Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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25 de junio de 2014

Fachadas

Segunda parte dedicada al barrio del Oeste, en donde gentes y miradas nos observan desde sus paredes; en donde personajes extraños y tribus de hombrecillos negros camuflan ventanas y puertas; allí donde crecen bosques en blanco y negro, con ramas que se retuercen como en una pesadilla soñada.






 



23 de junio de 2014

Garajes

El barrio se mueve. El Oeste rezuma vida, cotidiana, diaria, rutinaria y de barrio. Sí, vida de barrio, de ese barrio y de esa vida que algunos añoran en sus chalets, en sus urbanizaciones y en los recuerdos de sus infancias. Grafiteros, artistas, propietarios de fachadas, de garajes, comunidades de vecinos, todos se mueven y dinamizan un barrio inquieto y vivo. Universos personales se plasman con sprays de colores, particulares, introspectivos, creativos. Las conversaciones y los pareceres giran alrededor del arte urbano que invade sus calles, del arte callejero. A veces arte con mayúsculas, sobresaliente. Opiniones contradictorias a veces. Las vecinas charlan en las aceras, con las bolsas de la compra en la mano. Los paisanos en el bar de toda la vida. Los taxistas en su parada. Arte para todos los gustos. Arte para todos, finalmente.

Como un arrebato contra la homogeneidad, el barrio del Oeste grita a través de los colores que él es como es, diferente a los demás en su similitud. Sus gentes así lo han decidido, y para probarlo, aquí una primera muestra. Habrá más, de momento os dejo con una pequeña selección de algunos de sus garajes. Disfrutarla.










18 de marzo de 2014

Los ojos de Kill Bill

Paseo por los viejos muros de mi ciudad, de esa otra ciudad olvidada que no se parece a la idealizada capital que venden los folletos turísticos y las guías de viajes, pero que, sin duda, es más palpitante, mucho más viva que la de esos museos y monumentos engominados en los que todo está prohibido y encorsetado: no puedes tocar, no puedes hacer fotos, no puedes entrar si no pagas, tu perro se ha de quedar fuera, las cámaras te vigilan, cordoncitos de bonito color rojo te menosprecian el paso y carteles de No Pasar aparecen por doquier; monumentos muertos en donde te ven, en definitiva, o con cara de dolar, o con cara de delincuente. Paseo, pues, por esos otros rincones desheredados pero vitales y encuentro numerosas miradas que me observan entre desconchones de pintura y enmohecidos jarreados. Veo algunos personajes conocidos junto a otros que ya conozco solo de pasar junto a ellos una y otra vez, y me detengo delante de su mirada estropeada, de su cara agrietada por el hostigo de las inclemencias, y con los pómulos despellejados por el transcurrir del tiempo. Ella no me mira a mi, lo hace de reojo, como siempre, esperando a quién sabe qué. Quizás, ¿por qué no?, observando a esa otra ciudad adornada e imaginaria, la de la vitrina y el escaparate.

28 de febrero de 2014

Las muescas de los años

Sus manos sujetan el escoplo y la gubia con la naturalidad y la sabiduría que da haberlo hecho durante toda una vida; con la pericia y la maestría que se consigue a lo largo de gran parte de sus ocho décadas de existencia. De la punta afilada y cortante de sus herramientas aparecen rayas sinuosas, líneas paralelas, rebajes, hendeduras, muescas e incisiones. Todas estas marcas, juntas, descubren el semblante de seres imaginarios, engendrando las caras de personajes que cobran profundidad y vida propia con barnices y betunes. Sus manos traducen sobre el hueso de la res o la madera los personajes que bullen en la materia, y de ella ven la luz rostros que nos miran, facciones con expresiones frías que los diferencian.


21 de febrero de 2014

Cuerdas

Entra en el coche, cierra la puerta tras de sí y antes incluso de ponerse el cinturón de seguridad ya ha pulsado el botón del aparato de música. Yo arranco el vehículo al tiempo que lo hacen los primeros acordes de una canción de James Marshall Hendrix, el gran Jimi. Son las ocho de la mañana y la música rabiosa, eléctrica y psicodélica del músico estadounidense penetra en nuestros oídos mientras atravesamos, como cada mañana, las avenidas de nuestra ciudad rodeados de conductores tan somnolientos y meditabundos como nosotros. Las cuerdas vibran con "Voodoo Child", de finales de los sesenta, y penetran en mi cerebro imaginando al guitarrista zurdo en alguno de aquellos conciertos míticos, como el de Woodstock, con sus ojos cerrados viviendo y sintiendo su canción hasta la médula, moviendo ágiles los dedos sobre los trastes; o recordándolo en el histórico concierto de Monterrey, poseído por "Purple Haze", de rodillas quemando su guitarra en el escenario, y destrozándola a golpes y entregando los restos a un público alucinado. Sus cortos veintisiete años, los mismos fatídicos años con los que nos dejaron Janis Joplin, Brian Jones o Jim Morrison, fueron suficientes para legarnos genialidades que arrastraban a la juventud de aquella década irrepetible desde la punta de sus dedos, moviéndose frenéticos sobre las cuerdas metálicas que le permitían llegar al éxtasis. Suenan los solos y los riffs de "Red House" y "Fire" estridentes en mis sienes mientras comenzamos un nuevo día. Amanece para nosotros una nueva mañana al ritmo de la guitarra brutal del mito.





29 de enero de 2014

De chintófanos, correlirios y otros seres

Y de gamusimos, cocos, tragaldabas y zamparrones, cojuelos, bús, trasgos, sacamantecas, gruñus, encorujás y demás monstruos de nuestro imaginario.









27 de noviembre de 2013

El árbol de piedra

A lo largo de la historia de la humanidad, la vanidad humana nos ha regalado colosales maravillas ciclópeas fruto de la mentalidad ostentosa de algunos sectores sociales. Personajes que se regocijaban en la propia grandiosidad de su obra y en la comparación con la de los demás y su superación. Petulantes, pretenciosos y fatuos, nos legaron edificios monumentales (o monumentales edificios) que hoy en día forman parte de nuestra vida cotidiana y que nos rodean en nuestro deambular por las ciudades. Palacios y catedrales son un buen exponente de cómo la megalomanía de unos nos ha permitido a los demás heredar la belleza de la perfección arquitectónica, transformada en verdadera y excelsa obra maestra.


14 de noviembre de 2013

Postales a un emigrante

Abro el buzón y recojo la correspondencia, tras lo cual subo las escaleras y entro en la penumbra de la casa. Dejo el móvil y las llaves en la mesita de la entrada y me dirijo al salón. Pulso de manera autómata una tecla del teléfono y escucho sin escuchar el contestador automático mientras me dejo caer, derrotado, en un sillón situado estratégicamente junto a una ventana por la que entra, tamizada por unos visillos, la luz de un patio interior. Dejo a un lado, en el suelo, facturas y publicidad, y me quedo sosteniendo la postal. Una nueva postal que me remueve por dentro las entrañas. La miro sin prisas y observo su imagen, una antigua y descolorida fotografía de la ciudad donde siempre viví. La ciudad de mi infancia, de mi juventud y de mi madurez. La ciudad donde dejé a mi gente y a mi familia, ahora tan, tan lejana.

Le doy la vuelta y leo pausadamente lo que en ella escribió alguien a quien hecho mucho de menos. Está lejos, muy lejos. Y yo estoy cansado, muy cansado. Verdaderamente cansado. Me pesan los días, pero sobre todo las noches. Me pesan más si cabe ahora, con este puñado de palabras escritas que sostengo entre mis manos. Me pesan la ausencia, el tiempo y la distancia. Me pesan la impotencia y el desánimo, la nostalgia y la añoranza, que me obligan a arrastrar los pies por esta vida que ya no parece vida. Quiero rebobinar y no sé dónde está el botón que debo apretar.

Dejo la nueva postal dentro de la caja de cartón azul, al lado de la que recibiera la semana anterior, haciendo un gran montón junto con las de los meses pasados, y las restantes postales que he ido acumulando los últimos años. Años que perdí -que perdimos- en busca de un sueño que siempre se mostró burlón, siempre un poco más allá de la punta de mis dedos. Mi caja de cartón azul no es, sino, el resumen de mi dolor y desesperación. Devuelvo la caja a su rincón, junto al portarretratos en el que unos ojos negros carbón me hablan directos al corazón. Nos miramos por unos momentos eternos y le doy la espalda, saliendo de la habitación.

Arrastro los pies por el pasillo hasta el dormitorio frío. Mi cuerpo se desploma sobre la cama como si lo hubieran ejecutado, y cando los párpados recordando esos ojos negros carbón. Duermo una vez más soñando haber volado de aquí mañana al despertar.






13 de septiembre de 2013

La bruja

Paseando un día por mi ciudad me encontré con una bruja de labios fríos y ojos profundos, mirada misteriosa y piel ambarina, quién sabe si nacida de la noche o del día. Camuflada en un rincón de hormigón liso, escondida, misteriosa y mágica, no sé si tropecé con ella, o si ella me arrastró, si el encuentro fue fruto del azar  o de su premeditación. En mi ciudad se esconde una bruja.


18 de agosto de 2013

Alyscamps

Atrás queda el bullicio del cemento, el tráfico y el gentío de la ciudad cuando cruzamos la verja que da paso al interior de Alyscamps. Como si cruzáramos a otro mundo o a otra dimensión, la paz y el sosiego te envuelven bruscamente, y te obligan a caminar despacio, a meditar y a observar. O a observar y meditar, en el orden que tú lo prefieras. Rodeados de decenas de ajados y ruinosos sarcófagos, de decadentes arcos y muros que un día fueron centro de recogimiento y espiritualidad, de vidrieras góticas y frescas estancias en penumbra, uno no puede por menos dejar de pensar sobre el paso del tiempo. Retorcidas raíces serpentean entre las piedras musgosas de lo que antaño fueron habitaciones, las hojas marchitas del ya olvidado invierno se mueven solas por el suelo y se arrebujan por los rincones con la ayuda del aire, mientras las sombras de los árboles nos invitan a descansar bajo ellos en esta tarde de bochornoso calor. Una mujer, sentada en un escondido banco, se entrega ensimismada a la lectura; quizás de un poemario, cual personaje extraído del romanticismo europeo. A excepción del canto de los pájaros, el silencio lo envuelve todo, ceñido en el interior de los altos muros que rodean el templo y sus terrenos. Alyscamps es una cura de tranquilidad en un mundo de prisas y ajetreos. Sin duda, en él puedo escuchar mis pasos sobre la tierra y, como decía la ya mítica melodía, los sonidos del silencio.








14 de agosto de 2013

Planeo

Morí.

Me tumban sobre el hueco de la roca. Me entierran. Dejé de existir. Dejé de ser. Dejé mi cuerpo, mi vieja morada de carne y huesos, y me elevo. Me levanto sobre la atmósfera espesa del sufrimiento de los míos y planeo sobre todos ellos. Los veo debajo, abajo. Miran a la tumba, ahora llena de carne y huesos, rodeados de otras tumbas. Levito y los dejo. Todo es perfecto, todo está bien, todo correcto, todo es como debe ser: la vida continúa, aunque no para mí, pues morí.