abogar por una reconciliación entre las distintas sensibilidades, por buscar un punto de encuentro, sin imposiciones previas, por empatizar con los demás y adaptarse a la nueva realidad. Mundo rural y sociedad conservacionista no deberíamos estar en frente unos de otros. Mas al contrario, deberíamos estar unidos frente al auténtico villano de este cuento, las administraciones burdas, demagogas y burócratas que nos dirigen, verdaderas responsables del enrarecido ambiente que transpira el mal llamado "conflicto del lobo". Ya lo he dicho en alguna ocasión, debemos usar la cabeza y no la testosterona. Todos debemos hacer un acto de autocrítica, nosotros también, seguro. El sector conservacionista debe ponerse en la piel del ganadero realmente afectado, de ese profesional que pone los medios para evitar los daños, pero que aun así los sufre, y debemos asumir que en los casos necesarios el control excepcional de ejemplares entra dentro de la Ley. Y el hombre del campo debe comprender que las picarescas, el furtivismo generalizado o las demagogias mediocres de los sindicatos agrarios no ayudan al entendimiento y radicalizan las posturas.

Pero para mediocres, sin duda nuestros políticos, con su más que irresponsable gestión de un problema que en realidad es mucho más pequeño de lo que públicamente se vocifera, pues llevan décadas alentando un argumentario simplemente mentiroso. Como un sainete nos cuentan que proteger al lobo es abocar al ganadero a la extinción, que la gestión cinegética ha sido la que ha conseguido su expansión territorial, que ha llegado a regiones donde nunca hubo lobos, que protegerlo es confrontar con las comunidades autónomas con presencia del carnívoro y un ataque directo al desarrollo del medio rural, o que es una decisión únicamente ideológica y partidista, y que se debe únicamente a los intereses de una entidad ecologista, que la especie presenta actualmente una expansión desordenada y ha colonizado territorios donde nunca los hubo, o que la gente de la ciudad se preocupa más por un animal que por las personas que viven en el campo, ... Falacias, solo falacias. En fin, toda la cartera de frases necias y manipuladoras hechas que venimos oyendo desde hace décadas, y que penosamente se vienen aireando como las cartas de una baraja cada vez que hay un micrófono, una cámara de televisión o un periodista cerca.

Una baraja ajada y vieja.



1 de febrero de 2021

Lobos, furtivismo y la cuenta la vieja

Mortalidad y deriva genética
Que la rarefacción del lobo ibérico (Canis lupus signatus) en la península estuvo directamente ligada a la mortalidad provocada por la persecución humana y su intensificación desde mediados del XIX hasta los años 70 del siglo pasado, es algo que ya hemos visto en este blog en la entrada titulada El lobo y el conflicto de las cifras, publicada el pasado septiembre y que recomiendo releer para comprender, no solo este otro artículo, sino también algunas claves del llamado "conflicto del lobo" y por qué en cierta medida se trata de un debate artificial. Aquellas tasas de captura se acercarían, alcanzarían en muchos casos, y superarían ampliamente en otros, el 35% de la población de lobos ibéricos, letalidad que según algún autor (Fuller, 1989 y 1995) constituiría aún un precio asumible por el conjunto de la especie, entrando en regresión numérica a partir de porcentajes superiores. Esta tasa de mortalidad anual planteada por Fuller para lobos mayores de 6 meses de edad, y en el que el conjunto de la población aún se mantiene estable, parece aplicable solo a poblaciones extensas y numerosas, como el propio autor aclara (Fuller, 1995; Fuller et al., 2010), como las existentes en Norteamérica donde se desarrollan sus investigaciones, brindándoles suficiente margen para reponer la pérdida de ejemplares. Eludiendo malintencionadamente esta importantísima enmienda al porcentaje sugerido por el propio Fuller, en España algunas administraciones ajustan el cupo de extracciones a un porcentaje algo inferior al indicado por él, pretendiendo justificar que aún se conserva la especie si solo se mata al 30% de los lobos (como autoriza Castilla y León, por ejemplo). Esta proporción de muertes legales ya es difícilmente asumible por la especie si atendemos a lo indicado por el mismo Fuller, pero lo es menos aún al no tener en consideración ni los lobos atropellados (que no se detraen de los cupos cinegéticos) ni los eliminados mediante furtivismo (lacra que para la administración simplemente ni existe).

Sin embargo, las condiciones ecológicas donde Fuller infirió ese porcentaje de 35% de mortalidad se alejan infinito de las que encuentran los lobos supervivientes en el sur de la masificada y humanizada Europa y sus regiones mediterráneas. Ello dificulta, cuando no impide, la extrapolación a nuestros territorios de esos estudios realizados en vastas áreas naturales, y motiva discrepancias con estudios locales. Así, M. Rico y J. P. Torrente (2000) apuntan la posibilidad de que ese porcentaje para las poblaciones ibéricas sea ya excesivo para garantizar su viabilidad a largo plazo, resumiéndolo así: "Entonces, dicho 35% propuesto por Fuller para poblaciones de Norteamérica, puede resultar alto en el caso de pequeñas poblaciones donde el azar en la mortalidad puede mostrarse como un factor de riesgo cuando incide sobre individuos reproductores; y más si se tiene en cuenta que el tamaño de los grupos familiares de lobos es sensiblemente menor en la Península Ibérica que en Norteamérica (Vila et al., 1990)".

Estos dos autores, concluyen que los tres principales aspectos que inciden en su dinámica demográfica son el tamaño de la población, la tasa de mortalidad y el aislamiento, siendo las tres variables que en su momento condicionaron la extinción de la especie en Sierra Morena y las sierras de San Pedro y Gata. 

En cualquier caso, sea el 35% el punto de inflexión o no a partir del cual nuestro lobo no puede recuperarse de la mortandad que sufre, lo que es incontestable es que la mortalidad que soportó durante más de un siglo superó con creces su límite de viabilidad a largo plazo, estimado de un modo general para cualquier especie en unos 500 individuos. Por debajo de estas cifras se suele hablar de poblaciones mínimas viables solo a corto plazo, con un gravísimo riesgo de que cualquier cambio ambiental arrastre a la especie al colapso y la extinción definitiva. En el caso que nos ocupa llevamos a la subespecie ibérica de lobo hasta casi la total extinción a principios de los 70 de la pasada centuria, cuando se conjeturó que su población había quedado reducida a unos 200 animales (Valverde, 1971), el número más bajo históricamente registrado. Aquel guarismo fatídico representó un azaroso "cuello de botella" genético, que aún se vuelve más minimalista y extremo si consideramos lo que los genetistas denominan "población efectiva", que tiene en cuenta, no ya el número de individuos totales de una población, sino el de los ejemplares reproductores de esta y la variabilidad genética que ellos aportan al conjunto, puesto que para el futuro de cualquier especie aquellos sujetos que viven y mueren sin reproducirse no suponen ningún activo. En el caso del lobo ibérico se ha estimado una población efectiva de solo 50 especímenes, lo que significa que toda la población actual desciende del minúsculo puñado de cromosomas que aportaron en su momento, heredando un gravísimo peligro latente que podría concluir catastróficamente en el futuro.

Transcribiendo unos párrafos firmados por J. Echegaray, C. Vilá y J. Leonard en 2008 nos será más sencillo comprender la importancia que tiene el concepto de Población Efectiva: "Actualmente, se estima que quedan en toda Norteamérica unos sesenta mil ejemplares. Aunque esta cifra pueda considerarse elevada, supone una reducción de casi el 90% con respecto a los lobos presentes en tiempos históricos. .../... Las bajas en una población generan una disminución de la diversidad genética, ya que se pierden cromosomas de los individuos que no dejan descendientes y se acelera la tasa de deriva genética".

Resulta obvio que la variabilidad genética que pueda tener la subespecie ibérica en la actualidad es muy inferior a la que históricamente debió tener, lo que la deja en una situación de gran vulnerabilidad. Así, los lobos escandinavos, por ejemplo, como consecuencia de su fuerte endogamia presentan numerosas malformaciones esqueléticas (Räikkonen, P. et al., 2004) y una menor tasa reproductiva (Liber, O. et al., 2005).


Tasas de mortalidad y estancamiento de la población ibérica
En nuestro país no se han llevado a cabo muchos trabajos sobre la mortalidad de la especie. El de Tellería y Sáez-Royuela (1989) estudiaba una tasa parcial de animales abatidos sobre el total de vistos en cacerías realizadas en Burgos, resultando ser de un 19%. Fue, pues, un estudio centrado solo en la caza legal de una única provincia. Por su parte, Y. Cortés y J. C. Blanco publicaban en 2002 un porcentaje de mortalidad total del 11,6% cuando disponían de los datos aportados por 11 lobos radio-marcados en una región geográfica con unas características ecológicas singulares -la meseta castellana-, lo que lo hace también difícilmente extrapolable al conjunto de la población ibérica, donde el lobo se distribuye por amplias regiones montañosas donde la persecución de la especie está mucho más arraigada. Posteriormente estos autores aportaban en 2007 que para 14 animales radio-marcados el porcentaje había sido ya del 18%, lo que hace pensar que una muestra masiva con esta metodología en toda su área de distribución arrojaría unos porcentajes de mortalidad no natural más elevados y realistas.

Por su parte, el Observatorio de la Sostenibilidad y el Proyecto de Voluntariado para el Censo del Lobo Ibérico llevaron a cabo una recopilación de las muertes no naturales de lobos que pudieron registrar en el año 2017. Las cifras que mostró este trabajo son abrumadoras si pensamos que las muertes ilegales de las que se puede llegar a tener constancia deben ser muy inferiores a las ocurridas realmente. Por poner un ejemplo comparativo, se calcula que solo una mínima fracción de la fauna envenenada se acaba encontrando y pasa a formar parte de las estadísticas sobre el veneno en España (del orden del 10%). Con el furtivismo en general, y con el del lobo en particular, sin duda ocurre otro tanto, aunque el porcentaje pueda no ser comparable: los lobos eliminados ilegalmente y encontrados sumarán siempre un número muy inferior al de los abatidos realmente. Establecer si esa diferencia es pequeña o, como se sospecha, mucho mayor, es una cuestión que aún está por determinar.

Esta recopilación de datos arrojaba unas cifras de 293 lobos abatidos de manera legal, mediante caza deportiva y controles letales de las administraciones (el 47% del total de muertes conocidas y un 20% de la población lobera), 259 muertos furtivamente (el 42% del t. de m. c. y un 18% de la p. l.) y otros 69 atropellados de manera fortuita (el 11% del t. de m. c. y un 5% de la p. l.). Solo el cómputo total conocido de aquel año ya ascendió a 621 lobos muertos en desafortunados encuentros con el hombre -aproximadamente el 43% de la población total, un porcentaje muy superior al 35% indicado por Fuller-, con una notable mayoría de muertes intencionadas (89%) y una pequeña proporción de accidentales (11%). Para calcular la población total de lobos en 2017 hemos aplicado el porcentaje de crecimiento en base al aumento del número de manadas, como veremos a continuación. En cualquier caso, es categórico que estos datos siempre serán parciales, dada la extremada dificultad de conocer las acciones de los furtivos que, como delincuentes que son, intentan que pasen desapercibidas. Si se conocieron 259 casos de furtivismo ese año nos podemos preguntar qué número de individuos perderán la vida ilegalmente cada año en la península por las acciones de estos delincuentes ambientales, lo que nos lleva a preguntarnos a su vez qué consecuencias acarrearán sobre la especie estas matanzas.




Pues la primera consecuencia de estas matemáticas se hace evidente: el estancamiento de la población. Como veíamos en el primer enlace, durante las últimas décadas nuestra población de lobos, lejos de dispararse como algunos aseguran, parece haberse atascado en un número que puede oscilar alrededor de los 1.434 lobos, cifra que resulta de multiplicar el último número de manadas conocido (297) por la media en invierno de ejemplares/grupo (4,2 miembros, para Fernández-Gil, A. et al., 2020) y sumar un 15% de ejemplares divagantes (1.247 + 187). Que esta cifra se haya mantenido parecida, con un ridículo incremento de solo 3 grupos en 26 años (crecimiento anual de 0,039%) entre los censos de manadas de 1987-88 (294) y 2013-14 (297), parece una prueba irrefutable de su estancamiento, sobre todo si lo comparamos con la expansión mostrada en las dos décadas previas, desde aquellos 200 exiguos especímenes. Parece una ironía que a esta coyuntura algunos se empeñen en calificarla de "estabilidad", habida cuenta de que dicha expansión se ha frenado en seco. Este atasco es asumido por J. C. Blanco cuando escribe en 2015: "... aunque en los últimos años este aumento se ha ralentizado de forma notable. Desde el año 2000, los lobos han aumentado ligeramente su distribución por el sur de las provincias de Ávila, Segovia, Madrid y Guadalajara, lo que representa un incremento del área de distribución de la población reproductora del 4%, quizá la expansión más modesta del lobo desde que comenzó su recuperación en 1970 (Blanco, Saenz de Buruaga y Llaneza, 2007; Blanco, 2014)". Aparte de la retórica de cómo calificar esta evolución, un 4% de territorio ganado en 15 años no parece una expansión muy alegre, que digamos.

El impacto de las altas tasas de mortalidad
Como acabamos de ver, todo parece indicar que la tasa de mortalidad en España debe estar siendo tan alta como la de reclutamiento (nacimientos), lo que explicaría el obvio estancamiento en número de manadas y superficie ocupada. La sospecha, además, de que localmente pueda estar siendo superior a la tasa de renovación se asienta cada vez más si observamos algunos ejemplos. Así, en Salamanca, bajo la supuesta estricta protección que le otorga la Directiva Hábitats al sur del Duero, lleva 40 años intentando regresar sin éxito, a pesar de la constante llegada de ejemplares zamoranos y habiéndose constatado incluso algunos episodios esporádicos de reproducción. No hay que ser muy inteligente para comprender que lobo que entra en esta provincia con una gran carga ganadera en extensivo, lobo que muere. La especie aquí choca de bruces con una "barrera socioeconómica", que no es sino un modo educado de nombrar a un sector (y perdón por lo injusto de generalizar) que simplemente se toma la justicia por su mano.



Si la delincuencia campa a sus anchas en las dehesas y campos salmantinos, la Junta de Castilla y León arrima el hombro en todo lo que puede para evitar que se establezca en la provincia: no menos de 7 lobos fueron abatidos entre 2013 y 2018 en Salamanca por la denominada, eufemísticamente, dada la labor que tiene, "patrulla de seguimiento", además de otros tantos en la colindante franja meridional de Zamora al sur del Duero. Sabiendo que es desde esta provincia vecina desde donde entran todos los lobos a la provincia charra, la muerte de ejemplares en el sur zamorano dificulta la expansión de la especie a territorio salmantino. Estos 14 animales estrictamente protegidos fueron abatidos junto a otros 16 más al sur de esta línea divisoria, en Segovia y Ávila. De esos 30 lobos muertos por funcionarios, 13 eran hembras, de las que 5 fueron eliminadas en plena época de celo, siendo 3 de ellas las reproductoras de sus respectivas manadas y/o se encontraban en plena gestación, lo que implica de facto la pérdida añadida de varias camadas o, incluso, de toda la manada, en lo que supone biológicamente una aberración inadmisible de cara a la conservación y expansión de la especie. Es injustificable el manejo que esta autonomía hace del lobo y, desde luego, resulta difícilmente aceptable por una sociedad contraria a "conservar las especies a tiro limpio". La gravedad de estos hechos, que, por otro lado, se han normalizado en todas las comunidades autónomas con presencia del carnívoro, la comprenderemos mejor si conocemos un estudio que vincula de un modo inequívoco la muerte de alguno de los dos ejemplares reproductores con la desaparición de toda la manada, hasta en un porcentaje del 77% de los casos, es decir, en 3 de cada 4 ocasiones la manada se desintegró tras la pérdida de uno de los dos adultos reproductores.

Solo a 17 de esos 30 ejemplares que Castilla y León eliminó al sur del Duero por supuestos daños a la ganadería se les hizo una necropsia, habiéndose podido determinar que solo en 5 de ellos hubiera en sus estómagos algún tipo de contenido compatible con ganado doméstico (lo que tampoco significa mucho, pues podría proceder de carroñas). Este dato no parece respaldar semejante carnicería allí donde está estrictamente protegido por Europa y, por el contrario, parece demostrar que se matan animales arbitrariamente para, simplemente, acallar las protestas de los ganaderos, y que la excepcionalidad de las medidas de control letal permitidas se han vuelto una norma aquí.

Este modelo de gestión llevado a cabo en Castilla y Léon, donde medra aproximadamente el 60% de la población ibérica, es tan severo para la especie que la propia presión cinégetica legal se ha quintuplicado en las tres últimas décadas, desde las dos o tres decenas de precintos que se otorgaban de media a finales de los 90, a los 140 que se vienen concediendo en las últimas temporadas de caza.

Más cifras para conocer el alcance del problema
Según los datos manejados por algunos autores, la mortalidad del lobo en nuestro país puede ser debida casi en su totalidad a factores humanos, impidiendo de hecho que los ejemplares mueran realmente de viejos, algo que no debe ser nada sencillo en esta especie en áreas humanizadas. Así, L. M. Barrientos, uno de los pocos expertos que han dedicado grandes esfuerzos en identificar el alcance del furtivismo, haciéndolo público para que se tomen medidas al respecto, indicaba en 1997 que de un registro total de 130 lobos muertos, 79 lo fueron por arma de fuego, 31 perecieron a manos del hombre al ser localizados en sus cubiles o encames, 10 más cayeron atropellados y los 10 restantes murieron por lazos, veneno, cosechadoras, etc.

En un intento de poner una cifra a este problema, este investigador reunió en 2014 toda la información que pudo recoger de muertes no naturales acaecidas a lo largo de 40 años en la provincia de Valladolid y comarcas aledañas, obteniendo una amplia muestra de 1.023 muertes, entre seguras (470), probables (241) y posibles (312). La tendencia fue creciente, siendo la última década la que más ejemplares aportó, con más de 400 animales muertos, lo que el autor relacionó con la evolución creciente de la población. El incremento de muertes con el paso del tiempo parece muy significativo, a pesar de la baja incidencia del lobo tanto sobre la ganadería (0,04% de ganado afectado en la primera década de estudio) como sobre las especies cinegéticas que, lejos de ver reducidas sus poblaciones por la presencia del carnívoro, aumentaron hasta hacerse necesarias compensaciones económicas por daños en los cultivos. Esto parece revelar que la persecución que sufre la especie obedece más a razones culturales que a motivaciones económicas. Respecto de las causas de las muertes, casi el 84% fueron debidas a la persecución directa, siendo el disparo el modo más utilizado (en 652 de los casos), seguido de los atropellos (146 animales) y del expolio de las camadas (105 cachorros). Además, 44 ejemplares más fueron envenenados, notándose un repunte en los últimos años del estudio -24 de los lobos envenenados murieron entre 2000 y 2011-. Y así podríamos seguir con números ya más reducidos hablando de los caídos por cepos, lazos, a golpes (en 10 ocasiones), por perros guardianes, ... En palabras de este autor "Parece poco probable que los lobos puedan morir de viejos en los humanizados ambientes ibéricos. Personalmente no sé de ningún caso ni de nadie que lo conozca. Aunque los lobos pueden vivir entre 14 y 16 años, el 80-85% no alcanza los cinco años". De los 549 lobos muertos a los que Barrientos pudo adjudicar una edad, el 33% eran cachorros con menos de 4 meses de vida, y en un 23% tenían entre 5 y 11 meses. La comparación no se hace esperar con respecto de los porcentajes arrojados por otros estudios: en ambientes menos humanizados la mortalidad juvenil alcanza el 34% entre los lobos de menos de 12 meses de vida según L. D. Mech y L. Boitani (2003), mientras que en la recopilación de L. M. Barrientos alcanzó regionalmente el 56%. El propio autor denuncia que "el 73% de las bajas de lobos correspondieron a animales matados furtivamente y solamente el 10% de forma legal".

Ante la obvia escasez de investigaciones que pongan la lupa sobre el impacto del furtivismo en la población lobera -en parte debido a que el dinero invertido en investigación procede a menudo de esas instituciones públicas que quieren que pase desapercibido, pero quizás también por una cierta falta de interés de parte de la comunidad científica-, y dado que las cifras sobre las muertes legales sí son consultables (siempre que se supere la indecente opacidad y falta de transparencia en este asunto de las propias administraciones), voy a intentar argumentar una cifra aproximada para esas muertes clandestinas sobre las que muchos quieren pasar de puntillas, haciendo lo que siempre hemos conocido como "la cuenta la vieja", e intentar así poner algo de luz sobre cuántos lobos mueren de media cada año ilegalmente en nuestro país.


"La cuenta la vieja"
Como ya indicábamos más arriba, en España podíamos estimar que había en 2014 antes de los partos unos 1.434 lobos agrupados en 297 clanes familiares, entre adultos y subadultos, incluidos los cachorros nacidos en esa temporada reproductora y que habrían sobrevivido sus primeros meses de vida para contarlo. Si asumimos algunos estudios que estiman un 20% de fracaso reproductor (Fernandez-Gil, A., Álvares, F., Vilà, C., y Ordiz, A., 2010) -lo que perversamente nunca se considera en las estimas poblacionales para inflar los números totales al contabilizar sí o sí reproducción en todos los grupos-, cada año una media de 59 manadas no se reproducen. Siendo un animal prolífico, cuando llega la primavera siguiente cada una de las 238 que sí lo hacen aportará una media de 5-6 cachorros nuevos (Mech, 1970; Mech, Fuller y Cochrane, 2003). Esto hace que, inmediatamente después de los partos, a los 1.434 lobos iniciales se les habrán sumado otros 1.190 o 1.428 cachorros. Si de las 1.190-1.428 bolitas de pelo negro recién nacidas restamos aquel porcentaje de muerte juvenil natural del 34% que mencionamos antes (Mech, L.D. y Boitani, L. 2003, para ambientes no humanizados), al invierno siguiente deberían haber sobrevivido entre 785 y 942 crías. En ese momento la población total sumaría entre 2.219 y 2.376 ejemplares. Si extrapolamos la cifra de 333 animales que murieron en 2017 de manera legal o accidental (cazados legalmente en actividades cinegéticas, muertos como parte de los "habituales cupos excepcionales" o atropellados) y la sustraemos de los resultados vistos obtendríamos una hipotética población final de entre 1.886 y 2.043 lobos transcurrido aproximadamente el período de un año.

Ahora, si aplicamos el porcentaje del 0,039% de crecimiento anual del conjunto de la población (que explicamos cuando hablábamos del estancamiento) a la cifra inicial de partida -1.434 lobos- nos da la cifra real esperable transcurrido un año de iniciada la contabilización, siendo esta de, como mucho, un lobo más. Como vemos, entre los 1.886 o 2.043 lobos que debería haber doce meses después, y los 1.435 que pudiera haber en realidad hay una diferencia significativa. Restando un concepto al otro, el cálculo final nos ofrece una horquilla de entre 451 y 608 lobos que mueren anualmente en España furtivamente. Esto supone una media de entre el 24% y el 28% de la población, porcentajes que se suman a los de muertes legales (una media de 20% para 2017), accidentales (una media de 5% para 2017) y naturales (desconocida). La suma total parece a todas luces una barbaridad inasumible.

Puede que haya quien opine que estas deducciones son dirigidas y que necesariamente están sesgadas por falta de investigaciones específicas, aún infiriéndose de los datos de diversos estudios científicos, pero incluso admitiendo un cierto error, no cabe duda que se deben acercar bastante más a la realidad de lo que ellos quisieran admitir, y desde luego mucho más que los inexistentes estudios específicos sobre furtivismo que las administraciones no encargan y que los biólogos no realizan. Es muy difícil de creer que, si solo en 2017 se conocieron 259 lobos ibéricos muertos ilegalmente, el número real no se deba multiplicar por algún entero. No parece, pues, muy descabellada la cifra de entre 450 y 600 lobos furtiveados cada año, solo en España; y esto siendo conservadores.

Y digo que siendo conservadores porque si nos atenemos a otros estudios regionales, el 20% de fracaso reproductor propuesto por Alberto Fernández-Gil y colaboradores, puede ser menor o incluso prácticamente despreciable, al menos regionalmente, lo que hace conveniente realizar promedios que se ajusten al conjunto de la población ibérica. Así, L. M. Barrientos no observó ningún fracaso reproductor en sus estudios hasta 2006 en Tierra de Campos. Durante varias décadas todas las manadas criaron sin problemas sus cachorros (sin problemas hasta la apertura de la media veda, claro) (com. pers.). Haciendo la media entre ambos porcentajes, y realizando los mismos cálculos con solo un 10% de fracaso reproductor, la ecuación nos arrojó unas cifras de entre 547 y 723 lobos muertos ilegalmente en España cada año (entre el 27,5% y el 33,5% de la población). Además, también podría tener en cuenta que el 34% de mortalidad juvenil que proponen Mech y Boitani es una tasa máxima, y que no tiene por qué alcanzarse ni siempre, ni de media. En tanto que no existen estudios específicos sobre este aspecto en nuestro país, es muy aventurado creer que se alcance siempre y anualmente esta tasa de mortalidad "natural" juvenil en la península, algo que dependerá sin duda de la aparición o no de enfermedades y/o de la escasez de alimento/per cápita.

Porcentajes oficiales
En cualquier caso, mis deducciones menos pesimistas (entre 451 y 608) concuerdan bastante con los entre 550 y 750 ejemplares que se estimó fueron muertos (legal e ilegalmente) por el hombre a lo largo de doce meses entre 1987 y 1988 (Blanco, J. C., Cuesta L., Reig S., 1990), partiendo de un registro de 309 lobos muertos, de los que el 20% corresponderían a cachorros eliminados en las madrigueras y un 60% abatidos a tiros. En palabras de estos autores en referencia a aquellos cálculos "La mayoría de los casos conocidos en aquel estudio se referían a lobos muertos ilegalmente" y en otro momento se apunta que "Se estima que la mayoría de los lobos se matan en España ilegalmente". Igualmente, para Castilla y León J. C. Blanco escribía en 1990 que, de los datos que habían podido recoger para el quinquenio entre 1984 y 1988, se infería una mortalidad ilegal mínima del 34,5%, ya que este porcentaje contabilizaba solo las muertes no naturales causadas por otros medios que no fueran las armas de fuego o los atropellos. Sabiendo que el disparo es el medio principal para abatir lobos furtivamente (según publicaron en 2010 Alvares y colaboradores, el uso de este método para matar lobos en la península ibérica osciló regionalmente entre el 28'7% y el 83'7%), podemos fácilmente suponer que ese porcentaje se queda francamente corto ante la realidad, dado que la mayoría de los lobos furtiveados lo son, precisamente, con armas de fuego.

Esto lo confirma, además, alguien muy vinculado al sector cinegético, como lo es José Ignacio Regueras Grande, biólogo y cazador que en 2004 publicaba en "Brigecio, Revista de Estudios de Benavente y sus Tierras" un trabajo recopilatorio de las muertes de lobo en la provincia zamorana entre 1972 y 2000, en el que concluye con algunos datos muy esclarecedores, como que el 73,65% de los animales muertos lo fueron por arma de fuego, o que de los abatidos a tiros solo el 12,84% lo fue legalmente, mientras que un 48,26% lo fue furtivamente, desconociendo las circunstancias en el porcentaje restante. En esta publicación el autor indica que en los años del estudio murieron en la provincia un mínimo de 870 ejemplares, sin tener en cuenta las camadas, que fueron al menos 10, con un total de 52 cachorros que fueron muertos también. Este autor en la introducción del artículo escribe que "... se ha podido apreciar en el servicio de Medio Ambiente es que los datos suministrados al autor a la vista de los "archivos oficiales" solamente hablan de lobos cazados legalmente, -lo cual como se verá- es solo una pequeña parte del total de las capturas". Estos datos también son coincidentes con otros que afirman que en Zamora la caza furtiva se convierte en la primera causa de mortalidad no natural con una media del 40% de las muertes registradas entre 1998 y 2001 (Llaneza, L. y Blanco, J. C., 2001), siendo un porcentaje extraordinariamente relevante teniendo en cuenta que en esta provincia la extracción de ejemplares mediante caza legal es ya de por sí muy elevado.

Más ejemplos de que las cifras son muy superiores a lo que la especie podría poder asumir: en la década de los 90 en Castilla y Léon el 50% de las muertes de lobos tuvieron lugar fuera de la temporada cinegética, o lo que es lo mismo, ilegalmente (Llaneza, L. y Blanco J. C., 2001). Por su parte, de los diez lobos radio-marcados por Cortés y Blanco muertos por causas conocidas, 2 murieron en actividades cinéticas legalmente (20%), cuatro murieron ilegalmente (40%, tres por tiro y 1 por veneno) y los 4 restantes accidentalmente (40%, 3 atropellados y 1 por perros mastines).

Todos estos porcentajes, aún siendo parciales, ofrecen una radiografía demoledora de la situación que atraviesa la especie en España y, por extensión, también en Portugal, siendo notorio que estas tasas serán inferiores en algunas regiones y muy superiores en otras, como parece desprenderse de ciertas advertencias. Así, y siguiendo con datos reales, de nuevo Barrientos (1997) expone que, de 100 lobos muertos en su área de estudio a partir de 1985, 68 lo fueron de forma ilegal, es decir, el 68%, lo que en realidad es más del doble de la suma de las muertes legales, accidentales y naturales juntas. Esta alta mortalidad ilegal que sufrió el lobo en las últimas décadas en la meseta castellana estaría detrás de la desaparición de 10 u 11 grupos reproductores, de las 18 manadas que llegaron a coexistir en los mejores años (com. pers.). Y por dejar un último apunte, en la provincia salmantina, el porcentaje de lobos muertos clandestinamente sin duda se acercará muchísimo al 100%, siendo la propia administración regional la que ya se encarga de completar el pequeño porcentaje restante.


Conclusiones
Que en una especie sobre la que se hacen tantos y tantos estudios y que cuenta con una tasa de mortalidad tan extrema no se cuantifique estadísticamente este problema tan importante para su conservación es, como mínimo, sospechoso, e impide conocer, no solo su magnitud real, así como otros aspectos sobre los métodos empleados en el exterminio del lobo, las franjas de edad más afectadas, el estatus social o el sexo, sino, sobre todo, tenerlo en cuenta como parámetro demográfico en los planes de gestión. Se hace patente que el conocimiento de esos índices se convierte en imprescindible para estudiar la dinámica poblacional, siendo, por lo tanto, un dato básico para elaborar cualquier plan de conservación. Esto es especialmente importante cuando la gestión de estos planes se basan esencialmente en el control letal de los individuos. Estudiar en profundidad el furtivismo sigue siendo una asignatura pendiente, a pesar del peso que tiene en su dinámica poblacional, en la deriva genética, en su futura supervivencia y, en definitiva, en la gestión de la especie. Además, resulta indispensable conocer el alcance de este tipo de delincuencia para que los cuerpos de seguridad del estado puedan luchar contra él, no digo ya las administraciones autonómicas que si por algo se han caracterizado es por mirar siempre para otro lado en este asunto.

La vieja conversación (lamentablemente real, no es ficticia) escuchada en la tasca de un pueblecito de la montaña leonesa en la que se oye a alguien diciendo "... no te preocupes, lleva allí tus caballos que esos ya no te van a dar problemas" se repite con la naturalidad que da la costumbre, sin que nada se pueda hacer al respecto y con el beneplácito, además, de muchos funcionarios que trabajan en esos verdaderos sumideros de lobos que todos conocemos como Reservas Regionales de Caza: "Esto ocurre en algunas reservas de caza del norte de Castilla y León, donde el lobo es perseguido más por el supuesto impacto sobre los ungulados silvestres que por los daños al ganado, por lo demás poco abundantes. En estos casos algunos gestores y celadores de caza de la propia administración muestran una percepción personal más negativa hacia el lobo que los propios ganaderos" (Blanco, J. C.; 2015). Entre tanto, la sociedad debe tener claro si quiere ver a este animal como a la loba joven de las fotos de esta entrada y permitir que los delincuentes campen a sus anchas en nuestros campos, o si prefiere ser poseedora de una naturaleza bien conservada y mejor protegida, donde el manejo que se pueda tener que hacer de cualquier especie animal, incluido el lobo, sea desarrollada por encima de cualquier otra consideración solo cuando la ciencia así lo justifique, y exclusivamente por funcionarios autorizados. 

Este obvio estancamiento que sufre la especie en la península ibérica tiene una relación directa innegable con el modelo de gestión letal que se ejerce sobre ella y que es puesto en entredicho en diversos estudios si lo que se quiere es hacer efectiva su conservación y recuperación, además de ser legalmente injustificableLa fuerte presión que ejerce el hombre sobre la especie en la actualidad es muy similar a la ejercida en los siglos pasados, hasta en la existencia de una persecución institucionalizada, antaño organizada por las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos, y hoy en día por las mismas consejerías de medio ambiente que deberían protegerla, lo que no deja de ser esperpéntico. Esto se basa en justificaciones que no están demostradas científicamente, como podemos leer en palabras también de J. C. Blanco (2015 y 2017): "En general, se suele aceptar que la caza del lobo genera un beneficio económico que compensa en parte las pérdidas que la especie causa, y que la caza legal reduce el furtivismo, mejora la percepción del lobo y reduce los daños al ganado. Sin embargo, casi nunca se han probado tales afirmaciones". 


No puedo por menos de fijarme en el espejo de otros países de nuestro entorno cuando pienso que somos el único de todos ellos que sigue vergonzosamente permitiendo la caza deportiva de este animal.


De nuevo y lamentablemente, Spain is different.

25 de enero de 2021

Cencellada

Pasado el frío y las nieblas de estos días de atrás me quedan en el archivo la suave cencellaba que alguna mañana dejé plasmada en el sensor de mi cámara. Poca cosa en comparación con las que se han visto por la península, pero las imágenes sirven de testimonio del paso de las estaciones. El ciclo se renueva, la rueda de la vida sigue dando vueltas a pesar de que esta pandemia nos haga sentir que el tiempo se ha detenido. Muchos estamos cruzando los dedos para que la primavera que se barrunta sea como la que nos perdimos en 2020. Eso parece, que tendremos otro mar de flores y hierba verde dentro de poco tiempo. 

Por el momento, disfrutaremos del frío, las heladas, la nieve y las nieblas. Que el invierno nos sea propicio.





19 de enero de 2021

Cristal de hielo

Si sabes mirar, la naturaleza siempre te regala guindas que aderezan su belleza. Si tienes una pizca de sensibilidad para querer formar parte de ella, te darás cuenta de que todo lo que te rodea es una joya en la que deleitarte, un presente que te ofrece generosamente. Desde el más pequeño insecto, desde el liquen más minúsculo, a los depredadores más poderosos; de la más modesta gota de agua al mayor de los espectáculos atmosféricos. Este invierno parece que al fin estamos disfrutando de unas condiciones climatológicas normales para la estación en la que estamos, después de años en los que parece que el clima se ha vuelto un poco loco y en los que hemos sufrido los efectos atemperantes del calentamiento global. Frío y nieve nos están acompañando durante bastantes jornadas, por fin, por mucho que supongan complicaciones en nuestras vidas cotidianas. Cruzaremos los dedos para que esto siga así un tiempo prudencial; la próxima primavera lo agradeceremos, seguro, en forma de campos floridos y, si les dejamos tranquilos con tantos "icidas", también de insectos.

Nosotros, por ahora, nos dejamos seducir por los charcos y prados congelados y por el agua petrificada que resbala por la rocas. Nos desviamos un buen tramo del camino solo para estar un rato embelesados por los chupiteles, los carábanos y el sonido cavernoso, casi espeleológico, del goteo constante de sus extremos. Cristales de hielo. Hielo como el cristal. Esmerilado o transparente. El regalo que hoy nos ofrece nuestra montaña. Sin duda, la guinda de la jornada.
















16 de enero de 2021

E.N.P.

El jueves pasado hicimos lo que más nos gusta, salir a la montaña, al campo, a la naturaleza hermosa de nuestra sierra de Gredos. Podía haber sido a la de Béjar, o a la de Quilamas, o a cualquier otra zona montañosa cercana a donde vivimos, y cercana a nuestros corazones (a veces se me pasa por la cabeza empadronarme en Hoya Moros). Pero fuimos a Gredos. Porque sí. A la sierra de Barco porque además es más tranquila. Cada vez necesito más la soledad de la montaña, sin gente, sin otros montañeros, sin excursionistas; sin nadie que merodeé por ella salvo los bichos que en ella viven; los bichos y nosotros.

Llamarme egoísta. 

Gredos. Parque Regional de la Sierra de Gredos, ahí es nada, la máxima figura de protección y conservación de la naturaleza que puede declarar nuestra comunidad autónoma, cuya filosofía es la de conservar y proteger los valores naturales de estas montañas para la sociedad. Un Espacio Natural Protegido -ENP- para nosotros y las generaciones futuras.

Cuando llegamos al inicio de la garganta que pensábamos recorrer, nos da una bofetada en la cara el cartel de una batida que nos hubiera prohibido el paso al valle si hubiera coincidido con nuestra jornada. Lo primero que siento es cabreo. Un cabreo enorme porque se practique esta modalidad de caza tan antiecológica, a la que nunca me cansaré de criticar por las afecciones que causa en todo el entorno, y no solo en las posibles especies que pretendan cazar -presumiblemente jabalí, ciervo, corzo y algún zorro si se le pone a tiro-, sino también por las coacciones inherentes al libre tránsito del resto de ciudadanos, por el alto riesgo de accidente que lleva aparejado y por la nula igualdad de condiciones entre presa y cazador (batidas, ojeos y monterías son una manera abusona, insensible e inhumana de cazar).

Algún extremista, entre los que creo no me incluyo, me dirá que si hay alguna modalidad de caza que no lo sea; sí, me refiero a eso, a lo de antiecológica. Pues no lo sé, supongo que la que practican las tribus indígenas, la que se efectúa por "prescripción facultativa" -es decir, la emanada de una justificación científica-, y, si acaso, algunos tipos de rececho donde los animales tienen alguna posibilidad de dar esquinazo a los escopeteros (entiéndase, persona que lleva escopeta). 



El caso es que tras el primer momento de cabreo, lo que siento acto seguido es alivio pasajero al leer que la batida tuvo lugar cinco días antes. Pero una vez pasado ese suspiro de alivio que duró apenas unos instantes, el segundo calentón regresa, y vuelvo a estar cabreado. Muy cabreado. ¿Cómo es posible que en el Parque Regional de la Sierra de Gredos se permita que coincida una batida de unas 7-8 escopetas a lo largo de una pista forestal, al comienzo de una ruta clásica entre los montañeros, balizada, y en fin de semana?, ¿estamos locos? Sí, ya sé, es que los cazadores locales tienen también todo su derecho a hacer la actividad que a ellos les guste y, además, es su pueblo, cosa que yo y el resto de excursionistas no podemos decir. Y tienen toda la razón, ahí me han dado, están en su derecho. Sin embargo, ... yo también estoy en el mío de realizar libremente la excursión, sin la posibilidad de que gente armada me eche del lugar a "cajas destempladas", o peor aún, sin la coacción que supone que mi nombre se venga a sumar a la larga lista de heridos o muertos en "accidente de caza". Cazadores, rectores de este ENP, los usuarios del parque regional también tenemos todo nuestro derecho a caminar libremente por donde decidamos, como dice esa Constitución que se supone nos compete a todos, pero que según vayas armado o no parece que cambia. Esto tiene que ser así, les guste o les disguste.

Esto "es" así.

No tiene lógica que una actividad de alto riesgo para el resto de ciudadanos se practique en fin de semana al comienzo de una ruta clásica realizada por numerosos montañeros y en el interior de un parque regional, cuya filosofía es la de conservar y proteger la naturaleza para disfrute de la sociedad, entre los cuales nos incluimos todos aquellos que caminamos sin un arma ente las manos, que somos muchos. Que somos más. No tiene ni pies ni cabeza. El sentido común te dice que hay que pensar en una solución que evite estas coincidencias en el tiempo y el espacio, y dado que las grandes rutas clásicas no las podemos cambiar de sitio ... lo lógico es pensar ... ¿de verdad no hay otros lugares en el término municipal donde realizar esa batida?

Ahora, llamarme egoísta otra vez.