Pasan las horas y la espalda se resiente dentro del hide. La primavera ha llegado y muchas aves se afanan ya en sus amoríos inquietos. Van y vienen regalándome una distracción que es muy de agradecer dentro de mi madriguera. Me distraigo comiendo un segundo bocadillo y otra pieza de fruta, más por intentar acelerar el paso del tiempo que por hambre. Un gavilán pasa a la velocidad del rayo volando bajo por mi izquierda, da un quiebro increíble entre unos arboles de follaje muy tupido y se lanza tras un pájaro que no alcanzo a distinguir. Acto seguido el chillido me indica que ese pájaro ya no disfrutará más de esta primavera. En los siguientes minutos la distracción será ver con los prismáticos cómo la pequeña rapaz, medio oculta por la alta vegetación, levanta la cabeza del suelo a tirones: está comiendo. Al final del día, cuando salga del chajurdo lo segundo que haga (primero habrá que estirar la espalda) será ver quién tuvo la desventura de no estar atento a lo que se le venía encima. Un pico de un bonito amarillo intenso unido a una frente de brillantes plumas negras me indican que un estornino negro fue el almuerzo del pequeño pirata de la espesura. Eso y unas cuantas plumas esparcidas junto al árbol donde murió son todo lo que queda por aquí. La vida salvaje en la naturaleza es precisamente eso mismo, salvaje. Unos luchan por no ser comidos y otros por comerlos.
Que las rapaces tienen una atracción especial para el ser humano es algo que no es necesario explicar. Su impresionante mirada, su porte, la elegancia de la mayoría de ellas, su carácter valiente o sus habilidades predatorias y veleras hacen que no pasen desapercibidas para nosotros. Y si de entre todas hay una que podemos calificar de común y bella al mismo tiempo, esa especie es el milano real (
Milvus milvus), sin duda, con sus tonos rojizos, jaspeados de manchas negras o grises, con esa silueta potente (que de posado tanto me recuerda a la de un
quebrantahuesos, de largas alas y cola, pecho fuerte y patas emplumadas), y que en vuelo nos es tan familiar, esbelta y colorida.
Cuando desde mi agujero veo que por fin bajan algunos milanos reales a los restos de carroñas o pitanzas, se detiene el tiempo. Ya da igual el dolor de espalda, el aburrimiento o el tiempo empleado en la preparación del lugar, del escondite, y de los detalles que marcarán la diferencia entre una sesión fructífera y un desastre de sesión. El entretenimiento está garantizado, y también el aprendizaje. Sus peleas, sus refriegas sobre la comida, su proverbial desconfianza, pero sobre todo su belleza hacen que el tiempo deje de existir y que todo el esfuerzo y dedicación hayan merecido la pena. Habrá quien piense que diez y nueve horas de hide repartidas en dos sesiones para guardar un botín de, tras la escrupulosa criba posterior, poco más de un centenar de imágenes de estas hermosuras aladas no merece la pena. Y habrá quien, por el contrario, daría mucho de sí mismo por tenerlos ante el objetivo. Para mi simplemente no tiene precio. Observar su comportamiento a unas decenas de metros y plasmarlo en la tarjeta de tu cámara es realmente un verdadero disfrute, si no un privilegio, pues no son aves sencillas. Y no lo son por lo anárquicas de su comportamiento, por su costumbre de volar repetidamente sobre la carroña y luego marcharse, o por la de llevarse volando pequeños pedazos sueltos de carne sin llegar a posarse, o por su reticencia a subir a los posaderos que les podamos habilitar, por su cautela exagerada y por su eterna manía de molestarse entre ellos hasta echarse del lugar. En fin, que bastantes más son las veces que uno lo intenta y se vuelve para casa con la tarjeta vacía, que al revés.
Tener a estos milanos reales delante de la cámara me hace recordar la situación preocupante en la que se encuentra la especie tras el increíble descenso poblacional que ha sufrido en toda Europa en las últimas décadas. En España sus efectivos se han reducido desde los años noventa en cerca de un cincuenta por ciento, algo que resulta verdaderamente alarmante, lo que la ha llevado a ser clasificada dentro de la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN como "en peligro de extinción". Y cuando los veo volar sobre nuestros campos pienso que la sociedad aún no ha tomado conciencia de que nos encontramos con un caso que podría llegar a convertirse en paradigmático dentro de poco tiempo, pues en un futuro próximo podríamos llegar a ver cómo esta especie pasa de la relativa abundancia que disfrutó en el pasado a la rarefacción más absoluta si no hacemos en la actualidad nada por evitarlo.
Veo planear sobre el hide a varios ejemplares, unos más oscuros y otros más claros, e incluso uno con marcas alares rojas que no consigo leer, y pienso en lo afortunado que soy al comprender el enorme atractivo que poseen estas hermosas rapaces, tan ignoradas y desatendidas todavía por la sociedad a pesar de sufrir esos serios problemas de conservación mencionados, y que requieren adoptar inmediatas medidas de protección.