Que en todos los sitios cuecen habas lo sabemos todos de sobra. Hay ganaderos responsables con el tiempo que nos ha tocado vivir, y ganaderos no tanto. Máxime cuando hablamos de broncas inventadas por algunos espabilados que quieren arrimar a su sardina las ascuas de los demás. Esto cuando hablamos de medio ambiente, recursos naturales o fauna a menudo está envuelto en el mismo falso dilema, simplista y muy poco verosímil: o amparamos a aquellos que viven del campo, o cuidamos de la fauna que allí medra.
Pero si simplificar puede propiciar injusticias al igual que generalizar, en este caso, además, es un atropello perverso con mucha mala leche, al fin y al cabo todas las trolas llevan intrínsecas alguna mala intención. No se puede gestionar la naturaleza con una visión simplista del estilo de "si el zorro me come los conejos y perdices que yo quiero cazar lo mato", o mediante un irresponsable "si en las cunetas crece vegetación que alimenta a los roedores las arraso con herbicidas para que se mueran de hambre" o con el siempre recurrente "si el lobo, además de ser un riesgo para mis ovejas, me come los ciervos, corzos y jabalíes que me distraen en la temporada de caza ... pues lo extermino también". Y así podríamos seguir durante mucho tiempo y con ejemplos majaderos para todos los gustos: los pescadores piden eliminar a los cormoranes porque se alimentan de esos que consideran "sus" peces, algunos ayuntamientos matan a las gaviotas porque molestan a los vecinos con su bulliciosa y descarada forma de vida, los cazadores piden permisos especiales para disparar a más y más jabalíes tras las campañas sensacionalistas existentes respecto a ellos, los apicultores piden controlar a las supuestas "plagas" de abejarucos porque de vez en cuando les distraen alguna abeja, algunos agricultores se ensañan con los pocos árboles que quedan en sus tierras porque les estorban cuando cosechan, y hasta leemos en los periódicos que hay que controlar una supuesta superpoblación de meloncillos -a los que han etiquetado de especie exótica- porque han ¡¡atacado y matado alguna vaca!!, lo mismo que hacen ahora los buitres que han dejado de ser carroñeros repentinamente para convertirse por arte de magia en feroces depredadores de la noche a la mañana.
Pero lo cierto es que nunca en la historia de la humanidad la caza y los matarifes han solucionado ningún problema medioambiental relevante mediante el gatillo, el veneno y los cepos, sino que han provocado, muy por el contrario, catastróficos desajustes en los ecosistemas, a parte de, por supuesto, la extinción de multitud de especies animales, y de haber dejado al borde de la misma a otra número inmenso de ellos. Y todo ello para proteger los intereses económicos del sector agropecuario y cinegético, además de por la simple diversión que al hombre le provoca acribillar a tiros a otros seres que hasta ese momento estaban llenos de vida.
Pero en la naturaleza todo es mucho menos simple de lo que quisiera el Homo sapiens creer, siendo en realidad todo lo contrario, como ya hemos advertido. Nuestro egocentrismo, codicia y voracidad me hacen pensar que más bien deberíamos llamarnos Homo rapiñas, porque de sapiens la verdad es que llevamos toda la humanidad demostrándonos que tenemos muy poco, por no decir nada, mientras que de rapiñar nuestro planeta sí que hemos evidenciado sobradas cualidades como para habernos ganado a pulso tan triste etiqueta. Nuestras aptitudes para destruir la vida son incuestionables, nadie las puede poner en duda. Pero, como decíamos, en la naturaleza las cosas son mucho más complejas dado que todos sus actores están íntimamente interrelacionados, afectando al conjunto del ecosistema lo que le pueda suceder a especies concretas. Por ello matar zorros tiene un precio. Matar lobos también. Y cormoranes, y gaviotas, y córvidos, y cualquier otro animal; y arrasar con la vegetación de las cunetas y las lindes; y cortar árboles viejos; y cultivar a base de plaguicidas, herbicidas, pesticidas y demás "icidas" del mercado; y gestionar la naturaleza pensando únicamente en el rédito económico que le podemos extraer; y arrasar nuestros ecosistemas fluviales introduciendo especies, estas sí, exóticas de verdad; y gestionar un enorme número de especies mediante la caza; y sondear y esquilmar los acuíferos como si no hubiera un mañana; y dar patente de corso a las energéticas para que arruinen ecosistemas valiosísimos invocando una sostenibilidad energética, falaz desde el momento en el que las industrias eólica o fotovoltaica se vuelven destructivas; etc., etc. y etc. Todas estas actuaciones y otras muchísimas más tienen un precio ambiental que ya estamos pagando como especie, y que, sin duda, heredarán nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos.
¿Pero cómo hemos llegado a esta situación?, pues no lo sé muy bien, quizá porque somos una especie con una fuerte vocación egoísta. O quizá nuestro cerebro tan escasamente sapiens sea, muy por el contrario, tan infantil y elemental que toda nuestra convivencia con la naturaleza se va a caracterizar -ayer, hoy y mañana- por la misma simpleza que venimos arrastrando desde que nos sedentarizamos con la agricultura y la ganadería, hace ahora 12.000 años. Fue entonces cuando el sistema operativo Homo sapiens 2.0 involucionó al simplón y necio Homo rapiñas 1.0, y ahora, ante cualquier fricción con el resto de seres vivos con los que compartimos planeta, Homo rapiñas se enfurruña, patalea y se nos pone de morros:
Y nos enteramos, sí, ¡vaya que si nos enteramos!. Mata lobos, mata osos, mata rapaces, mata herbívoros, mata roedores, mata córvidos, mata insectos, mata peces, si las riberas de los ríos tienen vegetación es que están tan "sucios", como los montes llenos de "maleza", y los campos de cultivo de "malas hierbas". Y yo me pregunto: ¿cómo es posible que un cerebro tan grande como el que tiene Homo rapiñas pueda estar tan desconectado de la madre naturaleza que lo parió?
No lo entiendo. No lo entenderé nunca.
Estas elucubraciones vienen a mi mente tras leer un artículo de opinión con el que me identifico, y que deseo por ello compartir con todos vosotros; con los pocos "todos vosotros" que perdéis de vez en cuando el tiempo en leer estas parrafadas, tipo "carca" o "siglo pasado". El artículo se titula El oso y el mentiroso, y está publicado el 29 de julio pasado en la sección El Altavoz de la pestaña de Opinión del periódico digital AraInfo, Diario libre d'Aragón. Lo firma la asociación Lobo Aragón, que tiene otros cuantos artículos en los que analiza la situación actual de lobos y osos, y que recomiendo leer también, muy especialmente el titulado La mentira y el lobo. En El oso y el mentiroso se hace una radiografía descarnada de la realidad que se vive hoy en día en el campo español y que tantas veces sale a colación en este modesto blog en relación con las patrañas que circulan en el medio rural y cinegético respecto de nuestra relación con la fauna, en especial con la figura del lobo ibérico. En el audaz diagnóstico que en esta columna de opinión hace el redactor del artículo nos habla del oso en los Pirineos como víctima propiciatoria que no se puede defender de esos espabilados que quieren arrimar las ascuas de los demás a su sardina. En el Pirineo un puñado de ganaderos vociferan contra el oso con los mismos eslóganes panfletarios que en otras partes del país otros colegas berrean contra el lobo.
Y es que el debate no debe ser confrontar ganadería o agricultura frente a fauna o medio ambiente, porque si quisiéramos hacerlo así y fuéramos responsables, honestos y consecuentes cualquier actividad privada lucrativa se supeditaría al interés general de la sociedad por conservar en buen estado (es decir, completo, con todos sus actores, por molestos que puedan ser) ese patrimonio natural que es público y del que la vida humana en el planeta tanto depende. Cuando defendemos la naturaleza y a algunas de sus especies -sean lobos, zorros, osos, cormoranes, abejarucos, o las que sean- no lo hacemos nunca por encima de los intereses de la gente del campo, sino en pos de un beneficio general que nos afecta positivamente a toda la humanidad, incluyendo a todos esos ganaduros y ganaeuros que solo piensan en sí mismos, y que despotrican contra los conservacionistas y nuestra visión general del problema. Mientras ellos se miran su ombligo nosotros luchamos por la salud del planeta. Mientras ellos pretenden aniquilar lo que les estorba nosotros defendemos un patrimonio natural común y valioso. Si no dinamitamos catedrales, no matemos tampoco animales. Parece muy inculto y bruto no comprender que ambos son patrimonio de todos los españoles, las catedrales forman parte de nuestro patrimonio cultural y la biodiversidad y su conservación lo son de nuestro patrimonio natural. Cuando un delincuente mata a un lobo o a un oso lo que está haciendo es destruir algo que es mío y del resto de ciudadanos, privándonos de ellos y menoscabando la biodiversidad de la que dependemos. Tras haber sufrido los horrores de una pandemia planetaria ayer mismo, parece mentira que sigamos maltratando el planeta como lo hacemos.
Y es que debe ser el hombre el que se adapte a la naturaleza y no al revés, a ver si todos los que se ganan la vida en el campo extrayendo de él los recursos naturales con los que el hombre sobrevive se enteran de una vez. Su negocio tiene que ser sostenible si queremos sobrevivir como especie en un planeta que estamos esquilmando, y para eso tiene que convivir con la biodiversidad del lugar y conservarla. No hay otra salida para nosotros y nuestra supervivencia, y si queremos salvar la playa cada grano de arena cuenta.
Estos ganaeuros y ganaduros que reclaman matar osos y exterminar lobos a la vez que exigen cobrar las subvenciones a fondo perdido de la PAC olvidándose de que son las ascuas de todos y que se entregan a cambio de conservar la sostenibilidad ambiental en sus explotaciones y mantener la biodiversidad del entorno (leer el segundo link titulado La mentira y el lobo que os he enlazado más arriba), desprestigian al sector y deshonran a los verdaderos ganaderos que mantienen sus negocios conviviendo sin problemas con grandes y medianos carnívoros. Basta de populismos baratos y falsos del tipo de "Con lobos la ganadería extensiva está abocada a la extinción", o "hay que escoger entre lobos o ganaderos", u otros similares. Estas disyuntivas falsas y manipuladoras se llevan planteando desde hace décadas sin que se cumplan nunca, porque no son más que eslóganes mezquinos que repiten machaconamente algunos personajes que viven en la ciencia ficción. Eslóganes miserables que muchos verdaderos profesionales del sector se encargan de desmentir en su día a día, trabajando y cuidando de su ganado sin aspavientos, atendiendo su negocio con seriedad y responsabilidad, en silencio, verdaderos héroes en un mar de ganaeuros.
Porque no se trata de escoger entre lobos o ganaderos, señores, sino entre la conservación del planeta o su ruina, entre convivir o exterminar, entre pensar o vengar, o en último extremo entre ganaderos de verdad o sacacuartos, entre ganaderos de verdad o cazasubvenciones, entre el bien superior del interés general o el particular de unos pocos malos profesionales, entre la razón o los ganaduros, entre ciencia o Homo rapiñas.
En definitiva, hay que escoger entre la verdad y la mentira, entre la ciencia y la manipulación populista.