Estos dos autores, concluyen que los tres principales aspectos que inciden en su dinámica demográfica son el tamaño de la población, la tasa de mortalidad y el aislamiento, siendo las tres variables que en su momento condicionaron la extinción de la especie en Sierra Morena y las sierras de San Pedro y Gata.
En cualquier caso, sea el 35% el punto de inflexión o no a partir del cual nuestro lobo no puede recuperarse de la mortandad que sufre, lo que es incontestable es que la mortalidad que soportó durante más de un siglo superó con creces su límite de viabilidad a largo plazo, estimado de un modo general para cualquier especie en unos 500 individuos. Por debajo de estas cifras se suele hablar de poblaciones mínimas viables solo a corto plazo, con un gravísimo riesgo de que cualquier cambio ambiental arrastre a la especie al colapso y la extinción definitiva. En el caso que nos ocupa llevamos a la subespecie ibérica de lobo hasta casi la total extinción a principios de los 70 de la pasada centuria, cuando se conjeturó que su población había quedado reducida a unos 200 animales (Valverde, 1971), el número más bajo históricamente registrado. Aquel guarismo fatídico representó un azaroso "cuello de botella" genético, que aún se vuelve más minimalista y extremo si consideramos lo que los genetistas denominan "población efectiva", que tiene en cuenta, no ya el número de individuos totales de una población, sino el de los ejemplares reproductores de esta y la variabilidad genética que ellos aportan al conjunto, puesto que para el futuro de cualquier especie aquellos sujetos que viven y mueren sin reproducirse no suponen ningún activo. En el caso del lobo ibérico se ha estimado una población efectiva de solo 50 especímenes, lo que significa que toda la población actual desciende del minúsculo puñado de cromosomas que aportaron en su momento, heredando un gravísimo peligro latente que podría concluir catastróficamente en el futuro.
Transcribiendo unos párrafos firmados por J. Echegaray, C. Vilá y J. Leonard en 2008 nos será más sencillo comprender la importancia que tiene el concepto de Población Efectiva: "Actualmente, se estima que quedan en toda Norteamérica unos sesenta mil ejemplares. Aunque esta cifra pueda considerarse elevada, supone una reducción de casi el 90% con respecto a los lobos presentes en tiempos históricos. .../... Las bajas en una población generan una disminución de la diversidad genética, ya que se pierden cromosomas de los individuos que no dejan descendientes y se acelera la tasa de deriva genética".
Resulta obvio que la variabilidad genética que pueda tener la subespecie ibérica en la actualidad es muy inferior a la que históricamente debió tener, lo que la deja en una situación de gran vulnerabilidad. Así, los lobos escandinavos, por ejemplo, como consecuencia de su fuerte endogamia presentan numerosas malformaciones esqueléticas (Räikkonen, P. et al., 2004) y una menor tasa reproductiva (Liber, O. et al., 2005).
Tasas de mortalidad y estancamiento de la población ibérica
Pues la primera consecuencia de estas matemáticas se hace evidente: el estancamiento de la población. Como veíamos en el primer enlace, durante las últimas décadas nuestra población de lobos, lejos de dispararse como algunos aseguran, parece haberse atascado en un número que puede oscilar alrededor de los 1.434 lobos, cifra que resulta de multiplicar el último número de manadas conocido (297) por la media en invierno de ejemplares/grupo (4,2 miembros, para Fernández-Gil, A. et al., 2020) y sumar un 15% de ejemplares divagantes (1.247 + 187). Que esta cifra se haya mantenido parecida, con un ridículo incremento de solo 3 grupos en 26 años (crecimiento anual de 0,039%) entre los censos de manadas de 1987-88 (294) y 2013-14 (297), parece una prueba irrefutable de su estancamiento, sobre todo si lo comparamos con la expansión mostrada en las dos décadas previas, desde aquellos 200 exiguos especímenes. Parece una ironía que a esta coyuntura algunos se empeñen en calificarla de "estabilidad", habida cuenta de que dicha expansión se ha frenado en seco. Este atasco es asumido por J. C. Blanco cuando escribe en 2015: "... aunque en los últimos años este aumento se ha ralentizado de forma notable. Desde el año 2000, los lobos han aumentado ligeramente su distribución por el sur de las provincias de Ávila, Segovia, Madrid y Guadalajara, lo que representa un incremento del área de distribución de la población reproductora del 4%, quizá la expansión más modesta del lobo desde que comenzó su recuperación en 1970 (Blanco, Saenz de Buruaga y Llaneza, 2007; Blanco, 2014)". Aparte de la retórica de cómo calificar esta evolución, un 4% de territorio ganado en 15 años no parece una expansión muy alegre, que digamos.
Si la delincuencia campa a sus anchas en las dehesas y campos salmantinos, la Junta de Castilla y León arrima el hombro en todo lo que puede para evitar que se establezca en la provincia: no menos de 7 lobos fueron abatidos entre 2013 y 2018 en Salamanca por la denominada, eufemísticamente, dada la labor que tiene, "patrulla de seguimiento", además de otros tantos en la colindante franja meridional de Zamora al sur del Duero. Sabiendo que es desde esta provincia vecina desde donde entran todos los lobos a la provincia charra, la muerte de ejemplares en el sur zamorano dificulta la expansión de la especie a territorio salmantino. Estos 14 animales estrictamente protegidos fueron abatidos junto a otros 16 más al sur de esta línea divisoria, en Segovia y Ávila. De esos 30 lobos muertos por funcionarios, 13 eran hembras, de las que 5 fueron eliminadas en plena época de celo, siendo 3 de ellas las reproductoras de sus respectivas manadas y/o se encontraban en plena gestación, lo que implica de facto la pérdida añadida de varias camadas o, incluso, de toda la manada, en lo que supone biológicamente una aberración inadmisible de cara a la conservación y expansión de la especie. Es injustificable el manejo que esta autonomía hace del lobo y, desde luego, resulta difícilmente aceptable por una sociedad contraria a "conservar las especies a tiro limpio". La gravedad de estos hechos, que, por otro lado, se han normalizado en todas las comunidades autónomas con presencia del carnívoro, la comprenderemos mejor si conocemos un estudio que vincula de un modo inequívoco la muerte de alguno de los dos ejemplares reproductores con la desaparición de toda la manada, hasta en un porcentaje del 77% de los casos, es decir, en 3 de cada 4 ocasiones la manada se desintegró tras la pérdida de uno de los dos adultos reproductores.
Solo a 17 de esos 30 ejemplares que Castilla y León eliminó al sur del Duero por supuestos daños a la ganadería se les hizo una necropsia, habiéndose podido determinar que solo en 5 de ellos hubiera en sus estómagos algún tipo de contenido compatible con ganado doméstico (lo que tampoco significa mucho, pues podría proceder de carroñas). Este dato no parece respaldar semejante carnicería allí donde está estrictamente protegido por Europa y, por el contrario, parece demostrar que se matan animales arbitrariamente para, simplemente, acallar las protestas de los ganaderos, y que la excepcionalidad de las medidas de control letal permitidas se han vuelto una norma aquí.
Este modelo de gestión llevado a cabo en Castilla y Léon, donde medra aproximadamente el 60% de la población ibérica, es tan severo para la especie que la propia presión cinégetica legal se ha quintuplicado en las tres últimas décadas, desde las dos o tres decenas de precintos que se otorgaban de media a finales de los 90, a los 140 que se vienen concediendo en las últimas temporadas de caza.
En un intento de poner una cifra a este problema, este investigador reunió en 2014 toda la información que pudo recoger de muertes no naturales acaecidas a lo largo de 40 años en la provincia de Valladolid y comarcas aledañas, obteniendo una amplia muestra de 1.023 muertes, entre seguras (470), probables (241) y posibles (312). La tendencia fue creciente, siendo la última década la que más ejemplares aportó, con más de 400 animales muertos, lo que el autor relacionó con la evolución creciente de la población. El incremento de muertes con el paso del tiempo parece muy significativo, a pesar de la baja incidencia del lobo tanto sobre la ganadería (0,04% de ganado afectado en la primera década de estudio) como sobre las especies cinegéticas que, lejos de ver reducidas sus poblaciones por la presencia del carnívoro, aumentaron hasta hacerse necesarias compensaciones económicas por daños en los cultivos. Esto parece revelar que la persecución que sufre la especie obedece más a razones culturales que a motivaciones económicas. Respecto de las causas de las muertes, casi el 84% fueron debidas a la persecución directa, siendo el disparo el modo más utilizado (en 652 de los casos), seguido de los atropellos (146 animales) y del expolio de las camadas (105 cachorros). Además, 44 ejemplares más fueron envenenados, notándose un repunte en los últimos años del estudio -24 de los lobos envenenados murieron entre 2000 y 2011-. Y así podríamos seguir con números ya más reducidos hablando de los caídos por cepos, lazos, a golpes (en 10 ocasiones), por perros guardianes, ... En palabras de este autor "Parece poco probable que los lobos puedan morir de viejos en los humanizados ambientes ibéricos. Personalmente no sé de ningún caso ni de nadie que lo conozca. Aunque los lobos pueden vivir entre 14 y 16 años, el 80-85% no alcanza los cinco años". De los 549 lobos muertos a los que Barrientos pudo adjudicar una edad, el 33% eran cachorros con menos de 4 meses de vida, y en un 23% tenían entre 5 y 11 meses. La comparación no se hace esperar con respecto de los porcentajes arrojados por otros estudios: en ambientes menos humanizados la mortalidad juvenil alcanza el 34% entre los lobos de menos de 12 meses de vida según L. D. Mech y L. Boitani (2003), mientras que en la recopilación de L. M. Barrientos alcanzó regionalmente el 56%. El propio autor denuncia que "el 73% de las bajas de lobos correspondieron a animales matados furtivamente y solamente el 10% de forma legal".
Ante la obvia escasez de investigaciones que pongan la lupa sobre el impacto del furtivismo en la población lobera -en parte debido a que el dinero invertido en investigación procede a menudo de esas instituciones públicas que quieren que pase desapercibido, pero quizás también por una cierta falta de interés de parte de la comunidad científica-, y dado que las cifras sobre las muertes legales sí son consultables (siempre que se supere la indecente opacidad y falta de transparencia en este asunto de las propias administraciones), voy a intentar argumentar una cifra aproximada para esas muertes clandestinas sobre las que muchos quieren pasar de puntillas, haciendo lo que siempre hemos conocido como "la cuenta la vieja", e intentar así poner algo de luz sobre cuántos lobos mueren de media cada año ilegalmente en nuestro país.
"La cuenta la vieja"
Ahora, si aplicamos el porcentaje del 0,039% de crecimiento anual del conjunto de la población (que explicamos cuando hablábamos del estancamiento) a la cifra inicial de partida -1.434 lobos- nos da la cifra real esperable transcurrido un año de iniciada la contabilización, siendo esta de, como mucho, un lobo más. Como vemos, entre los 1.886 o 2.043 lobos que debería haber doce meses después, y los 1.435 que pudiera haber en realidad hay una diferencia significativa. Restando un concepto al otro, el cálculo final nos ofrece una horquilla de entre 451 y 608 lobos que mueren anualmente en España furtivamente. Esto supone una media de entre el 24% y el 28% de la población, porcentajes que se suman a los de muertes legales (una media de 20% para 2017), accidentales (una media de 5% para 2017) y naturales (desconocida). La suma total parece a todas luces una barbaridad inasumible.
Puede que haya quien opine que estas deducciones son dirigidas y que necesariamente están sesgadas por falta de investigaciones específicas, aún infiriéndose de los datos de diversos estudios científicos, pero incluso admitiendo un cierto error, no cabe duda que se deben acercar bastante más a la realidad de lo que ellos quisieran admitir, y desde luego mucho más que los inexistentes estudios específicos sobre furtivismo que las administraciones no encargan y que los biólogos no realizan. Es muy difícil de creer que, si solo en 2017 se conocieron 259 lobos ibéricos muertos ilegalmente, el número real no se deba multiplicar por algún entero. No parece, pues, muy descabellada la cifra de entre 450 y 600 lobos furtiveados cada año, solo en España; y esto siendo conservadores.
Y digo que siendo conservadores porque si nos atenemos a otros estudios regionales, el 20% de fracaso reproductor propuesto por Alberto Fernández-Gil y colaboradores, puede ser menor o incluso prácticamente despreciable, al menos regionalmente, lo que hace conveniente realizar promedios que se ajusten al conjunto de la población ibérica. Así, L. M. Barrientos no observó ningún fracaso reproductor en sus estudios hasta 2006 en Tierra de Campos. Durante varias décadas todas las manadas criaron sin problemas sus cachorros (sin problemas hasta la apertura de la media veda, claro) (com. pers.). Haciendo la media entre ambos porcentajes, y realizando los mismos cálculos con solo un 10% de fracaso reproductor, la ecuación nos arrojó unas cifras de entre 547 y 723 lobos muertos ilegalmente en España cada año (entre el 27,5% y el 33,5% de la población). Además, también podría tener en cuenta que el 34% de mortalidad juvenil que proponen Mech y Boitani es una tasa máxima, y que no tiene por qué alcanzarse ni siempre, ni de media. En tanto que no existen estudios específicos sobre este aspecto en nuestro país, es muy aventurado creer que se alcance siempre y anualmente esta tasa de mortalidad "natural" juvenil en la península, algo que dependerá sin duda de la aparición o no de enfermedades y/o de la escasez de alimento/per cápita.
Todos estos porcentajes, aún siendo parciales, ofrecen una radiografía demoledora de la situación que atraviesa la especie en España y, por extensión, también en Portugal, siendo notorio que estas tasas serán inferiores en algunas regiones y muy superiores en otras, como parece desprenderse de ciertas advertencias. Así, y siguiendo con datos reales, de nuevo Barrientos (1997) expone que, de 100 lobos muertos en su área de estudio a partir de 1985, 68 lo fueron de forma ilegal, es decir, el 68%, lo que en realidad es más del doble de la suma de las muertes legales, accidentales y naturales juntas. Esta alta mortalidad ilegal que sufrió el lobo en las últimas décadas en la meseta castellana estaría detrás de la desaparición de 10 u 11 grupos reproductores, de las 18 manadas que llegaron a coexistir en los mejores años (com. pers.). Y por dejar un último apunte, en la provincia salmantina, el porcentaje de lobos muertos clandestinamente sin duda se acercará muchísimo al 100%, siendo la propia administración regional la que ya se encarga de completar el pequeño porcentaje restante.
Conclusiones
La vieja conversación (lamentablemente real, no es ficticia) escuchada en la tasca de un pueblecito de la montaña leonesa en la que se oye a alguien diciendo "... no te preocupes, lleva allí tus caballos que esos ya no te van a dar problemas" se repite con la naturalidad que da la costumbre, sin que nada se pueda hacer al respecto y con el beneplácito, además, de muchos funcionarios que trabajan en esos verdaderos sumideros de lobos que todos conocemos como Reservas Regionales de Caza: "Esto ocurre en algunas reservas de caza del norte de Castilla y León, donde el lobo es perseguido más por el supuesto impacto sobre los ungulados silvestres que por los daños al ganado, por lo demás poco abundantes. En estos casos algunos gestores y celadores de caza de la propia administración muestran una percepción personal más negativa hacia el lobo que los propios ganaderos" (Blanco, J. C.; 2015). Entre tanto, la sociedad debe tener claro si quiere ver a este animal como a la loba joven de las fotos de esta entrada y permitir que los delincuentes campen a sus anchas en nuestros campos, o si prefiere ser poseedora de una naturaleza bien conservada y mejor protegida, donde el manejo que se pueda tener que hacer de cualquier especie animal, incluido el lobo, sea desarrollada por encima de cualquier otra consideración solo cuando la ciencia así lo justifique, y exclusivamente por funcionarios autorizados.
Este obvio estancamiento que sufre la especie en la península ibérica tiene una relación directa innegable con el modelo de gestión letal que se ejerce sobre ella y que es puesto en entredicho en diversos estudios si lo que se quiere es hacer efectiva su conservación y recuperación, además de ser legalmente injustificable. La fuerte presión que ejerce el hombre sobre la especie en la actualidad es muy similar a la ejercida en los siglos pasados, hasta en la existencia de una persecución institucionalizada, antaño organizada por las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos, y hoy en día por las mismas consejerías de medio ambiente que deberían protegerla, lo que no deja de ser esperpéntico. Esto se basa en justificaciones que no están demostradas científicamente, como podemos leer en palabras también de J. C. Blanco (2015 y 2017): "En general, se suele aceptar que la caza del lobo genera un beneficio económico que compensa en parte las pérdidas que la especie causa, y que la caza legal reduce el furtivismo, mejora la percepción del lobo y reduce los daños al ganado. Sin embargo, casi nunca se han probado tales afirmaciones".
No puedo por menos de fijarme en el espejo de otros países de nuestro entorno cuando pienso que somos el único de todos ellos que sigue vergonzosamente permitiendo la caza deportiva de este animal.
De nuevo y lamentablemente, Spain is different.