Necesitaba desintoxicarme un poco del pesimismo de mis últimas entradas. Y trabajando con fotos de archivo de Los Arribes del Duero, he "encontrado" estas maravillosas flores que me han permitido liberarme y evadirme de la cruda realidad diaria. Observando en la pantalla del ordenador los detalles más desapercibidos de sus pétalos y estambres comprendo por qué merece la pena luchar por la conservación de la naturaleza. Desde el ser más minúsculo y modesto, al más grande y emblemático.
17 de diciembre de 2013
15 de diciembre de 2013
El poder verde
"Billetes, billetes verdes, pero qué bonitos son", decía la canción.
Ayer sábado tenía lugar una concentración no autorizada alrededor del Congreso de los Diputados. La sociedad está hastiada de que le roben derechos, trabajo, seguridad, tranquilidad, justicia, igualdad. De que le hurten el estado del bienestar y la vida. Mientras unos hacen huelga de hambre como protesta pacífica o participan en una manifestación luchando para que le quede algo de esperanza a ese hijo de pocos años que lleva sobre los hombros, otros se frotan las manos con lo que están "sacando" de la crisis. Los de siempre nunca pierden. Ni los que ostentan el poder, ni los allegados que los mantienen en el mismo. El dinero fluye, es cierto, corre a espuertas, pero solo entre unas pocas manos. Estamos en un momento dulce, de grandes negocios, de especulaciones, de conchabeos, favores, prebendas y amiguismos; de caciqueos, enchufismos, compadreos y puertas giratorias. Es el momento de los tiburones, los mismos que canibalizan a los que les rodean. También de la censura, de la opresión, de la manipulación y del rodillo. Del "aquí se hace porque lo digo yo", de la justificación, de la coartada, de la alegación, de la excusa mediocre. Es el tiempo de las mentiras, de los indultos para los ladrones de los escaños, de las llamadas telefónicas. Pasen y vean, señores, estamos en el gran circo del neoliberalismo despiadado y de la corrupción endémica, donde los más poderosos engordan sus barrigas y dónde los demás muestran sus costillas. Pasen y vean, señores, están ante el mayor espectáculo del mundo.
Entre tanto, ayer sábado morían en Alcalá de Guadaira los padres de una familia y una de las dos hijas menores por alimentarse con productos en mal estado recogidos de un contenedor. ¡Y a mí me parece tan cercano! Quizás porque todas las mañanas cuando regreso a casa veo a un hombre de mediana edad acercarse en coche al mismo contenedor de siempre. Lo abre y sitúa un objeto cualquiera -generalmente una caja de porexpán para el pescado- entre la tapadera y el mismo para que no se cierre, y se dedica durante un tiempo a buscar entre los desperdicios y las sobras del gran supermercado alemán. Lo veo cada mañana, mientras camino ensimismado en dirección a mi casa. Religiosamente, todas las mañanas. El año pasado, durante un tiempo, el mismo contenedor era visitado a la misma hora por una pareja más joven que llegaban en bicicleta. Pienso a menudo en ellos y en otros muchos como ellos. La exclusión social, el desamparo, la pobreza severa, los desahucios, los suicidios, el desempleo y la marginación se han incrementado en la misma medida en la que los ricos son más ricos, y los poderosos más intocables.
En estos mismos momentos alguien estará pensando en este país de equilibristas, como los llamaba Joan Manuel Serrat, si no sería mejor saltar por la ventana, o tirarse a las vías del metro. Alguien en silencio subirá las escaleras hacia la que, todavía en esos momentos, será su casa, sopesando si no compensará sacrificarse y ser un mártir más en esta batalla de Quijotes y gigantes. Ser un muerto más en esta masacre social.
Ayer sábado tenía lugar una concentración no autorizada alrededor del Congreso de los Diputados. La sociedad está hastiada de que le roben derechos, trabajo, seguridad, tranquilidad, justicia, igualdad. De que le hurten el estado del bienestar y la vida. Mientras unos hacen huelga de hambre como protesta pacífica o participan en una manifestación luchando para que le quede algo de esperanza a ese hijo de pocos años que lleva sobre los hombros, otros se frotan las manos con lo que están "sacando" de la crisis. Los de siempre nunca pierden. Ni los que ostentan el poder, ni los allegados que los mantienen en el mismo. El dinero fluye, es cierto, corre a espuertas, pero solo entre unas pocas manos. Estamos en un momento dulce, de grandes negocios, de especulaciones, de conchabeos, favores, prebendas y amiguismos; de caciqueos, enchufismos, compadreos y puertas giratorias. Es el momento de los tiburones, los mismos que canibalizan a los que les rodean. También de la censura, de la opresión, de la manipulación y del rodillo. Del "aquí se hace porque lo digo yo", de la justificación, de la coartada, de la alegación, de la excusa mediocre. Es el tiempo de las mentiras, de los indultos para los ladrones de los escaños, de las llamadas telefónicas. Pasen y vean, señores, estamos en el gran circo del neoliberalismo despiadado y de la corrupción endémica, donde los más poderosos engordan sus barrigas y dónde los demás muestran sus costillas. Pasen y vean, señores, están ante el mayor espectáculo del mundo.
Entre tanto, ayer sábado morían en Alcalá de Guadaira los padres de una familia y una de las dos hijas menores por alimentarse con productos en mal estado recogidos de un contenedor. ¡Y a mí me parece tan cercano! Quizás porque todas las mañanas cuando regreso a casa veo a un hombre de mediana edad acercarse en coche al mismo contenedor de siempre. Lo abre y sitúa un objeto cualquiera -generalmente una caja de porexpán para el pescado- entre la tapadera y el mismo para que no se cierre, y se dedica durante un tiempo a buscar entre los desperdicios y las sobras del gran supermercado alemán. Lo veo cada mañana, mientras camino ensimismado en dirección a mi casa. Religiosamente, todas las mañanas. El año pasado, durante un tiempo, el mismo contenedor era visitado a la misma hora por una pareja más joven que llegaban en bicicleta. Pienso a menudo en ellos y en otros muchos como ellos. La exclusión social, el desamparo, la pobreza severa, los desahucios, los suicidios, el desempleo y la marginación se han incrementado en la misma medida en la que los ricos son más ricos, y los poderosos más intocables.
En estos mismos momentos alguien estará pensando en este país de equilibristas, como los llamaba Joan Manuel Serrat, si no sería mejor saltar por la ventana, o tirarse a las vías del metro. Alguien en silencio subirá las escaleras hacia la que, todavía en esos momentos, será su casa, sopesando si no compensará sacrificarse y ser un mártir más en esta batalla de Quijotes y gigantes. Ser un muerto más en esta masacre social.
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16+1
Hace tan solo unas horas hemos estado toda la familia en la Concentración 16+1 en la Plaza Mayor de Salamanca dando una sonora y muy merecida pitada a los políticos locales, por la ineptitud en su gestión, por su actitud dictatorial para con sus funcionarios públicos y por su incapacidad para admitir que la libertad de expresión es un derecho real que tenemos los ciudadanos, y no simplemente una frase que queda muy agradecida en una Constitución Española que ellos mismos son los primeros en pisotear.
Pero ¿qué es 16+1?. 16 fueron los compañeros del cuerpo de bomberos de esta ciudad que fueron expedientados por ejercer dicho derecho, criticando el absurdo despilfarro económico de más de un millón de euros en una obra que consideraban innecesaria en estos momentos de recortes sociales y económicos. ¡Qué mal encajan estos personajes que gobiernan nuestros destinos las críticas, y cómo les escuece que aún exista el derecho a expresarse libremente, aunque luego les rebose la boca de frases rimbombantes cargadas de florituras literarias acerca de ella, como si fueran los adalides de nuestra libertad y de la justicia social! Y esto que digo no es una exageración, y a las pruebas me remito con su ansiada Ley de Seguridad Ciudadana, pensada como un arma de represión social propia de un régimen autoritario y no de una democracia, y que lo que busca es limitar los derechos de manifestación, de expresión y de reunión, eliminado incluso la posibilidad de que la justicia nos proteja de ellos.
16 fueron los bomberos que levantaron su voz y pagaron con una inmerecida sanción. Pero no han estado solos. Todos los que les hemos apoyado somos el +1. Todos los que hemos estado a su lado, el resto de compañeros y cada uno de nosotros, de los salmantinos y no salmantinos que hemos participado en la concentración, de los que hubieran querido estar presentes y no han podido, de los bomberos que han viajado hasta nuestra ciudad desde puntos tan distantes de la geografía española como Sevilla, Cáceres, Valladolid, ... de los que hemos compartido el desarrollo de los sucesos en las redes sociales. En definitiva, 16+1 somos todos, ellos y nosotros, el conjunto de ciudadanos, los mismos que hemos aplaudido por la educación, la sanidad y la seguridad públicas, los mismos que unidos en una única y firme pitada hemos pedido la dimisión de esos personajes que nos gobiernan pero no nos representan, porque simplemente no comparten los valores de esa democracia de la que tanto alardean. Porque lideran, muy por el contrario, la represión, el rodillo, el abuso, la corrupción y la injusticia social. Porque si de algo sí son adalides es de los espurios intereses de los poderosos, de los propios de sus partidos políticos y de los suyos personales.
Pero ¿qué es 16+1?. 16 fueron los compañeros del cuerpo de bomberos de esta ciudad que fueron expedientados por ejercer dicho derecho, criticando el absurdo despilfarro económico de más de un millón de euros en una obra que consideraban innecesaria en estos momentos de recortes sociales y económicos. ¡Qué mal encajan estos personajes que gobiernan nuestros destinos las críticas, y cómo les escuece que aún exista el derecho a expresarse libremente, aunque luego les rebose la boca de frases rimbombantes cargadas de florituras literarias acerca de ella, como si fueran los adalides de nuestra libertad y de la justicia social! Y esto que digo no es una exageración, y a las pruebas me remito con su ansiada Ley de Seguridad Ciudadana, pensada como un arma de represión social propia de un régimen autoritario y no de una democracia, y que lo que busca es limitar los derechos de manifestación, de expresión y de reunión, eliminado incluso la posibilidad de que la justicia nos proteja de ellos.
16 fueron los bomberos que levantaron su voz y pagaron con una inmerecida sanción. Pero no han estado solos. Todos los que les hemos apoyado somos el +1. Todos los que hemos estado a su lado, el resto de compañeros y cada uno de nosotros, de los salmantinos y no salmantinos que hemos participado en la concentración, de los que hubieran querido estar presentes y no han podido, de los bomberos que han viajado hasta nuestra ciudad desde puntos tan distantes de la geografía española como Sevilla, Cáceres, Valladolid, ... de los que hemos compartido el desarrollo de los sucesos en las redes sociales. En definitiva, 16+1 somos todos, ellos y nosotros, el conjunto de ciudadanos, los mismos que hemos aplaudido por la educación, la sanidad y la seguridad públicas, los mismos que unidos en una única y firme pitada hemos pedido la dimisión de esos personajes que nos gobiernan pero no nos representan, porque simplemente no comparten los valores de esa democracia de la que tanto alardean. Porque lideran, muy por el contrario, la represión, el rodillo, el abuso, la corrupción y la injusticia social. Porque si de algo sí son adalides es de los espurios intereses de los poderosos, de los propios de sus partidos políticos y de los suyos personales.
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11 de diciembre de 2013
Mi compañero
Ahí lo tenéis, buscando detalles y perspectivas, con los que muchas veces me sorprende. Experimentando y exprimiendo la cámara. Aprendiendo y creciendo como fotógrafo y como persona. Compañero de fatigas, en definitiva, además de la alegría de la huerta: LaculpanoesdePablo.com
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8 de diciembre de 2013
Siete grados y medio bajo cero
8:30 a.m. en un pinar perdido de la provincia segoviana. La niebla nocturna se ha transformado en un velo blanco de fina escarcha sobre el paisaje. Siete grados y medio bajo cero suelen dar pereza, pero en esta oportunidad no. Al menos no a mí. O al menos no a mí en esta precisa ocasión. Salgo disparado de la furgo y de su calefacción estática y, dejando a la familia aún acostada entre edredones de pluma, me sumerjo en el frío ambiente matinal. El desayuno puede esperar. No tengo prisa. La niebla alta impide que los rayos del sol derritan las filigranas blancas depositadas sobre los tallos de las plantas, filigranas que durarán buena parte de la mañana. Nos zambullimos en el bosque mi trípode, mi cámara y yo. A lo lejos oigo algún vehículo pasar por una carretera no muy distante, así como los trágicos sonidos con los que algún cazador trae la muerte. Yo me evado con la belleza que me rodea. Blanco sobre el verde. Blanco sobre el rojo. Blanco sobre el marrón. Blanco sobre el gris. Blanco. A mi alrededor todo está en mayor o menor medida pincelado de blanco, de escarcha y niebla helada. De relente congelado. De gotitas de agua heladas, gélidas, glaciales.
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