Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

18 de febrero de 2022

Barranco de la Hoz

A veces las circunstancias te deparan gratas sorpresas y después de dejar las estepas horizontales de Gallocanta y el bullicio de sus inquilinos recalamos en el Alto Tajo con nocturnidad, aunque en nuestro descargo habría que insistir en que fue casi sin premeditación ni alevosía. Es cierto, sin conocer previamente nada de este espacio natural protegido la fortuna (y la información que nos brindó el móvil -¡qué invento!-) quiso que acertáramos de pleno al escoger una ruta cómoda y espectacular para tomar un primer contacto con la zona. El Barranco de la Hoz sorprende especialmente por el color de su piedra -areniscas y conglomerados rojos-, que enmarca de un modo espléndido no solo la espectacularidad del propio cañón sino también el conjunto eremítico de Nuestra Señora de la Hoz (también denominado por muchos como Santuario de la Virgen de la Hoz). Siempre lo hemos dicho: no escogían pero que nada mal los monjes los entornos naturales en los que decidían levantar sus ermitas, monasterios y santuarios, bien para alejarse del mundanal ruido y de las tentaciones que por él se prodigaban o, como en este caso, para levantar ermitas en las que venerar la prodigiosa aparición de vírgenes en lugares remotos y escondidos. La belleza sublime de estos enclaves sin duda les ayudaba en sus retiros espirituales, sensibles como eran a lo que la madre naturaleza les regalaba.

El Barranco y el Santuario de Nuestra Señora de la Hoz, resultan, sin ningún género de dudas, un lugar imprescindible para cualquiera que vagabundeé por las carreteras del norte de Guadajalara. Podríamos decir que esquivarlo sería un pecado capital para cualquier mochilero que se precie. Un pecado imperdonable.

















13 de febrero de 2022

24 horas ...

 ... en la vida de Gallocanta. El tiempo se desarrolla con una cotidianidad maravillosa. Amanece. Se despereza la fauna diurna al tiempo que se encaman los habitantes de la noche. Comienza el ritual diario de buscar alimento, beber, bañarse, descansar, relacionarse con los congéneres, ... vigilar y mantenerse atento, ... seguir alimentándose, ... para finalmente regresar a la seguridad de la laguna, volver a detenerse por unas horas y dormir de nuevo en una vigilia atenta -la vida en la naturaleza pende siempre de un hilo-.

Un día tras otro, la rutina diaria de una jornada tras otra.

Para ellos, los inquilinos de la laguna, no es más que otra jornada más, en la que sobrevivir es el quehacer de cada día. Para nosotros será, por el contrario, un día especial, esperado desde hace meses cuando reservamos el uso de uno de los hides de Bello. Seremos privilegiados observadores de la vida cotidiana de Gallocanta, espías escondidos vigilando cada movimiento de su fauna. Vemos volar los grandes bandos de grullas (Grus grus) hacia cercanos puntos de alimentación con su griterío característico, muchas de ellas llevándose en sus patas delicados grilletes de hielo que demuestran las frías temperaturas bajo cero que han soportado la pasada noche en las aguas someras de la laguna que las pone a salvo de los depredadores terrestres. No todas vuelan con sus patas estiradas en la posición clásica de esta especie, sino que muchas lo hacen con ellas recogidas entre las plumas del vientre.

A lo lejos los enormes gigantes de Don Quijote mueven sus aspas y nos recuerdan lo sencillo que resulta no volver a ver un nuevo día cuando las nieblas, por ejemplo, o la oscuridad envuelven el paisaje.









Las horas en el zulo pasan y tornan las luces de cálidos tonos pastel a tonos neutros.






Un grupo de 5 corzos pastan a casi 1'5 kms de distancia, mientras observan sin perder detalle a un zorro que campea cerca de la orilla, a poca de distancia de donde se encuentran. Avefrías, anátidas, córvidos, estorninos y otros pajarillos deambulan por la llanura, buscando alimento. La jornada será cálida una vez que el sol gane altura: las paredes del hide se calientan con sus rayos y en el interior se está razonablemente cómodo, sin demasiado frío, aunque para las fotografías ello suponga un ambiente menos atractivo.

El objetivo principal aquí siempre será la grulla común con sus parloteos y su elegantes poses. La especie apareció por primera vez en Gallocanta allá por los años 70, y desde entonces no ha dejado de recalar en este lugar en sus extraordinarios periplos migratorios (anteriormente a esos años era un ave completamente desconocida por los lugareños). Este privilegiado lugar ofrece varios hides para disfrutar de la presencia cercana de estas desconfiadísimas zancudas y, aunque esta temporada no hemos tenido demasiada suerte con su proximidad, lo cierto es que las doce horas que se pasa uno dentro del habitáculo transcurren volando. Entrando antes de amanecer y saliendo una vez anochecido salvaremos todas las dificultades que presenta esta especie. El paisaje es, además, magnífico, con sus tonos dorados y homogéneos.

















Mañana aún veremos, en una vuelta por el perímetro de la lámina de agua, una piara de 11 jabalíes encamándose entre los carrizos de la orilla y unos 80 flamencos que se han sedimentado en la laguna durante este invierno, a pesar de las temperaturas muy por debajo de cero grados que siempre se registran aquí en esta estación (¿recordáis los -25'4º bajo cero que se midieron en Bello el pasado invierno durante el paso de la borrasca Filomena?).

El atardecer regresa, como regresará mañana el siguiente amanecer. Nosotros disparamos las últimas fotografías de grullas contra cielos incendiados de magentas y púrpuras mientras los enormes bandos regresan una vez más a su refugio acuático. Nuestro tiempo en Gallocanta concluye, pero solo por esta ocasión, porque habrá seguras nuevas visitas a este enclave.