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1 de febrero de 2021

Lobos, furtivismo y la cuenta la vieja

Mortalidad y deriva genética
Que la rarefacción del lobo ibérico (Canis lupus signatus) en la península estuvo directamente ligada a la mortalidad provocada por la persecución humana y su intensificación desde mediados del XIX hasta los años 70 del siglo pasado, es algo que ya hemos visto en este blog en la entrada titulada El lobo y el conflicto de las cifras, publicada el pasado septiembre y que recomiendo releer para comprender, no solo este otro artículo, sino también algunas claves del llamado "conflicto del lobo" y por qué en cierta medida se trata de un debate artificial. Aquellas tasas de captura se acercarían, alcanzarían en muchos casos, y superarían ampliamente en otros, el 35% de la población de lobos ibéricos, letalidad que según algún autor (Fuller, 1989 y 1995) constituiría aún un precio asumible por el conjunto de la especie, entrando en regresión numérica a partir de porcentajes superiores. Esta tasa de mortalidad anual planteada por Fuller para lobos mayores de 6 meses de edad, y en el que el conjunto de la población aún se mantiene estable, parece aplicable solo a poblaciones extensas y numerosas, como el propio autor aclara (Fuller, 1995; Fuller et al., 2010), como las existentes en Norteamérica donde se desarrollan sus investigaciones, brindándoles suficiente margen para reponer la pérdida de ejemplares. Eludiendo malintencionadamente esta importantísima enmienda al porcentaje sugerido por el propio Fuller, en España algunas administraciones ajustan el cupo de extracciones a un porcentaje algo inferior al indicado por él, pretendiendo justificar que aún se conserva la especie si solo se mata al 30% de los lobos (como autoriza Castilla y León, por ejemplo). Esta proporción de muertes legales ya es difícilmente asumible por la especie si atendemos a lo indicado por el mismo Fuller, pero lo es menos aún al no tener en consideración ni los lobos atropellados (que no se detraen de los cupos cinegéticos) ni los eliminados mediante furtivismo (lacra que para la administración simplemente ni existe).

Sin embargo, las condiciones ecológicas donde Fuller infirió ese porcentaje de 35% de mortalidad se alejan infinito de las que encuentran los lobos supervivientes en el sur de la masificada y humanizada Europa y sus regiones mediterráneas. Ello dificulta, cuando no impide, la extrapolación a nuestros territorios de esos estudios realizados en vastas áreas naturales, y motiva discrepancias con estudios locales. Así, M. Rico y J. P. Torrente (2000) apuntan la posibilidad de que ese porcentaje para las poblaciones ibéricas sea ya excesivo para garantizar su viabilidad a largo plazo, resumiéndolo así: "Entonces, dicho 35% propuesto por Fuller para poblaciones de Norteamérica, puede resultar alto en el caso de pequeñas poblaciones donde el azar en la mortalidad puede mostrarse como un factor de riesgo cuando incide sobre individuos reproductores; y más si se tiene en cuenta que el tamaño de los grupos familiares de lobos es sensiblemente menor en la Península Ibérica que en Norteamérica (Vila et al., 1990)".

Estos dos autores, concluyen que los tres principales aspectos que inciden en su dinámica demográfica son el tamaño de la población, la tasa de mortalidad y el aislamiento, siendo las tres variables que en su momento condicionaron la extinción de la especie en Sierra Morena y las sierras de San Pedro y Gata. 

En cualquier caso, sea el 35% el punto de inflexión o no a partir del cual nuestro lobo no puede recuperarse de la mortandad que sufre, lo que es incontestable es que la mortalidad que soportó durante más de un siglo superó con creces su límite de viabilidad a largo plazo, estimado de un modo general para cualquier especie en unos 500 individuos. Por debajo de estas cifras se suele hablar de poblaciones mínimas viables solo a corto plazo, con un gravísimo riesgo de que cualquier cambio ambiental arrastre a la especie al colapso y la extinción definitiva. En el caso que nos ocupa llevamos a la subespecie ibérica de lobo hasta casi la total extinción a principios de los 70 de la pasada centuria, cuando se conjeturó que su población había quedado reducida a unos 200 animales (Valverde, 1971), el número más bajo históricamente registrado. Aquel guarismo fatídico representó un azaroso "cuello de botella" genético, que aún se vuelve más minimalista y extremo si consideramos lo que los genetistas denominan "población efectiva", que tiene en cuenta, no ya el número de individuos totales de una población, sino el de los ejemplares reproductores de esta y la variabilidad genética que ellos aportan al conjunto, puesto que para el futuro de cualquier especie aquellos sujetos que viven y mueren sin reproducirse no suponen ningún activo. En el caso del lobo ibérico se ha estimado una población efectiva de solo 50 especímenes, lo que significa que toda la población actual desciende del minúsculo puñado de cromosomas que aportaron en su momento, heredando un gravísimo peligro latente que podría concluir catastróficamente en el futuro.

Transcribiendo unos párrafos firmados por J. Echegaray, C. Vilá y J. Leonard en 2008 nos será más sencillo comprender la importancia que tiene el concepto de Población Efectiva: "Actualmente, se estima que quedan en toda Norteamérica unos sesenta mil ejemplares. Aunque esta cifra pueda considerarse elevada, supone una reducción de casi el 90% con respecto a los lobos presentes en tiempos históricos. .../... Las bajas en una población generan una disminución de la diversidad genética, ya que se pierden cromosomas de los individuos que no dejan descendientes y se acelera la tasa de deriva genética".

Resulta obvio que la variabilidad genética que pueda tener la subespecie ibérica en la actualidad es muy inferior a la que históricamente debió tener, lo que la deja en una situación de gran vulnerabilidad. Así, los lobos escandinavos, por ejemplo, como consecuencia de su fuerte endogamia presentan numerosas malformaciones esqueléticas (Räikkonen, P. et al., 2004) y una menor tasa reproductiva (Liber, O. et al., 2005).


Tasas de mortalidad y estancamiento de la población ibérica
En nuestro país no se han llevado a cabo muchos trabajos sobre la mortalidad de la especie. El de Tellería y Sáez-Royuela (1989) estudiaba una tasa parcial de animales abatidos sobre el total de vistos en cacerías realizadas en Burgos, resultando ser de un 19%. Fue, pues, un estudio centrado solo en la caza legal de una única provincia. Por su parte, Y. Cortés y J. C. Blanco publicaban en 2002 un porcentaje de mortalidad total del 11,6% cuando disponían de los datos aportados por 11 lobos radio-marcados en una región geográfica con unas características ecológicas singulares -la meseta castellana-, lo que lo hace también difícilmente extrapolable al conjunto de la población ibérica, donde el lobo se distribuye por amplias regiones montañosas donde la persecución de la especie está mucho más arraigada. Posteriormente estos autores aportaban en 2007 que para 14 animales radio-marcados el porcentaje había sido ya del 18%, lo que hace pensar que una muestra masiva con esta metodología en toda su área de distribución arrojaría unos porcentajes de mortalidad no natural más elevados y realistas.

Por su parte, el Observatorio de la Sostenibilidad y el Proyecto de Voluntariado para el Censo del Lobo Ibérico llevaron a cabo una recopilación de las muertes no naturales de lobos que pudieron registrar en el año 2017. Las cifras que mostró este trabajo son abrumadoras si pensamos que las muertes ilegales de las que se puede llegar a tener constancia deben ser muy inferiores a las ocurridas realmente. Por poner un ejemplo comparativo, se calcula que solo una mínima fracción de la fauna envenenada se acaba encontrando y pasa a formar parte de las estadísticas sobre el veneno en España (del orden del 10%). Con el furtivismo en general, y con el del lobo en particular, sin duda ocurre otro tanto, aunque el porcentaje pueda no ser comparable: los lobos eliminados ilegalmente y encontrados sumarán siempre un número muy inferior al de los abatidos realmente. Establecer si esa diferencia es pequeña o, como se sospecha, mucho mayor, es una cuestión que aún está por determinar.

Esta recopilación de datos arrojaba unas cifras de 293 lobos abatidos de manera legal, mediante caza deportiva y controles letales de las administraciones (el 47% del total de muertes conocidas y un 20% de la población lobera), 259 muertos furtivamente (el 42% del t. de m. c. y un 18% de la p. l.) y otros 69 atropellados de manera fortuita (el 11% del t. de m. c. y un 5% de la p. l.). Solo el cómputo total conocido de aquel año ya ascendió a 621 lobos muertos en desafortunados encuentros con el hombre -aproximadamente el 43% de la población total, un porcentaje muy superior al 35% indicado por Fuller-, con una notable mayoría de muertes intencionadas (89%) y una pequeña proporción de accidentales (11%). Para calcular la población total de lobos en 2017 hemos aplicado el porcentaje de crecimiento en base al aumento del número de manadas, como veremos a continuación. En cualquier caso, es categórico que estos datos siempre serán parciales, dada la extremada dificultad de conocer las acciones de los furtivos que, como delincuentes que son, intentan que pasen desapercibidas. Si se conocieron 259 casos de furtivismo ese año nos podemos preguntar qué número de individuos perderán la vida ilegalmente cada año en la península por las acciones de estos delincuentes ambientales, lo que nos lleva a preguntarnos a su vez qué consecuencias acarrearán sobre la especie estas matanzas.




Pues la primera consecuencia de estas matemáticas se hace evidente: el estancamiento de la población. Como veíamos en el primer enlace, durante las últimas décadas nuestra población de lobos, lejos de dispararse como algunos aseguran, parece haberse atascado en un número que puede oscilar alrededor de los 1.434 lobos, cifra que resulta de multiplicar el último número de manadas conocido (297) por la media en invierno de ejemplares/grupo (4,2 miembros, para Fernández-Gil, A. et al., 2020) y sumar un 15% de ejemplares divagantes (1.247 + 187). Que esta cifra se haya mantenido parecida, con un ridículo incremento de solo 3 grupos en 26 años (crecimiento anual de 0,039%) entre los censos de manadas de 1987-88 (294) y 2013-14 (297), parece una prueba irrefutable de su estancamiento, sobre todo si lo comparamos con la expansión mostrada en las dos décadas previas, desde aquellos 200 exiguos especímenes. Parece una ironía que a esta coyuntura algunos se empeñen en calificarla de "estabilidad", habida cuenta de que dicha expansión se ha frenado en seco. Este atasco es asumido por J. C. Blanco cuando escribe en 2015: "... aunque en los últimos años este aumento se ha ralentizado de forma notable. Desde el año 2000, los lobos han aumentado ligeramente su distribución por el sur de las provincias de Ávila, Segovia, Madrid y Guadalajara, lo que representa un incremento del área de distribución de la población reproductora del 4%, quizá la expansión más modesta del lobo desde que comenzó su recuperación en 1970 (Blanco, Saenz de Buruaga y Llaneza, 2007; Blanco, 2014)". Aparte de la retórica de cómo calificar esta evolución, un 4% de territorio ganado en 15 años no parece una expansión muy alegre, que digamos.

El impacto de las altas tasas de mortalidad
Como acabamos de ver, todo parece indicar que la tasa de mortalidad en España debe estar siendo tan alta como la de reclutamiento (nacimientos), lo que explicaría el obvio estancamiento en número de manadas y superficie ocupada. La sospecha, además, de que localmente pueda estar siendo superior a la tasa de renovación se asienta cada vez más si observamos algunos ejemplos. Así, en Salamanca, bajo la supuesta estricta protección que le otorga la Directiva Hábitats al sur del Duero, lleva 40 años intentando regresar sin éxito, a pesar de la constante llegada de ejemplares zamoranos y habiéndose constatado incluso algunos episodios esporádicos de reproducción. No hay que ser muy inteligente para comprender que lobo que entra en esta provincia con una gran carga ganadera en extensivo, lobo que muere. La especie aquí choca de bruces con una "barrera socioeconómica", que no es sino un modo educado de nombrar a un sector (y perdón por lo injusto de generalizar) que simplemente se toma la justicia por su mano.



Si la delincuencia campa a sus anchas en las dehesas y campos salmantinos, la Junta de Castilla y León arrima el hombro en todo lo que puede para evitar que se establezca en la provincia: no menos de 7 lobos fueron abatidos entre 2013 y 2018 en Salamanca por la denominada, eufemísticamente, dada la labor que tiene, "patrulla de seguimiento", además de otros tantos en la colindante franja meridional de Zamora al sur del Duero. Sabiendo que es desde esta provincia vecina desde donde entran todos los lobos a la provincia charra, la muerte de ejemplares en el sur zamorano dificulta la expansión de la especie a territorio salmantino. Estos 14 animales estrictamente protegidos fueron abatidos junto a otros 16 más al sur de esta línea divisoria, en Segovia y Ávila. De esos 30 lobos muertos por funcionarios, 13 eran hembras, de las que 5 fueron eliminadas en plena época de celo, siendo 3 de ellas las reproductoras de sus respectivas manadas y/o se encontraban en plena gestación, lo que implica de facto la pérdida añadida de varias camadas o, incluso, de toda la manada, en lo que supone biológicamente una aberración inadmisible de cara a la conservación y expansión de la especie. Es injustificable el manejo que esta autonomía hace del lobo y, desde luego, resulta difícilmente aceptable por una sociedad contraria a "conservar las especies a tiro limpio". La gravedad de estos hechos, que, por otro lado, se han normalizado en todas las comunidades autónomas con presencia del carnívoro, la comprenderemos mejor si conocemos un estudio que vincula de un modo inequívoco la muerte de alguno de los dos ejemplares reproductores con la desaparición de toda la manada, hasta en un porcentaje del 77% de los casos, es decir, en 3 de cada 4 ocasiones la manada se desintegró tras la pérdida de uno de los dos adultos reproductores.

Solo a 17 de esos 30 ejemplares que Castilla y León eliminó al sur del Duero por supuestos daños a la ganadería se les hizo una necropsia, habiéndose podido determinar que solo en 5 de ellos hubiera en sus estómagos algún tipo de contenido compatible con ganado doméstico (lo que tampoco significa mucho, pues podría proceder de carroñas). Este dato no parece respaldar semejante carnicería allí donde está estrictamente protegido por Europa y, por el contrario, parece demostrar que se matan animales arbitrariamente para, simplemente, acallar las protestas de los ganaderos, y que la excepcionalidad de las medidas de control letal permitidas se han vuelto una norma aquí.

Este modelo de gestión llevado a cabo en Castilla y Léon, donde medra aproximadamente el 60% de la población ibérica, es tan severo para la especie que la propia presión cinégetica legal se ha quintuplicado en las tres últimas décadas, desde las dos o tres decenas de precintos que se otorgaban de media a finales de los 90, a los 140 que se vienen concediendo en las últimas temporadas de caza.

Más cifras para conocer el alcance del problema
Según los datos manejados por algunos autores, la mortalidad del lobo en nuestro país puede ser debida casi en su totalidad a factores humanos, impidiendo de hecho que los ejemplares mueran realmente de viejos, algo que no debe ser nada sencillo en esta especie en áreas humanizadas. Así, L. M. Barrientos, uno de los pocos expertos que han dedicado grandes esfuerzos en identificar el alcance del furtivismo, haciéndolo público para que se tomen medidas al respecto, indicaba en 1997 que de un registro total de 130 lobos muertos, 79 lo fueron por arma de fuego, 31 perecieron a manos del hombre al ser localizados en sus cubiles o encames, 10 más cayeron atropellados y los 10 restantes murieron por lazos, veneno, cosechadoras, etc.

En un intento de poner una cifra a este problema, este investigador reunió en 2014 toda la información que pudo recoger de muertes no naturales acaecidas a lo largo de 40 años en la provincia de Valladolid y comarcas aledañas, obteniendo una amplia muestra de 1.023 muertes, entre seguras (470), probables (241) y posibles (312). La tendencia fue creciente, siendo la última década la que más ejemplares aportó, con más de 400 animales muertos, lo que el autor relacionó con la evolución creciente de la población. El incremento de muertes con el paso del tiempo parece muy significativo, a pesar de la baja incidencia del lobo tanto sobre la ganadería (0,04% de ganado afectado en la primera década de estudio) como sobre las especies cinegéticas que, lejos de ver reducidas sus poblaciones por la presencia del carnívoro, aumentaron hasta hacerse necesarias compensaciones económicas por daños en los cultivos. Esto parece revelar que la persecución que sufre la especie obedece más a razones culturales que a motivaciones económicas. Respecto de las causas de las muertes, casi el 84% fueron debidas a la persecución directa, siendo el disparo el modo más utilizado (en 652 de los casos), seguido de los atropellos (146 animales) y del expolio de las camadas (105 cachorros). Además, 44 ejemplares más fueron envenenados, notándose un repunte en los últimos años del estudio -24 de los lobos envenenados murieron entre 2000 y 2011-. Y así podríamos seguir con números ya más reducidos hablando de los caídos por cepos, lazos, a golpes (en 10 ocasiones), por perros guardianes, ... En palabras de este autor "Parece poco probable que los lobos puedan morir de viejos en los humanizados ambientes ibéricos. Personalmente no sé de ningún caso ni de nadie que lo conozca. Aunque los lobos pueden vivir entre 14 y 16 años, el 80-85% no alcanza los cinco años". De los 549 lobos muertos a los que Barrientos pudo adjudicar una edad, el 33% eran cachorros con menos de 4 meses de vida, y en un 23% tenían entre 5 y 11 meses. La comparación no se hace esperar con respecto de los porcentajes arrojados por otros estudios: en ambientes menos humanizados la mortalidad juvenil alcanza el 34% entre los lobos de menos de 12 meses de vida según L. D. Mech y L. Boitani (2003), mientras que en la recopilación de L. M. Barrientos alcanzó regionalmente el 56%. El propio autor denuncia que "el 73% de las bajas de lobos correspondieron a animales matados furtivamente y solamente el 10% de forma legal".

Ante la obvia escasez de investigaciones que pongan la lupa sobre el impacto del furtivismo en la población lobera -en parte debido a que el dinero invertido en investigación procede a menudo de esas instituciones públicas que quieren que pase desapercibido, pero quizás también por una cierta falta de interés de parte de la comunidad científica-, y dado que las cifras sobre las muertes legales sí son consultables (siempre que se supere la indecente opacidad y falta de transparencia en este asunto de las propias administraciones), voy a intentar argumentar una cifra aproximada para esas muertes clandestinas sobre las que muchos quieren pasar de puntillas, haciendo lo que siempre hemos conocido como "la cuenta la vieja", e intentar así poner algo de luz sobre cuántos lobos mueren de media cada año ilegalmente en nuestro país.


"La cuenta la vieja"
Como ya indicábamos más arriba, en España podíamos estimar que había en 2014 antes de los partos unos 1.434 lobos agrupados en 297 clanes familiares, entre adultos y subadultos, incluidos los cachorros nacidos en esa temporada reproductora y que habrían sobrevivido sus primeros meses de vida para contarlo. Si asumimos algunos estudios que estiman un 20% de fracaso reproductor (Fernandez-Gil, A., Álvares, F., Vilà, C., y Ordiz, A., 2010) -lo que perversamente nunca se considera en las estimas poblacionales para inflar los números totales al contabilizar sí o sí reproducción en todos los grupos-, cada año una media de 59 manadas no se reproducen. Siendo un animal prolífico, cuando llega la primavera siguiente cada una de las 238 que sí lo hacen aportará una media de 5-6 cachorros nuevos (Mech, 1970; Mech, Fuller y Cochrane, 2003). Esto hace que, inmediatamente después de los partos, a los 1.434 lobos iniciales se les habrán sumado otros 1.190 o 1.428 cachorros. Si de las 1.190-1.428 bolitas de pelo negro recién nacidas restamos aquel porcentaje de muerte juvenil natural del 34% que mencionamos antes (Mech, L.D. y Boitani, L. 2003, para ambientes no humanizados), al invierno siguiente deberían haber sobrevivido entre 785 y 942 crías. En ese momento la población total sumaría entre 2.219 y 2.376 ejemplares. Si extrapolamos la cifra de 333 animales que murieron en 2017 de manera legal o accidental (cazados legalmente en actividades cinegéticas, muertos como parte de los "habituales cupos excepcionales" o atropellados) y la sustraemos de los resultados vistos obtendríamos una hipotética población final de entre 1.886 y 2.043 lobos transcurrido aproximadamente el período de un año.

Ahora, si aplicamos el porcentaje del 0,039% de crecimiento anual del conjunto de la población (que explicamos cuando hablábamos del estancamiento) a la cifra inicial de partida -1.434 lobos- nos da la cifra real esperable transcurrido un año de iniciada la contabilización, siendo esta de, como mucho, un lobo más. Como vemos, entre los 1.886 o 2.043 lobos que debería haber doce meses después, y los 1.435 que pudiera haber en realidad hay una diferencia significativa. Restando un concepto al otro, el cálculo final nos ofrece una horquilla de entre 451 y 608 lobos que mueren anualmente en España furtivamente. Esto supone una media de entre el 24% y el 28% de la población, porcentajes que se suman a los de muertes legales (una media de 20% para 2017), accidentales (una media de 5% para 2017) y naturales (desconocida). La suma total parece a todas luces una barbaridad inasumible.

Puede que haya quien opine que estas deducciones son dirigidas y que necesariamente están sesgadas por falta de investigaciones específicas, aún infiriéndose de los datos de diversos estudios científicos, pero incluso admitiendo un cierto error, no cabe duda que se deben acercar bastante más a la realidad de lo que ellos quisieran admitir, y desde luego mucho más que los inexistentes estudios específicos sobre furtivismo que las administraciones no encargan y que los biólogos no realizan. Es muy difícil de creer que, si solo en 2017 se conocieron 259 lobos ibéricos muertos ilegalmente, el número real no se deba multiplicar por algún entero. No parece, pues, muy descabellada la cifra de entre 450 y 600 lobos furtiveados cada año, solo en España; y esto siendo conservadores.

Y digo que siendo conservadores porque si nos atenemos a otros estudios regionales, el 20% de fracaso reproductor propuesto por Alberto Fernández-Gil y colaboradores, puede ser menor o incluso prácticamente despreciable, al menos regionalmente, lo que hace conveniente realizar promedios que se ajusten al conjunto de la población ibérica. Así, L. M. Barrientos no observó ningún fracaso reproductor en sus estudios hasta 2006 en Tierra de Campos. Durante varias décadas todas las manadas criaron sin problemas sus cachorros (sin problemas hasta la apertura de la media veda, claro) (com. pers.). Haciendo la media entre ambos porcentajes, y realizando los mismos cálculos con solo un 10% de fracaso reproductor, la ecuación nos arrojó unas cifras de entre 547 y 723 lobos muertos ilegalmente en España cada año (entre el 27,5% y el 33,5% de la población). Además, también podría tener en cuenta que el 34% de mortalidad juvenil que proponen Mech y Boitani es una tasa máxima, y que no tiene por qué alcanzarse ni siempre, ni de media. En tanto que no existen estudios específicos sobre este aspecto en nuestro país, es muy aventurado creer que se alcance siempre y anualmente esta tasa de mortalidad "natural" juvenil en la península, algo que dependerá sin duda de la aparición o no de enfermedades y/o de la escasez de alimento/per cápita.

Porcentajes oficiales
En cualquier caso, mis deducciones menos pesimistas (entre 451 y 608) concuerdan bastante con los entre 550 y 750 ejemplares que se estimó fueron muertos (legal e ilegalmente) por el hombre a lo largo de doce meses entre 1987 y 1988 (Blanco, J. C., Cuesta L., Reig S., 1990), partiendo de un registro de 309 lobos muertos, de los que el 20% corresponderían a cachorros eliminados en las madrigueras y un 60% abatidos a tiros. En palabras de estos autores en referencia a aquellos cálculos "La mayoría de los casos conocidos en aquel estudio se referían a lobos muertos ilegalmente" y en otro momento se apunta que "Se estima que la mayoría de los lobos se matan en España ilegalmente". Igualmente, para Castilla y León J. C. Blanco escribía en 1990 que, de los datos que habían podido recoger para el quinquenio entre 1984 y 1988, se infería una mortalidad ilegal mínima del 34,5%, ya que este porcentaje contabilizaba solo las muertes no naturales causadas por otros medios que no fueran las armas de fuego o los atropellos. Sabiendo que el disparo es el medio principal para abatir lobos furtivamente (según publicaron en 2010 Alvares y colaboradores, el uso de este método para matar lobos en la península ibérica osciló regionalmente entre el 28'7% y el 83'7%), podemos fácilmente suponer que ese porcentaje se queda francamente corto ante la realidad, dado que la mayoría de los lobos furtiveados lo son, precisamente, con armas de fuego.

Esto lo confirma, además, alguien muy vinculado al sector cinegético, como lo es José Ignacio Regueras Grande, biólogo y cazador que en 2004 publicaba en "Brigecio, Revista de Estudios de Benavente y sus Tierras" un trabajo recopilatorio de las muertes de lobo en la provincia zamorana entre 1972 y 2000, en el que concluye con algunos datos muy esclarecedores, como que el 73,65% de los animales muertos lo fueron por arma de fuego, o que de los abatidos a tiros solo el 12,84% lo fue legalmente, mientras que un 48,26% lo fue furtivamente, desconociendo las circunstancias en el porcentaje restante. En esta publicación el autor indica que en los años del estudio murieron en la provincia un mínimo de 870 ejemplares, sin tener en cuenta las camadas, que fueron al menos 10, con un total de 52 cachorros que fueron muertos también. Este autor en la introducción del artículo escribe que "... se ha podido apreciar en el servicio de Medio Ambiente es que los datos suministrados al autor a la vista de los "archivos oficiales" solamente hablan de lobos cazados legalmente, -lo cual como se verá- es solo una pequeña parte del total de las capturas". Estos datos también son coincidentes con otros que afirman que en Zamora la caza furtiva se convierte en la primera causa de mortalidad no natural con una media del 40% de las muertes registradas entre 1998 y 2001 (Llaneza, L. y Blanco, J. C., 2001), siendo un porcentaje extraordinariamente relevante teniendo en cuenta que en esta provincia la extracción de ejemplares mediante caza legal es ya de por sí muy elevado.

Más ejemplos de que las cifras son muy superiores a lo que la especie podría poder asumir: en la década de los 90 en Castilla y Léon el 50% de las muertes de lobos tuvieron lugar fuera de la temporada cinegética, o lo que es lo mismo, ilegalmente (Llaneza, L. y Blanco J. C., 2001). Por su parte, de los diez lobos radio-marcados por Cortés y Blanco muertos por causas conocidas, 2 murieron en actividades cinéticas legalmente (20%), cuatro murieron ilegalmente (40%, tres por tiro y 1 por veneno) y los 4 restantes accidentalmente (40%, 3 atropellados y 1 por perros mastines).

Todos estos porcentajes, aún siendo parciales, ofrecen una radiografía demoledora de la situación que atraviesa la especie en España y, por extensión, también en Portugal, siendo notorio que estas tasas serán inferiores en algunas regiones y muy superiores en otras, como parece desprenderse de ciertas advertencias. Así, y siguiendo con datos reales, de nuevo Barrientos (1997) expone que, de 100 lobos muertos en su área de estudio a partir de 1985, 68 lo fueron de forma ilegal, es decir, el 68%, lo que en realidad es más del doble de la suma de las muertes legales, accidentales y naturales juntas. Esta alta mortalidad ilegal que sufrió el lobo en las últimas décadas en la meseta castellana estaría detrás de la desaparición de 10 u 11 grupos reproductores, de las 18 manadas que llegaron a coexistir en los mejores años (com. pers.). Y por dejar un último apunte, en la provincia salmantina, el porcentaje de lobos muertos clandestinamente sin duda se acercará muchísimo al 100%, siendo la propia administración regional la que ya se encarga de completar el pequeño porcentaje restante.


Conclusiones
Que en una especie sobre la que se hacen tantos y tantos estudios y que cuenta con una tasa de mortalidad tan extrema no se cuantifique estadísticamente este problema tan importante para su conservación es, como mínimo, sospechoso, e impide conocer, no solo su magnitud real, así como otros aspectos sobre los métodos empleados en el exterminio del lobo, las franjas de edad más afectadas, el estatus social o el sexo, sino, sobre todo, tenerlo en cuenta como parámetro demográfico en los planes de gestión. Se hace patente que el conocimiento de esos índices se convierte en imprescindible para estudiar la dinámica poblacional, siendo, por lo tanto, un dato básico para elaborar cualquier plan de conservación. Esto es especialmente importante cuando la gestión de estos planes se basan esencialmente en el control letal de los individuos. Estudiar en profundidad el furtivismo sigue siendo una asignatura pendiente, a pesar del peso que tiene en su dinámica poblacional, en la deriva genética, en su futura supervivencia y, en definitiva, en la gestión de la especie. Además, resulta indispensable conocer el alcance de este tipo de delincuencia para que los cuerpos de seguridad del estado puedan luchar contra él, no digo ya las administraciones autonómicas que si por algo se han caracterizado es por mirar siempre para otro lado en este asunto.

La vieja conversación (lamentablemente real, no es ficticia) escuchada en la tasca de un pueblecito de la montaña leonesa en la que se oye a alguien diciendo "... no te preocupes, lleva allí tus caballos que esos ya no te van a dar problemas" se repite con la naturalidad que da la costumbre, sin que nada se pueda hacer al respecto y con el beneplácito, además, de muchos funcionarios que trabajan en esos verdaderos sumideros de lobos que todos conocemos como Reservas Regionales de Caza: "Esto ocurre en algunas reservas de caza del norte de Castilla y León, donde el lobo es perseguido más por el supuesto impacto sobre los ungulados silvestres que por los daños al ganado, por lo demás poco abundantes. En estos casos algunos gestores y celadores de caza de la propia administración muestran una percepción personal más negativa hacia el lobo que los propios ganaderos" (Blanco, J. C.; 2015). Entre tanto, la sociedad debe tener claro si quiere ver a este animal como a la loba joven de las fotos de esta entrada y permitir que los delincuentes campen a sus anchas en nuestros campos, o si prefiere ser poseedora de una naturaleza bien conservada y mejor protegida, donde el manejo que se pueda tener que hacer de cualquier especie animal, incluido el lobo, sea desarrollada por encima de cualquier otra consideración solo cuando la ciencia así lo justifique, y exclusivamente por funcionarios autorizados. 

Este obvio estancamiento que sufre la especie en la península ibérica tiene una relación directa innegable con el modelo de gestión letal que se ejerce sobre ella y que es puesto en entredicho en diversos estudios si lo que se quiere es hacer efectiva su conservación y recuperación, además de ser legalmente injustificableLa fuerte presión que ejerce el hombre sobre la especie en la actualidad es muy similar a la ejercida en los siglos pasados, hasta en la existencia de una persecución institucionalizada, antaño organizada por las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos, y hoy en día por las mismas consejerías de medio ambiente que deberían protegerla, lo que no deja de ser esperpéntico. Esto se basa en justificaciones que no están demostradas científicamente, como podemos leer en palabras también de J. C. Blanco (2015 y 2017): "En general, se suele aceptar que la caza del lobo genera un beneficio económico que compensa en parte las pérdidas que la especie causa, y que la caza legal reduce el furtivismo, mejora la percepción del lobo y reduce los daños al ganado. Sin embargo, casi nunca se han probado tales afirmaciones". 


No puedo por menos de fijarme en el espejo de otros países de nuestro entorno cuando pienso que somos el único de todos ellos que sigue vergonzosamente permitiendo la caza deportiva de este animal.


De nuevo y lamentablemente, Spain is different.

16 de enero de 2021

E.N.P.

El jueves pasado hicimos lo que más nos gusta, salir a la montaña, al campo, a la naturaleza hermosa de nuestra sierra de Gredos. Podía haber sido a la de Béjar, o a la de Quilamas, o a cualquier otra zona montañosa cercana a donde vivimos, y cercana a nuestros corazones (a veces se me pasa por la cabeza empadronarme en Hoya Moros). Pero fuimos a Gredos. Porque sí. A la sierra de Barco porque además es más tranquila. Cada vez necesito más la soledad de la montaña, sin gente, sin otros montañeros, sin excursionistas; sin nadie que merodeé por ella salvo los bichos que en ella viven; los bichos y nosotros.

Llamarme egoísta. 

Gredos. Parque Regional de la Sierra de Gredos, ahí es nada, la máxima figura de protección y conservación de la naturaleza que puede declarar nuestra comunidad autónoma, cuya filosofía es la de conservar y proteger los valores naturales de estas montañas para la sociedad. Un Espacio Natural Protegido -ENP- para nosotros y las generaciones futuras.

Cuando llegamos al inicio de la garganta que pensábamos recorrer, nos da una bofetada en la cara el cartel de una batida que nos hubiera prohibido el paso al valle si hubiera coincidido con nuestra jornada. Lo primero que siento es cabreo. Un cabreo enorme porque se practique esta modalidad de caza tan antiecológica, a la que nunca me cansaré de criticar por las afecciones que causa en todo el entorno, y no solo en las posibles especies que pretendan cazar -presumiblemente jabalí, ciervo, corzo y algún zorro si se le pone a tiro-, sino también por las coacciones inherentes al libre tránsito del resto de ciudadanos, por el alto riesgo de accidente que lleva aparejado y por la nula igualdad de condiciones entre presa y cazador (batidas, ojeos y monterías son una manera abusona, insensible e inhumana de cazar).

Algún extremista, entre los que creo no me incluyo, me dirá que si hay alguna modalidad de caza que no lo sea; sí, me refiero a eso, a lo de antiecológica. Pues no lo sé, supongo que la que practican las tribus indígenas, la que se efectúa por "prescripción facultativa" -es decir, la emanada de una justificación científica-, y, si acaso, algunos tipos de rececho donde los animales tienen alguna posibilidad de dar esquinazo a los escopeteros (entiéndase, persona que lleva escopeta). 



El caso es que tras el primer momento de cabreo, lo que siento acto seguido es alivio pasajero al leer que la batida tuvo lugar cinco días antes. Pero una vez pasado ese suspiro de alivio que duró apenas unos instantes, el segundo calentón regresa, y vuelvo a estar cabreado. Muy cabreado. ¿Cómo es posible que en el Parque Regional de la Sierra de Gredos se permita que coincida una batida de unas 7-8 escopetas a lo largo de una pista forestal, al comienzo de una ruta clásica entre los montañeros, balizada, y en fin de semana?, ¿estamos locos? Sí, ya sé, es que los cazadores locales tienen también todo su derecho a hacer la actividad que a ellos les guste y, además, es su pueblo, cosa que yo y el resto de excursionistas no podemos decir. Y tienen toda la razón, ahí me han dado, están en su derecho. Sin embargo, ... yo también estoy en el mío de realizar libremente la excursión, sin la posibilidad de que gente armada me eche del lugar a "cajas destempladas", o peor aún, sin la coacción que supone que mi nombre se venga a sumar a la larga lista de heridos o muertos en "accidente de caza". Cazadores, rectores de este ENP, los usuarios del parque regional también tenemos todo nuestro derecho a caminar libremente por donde decidamos, como dice esa Constitución que se supone nos compete a todos, pero que según vayas armado o no parece que cambia. Esto tiene que ser así, les guste o les disguste.

Esto "es" así.

No tiene lógica que una actividad de alto riesgo para el resto de ciudadanos se practique en fin de semana al comienzo de una ruta clásica realizada por numerosos montañeros y en el interior de un parque regional, cuya filosofía es la de conservar y proteger la naturaleza para disfrute de la sociedad, entre los cuales nos incluimos todos aquellos que caminamos sin un arma ente las manos, que somos muchos. Que somos más. No tiene ni pies ni cabeza. El sentido común te dice que hay que pensar en una solución que evite estas coincidencias en el tiempo y el espacio, y dado que las grandes rutas clásicas no las podemos cambiar de sitio ... lo lógico es pensar ... ¿de verdad no hay otros lugares en el término municipal donde realizar esa batida?

Ahora, llamarme egoísta otra vez.

10 de diciembre de 2020

Una nueva vida para Cabañeros: adiós a la caza


Cabañeros es algo distinto desde el pasado 5 de diciembre cuando finalmente entró en vigor la prohibición de practicar la caza deportiva y comercial en todos los parques nacionales españoles.

Sí, el Parque Nacional de Cabañeros comienza a ser un poco más ... parque nacional. La Ley de Parques Nacionales 30/2014, de 3 de diciembre prohibía la actividad cinegética de un modo irrevocable en estos espacios naturales, aunque daba un plazo de seis años para su entrada en vigor definitiva, tiempo más que suficiente para que los propietarios de los terrenos afectados y los propios espacios protegidos se adaptaran a la nueva norma. Se nos han hecho eternos estos seis años de plazo, pero por fin este sábado pasado finalizaba esa moratoria a la práctica de la caza deportiva en el interior de los parques nacionales españoles.



¡¡¡Por fin los gestores de estos espacios protegidos se tienen que adaptar a la nueva realidad del siglo XXI, donde la caza deportiva y todo lo que ella conlleva (control y persecución implacable de predadores, exterminio histórico de algunos de ellos -lobo, lince ibérico o grandes rapaces, por ejemplo- vallados cinegéticos, compartimentación del territorio, cebaderos de ungulados, sobreabundancia de algunas especies, afectación de la vegetación, en demasiadas ocasiones incluso el uso del veneno u otras "artes" prohibidas, ...) no es compatible con el concepto de Parque Nacional!!! Tardaron en darse cuenta, y perdónenme la ironía, pero es que era tan evidente como que la muerte de los animales para divertimento humano es lo más opuesto que existe a la filosofía que fundamenta la declaración de cualquier espacio natural protegido; y no digamos ya de los parques nacionales, figuras que teóricamente representan el máximo nivel de compromiso y protección con la conservación de la naturaleza. Esto que es de perogrullo ya lo hemos advertido en este blog en diversas oportunidades, criticando el uso de la caza deportiva como solución a un problema que la propia actividad cinegética ha creado: la sobrepoblación de algunos ungulados en nuestros campos. Así lo advertíamos respecto de las monterías celebradas en los últimos años en el emblemático Parque Nacional de Monfragüe.


Ahora ya solo hace falta que nuestras administraciones y nuestros gestores medioambientales se den cuenta de que esta nueva visión tiene que ira más allá de los propios parques nacionales y ser extensible a otras figuras de protección. Ya sé que son lentos de reacción, que tanto la política como las leyes siempre van a la zaga de lo que la sociedad demanda y que, sin lugar a dudas, generalmente llevan años de retraso respecto del clamor de la calle, pero se hace imperioso que se reconozca legalmente de una puñetera vez que hacer coincidir, por ejemplo, un espacio natural protegido y una reserva regional de caza es tan absurdo como lo era hasta ahora la actividad cinegética en los parques nacionales. Es algo de primero de carrera, que no tiene lógica alguna y que indigna a la sociedad conservacionista española, ampliamente contraria a ese pseudodeporte. La coincidencia de esas dos figuras de protección (ENP y reservas regionales de caza) es un verdadero sinsientido, un tremendo dislate imposible de justificar. O el espacio se dedica a matar animales, o se dedica a conservar la naturaleza con una filosofía inequívocamente contraria al sufrimiento animal para diversión de una minoría, pero los dos modelos de gestión no son compatibles. De esto hasta un niño pequeño se daría cuenta.


Pero vayamos por partes. Primero el uno y luego el dos.

Y digo esto porque conviene no adelantar ingenuos vítores de alegría por haber conseguido que legalmente se prohiba la caza deportiva y comercial como la entendemos hoy en día en nuestros parques nacionales -lo que se venía reclamando desde hacía décadas-, porque primero habrá que comprobar que no se flirtea la legalidad con acciones que pretendan camuflar como "gestión de las poblaciones de ungulados" lo que en realidad podría seguir siendo, al fin y al cabo, caza por diversión. Y esto viene a cuento porque ya el propio Presidente de la Comisión Mixta de Gestión de los Parques Nacionales de Castilla-La Mancha, el señor Félix Romero, plantea algunas opciones sospechosas de ser simples concesiones a los poderosos propietarios de algunas de las fincas que conforman el parque, cuando dice que una opción para manejar la sobrepoblación de ungulados dentro del mismo "podría ser una acción conjunta entre cazadores y propietarios, dentro de otro concepto de caza", o que "en ningún caso sería una actividad cinegética basada en una mejora de trofeos", admitiendo que esta actividad está todavía encima de la mesa, y posibilita la opción de que los propietarios "se impliquen en el control de ungulados con una actividad muy dirigida y muy controlada por parte de la administración", en palabras suyas. El propio señor Romero admite (o adelanta, más bien) que ante el escenario complejo que se les viene encima no descarta que las disyuntivas de cómo gestionar este problema acaben en los juzgados, algo que ya están valorando algunas ONGs conservacionistas, como Ecologistas en Acción, que temen que no quede otro remedio que ir a los tribunales ante la continuidad de la actividad cinegética por parte de algunos propietarios con la disculpa del control de las poblaciones, en lo que han denominado como un "cierre en falso de la actividad". ¿Cómo acabará este tira y afloja entre la razón o el sentido común y los intereses económicos del lobby cinegético? No lo sé, lo iremos viendo, pero la presión que se ejerce desde este último, y lo imbricado que se encuentra el sector de la escopeta en las altas esferas políticas y empresariales del país, lo van a poner difícil, tirando de los argumentos demagogos de siempre, las mentiras repetidas mil veces -pero que seguirán siéndolo por mucho tiempo que pase- y las mediaverdades que venden a la sociedad gracias a numerosos medios de comunicación que se hacen eco solo de su versión. En definitiva, más de lo mismo cuando se habla de la caza en nuestro país.



Es evidente que la sobrepoblación de algunas especies de ungulados en este u otros parques son la consecuencia directa del nefasto modelo de gestión cinegética de las fincas, basado en el productivismo económico en vez de en la sostenibilidad ecológica. Esas poblaciones absolutamente descontroladas de ungulados silvestres son la consecuencia directa de su mala gestión, y esta última es la única causa (del problema). Por lo tanto, es necesario que la gestión moderna de estos ecosistemas cambie radicalmente el planteamiento y ponga el foco de atención en las causas, para luchar contra sus consecuencias. Erradicar esas causas de sobrepoblación significa fomentar el regreso de los depredadores naturales, eliminar los vallados cinegéticos, perseguir un equilibrio natural con la mínima intervención humana y, si esta fuese necesaria, realizarla en base únicamente a estudios científicos que así lo justifiquen y por parte de la propia administración. Pero hay que partir de la base de que nunca se podrá resolver este problema mediante el mantenimiento de la actividad que lo ha generado. No es de recibo que la solución a un problema nacido de la caza en un espacio natural protegido se resuelva mediante el divertimento que supone para una minoría meterle un tiro a un animal. No en un espacio protegido. Divertirse matando animales choca frontalmente con el espíritu que propugna la declaración de esas figuras de protección.



Cabañeros y todos nuestros parques -tanto los naturales como los nacionales- necesitan un modelo de gestión que se base en estrictos planteamientos conservacionistas y que se abandonen definitivamente manejos insostenibles de los mismos, además de éticamente incompatibles. La caza deportiva no es admisible en ningún caso, como tampoco lo es la caza de los depredadores apicales como el lobo, practicada y dirigida de un modo vergonzoso por el propio Parque Nacional de los Picos de Europa, lo que se antoja como simplemente aberrante.



Puede que para el Parque Nacional de Cabañeros la vida haya cambiado radicalmente a partir de este 5 de diciembre pasado. No lo sabemos aún, el tiempo nos lo dirá, pero lo cierto es que esta fecha se ha convertido en un punto de inflexión importante, a partir del cual ya nada volverá a ser igual. Que la defensa de la nueva normativa que prohibe la caza deportiva en su interior llegue a los tribunales o no, dependerá de los gestores del parque y de cómo afronten el problema de una posible sobrepoblación de ungulados. Este parque se merece una buena gestión y los ciudadanos merecemos unos buenos gestores. Los diversos enclaves y ecosistemas del Parque Nacional de Cabañeros (el menos visitado de España, quizás porque la casi totalidad de su superficie esté vetada al tránsito y disfrute del ciudadano) ostentan un valor ambiental extraordinario, que las imágenes que acompañan este texto solo pueden hacer intuir. Como vemos en ellas, Cabañeros es mucho más que su famosa "raña" y las sierras, contando con una gran variedad de ambientes mediterráneos muy bien conservados, y una geología y una fauna dignas de la máxima protección jurídica, con especies emblemáticas como el águila imperial y una de las mayores colonias de buitre negro del mundo.

Un lugar para conocer y visitar reiteradas veces, sin duda. Un lugar que no te dejará indiferente.

7 de diciembre de 2020

La caza del lobo, ¿de qué estamos hablando?

Que el caso del lobo es especial lo saben incluso aquellos que no tienen un conocimiento o interés específicos sobre la especie. Ecológicamente, Canis lupus es una especie "apical", término que viene a indicarnos que se encuentra en el ápice de algo, que ocupa su extremo. Esta especie, efectivamente, se sitúa en la cúspide de la cadena trófica en gran parte del hemisferio norte, influyendo de un modo directo tanto sobre las presas de las que se alimenta como sobre el conjunto de predadores medianos y pequeños -denominados mesodepredadores- sobre los que ejerce también una labor de control inmediata, e indirectamente sobre el conjunto del ecosistema, ya que todo en él está íntimamente intercomunicado en una compleja red de relaciones interespecíficas. Su situación dominante en esta pirámide ecológica es la que determina el papel tan relevante que ejerce en lo que llamamos "cascada trófica", es decir, los efectos en cascada que cada componente de un ecosistema ejerce sobre los seres vivos que se sitúan transversalmente en su mismo nivel y, sobre todo, en los inferiores al suyo.


Así, por un lado, si los depredadores apicales desaparecen (en el caso que nos ocupa, el lobo ibérico) o ven mermadas drásticamente sus poblaciones, los mesodepredadores -como por ejemplo el zorro- aumentarán su número, impactando de un modo severo sobre sus presas -aves, micromamíferos, reptiles, anfibios, ...- que no soportarán la presión predatoria y se verán seriamente reducidas. Esta disminución afectará a su vez a insectos y plantas que, ante la ausencia de sus propios reguladores naturales, se propagarán sin control y facilitarán la transmisión de enfermedades y plagas tanto a la fauna y la vegetación silvestres, como al propio ganado y cultivos domésticos. 

Por otro lado, los grandes herbívoros -ciervos, jabalíes, corzos, rebecos y cabras monteses- verán también aumentar exponencialmente sus poblaciones ante la ausencia del lobo, generalizando problemas de diversa índole. Así, se generará un recurrente impacto negativo sobre los propios cultivos humanos -principalmente por especies como el ciervo o el jabalí, y a veces el corzo- y sobre la cubierta vegetal de nuestros montes, sobreexplotándola y menoscabando la alimentación, tanto de los animales silvestres como del ganado doméstico en extensivo, por competencia directa. Un ejemplo fácil de entender de cómo influye este sobrepastoreo en la cubierta vegetal provocado por el aumento descontrolado de herbívoros silvestres lo encontramos en la afectación que sufren algunos taxones botánicos escasos del Sistema Central como consecuencia del elevado número de cabras monteses existente en estas sierras. La excesiva abundancia de este rumiante se ha convertido en las últimas décadas en un serio problema para la conservación de algunos endemismos botánicos exclusivos de ecosistemas alpinos. Los efectos en cascada pueden ser tantos y tan diversos que pueden llegar a dañar al propio suelo en los casos más graves, por compactación del mismo si se da un exceso de ungulados de gran porte, propiciando así su impermeabilidad y, por consiguiente, la escorrentía superficial del agua de lluvia, lo que a su vez juega en detrimento de las propias comunidades botánicas.


Como ya estamos apuntando, están tan relacionados los efectos que unos seres vivos producen en otros que la existencia del lobo puede ser incluso beneficiosa para el sector agropecuario al reducir el número de jabalíes, ciervos y otros ungulados silvestres, que no solo afectan de un modo directo a las cosechas de los agricultores o al pasto de los ganaderos, sino que, además, suponen un importante reservorio de la tuberculosis bovina, temible enfermedad infecciosa que representa un serio peligro para la cabaña ganadera. Diversos estudios así parecen indicarlo, al considerar a estos herbívoros silvestres como importantes vectores de transmisión de esta y otras enfermedades y, por lo tanto, una seria amenza para el ganado. Siendo sobre los ungulados salvajes enfermos y débiles sobre los que, precisamente, depreda más intensamente Canis lupus signatus, se vuelve incontestable el papel de aliado que puede llegar a representar este cánido para el propio ganadero como controlador de enfermedades que tengan su origen en animales silvestres. 




Esta consideración de "aliado" que para los detractores del lobo resultará paradójica, no lo es tanto para los defensores del mismo, que llevamos décadas advirtiendo sobre los beneficios que su presencia aporta al medio en el que se desenvuelve. Lo mismo podríamos decir respecto de la propagación de la sarna sarcóptica que intermitentemente afecta a poblaciones importantes de rebecos, por ejemplo, u otras enfermedades infecciosas que pueden ser controladas por poblaciones saludables de lobos al mantener en densidades adecuadas las propias poblaciones del resto de mamíferos silvestres. El lobo se vuelve así en una importante barrera a la transmisión de enfermedades desde la fauna silvestre al ganado doméstico, un efectivo cortafuego contra las enfermedades.



Así pues, el papel de los grandes depredadores apicales se vuelve fundamental en la conservación de la biodiversidad y en el mantenimiento de poblaciones saludables de las propias presas sobre las que depreda, así como del resto de seres vivos, tanto silvestres como domésticos, que conviven en el medio natural. La telaraña de relaciones, influencias y conexiones que existen entre todos ellos es algo que a estas alturas no debería necesitar explicación, pero que en el caso del lobo siempre queda relegado al anecdotario en los planes de gestión de la especie. 



Un magnífico ejemplo de la necesidad de mantener poblaciones de lobo sanas lo encontramos en la famosa reintroducción de ellos que se llevó a cabo en los años 1995 y 1996 en el Parque Nacional de Yelowstone, y que en los años siguientes fue restableciendo el equilibrio natural en el parque, previamente alterado de un modo radical por la sobrepoblación de ciervos y coyotes, derivada de la extinción del lobo en la región por el hombre. Para quien no la conozca recomiendo la lectura del enlace anterior para comprender cuán importante es la presencia de los superdepredadores en el medio natural.

La significación que tienen los grandes depredadores como actores reguladores necesarios para el buen funcionamiento de todos los ecosistemas del planeta es algo que no necesita explicación, y diversos estudios y artículos científicos y divulgativos así nos lo cuentan. La eliminación de predadores apicales produce en todos los casos un acortamiento de la cadena trófica, y un desequilibrio poblacional en las presas y en los mesodepredadores que, en última instancia y como ya hemos visto, afecta al conjunto del ecosistema de diversas maneras. Por lo tanto, negar el valioso papel ecológico de los depredadores apicales sería como negar la existencia del oxígeno en el aire.

De la misma manera es indiscutible que el hombre NUNCA podrá sustituir los servicios ecosistémicos que proporcionan los grandes depredadores, ni podrá replicar el papel de aquellos en el medio ambiente, por mucho que los cazadores se empeñen en intentar convencer a la sociedad de que ellos son los sustitutos perfectos. De hecho, producen el efecto contrario menoscabando aún más el equilibrio del ecosistema de múltiples formas, entre las que podríamos destacar aquí el hecho de eliminar los mejores ejemplares de las especies objeto de caza, en vez de los enfermos, viejos o heridos, por lo que la acción cinegética puede incluso agravar la propagación de enfermedades infecciosas. El increíble subterfugio dialéctico empleado por el trasnochado mundo de la caza parece obvio y, tras ser colaboradores necesarios en el exterminio del lobo y provocar con ello graves alteraciones ambientales en el entorno natural, afectando colateralmente a los propios intereses humanos, ahora se enarbolan a sí mismos como los únicos valedores capaces de retornar el equilibrio a nuestros campos con su curioso, heroíco y "sacrificado" modo de amar la naturaleza, es decir, seguir matando seres vivos, ahora a esos herbívoros y mesodepredadores que han visto aumentar sus poblaciones como consecuencia del exterminio previo de su principal regulador natural. 


Llegados a este punto habría que hacer mención de una cuestión básica en zoología: biológicamente las poblaciones de depredadores apicales no se pueden descontrolar NUNCA, entendiendo el verbo "descontrolar" como el aumento sin control del número de individuos de su población. Y esto es así gracias a que cuentan con mecanismos de autorregulación que impiden que ello suceda, lo que hace innecesario, por otra parte, ningún tipo de control poblacional externo por parte del hombre. De hecho, no podría haber sobrepoblación de ellos en la naturaleza ni siquiera en situaciones de grandes desequilibrios, algo que sí ocurre como ya hemos visto con las especies sobre las que ejerce su papel regulador (presas y mesodepredaores) si estas especies apicales que dominan la cadena alimentaria desaparecen. Los dos principales mecanismos dirigidos a establecer esa fiscalización numérica son la territorialidad de la mayoría de las especies apicales y las limitaciones reproductivas que, en el caso concreto de los lobos, impiden que se reproduzcan todos los ejemplares adultos, haciéndolo solo las parejas dominantes de cada grupo familiar. En el caso de aquellos grandes depredadores no territoriales, como el oso polar, por ejemplo, sus poblaciones se ven directamente reguladas por la disponibilidad de alimento, no pudiendo haber más osos que los que la población de focas puede mantener sin que ella misma se vea afectada negativamente, en cuyo caso los osos morirían de hambre hasta alcanzar el equilibrio natural entre el depredador y la presa. Así pues, la sociedad debe aprender a diferenciar entre la realidad biológica del lobo y esa mentira tantas veces repetida -y tantas veces amplificada por los medios de comunicación- de que su población está descontrolada y de que se ha vuelto una plaga, invadiendo nuestros campos. Sencillamente eso no podría suceder nunca bajo ninguna circunstancia. Biológicamente no sería posible. Nunca podrá haber sobrepoblación, plaga o invasión de lobos. Ni de leones, ni de jaguares, ni de tigres, ni de orcas o tiburones. NO ES POSIBLE que eso suceda NUNCA. Más claro no se puede decir. 

El argumento de cazar lobos para evitar que su población se descontrole es, por lo tanto, un embuste, una patraña como poco peregrina, y desde luego perversa y terriblemente perjudicial para la conservación de la naturaleza. Una falacia que solo sirve para engordar maliciosamente un conflicto social metiendo cizaña con información falsa.

En condiciones naturales y sin que mediara la intervención humana, son el propio espacio físico (características del mismo, calidad, abundancia de alimento, refugio, etc), su territorialidad y sus inhibiciones reproductivas los factores limitantes de la población lobuna, ceñida dentro de una horquilla de densidad variable que la capacidad de carga de dicho espacio físico y la propia especie pueden soportar. De este modo, cuando el lobo ocupa nuevas regiones lo hace con un modesto número de ejemplares al principio. Con el tiempo, y si la especie consigue asentarse de un modo definitivo a pesar de la persecución humana, su densidad aumentará hasta un punto determinado en el que se saturará, lo que provocará tensiones y que un mayor número de individuos emigre para asentarse en regiones colindantes vacías, recolonizando así otras regiones históricas -no podemos olvidar que en su momento el lobo ocupó toda la península ibérica-. O explicado de otro modo, el núcleo central de su "distribución continua" solo soportará una determinada densidad de ejemplares, y cuando esta se satura diversos individuos -generalmente jóvenes y subadultos- buscarán nuevos espacios donde establecerse lejos de sus áreas natales. Esta cuestión es muy relevante para entender nuestro fracaso en la gestión letal de la especie, ya que cuando nosotros eliminamos mediante caza deportiva, controles poblacionales y furtivismo un porcentaje de lobos determinado en su área de distribución, lo que provocamos es la aparición de "huecos" que serán ocupados por nuevos individuos (o bien dispersantes de otros grupos, o bien jóvenes de la misma manada) que ya no emigrarán a nuevas áreas dado que la densidad lo permitirá. Parafraseando al dicho "a rey muerto, rey puesto", podríamos decir que "a lobo muerto, lobo puesto".

Las consecuencias de estas acciones letales llevadas a cabo generalmente para combatir conflictos con la ganadería en el centro de su área de distribución continua acabarán repercutiendo negativamente, sí, es cierto, primero en los propios grupos sobre los que se ejerce la ejecución de individuos, pero sobre todo en la recolonización de nuevas áreas lejanas al lugar donde se quiere atajar el problema matando lobos, por la sencilla razón de que los huecos que dejan en las manadas esos miembros masacrados son sustituidos por nuevos especímenes que ya no se dispersarán. Así pues, eliminar ejemplares no parece una medida muy efectiva para disminuir las pérdidas de sus posibles ataques al ganado, ya que unos lobos serán sustituidos por otros. Pero es que, además, no solo no habremos evitado significativamente daños al ganado, si ese era nuestro objetivo matando lobos, sino que quizás lo hayamos agravado al propiciar la desestructuración de los grupos familiares, eliminando ejemplares experimentados que ya "saben" que no les conviene atacar nuestros rebaños. 


Otra argucia muy recurrente para justificar la caza del lobo es esgrimir que la misma reduce el rechazo y la inquina hacia la especie en el mundo rural, argumento que incluso aparece reflejado en los planes de gestión de las administraciones de manera recurrente. Esta aseveración no es más que otra engañifa para ingenuos al chocar de plano con la experiencia empírica que ya tenemos de siglos de extenuante persecución y que nunca ha servido para reducir la más que notoria animadversión hacia el mismo. Este resentimiento manifiesto con la especie no se ha visto reducido ni siquiera en estas últimas décadas en las que las administraciones regionales insisten en justificar la ejecución de más y más ejemplares. Más bien al contrario, todo parece hacernos comprender que el conflicto se ha recrudecido intensamente, como queriendo demostrar que semejante razonamiento no es sino un pretexto más para engañar a la sociedad y que acepte las acciones letales contra el lobo. Hay diversos estudios que analizan esta parte social del conflicto y que denotan que la hostilidad hacia la especie es mayoritaria en el medio rural y mínima en el medio urbano; sin duda, dos grupos sociales con diferentes sensibilidades e intereses. Estos estudios no han hecho sino confirmar algo que ha sido siempre patente y que nunca ha cambiado: seguimos odiando al lobo, como así lo demuestran tanto el furtivismo como la gestión actual que de él siguen haciendo las Comunidades Autónomas, invariablemente basada en la eliminación de ejemplares. En resumidas cuentas, siglos de persecución han demostrado que matar lobos no propicia una mayor tolerancia hacia ellos, como de modo retorcido y deshonesto se arguye desde los despachos, sino más bien todo lo contrario, parece haber inculcado en nuestro pensamiento moderno y civilizado que perseguirlos no solo es beneficioso sino, incluso, imprescindible; o lo que es mucho más grave, que "no pasa nada" por hacerlo. Se implanta así en el conjunto de la sociedad la sensación de "normalidad" ante el hecho de matar legalmente a un elevadísimo número de lobos cada año, que se vienen a sumar al similar número de muertos furtivamente.

Sin embargo, el argumento más repetido para justificar la guerra declarada al lobo, es el de conseguir la, tan ansiada por unos y por otros, reducción de daños a la ganadería. Este razonamiento es cuestionable por varios motivos también. Como ya advertimos someramente antes, puede llegar a ser incluso contraproducente, dado que la eliminación de los ejemplares más experimentados puede conducir a un aumento de ataques al ganado por parte de ejemplares jóvenes que, por inexperiencia, ignorancia e ingenuidad, no diferencian aún los problemas que les puede generar atacar al ganado. Por otra parte, la disminución del número de individuos de un clan familiar lo vuelve menos eficaz en la depredación de especies silvestres que, como en el caso del ciervo o el jabalí, por tamaño y capacidad de defensa, resulta compleja y hasta peligrosa para el propio lobo.



Esta situación predispone a estos grupos que han perdido una parte significativa de sus efectivos a buscar presas menos complicadas, como el ganado que apenas se defiende y tiene limitada su capacidad de huida en muchas ocasiones. En definitiva, matar lobos debilita a los clanes familiares y los vuelve más propensos a atacar al ganado doméstico. No son pocos los estudios científicos que coinciden en que en situaciones normales las manadas de lobos prefieren consumir presas salvajes, aunque su disponibilidad sea inferior a las domésticas, evitando así entrar en conflicto con el hombre. 





Teniendo como horizonte irrenunciable que el mejor método de evitar daños es adoptar medidas de protección y vigilancia, estudios científicos señalan que solamente la extinción total o el casi exterminio de la población (lo que hoy en día sería una aberración completamente ilegal) serían capaces de reducir sustancialmente los ataques al ganado, y nunca de un modo definitivo, dado que una parte muy importante de esos daños son provocados por perros y no por lobos, como así lo atestiguan diversos informes y más de una noticia en los periódicos, aunque estos muestren una clara tendencia al sensacionalismo y prefieran retratar al lobo depredador en vez de al perro sin control. No hay mejor ejemplo ni más cercano que el del Reino Unido, donde no existe el lobo y sin embargo mueren por ataques de cánidos varias decenas de miles de ovejas cada año. Los perros de los cazadores en unas ocasiones, los abandonados o desatendidos en otras, y hasta los de los propios ganaderos en muchos de los sucesos son los responsables de gran parte de los ataques al ganado achacados al lobo. En las últimas décadas, además, hemos podido comprobar que los controles poblacionales dirigidos por las administraciones para, supuestamente, reducir los daños a la ganadería en, también supuestamente, momentos excepcionales, en realidad no reducen los mismos, dado que no son nunca selectivos ni dirigidos a los ejemplares concretos que puedan ser responsables reales de los daños. Se eliminan, pues, de esta forma especímenes de manera irresponsablemente aleatoria con el único fin de calmar los ánimos entre los ganaderos, aún a sabiendas de que este proceder no podrá nunca alcanzar los objetivos perseguidos, ya que los ejemplares eliminados serán sustituidos por otros, porque los individuos conflictivos no tienen por qué haber sido los eliminados cuando se hace de modo aleatorio, y porque reducir el "músculo" de las manadas mediante la ejecución de algunos de sus miembros puede derivar, como ya hemos indicado, en su incapacidad para alimentarse de presas salvajes difíciles de capturar. 


Con todo lo visto hasta aquí, nos podríamos preguntar ... ¿por qué, entonces, se sigue adoptando como única medida de gestión la ejecución de ejemplares?, ¿por qué se sigue pensando solo en esa única medida que la experiencia ha demostrado completamente ineficaz y que no ha sido capaz en todos estos siglos de atajar el problema?, ¿Por qué se siguen matando ejemplares si esta persecución no evita nuevos ataques al ganado?


Con todo lo visto hasta aquí y asumiendo que lo que se pretende realmente es disminuir este conflicto enquistado desde tiempos inmemoriales hasta hacerlo desaparecer, podríamos preguntarnos también ...¿no tenemos ya suficiente experiencia como para darnos cuenta de que hay que cambiar de estrategia?, ¿somos de verdad los seres humanos tan estúpidos que nos vemos incapaces de asumir nuestro fracaso con este modus operandi?, ¿somos los hombres de verdad tan ignorantes, torpes o insensatos que no somos capaces de comprender que de esta manera no vamos nunca a solucionar nuestro problema de convivencia con el lobo, y mucho menos aún en la actualidad cuando la sostenibilidad de la naturaleza es algo irrenunciable socialmente?

¿Somos de verdad seres tan obtusos y poco inteligentes?, ¿cómo podemos cerrar los ojos así ante las evidencias?

Quizás la respuesta a por qué seguimos empeñados en matar en vez de en "pensar" la encontremos en el propio egoísmo humano y en nuestro egocentrismo, que nos hace llegar a creernos el centro del universo, a pensar que la naturaleza está ahí única y exclusivamente para nuestro servicio, y en la evidencia de que cualquier choque de intereses con otros seres vivos solo lo sabemos resolver con su eliminación y exterminio, ya sean animales o plantas, extirpándolos de la naturaleza.

O quizás la respuesta a por qué seguimos empeñados en matar en vez de en "pensar" la encontremos en nuestra insensibilidad al sufrimiento animal, en nuestra ceguera cultural respecto del dolor ajeno, en que quizás llevemos cargado en el ADN esa falta de empatía que hace que la muerte y el exterminio de las especies no nos afecte ni moral ni espiritualmente.

O quizás la respuesta a por qué seguimos empeñados en matar en vez de en "pensar" la encontremos en que la nuestra es una sociedad históricamente (y por desgracia para el planeta y para nosotros mismos) masculinizada, que si por algo se ha revelado a lo largo de la humanidad es porque el género masculino parece saber resolver los problemas solo mediante la violencia, poniendo encima de la mesa la testosterona en vez de las neuronas. Nuestro mundo ha sido y es gobernado por el género masculino y la gran carga de agresividad de la que hace ostentación parece que invita a aquel a resolver cualquier conflicto de convivencia con el resto de seres vivos del planeta de una única manera: mediante su eliminación.


Y ahora entenderéis por qué comenzaba diciendo que el caso del lobo era especial. Lo que lo hace especial es que sigue siendo el único depredador apical del planeta que continúa siendo objeto de una persecución real y mediática implacable, y en cierto modo absurda según los planteamientos que hemos visto en esta entrada. Si exceptuamos obviamente a los cazadores para quienes, sin duda, sería todo ventajas, actualmente nadie en su sano juicio contemplaría con buenos ojos la persecución y muerte de los grandes felinos africanos, asiáticos o americanos (tigres, leones, pumas, jaguares, leopardos de las nieves), o de los grandes depredadores marinos (orcas, cachalotes, tiburones). Sin embargo, a los lobos, a pesar de ser el depredador apical de nuestros ecosistemas, se les sigue aplicando en la actualidad una gestión letal que no difiere mucho de la que han venido sufriendo desde siempre, siendo promovida además por las propias administraciones autonómicas con la connivencia del ministerio competente, lo que no deja de ser asombroso en pleno siglo XXI, y pareciéndose mucho a la época de las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos y Protección de la Caza. Y esta gestión letal es aplicada con todos los métodos posibles -legales e ilegales- allí donde sobrevive, independientemente de que produzca o no daños al ganado y de que exista por ello conflicto social o no, algo que no deja de herir profundamente la sensibilidad de esa parte de la población española que desea la conservación de los lobos, y que no hace sino ahondar aún más la brecha ideológica y emocional entre los detractores de la especie y sus defensores. No podemos por menos de hacer hincapié en que las cifras conocidas de lobos muertos por furtivismo -como las que aparecen en el informe "Por la convivencia del hombre y el lobo, aproximación al balance de mortalidad no natural del lobo ibérico"- son, sin duda, mucho más reducidas que las producidas realmente, ya que como acciones punibles que son nunca llegan a ser conocidos públicamente la inmensa mayoría de estos hechos. Asusta pensar en el número real de lobos que cada año mueren ilegalmente en nuestro país y el vecino Portugal, algo que impide su expansión a nuevos territorios y que justifiqua el estancamiento que sufre la especie desde hace más de dos décadas.

Continúa dando igual su papel ecológico en el medio natural, vital para no desequilibrarlo más de lo que ya lo está. Y continúa dando igual que en muchos lugares el conflicto social sea mínimo. Y la sociedad contempla sin censura su persecución con la benevolencia que da la costumbre de siglos y milenios de pensar en ella como único planteamiento y, además, de décadas de demagogias y mentiras. ¿Os imagináis gestionar la población de esos tigres siberianos que mencionaba más arriba o de los jaguares amazónicos mediante la explotación económica de su caza deportiva?, ¿os lo imagináis con el león africano o el puma?, ¿o con el leopardo de las nieves en las grandes cordilleras asiáticas? Seguro que no, a todos nos parecería como mínimo repulsivo. ¿Por qué entonces con el lobo sí?

Porque con el lobo la sociedad "civilizada" se ha olvidado por completo del papel fundamental que ostenta en los ecosistemas como regulador principal de esa cascada trófica, y lamentablemente se ha normalizado su muerte, incluso sin necesidad de justificar daños a nuestros intereses económicos, sino por mera y simple diversión, lo que es, si cabe, más grave aún. Y esto, señores, provoca irremediablemente unas consecuencias negativas en el medio ambiente y un clima de enfrentamiento y confrontación constante entre defensores y detractores de la especie. Nos guste o no, así solo se enquistan los conflictos y la brecha social entre unos y otros.

Y nos guste o no, así solo estaremos confirmando que distamos mucho de ser la especie más inteligente del planeta.

NOTA: Como en anteriores entradas, las imágenes de lobos que se ven en esta ocasión están tomadas en el Centro del Lobo Ibérico de Robledo, y están obtenidas, por lo tanto, en condiciones controladas. Las de ganado ovino y perros guardianes pertenecen al rebaño de mi familia, y están tomadas algunas de ellas mientras eran pastoreadas y atendidas exclusivamente por mí, o durante las trasterminancias que realiza el rebaño en varios momentos del año, con lo que quiero dejar constancia de que somos muchos los que, aún siendo profundos conocedores del mundo rural, estamos convencidos de la necedad de perseguir al lobo en pleno siglo XXI.