Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

13 de diciembre de 2019

Paisaje interior

El sol asoma por el horizonte una mañana más. Por fin.

Una neblina densa se extiende por el lugar como una sábana húmeda y fría que lo cubre todo a ras de suelo. Por encima, el cielo se encuentra completamente despejado. El potente bramido de los machos de ciervo los delata de entre las últimas sombras de la noche y las inesperadas brumas del alba. Están ahí, aunque nos los vemos, enarbolando sus grandes cornamentas, protegidos por las nieblas que nos impiden ver en la alborada a esos otros seres del bosque que a estas horas también deambulan ya hacia sus encames. Aunque no los vemos los imaginamos, los suponemos, caminando, olfateando el aire, escuchando los ecos del bosque, expectantes ante la posible presencia de ciervas en celo o, quizás, de depredadores hambrientos. Los percibimos, los sentimos. Sus berridos constituyen la mejor y más inconfundible sinfonía que nos regala la naturaleza al llegar cada otoño, con sus primeras lluvias. Nosotros, con nuestros teleobjetivos y nuestros telescopios, los esperamos, abrigamos la esperanza de verlos, a estos y a otros seres del bosque, más esquivos y más sigilosos; más perseguidos también.

Pasan los minutos y esperamos que levante la niebla y nos permita ver a unos y otros una vez más. Los hemos seguido con nuestras lentes muchas veces antes, pero siempre querremos observarlos en una nueva y última oportunidad; una más. La última, la penúltima vez más.

Hoy de nuevo formamos parte de este escenario, tantas veces visitado; y de estas vivencias, tantas veces sentidas. Hoy, de nuevo, nosotros formamos parte de aquel -del boque, del paisaje-, y ellas -las vivencias- ya forman parte de nuestros recuerdos, de nosotros.

Pero esta mañana la niebla dichosa no se levantará hasta ya demasiado tarde, cuando los noctámbulos de la noche se hayan encamado para pasar el nuevo día protegidos de las miradas humanas. No importará, la naturaleza es así, caprichosa; desvío, pues, el teleobjetivo hacia el despuntar del sol y busco las luces naranjas del amanecer, de ese amanecer que no se repetirá ya nunca más. Las copas puntiagudas de los pinos parecen germinar de entre la bruma matinal, como soldados de un ejército fantástico. Las busco, las encuadro, y disparo la cámara con mi quinientos. Inmortalizo este amanecer que la naturaleza nos ha regalado. Somos unos privilegiados por estar aquí viviendo estos instantes fugaces, formando parte de estos momentos vitales, alimentándonos de estos paisajes interiores.












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