Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

20 de abril de 2013

Amanecer

Por el horizonte clarea la franja azulada del próximo alba mientras alcanzo el lugar donde voy a pasar las próximas dos horas. El reclamo inconfundible, persistente, penetrante y agudo de las cigüeñuelas (Himantopus himantopus) delata su presencia a pocos metros de distancia, en la oscuridad de los últimos latidos de la noche. Me acerco sin linterna, a hurtadillas, como un bandido que quisiera hurtar algún bien preciado. Las botas no impiden que unos pocos metros más adelante tenga los pies mojados mientras camino sin ver dónde hay agua y dónde tierra firme; bueno, mejor dicho, dónde hay "fango firme". Busco como puedo, a veces tocando el suelo con los dedos de la mano, una pequeña porción cerca de la orilla que no rezume. Cuando ya estoy decidido a regresar de vacío a casa, la encuentro. Descargo la pequeña mochila con las redes de camuflaje, esterillas y equipo fotográfico. Me acomodo como puedo, tumbado de frente, con las punteras de los pies en un charco; ¡qué más da, al fin y al cabo ya están mojados! La faena son los dos grados de temperatura de esta sosegada mañana.

Cuando termino de prepararme ya se medio ve. Reclaman aflautados una pareja de chorlitejos. Se intuyen las formas y las aves. Las que habían levantado el vuelo ante una sombra deambulando por la orilla, regresan, sobrevolándome a pocos metros de altura. Se posan. Espero. Amanece.






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