Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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1 de agosto de 2012

Montañismo infantil: Gredos

Como ya había amenazado en la entrada del 7 de enero -Amar Gredos-, ya se puede adquirir en las librerías de toda España la nueva guía de montañismo infantil publicada por Ediciones Desnivel, y titulada Sierra de Gredos con Niños, 25 Excursiones. Para algunos de vosotros no será novedad pues apareció en los escaparates a principios de verano, justo cuando la familia y un servidor iniciábamos un largo periplo veraniego por los Pirineos. Es más, varios de vosotros ya habéis hecho publicidad de la guía entre vuestros contactos hace tiempo -algo que os agradezco mucho y muy sinceramente-, mucho antes incluso de que nosotros tuviéramos la oportunidad de sujetar entre las manos un ejemplar impreso. De regreso ya en mi estudio, me pongo manos a la obra para presentarla a través de Cuaderno de un Nómada. Esta guía, que en realidad es la cuarta publicación de la que soy autor, tanto de texto como de fotos, viene a sumarse así a la publicada hace 2 años sobre la misma temática y con un ámbito geográfico circunscrito a los Picos de Europa (de esta otra guía publicaré algo en la siguiente entrada del blog para aquellos que no la conozcan). Se me acumulan los quehaceres. De momento os dejo veinte pinceladas de lo que fue el trabajo de campo. Si os gusta Gredos tanto como me gusta a mi, siempre habrá rincones por descubrir.





















13 de mayo de 2012

Érase una vez un lugar

Érase una vez un lugar remoto y escondido en el que vivía una comunidad, sin lugar a dudas especial, formada por amigos de diferentes ciudades y pueblos. Un lugar común. Un lugar de encuentro. El lugar perfecto.

Extremeños y salmantinos nos juntábamos cada fin de semana en aquel rincón olvidado; secreto y desconocido excepto para nosotros, los locales. Gentes de Plasencia, Cáceres, Cabezuela, Zafra, Salamanca o Candelario. Del Placentino, del Valcorchero, del Monfragüe, del Candelariense o del Grupo Salmantino de Montaña, clubes todos ellos amigos y hermanos. Cada uno con sus mochilas, motivaciones y sueños, los escaladores y montañeros de mis recuerdos formábamos una entrañable comunidad, ahora irrepetible en este mundo globalizado. Cada fin de semana del invierno o del verano nos reencontrábamos y se renovaba aquella pequeña sociedad, y durante dos días vivíamos, escalábamos, pateábamos y soñábamos viajes y montañas. El domingo por la tarde la hermandad se desvanecía y aquel lugar perfecto quedaba de nuevo solitario durante los siguientes cinco días, silencioso hasta que la llegada de un nuevo viernes aceleraba las prisas por abandonar la jungla atroz de la ciudad y regresábamos de nuevo a aquel hoyo glaciar que era nuestra casa.

Cuando ahora regreso al que fue mi hogar y mi escuela, lo reconozco de la misma manera que el emigrante que dejó su aldea siendo un niño la reconoce en los cambios y en la transformación. Ahora mucha gente conoce el lugar pero pasa de largo; algunos incluso vivaquean y escalan en él, igual que lo hacíamos en los 80 y 90; aparece en las revistas y en los libros, y por supuesto en la red que lo democratiza todo. Pero ahora, cuando yo camino por entre sus bloques de piedra y levanto la cabeza para mirar sus paredes negras, siento que algo no encaja, que falla algo en aquel escenario maravilloso, y me embarga la sensación de que ha mutado, mientras respiro un ambiente aséptico e impersonal. Siento que hay algo que lo hace distinto. Diferente. Extraño. Será que ya no veo aquella comunidad de amigos cuyas voces aún parecen rebotar en mis oídos mientras escalaban cada fin de semana las negras paredes de aquel lugar.

Aquel lugar se llama Hoya Moros.




16 de marzo de 2012

El trapecio

Poeta de lo cotidiano donde los haya, dice el maestro Manolo García en una de sus letras: “prefiero el trapecio, para verlas venir en movimiento”.

Suenan sus acordes en mis sienes. Sobre mi cabeza sus aviones sobrevuelan plateados y miro al cielo buscándolos, mientras me concentro en lo que hago. Mi patria en mis zapatos, dice. Tarareo su letra y busco con la mirada el siguiente agarre o anticipo el próximo apoyo. Chequeo que sean firmes y cargo mi peso sobre su pequeña superficie. Me incorporo un metro más como un nuevo triunfo en esta vida vertical. Otro efímero logro. Y voy subiendo peldaños en esta montaña huidiza, como voy sumando días en mi existencia. Días que son un logro; logros que son peldaños. Extenuantes. Urgentes. Rabiosos. Intensos porque si no, no merecen la pena caminarlos. Peldaños que son vaivenes. Los vaivenes de un trapecio que te permite vivir a inspiraciones hondas cada día de tu viaje.

Como dijo algún navegante atribulado, prefiero el trapecio para verlas venir en movimiento”.

Vivo; no me arriesgo. No me arriesgo a no hacerlo, a no vivir.

Se arriesgan quienes ven de lejos el vaivén, paralizados. Se arriesgan aquellos que no se arriesgan; se arriesgan a no vivir; se arriesgan a no subir. A no sentir. A vegetar.

Por eso, yo vivo en el trapecio y su balanceo me arrulla.

Y por eso, levanto mi vaso y brindo por todos los que vivís y habéis vivido en el temblor de vuestro vaivén, por todos los que en el trapecio os habéis mecido. Por todos los que habéis hecho de él vuestra inspiración. Vuestra respiración. Vuestra razón. Vuestra razón de ser.


Llegando a la cumbre del Lustou, en el Pirineo francés

Descendiendo hacia las profundidades de un jou, solos en la inmensidad de Picos de Europa


Llegando a la cumbre del Mont Blanc en medio de una fuerte tormenta, tras haber subido por la cumbre del Tacul y el hombro del Maudit

Destrepando por la derecha para bajar de una pared en Sierra Nevada

Recorriendo los últimos metros a la cumbre del Huayna Potosí. Unos minutos después una tormenta eléctrica envuelve la montaña 

Tras la tempestad viene la calma: regresando al refugio tras un intento al Cotopaxi,
frustrado ya cerca de su cráter

Belleza y mar de nubes desde la cumbre del Naranjo de Bulnes


Tu sombra, tu alma. Cris, va por ti