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7 de diciembre de 2020

La caza del lobo, ¿de qué estamos hablando?

Que el caso del lobo es especial lo saben incluso aquellos que no tienen un conocimiento o interés específicos sobre la especie. Ecológicamente, Canis lupus es una especie "apical", término que viene a indicarnos que se encuentra en el ápice de algo, que ocupa su extremo. Esta especie, efectivamente, se sitúa en la cúspide de la cadena trófica en gran parte del hemisferio norte, influyendo de un modo directo tanto sobre las presas de las que se alimenta como sobre el conjunto de predadores medianos y pequeños -denominados mesodepredadores- sobre los que ejerce también una labor de control inmediata, e indirectamente sobre el conjunto del ecosistema, ya que todo en él está íntimamente intercomunicado en una compleja red de relaciones interespecíficas. Su situación dominante en esta pirámide ecológica es la que determina el papel tan relevante que ejerce en lo que llamamos "cascada trófica", es decir, los efectos en cascada que cada componente de un ecosistema ejerce sobre los seres vivos que se sitúan transversalmente en su mismo nivel y, sobre todo, en los inferiores al suyo.


Así, por un lado, si los depredadores apicales desaparecen (en el caso que nos ocupa, el lobo ibérico) o ven mermadas drásticamente sus poblaciones, los mesodepredadores -como por ejemplo el zorro- aumentarán su número, impactando de un modo severo sobre sus presas -aves, micromamíferos, reptiles, anfibios, ...- que no soportarán la presión predatoria y se verán seriamente reducidas. Esta disminución afectará a su vez a insectos y plantas que, ante la ausencia de sus propios reguladores naturales, se propagarán sin control y facilitarán la transmisión de enfermedades y plagas tanto a la fauna y la vegetación silvestres, como al propio ganado y cultivos domésticos. 

Por otro lado, los grandes herbívoros -ciervos, jabalíes, corzos, rebecos y cabras monteses- verán también aumentar exponencialmente sus poblaciones ante la ausencia del lobo, generalizando problemas de diversa índole. Así, se generará un recurrente impacto negativo sobre los propios cultivos humanos -principalmente por especies como el ciervo o el jabalí, y a veces el corzo- y sobre la cubierta vegetal de nuestros montes, sobreexplotándola y menoscabando la alimentación, tanto de los animales silvestres como del ganado doméstico en extensivo, por competencia directa. Un ejemplo fácil de entender de cómo influye este sobrepastoreo en la cubierta vegetal provocado por el aumento descontrolado de herbívoros silvestres lo encontramos en la afectación que sufren algunos taxones botánicos escasos del Sistema Central como consecuencia del elevado número de cabras monteses existente en estas sierras. La excesiva abundancia de este rumiante se ha convertido en las últimas décadas en un serio problema para la conservación de algunos endemismos botánicos exclusivos de ecosistemas alpinos. Los efectos en cascada pueden ser tantos y tan diversos que pueden llegar a dañar al propio suelo en los casos más graves, por compactación del mismo si se da un exceso de ungulados de gran porte, propiciando así su impermeabilidad y, por consiguiente, la escorrentía superficial del agua de lluvia, lo que a su vez juega en detrimento de las propias comunidades botánicas.


Como ya estamos apuntando, están tan relacionados los efectos que unos seres vivos producen en otros que la existencia del lobo puede ser incluso beneficiosa para el sector agropecuario al reducir el número de jabalíes, ciervos y otros ungulados silvestres, que no solo afectan de un modo directo a las cosechas de los agricultores o al pasto de los ganaderos, sino que, además, suponen un importante reservorio de la tuberculosis bovina, temible enfermedad infecciosa que representa un serio peligro para la cabaña ganadera. Diversos estudios así parecen indicarlo, al considerar a estos herbívoros silvestres como importantes vectores de transmisión de esta y otras enfermedades y, por lo tanto, una seria amenza para el ganado. Siendo sobre los ungulados salvajes enfermos y débiles sobre los que, precisamente, depreda más intensamente Canis lupus signatus, se vuelve incontestable el papel de aliado que puede llegar a representar este cánido para el propio ganadero como controlador de enfermedades que tengan su origen en animales silvestres. 




Esta consideración de "aliado" que para los detractores del lobo resultará paradójica, no lo es tanto para los defensores del mismo, que llevamos décadas advirtiendo sobre los beneficios que su presencia aporta al medio en el que se desenvuelve. Lo mismo podríamos decir respecto de la propagación de la sarna sarcóptica que intermitentemente afecta a poblaciones importantes de rebecos, por ejemplo, u otras enfermedades infecciosas que pueden ser controladas por poblaciones saludables de lobos al mantener en densidades adecuadas las propias poblaciones del resto de mamíferos silvestres. El lobo se vuelve así en una importante barrera a la transmisión de enfermedades desde la fauna silvestre al ganado doméstico, un efectivo cortafuego contra las enfermedades.



Así pues, el papel de los grandes depredadores apicales se vuelve fundamental en la conservación de la biodiversidad y en el mantenimiento de poblaciones saludables de las propias presas sobre las que depreda, así como del resto de seres vivos, tanto silvestres como domésticos, que conviven en el medio natural. La telaraña de relaciones, influencias y conexiones que existen entre todos ellos es algo que a estas alturas no debería necesitar explicación, pero que en el caso del lobo siempre queda relegado al anecdotario en los planes de gestión de la especie. 



Un magnífico ejemplo de la necesidad de mantener poblaciones de lobo sanas lo encontramos en la famosa reintroducción de ellos que se llevó a cabo en los años 1995 y 1996 en el Parque Nacional de Yelowstone, y que en los años siguientes fue restableciendo el equilibrio natural en el parque, previamente alterado de un modo radical por la sobrepoblación de ciervos y coyotes, derivada de la extinción del lobo en la región por el hombre. Para quien no la conozca recomiendo la lectura del enlace anterior para comprender cuán importante es la presencia de los superdepredadores en el medio natural.

La significación que tienen los grandes depredadores como actores reguladores necesarios para el buen funcionamiento de todos los ecosistemas del planeta es algo que no necesita explicación, y diversos estudios y artículos científicos y divulgativos así nos lo cuentan. La eliminación de predadores apicales produce en todos los casos un acortamiento de la cadena trófica, y un desequilibrio poblacional en las presas y en los mesodepredadores que, en última instancia y como ya hemos visto, afecta al conjunto del ecosistema de diversas maneras. Por lo tanto, negar el valioso papel ecológico de los depredadores apicales sería como negar la existencia del oxígeno en el aire.

De la misma manera es indiscutible que el hombre NUNCA podrá sustituir los servicios ecosistémicos que proporcionan los grandes depredadores, ni podrá replicar el papel de aquellos en el medio ambiente, por mucho que los cazadores se empeñen en intentar convencer a la sociedad de que ellos son los sustitutos perfectos. De hecho, producen el efecto contrario menoscabando aún más el equilibrio del ecosistema de múltiples formas, entre las que podríamos destacar aquí el hecho de eliminar los mejores ejemplares de las especies objeto de caza, en vez de los enfermos, viejos o heridos, por lo que la acción cinegética puede incluso agravar la propagación de enfermedades infecciosas. El increíble subterfugio dialéctico empleado por el trasnochado mundo de la caza parece obvio y, tras ser colaboradores necesarios en el exterminio del lobo y provocar con ello graves alteraciones ambientales en el entorno natural, afectando colateralmente a los propios intereses humanos, ahora se enarbolan a sí mismos como los únicos valedores capaces de retornar el equilibrio a nuestros campos con su curioso, heroíco y "sacrificado" modo de amar la naturaleza, es decir, seguir matando seres vivos, ahora a esos herbívoros y mesodepredadores que han visto aumentar sus poblaciones como consecuencia del exterminio previo de su principal regulador natural. 


Llegados a este punto habría que hacer mención de una cuestión básica en zoología: biológicamente las poblaciones de depredadores apicales no se pueden descontrolar NUNCA, entendiendo el verbo "descontrolar" como el aumento sin control del número de individuos de su población. Y esto es así gracias a que cuentan con mecanismos de autorregulación que impiden que ello suceda, lo que hace innecesario, por otra parte, ningún tipo de control poblacional externo por parte del hombre. De hecho, no podría haber sobrepoblación de ellos en la naturaleza ni siquiera en situaciones de grandes desequilibrios, algo que sí ocurre como ya hemos visto con las especies sobre las que ejerce su papel regulador (presas y mesodepredaores) si estas especies apicales que dominan la cadena alimentaria desaparecen. Los dos principales mecanismos dirigidos a establecer esa fiscalización numérica son la territorialidad de la mayoría de las especies apicales y las limitaciones reproductivas que, en el caso concreto de los lobos, impiden que se reproduzcan todos los ejemplares adultos, haciéndolo solo las parejas dominantes de cada grupo familiar. En el caso de aquellos grandes depredadores no territoriales, como el oso polar, por ejemplo, sus poblaciones se ven directamente reguladas por la disponibilidad de alimento, no pudiendo haber más osos que los que la población de focas puede mantener sin que ella misma se vea afectada negativamente, en cuyo caso los osos morirían de hambre hasta alcanzar el equilibrio natural entre el depredador y la presa. Así pues, la sociedad debe aprender a diferenciar entre la realidad biológica del lobo y esa mentira tantas veces repetida -y tantas veces amplificada por los medios de comunicación- de que su población está descontrolada y de que se ha vuelto una plaga, invadiendo nuestros campos. Sencillamente eso no podría suceder nunca bajo ninguna circunstancia. Biológicamente no sería posible. Nunca podrá haber sobrepoblación, plaga o invasión de lobos. Ni de leones, ni de jaguares, ni de tigres, ni de orcas o tiburones. NO ES POSIBLE que eso suceda NUNCA. Más claro no se puede decir. 

El argumento de cazar lobos para evitar que su población se descontrole es, por lo tanto, un embuste, una patraña como poco peregrina, y desde luego perversa y terriblemente perjudicial para la conservación de la naturaleza. Una falacia que solo sirve para engordar maliciosamente un conflicto social metiendo cizaña con información falsa.

En condiciones naturales y sin que mediara la intervención humana, son el propio espacio físico (características del mismo, calidad, abundancia de alimento, refugio, etc), su territorialidad y sus inhibiciones reproductivas los factores limitantes de la población lobuna, ceñida dentro de una horquilla de densidad variable que la capacidad de carga de dicho espacio físico y la propia especie pueden soportar. De este modo, cuando el lobo ocupa nuevas regiones lo hace con un modesto número de ejemplares al principio. Con el tiempo, y si la especie consigue asentarse de un modo definitivo a pesar de la persecución humana, su densidad aumentará hasta un punto determinado en el que se saturará, lo que provocará tensiones y que un mayor número de individuos emigre para asentarse en regiones colindantes vacías, recolonizando así otras regiones históricas -no podemos olvidar que en su momento el lobo ocupó toda la península ibérica-. O explicado de otro modo, el núcleo central de su "distribución continua" solo soportará una determinada densidad de ejemplares, y cuando esta se satura diversos individuos -generalmente jóvenes y subadultos- buscarán nuevos espacios donde establecerse lejos de sus áreas natales. Esta cuestión es muy relevante para entender nuestro fracaso en la gestión letal de la especie, ya que cuando nosotros eliminamos mediante caza deportiva, controles poblacionales y furtivismo un porcentaje de lobos determinado en su área de distribución, lo que provocamos es la aparición de "huecos" que serán ocupados por nuevos individuos (o bien dispersantes de otros grupos, o bien jóvenes de la misma manada) que ya no emigrarán a nuevas áreas dado que la densidad lo permitirá. Parafraseando al dicho "a rey muerto, rey puesto", podríamos decir que "a lobo muerto, lobo puesto".

Las consecuencias de estas acciones letales llevadas a cabo generalmente para combatir conflictos con la ganadería en el centro de su área de distribución continua acabarán repercutiendo negativamente, sí, es cierto, primero en los propios grupos sobre los que se ejerce la ejecución de individuos, pero sobre todo en la recolonización de nuevas áreas lejanas al lugar donde se quiere atajar el problema matando lobos, por la sencilla razón de que los huecos que dejan en las manadas esos miembros masacrados son sustituidos por nuevos especímenes que ya no se dispersarán. Así pues, eliminar ejemplares no parece una medida muy efectiva para disminuir las pérdidas de sus posibles ataques al ganado, ya que unos lobos serán sustituidos por otros. Pero es que, además, no solo no habremos evitado significativamente daños al ganado, si ese era nuestro objetivo matando lobos, sino que quizás lo hayamos agravado al propiciar la desestructuración de los grupos familiares, eliminando ejemplares experimentados que ya "saben" que no les conviene atacar nuestros rebaños. 


Otra argucia muy recurrente para justificar la caza del lobo es esgrimir que la misma reduce el rechazo y la inquina hacia la especie en el mundo rural, argumento que incluso aparece reflejado en los planes de gestión de las administraciones de manera recurrente. Esta aseveración no es más que otra engañifa para ingenuos al chocar de plano con la experiencia empírica que ya tenemos de siglos de extenuante persecución y que nunca ha servido para reducir la más que notoria animadversión hacia el mismo. Este resentimiento manifiesto con la especie no se ha visto reducido ni siquiera en estas últimas décadas en las que las administraciones regionales insisten en justificar la ejecución de más y más ejemplares. Más bien al contrario, todo parece hacernos comprender que el conflicto se ha recrudecido intensamente, como queriendo demostrar que semejante razonamiento no es sino un pretexto más para engañar a la sociedad y que acepte las acciones letales contra el lobo. Hay diversos estudios que analizan esta parte social del conflicto y que denotan que la hostilidad hacia la especie es mayoritaria en el medio rural y mínima en el medio urbano; sin duda, dos grupos sociales con diferentes sensibilidades e intereses. Estos estudios no han hecho sino confirmar algo que ha sido siempre patente y que nunca ha cambiado: seguimos odiando al lobo, como así lo demuestran tanto el furtivismo como la gestión actual que de él siguen haciendo las Comunidades Autónomas, invariablemente basada en la eliminación de ejemplares. En resumidas cuentas, siglos de persecución han demostrado que matar lobos no propicia una mayor tolerancia hacia ellos, como de modo retorcido y deshonesto se arguye desde los despachos, sino más bien todo lo contrario, parece haber inculcado en nuestro pensamiento moderno y civilizado que perseguirlos no solo es beneficioso sino, incluso, imprescindible; o lo que es mucho más grave, que "no pasa nada" por hacerlo. Se implanta así en el conjunto de la sociedad la sensación de "normalidad" ante el hecho de matar legalmente a un elevadísimo número de lobos cada año, que se vienen a sumar al similar número de muertos furtivamente.

Sin embargo, el argumento más repetido para justificar la guerra declarada al lobo, es el de conseguir la, tan ansiada por unos y por otros, reducción de daños a la ganadería. Este razonamiento es cuestionable por varios motivos también. Como ya advertimos someramente antes, puede llegar a ser incluso contraproducente, dado que la eliminación de los ejemplares más experimentados puede conducir a un aumento de ataques al ganado por parte de ejemplares jóvenes que, por inexperiencia, ignorancia e ingenuidad, no diferencian aún los problemas que les puede generar atacar al ganado. Por otra parte, la disminución del número de individuos de un clan familiar lo vuelve menos eficaz en la depredación de especies silvestres que, como en el caso del ciervo o el jabalí, por tamaño y capacidad de defensa, resulta compleja y hasta peligrosa para el propio lobo.



Esta situación predispone a estos grupos que han perdido una parte significativa de sus efectivos a buscar presas menos complicadas, como el ganado que apenas se defiende y tiene limitada su capacidad de huida en muchas ocasiones. En definitiva, matar lobos debilita a los clanes familiares y los vuelve más propensos a atacar al ganado doméstico. No son pocos los estudios científicos que coinciden en que en situaciones normales las manadas de lobos prefieren consumir presas salvajes, aunque su disponibilidad sea inferior a las domésticas, evitando así entrar en conflicto con el hombre. 





Teniendo como horizonte irrenunciable que el mejor método de evitar daños es adoptar medidas de protección y vigilancia, estudios científicos señalan que solamente la extinción total o el casi exterminio de la población (lo que hoy en día sería una aberración completamente ilegal) serían capaces de reducir sustancialmente los ataques al ganado, y nunca de un modo definitivo, dado que una parte muy importante de esos daños son provocados por perros y no por lobos, como así lo atestiguan diversos informes y más de una noticia en los periódicos, aunque estos muestren una clara tendencia al sensacionalismo y prefieran retratar al lobo depredador en vez de al perro sin control. No hay mejor ejemplo ni más cercano que el del Reino Unido, donde no existe el lobo y sin embargo mueren por ataques de cánidos varias decenas de miles de ovejas cada año. Los perros de los cazadores en unas ocasiones, los abandonados o desatendidos en otras, y hasta los de los propios ganaderos en muchos de los sucesos son los responsables de gran parte de los ataques al ganado achacados al lobo. En las últimas décadas, además, hemos podido comprobar que los controles poblacionales dirigidos por las administraciones para, supuestamente, reducir los daños a la ganadería en, también supuestamente, momentos excepcionales, en realidad no reducen los mismos, dado que no son nunca selectivos ni dirigidos a los ejemplares concretos que puedan ser responsables reales de los daños. Se eliminan, pues, de esta forma especímenes de manera irresponsablemente aleatoria con el único fin de calmar los ánimos entre los ganaderos, aún a sabiendas de que este proceder no podrá nunca alcanzar los objetivos perseguidos, ya que los ejemplares eliminados serán sustituidos por otros, porque los individuos conflictivos no tienen por qué haber sido los eliminados cuando se hace de modo aleatorio, y porque reducir el "músculo" de las manadas mediante la ejecución de algunos de sus miembros puede derivar, como ya hemos indicado, en su incapacidad para alimentarse de presas salvajes difíciles de capturar. 


Con todo lo visto hasta aquí, nos podríamos preguntar ... ¿por qué, entonces, se sigue adoptando como única medida de gestión la ejecución de ejemplares?, ¿por qué se sigue pensando solo en esa única medida que la experiencia ha demostrado completamente ineficaz y que no ha sido capaz en todos estos siglos de atajar el problema?, ¿Por qué se siguen matando ejemplares si esta persecución no evita nuevos ataques al ganado?


Con todo lo visto hasta aquí y asumiendo que lo que se pretende realmente es disminuir este conflicto enquistado desde tiempos inmemoriales hasta hacerlo desaparecer, podríamos preguntarnos también ...¿no tenemos ya suficiente experiencia como para darnos cuenta de que hay que cambiar de estrategia?, ¿somos de verdad los seres humanos tan estúpidos que nos vemos incapaces de asumir nuestro fracaso con este modus operandi?, ¿somos los hombres de verdad tan ignorantes, torpes o insensatos que no somos capaces de comprender que de esta manera no vamos nunca a solucionar nuestro problema de convivencia con el lobo, y mucho menos aún en la actualidad cuando la sostenibilidad de la naturaleza es algo irrenunciable socialmente?

¿Somos de verdad seres tan obtusos y poco inteligentes?, ¿cómo podemos cerrar los ojos así ante las evidencias?

Quizás la respuesta a por qué seguimos empeñados en matar en vez de en "pensar" la encontremos en el propio egoísmo humano y en nuestro egocentrismo, que nos hace llegar a creernos el centro del universo, a pensar que la naturaleza está ahí única y exclusivamente para nuestro servicio, y en la evidencia de que cualquier choque de intereses con otros seres vivos solo lo sabemos resolver con su eliminación y exterminio, ya sean animales o plantas, extirpándolos de la naturaleza.

O quizás la respuesta a por qué seguimos empeñados en matar en vez de en "pensar" la encontremos en nuestra insensibilidad al sufrimiento animal, en nuestra ceguera cultural respecto del dolor ajeno, en que quizás llevemos cargado en el ADN esa falta de empatía que hace que la muerte y el exterminio de las especies no nos afecte ni moral ni espiritualmente.

O quizás la respuesta a por qué seguimos empeñados en matar en vez de en "pensar" la encontremos en que la nuestra es una sociedad históricamente (y por desgracia para el planeta y para nosotros mismos) masculinizada, que si por algo se ha revelado a lo largo de la humanidad es porque el género masculino parece saber resolver los problemas solo mediante la violencia, poniendo encima de la mesa la testosterona en vez de las neuronas. Nuestro mundo ha sido y es gobernado por el género masculino y la gran carga de agresividad de la que hace ostentación parece que invita a aquel a resolver cualquier conflicto de convivencia con el resto de seres vivos del planeta de una única manera: mediante su eliminación.


Y ahora entenderéis por qué comenzaba diciendo que el caso del lobo era especial. Lo que lo hace especial es que sigue siendo el único depredador apical del planeta que continúa siendo objeto de una persecución real y mediática implacable, y en cierto modo absurda según los planteamientos que hemos visto en esta entrada. Si exceptuamos obviamente a los cazadores para quienes, sin duda, sería todo ventajas, actualmente nadie en su sano juicio contemplaría con buenos ojos la persecución y muerte de los grandes felinos africanos, asiáticos o americanos (tigres, leones, pumas, jaguares, leopardos de las nieves), o de los grandes depredadores marinos (orcas, cachalotes, tiburones). Sin embargo, a los lobos, a pesar de ser el depredador apical de nuestros ecosistemas, se les sigue aplicando en la actualidad una gestión letal que no difiere mucho de la que han venido sufriendo desde siempre, siendo promovida además por las propias administraciones autonómicas con la connivencia del ministerio competente, lo que no deja de ser asombroso en pleno siglo XXI, y pareciéndose mucho a la época de las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos y Protección de la Caza. Y esta gestión letal es aplicada con todos los métodos posibles -legales e ilegales- allí donde sobrevive, independientemente de que produzca o no daños al ganado y de que exista por ello conflicto social o no, algo que no deja de herir profundamente la sensibilidad de esa parte de la población española que desea la conservación de los lobos, y que no hace sino ahondar aún más la brecha ideológica y emocional entre los detractores de la especie y sus defensores. No podemos por menos de hacer hincapié en que las cifras conocidas de lobos muertos por furtivismo -como las que aparecen en el informe "Por la convivencia del hombre y el lobo, aproximación al balance de mortalidad no natural del lobo ibérico"- son, sin duda, mucho más reducidas que las producidas realmente, ya que como acciones punibles que son nunca llegan a ser conocidos públicamente la inmensa mayoría de estos hechos. Asusta pensar en el número real de lobos que cada año mueren ilegalmente en nuestro país y el vecino Portugal, algo que impide su expansión a nuevos territorios y que justifiqua el estancamiento que sufre la especie desde hace más de dos décadas.

Continúa dando igual su papel ecológico en el medio natural, vital para no desequilibrarlo más de lo que ya lo está. Y continúa dando igual que en muchos lugares el conflicto social sea mínimo. Y la sociedad contempla sin censura su persecución con la benevolencia que da la costumbre de siglos y milenios de pensar en ella como único planteamiento y, además, de décadas de demagogias y mentiras. ¿Os imagináis gestionar la población de esos tigres siberianos que mencionaba más arriba o de los jaguares amazónicos mediante la explotación económica de su caza deportiva?, ¿os lo imagináis con el león africano o el puma?, ¿o con el leopardo de las nieves en las grandes cordilleras asiáticas? Seguro que no, a todos nos parecería como mínimo repulsivo. ¿Por qué entonces con el lobo sí?

Porque con el lobo la sociedad "civilizada" se ha olvidado por completo del papel fundamental que ostenta en los ecosistemas como regulador principal de esa cascada trófica, y lamentablemente se ha normalizado su muerte, incluso sin necesidad de justificar daños a nuestros intereses económicos, sino por mera y simple diversión, lo que es, si cabe, más grave aún. Y esto, señores, provoca irremediablemente unas consecuencias negativas en el medio ambiente y un clima de enfrentamiento y confrontación constante entre defensores y detractores de la especie. Nos guste o no, así solo se enquistan los conflictos y la brecha social entre unos y otros.

Y nos guste o no, así solo estaremos confirmando que distamos mucho de ser la especie más inteligente del planeta.

NOTA: Como en anteriores entradas, las imágenes de lobos que se ven en esta ocasión están tomadas en el Centro del Lobo Ibérico de Robledo, y están obtenidas, por lo tanto, en condiciones controladas. Las de ganado ovino y perros guardianes pertenecen al rebaño de mi familia, y están tomadas algunas de ellas mientras eran pastoreadas y atendidas exclusivamente por mí, o durante las trasterminancias que realiza el rebaño en varios momentos del año, con lo que quiero dejar constancia de que somos muchos los que, aún siendo profundos conocedores del mundo rural, estamos convencidos de la necedad de perseguir al lobo en pleno siglo XXI.

30 de noviembre de 2020

Y sigue el goteo ...

 ... de ejemplares muertos de oso pardo (Ursus arctos) en nuestro país. Coincidiendo con la temporada de caza dos hembras de oso han caído el mismo día bajo los disparos de sendos cazadores, una en los Pirineos y la otra en la montaña palentina.


La osa Sarousse lo hizo ayer domingo 29 de noviembre en un valle del Pirineo oscense, lo que suma el tercer ejemplar de esta especie muerto en esta cordillera en lo que llevamos de año, tras la muerte el 9 de abril en extrañas circunstancias del macho Cachou en la vertiente española y de otro ejemplar más en la vertiente francesa con varios disparos de arma de fuego. Cabe reseñar que el miércoles 18 de noviembre, siete meses después de la muerte de Cachou, fue detenido y posteriormente puesto en libertad con cargos un agente forestal del Conselh Generau d'Aran acusado de un delito contra la fauna, otro de prevaricación y uno más de revelación de secretos, relacionados con la muerte de dicho animal, algo que tiene pocos precedentes en nuestro país, donde siempre ha salido gratis matar a esta especie. La muerte de este último ejemplar de oso en los Pirineos, la vieja osa conocida como Sorousse, tuvo lugar durante el transcurso de una batida al jabalí, modalidad cinegética que se ha demostrado en ya demasiadas ocasiones trágica para la especie, pero que se sigue practicando sin remordimiento alguno en todo nuestro territorio nacional, independientemente de que se conozca en la zona la presencia de las especies protegidas más emblemáticas de nuestra fauna, como en el caso de los propios osos pardos en el norte de nuestra geografía, o de linces, buitres negros, águilas imperiales, reales o perdiceras en el resto de la península, e incluso durante la temporada reproductora. Nunca nos cansaremos de criticar abiertamente estas modalidades cinegéticas debido al estrés brutal que provoca en todas las especies animales que puedan vivir en la zona sobre la que se practica la batida, el gancho o la montería.


Por su parte, también caía ayer víctima de otro cazador una hembra de oso pardo del reducido núcleo oriental de la especie, en el término municipal de Cervera de Pisuerga -en la montaña palentina-, durante el transcurso de otra cacería al jabalí, ¡cómo no!, la enésima que acaba de esta trágica manera. Y esto sucedió a pesar de que en esta ocasión la partida de caza estaba acompañada por dos celadores ambientales y un miembro de la Patrulla Oso de la Junta de Castilla y León, lo que parece indicar que alguna sospecha de la presencia de ejemplares había, aunque la Junta haya anunciado que en los días previos se rastreó la zona y no se había podido constatar este hecho. Yo, personalmente, no me lo creo dado el historial que arrastra tras de sí la siempre judicializada Junta de Castilla y León en materia medioambiental, y la lamentable trayectoria que ostenta del más profundo desprecio a nuestro patrimonio natural.

Este nuevo suceso ocurre en uno de los sumideros de osos pardos más vergonzosos de nuestro país: la Reserva Regional de Caza de Fuentes Carrionas, donde en las últimas décadas no han dejado de aparecer cadáveres de osos muertos por disparos y veneno a pesar del pequeño número de individuos con que cuenta, que durante varias décadas estuvo limitado a dos o tres decenas. La diferencia en el número de ejemplares muertos en este núcleo oriental -que cuenta con unos 50 ejemplares en la actualidad- es muy poco significativa respecto de los osos muertos en el vecino núcleo occidental, que mantenía una población de aproximadamente 280 ejemplares en 2018. Es verdaderamente escandaloso que Parques Naturales como este de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre-Montaña Palentina, sean a la vez Reservas Regionales de Caza, en donde la muerte de la fauna por diversión se prioriza sobre el uso conservacionista del mismo espacio físico. No hay palabras para explicar este sinsentido y debería sonrojar a la propia Consejería de Fomento y Medio Ambiente si tuvieran un mínimo de dignidad. Y ya que estamos con este asunto, no estaría demás que, al igual que a los cotos privados de caza se les sanciona con un número determinado de temporadas sin poder realizar actividades cinegéticas cuando en su interior se cometen delitos contra la fauna, como por ejemplo el uso del veneno, a las propias Reservas Regionales de Caza se les aplicara un protocolo similar cuando en su interior ocurren sucesos tan graves como el de Fuentes Carrionas.


Este espacio natural protegido se ha convertido desde hace muchas décadas en un territorio muy peligroso para el oso (y otros animales como el lobo), donde la caza por diversión y el furtivismo están realizando estragos en la reducida población osera del núcleo oriental. Cuando el ejemplar muerto es además una hembra, la gravedad se multiplica exponencialmente, representando un duro golpe para su recuperación. Y esto es así por la desproporcionada relación que existe en la subpoblación oriental entre machos y hembras. La sex ratio se inclina abrumadoramente a favor de los machos respecto del género opuesto. En las últimas temporadas se han venido reproduciendo del orden de seis osas en este núcleo, lo que representa un porcentaje muy pequeño con respecto del número de machos existente. Esto tiene dos consecuencias directas: en primer lugar el alto riesgo de infanticidio que emana de la gran densidad de machos dispuestos a aparearse con tan pocas hembras, derivando en un evidente menor éxito reproductor. Y en segundo lugar, dificulta la expansión de su área de distribución, impidiendo así la deseada conexión con la subpoblación occidental que evitaría los riesgos de la consanguinidad. Esto sucede por la marcada "filopatría" que presentan las hembras de esta especie, que hace que las osas jóvenes se queden en las proximidades de sus lugares de nacimiento una vez alcanzada la madurez sexual, provocando una gran lentitud en la ampliación de su área de distribución.


Pero no nos engañemos, el problema que la práctica de la caza acaba provocando en la población osera de la Cordillera Cantábrica y el furtivismo desaforado que encontramos en ambas vertientes montañosas, ocupadas por ya demasiadas Reservas Regionales de Caza (las de Fuentes Carrionas, Riaño y Mampodre en Castilla y León, y hasta 11 más en la vertiente asturiana que afectan a prácticamente la totalidad de la vertiente norte de la cordillera, casi sin interrupción) perjudica por igual a los dos núcleos oseros, como ya vimos en una entrada del blog publicada este verano y titulada "Osos: venenos, lazos y tiros". Nos encontramos ante un problema sistémico en la cordillera, donde caza y furtivismo están íntimamente ligados a esta magnífica espina dorsal, y en donde limitar la primera y luchar contra el segundo parece hoy en día un objetivo difícil de alcanzar.

Estas dos osas no serán los últimos ejemplares de oso pardo que morirán en nuestras montañas ante la desidia de nuestras administraciones, que se ponen de perfil ante un serio problema de conservación, como si las cuestión no fuera con ellos. Hoy por hoy, tocar la caza parece tarea imposible y perseguir el furtivismo una verdadera quimera.

ÚLTIMA HORA: cuando ya han pasado más de una semana desde que publiqué esta entrada, me hago eco del levantamiento del sumario decretado por la jueza que investiga la muerte del oso Cachou, para lamentar que el delito fue premeditado y estudiado con detenimiento. Este caso ha puesto de manifiesto la existencia hasta de un grupo de WhatsApp denominado Plataforma Antioso compuesta por un gran número de personajes (llegó a contar con casi 150 miembros), algunos de los cuales incluso tenían o habían tenido (como el detenido) cargos de responsabilidad en el Consell d'Arán que gobierna en El Valle de Arán, incluido el presunto cabecilla de la trama. Cachou fue envenenado con anticongelante presuntamente por un investigado que trabajaba como funcionario de Medio Ambiente, cuyas funciones eran precisamente el seguimiento de los osos, y que tenía por lo tanto acceso directo a la localización exacta de los animales radiomarcados. Incluso habría bravuconeado en alguna ocasión diciendo que lo envenenaría de esta manera.

Solo esperamos que todo el peso de la Ley recaiga sobre todos los responsables del envenenamiento y sobre sus encubridores.

28 de noviembre de 2020

Política, ideología y fantasía

Que la política lo impregna todo en nuestras vidas lo sabemos a la perfección. Que la ideología al final afecta a la conservación de nuestro medioambiente en función de intereses políticos y de partido es algo sobre lo que tampoco es necesario insistir demasiado. Y que la fantasía es, además, la base de la demagogia habitual en las declaraciones que hay detrás de esos intereses políticos, ideológicos y partidistas tampoco tiene mucha discusión. Si a ese cóctel le añadimos argumentos económicos ya tenemos montado el collage en el que se desenvuelven nuestras administraciones en la gestión de los intereses del bien común.

Hace unos pocos días nos desayunábamos con la noticia de que el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico había paralizado la tramitación administrativa iniciada en 2019 por la cual se iba a incluir toda la población de lobo ibérico en el Real Decreto 139/2011 que desarrolla el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, así como el Catálogo Español de Especies Amenazadas. Esta solicitud se basaba en el Dictamen de Comité Científico del propio Ministerio, que así lo aprobaba indicando que "Se recomienda la inclusión de todas las poblaciones de lobo ibérico en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial". Lo curioso del caso es que este renuncio del Ministerio se enmascara con el borrador de una nueva Estrategia para la Conservación y Gestión del Lobo en España, en la que "... propone homogeneizar el estatus de protección de la especie a nivel nacional, incluyendo a todas las poblaciones españolas en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, y unas líneas de acción prioritarias para que la gestión y conservación del lobo sea coherente en todo el territorio español, ...", reconociendo implícitamente que la gestión que nuestro país hace de este animal tiene de todo menos de coherente.

Recordemos que en Castilla y León, Cantabria, Galicia y La Rioja se la maneja como una especie cinegética más, al contrario que en Asturias donde no lo es, pero donde su población es controlada muy intensamente por parte del personal del Principado, haciendo gala de que será un Paraíso Natural solo si interesa y según para qué especies de nuestra fauna, con Programas de Control anuales verdaderamente duros con la especie. Por su parte el País Vasco, donde siempre ha sido un sumidero por su política de "Territorio Libre de Lobos", está protegido por el Catálogo Vasco de Especies Amenazadas, aunque no cuenta todavía con ningún Plan de Conservación y se la "controla" también de un modo riguroso impidiendo de facto su asentamiento en la comunidad. Extremadura, Andalucía y Castilla-La Mancha, que han contado hasta hace muy pocos años con poblaciones residuales, hoy extintas, no cuenta tampoco con Planes de Conservación alguno. En el resto de comunidades españolas o no está incluido en ningún catálogo de especies protegidas o aparece como "Extinto". Por último, y como para demostrarnos que nuestra legislación sobre la conservación de la especie es un caos vergonzoso, Portugal (no podemos obviar que se trata de una única población que no entiende de fronteras administrativas) lo regula dentro de la máxima figura de protección, siendo catalogado "En Peligro de Extinción". Un lobo portugués, protegido con la máxima figura en el país vecino, puede ser abatido en Zamora o Galicia sin mayor problema, como así sucede en más de una ocasión. Si esto no es un descontrol, decirme entonces qué es.


¿Pero qué significa formar parte de este Listado y Catálogo?. Transcribiendo el texto del Real Decreto 139/2011 "... en el Listado se incluirán las especies, subespecies y poblaciones merecedoras de una atención y protección particular en función de su valor científico, ecológico, cultural, singularidad, rareza o grado de amenaza, así como aquellas que figuran como protegidas en los anexos de las directivas y los convenios internacionales ratificados por España" Este caso es el del lobo, que figura en el Anexo II -Especies de Fauna Estrictamente Protegidas- del Convenio de Berna,  que nuestro país ratificó en 1986, aunque incluyendo de modo específico al lobo en el Anexo III -Especies de Fauna Protegidas-. Cuando este convenio fue actualizado dos años más tarde España no realizó ninguna indicación u observación al respecto de esta especie, por lo que según algunas interpretaciones pasó a estar incluida en el Anexo II. Sea como fuere, esté incluida en el Anexo II o en el Anexo III, lo cierto es que la inclusión en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial y en el Catálogo Español de Especies Amenazadas es un mandato europeo administrativo que España está obligado a concluir. Y este Ministerio ha paralizado el trámite ya iniciado para, simplemente, decir que hay que hacerlo. De vergüenza.

Y más allá de todo esto ¿qué implica formar parte del mismo? Pues simple y llanamente que no se puede gestionar a la especie matándola, ni mediante la caza deportiva por diversión, ni con controles letales de manera predeterminada como se hace en Asturias. La gestión de numerosas especies se basa en la inclusión del taxón en cuestión en uno u otro listado, y solo a partir de estos Catálogos se pueden elaborar supuestas estrategias con contenido. La nueva "Estrategia para la Conservación y Gestión del Lobo en España" elaborada por el Ministerio no tiene ningún valor normativo o jurídico, ni obliga a las comunidades absolutamente a nada. Es solo un regalo envenenado para quien crea que la conservación "coherente" del lobo en España está mas cerca. Un escaparate vacío de contenido para contentar a unos y acallar a otros. Las principales Comunidades Autónomas con presencia del gran cánido no están ni obligadas ni dispuestas a cambiar su gestión de la especie, por lo que la citada Estrategia es más "papel mojado" sobre la misma. Y valgan como ejemplo las declaraciones de Javier Brea, diputado del PP de Asturias, en las que tira del catálogo de frases hechas, demagogas, fantasiosas y manipuladoras: que si la protección del lobo "... pone en riesgo el mantenimiento de la ganadería en Asturias...", que si "... la especie que estará en peligro será el ganadero ...", incitando al enfrentamiento entre conservacionistas y mundo rural diciendo que sería "... plegarse a los intereses de los ecologistas ...", o que los ganaderos " ... sacrifiquen su ganado en pro de los caprichos de algunos colectivos que se creen con el derecho de gobernar en casa ajena", y habla de "empecinamiento ideológico". No tienen desperdicio sus declaraciones aparecidas en el artículo de prensa, aunque son simplemente más de lo mismo, mostrándose no solo radicalmente en contra de su inclusión en ningún listado, o haciendo propaganda de que la mejor gestión que se puede hacer de la especie es la cinegética, sino que incluso llega a afirmar la necesidad de establecer regiones libres de presencia del lobo, que es una manera eufemística de hablar de su exterminio en amplias regiones. Termina pidiendo al MITERDO que se mantenga firme en la paralización de su inclusión en el mencionado Decreto 139/2011.

Efectivamente, como podemos leer entre líneas, el Ministerio no ha tenido las agallas ni la responsabilidad que hay que tener para concluir un trámite administrativo ya iniciado, presionado por las Comunidades Autónomas más beligerantes contra protección del lobo -CyL, Galicia, Asturias y Cantabria, principalmente- que se deben a sus ideologías conservadoras, que hacen política de los conflictos inventados en busca de réditos electorales y que fantasean con las repercusiones de un problema amplificado, y a los que solo les falta argumentar sobre el riesgo que corre Caperucita en el bosque. 

No podemos por menos de lamentar que el MITERDO haya puesto el pie en el freno, y hasta nos produce hastío y cabreo a gran parte de los ciudadanos españoles comprobar cómo, otra vez más, los intereses generales en pro de la conservación ambiental se supeditan a otros intereses políticos. Y ha tenido tan pocas agallas el Ministerio para seguir adelante con la tramitación, que simplemente la pospone, dejando la patata caliente para otros que vengan detrás. Paraliza la inclusión en el listado para directamente proponer que se incluya. Sería cómico sino fuera porque ello va a suponer la continuidad de la gestión letal de cientos de lobos cada año en nuestro país.


La población situada al sur del Río Duero de Canis lupus signatus sí se encuentra incluida en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial y el Catálogo Español de Especies Amenazadas del citado Real Decreto, pero el resto de la población española se encuentra abandonada a la discreción política, ideológica y partidista de quienes gobiernan en base a acechanzas electorales, lo que provoca que un mismo lobo pueda ser indultado en un punto de nuestra geografía y ejecutado a un km de distancia. Coherencia y lógica en estado puro. 

Entre tanto, se siguen matando más y más lobos, se sigue promoviendo la caza deportiva de una pieza clave de los ecosistemas, se sigue fomentando el odio a la especie y el enfrentamiento entre mundo rural y conservacionista, en base a intereses políticos, ideológicos y de partido, y haciendo ostentación de la fantasía propia de quienes nos administran a golpe de demagogia y manipulación.

24 de noviembre de 2020

Luces de invierno

Un año más nos acercamos al encuentro de uno de los espectáculos naturales que marcan como un reloj la llegada del frío. Un imprescindible de cada invierno. Este año tan extraño me ha impedido disfrutar plenamente de algunos de los momentos más intensos que nos regala la naturaleza, y que cada año marco en mi calendario con una cruz, pero este al menos no lo podíamos dejar pasar por alto. A media tarde los bandos gigantescos de grullas revolotean nerviosos de unos campos a otros impregnando con su sonido inconfundible la tarde. Charlan entre ellas, ruidosas, elegantes, formando una algarabía inconfundible. Su trompeteos, que a mí me recuerdan a un llamativo burbujeo, invaden la atmósfera decadente de otro atardecer más en el azud. ¡Qué mejor disculpa para disfrutar de las delicadas luces que nos brinda el ocaso!, cambiantes, tenues, con suaves degradados. El cielo despejado nos indica que esta noche volverá a helar. 

Son los sonidos y las luces del invierno.

























NOTA: todas las imágenes se presentan con los encuadres originales, sin recortes y sin clonados de ejemplares en los bordes u otras manipulaciones.

6 de noviembre de 2020

A vueltas con la caza










Valgan las imágenes anteriores para hacer notar que somos muchos los ciudadanos (sin duda, mayoría) que no comprendemos cuál es la diversión que se puede encontrar en pegarle un tiro a animales tan bellos como los de las mismas, y que nos parece incomprensible que el mismo ser humano que se vanagloria de sus valores morales sea el que justifique el sufrimiento gratuito del resto de seres vivos de La Tierra para su simple diversión. Es obvio que el modelo de relación que tenemos con el propio planeta tiene que cambiar si queremos sobrevivir a la terribles consecuencias que nuestra desafección está provocando, algo que incluso en estos tiempos de pandemia muchos negacionistas no acaban de comprender. Disfrutar matando y haciendo sufrir a nuestros compañeros de viaje no tiene justificación moral alguna en nuestros días para una gran mayoría de la sociedad.

Pero hoy no voy a hablar de las disyuntivas morales que implica esta afición en la actualidad. Tengo que reconocer que en mis años de juventud era mucho más permisivo y condescendiente con la caza deportiva que en la actualidad, no sé muy bien si por la patente falta de información al respecto en aquellos años, o por la numerosa que ahora recabo. Si lo normal es que con la suma de los años los seres humanos nos volvamos más tolerantes que en aquella dorada juventud cuando nos queríamos revelar contra el mundo y contestar sus superficialidades, sus formalidades, sus normas establecidas y sus costumbres, en este tema suele pasarle a muchos naturalistas justamente lo contrario. Nos hemos vuelto mucho más contestatarios con los años. Una buena explicación a este curioso hecho lo podemos comprender leyendo entre líneas en aquella entrada que ya realizara en su momento (28/junio/2017) sobre los aspectos negativos de esta actividad, socialmente considerada por muchos como "deportiva" y que titulé Caza y biodiversidad. En aquel post hacía un repaso a los motivos por los cuales la actividad cinegética deportiva tendría que ser regulada de un modo mucho más restrictivo, con importantes limitaciones y muchas más prohibiciones si queríamos luchar contra la pérdida de biodiversidad del planeta, por una parte, y contra las nuevas problemáticas sociales que nos plantea en la actualidad, por otro lado. En una de estas últimas cuestiones nos vamos a fijar en este nuevo capítulo, pues nos afecta de un modo directo a muchísimos ciudadanos que hacemos uso y disfrute de la naturaleza mediante otras muchas prácticas, esta vez sostenibles, debido a la coacción que supone el desarrollo de la caza para nuestras propias actividades, y de un modo mucho más directo aún cuando el resultado del encuentro se salda con lesiones o muertos. 

Vamos a hablar de los accidentes de caza.

En aquella entrada utilizaba apenas el párrafo que transcribo a continuación para hablar de esta cuestión: 

"También podríamos mencionar los propios peligros que para cualquier persona implica que miles de armas potencialmente mortales se paseen por nuestros campos en manos de gente a la que no se les exige una rigurosa cualificación para portarlas. Así lo demuestra la media de fallecidos por arma de fuego durante la práctica de la caza que nos ofrecen las estadísticas en España, y que es superior a los 20 muertos anuales, a los que habrá que sumar los centenares de heridos que se producen cada temporada. Se vuelve incuestionable la peligrosidad de esta actividad que afecta no solo a los propios cazadores sino, en muchos de los casos, al resto de usuarios de la naturaleza. Somos mayoría los que también nos preguntamos por qué no se aprueba por Ley la prohibición de ingerir alcohol para todo aquel que vaya a empuñar un arma de caza y por qué no se generalizan de una vez por todas rigurosos controles de alcoholemia a los practicantes de esta actividad de riesgo, para preservar así la integridad física de todos los usuarios del medio natural, incluida la de los propios cazadores -recordemos que varios miles de ellos, además, son menores de edad de entre 14 y 18 años (en España algo más de 13.000 niños tienen licencia de armas). Si a la sociedad le parece lógico hacerlo para alguien que tiene un volante entre las manos, ¿qué problema habría para quien sujeta un arma cargada?"

Sin embargo, este año 2020, y a pesar de los meses de confinamiento domiciliario, las estadísticas se han disparado: 605 personas víctimas de un disparo por arma de fuego durante la práctica de la caza, 51 de las cuales fallecieron. Resulta una verdadera barbaridad que nos debería hacer reflexionar como sociedad si tenemos en cuenta, además, primero, que estas cifras se han alcanzado en solo 9 meses -desde el 1 de enero al 6 de septiembre-, segundo, que no todo el año ni en todo el territorio se puede cazar y, tercero y último, que no están incluidos en esos números los siniestros ocurridos en Cataluña o el País Vasco. 

Estas devastadoras cifras las sabemos gracias a una pregunta que el senador de Compromís, Carles Mulet García formulara al gobierno a finales de agosto, y que fue respondida con el correspondiente informe. Es una lástima que en este documento no se explique con números también cuántas de esas víctimas eran igualmente cazadores (obviamente la mayoría) y cuántas eran ciudadanos que en su libre derecho de disfrutar del medio ambiente o durante la realización de actividades profesionales o de otro tipo, coincidieron desafortunadamente en el espacio y en el tiempo con una partida de caza, lo que les resultó fatal. Estoy convencido que se pueden obtener interesantes respuestas del análisis de los datos de dicho documento, pero me centraré solo en unas cifras que me llaman poderosamente la atención. Por un lado, el hecho de que algunas provincias acumulen un número de siniestros significativamente superior al del resto. Por ejemplo, las más de dos decenas de víctimas de un disparo ocurridas en Albacete, Asturias, Badajoz, Cáceres, Córdoba, Cuenca, Jaén, Sevilla y, sobre todo, Ciudad Real con medio centenar, y Toledo con 67 personas tiroteadas. No menos llamativa es la barbaridad de 4 fallecidos en Orense, 5 en Asturias y 6 nuevamente en Toledo. También me llama la atención que en ninguna de las provincias haya habido 0 siniestros, en todas ellas han ocurrido al menos algún accidente de caza. No menos llamativo es el que las mujeres víctimas de un disparo durante la actividad cinegética representen un número significativamente pequeño -15, de las cuales 3 de ellas lo fueron también en Toledo- respecto al de los varones accidentados (590), algo que tiene mucho que ver con el machismo y la supuesta virilidad que para el género masculino representa el uso de las armas y la propia violencia como medio de diversión o de resolución de problemas. De todos estos accidentes en 2 ocasiones el autor del disparo ha sido un menor de edad, una de las cuales tuvo lugar nuevamente en Toledo, provincia que se despega de las demás como "especialmente peligrosa". Además, 17 fueron los menores que recibieron algún disparo accidental durante la práctica de la caza -1 de los cuales falleció en Valladolid-, lo que no debería dejar de hacernos reflexionar en profundidad. Todavía me enervo cada que vez que recuerdo las jornadas escolares que la Junta de Castilla y León subvencionó para fomentar la caza entre nuestros chavales fruto de un convenio con la Federación de Caza Castellano-Leonesa, cuyo Presidente criticó duramente lo que él consideraba restrictivas normas relativas a la concesión del permiso de armas a menores.

Por poner solo algunos ejemplos, a amigos míos y a mí nos ha silbado alguna bala muy cerca, segundos antes de que un jabalí cruzara corriendo en medio de un robledal, perseguido por varios perros a escasísimos metros de nuestro grupo de excursionistas, y sin que mediara señalización de caza alguna. Me han sonado escopetazos a escasas decenas de metros mientras yo permanecía escondido en mi hide haciendo fotos de fauna. O me han llegado los perdigones a los pies, clavándose alrededor mío como flechas en el limo de un pantano cuando cazadores desde la orilla contraria han disparado sus escopetas contra unos patos. He recibido desairadas palabras de cazadores malhumorados que con sus perros de muestra atravesaban jarales inmensos solo porque mi compañero y yo le espantábamos la caza hablando en alto (precisamente para que nos oyera con tiempo de evitar un accidente). ¿Y quién no ha visto cazadores con el arma cargada caminando junto a autovías o carreteras, o a distancias relativamente cortas de algún núcleo habitado?

Sinceramente, y aún siendo un convencido de que la libertad personal debe primar por encima de cualquier cosa, no puedo por menos de plantearme la necesidad de limitar en cierta medida este pseudodeporte responsable cada año no solo del sufrimiento de tantas familias españolas, sino además de la generación de tantísimas secuelas medioambientales. Lo cierto es que su libertad personal, la de los cazadores, choca en multitud de ocasiones con la del resto de usuarios de la naturaleza. Quien salga de modo habitual al campo y no haya tenido alguna vez un encuentro "delicado" con la caza se debe dar por afortunado. Así, entre mi equipo de campo durante la temporada cinegética siempre va un chaleco reflectante y algún gorro de color llamativo para evitar entrar a formar parte de esas estadísticas odiosas que tanto miedo nos dan. Y me pregunto cómo nos hemos llegado a acostumbrar a salir al campo con estos temores, cómo hemos llegado a normalizar esta situación de peligro en pleno siglo XXI. ¿Es lógica esta situación?, ¿es justa?, ¿o puede ser en gran medida evitada?. Yo creo que sí, que una legislación mucho más restrictiva respecto de la adquisición del permiso de armas y la tenencia de las mismas, una vigilancia mucho más directa y estricta de las actividades cinegéticas en general, y la directa prohibición de ciertas modalidades de caza en particular, así como una reducción tajante de los lugares en los que esa actividad se puede seguir practicando es, no solo posible, sino necesaria y muy urgente en nuestros días, para evitar que los peligros inherentes a este mal llamado deporte nos sigan afectando a todos, incluidos, además, a los que no comulgamos con él. No podemos permitirnos seguir sumando cada año docenas de muertos y centenares de heridos por armas de fuego en siniestros similares. Son tragedias humanas que destrozarán familias y amigos y que afectarán, además, a mucha gente de alrededor de la propia víctima, sean o no del mundo de la caza.

Vista la evidente peligrosidad inherente a esta práctica comienza a ser normal que muchos ciudadanos nos hayamos ido volviendo menos tolerantes con el paso de los años respecto de lo que, al final, no es sino matar animales por diversión, y porque cuando peinamos canas muchos de nosotros dejamos de admitir su insostenibilidad en nuestros campos. Nuestra sociedad no puede por menos de alegrarse de que el número de licencias de armas de caza que cada año se expiden en nuestro país se venga reduciendo en cada ejercicio, como no podía ser de otra manera en una sociedad que quiera mirar hacia adelante. Si en 2017 hubo un total de 2.603.569 licencias de armas de tipo D -caza mayor- y E -escopetas de caza y armas de tiro deportivo-, al siguiente año se bajó a 2.596.547 (7.022 licencias menos) y el año pasado se redujo de nuevo a 2.576.495 (20.052 licencias menos). Poco a poco vamos en el buen camino, es cierto, pero ... muy despacio.

Demasiado despacio para un planeta que se desmorona ambientalmente con nuestro insostenible modo de vida y la suicida relación que mantenemos con él. Dos millones y medio de armas campando por nuestra geografía siguen siendo demasiadas y demasiado peligrosas para todos.