Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

11 de marzo de 2013

Jugando

Suben, trepan, bajan cabeza-abajo. Se paran, se mueven, se vuelven a parar. Serpentean. Se pegan a la superficie, por lisa que esta sea. Se arremolinan al calor de la bombilla; del farol que ilumina el oscuro callejón. Sacan la lengua, pero no a ti, no te enfades, si no a los mosquitos y a las polillas nocturnas. Un disparo y para adentro. La vertical es su residencia. Se camuflan. O lo intentan, a veces sobre el ventanal de un edificio de Doñana. Es la Tarentola mauritanica, el perenquén o santorrostro. Nuestra conocida salamanquesa.


10 de marzo de 2013

Mis árboles

Las gotas de agua echan entre ellas sinuosas carreras por el cristal de mi ventana. Llueve del otro lado.

Miro el chaparrón sobre la superficie del río y contemplo cómo algún cormorán intenta pescar su sustento con las últimas luces de la tarde, en una masa de agua realmente crecida y desbordada, que salta sin contemplaciones a borbotones sobre la aceña de cemento; la misma aceña que normalmente desvía el agua hacia el molino y por la que se podría caminar. Masas de diversos tamaños de juncos y carrizos bajan sobre la superficie como balsas a la deriva, arrancados de las orillas. El martín pescador va río abajo, río arriba; no sé cómo se las apañará con estos caudales de aguas turbias.

Mientras esto sucede afuera, yo me arrebujo cerca de la calefacción y abro sobre mi mesa una carpeta azul de la que extraigo decenas de dibujos y bocetos, recuerdos de mi juventud. Separo de entre ellos mis árboles, y los apilo en un montón aparte. Viejas encinas enroscadas, de corteza rugosa, y algún roble o algún haya. Hoy no puedo salir a caminar bajo sus copas, pero revivo su presencia sobre el papel, en mis manos. Con su tinta negra, con su trazo fino. Sobre el cuaderno cuadriculado o sobre el folio limpio.

Viejos apuntes sobre árboles retorcidos. Mis árboles.









8 de marzo de 2013

La ciudad dorada

Paseo como cientos de veces sintiendo los adoquines de la vieja ciudad dorada bajo mis pies, mientras el bullicio de una nueva jornada envuelve cada rincón de su casco antiguo.

Algunos personajes que forman parte de la vida de esta vieja ciudad se cruzan en mi vagabundear por sus calles peatonales. Van y vienen de sus quehaceres. Con sus prisas, con sus pensamientos, con sus preocupaciones. Gente peculiar. Gente normal. Gente importante para el devenir de la ciudad, a los que pongo nombres y apellidos. O, simplemente, gente importante para mí. En esta pequeña y acogedora urbe no es difícil encontrarse con personas conocidas, y yo lo hago esta mañana de domingo con un gran fotógrafo y viejo amigo, mientras exprimo con mi cámara una fachada histórica, probablemente única e irrepetible. Dejo que repose la cámara sobre el trípode, pues tiene sobradamente merecido un buen descanso, y charlamos. Para él, la cámara fotográfica ha sido siempre una prolongación de sí mismo y le acompaña a donde quiera que va, casi desde que tiene uso de razón. Su conversación me enriquece. Sobre fotografía y sobre la vida misma. Pienso que soy afortunado, que soy rico porque tengo amigos. De él aprendo. Me motiva. Me dejo influir. Me estimula su estilo personal retratando la vida cotidiana de esta ciudad y de sus gentes.

Mientras escribo estas líneas sobre mi ciudad dorada, pienso en él, en su trabajo y en lo que a mi me ha aportado. Y por todo ello, a él le debo mi más sincera gratitud. Gracias amigo.







6 de marzo de 2013

Recuerdos

Recuerdo llevar los pies mojados al caminar sobre la hierba, empapada por aquella ligera nevada nocturna, arrastrándolos por un "no camino", por mi campo a través. Recuerdo que bajo las ramas comenzaban a pingar las primeras gotas de agua, de nieve deshelada, fundida, derretida, guardando un delicado equilibrio hasta que una suave brisa las precipitaba todas sobre mi. Me bombardeaban. El recuerdo se vuelve presente. Y me detengo en las telarañas. Se han transformado en collares de perlas, con insignificantes esquirlas líquidas, con minúsculas cuentas de brillantes bolitas de agua. La chopera parece haber descolocado los árboles desde la última vez que caminé bajo ellos. Están desordenados los fresnos y los álamos en un barullo, en un revoltijo, que ahora reconozco bien. Zigzageo. Camino sin rumbo fijo. Miro sin buscar nada preciso. Busco sin dejar nada al olvido. Sin olvidar nada merecido. Me detengo en lo pequeño. Cortezas. Hojas. Ramas. Penetro en el túnel del tiempo. Recuerdo. Retrocedo. Decrezco.





4 de marzo de 2013

Extremadura Birdwatching Fair

Hoy lunes podemos ya recapitular lo que ha sido la octava edición de la FIO, la Feria Internacional de Turismo Ornitológico - Extremadura Birdwatching Fair. Con un tiempo muy desapacible -incluso frío-, pudimos ver in situ algunas novedades relacionadas con el material y el equipo, así como escuchar las siempre interesantes experiencias de algunos grandes fotógrafos que, mediante sus ponencias y fotografías, nos animan al resto de los mortales a seguir aprendiendo.

Respecto a la fauna, aunque pasamos mucho tiempo entre stands, conferencias y talleres, algo pudimos ver. Entre lo más destacable, sin duda las imperiales, que nos regalaron sus repetitivos reclamos, acrobáticos flirteos aéreos y algunas persecuciones y escaramuzas con los buitres leonados. El búho real no faltó a la cita, aunque nos lo puso difícil. Halcón peregrino (gracias a mi amigo Juanjo y su telescopio), alimoche y buitre negro completan lo más interesante de entre lo que yo pude observar. Algunos compañeros además, tuvieron la oportunidad de disfrutar de hasta tres nutrias juntas y de la cigüeña negra.

Por mi parte, os dejo dos recortes de sendas instantáneas obtenidas con unas pésimas condiciones de luz en la Portilla del Tiétar, a 400 ISO, 1/1000 sg y a f4, con el 500 mm y la EOS 7D.



Lo mejor, como no podía ser de otra manera, la buena compañía de los amigos, que consiguen que el tiempo a su lado se vuelva siempre escaso y pase volando, como los leonados. También, ¿cómo no?, como en cada edición de la feria, esperamos y disfrutamos los reencuentros con esos colegas de afición que residen en otros puntos, y que nos vamos viendo una vez al año en este mismo evento.

Ya se acabó la feria, pero no importa, en unas semanas la primavera estará exultante en Monfragüe y será el momento de regresar. Esta vez solo a disfrutar del sol, el aire y el vuelo de los pájaros. Nos vemos allí.