Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

4 de julio de 2022

Silencio

Si hay algo que llama poderosamente la atención al pasear por una gran extensión quemada es escuchar el silencio que envuelve el lugar. No es una paradoja. Te paras en el medio, rodeado de árboles quemados, negros como el carbón, y miras alrededor tuyo la desolación del lugar y solo se oye silencio. Como en la canción de Simon and Garfunkel, Sounds of Silence, todo lo que te rodea está envuelto en un profundísimo y dramático mutismo. No hay pájaros cantando, reclamando o piando. No se escuchan lagartijas correteando entre la hojarasca seca del suelo. Ni el zumbido de las abejas trasegando de una flor a otra. O el aleteo brusco de esa torcaz que se espanta de la copa de un árbol a tu paso. Nada, no se escucha nada salvo algún vehículo en una carretera lejana o el paso de un avión muy alto sobre nuestras cabezas. Y si algo ha tenido el incendio de la sierra de La Culebra es que ha calcinado una superficie como nunca antes se había visto en España; 35.000 hectáreas afectadas de manera directa, gran parte de ellas arrasadas por completo, lo que lo ha convertido en el incendio de mayor magnitud de la historia de nuestro país. Pues allí el silencio es ahora atronador.



Tan solo unos días después de ser controlado el fuego, nos acercamos con el corazón encogido a recorrer aquellos parajes en los que tantas veces antes habíamos disfrutado de la naturaleza en estado puro. No virgen, pero sí rica y bulliciosa. Rincones a los que regresábamos desde hacía más de dos décadas. Lugares en donde, en compañía de nuestros hijos, chiquitillos entonces, habíamos realizado multitud de esperas con intención de verle las orejas no solo al lobo, sino a toda la cohorte de criaturas que lo acompañaban. Recuerdos que ahora, como en una mala pesadilla, se han, si no desaparecido, sí transformado porque los paisajes aquellos son ahora irreconocibles. Mi memoria aún retiene praderas a las que salían los jabalíes o los ciervos a comer cada tarde. Lindes forestales por las que deambulaban confiados los lobos. Cortafuegos o pistas por los que esperábamos su paso, emergiendo desde los matorrales espesos. Brezales que casi cubrían por completo a los grandes machos de ciervo. Colmenares en el medio del bosque por los que husmeaban a veces los zorros. Calveros despejados en los que se veían ocasionalmente los tímidos corzos. Todo ha cambiado. Ha mutado. Se ha metamorfoseado del verde al negro.

Ha muerto. No ha desaparecido pero en realidad ya no existen aquellos lugares. Están, pero no son.



Entre tanto el Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio sigue sin dimitir, agarrado con uñas y dientes a su poltrona, como Gollum a su anillo. Y sin ser cesado tampoco. Mientras, se acumulan más de 65.000 firmas de ciudadanos que no solo exigen su cese, sino que piden incluso la cabeza política del propio Presidente de la Junta de CyL, Alfonso Fernández Mañueco, como máximo responsable de tener al frente de esta consejería a semejante insensato. Y se suman a esta exigencia los propios funcionarios de la institución con la misma contundencia.

Y mientras la indignación con nuestros políticos va en aumento, se nos hace difícil imaginar las temperaturas que un bosque ardiendo puede llegar a alcanzar. Solo los bomberos que se jugaron la viva luchando contra él podrán hablarnos de ello. Como los quemadores de un globo aerostático calientan el aire que tienen justo encima, las llamas de decenas de metros de altura calientan el aire de toda la sierra, como en una descomunal fogata de cientos de hectáreas. El aire situado sobre el incendio se calienta rápidamente y se desarrollan enormes térmicas que se elevan veloces centenares de metros, y se mueven, y se tumban con la dirección del viento, invisibles si no fuera por las pavorosas columnas de humo que las acompañan. Y estas columnas de aire caliente transportan incesantemente restos del incendio a grandes distancias, cayendo y almacenándose en las cunetas de las pistas y carreteras, en prados y cultivos, en forma de finas lascas de madera, como si de pieles carbonizadas se tratara, parecidas a escamas negras, iguales a los restos de papel quemado de cuadernos y libros echados a una hoguera.  

Pero no solo pequeños restos de cenizas que la más pequeña brisa pueda hacer volar. Paseando a más de 2 kilómetros de distancia en línea recta de la zona quemada por las brasas encontramos numerosas cortezas quemadas que el aire caliente ha transportado hasta depositarlas muy lejos de allí. Y nos son cortezas ligeras, precisamente. Da miedo pensar en la voracidad del monstruo.



Caminamos por lo que, hasta solo unos días antes, habían sido importantes cultivos de pino. Qué duda cabe que la proliferación de estas grandes repoblaciones forestales llevadas a cabo con una mentalidad exclusivamente industrial, donde prima solo el aspecto mercantil y especulativo, dejando a un lado cualquier perspectiva de sostenibilidad ambiental, son determinantes para que cualquier incendio, una vez se haya iniciado, pueda desarrollarse sin control si las condiciones ambientales son determinadas y si, como en este caso, además, los máximos responsables políticos de quienes dependen la implementación de las campañas de extinción de incendios son unos ineptos y unos irresponsables. Que incendios de bosques autóctonos no alcancen estas magnitudes de destrucción es algo que debería hacernos replantear los modelos de aprovechamientos madereros que aplicamos en nuestros montes, máxime cuando el calentamiento global va a provocar cada vez más a menudo olas de calor extremo como la sufrida durante este desastre.






Es muy difícil parar un gran incendio en estas condiciones. Pero la tragedia ambiental que ha sufrido la sierra de La Culebra y la población que en ella vive nos deben servir para evitar caer de nuevo en los mismos errores. La sociedad tiene, no la necesidad, que también, sino la obligación de aprender de lo que ha pasado y no tropezar en la misma piedra otra vez más. La madera del pino es necesaria en nuestro modo de vida, nadie lo niega, pero si no puede ser sustituida por la de árboles autóctonos mucho mejor adaptados a la presencia del fuego, al menos sí podemos cambiar el modelo de gestión forestal de nuestros monocultivos de pino. ¿Cómo? no arrasando sierras enteras repoblando con él. Ese modelo fue el obvio a mediados del siglo pasado cuando no existía el más mínimo interés por la conservación ambiental de nuestros campos. ¿Qué es eso de la sostenibilidad? -dirían aquellos ingenieros de montes-, hay que producir, producir, producir,... Pero en nuestro siglo XXI un término tiene que ir ligado irreversiblemente al otro: "producción sostenible". Es más, la propia producción debe quedar a expensas de que sea ambientalmente compatible con la conservación a corto, medio y largo plazo de nuestras sierras. Técnicos forestales, ingenieros de montes, altos funcionarios y políticos con poder de decisión tienen la obligación de adaptar de una vez por todas la gestión de nuestros montes a los nuevos tiempos. Su sostenibilidad debe primar sobre la rentabilidad cortoplacista. Solo así minimizaremos los incendios que se seguirán produciendo en un escenario de calentamiento global en un país de clima mediterráneo, con veranos muy cálidos que cada año empiezan un poco antes y terminan un poco más tarde.






¿Pero cómo producimos y conservamos al mismo tiempo? Pues es tan sencillo como diversificando los bosques de nuestras sierras, evitando que las grandes repoblaciones monoespecíficas de pinos se extiendan sin fin por sus laderas. El cambio debe ir encaminado a fomentar la recuperación de los robledales, así como su uso por la industria maderera, aun a costa de perder rentabilidad económica o del encarecimiento de la materia prima frente al pino o el eucalipto, y en defender de una manera decidida la existencia de mosaicos forestales de diferentes especies arbóreas, donde se puedan intercalar las autóctonas, menos productivas pero más valiosas desde el punto de vista biológico y de más difícil combustión, con las alóctonas, más rentables a la par que menos valiosas ambientalmente. Ejemplos de lo valioso que es esta diversidad a la hora de afrontar un gran incendio son las dos imágenes que vemos a continuación en donde podemos apreciar cómo importantes parches de robledal no se han calcinado y con seguridad rebrotarán de nuevo a pesar de haber quedado seriamente afectados, ayudando incluso a frenar el avance de las llamas.

La biodiversidad es vida.


Estos parches de vegetación se convierten así en valiosísimas islas de vida para la fauna que haya podido sobrevivir a las llamas, resultando fundamentales ahora y en los próximos años para su supervivencia y cobijo, rodeados como estarán de muerte y destrucción.


Nosotros seguimos caminando y ahondamos en nuestra herida viendo lo que ha dejado el fuego tras de sí, ayudado por la negligencia del Consejero de Medio ambiente (que no se me olvida). Colmenas destruidas, turismo de naturaleza arruinado, y muerte, mucha muerte. El cervatillo no tubo oportunidad de crecer y vivir. Ni él ni otras muchas criaturas que apenas habían abierto sus ojos a la vida. De pluma y de pelo, la sierra estaba inmersa en pleno proceso reproductivo cuando se inició el desastre, por lo que las pérdidas de vidas animales también serán imposibles de cuantificar.







Tras la desolación de todo lo visto, no quiero cerrar esta trágica crónica sin dejar un poso de esperanza: la recuperación de un paisaje calcinado comienza en el mismo momento en el que el fuego termina de ser extinguido. En ese preciso memento la vida ya está luchando por driblar las dificultades y tímidamente se nos empieza a mostrar, en forma de brotes germinando en el suelo negro, de infinitos piñones desperdigados por el campo porque las piñas se han abierto por la acción del fuego, de hormigas que reaparecen de sus ciudades subterráneas, verdaderos búnkeres contra las altas temperaturas del incendio,... Una araña se nos muestra de un llamativo amarillo contrastando sobre el negro tocón de un pino, cuya base se encuentra ya tapizada del serrín que los habitantes de un hormiguero han sacado al exterior. Esta araña está en medio del bosque. ¿De dónde ha venido?, ¿cómo ha sobrevivido a la destrucción? Imposible saberlo. Solo sé que me da una enorme esperanza verla agazapada para seguir con su rutina diaria. Espero que le vaya bien y consiga sobrevivir a los duros días que tiene por delante. 

No será fácil y, desde luego, será un proceso muy largo. Deberán pasar muchos años antes de que podamos ver estos paisajes en un estado parecido a como lo conocíamos hasta hace tan solo unos días, pero detrás de esta minúscula araña acabarán llegando el resto de las criaturas del bosque. Seguro. Y yo, aunque bastantes años más viejo, espero estar ahí para verlo.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Tristeza y mucha rabia con nuestros gobernantes autonómicos, echando balones fuera. Unos impresentables, lo creo sinceramente.

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