Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

24 de mayo de 2013

El espíritu de superación

Abro el viejo baúl cubierto de polvo y telarañas situado en un rincón del sobrado. El olor a humedad de los viejos lugares cerrados y mal ventilados invade el desván, con el techo a dos aguas, soportado por carcomidos fustes y tirantes de madera. Del baúl van emergiendo objetos antiguos que yo nunca llegué a conocer, en forma de viejos juguetes, tulipas rotas de bellos quinqués de petróleo o de una roída enciclopedia escolar. Entre la mezcolanza de objetos que veo, recojo un viejo libro que habla de exploradores árticos, de cartógrafos en las junglas de Nueva Guinea, tramperos en las infinitas extensiones boscosas de la última frontera americana y de alpinistas abriendo rutas en los valles más recónditos de Los Andes y el Himalaya. Una vieja foto llama poderosamente mi atención y acerco a ella mi mirada con curiosidad. Se trata de un montañero intentando una gran cumbre. En ella, un ser diminuto, insignificante, aparece bajo una gran mole montañosa, bajo precipicios de hielo y roca. ¿Quién sería aquel hombre? Un ser minúsculo enfrentándose a las fuerzas de la naturaleza más hostil. A la altura. A la vertical. Al frío, al viento, a las inclemencias. A la soledad. Me imagino su viejo y pesado equipo de fabricación casera y artesanal. Aunque la fotografía es muchos años posterior, bajo ella reza la siguiente frase: "Matias Zurbriggen se convierte el 14 de enero de 1897 en el primer hombre en alcanzar la cumbre de la montaña más alta de las dos Américas, el Aconcagua, de 7.035 m".

Su espíritu desborda la fotografía amarillenta y sucia. El espíritu que ha impulsado al ser humano a superar retos descomunales, enfrentándose no solo a las dificultades que la naturaleza le plantea, si no a las de sus propias limitaciones físicas y psicológicas, mucho más importantes. El mismo espíritu que ha movido civilizaciones enteras y nos ha hecho avanzar hasta lo que hoy somos. Para lo bueno y para lo malo.

Miro la fotografía y me pregunto quién sería aquel hombre anónimo que caminó un siglo atrás bajo el peso de su mochila, con la mente puesta en una cumbre, y con el mismo espíritu con el que hoy seguimos ascendiendo nuestras propias limitaciones.


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