Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

25 de mayo de 2018

La sencillez del oportunismo

Aunque no sea lo habitual, en algunas raras oportunidades un esfuerzo reducido conlleva una recompensa muy superior a la esperada o, por lo menos, a la dedicación y trabajo que han sido necesarios para obtenerla. Porque, muy por el contrario, lo normal será generalmente madrugar de un modo intempestivo, o conducir hasta un enclave lejano, o cargar con un gran número de bártulos y trastos durante mucho rato, o simplemente dedicar muchas horas de espera hasta que aparezca el animal a fotografiar, en un trabajo arduo al que ya he aludido en otras entradas del blog. Solo el trabajo concienzudo y serio va a ser sinónimo, en el mejor de los casos, de recompensa y satisfacción; y a menudo ni siquiera eso. Sin embargo, y como para compensar el elevado esfuerzo desempeñado en esas jornadas en las que nos hemos vuelto para casa de vacío, en algunas sorprendentes ocasiones ocurre todo lo contrario, y con un despliegue sencillo de material y trabajo consigues regresar del campo con una amplia sonrisa dibujada en la cara.

Hace semanas que la primavera irrumpió con fuerza a golpe de chaparrones y lluvias persistentes que dejaron los paisajes intensamente saturados de verde. La explosión de amplios tapices de flores en nuestros campos parecía algo ya olvidado en esta reseca meseta, sedienta desde hacía muchos meses antes tras un otoño y un invierno rotundamente secos. Por fin los embalses se llenaron hasta necesitar soltar agua, agua que se llevó algunas porciones de las orillas del río (desprotegidas por la absurda acción del hombre empeñado en ajardinarlas, descuajándolas de su protección vegetal; aunque eso sea ya otra historia). Las aves comenzaron a desplegar todo su repertorio sonoro y la naturaleza se vio bruscamente inundada por la efervescencia de miles de criaturas que iniciaron al unísono su período de amoríos y cortejos. En aquellos días que parecieran ya lejanos, descubrí un campo cercano que se había tapizado repentinamente con una maravillosa alfombra de saxifragas blancas de porte pequeño. Perfecto por su altura para las abubillas (Upupa epops) que merodeaban por los alrededores buscando gusanos, larvas y pupas de pequeños insectos. Sin más protección que una red de camuflaje por encima y con la espalda apoyada en una gran piedra para soportar unas cuantas horas hasta el atardecer, con la sencillez que otorga el oportunismo las tres sesiones dedicadas a lo largo de una semana me depararon algunas fotografías que consiguieron ponerme esa cara de incrédulo ante la realidad. La sencillez de la oportunidad es posible. Existe.





Pasan las horas y el sol declina rápidamente, las luces se vuelven cálidas y agradables, e intensifican el tono dorado de las plumas color canela de la pareja de abubillas que deambula alrededor mío, en ocasiones a tan solo cincuenta o sesenta centímetros de mí. Me quedo entonces petrificado, completamente inmóvil y, sin girar la cabeza lo más mínimo, las miro de reojo durante largos minutos hasta que me duelen las cuencas de los ojos, temeroso de que un leve movimiento del camuflaje que me cubre las ponga en alerta y se marchen. Tranquilas ellas sin embargo, buscan comida por el suelo, a lo suyo, sondeando con sus largos y especializados picos. De vez en cuando revolotean por fin a un posadero, momento en el que una ráfaga de disparos suena como una suave e inofensiva metralleta en el prado. Puedo observar cómo el macho alimenta en varias ocasiones a la hembra tras extraer del suelo alguna larva rechoncha y nutritiva, lo que me permite distinguirlas entre sí, pues la hembra tiene despelujadas algunas plumas de la espalda-. Se la "camela" a base de regalos similares, para demostrarle que él es la pareja adecuada para sacar adelante una nidada. Otras veces el macho se planta firme en un lugar prominente y eleva su reclamo hueco a los cuatro vientos con su curioso movimiento del cuello, como si regurgitara algo, en un gesto tantas veces observado en la distancia.




En mi tercera y última tarde con las abubillas la pradera ya no presenta ni la mitad de flores que una semana antes. Sigue verde, por supuesto, pero estas delicadas plantas que eran mecidas suavemente por el aire, pierden sus pétalos velozmente. Unas pocas jornadas de calor han bastado para que cumplan su función polinizadora y se marchiten y desaparezcan casi por completo. El mullido tapizado blanco es ya un indeleble recuerdo en mis archivos digitales, como si una suave neviza primaveral hubiera visitado fugazmente la pradera. Habrá que cambiar a nuevos escenarios con otros terciopelos de colores, porque se agostan unos pero florecen otros. La primavera continúa, intensa, como hacía tiempo que no disfrutábamos; pero al igual que sucede con las flores, esta también pasa de un modo fugaz sobre nuestras llanuras y estepas.

NOTA: Imágenes en su formato original, sin recortes ni reencuadres.

4 comentarios:

  1. Te quedaron muy lindas. Saludos.

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    1. Muchas gracias por pasar y comentar; me alegra que te hayan gustado. Un saludo, Teresa.

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  2. magnifica serie,gran trabajo.un saludo

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    1. Gracias Ferreiro, me alegra que sean de tu agrado, aunque yo suelo ser excesivamente crítico con mis imágenes, lo cierto es que con estas he quedado moderadamente satisfecho.

      Un saludo

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