Aparco cerca de la esclusa y apago el motor en este rincón apartado de las miradas de todos, lejos de cualquier pueblo y rodeado de campos de cereal. Un tractor destartalado y su ronroneo pasan por el camino empolvando el paisaje reseco en este día de invierno. Yo me quedo en el asiento y comienzo a picar algo de comer mientras observo lo que me rodea. La mayoría de los que hasta aquí llegan miran y caminan junto al canal, pero a mí la vista se me escapa al viejo edificio de ladrillo, quizás de finales del XVIII o principios del XIX. Destartalado, vacío, arruinado. Las palomas entran y salen por sus ventanas huecas, y un nido de cigüeña se ha encaramado en lo alto de uno de sus muros, con la cubierta del tejado medio hundida. "Peligro, No Pasar" reza un cartel clavado en una puerta. Las ventanas inferiores permanecen tapiadas de ladrillo moderno y cemento. Los viejos farolillos de chapa agonizan sin bombillas, oxidados, con un cableado que no llega a ningún sitio. Todo muerto y olvidado. La vieja fábrica de harinas no sale en las fotos del turista. Está ahí, molestando, estorbando a la belleza pausada y amable del agua mansa, verdecina, que se desliza entre la arboleda.
28 de marzo de 2014
24 de marzo de 2014
Bosques
Los robles, aún sin yemas ni hojas en esta incipiente primavera, tapizan los valles serranos haciendo que las laderas tomen un aspecto mullido y esponjoso. El sol penetra hasta el suelo entre las ramas desnudas del bosque y calienta el suelo donde florecen ya las prímulas y los narcisos. Nosotros atravesamos lomas observando cómo la fuerza de la naturaleza se va poco a poco adueñando del suelo que siempre fue suyo, asfixiando y arrinconando algunos pinares residuales de aquellos tiempos obsoletos de aterrazamientos y bulldozers, ahogando los pensamientos productivistas y esquilmantes de la bárbara mentalidad que imperaba en la gestión forestal de esta piel de toro no hace tantas décadas, y que aún hoy en día coletea en nuestros montes. El robledal abraza y acaba fagocitando algunas fincas hoy olvidadas, con sus cercones de piedra musgosa, en donde muchos años atrás se acumulaba la paja en forma de ameales. Pájaros cantando, indicios de la existencia de algunos tímidos mamíferos, un cielo azul límpido, arroyos saltarines y cristalinos: todo parece equilibrado y estético. Como si tras el desastre de la deforestación, los incendios y los brutales cultivos de pinos y eucaliptos que arrasaron como caballo de Atila gran parte de nuestras montañas, se hubieran asentado las cosas, como si los monstruos hubieran muerto por fin y todo buscara ser como debía ser. Parece como si las aguas del río intentaran volver a su cauce, al fin.
Parece, al menos.
Nosotros, por lo pronto, somos testigos de la paulatina recuperación ecológica de muchas de las laderas de nuestras sierras, aún mucho menos diversas que las originales, pero no menos bellas.
Parece, al menos.
Nosotros, por lo pronto, somos testigos de la paulatina recuperación ecológica de muchas de las laderas de nuestras sierras, aún mucho menos diversas que las originales, pero no menos bellas.
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22 de marzo de 2014
La primavera
Llegaron las primaveras, amigos, tanto la oficial como la real. Sale el sol un poquito más temprano cada día, y cada día se oculta un poquito más tarde. Dos minutos más de sol diario se suman rápidos y en apenas una semana comprobamos cómo tenemos un cuarto de hora más de rayos solares. Una hora en un mes. Los pájaros están como locos cantando y algunas especies ya están incluso incubando. De los árboles brotan jóvenes yemas tiernas y los trigos crecen verdes. Ha llegado otra primavera.
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20 de marzo de 2014
Lo que a unos les sobra ...
Esta es una imagen de una flor de orquídea con doble aparato reproductor, que curiosamente ha crecido junto a otra flor contigua atrofiada y que presenta exclusivamente los pétalos de la misma y la columna. En fin, como la vida misma, lo que a unos les falta a otros les sobra. Por misterios de la informática me ha sido imposible añadir una imagen de la flor atrofiada en clave alta
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18 de marzo de 2014
Los ojos de Kill Bill
Paseo por los viejos muros de mi ciudad, de esa otra ciudad olvidada que no se parece a la idealizada capital que venden los folletos turísticos y las guías de viajes, pero que, sin duda, es más palpitante, mucho más viva que la de esos museos y monumentos engominados en los que todo está prohibido y encorsetado: no puedes tocar, no puedes hacer fotos, no puedes entrar si no pagas, tu perro se ha de quedar fuera, las cámaras te vigilan, cordoncitos de bonito color rojo te menosprecian el paso y carteles de No Pasar aparecen por doquier; monumentos muertos en donde te ven, en definitiva, o con cara de dolar, o con cara de delincuente. Paseo, pues, por esos otros rincones desheredados pero vitales y encuentro numerosas miradas que me observan entre desconchones de pintura y enmohecidos jarreados. Veo algunos personajes conocidos junto a otros que ya conozco solo de pasar junto a ellos una y otra vez, y me detengo delante de su mirada estropeada, de su cara agrietada por el hostigo de las inclemencias, y con los pómulos despellejados por el transcurrir del tiempo. Ella no me mira a mi, lo hace de reojo, como siempre, esperando a quién sabe qué. Quizás, ¿por qué no?, observando a esa otra ciudad adornada e imaginaria, la de la vitrina y el escaparate.
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