Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

23 de noviembre de 2018

Nuestro camino (III)

La mañana vuelve a estar pletórica, con un cielo azul impoluto. Hoy vamos a tomárnoslo con calma, no hay prisa, no va a haber que cargar con pesadas mochilas y no hay que darse ninguna paliza. Vamos a aclimatar en las laderas del Nangkar Tshang, cumbre rocosa de cinco mil quinientos diez y seis metros (según nuestro mapa), que domina Dingboche a vista de pájaro y que representa un magnífico mirador sobre las montañas que nos rodean. El día está espléndido y estar rodeado de este ambiente rotundamente alpino nos embriaga. Eufóricos, partimos sin pisar el acelerador por una cuerda empinada sembrada de banderines. Sobrepasaremos por primera vez en el trekking los cinco mil metros, hasta una altura un tanto imprecisa, de aproximadamente cinco mil cien. La verdadera cumbre del Nangkar Tshang queda al final de una arista rocosa demasiado abrupta, por lo que nunca se sube a ella. Subiremos, pues, despacio, buscando mejorar nuestra adaptación a la altitud.

Abajo queda cada vez más pequeñito el grupo de casas, lodges y parcelas cultivadas del pueblo. Ganamos altura bajo la atenta mirada de un magnífico elenco de cumbres: el Kantenga, Lothse, Tanserkhu, la maciza mole del Makalu, el afilado Ama Dablam sobre su lago arriñonado, el Taboche, Cholatse, ... El día no puede ser más perfecto, estando los cuatro juntos en este maravilloso mirador. Nos hubiera gustado permanecer aquí todo el día viendo pasar el tiempo y las nubes.









Enamorados del lugar, descendemos muy a nuestro pesar de las laderas del Nangkar Tshang y continuamos -tras quedarnos a dormir en Dingboche una segunda noche- con nuestra aproximación a Gorakshep, a donde llegaremos en otras dos etapas más, haciendo una noche intermedia en Lobuche. Si Dingboche ha sido de los lugares que más nos han gustado de todo el recorrido, sin lugar a dudas, Lobuche se lleva el honor de ser el peor de todos; tal es así que unos días más tarde, durante nuestro descenso, preferiremos bajar a dormir a Dhugla y perder doscientos metros de desnivel en dirección al Cho La Pass, antes que quedarnos a hacerlo aquí. Sea como fuere, los paisajes hasta llegar al pie del Everest no pueden ser más espléndidos. Caminamos boquiabiertos, alucinando a cada paso. Se siguen sumando cumbres, como el increíble Arakam Tse o el mismo Lobuche que da nombre al pueblo homónimo. Estamos rodeados de seismiles por los cuatro costados, a cual más grandioso, vertical y afilado. ¡Qué lejos han quedado los días de lluvia atravesando bosques subtropicales, con cielos nublados, subiendo y bajando caminos de escalones interminables! Estamos en la alta montaña, con un paisaje alpino verdaderamente hermoso, inmersos en espacios inmensos; rodeados de glaciares y crestas, de montañas míticas, históricas. Se me acaban los adjetivos para describir lo que se siente cuando se está rodeado de estos paisajes.






Nos sentimos pequeños bajo estas moles de roca y hielo. Seres insignificantes, minúsculos, capaces de dar la vida por mirar el mundo desde sus alturas, lo que nos recuerda el lado doloroso de la pasión por las montañas. El Memorial así nos recuerda lo rigurosa que puede llegar a ser la montaña, con demasiados nombres grabados en las piedras, nombres de famosos, unos, y nombres de desconocidos, otros; todos ellos apasionados por el alpinismo que nunca regresaron con sus familias y amigos.

Alcanzar Gorakshep es aterrizar en un rincón inhóspito del Himalaya donde sólo un puñado de especies animales han hecho de él su hogar. Chovas, acentores alpinos, perdigallos tibetanos, pinzones montamos de brant, camachuelos estriados o picas son algunos de los pocos animales que se pueden observar en estos parajes. Allí no hay pueblo, ni familias, ni niños, sino simplemente un grupo de lodges abiertos en temporada de trekking. A más de cinco mil metros no puede haber pueblos, no hay nada de lo que vivir. El glaciar del Khumbu se desliza valle abajo durante más de diez y seis kilómetros desde el Valle del Silencio y el Collado Sur, a los que no vemos, pero sentimos muy cerca. Nos quedaremos absortos mirándolo durante mucho tiempo, intentando comprender su esencia desde nuestra insignificante perspectiva. Su kilómetro amplio de anchura se nos escapa. Los sonidos casi telúricos de sus hielos rompiéndose y las piedras que ruedan continuamente por sus llambrías de hielo nos recuerdan que, como un ser vivo, se desplaza valle abajo. Es como si respirara. Su observación nos servirá de distracción cuando la nevada no pare de caer suavemente durante casi todo el día siguiente y buena parte de la noche, lo que nos bloqueará aquí un día extra.




Si la climatología extrema de la alta montaña nos ha atrapado en Gorak Shep dos noches seguidas, nos a servido al menos para estar un día de asueto paseando por los alrededores del lodge recuperando fuerzas. Tras el impasse, el amanecer del tercer día nos encuentra ya a media ladera en la ascensión al Kala Patthar. Muy de noche aún nuestro albergue ha sido un hervidero de susurros, linternas, pasos por los pasillos de madera y movimiento. Todos hemos salido para arriba a la luz de las frontales, y como si de una gran ascensión se tratara, una hilera de lucecitas serpentea por la ladera, en medio de la más absoluta oscuridad de la noche. Muy abrigados y con el nerviosismo de si el Everest se dejará ver completamente despejado, ganamos altura metro a metro ensimismados en nuestros pensamientos. La suave nevada de ayer está congelada a ambos lados del sendero, la atmósfera no puede ser más alpina. Cuando clarea las cumbres del Kantenga, Tanserkhu, Tabuche, Cholatse y Lobuche se tiñen con la luz rosada del amanecer, todas a nuestra espalda.


Delante y alrededor nuestro un espléndido arco de cumbres nos dan los buenos días. De entre ellas, las cimas Sur y principal del Everest emergen sobre una banderola de nubes que flota ingrávida sobre el Cown Occidental y la cascada de hielo, junto al Nuptse, el Changtse, el Khumbutse, el Lingtren o el Pumori. Abajo el glaciar del Khumbu se desliza cubierto de escombros imprimiendo austeridad al lugar; no hay verde, no hay pastos alpinos, solo rocas y hielo. No parece un lugar apto para la vida, y sin embargo su belleza es sublime. El Kala Patthar no es en realidad una cumbre, sino un punto alto a partir del cual la pedregosa cuerda se transforma en la extremadamente afilada y vertical arista Sur del Pumori. Sin embargo, sus más de cinco mil metros de altura y la sencillez de su ascenso lo convierten en el lugar perfecto para contemplar la cumbre del Everest.

Paulatinamente la mañana se va caldeando gracias a los vivificantes rayos del sol. Nosotros emprendemos entonces el descenso, pues hemos de recoger nuestros bártulos y continuar el camino. Las nubes se van formando como cada mañana y se aferran ya a las laderas de los picos. Bajamos satisfechos por haber subido a este excelente mirador y de haber disfrutado de la visión apabullante de Sagarmatha, la diosa vestida de blanco por las nevadas recientes, objetivo principal de nuestro viaje. Bajamos contentos, optimistas, con la tranquilidad de haber cumplido un sueño después de ya trece días de caminata.





Una vez recuperadas las fuerzas con un buen desayuno en el lodge de Gorakshep, rehacemos las mochilas y retomamos el camino. Nuestro siguiente objetivo será cruzar el famoso collado de Cho La Pass, también de más de cinco mil metros de altura y a través del cual se accede al valle de Gokyo. Retrocedemos, pues, sobre nuestras propias huellas valle abajo, pasando de largo por el poco acogedor enclave de Lobuche. Esa misma noche nos alojaremos finalmente en un lodge de Dhugla -regentado por un matrimonio encantador- y que se encuentra prácticamente vacío de turistas en estas fechas, y en donde solo coincidiremos con un gallego que se recupera aquí de un episodio de mal de altura. Tras esta noche de mero trámite, la ruta nos llevará a continuación a Dzongla por un camino sencillamente fantástico, cómodo y casi vacío de gente, pues únicamente veremos a unos yakeros con sus animales y a un japonés con su guía (o más bien a un guía con su japonés). Caminamos siempre bajo las atentas miradas del Tabuche, del Cholatse y del formidable Arakam Tse, que imprimen a esta jornada un salvajismo colosal. Nosotros a ellos tampoco les quitamos la vista de encima; las miradas son, sin duda, recíprocas.

Nos seguimos sintiendo verdaderamente pequeños rodeados de estas paredes tan grandes, verticales e inhóspitas.


Al fondo vemos ya nuestro destino en la jornada de hoy, a la izquierda de la imagen se vislumbran los tejados verdes de Dzongla. Escogeremos intencionadamente un lodge situado en un alto, con buenas perspectivas de las cumbres que nos han acompañado en la jornada, y en donde de nuevo estaremos nosotros cuatro solos. El vuelo potente de un juvenil de quebrantahuesos nos va a entretener la tarde, sobrevolando los tejados y llegándose a posar en una ladera a muy poca distancia de las casas, no sabemos muy bien buscando el qué. El panorama sobre el Ama Dablam y la salida de la luna ese atardecer despejado no lo olvidaremos nunca y serán el colofón de una jornada fantástica.






La mañana siguiente vuelve a saludarnos limpia y generosa. A las 6:30 a.m. del décimo quinto día de marcha emprendemos el trayecto hacia el collado. Caminamos solos, lo que nos seduce muy especialmente. Bastante por delante va un grupo con guía y porteadores que nos llevan por lo menos media hora de ventaja (luego, al adelantarlos en la bajada a Dragnag, resultarán ser unos españoles que conocimos en Gorakshep), y bastante por detrás de nosotros saldrán aún un par de personas más, quizás también a media hora de distancia. Eso será todo el trasiego que hoy tendrá el valle en esta mañana del veinte cuatro de septiembre, junto con un tercer grupo con el que, procedente del lado contrario, coincidiremos en el mismo collado.

Subir el Cho La Pass en este sentido resulta muy probablemente más agradable y cómodo que en sentido contrario, primero por la espectacularidad del soberbio paisaje que ofrece este valle, segundo por la menor distancia y desnivel a superar, y en tercer lugar y sobre todo porque el sol te va calentando desde el comienzo de la ruta, al contrario que desde la vertiente opuesta, donde la sombra y el frío son inevitables hasta muy avanzada la jornada. Se sube primero por praderas alpinas y cómodos senderos de tierra, siempre bajo la presencia imponente de la cara Norte del Arakam Tse. Después de serpentear por una morrena glaciar, el camino jalonado de hitos se arrima bajo las enormes paredes rocosas que cierran la cabecera del valle. La hierba deja bruscamente paso a las morrenas y los roquedos.



La entrada al reducido glaciar que antecede al collado nos resultará la parte más enrevesada del camino, incómoda y algo expuesta a algún que otro resbalón. Llegar por fin al collado supone tener al alcance de la mano nuestro segundo objetivo del viaje, es decir: alcanzar Gokyo. La mañana está soleada y, aunque las nubes se empiezan a formar rápidamente en las laderas de las montañas, a nosotros ya nadie nos puede quitar el placer de haber disfrutado de las vistas desde él. Nos sentimos satisfechos y orgullosos de todas nuestras decisiones, pues ellas nos han traído hasta este lugar. El descenso lo iniciamos sin tener claro aún si nos quedaremos a pernoctar hoy en Dragnag o si continuaremos hasta Gokyo, la flexibilidad es un arma con la que contamos cuando viajamos por libre. Las nubes bajas se van adueñando del paisaje y la bajada la hacemos muy rápida, primero por el incómodo pedrero que baja del mismo Cho La Pass (pienso en lo penoso que tiene que ser subirlo) junto a su característico arco de piedras marrón -fácilmente visible en tres de las fotografías siguientes- y después por una vallejada estrecha y angosta hasta el mismo grupo de lodges de Dragnag (o Thagnak). ¡Qué diferente a las vistas amplias y los grandes espacios de la subida al collado desde el lado Este!.

Al llegar, y tras consultar tiempos y comer en un lodge, optamos por continuar hasta Gokyo. Ya solo nos resta dirigirnos al que pasa por ser considerado como el glaciar más grande del Himalaya, el de Ngozumpa, y atravesarlo hasta alcanzar nuestro destino final por hoy, tras una jornada larga e intensa. Las nubes bajas y las nieblas espesas durante la travesía por el glaciar otorgan al lugar una atmósfera misteriosa que representa la guinda del pastel, el regalo final de una jornada espectacular que se nos quedará grabada para siempre en nuestra memoria. Hemos llegado a Gokyo. Será un nuevo punto de inflexión en este treking, pues desde él mañana iniciaremos el regreso a Salleri tras quince días de marcha.

Aunque no adelantemos acontecimientos, primero debemos subir al Gokyio Ri.









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