Rebuscando entre toda la documentación que guardo de aquella lucha desigual contra la Estación de Esquí de La Covatilla para escribir el artículo anterior, apareció fotocopiado un más que interesante artículo de prensa en el desaparecido rotativo El Adelanto, del 3 de enero de 1999. Y digo interesante por lo inusual de su contenido en una prensa local que bien podíamos calificar de provinciana. Lo firma además Ignacio Francia, amigo personal y toda una institución en el mundillo periodístico de Salamanca, además de gran persona y muy querido por todos. Su columna de opinión la tituló "Comienza la caza del ecologista" y en él les sacaba las vergüenzas a los políticos locales y autonómicos cuando azuzaban a la sociedad salmantina contra Ecologistas en Acción por denunciar las irregularidades cometidas en la construcción de un puente en la ciudad de Salamanca. Que una administración pública inicie obras sin tener todos los permisos necesarios, además de otras anomalías económicas, es lo suficientemente grave como para que deba ser denunciado en los juzgados ante la negativa de hacer bien las cosas. Y así lo hicieron desde la ONG. Sin embargo, tanto el consistorio como algunos medios de comunicación les responsabilizaron ante la ciudadanía de que los tribunales ordenaran la paralización cautelar de dicha obra. La gente en las calles se indignó y los acusó de todo. Al igual que sucedió con La Covatilla, los ecologistas fueron vilipendiados y acusados de ir contra el progreso y contra el interés público. Se repetía una vez más exactamente el mismo patrón. De nuevo, una parte de la sociedad civil fiscalizó las irregularidades de una actuación municipal y la corporación, muy lejos de asumir responsabilidades, arengó a toda la ciudadanía contra ellos.
¿Por qué retrocedo tanto en el tiempo al recordar aquel hecho? Porque la historia se repite en un ciclo sin fin, en un bucle que constantemente nos hace tropezar con la misma piedra. Lo estamos viviendo en la actualidad con la protección del lobo, por ejemplo, o con los parques eólicos ubicados en según qué sitios: el que denuncia a las instituciones por la destrucción de nuestro patrimonio natural es el villano de la película, y el infractor se presenta ante el público como la víctima, utilizando el poder que le otorga su posición para desacreditar al denunciante, escurrir el bulto y manipular a la sociedad.
Y cuántas veces habremos comentado en los mismos círculos de amigos sobre el uso peyorativo que esas instituciones, entidades y personas, que se sienten atacadas en sus intereses particulares por las denuncias de los colectivos conservacionistas, hacen del término "ecologista".
Así es, en gran parte de la sociedad actual, y especialmente en las áreas rurales, ser ecologista es sinónimo de insolidario con los problemas de la sociedad, de urbanita egoísta que no tiene ni idea, además, de la realidad del campo. Y se ha interiorizado tanto en ciertas capas sociales ese mensaje mezquino del que han sido voceros e instigadores muchas de nuestras instituciones y de una parte de los medios de comunicación, que basta que un político mencione la palabra ecologista para que se pongan todos de su lado ipso facto, y se enfrenten a la ONG conservacionista de turno. Hubo una época en mi ciudad en la que la única oposición real que tuvo el Partido Popular fue precisamente Ecologistas en Acción, vigilantes ante cualquier actuación que afectara al interés público de la ciudad, o a la propia conservación del medio ambiente de la provincia. El PSOE estaba desaparecido y solo el grupo ecologista fiscalizaba las acciones del consistorio o la Diputación. El odio hacia los ecologistas transpiraba en cada rueda de prensa en la que se les mencionaba, en cada artículo publicado y en cada entrevista.
Nada ha cambiado desde entonces.
¿Por qué existe este odio en las instituciones hacia este colectivo? ¿Por qué se les difama y desprecia públicamente? Mi amigo Nacho Francia lo sintetizó mucho mejor de lo que yo nunca podría hacerlo, así que os voy a transcribir el párrafo con el que cerraba su artículo de opinión aquel 3 de enero de 1999:
"El logro de Las Quilamas libres, la satisfacción de Los Bandos sin agujero y la lección del puente de San José han cargado de resentimiento a quienes desean marcha militar para sus planes. Y ha comenzado la caza del ecologista. Al poder siempre le han molestado las razones."
La sierra de las Quilamas y su colonia de buitres negros se libraron por los pelos de que la sembraran de molinos de viento, con exactamente el mismo proceso de manipulación social entre la gente de la comarca que vimos en Béjar con La Covatilla. Los ecologistas estuvimos ahí. La Plaza de Los Bandos y sus árboles, a escasos 150 metros de la mismísima Plaza Mayor de Salamanca, en pleno casco antiguo, se libró también in extremis de que el consistorio del PP lo agujereara y desmantelara para construir un parking subterráneo que nadie en la ciudad quería en ese lugar, con numerosos edificios civiles y religiosos de los siglos XV a XVIII. Los ecologistas también estuvimos ahí. Y de lo del puente, poco más que decir pues ya lo he comentado más arriba. Los ecologistas también estuvimos ahí.
"Al poder siempre le han molestado las razones". Es una frase magistral. En plena democracia esa frase es tan actual como lo fue en los años de la dictadura, lo que no deja de ser una verdadera tragedia que inevitablemente me recuerda a la que Unamuno espetara ante Millán-Astray y su cohorte en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936: "Venceréis pero no convenceréis". Sí, son muchos los poderosos para los que las razones siguen siendo un estorbo en esta imperfecta democracia.
Siempre me ha llamado infinito la atención cómo la sociedad siempre ve con muy buenos ojos que esos ecologistas se jueguen la vida o la libertad en acciones llamativas muy lejos de nuestras casas, salvando maravillosos e indefensos cachorrillos de foca, impolutamente blancos con enormes ojos negros, de morir a golpes con un palo en la cabeza y dejando la nieve del ártico teñida con cientos de manchones rojos; o colgándose de un árbol enorme a cincuenta metros de altura en una selva de Borneo o de Nueva Guinea; o puede que de alguna chimenea altísima de a saber qué industria contaminante; o quizá impidiendo que un pesquero-factoría lance sus redes de arrastre sobre el lecho marino; o encadenándose delante de un bulldozer para que no arrase una parcela de la selva brasileña; y sin duda a esa sociedad dormida le parecerá heroico que se jueguen la vida interponiéndose con una frágil zodiac entre el arpón de un gran ballenero japonés y un cetáceo sentenciado. !Geniales, qué buenos son! Pero claro, que no me vengan a mi ciudad, a mi pueblo o a mi sierra a decirme cómo debo gestionar yo esos bosques, esa montaña, ese dinero público, esa especie silvestre que me molesta, etc. Que se vayan a su puñetera casa. En aquellos continentes lejanos y en los océanos sí son bien vistos; pero aquí no. Aquí que nos dejen tranquilos construyendo estaciones de esquí, minas a cielo abierto, parques eólicos, presas eléctricas, masacrando lobos, torturando toros, o maltratando animales de granja. Eso no es cosa suya. Que no metan sus narices donde no les llaman.
Hay que ser ridículos para llegar a decir públicamente, entre otros muchos eslóganes panfletarios, que los ecologistas tenemos montado el chiringuito solo para vivir de las subvenciones. Este argumento fabricado no cuela, y por mucho que lo repitan desde sus atriles no se lo cree nadie que analice la realidad. Pero más que ridículos deberíamos hablar de mala gente por aprovechar tribunas como la del parlamento Cántabro para atacarnos a los ecologistas con frases como la siguiente:
"... de cuatro vividores que se hacen llamar ecologistas, que lo único que les interesa es seguir manteniendo sus chiringuitos a base de subvenciones que pagamos todos los españoles con nuestros impuestos, para no pegar palo al agua, parásitos del sistema democrático, garrapatas que se han visto inmunes ante la llegada de los socialistas y los lilas al gobierno de España ..."
Sí, señores, estos improperios e insultos los dijo la diputada Marta García en un pleno del parlamento autonómico a finales del pasado marzo. Daría risa si no fuera por la gravedad de sus consecuencias que sea ella precisamente la que achaque a una ONG conservacionista (ASCEL) de cobrar subvenciones -lo que por otro lado, si fuera cierto, no solo no es ilegal, sino que debería ser lo lógico y deseable dadas las funciones públicas que estas asociaciones tienen en nuestra sociedad- cuando en realidad es ella la que cobra ayudas públicas que no debería. En concreto 301.916,41 € de ayudas de la PAC entre los años 2017 a 2020. Y digo que no debería cobrar esas subvenciones que SÍ le pagamos todos porque ese dinero se concede a las explotaciones agro-ganaderas que cumplen con unos requisitos de sostenibilidad ambiental, requisitos contra los que ella misma se revela prodigándose en las redes sociales exigiendo los controles del lobo con el mismo extremismo que en el pleno del parlamento cántabro. Y nos llama ella a nosotros "parásitos del sistema democrático". ¡Qué ironía!
Señora Marta García, si quiere ser una persona consecuente a la cual se deba escuchar le es suficiente con rechazar las subvenciones de la PAC que le pagamos entre todos para su ganadería Valdelmazo y así tener carta blanca para exigir controles de lobos, osos, águilas o lo que usted crea conveniente masacrar.
En fin, se ponen en evidencia y se califican a sí mismos: utilizan su poder y la visibilidad mediática que les otorga sus cargos públicos para manipular a la sociedad contra la razón que nos asiste.
Según la RAE, la palabra ecologismo tiene dos acepciones, a saber:
1.- Doctrina que propugna la defensa de la naturaleza y la preservación del medio ambiente.
2.- Movimiento sociopolítico que defiende el ecologismo.
Y de la palabra ecologista dice:
1.- Perteneciente o relativo al ecologismo.
2.- Partidario del ecologismo.
Y también podría la sociedad intentar aprenderse qué es la ecología. Según la RAE de nuevo esta palabra tiene dos acepciones:
1.- Ciencia que estudia los seres vivos como habitantes de un medio, y las relaciones que mantienen entre sí y con el propio medio.
2.- Medio ambiente.
Bien, leyendo todas estas definiciones y viendo el trabajo que llevan a cabo los grupos ecologistas en defensa de nuestro medio ambiente, ¿de dónde sacan sus perseguidores que el ecologismo vaya en contra del bien público? La sociedad tiene y debe conservar dos patrimonios fundamentales: el natural y el cultural, a cual más importante. A nadie se le ocurre hoy en día derribar una parte de una catedral, pero, sin embargo, nuestro patrimonio natural está constantemente en peligro porque dificulta en ocasiones los intereses particulares de algunos. Cuando esos "algunos" tienen poder, la lucha por defender la biodiversidad y la salud de nuestro planeta se vuelve más necesaria e imprescindible que nunca.
El ecologista es por ello, intrínsecamente, una persona altruista que emplea su tiempo y esfuerzo en defender ese patrimonio natural que resulta ser de todos los ciudadanos, y no solo suyo, con una conciencia cívica que el egoísmo de esos "algunos" no consiguen comprender, y sin obtener, además, nada a cambio, excepto la simple satisfacción de hacer una buena obra que redunda en el bien común. Ser ecologista es, pues, utilizar las incuestionables razones que la ciencia nos aporta sobre la necesidad de preservar ese patrimonio natural y usarlas para luchar contra su destrucción, de un modo razonado, cívico y generoso, poniendo a disposición de la sociedad su tiempo, su trabajo, sus conocimientos y sus desvelos. A veces incluso su dinero.
Pero, como siempre, tener razón molesta. Y saben que la tenemos.
Pedazo de entrada. Enhorabuena. Por desgracia Ecologista se ha convertido en un insulto lanzado por mentes sin sentido. Un saludo.
ResponderEliminarMe alegro que compartas mi opinión. Échale otro vistazo a la entrada puesto que he añadido dos o tres párrafos que estoy seguro compartirás. Un saludo, compañero.
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