Abro el viejo baúl cubierto de polvo y telarañas situado en un rincón del sobrado. El olor a humedad de los viejos lugares cerrados y mal ventilados invade el desván, con el techo a dos aguas, soportado por carcomidos fustes y tirantes de madera. Del baúl van emergiendo objetos antiguos que yo nunca llegué a conocer, en forma de viejos juguetes, tulipas rotas de bellos quinqués de petróleo o de una roída enciclopedia escolar. Entre la mezcolanza de objetos que veo, recojo un viejo libro que habla de exploradores árticos, de cartógrafos en las junglas de Nueva Guinea, tramperos en las infinitas extensiones boscosas de la última frontera americana y de alpinistas abriendo rutas en los valles más recónditos de Los Andes y el Himalaya. Una vieja foto llama poderosamente mi atención y acerco a ella mi mirada con curiosidad. Se trata de un montañero intentando una gran cumbre. En ella, un ser diminuto, insignificante, aparece bajo una gran mole montañosa, bajo precipicios de hielo y roca. ¿Quién sería aquel hombre? Un ser minúsculo enfrentándose a las fuerzas de la naturaleza más hostil. A la altura. A la vertical. Al frío, al viento, a las inclemencias. A la soledad. Me imagino su viejo y pesado equipo de fabricación casera y artesanal. Aunque la fotografía es muchos años posterior, bajo ella reza la siguiente frase: "Matias Zurbriggen se convierte el 14 de enero de 1897 en el primer hombre en alcanzar la cumbre de la montaña más alta de las dos Américas, el Aconcagua, de 7.035 m".
Su espíritu desborda la fotografía amarillenta y sucia. El espíritu que ha impulsado al ser humano a superar retos descomunales, enfrentándose no solo a las dificultades que la naturaleza le plantea, si no a las de sus propias limitaciones físicas y psicológicas, mucho más importantes. El mismo espíritu que ha movido civilizaciones enteras y nos ha hecho avanzar hasta lo que hoy somos. Para lo bueno y para lo malo.
Miro la fotografía y me pregunto quién sería aquel hombre anónimo que caminó un siglo atrás bajo el peso de su mochila, con la mente puesta en una cumbre, y con el mismo espíritu con el que hoy seguimos ascendiendo nuestras propias limitaciones.
24 de mayo de 2013
El espíritu de superación
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21 de mayo de 2013
Amarillo sobre verde
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18 de mayo de 2013
El ojo del dragón
Me mira desde sus cincuenta pies de altura. Su mirada fría y animal se detiene en mi insignificante y vulnerable presencia. Su respiración lo envuelve todo, retumba a mi alrededor como la caldera de un volcán, con un sonido cavernoso, sordo y profundo, haciendo difícil la respiración en una atmósfera que se ha vuelto repentinamente espesa y densa. Agacha su enorme calavera cubierta de finas y puntiagudas escamas alrededor de sus ojos escarlatas; escamas que se vuelven grandes y lisas en su cuello. Se fija y se acerca. Me observa y decide si merece la pena dedicar un segundo a aniquilarme. Resopla encima mío, el dragón.
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15 de mayo de 2013
Te arrastrarás por el barro II
Por fin. Mi espalda me lo agradece. Y mis riñones. Y mi cuello. Me levanto por fin del "tumbihide" y me esfumo de la orilla cuanto antes, para dejar que las aves que se espantaron por no sé qué, regresen. Alcanzo la pista de concentración parcelaria y me acomodo junto a la vieja estructura de hormigón de un canal de riego roto, ya en desuso desde que llegaron las nuevas canalizaciones subterráneas. Allí descargo de nuevo todos los bártulos sobre la esterilla y comienzo ordenadamente a recogerlos, de modo que ahora sí entra todo en la mochila. Me lo echo todo a la espalda y me encamino hacia la carretera. He enviado un mensaje y me recogerán en breve.
Según camino hacia el punto de encuentro, voy disfrutando del paseo, de la buena temperatura y de la puesta de sol. Voy pensando en los chorlitejos chicos (Charadrius dubius) que he fotografiado, con su anillo amarillo rodeando llamativamente ese ojo marrón casi negro, y en los grandes (Charadrius hiaticula) que tienen también un llamativo naranja, esta vez en las patas y en el pico a modo de franja. Ambos son casi de la misma talla, lo que te deja confuso por el nombre, pues en el campo no es nada fácil diferenciarlos por el tamaño. Las cigüeñuelas me acompañaron toda la tarde, pero los chorlitejos se hicieron de rogar. Sin embargo, no se han presentado a la cita otras limícolas habituales en la gravera abandonada. Bueno, no importa, me voy contento con el resultado.
Voy pensando en todo ello mientras encamino mis pasos por la pista, encantado de poder estar de pie. Estiro mi espalda, la giro a ambos lados y la doblo hacia adelante. Luego hago círculos suavemente con la cabeza, estirando los músculos del cuello. No quiero ni pensar cómo me protestarán mañana.
Según camino hacia el punto de encuentro, voy disfrutando del paseo, de la buena temperatura y de la puesta de sol. Voy pensando en los chorlitejos chicos (Charadrius dubius) que he fotografiado, con su anillo amarillo rodeando llamativamente ese ojo marrón casi negro, y en los grandes (Charadrius hiaticula) que tienen también un llamativo naranja, esta vez en las patas y en el pico a modo de franja. Ambos son casi de la misma talla, lo que te deja confuso por el nombre, pues en el campo no es nada fácil diferenciarlos por el tamaño. Las cigüeñuelas me acompañaron toda la tarde, pero los chorlitejos se hicieron de rogar. Sin embargo, no se han presentado a la cita otras limícolas habituales en la gravera abandonada. Bueno, no importa, me voy contento con el resultado.
Voy pensando en todo ello mientras encamino mis pasos por la pista, encantado de poder estar de pie. Estiro mi espalda, la giro a ambos lados y la doblo hacia adelante. Luego hago círculos suavemente con la cabeza, estirando los músculos del cuello. No quiero ni pensar cómo me protestarán mañana.
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13 de mayo de 2013
Te arrastrarás por el barro I
Oigo un revoloteo encima mío. Dos pájaros tienen una pequeña escaramuza en el aire, a no más de un metro sobre mi, que permanezco tumbado sobre el fango seco y cubierto convenientemente con una red de camuflaje. Uno de los pajarillos se posa sobre mi pantorrilla y permanece allí durante unos minutos. El otro lo hace delante mío, lo que me permite comprobar que es una lavandera cascadeña, por lo que supongo que el que tengo aún sobre mi pierna lo es también. Bueno, yo a lo mío, la dejo ahí posada y sigo dándole al gatillo, concentrado en las gráciles cigüeñuelas (Himantopus himantopus) que tengo a pocos metros de distancia. La tarde va cayendo y la atmósfera que envuelve el ocaso del día va volviéndose cálida y suave. Está siendo una tarde entretenida. Cinco minutos después de que dos personas me dejaran camuflado sobre la orilla de una vieja gravera, las cigüeñuelas estaban ya alrededor mío. Una pandilla de chavales con dos perros han estado cerca, dando voces y espantando a las aves momentáneamente, pero sin llegar a detectarme. Un grupo de cuatro o cinco azulones macho han llegado por mi izquierda a la gresca entre ellos, persiguiendo a una sufrida hembra que no sabía cómo zafarse de aquellos pesados. Los chorlitejos se han hecho de rogar, pero al final han llegado también. Los gigas se acumulan en las tarjetas, y las tarjetas se llenan. No me podría quejar si no hubiera sido porque ayer o antes de ayer una excavadora ha estado trabajando en esta zona, abandonada desde hace mucho, y la ha "estropeado", fotográficamente hablando. Al llegar he tenido que improvisar y buscar un nuevo emplazamiento con una dirección de la luz menos adecuada -mucho más transversal-, y fondos que "ya no eran lo mismo". En fin,.... seguimos en busca de la imagen soñada.
Ya muy atardecido, con una luz que se vuelve escasa por momentos, aprovecho una espantada general del bando y me descubro, recojo velozmente todos los bártulos y me escapo del lugar.
Ya muy atardecido, con una luz que se vuelve escasa por momentos, aprovecho una espantada general del bando y me descubro, recojo velozmente todos los bártulos y me escapo del lugar.
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