Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

14 de diciembre de 2012

12 meses

Doce meses se cumplen hoy día catorce de la andadura de este blog. Doce meses en los que mi aspiración ha sido que algo más de medio centenar de entradas os hayan contado algo más de medio centenar de historias. Sobre naturaleza unas veces, urbanas otras, sociales o personales también. Las cerca ya de diez mil visitas que este nómada ha tenido en este tiempo, le animan a seguir caminando la misma vereda, pues queda mucho que contar en un mundo que evoluciona rápidamente y en donde se suceden los cambios a velocidad de vértigo. Para soplar entre todos la primera vela del deambular de este cuaderno, y aprovechando también que tan solo hace tres días se conmemoró el Día Internacional de las Montañas, os dejo doce imágenes de otras tantas cumbres. Doce rincones del planeta para recordar los doce meses de este primer aniversario. Una docena de fotografías que quieren ser un homenaje a esa gran protagonista de la naturaleza más salvaje e indomable, la montaña, alta, lejana, fría e hinóspita, siempre peligrosa, pero a la vez bella como pocos escenarios de esta muestra casa. La Montaña, con mayúsculas.













7 de diciembre de 2012

Riaño, o la historia de un crimen anunciado

El 31 de diciembre de 2012 se cumplen 25 años del sellado y cierre definitivo de la presa de Riaño, a partir de cuyo momento el agua comenzó a anegar el valle. Bajo sus aguas nos miran silenciosos los fantasmas de los hombres que habitaron aquel valle maravilloso, con una economía fructífera y una de las rentas per cápita más elevadas de España en aquel momento. Sus espíritus nos miran desde las profundidades mientras deambulan buscando bajo el fango sus casas, sus calles, los chopos en los que criaban las cigüeñas, las parcelas en las que guardaban sus vacas. Nos hablan pidiendo que no nos olvidemos.


La vega de Riaño en el verano del 87.
Se observan en las laderas las cicatrices que corresponden a la construcción del nuevo Riaño, mientras que el viejo, ya derruido, estaba en la esquina inferior derecha de la foto, bajo los pilares del viaducto

Unos meses antes, en diciembre de 1987, Simón Pardo, un vecino riañense, se abría el costado izquierdo de un escopetazo que él mismo se descerrajó, desesperado ante el desalojo de su casa, de su pueblo, de su valle y de sus tierras. Perdía con el desalojo mucho más que su hogar. Perdía la memoria, sus recuerdos, su infancia, la vida heredada de sus mayores, sus costumbres, la seguridad que le ofrecía vivir y dejar pasar la vida allí, en el lugar donde nació. Perdía su vida. Se perdía a sí mismo, desahuciado. Cuando se disparó en el costado izquierdo, Simón Pardo llevaba meses muerto. Lo habían matado los políticos y los técnicos que se empeñaron en construir su tumba de agua y lodo.

¿Para qué se construyó el embalse de Riaño? Buena pregunta. Los políticos dijeron que para cubrir los campos leoneses con 100.000 hectáreas de regadío, enarbolando el desarrollo económico para justificarlo, como siempre que se levanta una infraestructura polémica. La falacia de la prosperidad para el campo se esgrimió una vez más (¡y ya son tantas!) para que agricultores de la llanura abanderaran con su apoyo la mayor salvajada que se había cometido en nuestros campos desde el inicio de la democracia. ¿Dónde está el regadío 25 años después? ¿Dónde las voces de los agricultores del sur, engañados también por los de siempre? No sabemos cuándo se olvidó la idea original de fomentar el regadío y mutó en otro proyecto. Como de costumbre, lo que se cocina en los despachos es mucho más oscuro y menos transparente de lo que el ciudadano quisiera. Para algunos, la realidad es que se aprovechó el proyecto original ya en marcha, para compensar a la empresa Iberduero por el abandono y desmantelamiento de la central nuclear de Lemóniz, en Vizcaya, coaccionada por los atentados y la sangre derramada por ETA entre 1977 y 1982. Ese pudo ser el detonante de la metamorfosis del proyecto, así como de su impulso definitivo, y las centrales hidroeléctricas puestas en marcha aguas abajo del embalse de Riaño así parecen demostrarlo. No deja de ser irónico que ahora nuestros políticos autonómicos de nuevo nos vendan la demagogia del interés general para justificar lo injustificable en San Glorio, y que veamos de nuevo cómo el mayor de los peligros se cierne sobre la naturaleza leonesa.

¿Pero cómo fue realmente la historia de este desastre humano y ambiental? Todo comenzó como una mala pesadilla muchos años antes, en algún oscuro y aséptico despacho, muy lejos del olor del ganado, del crotorar de las cigüeñas y del humo de las chimeneas que anunciaba un nuevo día en la montaña oriental leonesa. Esta es la historia de un crimen que nunca se debió cometer. Hoy, en las postrimerías de 2012, su recuerdo sirve para que aquellos que pasen por el embalse y el nuevo Riaño conozcan la historia, y con su recuerdo alivien el sufrimiento de los fantasmas que siguen sumergidos bajo las aguas. Porque su sufrimiento es mayor cuanto más pequeña es nuestra memoria. Cuanto más lejanos están los recuerdos. Recupera, pues, su historia y no la olvides, conócela y súbete a los tejados de Riaño para aliviar la desesperación de quienes murieron en vida cuando los derribaron. Todos somos Simón Pardo.


Paisaje de la vega de Riaño en el verano de 1987, antes de la inundación del valle

La primera vez que se habla del proyecto fue en un lejanísimo año de 1902 cuando un Decreto Ley aprueba la construcción del embalse de Riaño. Aquella primera idea grandilocuente se acaba olvidando, pero hasta en tres intentos posteriores -1928, 1931 y 1939- se reconsidera su construcción. No obstante la idea vuelve a caer en el olvido, oculto el proyecto en algún cajón polvoriento, hasta que en 1962 se retoma definitivamente dentro del marco de lo que posteriormente sería de manera oficial a partir de 1965, el Plan Tierra de Campos, que pretendía dar un fuerte impulso a la agricultura.

Al año siguiente -1963- se aprueba el Anteproyecto y el 22 de febrero del 66 el Consejo de Ministros de la Dictadura hace lo propio con el proyecto definitivo. Ya no hay vuelta atrás. El reloj comienza a caminar, despacio pero de forma inexorable. Cada segundo que pasa, es un segundo menos en la feraz vega de Riaño. Un día menos. Una noche menos. Así, aunque aún restarán muchos años hasta el anegamiento del valle, día a día se acaban los días.

Tan sólo unos meses después, en agosto de ese mismo año, cuatrocientos obreros y sus maquinarias toman al asalto la montaña leonesa infiriendo las primeras heridas en su roca. La presa proyectada tiene una longitud de 337 metros y una altura de 91, suficientes para embalsar el agua que ahogaría a los pueblos de Riaño, Burón, Pedrosa del Rey, La Puerta, Escaro, Vegacerneja, Huelde, Salio y Anciles. Y con ellos se ahogarán la vida, los sueños, las esperanzas y la justicia de todos sus habitantes. Lo que en un principio iban a ser cuatro años de obras, se prolongan y se paralizan durante mucho tiempo. Se tarda también mucho en iniciar los pagos de las indemnizaciones, pero en 1977 están casi todas abonadas.

El 13 de mayo de 1984 amanece en el muro de la presa escrita la palabra DEMOLICIÓN, de cinco metros de alto y pintada en rojo sangre. Durante años fue el símbolo de la resistencia de todo un valle. Aún tengo bien grabada en mi memoria, como si la hubiera visto ayer mismo, la palabra gritando justicia cada vez que viajaba por aquella carretera, hoy bajo las aguas turbias del embalse.


DEMOLICIÓN, el símbolo de la resistencia de toda una comarca a morir ahogada

Esa primavera de 1984 el recién estrenado gobierno autonómico quiere iniciar los desalojos. La policía toma los pueblos como si de la guerra se tratara, mientras trescientos ecologistas impiden la entrada de unos técnicos al Ayuntamiento. El 10 de marzo de 1986 la CHD envía las cartas de desalojo y se producen peleas y encontronazos con la policía. El 27 de octubre tiene lugar una carga policial de los antidisturbios ante el impedimento de ecologistas y paisanos de dejar trazar una zanja a operarios de telefónica. Finalmente, una fría mañana de noviembre, los que permanecen de guardia en el campanario de la iglesia hacen repicar las campanas para que los vecinos salgan a las calles a defender sus casas, ante la invasión de la Guardia Civil, que hace gala de un poderío propio del régimen anterior. Decenas de Guardias Civiles a caballo, muchos más a pie, otros con perros, además de un robot antiexplosivos y hasta un helicóptero se despliegan y toman el pueblo.

No es hasta diciembre de ese 1986 cuando se producen las primeras demoliciones, aunque tan solo unos días después, durante las Navidades, se aplazan temporalmente las órdenes de desalojo y derribo de las casas, hasta la segunda quincena de enero. Cuarenta jóvenes aguantan las heladas y el frío subidos a los tejados durante semanas, son los tejadistas. El 17 de mayo de 1987 el actor nacido en Riaño, Imanol Arias, lee un manifiesto con sabor a despedida. Todos saben que el rodillo comenzó a aplastar la justicia de los comarcanos hace mucho tiempo y ya no puede ser detenido. El 7 de julio de 1987 se retoman definitivamente las demoliciones de algunos de los pueblos- Riaño, Huelde, Pedrosa, La Puerta, Escaro y Anciles-, a pesar de la presencia de tejadistas. Varios centenares de Guardias Civiles tienen tomado el pueblo.


Construcción del nuevo Riaño por encima del cadáver del verdadero Riaño

Veo algunas de mis viejas diapositivas y revivo los días pasados en el valle a lo largo de aquel triste verano. Mi memoria me devuelve al presente el pueblo recién arrasado. Es domingo y los paisanos, como almas en pena, escuchan misa entre las ruinas del pueblo junto a un gran montón de pacas de paja. Allí está el párroco. Lo veo ataviado de blanco, ofreciendo una homilía a los feligreses, que la escuchan de pie, rodeados de destrucción en una escena surrealista, con el cielo por techo y los árboles por paredes. Como un paisaje bélico, los escombros de lo que hasta hacía poco había sido un pueblo, se cubrían de silencio, lágrimas y muerte. Aún estaban todos los chopos sin cortar y las cigüeñas aún no los habían abandonado camino de sus cuarteles de invierno en África. Recuerdo con precisión pasear por lo que un día fueron sus calles, ahora reducidas a meros caminos entre la ruina de los antiguos hogares arrasados.


Centro de Riaño un domingo festivo. No había niños jugando. Ni ancianas hablando camino de la iglesia. Ni ganaderos en la tasca hablando de sus problemas cotidianos. Nada. Solo vacío


La realidad de la tragedia: desolación e impotencia

Más adelante se iniciarán las demoliciones de Burón y Vegacerneja, hoy en día apartados a un lado del embalse, y que se vieron afectados sólo parcialmente por el agua. Un par de sabotajes ocurridos por aquellos tiempos no son si no los últimos coletazos de una resistencia que no llegó a cambiar el rumbo del destino: se quema alguna maquinaria y se hace estallar algún artefacto explosivo en uno de los pilares de un puente. Nunca se supo la autoría de los mismos.


El viaducto que da acceso desde el sur atravesando las ruinas de un pueblo masacrado

El 31 de diciembre de 1987, a las 15:30 se lleva a cabo el cierre oficial de la presa a cargo del Ministro socialista de Obras Públicas, el mismo partido que 6 años antes, cuando estaba en la oposición, se oponía  y solicitaba el derribo de la presa. Tras unas riadas que se revelan contra la obra, se inicia el llenado definitivo del embalse y el anegamiento del valle unos meses después.

Ya no hay cigüeñas criando sobre los chopos en el esperpento del nuevo Riaño. Ya no hay vega. Ya no hay prados, ni setos, ni el oso cruza ni campea por sus llanos; ahora tiene que rodear una banda árida cuando se deja caer por allí. Se inundó el valle, y el valle se transformó en la tumba de las ilusiones y la esperanza de la gente, a medida que el nivel del agua subía y se tragaba los prados fértiles en los que, hasta entonces y desde hacía centenares de años, había pastado el ganado. El Esla que había fertilizado la llanura rodeada de montañas, ahora ahogaba sin quererlo el valle de Riaño, crecía y engordaba, constreñido entre las laderas de la montaña leonesa, convertido en un féretro de agua.

El tiempo va pasando desde aquel fatídico año, ya lejano para muchos. Mueren los más viejos del lugar, haciendo que el olvido engulla la memoria y que se desvanezcan y diluyan los recuerdos. Se anestesian y desaparecen.


El valle del Esla unos kilómetros río arriba de la presa en el verano del 87


El mismo tramo del Esla en el verano del 88


Durante el verano del 88. El símbolo de la resistencia está ya casi engullido por el agua

Pero mi alma sangra y mi mente no olvida. No quiero, me niego a olvidar.

Ya no vemos el grito reclamando justicia con letras en rojo sangre, pero en todos los que fuimos testigos de aquella atrocidad, sigue presente en lo más profundo de nuestro corazón:

DEMOLICIÓN

3 de diciembre de 2012

De espaldas al río

Dormidero de garcillas bueyeras (Bubulcus ibis) al amanecer.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 70-200 mm / 2.8 L IS USM. Trípode Manfrotto 190 PRO y rótula Gitzo G1278M.
Prioridad a la Apertura, f 7.1 - 1/125 sg. 200 ISO.

Me acomodo como puedo en el único hueco sin vegetación que encuentro en la inclinada orilla del río, y que me permite observar sin problemas el dormidero de garcillas bueyeras (Bubulcus ibis). Las tengo en frente, en la margen contraria a unos 80 metros de distancia, aún remolonas sobre las ramas de la arboleda que crece en una enmarañada isla. Las disfruto con los prismáticos mientras los primeros rayos del astro rey asoman por fin en la fría mañana de noviembre. Algún cormorán grande (Phalocrocorax carbo) pasa sobrevolando el medio del río, acariciando la bruma que se eleva desde el agua, al tiempo que un par de azulones (Anas platyrinchos) cruza nadando hasta unos carrizales situados al otro lado. Entre las garcillas veo una con el pecho ensangrentado por alguna herida, pero que se despereza con la misma actitud y parsimonia que el resto de sus congéneres. También veo una garceta común (Egretta garcetta), mezclada entre sus parientes más pequeños. Los suaves dos grados bajo cero me dejan, no obstante, entumecidos los dedos de las manos mientras manipulo la cámara y el trípode. En apenas treinta o cuarenta minutos emprenderán el vuelo y abandonarán la isla en grupos pequeños, río arriba, como cada mañana.

Dormidero de garcillas bueyeras (Bubulcus ibis) al amanecer.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 70-200 mm / 2.8 L IS USM. Trípode Manfrotto 190 PRO y rótula Gitzo G1278M.
Prioridad a la Apertura, f 8 - 1/125 sg. 200 ISO.

Dormidero de garcillas bueyeras (Bubulcus ibis) al amanecer.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 500 mm / 4 L IS USM. Trípode Manfrotto 055 NAT y rótula Triopo DG3. Prioridad a la Apertura, f 7.1 - 1/500 sg. 200 ISO.

Podría ser una escena vivida en un recodo solitario del curso medio de cualquier río castellano, rodeado de campos de cultivo. Pero el ruido cansino del intenso tráfico que resuena tras de mí y los edificios que se alcanzan a ver tras la arboleda escogida este año por estas ardeidas como dormidero, evidencian que la naturaleza nos rodea y forma parte también de la vida cotidiana de cualquier ciudad; algo que generalmente olvidamos y que atestiguan estas imágenes, que bien pudieran haber sido obtenidas muy lejos de cualquier población, aunque en realidad no ha sido así, si no todo lo contrario, a escasos metros de edificios y avenidas.



Garza real (Ardea cinerea), pescando en los juncales de una aceña.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 500 mm / 4 L IS USM. Trípode Manfrotto 055 NAT y rótula Triopo DG3. Prioridad a la Apertura, f 8 - 1/640 sg. 200 ISO.

Nos hemos acostumbrado a ver halcones, cernícalos o grajillas en nuestros monumentos; miles de estorninos sobrevolando en el orto y el ocaso sus dormideros, dibujando figuras fantasiosas sobre los árboles de algún parque; pajarillos de otras latitudes que descansan en nuestros jardines en sus extenuantes migraciones; pequeñas rapaces nocturnas e incluso algunos mamíferos nos acompañan sin que nosotros seamos conscientes de su presencia. Pero no puedo por menos dejar de pensar que las ciudades viven de espaldas a sus ríos. Entro en pánico cada vez que oigo a una Administración o institución hablar de "limpiar" el curso del río, "mejorar" sus márgenes o "acondicionarlo" para que sea un pulmón verde de la ciudad. Pulmón verde dicen, como si no lo fuera ya sin tener que intervenir. Generalmente "limpiar", "mejorar" o "acondicionar" significa para ellos eliminar zarzales, juncales y carrizales, podar mimbreros y hacer desaparecer los chupones de los chopos dejando las orillas como si fueran el césped de una piscina, e incluso dragar, situar escolleras, asfaltar sus márgenes, iluminarlas,... En definitiva "desnaturalizar" esa cinta verde y salvaje que penetra en las ciudades de hormigón, ofreciéndonos ese punto de equilibrio que nuestro alma de animal aún necesita.

Los río son esos enclaves silvestres de nuestras ciudades, esos lugares únicos donde es sencillo observar fauna salvaje sin tener que desplazarse. Son cintas transportadoras de gran biodiversidad, pero tremendamente infravaloradas por las instituciones que tienen alguna competencia sobre sus destinos. ¿Cómo podemos en pleno siglo veintiuno no ser conscientes del valor de la naturaleza tal como es, sin que nuestra intervención signifique siempre, por sistema, el menosprecio de sus valores medioambientales?

Garceta grande (Egretta alba) de pesca al atardecer.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 500 mm / 4 L IS USM. Trípode Manfrotto 055 NAT y rótula Triopo DG3. Prioridad a la Apertura, f 7.1 - 1/125 sg. 200 ISO.

¿Viviremos siempre de espaldas al río?

29 de noviembre de 2012

Viejos chozos

Siglos de aprovechamiento ganadero en la sierra de Gredos nos han dejado como mudos testigos de un pasado reciente multitud de construcciones usadas por los pastores en sus labores cotidianas, constituyendo un patrimonio sencillo de conservar y que, sin embargo, poco a poco se va perdiendo, por abandono o desidia unas veces y por actuaciones desafortunadas otras, como las emprendidas en algunas conocidas chozas serranas a las que se les dotó en su momento de un tejado moderno de teja árabe.




De entre todas las construcciones que podemos encontrar a lo largo de este espinazo montañoso, generalmente ligadas a una intensa actividad ganadera, destacan los chozos tradicionales, que solían tener planta redonda, suelo enlosado y cubierta de escoba o piorno. Hacían las veces de viviendas, a menudo adosadas a una cerca de mampostería a modo de minúsculo corral, con poyos para sentarse.







En ocasiones estos chozos se agrupaban formando pequeños poblados con un gran trasiego en los meses en los que el paisaje se libraba de la nieve. A menudo eran denominados "puestos" y en ellos los cabreros pasaban largas temporadas con sus rebaños. En algunos de estos puestos se pueden aún encontrar hoy en día otras construcciones que tenían distintos fines, como las que puedes ver en las tres fotos siguientes: chiviteras para guardar por la noche a los recentales del rebaño, hornos para cocer algo de pan durante las estancias más largas e incluso queseras, ubicadas junto a un pequeño arroyuelo cuyo caudal se desviaba a su interior para mantenerlo fresco.




Todos estos elementos son piezas que forman parte de un rico museo etnográfico, sin puertas, que se encuentra disperso por gargantas y laderas, abierto a todo el mundo. Para descubrirlo solo tienes que caminar por estas montañas con una mente abierta, y comprender que este patrimonio cultural representa un aliciente más, otra disculpa para calzarnos las botas, echarnos la mochila a la espalda y ponernos por delante nuestro un camino cualquiera.