8 de agosto de 2022
Un poco pirata
5 de agosto de 2022
Suma y sigue
"¿Servirá de algo que todo este lamentable suceso le haya saltado a la cara al ejecutivo autonómico? Cuando va a hacer pronto 10 años del incendio de Castrocontrigo (León) con una superficie "oficial" de 12.000 hectáreas calcinadas, 5 del que arrasó otras 10.000 más en La Cabrera (León), y ni siquiera un año del de Navalacruz (Ávila) en el que todos perdimos 22.000 hectáreas más de monte, "oficiales", la Junta de Castilla y León sigue sin aprender que tiene la obligación de conservar y defender nuestro patrimonio natural, con políticas proteccionistas y preventivas, en vez de especulativas, y siguen sin aprender en los despachos que poniendo los medios para evitar estos desastres ambientales al final se ahorra más dinero que dejando a la concurrencia de la suerte que el próximo año no vuelva a ocurrir de nuevo. El próximo año o ... simplemente dentro de unas semanas, porque el verano aún no ha llegado y se puede hacer muuuyyyyy largo todavía. No resulta descabellado temer que lo sucedido en Zamora pueda volver a suceder en cualquier otro rincón de Castilla y León y en cualquier momento. Basta ya Suarez-Quiñones de cruzar los dedos y rezar para que no te salte el siguiente desastre en la cara, dejando al azar y la chiripa que todo vaya bien."
Esto lo escribía yo el 22 de junio en la entrada que titulé Lágrimas apagando fuegos a raíz del desastre ambiental ocurrido en la sierra de La Culebra y que, en el momento de publicarla aún seguía devorando hectáreas. Como si dispusiera de una bolita de cristal, acerté de lleno cuando ponía encima de la mesa la posibilidad real de que otro incendio similar se pudiera dar en Castilla y León, y no solo ya en los años venideros, sino en pocas semanas dada la temeraria, y quizás delictiva -la fiscalía ha admitido a trámite una denuncia al respecto-, gestión que el Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de la Junta viene llevando a cabo en materia de prevención y extinción de incendios, estando en aquel momento el verano todavía por comenzar. Por desgracia hice un pleno al quince al predecirlo: tan solo un puñado de días después -el 17 de julio- el incendio de Losacio pone de nuevo al Consejero y su ya emblemática incompetencia contra las cuerdas, al convertirse en el mayor incendio de la historia de España. Sumando las superficies calcinadas en ambos desastres, contiguos uno al otro, la torpeza y chulería política de Suarez-Quiñones se llevó por delante más de 60.000 hectáreas de suelo zamorano y, lo más trágico de todo, las vidas de un pastor y un brigadista.
La petición de dimisión o cese de este sujeto sigue siendo un clamor ciudadano, mientras él tiene la desfachatez de, no solo no asumir ninguna responsabilidad política en lo ocurrido (ya veremos si la tiene judicialmente porque, desde luego, somos muchos los que estamos convencidos de ello, dado el desastre ecológico que ha propiciado con su cabezonería de no aplicar el Plan de Protección Civil ante Emergencias por Incendios Forestales a pesar de la histórica ola de calor extremo que se vivió en esas fechas), sino de implicar en ello a " ... las nuevas modas del ecologismo ... El ecologismo extremo no es la causa, pero sí uno de los elementos que tenemos que trabajar" dijo en una entrevista en la Cadena Ser. Su caradura va a formar parte de los anales de esta bendita comunidad.
Cuando aún tenemos los ojos rojos de llorar por nuestros montes zamoranos, nos golpean más incendios como si de una plaga bíblica se tratara. Así, hace tan solo unos días volvíamos a pisar tierra quemada, esta vez para seguir llorando con la devastación que ha calcinado una gran porción de la comarca extremeña de Las Hurdes y que, como todos sabéis, acabó también afectando gravemente a la provincia salmantina, amenazando el valiosísimo ejemplo de monte mediterráneo que se conserva en el valle de Las Batuecas y afectando a gran parte del Parque Natural de la Sierra de Francia, que ha quedado seriamente tocado.
La sensación que tengo al llegar al Portillo -el puerto de montaña que comunica La Alberca y el valle de Las Batuecas- es parecida a la que se siente al llegar frente a la puerta de una habitación de hospital: te da miedo cruzarla porque tu corazón no quiere enfrentarse a las malas noticias que te esperan tras ella, pero sabes que es inevitable, aunque no abras esa puerta la realidad no va a cambiar y el sufrimiento va a ser el mismo. La cicatriz del nuevo cortafuegos, trazado con prisas para evitar la posible llegada de las llamas a este lugar tan cercano al pueblo Conjunto Histórico-Artístico, te ayuda a ir asumiendo lo que esta nueva tragedia ha representado.
Batuecas se ha salvado. Solo de refilón las llamas consiguieron entrar dentro del valle, cruzar incluso el arroyo homónimo y trepar un poco por las lomas de su margen izquierda. El monasterio tuvo el fuego a tan solo unas decenas de metros, pero habrá que esperar a que la Junta deje caminar de nuevo por sus senderos habituales para comprender lo cerca que estuvo.
Ahora todo acceso al interior del valle se mantiene prohibido, pudiendo el visitante llegar únicamente hasta la puerta del monasterio, lo que supongo cambiará en los próximos días (quizás ya lo haya hecho cuando veas estas líneas publicadas) dado que el incendio ha sido ya controlado, paso previo a declararlo extinguido. Si en la imagen anterior un cartel junto a la valla que rodea el monasterio advertía a todos los visitantes de la prohibición de entrar al valle de las Batuecas, en la siguiente observamos lo cerca que llegaron a estar las llamas de la explanada que hay delante del recinto monástico del Desierto de las Batuecas.
Continuar hacia la provincia de Cáceres es chocarte de bruces con la realidad más cruda de un incendio, con la desolación de un valle devorado por las llamas que te golpea en las sienes. Por abajo, apenas si llegamos a la pequeña población de El Cabezo parando a observar la zona donde empezó todo, el punto de inicio, suficiente para comprender el alcance de este nuevo desastre. Desde arriba, sin embargo, los prismáticos nos permiten abarcar visualmente desde las alturas de la Peña de Francia una parte importante de lo arrasado. De nuevo, los pinares de repoblación se convirtieron en cerillas que ardieron sin ningún control durante días. Pequeños rodales de cultivo de pino, unas pocas vaguadas húmedas con manchas de vegetación autóctona y lo que sobrevive a duras penas entre los canchales parecen ser lo único que se ha salvado, además de los propios pueblos que llegaron a verse rodeados y a tener las llamas dentro.
Árboles calcinados, de tronco negro. Cenizas tapizando el suelo, que acabarán en los cursos de agua. Miles de seres vivos que habrán muerto o, por lo menos, que se habrán visto obligados a desaparecer de la región. La economía de la gente afectada. Viviendas y edificaciones destruidas. La apicultura o la micología, desaparecidas. Lo mismo que el turismo de naturaleza. Erosión y pérdida de suelo. Destrucción del paisaje y de los ecosistemas. Y, por supuesto, la emisión de una enorme cantidad de gases de efecto invernadero a la atmósfera, que en el caso de nuestro país alcanza el 1% del total. Por si fuera poco todo esto, en las últimas cuatro décadas se han perdido en España casi dos centenares de vidas humanas en estos desastres ambientales, económicos y sociales. Todo destruido, aniquilado por un problema que en gran medida hemos generado nosotros mismos. Un problema generalizado que se reproduce más intensamente cada verano en todas las regiones españolas, pero que no desaparece tampoco en invierno, ni siquiera en las regiones húmedas y verdes del Noroeste peninsular, tan diferentes a los resecos campos de clima mediterráneo del centro y sur ibéricos, o del propio arco mediterráneo: más del 50% de los incendios en el Estado español tienen lugar en Galicia, el 70% si incluimos Asturias, Cantabria y Norte de Castilla y León (León y Zamora).
Se hace perentoria una planificación seria de la política forestal que impida ejemplos como los de Cantabria y Asturias, donde los gobiernos autonómicos permiten la entrada de ganado a las zonas incendiadas al año de ser destruidas, lo que puede estar detrás de un número determinado de incendios, además de ser una medida completamente antiecológica pues el ganado dificulta la recuperación del ecosistema, ya de por sí empobrecido. No se penaliza, pues, el incendio, sino que, muy al contrario, se incentiva su existencia.
Señores, el monte NO ESTÁ SUCIO, basta ya de tanto analfabetismo ambiental. Ni el monte está sucio, ni las orillas de los ríos tienen que ser limpiadas, ni existe la maleza, ni las malas hierbas, ni las alimañas (excepto si nos referimos a nosotros mismos, claro), ni las aves de rapiña (ídem de lo anterior), ni, por lo general, las plagas de animales (otro ídem más). Todas estas expresiones no hacen sino educarnos en la cultura egocéntrica de un ser que se cree el centro de la existencia y la vida en el planeta, que se siente completamente ajeno a la naturaleza y que está convencido de que ella está ahí solo para ser explotada. Todas estas expresiones, además de falsas, no hacen sino desconectarnos de la realidad, como si no dependiéramos realmente del propio planeta; como si viviéramos en una burbuja, desvinculados del mundo que nos rodea. El lobo no es el malo de la historia por mucho que los cuentos de Caperucita Roja o los Tres Cerditos así nos eduquen, y por mucho que sigamos utilizando todas esas expresiones manipuladoras ni existe la maleza, ni las malas hierbas, y mucho menos la naturaleza está sucia. Estamos siendo educados en el error y la mentira.
Por otro lado, es ridículo y absurdo seguir focalizando nuestros esfuerzos materiales, económicos y humanos exclusivamente en la extinción de los incendios, mientras que desatendemos el origen del problema: conociendo las causas que los provocan, en lo que debemos invertir dinero, medios, leyes, políticas, tiempo y esfuerzo es en evitarlos y prevenirlos. Seguimos siendo unos seres miopes que solo alcanzamos a pensar a corto plazo. Invertir exponencialmente más y más en extinción cada vez que hay un gran incendio es un error político que quedará muy bien de cara a la galería, pero que nunca solucionará la cuestión. Esto es más que evidente cuando conocemos el porcentaje de incendios intencionados, en gran medida con fines agrícolas o ganaderos, pero no solo. Si no atajamos de raíz el problema los incendios forestales seguirán siendo recurrentes cada año. El abandono del campo, de algunos usos tradicionales como el pastoreo, el propio abandono de las plantaciones de madera con gran cantidad de materia combustible sin gestionar, la pérdida de paisajes en mosaico, son solo algunas de las circunstancias que favorecen la peligrosidad de los incendios actuales. Y, cómo no, el cambio climático que está favoreciendo un aumento importante de las temperaturas, provocando el estrés hídrico de la vegetación y aumentando así su inflamabilidad.
30 de julio de 2022
Geometría
Gorriona común con indudables conocimientos de composición fotográfica, posando para mí. Así da gusto. Imagen pasada simplemente a B/N, sin ningún otro tipo de ajuste, recorte o reencuadre. Componer líneas rectas y encajarlas milimétricamente en la toma siempre es un placer cuando se fotografía la vida natural.
23 de julio de 2022
Especies fetiche
Sin lugar a dudas todos los fotógrafos de fauna tenemos algunas especies fetiche que nos suelen regalar momentos dulces en nuestro trabajo de campo. Cada uno de nosotros tenemos varias. En mi caso la cabra montés, el pechiazul, la tarabilla, la avutarda, la grulla, ... son algunas de mis especies más emblemáticas. En mi archivo acumulo de cada una de ellas un mínimo de varios cientos de fotos de calidad -de alguna incluso varios miles de imágenes que se han salvado de mis cribas-, pero regreso a ellas cada temporada. La abubilla es otra de esas especies talismán. Cercana, sencilla, amable. Y guapa, muy guapa. Fotografiar esta hermosa ave resulta para mí siempre un verdadero placer, y aprendo siempre algo nuevo de su biología y comportamiento. Voy afinando la técnica y los resultados me resultan satisfactorios. Este año he tenido unas pocas sesiones con esta belleza, pero ya tengo en mi cabeza cómo van a ser las de la próxima temporada, intentando sacar algo diferente. Ya veremos.
De momento en esta ocasión me han mostrado cómo se alimentan ocasionalmente no solo en el suelo, como es habitual en ellas, sino también en los mismos troncos de las encinas. En ellos las he podido fotografiar a la búsqueda de dermápteros (tijeretas o cortatijeras) y hormigas, complementando así su dieta y la de sus polluelos. Es más, que capturaran estas pequeñas presas pudiera significar que sus crías eran en aquel momento aún pequeñas. De haber seguido todo el ciclo reproductor de este año quizás hubiera podido comprobar cómo las presas iban aumentando de tamaño a medida que los pollos lo hacían también.
La abubilla (Upupa epops) siempre fue tradicionalmente clasificada en la familia Upupidae dentro del orden de los Coraciiformes. Sin embargo, en la actualidad mayoritariamente es incluida en el orden de los Bucerotiformes, que incluye entre otros a los famosos cálaos, habitantes de regiones tropicales africanas y asiáticas. El nombrecito en cuestión procede del griego y hace referencia a la forma curva que tienen los picos de estas aves (como cuernos de una vaca). Este ajuste taxonómico deriva de que, según algunos estudios recientes, los miembros de Upupidae están más relacionados con Bucerotidae, mientras los restantes Coraciiformes (carracas, martines pescadores y abejarucos, entre otros) tienen un parentesco más cercano con el grupo de los pícidos (pájaros carpinteros). Así pues, aunque como siempre hay discrepancias entre los investigadores, debemos ir cambiando nuestras creencias al respecto.
Es un ave asociada muy a menudo a ambientes agrícola-ganaderos, que evita los bosques cerrados y las áreas montañosas (aunque en el Himalaya las he llegado a observar a 5.400 en un par de ocasiones, muy por encima de la línea superior de los bosques, aunque quizás se trataran de ejemplares en dispersión). Durante el período reproductor precisan de la existencia de oquedades donde realizar las puestas. Por ello, los árboles maduros y rugosos o las viejas construcciones humanas los atraen. Es una especie clásica en los ambientes mediterráneos de nuestro entorno, muy común en las dehesas de encinas donde se alimentan de invertebrados -muchas veces subterráneos- (ortópteros, coleópteros, arácnidos, larvas, pupas, ...) que capturan en el suelo por donde se mueven incesantemente. Ocasionalmente pueden alimentarse también de pequeños reptiles y otros vertebrados de pequeño tamaño. Prospectan las bases de los árboles donde la diversidad de vegetación y, por lo tanto, de presas, es mayor.
La composición varía en función de la época del año, adaptándola a los recursos más abundantes en cada momento. La prospección la realiza a munudo introduciendo su largo pico en el suelo o levantando piedras y maderas y rebuscando entre la hojarasca del suelo con él. Para ello, la longitud y forma del pico son fundamentales y hacen de él una herramienta que maneja con gran destreza.
Un ave de belleza innegable, hermosa e interesante al mismo nivel, con un aspecto hasta exótico que hace que siempre resulte atractiva su fotografía. Espero tener la oportunidad de seguir documentando su biología en la próxima y añorada primavera, cuando en nuestras dehesas se vuelva a escuchar la banda sonora de este peculiar habitante.
6 de julio de 2022
La vieja alambrada
Me acerco a la sierra como otras temporadas para intentar ligar con los pajarillos que revolotean entre los piornos. Me amanece por fin subiendo a sus laderas. Todo huele a primavera. Todo suena como la primavera. Los cantos de decenas de aves ya retumban en esta incipiente mañana como la banda sonora de un documental.
Interiorizada como tengo la mecánica de la sesión fotográfica de tanto repetirla una y otra vez, rehago, como si de un protocolo establecido se tratara, todos los pensamientos y movimientos de otras mañanas parecidas. Sin prisas. Pero también sin pausa. No quiero olvidar nada que sea importante. Recojo todos los bártulos, el equipo fotográfico, el de camuflaje, el hide, los posaderos, la mochilita pequeña con algunas herramientas útiles y "porsiacasos", mi comida, un poco de agua, el móvil,... Repaso mentalmente lo que necesito por última vez y, tras cerciorarme de que no me dejo nada y de que el vehículo queda cerrado, me pongo a caminar. Poco tiempo después estoy ya instalado en un lugar conocido de otros años que siempre me ha dado buenos resultados. Frente a mí sitúo el pequeño trozo que me he traído de la vieja alambrada oxidada y cubierta de líquenes que he encontrado días atrás, y lo apaño alrededor de un madero -no menos viejo- que, a su vez, he rescatado de uno de los cientos de vertederos ilegales que salpican, contaminan y afean nuestros campos. Queda situado, junto con una llamativa piedra encontrada a cientos de kilómetros de la provincia en donde yo resido, sobre una enorme y conspicua roca que corta sobre una ladera de la sierra. Su visible y prominente posición hacen que se convierta en un potente reclamo visual para varias especies de pequeñas aves que la utilizan de manera habitual como un perfecto púlpito desde el que cantar a los cuatro vientos, como atalaya desde la que acechar a los insectos de los que se alimentan o, simplemente, para posarse, descansar o vigilar sus alrededores.
El lugar no falló tampoco en esta ocasión, como no lo hicieron tampoco algunos de sus habitantes, y, como no podía ser de otra manera, al poco de salir el sol esta hembra de tarabilla común (ente otros ciudadanos del piornal) se acercó a la atalaya para amenizarme la mañana. El macho anduvo cerca, hermoso con su plumaje nupcial, pero en esta ocasión se mantuvo a una distancia prudencial. No importa, la belleza de ella no le va a la zaga y a mí me compensó la mañana. No es que me conforme ni con poco ni con menos, es solo que los especímenes modestos me reclaman la misma atención.