Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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13 de diciembre de 2021

Capítulo III, un inciso en el camino

Nuestro próximo viaje al sur nos deja un pequeño hueco de unos días que podemos aprovechar para intentar una nueva cumbre. Con una inmejorable aclimatación a la altura adquirida en nuestros dos montes previos, y tras cinco días de descanso en Mendoza, decidimos aprovechar esta pequeña ventana en el camino para asomarnos al macizo del Cordón del Plata con intención de subir a su cima principal -el cerro Plata- que acaricia casi los 6.000 m.s.m. Este macizo es usado por muchos andinistas para aclimatar antes de dirigirse al Aconcagua. El acceso desde Mendoza es rápido, pudiendo llegar en vehículo hasta los refugios que hay al inicio de la aproximación. Tres campamentos por encima de estos refugios suelen ser necesarios para poder hacer el intento a cumbre, pero con buen tiempo y estando fuertes y aclimatados sería suficiente incluso con uno solo. El itinerario es, además, sencillo y está bien marcado, dado el importante número de andinistas que lo visitan cada temporada. No hay peligros objetivos importantes y solo se precisa una buena forma física para ponerte arriba. Así pues, la decisión se toma sola. Otra vez más será el propio camino, y no nosotros, el que decide cuáles serán nuestros siguientes pasos, dejándonos, sin premeditación ni alevosía, a los pies de este precioso y recogido macizo.

El carro que nos trasladará desde Mendoza en poco más o menos hora y media, es un trasto que mete un ruido infernal, y que se calienta rápidamente en las subidas más empinadas; subidas que se ve obligado a hacer en primera. Por supuesto hay que echarle agua por el camino al radiador. Finalmente el cacharro llega sano y salvo hasta el refugio de la U.N.C. (Universidad Nacional de Cuyo, de 2.792 m.), casi el último punto accesible en vehículo, lo que nosotros no teníamos nada claro que acabara consiguiendo aquella tartana.

Apenas 30' después de llegar aquí nos ponemos rumbo a la montaña. La climatología no está siendo muy condescendiente con nosotros y no augura un tiempo apacible y sosegado. Con nubes amenazantes como telón de fondo, vamos ganando altura hasta la Veguita (3.200 m.), donde hacemos un alto en el camino para preparamos un buen puré para comer. Una vez repostados, continuamos subiendo. Sentimos las piernas entumecidas, pero las modestas dimensiones del lugar -mucho más "humanas" que las de nuestros dos anteriores objetivos-, nos hacen sentirnos casi como en casa: el lugar nos recuerda enormemente a nuestro añorado Hoya Moros, e incluso las vacas que pastan por los alrededores parecen ser las mismas que las que nos acompañan en la sierra salmantina. 





Cuando apenas nos quedan 15' para llegar a Piedra Grande nos acaba alcanzando un fuerte chaparrón de granizo y lluvia. Acabamos calados a pesar de habernos protegido bajo un plástico. Todo se ha acabado mojando menos los sacos de dormir, que hemos conseguido mantener casi secos por completo. Finalmente, como la tormenta parece que no quiere amainar y nosotros ya estamos mojados, optamos por continuar bajo la lluvia hasta Piedra Grande (3.564 m.), en donde acabamos montando la tienda para guarecernos. El resto de la tarde y la primera parte de la noche no deja de llover y, lo que es peor, de tronar.

Al día siguiente la mañana amanece mejor, e incluso sale el sol hasta media mañana, lo que nos permite secar la tienda de campaña, las botas y el resto de equipo mojado. Parecemos buhoneros con todo el equipo desperdigado por las piedras de alrededor.



Cuando se vuelve a arrugar el cielo, y ya con el equipo y la ropa completamente secos, retomamos el ascenso por el valle, ganando altura por entre las morrenas glaciares que jalonan la quebrada. Atrás y abajo queda la hierba verde, los pastos y las vacas. Nos adentramos ahora en un mundo mineral, común a otros muchos valles de los Andes Centrales argentino-chilenos. 











Sobre el glaciar negro, bajo El Salto (4.282 m.) comemos algo antes de continuar hacia La Hoyada (4.400 m.). El tiempo se mantiene muy desapacible y solo a ratos se desvanecen las nubes, permitiéndonos ver en todo su esplendor el Rincón (5.364 m.) y el Vallecitos (5.469 m.), aunque solo sea momentáneamente. Estos momentos serán fugaces y no nos darán pie a pensar en un verdadero cambio de tiempo para mejor. Y menos aún, en una mejoría duradera en el tiempo.

Tras buscar en el valle, acabamos encontrando un buen rincón que nos ofrezca protección frente a los constantes desprendimientos de rocas y avalanchas de nieve que se pudieran deslizar de las laderas del Loma Amarilla (5.159 m.) en nuestra dirección. Esta protección la hemos encontrado gracias a una alta morrena lateral del glaciar que debería parar todo que cayera hacia nosotros. Pero la ubicación del lugar también nos da cierta seguridad frente a la posible caída de rayos, gracias a la proximidad de las cumbres, que deberían servirnos de pararrayos. Despejamos de piedras y allanamos un espacio para montar en él nuestra sufrida tienda de campaña. Desde aquí deberíamos poder hacer las cumbres del Vallecitos y El Plata (5.956 m.s.m.) si la climatología cambiara suficientemente -lo que aún está por ver que suceda-. No obstante, aún no perdemos la esperanza de que ello acabe sucediendo, aunque somos realistas y todo indica que no es probable. 



Lo que el resto de la tarde será una nevada suave, se acabará convirtiendo en otra mucho más copiosa una vez oscurecido. En mi diario escribiré en relación con este día:

"Hoy nevará por la tarde y sobre todo por la noche. Vuelve a tronar un montón, caen avalanchas de piedra constantemente de las paredes del Vallecitos (5.700 aprox.), estas caídas de piedras serán habituales en el tiempo que estemos aquí. Algunas son enormes. Anochece y nieva tanto que nos tapa la carpa una gruesa capa de nieve. Aún así, los relámpagos iluminan el interior de la carpa".

Durante la noche y al día siguiente retiraremos cada cierto tiempo la nieve que se acumula sobre el doble techo de la tienda de campaña, para evitar que, como consecuencia de su peso, acabe en contacto con la tela interior, lo que la mojaría. La nieve se acumula, pues, en la suelo alrededor de la tienda, protegiéndonos, sin pretenderlo, de que una ráfaga de aire nos pueda inflar y arrancar su doble techo.





Solo un cambio de climatología evidente nos permitiría hacer alguna cumbre ya. Somos conscientes de ello. Pero para tener alguna posibilidad sería preciso que el cielo despejara y aguantara limpio durante una o dos jornadas, al menos.

Pero no será así. Al día siguiente se mantiene la misma tónica: tormentas eléctricas, nevadas y el constante rugir de las avalanchas en todas las laderas que nos rodean. A medida que pasa un nuevo día vamos convenciéndonos de que esta vez no va ser posible. La acumulación de nieve me preocupa, además, y pienso en el riesgo de aludes que pudieran barrer el itinerario de una, cada vez más hipotética, ascensión.

Una última noche acaba zanjando el tema. Como un jarro de agua fría, se mantienen las tormentas eléctricas y la nevada. Aún así, el despertador nos devolvió a la realidad a las 00:00 a.m., primero, y en un segundo y último intento a la 01:30 de la noche, quemando definitivamente nuestro último cartucho de hacer cualquier intento rápido a alguna de las cimas del valle. No podrá ser esta vez, continúa nevando. La decisión está tomada: mañana recogeremos temprano el campamento y descenderemos de nuevo a la civilización. A partir de ese momento solo nos resta dormir tranquilos el resto de la noche sabiendo que la decisión tomada es la más acertada, de que es, en realidad, la única viable.

A las 6:30 a.m. suena definitivamente el despertador, pero esta vez para desmontar y bajar.







Rápidamente perdemos altura ayudados por la capa de nieve caída, que permite caminar con cierta comodidad hasta bastante abajo. Una vez descendido por debajo de la cota de nieve los pedreros se vuelven los dueños y señores del paisaje nuevamente. Zigzagueamos sendero abajo por un tramo en el que, apenas unos pocos minutos después de pasar nosotros, un enorme bloque con forma de rueda de camión, pero de mayor tamaño aún, baja rodando a gran velocidad, cortando los zig-zags del sendero y barriendo todo lo que encuentra a su paso. El susto es importante pues nos ha podido coincidir en ese punto. 




Alcanzamos definitivamente el refugio de la U.N.C. ya cómodamente por una pista de tierra. Pernoctaremos en él y aprovecharemos para secar nuevamente las botas de trekking, la tienda de campaña y parte de la ropa, que a lo largo de la jornada se han vuelto a mojar. En adelante, que vuelva a llover ya no importará, ni tampoco que puedan desarrollarse más tormentas eléctricas, porque ahora estamos de verdad a cubierto de las inclemencias meteorológicas. Descender era la única decisión posible, al menos usando la lógica y el sentido común.




Tras una noche cómoda en el refugio, iniciamos el descenso hacia la carretera, localizada a unos 15 kms. de distancia bajando por la pista de tierra. Poco antes de llegar al final, un carro nos recoge en autoestop y nos trasladará hasta cerca de nuestro destino, Mendoza, a donde finalmente llegaremos en un microbús. 




Se acabó la altura en este viaje, el inciso que ha supuesto esta escapada al Cordón del Plata ha merecido la pena, aunque no hayamos podido subir a ninguna de sus sencillas cumbres. Ellas en realidad son lo de menos. Lo importante siempre será el camino, y en esta ocasión podemos asegurar que el camino lo hemos andado, que hemos aprendido en él, y que en él hemos crecido y hemos soñado. Y aunque hayamos regresado al valle y la civilización, sabemos que nuestra vuelta será solo un punto y seguido en el sendero. 

Del otro lado de la ciudad el sendero continúa.

12 de diciembre de 2021

Capítulo II, siguiendo el camino

Tras algunos problemas y retrasos con el transporte del equipo en las mulas a nuestro regreso del Aconcagua, el 8 de enero volvemos a pisar por fin las calles asfaltadas de Mendoza 18 días después de haberlo abandonado. Daría un poco igual si no fuera porque solo dos días más tarde estaremos de nuevo vivaqueando en la cordillera y sin haber podido descansar como nos hubiera gustado, esta vez para partir definitivamente rumbo al volcán Tupungato. Lo haremos en esta ocasión junto a un equipo internacional al que nos hemos acoplado como representación española, y que, partiendo algunos desde Chile y otros desde Argentina (Mendoza), y con el apoyo logístico del ejército argentino, pretenden juntarse en el Hito Fronterizo para alcanzar juntos la cima del volcán. Los 3.000 $ americanos (del orden de 296.000 pesetas de las de entonces) que nos pidieron en la Prefectura Militar hace una veintena de días se han quedado en menos de 300 al unirnos a este grupo, en el que haremos además buenos amigos. El día y medio de que disponemos antes de partir para la montaña lo dedicamos a comprar la comida necesaria y algunos artículos de logística (pilas, combustible, etc.), lavar toda la ropa y preparar de nuevo los petates y mochilas. Así, el 10 por la tarde, salimos todos desde la Gendarmería de policía para la montaña en sendos camiones militares, tan solo dos días después de haber regresado del Aconcagua.

Los camiones nos dejarán muy de noche en un lugar denominado refugio Santa Clara (1.900 m.s.m.), que no es sino una agrupación de viejas construcciones derruidas de las que apenas quedan en pie algunas paredes y los viejos chopos que humanizan el lugar. El día ha sido largo e intenso, preludio claro de cómo van a ser los venideros. A la mañana siguiente iniciamos por fin la caminata hacia el volcán. Nuestras cargas las transportan las mulas que saldrán más tarde, por lo que nosotros solo tendremos que transportar lo necesario para la jornada: comida, abrigo y poco más. Nosotros dos lo llevamos todo en una sola mochila que nos vamos turnando a lo largo del día. Y así abandonamos definitivamente la llanura a los pies de la cordillera y nos adentramos en un valle andino rotundamente solitario, semidesértico y áspero; muy áspero. Verdaderamente áspero.

Empieza la diversión.

El valle se adentra en una gran quebrada sin un camino claro, pues la vieja pista de la hacienda desaparece y reaparece intermitentemente, de un lado u otro del río Santa Clara, y con solo un par de puentes al principio del valle. En el resto del recorrido nos veremos obligados a meternos en las rugientes aguas de este río cada vez que debamos cambiar de orilla y cruzarlo por nuestros propios medios. No será fácil. La baja temperatura del agua y su fuerza ya nos avanzan de qué va esta ascensión.
 


Vamos, pues, sorteando como podemos las dificultades, pero se hace inevitable vadearlo en determinadas ocasiones. Los dos primeros cruces son los peores por el gran caudal que arrastra, y nos vemos obligados a utilizar cuerdas, tanto para ayudarnos a avanzar, como para evitar que la fuerza del agua nos arrastre río abajo. Cada cruce ralentizará la marcha.


Pero no serán los únicos cruces. Hasta en siete ocasiones nos veremos obligados a meternos en el agua y luchar contra el tumultuoso caudal, lo que se convierte en una operación delicada en cada una de las ocasiones. Más salvaje no puede ser el lugar, ni más duro el recorrido. Avanzamos lentos pero sin parar, abriéndonos camino por esta angosta y olvidada quebrada.

Casi 12 horas después de arrancar por la mañana alcanzamos, tras unas fuertes pendientes, el refugio Real de los Bayos, construido con viejas traviesas de tren a unos 3.050 m.s.m. Dejamos atrás un entorno duro y desolado, en el que apenas hemos visto algún guanaco y muy poco más, como si el lugar estuviera vacío. A partir de aquí el paisaje empieza a intuirse más interesante y la alta montaña ya se vislumbra delante nuestro. Llegan las mulas y todos cenamos y charlamos satisfechos, comentando, no solo la rudeza de esta primera jornada, sino sobre la incertidumbre de cómo se presentará de nieve el collado que debemos cruzar mañana, lo que la convertirá, sin duda, en una jornada clave. Podría ocurrir que las mulas no lo pudieran alcanzar y atravesar, en cuyo caso se pondría en peligro toda la ascensión mucho antes incluso de acercarnos al propio volcán.

Se nota nuestra aclimatación adquirida en el Aconcagua, y no solo respecto de la altura sino también del entrenamiento físico, y vamos dejando atrás una y otra vez al resto del grupo cada vez que arrancamos tras un descanso. Con las primeras nieves bajo el Portezuelo del Azufre (o de Santa Clara) los arrieros se plantan, a pesar de que las mulas aún podrían haber subido bastante más arriba. La temida posibilidad se ha hecho realidad y trastoca todos nuestros planes. Nos produce una profunda frustración e impotencia porque, entre otras cosas, aunque realmente no hubieran podido cruzar el portezuelo, lo cierto es que aún podían habernos acercado bastante al mismo, reduciendo en unas horas la aplastante carga de las mochilas.

Aún con este revés decidimos todos continuar, teniendo para ello que seleccionar la comida y equipo estrictamente necesarios que calculemos podemos necesitar (y transportar) durante una semana. Los que no escatimen ahora los gramos de peso a la hora de seleccionar lo que vayan a cargar, lo pagarán en los próximos días. Los que se equivoquen con el equipo del que se van a desprender en este lugar, también. A algunos eso les acabará costando su cima. En cualquier caso, hoy el día está perdido, pues ya solo reordenar lo que entra y no en las mochilas nos demandará varias horas, por lo que decidimos acampar en el lugar para organizarlo todo. Los arrieros y sus caballerías bajarán a pasar la noche en el refugio Real de los Bayos y regresarán hasta este punto mañana para recoger lo que abandonemos. Así pues, buscamos un buen lugar para pernoctar junto a un manadero de agua y nos preparamos para pasar esta noche.

Está claro que el Tupungato no es el Aconcagua, se lo pone difícil de una u otra manera a quien lo intenta, y eso forma parte de su interés. Será más bajo que su vecino, pero a cambio es una montaña salvaje e inhóspita.


La mañana siguiente amanece espléndida. Las mochilas se vuelven cargas casi insoportables -la mía de cerca de 30 kg, la de Inma de algo menos- que no podemos subir casi con los brazos. Yo levanto la mía sobre una piedra y "me meto" debajo de ella para incorporarme con la fuerza de las piernas. A nuestro regreso al refugio Real de los Bayos siete días después muchos sufriremos diversos problemas de espalda, como pinchazos o contracturas, aunque en aquel momento solo teníamos en nuestra mente el siguiente peldaño. Y ese peldaño era ascender el Portezuelo del Azufre, de 4.600 m.s.m. El armario que transportábamos ahora iba a hacer que la ristra de gente se desperdigara aún más en cada tramo.

Como se puede ver en la siguiente diapositiva las mulas aún podían haber subido bastante más arriba; al fondo el Portezuelo.

Una vez superado el portezuelo, lo que les servía al resto del grupo como parte de su proceso de aclimatación a la altura, nos restaba un larguísimo e incomodo descenso hasta el valle del río Tupungato. Nos quedaba poco para ver por fin nuestro objetivo, al que todavía no habíamos visto en persona.


Casi ocho horas después de arrancar por la mañana nos asomamos al gran valle del Tupungato, cuyo río planteará serias dificultades a la hora de cruzarlo debido al enorme caudal que arrastra procedente de la cabecera glaciar, así como por la fuerza brutal con que desciende. De momento nosotros nos acercaremos por la enorme llanura del fondo hasta la desembocadura de una quebrada por la que intentaremos continuar mañana. Esta quebrada se puede observar perfectamente en las siguientes imágenes bajo el volcán, al tiempo que apreciaremos también la larga cuerda por la que nosotros pretendemos hacer la cumbre, de derecha a izquierda.


Por la noche, a pesar de estar acampados a bastante distancia del cauce, oímos intermitentemente cómo el agua arrastra grandes bloques de rocas sobre el lecho del río. Su sonido sordo al entrechocar con otros cantos rodados nos hace comprender que no son piedras pequeñas precisamente.

En mi diario escribo al día siguiente: "A las 6:00 nos despertamos. Estamos preparados a eso de las 7:30 o 8:00, pero comienzan los problemas. Hoy va a ser una jornada muy, muy dura, y comenzará siéndolo para cruzar el río Tupungato. Subimos río arriba, bajamos río abajo, y nada, no hay forma de vadearlo. Va pasando el tiempo y cuando ya estamos echando piedras para cruzar por encima, Jaime ve dos puentes de hielo, uno un kilómetro río arriba y otro otro tanto río abajo." Por cierto, las grandes piedras que íbamos tirando al río para construir un paso, según caían al agua se las llevaba la corriente. La fuerza del Tupungato es veraderamente peligrosa.


Al final unos compañeros han optado por cruzar por uno de los puentes de hielo y el resto del grupo por el otro. Nosotros lo hacemos por el ubicado río arriba, mucho más pequeño pero también más próximo al campamento donde hemos pasado la noche, aunque quizás sea más inseguro por su pequeño espesor.

Una vez solventado el gran problema de cruzar el río Tupungato avanzamos hacia una estrecha quebrada que nos deberá llevar hasta la base del Hito Fronterizo. Pero esta pequeña arteria está recorrida por un arroyo menor que desciende atropelladamente entre paredes descompuestas, muy inclinadas e inseguras, hechas de tierra y pedreros. Superarla será un nuevo reto, duro, largo y agotador bajo el peso de las mochilas. Numerosos puentes de hielo originados por las avalanchas de nieve invernales y los derrumbes de tierra y piedras de las laderas el resto del año, salpican aquí o allá el fondo de la vallejada y vemos cómo el agua desaparece con fuerza bajo ellos para aparecer más abajo. Caernos aquí al río podría acabar con un desenlace fatal, atrapados bajo aquellos puentes, por lo que cada cruce supone un momento delicado, tenso y comprometido, a la vez que avanzar por las laderas resbaladizas de sus orillas no supone tampoco mejor solución.




Cuando por fin dejamos atrás este peligroso tramo alcanzamos una amplia cabecera glaciar en la base del paso fronterizo entre Chile y Argentina. Es ya media tarde y debemos acampar, a pesar de que parece que hay gente a lo lejos, en el Hito. Quizás sea el grupo que llega desde Chile y con el que ya, en cualquier caso, no coincidiremos. Pero al llegar aquí no ha terminado el trabajo, tendremos que allanar un terreno para la tienda, preparar todo, derretir nieve para beber y cocinar, ... En mi diario escribo: "El día ha sido terrible, yo solo pido que continue haciendo buen tiempo para que podamos hacer la cumbre".

A la mañana siguiente emprendemos el largo ascenso hacia el Hito, a donde llegamos casi 5 horas después. Las distancias son mayores de lo que calculan nuestros cerebros, y el peso de los armarios ralentiza enormemente la marcha, a lo que tampoco ayuda el estado de la nieve -pastosa por el sol- y los penitentes de la ascensión. Ya no hay nadie en el lugar, ni vestigios de su presencia. Quizás la gente que parecía haber aquí ayer sean del grupo chileno descendiendo ya.




Desde aquí la cumbre del volcán la rozamos con los dedos. El paisaje es espectacular, con el Aconcagua a la vista, sobresaliendo muchos metros sobre el resto de las cumbres que lo rodean. Muy cerca vemos el Polleras y el Sierra Bella, cargados de glaciares, increíblemente hermosos. ¡Lo que daría por ir a esas cumbres solitarias y olvidadas! Esta noche dormiremos a unos 5.000 m.s.m. nosotros dos solos, pues avanzamos por la cuerda mientras que el resto de compañeros toman otro recorrido por el flanco chileno de la montaña y acampan mucho más abajo. En cualquier caso, la idea es salir desde aquí a la cumbre, para lo que el despertador queda puesto a la 1:00 de la madrugada. Sin embargo, no va a poder ser. El viento ha ido en aumento y no ha parado de soplar muy fuerte durante toda la noche. La tienda de campaña está deformada por su fuerza y hasta las grandes piedras que hemos colocado sobre los faldones para evitar que el viento se la lleve se mueven con sus envites. No dormimos nada bien, pendientes de la tienda, sujetándola desde el interior, y de noche tengo que salir alguna vez para recolocar los tensores de la misma. Alguno de ellos incluso ha acabado rompiéndose. Ahora nos acordamos de la tienda de altura cuyo doble techo tuvimos que cortar con la navaja para despegarlo de las piedras que lo aprisionaban, soldado a ellas por el hielo en Nido de Cóndores, en el Aconcagua. Aquel percance nos ha obligado a venir aquí con la tienda que usábamos en el campo base, y que no está pensada para soportar fuertes vendavales. Cruzamos, pues, los dedos para que no reviente del todo.

Cuando amanece el viento se va calmando, afortunadamente. Recogemos y continuamos hacia arriba.
  

Nos juntamos pronto con el resto del grupo y alcanzamos todos juntos lo que se conoce como campamento Mula Muerta, a unos 6.000 m.s.m. en donde pasaremos la noche. Al llegar arriba lo hacemos muy cansados. Se nota la mala noche que hemos pasado y el peso, más que la altura. Aún toca allanar el suelo y arreglar los desperfectos de la tienda de campaña, coserle algunos descosidos y rasgaduras, montarla y cocinar, derretir nieve para hidratarnos y alimentarnos bien, y no solo para recuperar energías, sino para quitar peso de encima.
  

El día ha transcurrido tranquilo y despejado, pero por la tarde han entrado algunas nieblas y se ha vuelto a arrugar. Cruzamos los dedos para que la noche y el día aguanten lo suficiente como para coronar la cima. El despertador hoy quedará puesto a las 4:30 de la madrugada.

Y la noche acompañó. Sin nada de viento, hemos dormido decentemente, excepto por la tensión que siempre se agarra al estómago las horas previas a cualquier cumbre. Dos horas después de despertarnos abandonamos el campamento rumbo a nuestra cima. Abrigados como astronatutas, abajo van quedando nuestras frágiles tiendas de campaña, escoltados a lo lejos por un enorme Aconcagua iluminado por los primeros rayos solares; su cara sur, de tres mil metros de desnivel, se muestra magnífica en la distancia. Nos separan de él 80 kilómetros a vuelo de pájaro. ¡Quién fuera cóndor para volar hasta él!

A medida que vamos ganando altura el grupo se va disgregando, no todos tenemos la misma aclimatación, ni el mismo ritmo. Se hace aún bastante largo el tramo hasta arriba, teniendo que usar los crampones en algún nevero. Alcanzamos su Canaleta -como en el Aconcagua-, que unos subimos directamente y otros la evitan rodeando mucho más por la izquierda. A medida que pasan las horas y nos vamos acercando a la cima la climatología se va estropeando hasta que acaba metiéndose la niebla, pero ya nada evitará que alcancemos al menos la cumbre secundaria del volcán.










13 días después de hoyar la cima más alta de Sudamérica pisamos también la cumbre del volcán Tupungato después de sufrir enormemente para llegar hasta aquí. Si allí fue el mal tiempo el que lo complicó todo, aquí ha sido el peso y la ausencia de camino en un terreno muy peligroso por los caudales de los ríos. Pero estamos arriba, en nuestro volcán Tupungato. Felices. Inmensamente felices y satisfechos de no haber arrojado la toalla antes de tiempo.

Pero la cima siempre es solo la mitad del camino. Ahora toca regresar, desandar lo andado hasta este lugar inhóspito y solitario, bajar, despacio, sin prisas, conservando las escasas fuerzas que nos quedan. Nos esperan muy abajo nuestras frágiles tiendas de campaña, que son, sin embargo, nuestro seguro de vida.




La niebla acabará envolviéndolo todo y localizamos el campamento de Mula Muerta casi de milagro. Algunos de los compañeros no han hecho cumbre y se han dado la vuelta ya, pero otros, por el contrario, aún continúan para arriba con una visibilidad mucho más reducida todavía. Estos últimos bajarán varias horas después que los primeros y se orientarán correctamente hasta alcanzar las tiendas de campaña gracias a nuestro silbato y las voces de los que permanecemos ya en él. Ironías del destino, después se despejará completamente quedando una tarde de nuevo espléndida. Toca saborear nuestra cima, alimentarnos e hidratarnos bien y descansar, pues mañana será de nuevo una jornada muy larga (otra más) en la que bajaremos hasta el mismo valle del Tupungato, haciendo de un tirón lo que subimos en tres días.

Desmontando el campamento, sin prisas. Detrás nuestro queda la parte superior del volcán con su Canaleta cubierta de nieve, y la amplia ladera pedregosa en donde la niebla se puede volver muy traicionera.



El descenso hacia el Hito por la cuerda que sirve de frontera entre los dos países se hace cómodo, el terreno es franco y no hay riesgos de ningún tipo. Saboreamos la cima de ayer y disfrutamos del paisaje y del ambiente.


Pasado el Hito Fronterizo, iniciamos el descenso, primero por la cabecera nevada donde durmiéramos cuatro noches atrás, y después por la angosta quebrada que desemboca en el valle del río Tupungato, con su encajonado perfil, y donde deberemos pelearnos de nuevo con los numerosos puentes de hielo, con el agua que se pierde bajo ellos y con las resbaladizas laderas que, como traicioneros toboganes, nos invitan a caernos al cauce.
















La siguiente imagen es muy interesante. En ella vemos, procedente de la derecha, el arroyo de la quebrada que desciende del Hito Fronterizo. Las aguas marrones de este arroyo -por el que nosotros hemos bajado- confluyen en la esquina inferior izquierda de la foto con las del violento río Tupungato, de aguas grises procedentes de los glaciares superiores. Y lo hace tras atravesar bajo un descomunal puente de hielo cubierto de piedras situado justo bajo nuestra posición, y reapareciendo marrón por delante de nuestras siluetas tan solo unos metros antes de su desembocadura. La foto muestra el momento en el que el grupo está decidiendo en ese punto si cruzar sobre el río Tupungato por otro gran puente de hielo existente - que ya usaran en la subida algunos de los compañeros-, o si, por el contrario, hacerlo por el pequeño puente de hielo que utilizáramos el resto del grupo durante la subida, y que se encuentra situado unos dos kms más arriba, en el valle del Tupungato. Este otro puente más chico se localiza al fondo de la imagen, en el centro superior de la diapositiva, más allá de donde se deja de ver el propio río Tupungato.

En la siguiente toma vemos a dos de los compañeros que han optado por utilizar el más cercano sobre el río Tupungato, pero cuando nos acercamos -la idea de todo el grupo era cruzar por aquí- vemos que se ha desplomado la mitad del mismo. De hecho, mientras lo observamos desde lo alto de aquel tobogán bestial de tierra y piedras, vemos con estupor cómo se desploma un poco más. En el diario tengo escrito lo siguiente: "El puente de hielo se encuentra roto, y ante nuestras narices quiebra más". Para que nos hagamos una idea de las gigantescas dimensiones de este puente basta imaginar que el compañero que está en la siguiente foto a medio descenso en realidad aún no ha llegado ni a la mitad del mismo, o lo que es lo mismo, la pequeña franja de hielo blanco que se aprecia en el colapso del puente pudiera tener fácilmente varios metros de espesor visible (solo lo blanco) sin contar el resto que queda por debajo. Es solo la punta del iceberg que muestra el enorme grosor de aquel puente cubierto por los derrubios que continuamente van cayendo por la ladera.

Al final varios decidieron cruzar por este lugar, pero el resto preferimos no arriesgar nuestras vidas sobre un puente que pudiera acabar colapsando totalmente en el momento en el que estuviéramos encima. Así pues, los demás optamos por dirigirnos río arriba, para lo cual primero debíamos cruzar el puente de hielo que veíamos dos fotos más arriba, sobre el arroyo procedente del Hito.

Una vez superado solo nos restaban caminar del orden de dos o tres kilómetros valle arriba hasta alcanzar aquel otro puentecillo de hielo que ya observamos en otra de las fotografías previas (en concreto en la nº 14). Lo encontramos bastante cambiado respecto de hace cuatro días, más separado de la orilla y más reducido pero, tras estudiarlo, comprobar que está en parte apoyado sobre el lecho del río y probarlo primero sin mochilas, lo cruzamos de un modo seguro. Ya del otro lado del salvaje cauce, nos dirigimos al mismo campamento que utilizamos a la subida, con suelo mullido y agua limpia cerca.

De las dos pequeñas y estrechas quebradas que se observan en la siguiente foto entre el volcán y nuestro campamento, la situada a la derecha corresponde a nuestro camino de subida y bajada al Hito Fronterizo. Además, el campamento Mula Muerta desde el que hicimos cumbre se ubicaría en la cuerda nevada que perfila el volcán, más o menos en la vertical de la primera de las dos vallejadas, la situada más a la izquierda de nuestra ruta de aproximación.

Poco a poco se acaba esta historia. La mañana siguiente será una dura jornada -otra más, la enésima- hasta el refugio Real de los Bayos, subiendo previamente el Portezuelo del Azufre, desde donde yo, además, aprovecho para subir en menos de una hora a la cima del mismo nombre, de unos 5.000 m. Sin mochila, vuelo hacia arriba, y regreso al collado en unos 15' esquiando sobre las piedras sueltas de las tarteras. 


Del otro lado del Portezuelo pasamos el lugar donde los arrieros y sus mulas nos abandonaron, continuando hacia el refugio Real de los Bayos, a donde llegamos 11 horas después y bastante desnivel superado hacia arriba y hacia abajo. Los hombros reventados me obligan a parar cada cuarto de hora; las hombreras de la mochila ya no me parecen acolchadas sino meras cuerdas que se me clavan y me cortan. Inma va algo mejor que yo de la espalda. Un compañero incluso se marea nada más llegar al refugio por una hipoglucemia. Ha sido una muy larga jornada para todos. Las mulas mañana ya nos harán la vida más sencilla. Solo nos restan unos pocos cruces de ríos y habremos llegado al final de este duro camino.

En el diario leo: "... en el 3º y 4º cruce del río las pasamos putas. Nos vemos obligados Fernando y yo a clavarnos en el río para ayudar a cruzar de uno a otro a las chicas. Es muy difícil evitar que el río nos arrastre y yo personalmente tengo que emplearme como nunca para poder avanzar las piernas, al tiempo que intento evitar que me haga la corriente perder el equilibrio" .





7 horas de caminata después alcanzamos de nuevo el refugio Santa Clara, el punto donde nos recogerán los camiones militares para llevarnos al pueblo de Tupungato, primero, y a Mendoza, después. Aún tendremos que esperar 5 horas hasta que el transporte aparezca, pero serán ya horas de conversaciones, de descanso, de chistes y bromas. Todos estamos felices de haber regresado sin contratiempos de un camino tan extenuante y, a veces, peligroso. En una ambulancia militar, apretados como sardinas, nos vamos todos para Tupungato, en donde nos espera un asado para celebrarlo. La celebración acabará a las 2:00 de la mañana.















Tras la cena y la parafernalia que la rodea (prensa, discursos, políticos locales,...) nos metemos todos otra vez como sardinas en un solo camión y nos trasladan a Mendoza, en donde aterrizamos a las 4:30 a.m.

Casi 23 horas después de despertarnos por fin entramos bajo las limpias sábanas de una cama. Solo pensamos en descansar cuantos días nos pida el cuerpo. La próxima estación la decidiremos cuando nos hayamos recuperado completamente.

El camino nos irá guiando.