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¿Servirá de algo que todo este lamentable suceso le haya saltado a la cara al ejecutivo autonómico? Cuando va a hacer pronto 10 años del incendio de Castrocontrigo (León) con una superficie "oficial" de 12.000 hectáreas calcinadas, 5 del que arrasó otras 10.000 más en La Cabrera (León), y ni siquiera un año del de Navalacruz (Ávila) en el que todos perdimos 22.000 hectáreas más de monte, "oficiales", la Junta de Castilla y León sigue sin aprender que tiene la obligación de conservar y defender nuestro patrimonio natural, con políticas proteccionistas y preventivas, en vez de especulativas, y siguen sin aprender en los despachos que poniendo los medios para evitar estos desastres ambientales al final se ahorra más dinero que dejando a la concurrencia de la suerte que el próximo año no vuelva a ocurrir de nuevo. El próximo año o ... simplemente dentro de unas semanas, porque el verano aún no ha llegado y se puede hacer muuuyyyyy largo todavía. No resulta descabellado temer que lo sucedido en Zamora pueda volver a suceder en cualquier otro rincón de Castilla y León y en cualquier momento. Basta ya Suarez-Quiñones de cruzar los dedos y rezar para que no te salte el siguiente desastre en la cara, dejando al azar y la chiripa que todo vaya bien."
Esto lo escribía yo el 22 de junio en la entrada que titulé Lágrimas apagando fuegos a raíz del desastre ambiental ocurrido en la sierra de La Culebra y que, en el momento de publicarla aún seguía devorando hectáreas. Como si dispusiera de una bolita de cristal, acerté de lleno cuando ponía encima de la mesa la posibilidad real de que otro incendio similar se pudiera dar en Castilla y León, y no solo ya en los años venideros, sino en pocas semanas dada la temeraria, y quizás delictiva -la fiscalía ha admitido a trámite una denuncia al respecto-, gestión que el Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de la Junta viene llevando a cabo en materia de prevención y extinción de incendios, estando en aquel momento el verano todavía por comenzar. Por desgracia hice un pleno al quince al predecirlo: tan solo un puñado de días después -el 17 de julio- el incendio de Losacio pone de nuevo al Consejero y su ya emblemática incompetencia contra las cuerdas, al convertirse en el mayor incendio de la historia de España. Sumando las superficies calcinadas en ambos desastres, contiguos uno al otro, la torpeza y chulería política de Suarez-Quiñones se llevó por delante más de 60.000 hectáreas de suelo zamorano y, lo más trágico de todo, las vidas de un pastor y un brigadista.
La petición de dimisión o cese de este sujeto sigue siendo un clamor ciudadano, mientras él tiene la desfachatez de, no solo no asumir ninguna responsabilidad política en lo ocurrido (ya veremos si la tiene judicialmente porque, desde luego, somos muchos los que estamos convencidos de ello, dado el desastre ecológico que ha propiciado con su cabezonería de no aplicar el Plan de Protección Civil ante Emergencias por Incendios Forestales a pesar de la histórica ola de calor extremo que se vivió en esas fechas), sino de implicar en ello a " ... las nuevas modas del ecologismo ... El ecologismo extremo no es la causa, pero sí uno de los elementos que tenemos que trabajar" dijo en una entrevista en la Cadena Ser. Su caradura va a formar parte de los anales de esta bendita comunidad.
Cuando aún tenemos los ojos rojos de llorar por nuestros montes zamoranos, nos golpean más incendios como si de una plaga bíblica se tratara. Así, hace tan solo unos días volvíamos a pisar tierra quemada, esta vez para seguir llorando con la devastación que ha calcinado una gran porción de la comarca extremeña de Las Hurdes y que, como todos sabéis, acabó también afectando gravemente a la provincia salmantina, amenazando el valiosísimo ejemplo de monte mediterráneo que se conserva en el valle de Las Batuecas y afectando a gran parte del Parque Natural de la Sierra de Francia, que ha quedado seriamente tocado.
La sensación que tengo al llegar al Portillo -el puerto de montaña que comunica La Alberca y el valle de Las Batuecas- es parecida a la que se siente al llegar frente a la puerta de una habitación de hospital: te da miedo cruzarla porque tu corazón no quiere enfrentarse a las malas noticias que te esperan tras ella, pero sabes que es inevitable, aunque no abras esa puerta la realidad no va a cambiar y el sufrimiento va a ser el mismo. La cicatriz del nuevo cortafuegos, trazado con prisas para evitar la posible llegada de las llamas a este lugar tan cercano al pueblo Conjunto Histórico-Artístico, te ayuda a ir asumiendo lo que esta nueva tragedia ha representado.
Batuecas se ha salvado. Solo de refilón las llamas consiguieron entrar dentro del valle, cruzar incluso el arroyo homónimo y trepar un poco por las lomas de su margen izquierda. El monasterio tuvo el fuego a tan solo unas decenas de metros, pero habrá que esperar a que la Junta deje caminar de nuevo por sus senderos habituales para comprender lo cerca que estuvo.
Ahora todo acceso al interior del valle se mantiene prohibido, pudiendo el visitante llegar únicamente hasta la puerta del monasterio, lo que supongo cambiará en los próximos días (quizás ya lo haya hecho cuando veas estas líneas publicadas) dado que el incendio ha sido ya controlado, paso previo a declararlo extinguido. Si en la imagen anterior un cartel junto a la valla que rodea el monasterio advertía a todos los visitantes de la prohibición de entrar al valle de las Batuecas, en la siguiente observamos lo cerca que llegaron a estar las llamas de la explanada que hay delante del recinto monástico del Desierto de las Batuecas.
Continuar hacia la provincia de Cáceres es chocarte de bruces con la realidad más cruda de un incendio, con la desolación de un valle devorado por las llamas que te golpea en las sienes. Por abajo, apenas si llegamos a la pequeña población de El Cabezo parando a observar la zona donde empezó todo, el punto de inicio, suficiente para comprender el alcance de este nuevo desastre. Desde arriba, sin embargo, los prismáticos nos permiten abarcar visualmente desde las alturas de la Peña de Francia una parte importante de lo arrasado. De nuevo, los pinares de repoblación se convirtieron en cerillas que ardieron sin ningún control durante días. Pequeños rodales de cultivo de pino, unas pocas vaguadas húmedas con manchas de vegetación autóctona y lo que sobrevive a duras penas entre los canchales parecen ser lo único que se ha salvado, además de los propios pueblos que llegaron a verse rodeados y a tener las llamas dentro.
El apocalipsis ambiental, social y humano que representan estas grandes calamidades nos tiene que hacer recapacitar, en especial si queremos demostrarnos a nosotros mismos que sí, que somos de verdad una especie inteligente. Si hemos sido capaces de ir y volver a la Luna, de enviar robots a Marte o de hacer fotos del nacimiento del universo, ¿cómo no vamos a ser capaces de cambiar nuestras obsoletas políticas forestales especulativas y ambientalmente insostenibles, origen final de muchos de estos Grandes Incendios Forestales (GIFs)? Aunque en este punto debo dejar constancia de que siempre he tildado de "conjetura" esa posible inteligencia humana, puesto que a lo largo de la historia de la humanidad hemos dado muestras sobradas de nuestra elocuente estupidez, lo que nos fuerza a reconsiderar dicha cuestión como una mera hipótesis aún por demostrar. No tenemos que retroceder mucho para atrás para comprenderlo, la guerra de Ucrania es un buen ejemplo de que no escarmentamos, y la pandemia nos vino a demostrar que seguimos siendo los mismos, que no cambiaremos, y que, además, seguiremos destruyendo el planeta como antes de la misma. Todo sigue igual, nuestra inteligencia sigue sin ser demostrada.
Árboles calcinados, de tronco negro. Cenizas tapizando el suelo, que acabarán en los cursos de agua. Miles de seres vivos que habrán muerto o, por lo menos, que se habrán visto obligados a desaparecer de la región. La economía de la gente afectada. Viviendas y edificaciones destruidas. La apicultura o la micología, desaparecidas. Lo mismo que el turismo de naturaleza. Erosión y pérdida de suelo. Destrucción del paisaje y de los ecosistemas. Y, por supuesto, la emisión de una enorme cantidad de gases de efecto invernadero a la atmósfera, que en el caso de nuestro país alcanza el 1% del total. Por si fuera poco todo esto, en las últimas cuatro décadas se han perdido en España casi dos centenares de vidas humanas en estos desastres ambientales, económicos y sociales. Todo destruido, aniquilado por un problema que en gran medida hemos generado nosotros mismos. Un problema generalizado que se reproduce más intensamente cada verano en todas las regiones españolas, pero que no desaparece tampoco en invierno, ni siquiera en las regiones húmedas y verdes del Noroeste peninsular, tan diferentes a los resecos campos de clima mediterráneo del centro y sur ibéricos, o del propio arco mediterráneo: más del 50% de los incendios en el Estado español tienen lugar en Galicia, el 70% si incluimos Asturias, Cantabria y Norte de Castilla y León (León y Zamora).
Nos encontramos, pues, ante un problema estructural directamente relacionado con el uso que se hace del suelo de nuestras sierras, con la especulación de nuestros montes, la rancia política silvícola del siglo pasado y la incontestable realidad de que hay quien se beneficia de las llamas -más del 50% de los incendios en nuestro país tienen una intencionalidad. La PAC intentó enmendar estos errores incentivando las reforestaciones no monoespécificas con numerosas especies autóctonas de matorral y arbolado, pero en los cálculos cortoplacistas de quienes al final gestionan los montes españoles se sigue simplificando el número de especies para ahorrar costes, planificación y mano de obra.
En definitiva, seguimos cometiendo los mismos errores de siempre.
Se hace perentoria una planificación seria de la política forestal que impida ejemplos como los de Cantabria y Asturias, donde los gobiernos autonómicos permiten la entrada de ganado a las zonas incendiadas al año de ser destruidas, lo que puede estar detrás de un número determinado de incendios, además de ser una medida completamente antiecológica pues el ganado dificulta la recuperación del ecosistema, ya de por sí empobrecido. No se penaliza, pues, el incendio, sino que, muy al contrario, se incentiva su existencia.
Señores, el monte NO ESTÁ SUCIO, basta ya de tanto analfabetismo ambiental. Ni el monte está sucio, ni las orillas de los ríos tienen que ser limpiadas, ni existe la maleza, ni las malas hierbas, ni las alimañas (excepto si nos referimos a nosotros mismos, claro), ni las aves de rapiña (ídem de lo anterior), ni, por lo general, las plagas de animales (otro ídem más). Todas estas expresiones no hacen sino educarnos en la cultura egocéntrica de un ser que se cree el centro de la existencia y la vida en el planeta, que se siente completamente ajeno a la naturaleza y que está convencido de que ella está ahí solo para ser explotada. Todas estas expresiones, además de falsas, no hacen sino desconectarnos de la realidad, como si no dependiéramos realmente del propio planeta; como si viviéramos en una burbuja, desvinculados del mundo que nos rodea. El lobo no es el malo de la historia por mucho que los cuentos de Caperucita Roja o los Tres Cerditos así nos eduquen, y por mucho que sigamos utilizando todas esas expresiones manipuladoras ni existe la maleza, ni las malas hierbas, y mucho menos la naturaleza está sucia. Estamos siendo educados en el error y la mentira.
De nuevo la palabra educación vuelve a cobrar un significado fundamental.
Vamos a ver, no aprendemos nunca: cuanto más completo sea un ecosistema más dificil será que un incendio cobre dimensiones incontrolables, a mayor complejidad forestal mejor defensa frente al fuego. Simplificando el paisaje con monocultivos solo estamos favoreciendo el aumento de los GIFs, que dejarán paso, a su vez, a enormes extensiones de matorral (que no maleza) que con facilidad podrán volver a ser pasto de las llamas. Una mayor diversidad de arbolado y matorral, un paisaje en mosaico, con usos variados del suelo agrícola y ganadero, además de forestal, con pastoreo en extensivo, y la consecución de manchas de bosque autóctono intercaladas entre cultivos de especies madereras bien gestionadas minimizarán las consecuencias del fuego allí donde se produzca. Un bosque maduro se protege así mismo, y se regenera con mayor facilidad si sufre un incendio. Un monocultivo es simplemente yesca. Pero si la realidad se impone y los necesitamos a ambos, ¿qué nos impide diversificar el paisaje para beneficio de la sociedad?
Por otro lado, es ridículo y absurdo seguir focalizando nuestros esfuerzos materiales, económicos y humanos exclusivamente en la extinción de los incendios, mientras que desatendemos el origen del problema: conociendo las causas que los provocan, en lo que debemos invertir dinero, medios, leyes, políticas, tiempo y esfuerzo es en evitarlos y prevenirlos. Seguimos siendo unos seres miopes que solo alcanzamos a pensar a corto plazo. Invertir exponencialmente más y más en extinción cada vez que hay un gran incendio es un error político que quedará muy bien de cara a la galería, pero que nunca solucionará la cuestión. Esto es más que evidente cuando conocemos el porcentaje de incendios intencionados, en gran medida con fines agrícolas o ganaderos, pero no solo. Si no atajamos de raíz el problema los incendios forestales seguirán siendo recurrentes cada año. El abandono del campo, de algunos usos tradicionales como el pastoreo, el propio abandono de las plantaciones de madera con gran cantidad de materia combustible sin gestionar, la pérdida de paisajes en mosaico, son solo algunas de las circunstancias que favorecen la peligrosidad de los incendios actuales. Y, cómo no, el cambio climático que está favoreciendo un aumento importante de las temperaturas, provocando el estrés hídrico de la vegetación y aumentando así su inflamabilidad.
Estoy seguro que el incendio de Las Hurdes - Sª de Francia tampoco será el punto de inflexión que provoque en nuestros políticos un cambio de rumbo en los planes de prevención y extinción de incendios forestales. Seguiremos oyendo de ellos pomposamente el esfuerzo empleado en la lucha contra tal o cual GIF, con la retahíla de medios aéreos, terrestres y humanos que se habrán jugado la vida una vez más; y seguirán, además, echando balones fuera respecto de su inherente responsabilidad en la resolución de este problema, sin afrontarlo decididamente con vistas a minimizarlo a medio y largo plazo. El señor Suarez-Quiñones seguirá siendo un buen ejemplo de lo que digo, de ese aferrarse a la poltrona, y de esa desfachatez de ni dimitir ni admitir su negligencia. Vamos, lo que viene siendo un magnífico ejemplo del modus operandi de nuestros gobernantes. Ese podría ser un buen eslogan para ellos: Ni dimito ni admito.
Nosotros, ciudadanos con el enorme poder de echarlos de sus butacas, seguiremos manifestando la incongruencia de sus decisiones cortoplacistas, en Zamora, en Valladolid, en Salamanca o allí donde sea necesario. Nosotros y nuestros votos podemos cambiar cabezas. Hagámoslo.
Estamos muy cansados de oir que los incendios se apagan en invierno y, aun siendo cierto, tenemos que pensar no solo en ser efectivos a la hora de extinguirlos, sino en focalizar los esfuerzos ya de una vez por todas en evitar que se produzcan. Apagaríamos muchos fuegos antes de que se iniciaran con un cambio sustancial de modelo en la gestión forestal de nuestros montes y con una planificación territorial que tenga en cuenta este problema y el agravamiento importante que vamos a padecer como consecuencia del propio cambio climático, con la ventaja de que, aún así, aquellos que finalmente se produzcan tendrán sin duda unas consecuencias mucho menores. Los incendios los apagaremos con medios, cierto, pero los evitaremos con Leyes.
Necesitamos PAISAJES CORTAFUEGOS.
(¡Ah!, y también se apagan con nuestro voto, castigando en las urnas a quien se ha reído de todos nosotros al no asumir su parte de culpa, a la par que la descarga en las "modas ecologistas". Político patético).