Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

2 de agosto de 2020

La vieja caja nido


No soy amigo de hacer fotos de aves en sus nidos. Pueden incentivar a otros fotógrafos a hacer lo mismo, y las molestias que podemos causar en el entorno del mismo pueden dar al traste con la nidada en cuestión. A esto siempre puede haber excepciones, como en el caso de las colonias de aves marinas, en donde fotografiar (o simplemente observar) sus nidos desde lo alto del acantilado no representa ningún problema de conservación para las aves, allí congregadas por miles, al menos por regla general. Además, tampoco suele ser estéticamente bonita la fotografía de los pollos en un nido, sino más bien todo lo contrario, por lo que tampoco nos deben interesar estas tomas si lo que buscamos son imágenes hermosas de las aves (aunque a esto también encontramos sus excepciones). Quizás, el principal objeto que justifique fotografiar aves en nidos sea la de documentar este aspecto de sus biología.

Por si fuera poco, la fotografía de aves en nido que se practicó mucho en los albores de esta disciplina fotográfica pasó de moda hace muuuucho tiempo; afortunadamente para las especies, que han dejado de sufrir este tipo de incordio o incluso acoso.

 

En cualquier caso, fotografiar nidos debería, de hacerse, conllevar siempre la necesidad imperiosa y rigurosa de tener un total control sobre las posibles molestias que se les pueda causar, con el fin de abortar cualquier sesión si observamos que esas molestias se producen. En esto hay que ser siempre radical. Así pues, este tipo de fotografías solo deberían realizarse en circunstancias concretas, con un objetivo que lo justifique y por fotógrafos con suficiente experiencia naturalística como para realizarlas de manera totalmente segura para las aves.



Pero como decía arriba, siempre hay excepciones. Este año, tras el duro confinamiento que nos ha impedido disfrutar de la maravillosa primavera que se ha esparcido por nuestros campos, hemos llegado a un comienzo de verano con verdadera necesidad de naturaleza. Y esta a veces nos regala la oportunidad en bandeja. El corral de la casa del pueblo se transforma cada primavera y verano en un bullicioso hotel. Varios nidos de gorriones se instalan bajo los voladizos de los tejados, en la vieja chimenea que habéis visto en mi entrada titulada "Compañeros", entre las uralitas que dan sombra a la mitad del mismo o en el interior de la panera aprovechando los rotos de las bobedillas del techo. Las hierbas secas y restos de ramitas finas que emergen de los rincones más insospechados los delatan; los nidos están por todas partes. A menudo también los pollitos muertos caídos de sus nidos. Las tórtolas turcas, por su parte, crían sobre una caja nido que fabriqué hace unos años para los gorriones y que nunca fue usada, o sobre las cerchas metálicas que soportan las placas de fibrocemento blanco (lo que todos conocemos por el nombre de la marca que lo comercializó mayoritariamente en nuestro país: la uralita) o sobre el cráneo del carnero que preside el amplio corral (en estos momentos, con los pollos anteriores ya independizados, han iniciado una nueva puesta; no paran) y cuyas fotos podéis ver en esta otra entrada titulada "La exploradora". Los estorninos negros sacan adelante a su familia bajo un par de tejas rotas en un tejado. Y los mirlos lo hacen entre la maraña de hojas con que la hiedra cubre una de las paredes del jardín, y este año, además, en el enramado profuso de la wisteria de la pérgola.

 

Sí, el corral se llena de nuevos retoños reclamando comida. 

 

Este año, por si todos eso rincones fueran pocos, una pareja de gorriones comunes (Passer domesticus) ha utilizado por fin para criar una vieja caja nido que lleva colgada ahí de una pared desde hace años y que nunca había sido usada con anterioridad. Vieja caja nido recuperada del suelo de un pinar en un viaje por el centro de la Península y que este año ha vuelto a tener utilidad, al contrario que otra segunda caja que tampoco ha sido usada todavía y que ha permanecido varios años en la pared tapizada de hiedra. En próximo año tendrá otra ubicación a ver si alguna pareja de gorriones le saca algo de servicio.




¡Cómo resistirse a llevar una mañana el equipo y observar y fotografiar el comportamiento de los progenitores y de los polluelos! Me lo estaban pidiendo a gritos. Bueno, a piídos.


Que las aves estén acostumbradas a la presencia humana facilita la tarea de observarlas y también, como en este caso, la de fotografiarlas. La pareja de gorriones comunes (Passer domesticus) que han ocupado la caja nido situada en una pared del jardín nos ven deambular de un lado para otro, meter y sacar los vehículos, sentarnos bajo la pérgola, y trabajar aquí y allí (siempre hay algo que hacer, arreglar o mejorar). Si en la pareja de pardales que anidaron en la chimenea de la pared se observaba con claridad que el macho entraba a cebar muchas más veces que la hembra, quizás porque esta última desconfiaba de nuestra presencia en el corral, en esta otra familia también se pueden observar comportamientos cuanto menos curiosos. 



En la foto de encima vemos a la gorriona que me observa mientras yo estoy parado en el medio del corral con el trípode, atenta a si represento o no un peligro para ella y su descendencia. Aunque ceba sin perderme de vista, lo hace sin problema una y otra vez. Más bien el problema lo tiene con su propio partenaire, que por algún motivo la persigue cuando regresa a casa con comida -como vemos en la siguiente foto- para robársela y así ser él el que cebe a los dos pollos que asoman sus picos por el agujero de la caja.



Hasta en cuatro o cinco ocasiones al menos en el transcurso de las dos horas y media que estuve haciéndoles fotos, el macho parasitó a la hembra intentando robarle del pico la ceba que transportaba, algo que conseguía con relativa facilidad cuando se trataba de saltamontes, dado que estos voluminosos insectos sobresalían mucho de su pico. Imaginaros la escena: en cierta oportunidad llegó la hembra con dos grandes saltamontes. Como en otras ocasiones, el macho se abalanzó agresivo tras ella y con malas maneras intentó arrebatarle los insectos. La hembra, protegiendo sus dos capturas, tuvo que marcharse perseguida por su compañero, pero no una, ni dos, ni tres veces; hasta en cuatro ocasiones se vio obligada a huir hasta que finalmente el que regresó a la boca del nido fue el macho, esta vez sí, con el botín arrebatado. El padre inmediatamente cebó a los pollos con ambos saltamontes y se marchó a por más comida. Bueno, no os imaginéis la escena, verla:



En la foto superior la madre llega con los dos grandes ortópteros y comienza a cebar a uno de los pollos. La costumbre que tienen de tardar en soltar la comida dentro de las bocas de los pollos (hacen como varios intentos, introduciendo y sacando el pico de la boca de las crías antes de depositar definitivamente el alimento en ellas, como si se debatieran entre el instinto de cebarlas y el de alimentarse a sí mismos, como si les diera pena deshacerse de tan suculentos bocados) hizo que el macho llegara a tiempo para piratearle la ceba, momento que se observa en la imagen inferior donde ya ha "pinzado" con su pico uno de los dos saltamontes. En un forcejeo la hembra perdería las dos presas.



En las dos fotografías siguientes vemos otra de las trifulcas en la que la hembra perdió de nuevo un saltamontes con el que, en la segunda toma, el macho alimenta a una de sus crías.

 



La obsesión de este ejemplar macho por alimentar a su descendencia le llevaba a no respetar a su propia pareja reproductora, aunque desconozco si por un instinto paternal, digamos, extremo o por algún desorden de conducta que, pienso, no es el habitual ya que en otras parejas de gorriones no he visto comportamientos similares al de este individuo concreto. Habrá que estar, pues, atento a futuras reproducciones. Siempre he comentado algo que por otro lado es obvio, como que, aunque cada especie suele mantener unos patrones regulares de conducta, luego cada individuo tiene su propia personalidad que puede llegar a diferir bastante de esos prototipos generales. Además, estas fotos vienen a corroborar otra cuestión en la que siempre hago mucho hincapié: la observación (y documentación) del comportamiento de los animales es una parte fundamental de la fotografía de fauna.


Sea como fuere, los dos progenitores se afanaban en alimentar a sus retoños, podríamos decir que casi compulsivamente. No siempre se hace fácil discernir con qué los alimentaban, pero a menudo eran insectos, pudiendo distinguir emergiendo de sus picos diferentes patas, antenas o alas antes de ser introducidas en la garganta roja de su descendencia. Alguna semilla y posiblemente fruta picoteada de la higuera junto a la que se sitúa la propia caja nido, completaron esa mañana la dieta de los pollos. Debajo, el macho ceba con dos mariposas diurnas muy similares a la Arctia caja, pero de abdomen blanco y que no he conseguido diferenciar bien. La gorriona, a su vez, espera con algún insecto también, del que se ve alguna antena.







A fecha de hoy los dos polluelos que aparentemente han crecido en la vieja caja nido ya la han abandonado. Se habrán unido al resto de adolescentes que estos días se lanzan al mundo, de momento en compañía de sus padres, en busca de su propia vida, llenando nuestras ciudades y pueblos de naturaleza salvaje, a la vez qiue cercana. Sin duda, unos compañeros de viaje entrañables.



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