Nuestro próximo viaje al sur nos deja un pequeño hueco de unos días que podemos aprovechar para intentar una nueva cumbre. Con una inmejorable aclimatación a la altura adquirida en nuestros dos montes previos, y tras cinco días de descanso en Mendoza, decidimos aprovechar esta pequeña ventana en el camino para asomarnos al macizo del Cordón del Plata con intención de subir a su cima principal -el cerro Plata- que acaricia casi los 6.000 m.s.m. Este macizo es usado por muchos andinistas para aclimatar antes de dirigirse al Aconcagua. El acceso desde Mendoza es rápido, pudiendo llegar en vehículo hasta los refugios que hay al inicio de la aproximación. Tres campamentos por encima de estos refugios suelen ser necesarios para poder hacer el intento a cumbre, pero con buen tiempo y estando fuertes y aclimatados sería suficiente incluso con uno solo. El itinerario es, además, sencillo y está bien marcado, dado el importante número de andinistas que lo visitan cada temporada. No hay peligros objetivos importantes y solo se precisa una buena forma física para ponerte arriba. Así pues, la decisión se toma sola. Otra vez más será el propio camino, y no nosotros, el que decide cuáles serán nuestros siguientes pasos, dejándonos, sin premeditación ni alevosía, a los pies de este precioso y recogido macizo.
El carro que nos trasladará desde Mendoza en poco más o menos hora y media, es un trasto que mete un ruido infernal, y que se calienta rápidamente en las subidas más empinadas; subidas que se ve obligado a hacer en primera. Por supuesto hay que echarle agua por el camino al radiador. Finalmente el cacharro llega sano y salvo hasta el refugio de la U.N.C. (Universidad Nacional de Cuyo, de 2.792 m.), casi el último punto accesible en vehículo, lo que nosotros no teníamos nada claro que acabara consiguiendo aquella tartana.
Apenas 30' después de llegar aquí nos ponemos rumbo a la montaña. La climatología no está siendo muy condescendiente con nosotros y no augura un tiempo apacible y sosegado. Con nubes amenazantes como telón de fondo, vamos ganando altura hasta la Veguita (3.200 m.), donde hacemos un alto en el camino para preparamos un buen puré para comer. Una vez repostados, continuamos subiendo. Sentimos las piernas entumecidas, pero las modestas dimensiones del lugar -mucho más "humanas" que las de nuestros dos anteriores objetivos-, nos hacen sentirnos casi como en casa: el lugar nos recuerda enormemente a nuestro añorado Hoya Moros, e incluso las vacas que pastan por los alrededores parecen ser las mismas que las que nos acompañan en la sierra salmantina.Cuando apenas nos quedan 15' para llegar a Piedra Grande nos acaba alcanzando un fuerte chaparrón de granizo y lluvia. Acabamos calados a pesar de habernos protegido bajo un plástico. Todo se ha acabado mojando menos los sacos de dormir, que hemos conseguido mantener casi secos por completo. Finalmente, como la tormenta parece que no quiere amainar y nosotros ya estamos mojados, optamos por continuar bajo la lluvia hasta Piedra Grande (3.564 m.), en donde acabamos montando la tienda para guarecernos. El resto de la tarde y la primera parte de la noche no deja de llover y, lo que es peor, de tronar.
Cuando se vuelve a arrugar el cielo, y ya con el equipo y la ropa completamente secos, retomamos el ascenso por el valle, ganando altura por entre las morrenas glaciares que jalonan la quebrada. Atrás y abajo queda la hierba verde, los pastos y las vacas. Nos adentramos ahora en un mundo mineral, común a otros muchos valles de los Andes Centrales argentino-chilenos.
Lo que el resto de la tarde será una nevada suave, se acabará convirtiendo en otra mucho más copiosa una vez oscurecido. En mi diario escribiré en relación con este día:
Solo un cambio de climatología evidente nos permitiría hacer alguna cumbre ya. Somos conscientes de ello. Pero para tener alguna posibilidad sería preciso que el cielo despejara y aguantara limpio durante una o dos jornadas, al menos.
Rápidamente perdemos altura ayudados por la capa de nieve caída, que permite caminar con cierta comodidad hasta bastante abajo. Una vez descendido por debajo de la cota de nieve los pedreros se vuelven los dueños y señores del paisaje nuevamente. Zigzagueamos sendero abajo por un tramo en el que, apenas unos pocos minutos después de pasar nosotros, un enorme bloque con forma de rueda de camión, pero de mayor tamaño aún, baja rodando a gran velocidad, cortando los zig-zags del sendero y barriendo todo lo que encuentra a su paso. El susto es importante pues nos ha podido coincidir en ese punto.
Tras una noche cómoda en el refugio, iniciamos el descenso hacia la carretera, localizada a unos 15 kms. de distancia bajando por la pista de tierra. Poco antes de llegar al final, un carro nos recoge en autoestop y nos trasladará hasta cerca de nuestro destino, Mendoza, a donde finalmente llegaremos en un microbús.
Se acabó la altura en este viaje, el inciso que ha supuesto esta escapada al Cordón del Plata ha merecido la pena, aunque no hayamos podido subir a ninguna de sus sencillas cumbres. Ellas en realidad son lo de menos. Lo importante siempre será el camino, y en esta ocasión podemos asegurar que el camino lo hemos andado, que hemos aprendido en él, y que en él hemos crecido y hemos soñado. Y aunque hayamos regresado al valle y la civilización, sabemos que nuestra vuelta será solo un punto y seguido en el sendero.
Una pena que no llegaste a la cima, me encantó. Saludos.
ResponderEliminarNo importó demasiado la cima, al fin y al cabo coleccionar cumbres no es importante, siempre es más valiosa la experiencia vivida que la consecución o no del objetivo buscado.
ResponderEliminarEs el camino, Teresa.
Un beso.