Amanece una mañana más de este otoño extrañamente cálido. A estas alturas ya se me ha olvidado que el despertador sonó a las cinco de la mañana y que dos horas de conducción nocturna por carreteras sinuosas me dejaron, cansado, en la plataforma de Gredos una vez más. Ahora estoy pletórico, sin embargo. Acaba de salir el sol por detrás de una loma y colorea la cálida luz matinal sobre un macho de cabra montés (Capra pyrenaica victoriae) atravesando una pradera de festucas amarillas. Tengo todo el día por delante y yo disparo sin parar.
Así da comienzo una nueva sesión en compañía de este noble y bello animal. Machos y hembras, juntos durante unas pocas semanas al año, representan en estas fechas una gran oportunidad para disfrutar del privilegio de su cercanía y confianza, un hecho este que nos ofrecen muy pocas especies de la fauna ibérica y que yo gusto de aprovechar varias veces al año, tanto en Gredos como en la sierra de Francia. Unos ejemplares se desperezan, otros nos regalan cabriolas sobre las paredes como funámbulos de la roca y como pretendiendo dar envidia a cualquier escalador, otros simplemente reposan, vigilan o pastan. Con el pertinente permiso de la administración del parque bien guardado en la mochila, comienza para mi y mi acompañante una nueva oportunidad fotográfica con esta especie emblemática.
Tengo de nuevo la oportunidad de fotografiar a un semental especial del que podemos adivinar que a sus, aproximadamente, catorce años de vida se encuentra ya en las postrimerías de su etapa vital. A lo llamativo de la impresionante cornamenta que exhibe este viejo conocido de alguna sesión anterior, se le suma un pelaje completamente atípico para un ejemplar de esta edad de la subespecie victoriae. Su capa marrón, similar a la de cualquier hembra, lo vuelve rápidamente diferenciable de sus congéneres, a los que yo comparo a veces con toros de lidia por su corpachón casi completamente negro. Dicho esto, es bueno conocer que las hembras en libertad tienen una esperanza de vida de entre diez y ocho y veintidós años debido a que su esfuerzo en la reproducción tiene lugar durante todo el año de un modo repartido. Por el contrario, los machos suelen alcanzar solo los catorce o quince años de edad como consecuencia del enorme desgaste que supone para ellos los períodos de celo. Y como curiosidad e información añadida a lo dicho anteriormente, diremos que las hembras residentes en regiones con una cubierta vegetal más pobre desde el punto de vista nutricional, aparentemente son más longevas que aquellas que se alimentan en áreas de vegetación más nutritiva, debido a que las segundas se reproducen un mayor número de veces y con mayor posibilidad de partos gemelares, lo que supone en definitiva un mayor desgaste físico.
Al igual que en jornadas previas sigue reclamando nuestra atención la excitación de los machos más jóvenes, a los que sí vemos pelear como quisiéramos que hicieran los más viejos y corpulentos. Y hasta observamos insistentes intentos de cópula por parte de un jovenzuelo con cara aún de niño, de menor peso y talla incluso que la propia hembra que intentaba montar, y de la que se diferenciaba por sus cuernos notablemente más gruesos, aparte de por la erección evidente.
Los experimentados sementales, sin embargo, con la paciencia y delicadeza que les caracteriza, persiguen de modo educado a las hembras que parecen aún poco receptivas. Ponen en marcha toda la parafernalia del cortejo y nos permiten asistir en primera fila a sus corteses atenciones para con las futuras madres de sus chivos. En ocasiones varios ejemplares de diferentes edades se arremolinan alrededor de la cabra olfateando su estado hormonal intentando detectar su posible ovulación, conformando una abanico de hocicos y cuernas con las que componer las imágenes.
Van pasando las horas y el sol acaricia rápido la ladera opuesta a aquella en la que por la mañana lo vimos aparecer. Deprisa se nos va la luz con prisas, y aprovechamos nosotros los postreros rayos para hacer las últimas fotografías de estos animales increíbles. Bueno,... digamos mejor las penúltimas fotografías, pues siempre vendrán más. Con una ligera tristeza por no haber sido espectadores de alguno de sus combates recogemos el equipo, cansados de tanto ir y venir de un lado para otro tras los animales, de cruzar arroyos crecidos por las lluvias de la última semana, de subir y bajar laderas y habiendo apenas parado para comer un poco, en una jornada que ha sido, sin duda y cuanto menos, intensa y gratificante. Nos despedimos, sí, pero cruzando los dedos para que el próximo fin de semana la climatología nos respete una nueva jornada en los roquedos y praderas de esta mi querida sierra de Gredos.